CAPÍTULO 3
En un páramo prácticamente desierto, cuatro figuras se encontraban caminando dificultosamente por el campo, mientras dejaban una estela de nieve y escarcha que traicionaba sus pasos. Una de ellas no dejaba de quejarse, mientras que otra la miraba silenciosa. Las dos figuras más pequeñas se encontraban en los brazos de la primera, llorando de forma silenciosa.
―No puedo creer que andar por estos caminos sea tan difícil. Estoy cansadísima, mis piernas ya no aguantan más de lo hinchadas que están y los niños no paran de llorar. Lo peor de todo es que ya no puedo aguantar las ganas de hacer pis. No puedo creer en lo absurdo de esta idea. ¡Quiero irme a casa ahora!
―Madre, deja de quejarte. Has estado las últimas dos horas haciéndolo. Que si el vestido que escogiste no era lo suficientemente adecuado, que no debiste haber empacado tanto, que no debí haber empacado tanto, que el trineo al que pagamos era muy incómodo, que nos cobraron demasiado…
―Es que treinta krones por cincuenta y ocho kilómetros es demasiado caro…
―Además, con tu humor y el de mis hermanos hemos dejado nieve por todo el camino, ¿no querías que pasáramos desapercibidos? Mis hermanitos lloran porque estás completamente nerviosa.
―Ya lo sé, pero no puedo comprender lo que me pasa… jamás he sido así. Yo siempre he tratado de controlarme, pero ahora… ahora…―y, de repente, se sentó sobre lo que parecía ser una roca y comenzó a llorar. Sin embargo, se hundió. ―Eso no era una roca verdad, ¿verdad?
Hallie negó con la cabeza. ―Lo más probable es que sea lodo.―, dijo para calmar la situación. Sin embargo, el olor que emanaba esa cosa era inconfundible.
―Tampoco era lodo… ―su llanto se acrecentó, al grado que poco a poco se iba generando una tormenta de nieve― ¡Dios, ¿qué te hice para que me trataras así?! Con todo, he tratado de ser una buena persona, una madre semidecente… creo―dijo, mientras miraba a sus hijos con duda―. Si es que me estás castigando por lo de Anna, te digo de una buena vez que no quise hacerlo. Me obligaron… ese hijo de…
Una ventisca terrible se propagó, haciendo que los árboles se cubriesen de una espesa nieve y que los caminos fuesen intransitables. Al cabo de unos minutos, todo estaba cubierto de blanco, y el río que se encontraba junto al campo en que se hallaba la familia se congelase por completo. Elsa había sumido a su reino en un invierno atípico otra vez. Ella se dio cuenta de lo sucedido e hizo algo que nadie imaginaba.
Se echó a reír.
Primero se escuchó como un llanto sosegado, que dio paso a un sonido de nerviosismo para paulatinamente pasar a sonoras carcajadas secas. Por un momento Hallie creyó que su madre ya definitivamente se había vuelto loca. Sin embargo, notó que la risa era irónica.
―Y pensar que causé algo como esto cuando conocí a tu padre. No podía creer que mi hermana se casara con alguien que apenas conocía… Cuántas vueltas da la vida.
Para ese momento, el reino ya se hallaba completamente congelado. Elsa no pudo evitar preguntarse si a sus hijos no les afectaban las bajas temperaturas, como a ella, o si no lo soportaban como todos los demás a pesar de sus poderes. Decidió dejar de llorar, aunque ni siquiera sabía realmente porqué había empezado a hacerlo desde un principio, y dedicarse a buscar un lugar donde resguardar a sus hijos. No podía evitar sentirse terriblemente culpable, y decidió que lo mejor era resolver ese desastre. Pensó en el amor que le tenía a su familia: a Anna, a Olaf, a sus padres… y otros relampagueos sacudieron su mente. Imágenes difusas de un montón de bebés pasaron por su mente. Su mano recorría sus caritas y una de las sensaciones más cálidas que haya sentido jamás se originó en lo más profundo de su corazón y la recorrió por todo el cuerpo.
La nieve y la escarcha comenzaron a desvanecerse en destellos de colores brillantes cono gemas preciosas, para después juntarse en el cielo formando un copo de nieve gigantesco, que después se dispersó. El prado en el que se hallaban, así como todo el reino, se descongelaron tan rápido como se habían congelado. Todo había vuelto a la normalidad.
Hallie y los niños observaron el espectáculo, incrédulos ante lo que había sucedido. Jamás en sus vidas habían hecho eso. Oh, sí, habían hecho pequeñas nevadas y tormentas dentro de sus habitaciones o en los territorios del castillo, pero no a ese nivel. Y tampoco habían hecho jamás que desapareciese. De los asuntos concernientes a sus poderes se encargaba su padre, quien deshacía la nieve y el hielo sin saber cómo.
Y ahora era su madre la que poseía el secreto… Quizá siempre lo había conocido. Quizá ella había sido la que controlaba las situaciones todo este tiempo…
―Mamá… ¿cómo lo hiciste?
Elsa se les quedó mirando como lo hacía desde que Hallie recordaba. Era inconfundible: la mirada que solo una madre podía darle a sus hijos.
Elsa se aproximó a sus hijos, y, cargando de nuevo a los bebés y tomando de la mano a Hallie, simplemente le dijo:
―Amor, queridos niños. El amor descongela todo. Hasta los corazones.
―O―
Mientras estaban concentrados en el contacto familiar más honesto de sus vidas, un hombre joven los estaba observando, intrigado ante el fenómeno que se produjo, y que después esa mujer lo detuvo.
Observó cómo los niños comenzaban a pedir comida, a la mujer mayor comenzar a buscar un lugar donde parar a comer, y la linda jovencita que se encontraba a su lado empezaba a hacer lo mismo. Le recordaba a alguien.
Sintió una presencia detrás de él así que se volvió para enfrentarla.
―Te dije que no debías salir a la intemperie en ese estado.
―Tú no me mandas y eso lo sabes muy bien.―le respondió la voz severamente. ―Y ahora, hay que seguirlos.
―¡¿Por qué?!― espetó el muchacho gazmoñamente―Si con esa cosa rara que hicieron esas personas pudimos recolectar para la venta de la semana.
―Porque si no me acompañas, te quedarás sin multekrem y tendrás que limpiar el establo por una semana.
―Pero mamá…
―Nada de "pero mamá". Vamos, y si te sigues quejando, serán dos semanas.
—O—
Elsa y Hallie oyeron la voz del pequeño Harold:
—Hambe, mami. Hambe.
Y Hannah haciéndole segunda:
—Yo quelo padtel de chocolate.
Elsa buscó en el sacó de provisiones que prudentemente había traído. Sin embargo, se dio cuenta en unos instantes que estaba vacío.
—¿Cómo pudieron acabarse las provisiones de tres días en tan sólo cuatro horas de camino?
—Bueno, madre—,le replicó su hija sarcásticamente —, te recuerdo que tanto tú como mis hermanos se la pasaron comiendo como si no hubiera un mañana en el paseo por trineo. De hecho, ahora estás comiendo el último trozo de queso que quedaba.
Elsa observó sus manos. Era cierto. Con vergüenza se pasó el bocado para después replicarle a su hija:
—Tú también participaste, señorita. Si mal no recuerdo, en el trineo comiste tres panecillos, cuatro manzanas, diez empanadillas y todos los racimos de uvas. Así que no me veas con superioridad.
—Sí ceto—corroboró Hannah.
Esta vez le tocó sonrojarse a Hallie:
—Bueno, he de admitir que me comí una o dos cositas por el camino... Pero no es momento de discutir ahora—, rectificó, cambiando el tema a pesar de la mirada de reproche de la reina —. Necesitaremos un lugar para comer y dónde pasar la noche.
―Tienes razón―, respondió reticente la reina―. Lo más seguro es que el frío no nos afecte, pero el calor sí… Y… probablemente por las alimañas que podamos encontrarnos como el camino―agregó con un temblor en la voz al escuchar unos aullidos lejanos.
―Mami…―la pequeña Hannah también los había escuchado.
―Mami, ¡Fego, fego!―le interrumpió Harold, señalando un lugar a pocos metros de donde se encontraban. Efectivamente, una columna de humo se alzaba cerca, al parecer proveniente de una construcción.
―Vamos para allá. Supongo que será mejor para todos. Además, el palacio está demasiado lejos como para tratar de regresar.―opinó la pelirroja, dirigiendo sus pasos a esa dirección.
―Pero no creas que se me ha olvidado de lo que estábamos hablando…―replicó la reina mientras cargaba a los pequeños y la seguía hasta la pequeña construcción. No se dieron cuenta de que alguien más los seguía, susurrando para sí mismo tan suavemente que ni siquiera el viento se llevaba sus palabras: "Van con el ladrón".
―O―
Después de un rato, llegaron a la construcción. Era una cabaña poco amplia, que ostentaba un letrero que les causó alegría a las dos mujeres al leerlo:
"Almacén del errante Oaken". "Y Spa"
Decidieron entrar a ver qué podrían comprar para comer, y preguntar por un lugar donde pasar la noche. Se encontraron con un lugar cálido y acogedor, pero extrañamente… se sintieron estafadas inmediatamente al entrar.
Un hombre grande y aparentemente bonachón las saludó amablemente:
―¡Yuujuuu! Ofertas para la familia. Tenemos muñecos de madera, pastelillos de salvado, lutefisk, y si se hospedan para esta noche les daré media hora en el sauna y un frasco de mi remedio para los resfriados totalmente gratis, ¿ya?
Hannah tomó una muñequita de madera, la tomó y no la soltó. Harold pidió los soldaditos que se exhibían en un estante. Hallie se fijó en un vestido de verano. Elsa le preguntó al hombre:
―Por la muñeca, los soldaditos, el vestido y el alojamiento, ¿cuánto nos cobraría?
―Sólo por ser usted, serían trece mil quinientos krones.
La boca de la reina no podía estar más abierta aunque ocupara pinzas para hacerlo.
―¿Cómo?
―Bueno, generalmente es más caro.
―¡¿Más caro?!―vociferó Elsa, llamando la atención de Hallie y de los niños. Poco después se calmó y le dijo al hombre: ―Bueno, pues muchas gracias, pero no tenemos el dinero suficiente para lo que generosamente nos ofrece, así que solo compraré la muñeca.
―Serán 88 krones.
Elsa hurgó en su bolso, y no pudo encontrar la cantidad solicitada. Disimuladamente le indicó a la pequeña que dejara la muñeca, pero la niña se aferraba más. La reina suspiró.
―Mire… la verdad es que solo tengo veintidós krones en este momento y…
―¿Una mujer de compras que no sale con dinero?―le increpó el comerciante.
―Claro que no… sí salí con dinero, pero…―buscó en todos los bolsillos, tratando de encontrar como por arte de magia más billetes y monedas, pero no encontró nada. De pronto, se sobresaltó. ―¡Cierto! Tengo algo más de trescientos krones en la bolsa del equipaje. Hallie, ¿puedes dármelo por favor?
Hallie se dispuso a obedecerla, pero al buscar y rebuscar en la bolsa de viaje no encontró nada. De pronto recordó que había colocado mal la bolsa durante el trayecto, y supo que el dinero se había caído en el camino. Una mirada bastó para que su madre lo supiera (cualidad sumamente extraña que le permitía darse cuenta de lo que les pasaba a sus hijos y de la que Hallie se maravillaba y enfadaba a menudo), y se dispusiera a actuar conforme a ello.
―Bueno, pues… ―dijo, mientras arrancaba de las manos de los pequeños lo que habían elegido y se aferraban a ello―, fue un placer entrar a su bellísimo establecimiento pero, lamentablemente, debemos irnos. Sus precios son increíbles, y nos encantaría comprar toda su tienda, pero la verdad es que tenemos prisa y no podemos quedarnos demasiado… Harold, deja eso por favor, mi vida. No podemos llevárnoslo. Hanna…
―¡No! Sodaditos. Quelo sodaditos.
―É mi bebé. Muneca.
―Bueno, por el vestido, los soldaditos y la muñeca, además de la comida, serían ocho mil krones. A cuenta.
―¿A cuenta?
―Sí. Con intereses. Ocho por ciento semanal.
―¡¿Qué?!―gritó Hallie.
―Pueden llevarse las cosas. Y vuelvan pronto.
―Pero…
En ese momento, dos figuras entraron en el local. Uno de ellos era un hombre altísimo y fornido, con la piel enrojecida por el frío que habían provocado y vestido de montañés; el otro, o mejor dicho, la otra, era una mujer de mediana edad, robusta, vestida de montañesa y con una expresión fiera en los ojos. Esta última se acercó al dueño y le dijo con una voz que cortaría hasta el hielo más grueso:
―¿Cuánto le debe Su Majestad?
El vendedor se le quedó mirando, expresando sin palabras "¿y a usted qué le importa? Estoy haciendo negocios con ella", pero al observar con más calma que la mujer no se encontraba de buen humor, le respondió: ―Bueno, son 88 krones, pero ya había acordado con ellos que…
Un estrépito inundó el lugar, interrumpiendo al hombre. La señora había dejado con brusquedad la cantidad exacta de lo que debían Elsa, Hallie, Hannah y Harold. Hallie observó asombrada la escena. ¿Por qué esa mujer había hecho algo así? También se dio cuenta que su madre veía a la primera con suma atención, su rostro metamorfoseándose de la duda a la certeza y por fin al asombro en sólo unos instantes.
La mujer robusta se volteó hacia el chico, quien también observaba anonadado la escena, para decirle:
―Vámonos, de aquí. Ya hice lo que tenía que hacer.
Sin embargo, no pudo salir como ella lo tenía planeado. Una mano delgada, pálida y aparentemente frágil se posó en la suya, haciendo que la primera voltease en la dirección de la misma. La Reina Elsa de Arendelle, en toda su magnificencia, volvía a tener los ojos anegados de lágrimas, sólo que, a diferencia de las que había estado llorando durante el día, tenían una razón completamente válida.
Su voz, quebrada por la emoción, sólo atinó a pronunciar una corta palabra:
―Anna…