Declaración: La mayoría de los personajes de esta historia pertenecen a Kyoko Mizuki/ Yumiko Igarashi en la historia de "Candy Candy". Otros eventos y situaciones fueron tomados de "Candy Candy Final Story" (CCFS) de Kyoko Mizuki, seudónimo de Keiko Nagita.
ADVERTENCIA: Este fic está basado en el final del anime; aquí Terry y Susanna se casaron y tuvieron un hijo. Si no les agrada leer respecto a esta línea de la historia, les recomiendo que no sigan leyendo.
POR SIEMPRE TUYA
Alexa PQ
Capítulo I: Decisiones.
- o -
"¿Cuándo fue la última vez que viste las estrellas
con los ojos cerrados,
y te aferraste como un náufrago a la orilla
de la espalda de alguien... ?"
R. Arjona
- o -
Aquella hermosa mañana de fines de verano el día había empezado unusalmente frío pero agradable, como si el otoño diera un adelanto de lo que estaba por venir… una suave brisa recorría la pradera perfumado con la fragancia de flores, hierba y agua, los cantos armoniosos de los pájaros y el calor del sol naciente con su luz cristalina filtrándose a través de los vidrios del Hogar de Pony. En las literas dispuestas a lo largo de una de las humildes habitaciones dormían catorce angelitos en las más diversas posiciones con la inocencia de una infancia sin problemas ni preocupaciones.
Sin embargo, a esas horas tan tempranas tres camas ya estaban desocupadas. En la habitación contigua, la Srita. Pony y la Hermana María habían abandonado las sábanas y preparaban el desayuno para el pequeño ejército invasor que no tardaba en despertar y también para su "Generala en Jefe". Los chicos estaban tan contentos por aquella visita que siempre les animaba sus caritas hambrientas de aventuras.
La Srita. Pony y la Hermana María sentían una dulce calidez cada vez que ella volvía al Hogar con su perenne entusiasmo y su cariño desbordante para ambas…la veían como la hija pródiga que siempre volvía al hogar a recobrar fuerza para seguir animando a los demás.
- Srita. Pony - dijo la Hermana María mientras sacaba algo de fruta de la alacena - ¿Cree que deberíamos preparar el desayuno favorito de Candy?
- Creo que no, Hermana - la voz de la señorita Pony, tan dulce como siempre, mostraba un dejo de tristeza y preocupación - No creo que nuestra niña se sienta con muchos ánimos de desayunar hoy… considerando la visita que recibió la tarde de ayer y la expresión de su rostro cuando el caballero se fue.
- ¡Pero Srita. Pony! - exclamó la religiosa - ¡Si se veía feliz!
- Me extraña que diga usted eso, Hermana María. De nosotras dos, quienes hemos sido las madres de Candy, yo siempre he sido la más ingenua. Usted siempre ha conocido tan bien a nuestra niña - miró a la Hermana con una pequeña sonrisa en los labios - Siempre ha entendido lo que hay en su corazón. Por eso me sorprende que sea precisamente usted quien mencione lo feliz que se veía.
- ¡Señorita Pony!
- Candy sonríe mucho, aún en los momentos difíciles. Quizá ni ella misma se dé cuenta, pero anoche un velo de melancolía nublaba sus ojos y su sonrisa…
La Hermana María bajó su cabeza en señal de asentimiento. Todavía era una mujer hermosa a pesar de las pequeñas arrugas que comenzaban a surcar su rostro… pero no por eso había perdido serenidad, ni su siempre acertada intuición que se iba afinando con los años.
- ¿Así que usted también lo notó? - admitió la Hermana
- Sí. A pesar del tiempo, Candy no ha dejado de ser una niña para nosotras… y todavía podemos ver su alma a través de sus ojos.
- No quería decirlo para no preocuparla, Srita. Pony… pero yo noté lo mismo en Candy. Deseaba que usted no se hubiera dado cuenta.
La Srita. Pony tomó a la Hermana María por los hombros, y luego del gesto de apoyo le dio una de sus más dulces sonrisas.
- No se preocupe por mí, Hermana. Confío en que Candy se sobreponga como siempre. Es tan fuerte….
La Hermana María asintió.
- Tiene usted razón.
La Srita. Pony se volvió a la mesa del desayuno donde un trozo de pan a medio cortar todavía la estaba esperando. A pesar de que la Hermana María era una gran ayuda y sus decisiones siempre eran muy maduras… a veces la Srita. Pony no dejaba de verla como una mas de sus chicos traviesos.
- ¿Que cree que haya sucedido ayer en el saloncito entre Candy y el señor Albert? - aventuró la Hermana.
- No lo sé. Espero que sea Candy quien nos lo diga…
- Si fuera algo bueno ya la estaríamos oyendo gritarlo por todo el Hogar. Pero en lugar de eso… sólo sonreía y sonreía… sin decir ni una palabra.
- Debió ser algo importante. Tal vez está analizando bien lo que pasó con el señor Albert antes de decírnoslo.
Afuera una oscura nube viajera empezaba a cubrir el sol del amanecer. Parecía que el día seguiría tan frío como había empezado.
La tercera cama vacía era la de Candy. No se había levantado al amanecer como sus dos madres, sino en la madrugada cuando las estrellas todavía brillaban en el cielo y el silencio rodeaba en Hogar. Se había levantado descalza, había tomado la bata que le había prestado la Hermana María y con los rizos rubios alborotados había salido a la oscuridad frontera entre el día y la noche para dirigirse con resolución a la Colina de Pony donde todo había comenzado a la sombra del Padre Árbol y por eso era justamente él quien debía enterarse primero. Candy apenas había podido dormir esa noche presa de una nueva emoción y de una esperanza. Al principio no estuvo muy segura de lo que había hecho, pero a medida que transcurrían las horas la idea la entusiasmaba cada vez más. Sólo podía pensar en el futuro convenciéndose de que todo estaría bien. De ahora en adelante todo iba a ir bien.
Sin poder controlar sus emociones, ella había ido a la Colina de Pony porque necesitaba la sensación tan querida de trepar su querido Padre Árbol, como si los tibios recuerdos de su niñez pudieran ayudarla a comprender el paso que había dado. Deseaba tanto agitarse al viento pasando de rama en rama para liberar toda la pesadez que había sentido en su alma por los días previos de indecisión y de duda. Ahora se sentía tan liberada… Tan… feliz. Necesitaba que su Padre Árbol la abrazara.
Cuando el sol iba saliendo, sus hermosos ojos verdes se concentraron en mirar el amanecer de ese día como si por medio de una proyección también fuera el amanecer de su nueva vida. Los rizos rubios, despeinados e inquietos, acariciaron su rostro igual que él lo había hecho la tarde anterior. Desde lo más alto del Padre Árbol, ella miraba el horizonte hacia donde estaba Lakewood… hacia donde se habían ido esas manos cálidas que habían dejado suaves sensaciones en su rostro.
Sus ojos se inundaron con la visión de aquel amanecer magnífico; su corazón con una desbordante calidez que inundaba todo su ser. ¡Era tan hermoso! Después de todo la vida podía ser hermosa otra vez.
Con la esperanza de que las ilusiones se tejieran otra vez en su vida, Candy levantó su rostro hacia el sol del alba para que el viento la acariciara de igual forma como lo había hecho él.
- ¡Albert! - gritó al cielo, intentando regalar a la naturaleza la misma emoción que aquel nombre había prodigado a su corazón.
Los pájaros comenzaban a cantar, el viento se llevaba sus palabras…
- ¡William Albert! - gritó otra vez.
Una nube oscura empezaba a cubrir el sol del amanecer, pero la sensación de liberación de Candy no cesaba. Eso le decía que había tomado la decisión correcta.
La tarde anterior se había comprometido a casarse con William Albert Andley. Formalizarían su compromiso anunciándolo en la mansión de Chicago, dentro de pocos días.
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Cuando Candy volvió al Hogar de Pony el sol ya estaba más alto y una infantil algarabía brotaba del comedor. Su pequeño ejército ya se había levantado y, como primera acción del día atacaban su desayuno con su energía habitual. Las bandejas que contenían fruta, pan, cereales y leche - que todavía Tom se encargaba de traer día tras día - se vaciaban rápidamente. Candy entró al comedor para dirigirse a la habitación de todos los chicos, la cual ella compartía durante sus visitas, para vestirse y acompañarlos a tomar el desayuno.
- ¡Buenos días a todos! - rió alegre a su paso.
Las cinco niñas del Hogar de Pony la miraron con mucho cariño y admiración. ¡Ella era tan linda! Aún en ropa de cama y despeinada. Algunas de ellas querían ser como Candy cuando fueran grandes pues la veían como a una hermana mayor - algunas como a una pequeña madre - que ponía el buen ejemplo a seguir.
En cambio, todos los chicos secretamente compartían la esperanza de que cuando crecieran se casarían con Candy. Aunque tenían las más diversas edades en su infantil entusiasmo no alcanzaban a comprender que cuando ellos fueran grandes, Candy siempre sería mucho mayor.
La Srita. Pony y la Hermana María, que compartian la gran mesa con los chicos, la miraron asombrada. Ya se habían dado cuenta de que ella no estaba en la cama ni en el Hogar pero no habían esperado verla en ropa de cama todavía a esa hora de la mañana. Obviamente cuando salió su primera intención había sido regresar pronto, pero por alguna razón se había retrasado… se dieron cuenta de que todavía estaba fresco afuera para la delgada bata que llevaba y además, ¡estaba descalza!
- ¡Candy! - saltó la Hermana María - Jovencita, estás sin zapatos y con el rocío que hay allá afuera. ¡Dios Santo, puedes enfermarte!
Candy se detuvo en su rápida escabullida hacia el dormitorio. ¡La habían atrapado! A pesar de que era ya una mujer de 21 años, mayor de edad y todo eso, nunca podría dejar de ser para aquellas dos buenas damas la chiquilla traviesa que creció a su lado.
Se volvió hacia ellas con el rostro ruborizado de vergüenza.
- Yo… este… ehhh … - ¿qué decir?, todos la miraban - Yo perdí mis zapatos y creí que los había dejado afuera. Salí a buscarlos… je je
"Una mentirilla blanca para no preocupar a nadie" se disculpó a sí misma, "Y para no dar malos ejemplos".
- Muy bien, Candy. Ve a vestirte y a calzarte - intermedió la Srita. Pony, como siempre lo hacía - Y apúrate o no alcanzarás desayuno.
- Sí, Señorita Pony - y continuó con su camino hasta entrar en el dormitorio.
La Hermana María le dirigió una mirada resignada a su compañera en el Hogar pensando en lo indulgente que era la Srita. Pony con Candy y continuó atendiendo y conversando con los chicos. Una vez que Candy se incorporó al desayuno éste siguió transcurriendo con su agradable habitualidad. Todos los chicos estaban deseosos de escuchar las "aventuras" de Candy en el hospital de Chicago donde trabajaba y aunque ella se las platicaba una y otra vez, ellos no se cansaban de escucharla. Esta vez no fue la excepción y de tanto hablar por poco y Candy termina sin desayuno.
Después de que todos terminaron, la Hermana María se llevó a los chicos bajo uno de los árboles más frondosos del huerto que está detrás del Hogar para contarles historias de la naturaleza y enseñarles cosas nuevas. La Srita. Pony y Candy se ocuparon de recoger toda la loza y llevarla a la cocina para lavarla. Hacía poco que el Sr. Cartwright había donado una bomba de agua para la cocina del Hogar por lo que ya no era necesario traerla desde la pila, lo que facilitaba enormemente el trabajo.
Mientras Candy se daba a la titánica tarea de lavar los platos del desayuno de 17 personas, la Srita. Pony la ayudaba a secarlos. Las mujeres hablaban de lo listos que eran los niños, de lo bien que iban las cosas en el Hogar ahora que habían surgido tantos benefactores inesperados… de lo bien que Candy iba en el hospital donde había llegado a ser la Jefa de Enfermeras del área de cirugía. Entre tanta conversación y ya a punto de terminar con su tarea, Candy dijo:
- Srita. Pony, siento no haberles ayudado esta mañana con el desayuno. Debí haber regresado más temprano, pero me demoré.
- No te preocupes Candy. Con tu habilidad para la cocina créeme que no extrañamos mucho tu ayuda… - rió la Srita. Pony.
Candy rió también un poco aliviada. Desde hacía mucho tiempo sus madres y ella bromeaban acerca de su poco talento para la cocina y las alusiones que se hacían a ello no la molestaban, sino que la divertían.
- Por cierto - aventuró la Srita. Pony - debió haber pasado algo muy importante ayer para que te hayas levantado tan temprano con lo dormilona que eres. ¿Te pasa algo, Candy? Sabes que siempre puedes contar con nosotras cuando lo necesites.
- Sí, Srita. Pony - asintió Candy y cuando se dio cuenta de que la Srita. Pony la miraba preocupada se preguntó si todo era tan obvio - ¿Qué le hace suponer que pasa algo?
La Srita. Pony sonrió un poco agriamente.
- ¡Mi querida niña! ¿Quién sino nosotras para conocerte mejor? Hace poco estabas tan feliz por todos los logros que has tenido en el Hospital… feliz por tus amigos: ya ves que Anny va a convertirnos en abuelas por segunda vez - guiñó un ojo la Señorita - Y hace algunos días la visita que nos haces cada mes venía acompañada por una gran melancolía en tus ojos. Y hacía apenas diez días que te habías ido cuando ya estabas de regreso otra vez… sonriente como siempre, pero sin decir ni una palabra del porqué de tu regreso tan inesperado. Como ves, no se necesita tener una intuición especial para saber que algo te ocurre.
- Tiene razón - asintió finalmente la joven. Había terminado de lavar los platos y ahora a falta de algo que hacer con las manos comenzaba a jugar con sus dedos como siempre que estaba nerviosa. Había llegado el momento de sincerarse con la Srita. Pony - Regresé porque tenía miedo. Necesitaba consuelo y fuerza para enfrentar lo que me pasaba… pero no quería preocuparlas, así que no dije nada.
- Pero… ¡Candy!
- Lo siento Srita. Pony. ¡Pero parece que las cosas se han arreglado estupendamente bien ahora! Creo que mis días grises han quedado atrás… - Candy frunció su naricita con una semisonrisa - Y voy a correr muy rápido para que no vuelvan a alcanzarme.
La Srita. Pony también sonrió invitándola a que continuara. Así que Candy prosiguió.
- Si regresé al Hogar de Pony antes de lo esperado fue porque estaba confundida - confesó - Pero ya todo se ha despejado de mi mente, Srita. Pony. De hecho quiero que sea usted la primera en saberlo … - no, la segunda se corrigió Candy en su interior: el primero había sido el Padre Árbol - Ayer que vino a visitarnos Sir Andley… bueno, Albert. Cuando estuvimos platicando solos… bueno… decidimos que… - y de pronto la sonrisa se volvió brillante, sus ojos de esmeralda fulguraron de emoción - ¡Vamos a casarnos!
- ¡Candy!
- Sí, Srita. Pony. ¿Puede creerlo? Voy a casarme con el hombre más bondadoso, amable, considerado y gentil que conozco… en una semana anunciaremos nuestro compromiso en la Mansión Andley de Chicago. Me encantaría que todos ustedes pudieran ir.
- Candy… - la dama no atinaba a decir otra cosa, sorprendida por la noticia.
- Srita. Pony - la chica la tomó de ambas manos - Sería tan importante para mí verlos a todos allí compartiendo a mi lado el día más feliz de mi vida.
Los ojos de Candy estaban brillantes, llenos de esperanza y de alegría… pero la Srita. Pony también pudo ver en ellos una súplica muda y desesperada, un halo de resignación. Pero no se lo diría. Esperaba que la Candy optimista y animosa que había sido siempre borrara esa sombra insegura que ocultaba en el fondo.
Se alegraría por ella. Respondió a su sonrisa.
- Por supuesto hija - asintió - Te acompañaremos en ese día tan especial. Y te felicito: el señor Andley es un gran hombre. Serás muy feliz casada con él.
- Lo sé, Srita. Pony. Ya soy feliz.
Mientras ambas se sonreían Candy se sintió un poco mal por no contarle toda la historia a la Srita. Pony. No quería preocuparla y creía que no entendería la historia completa. Para entender esas emociones Candy necesitaba platicar con una amiga como Anny, como Patty (aunque sólo fuera por correspondencia), o como Camilla Drisden, una enfermera amiga suya en el Hospital St. Joan de Chicago.
Creía que la Señorita Pony nunca se había enamorado y que por lo mismo nunca la entendería.
- Vamos a decírselo a la Hermana María y a los chicos - propuso Candy tomando por los hombros a la Srita. Pony y conduciéndola hasta la puerta - Quiero que se alegren conmigo.
Y salieron al huerto, donde los niños hicieron una algarabía al ver que tenían visitas en clase.
.-&.-&-.&-.
Al día siguiente Candy tomó muy temprano un carruaje que la llevaría directo a la estación de tren para partir con rumbo a Chicago lo más pronto posible. Había estado cuatro días en el Hogar de Pony y seguramente el trabajo se había acumulado durante todos estos días de ausencia. Había hablado con el Dr. Wheeler, que era el nuevo director del hospital, para solicitarle el permiso y aunque éste había prometido que dejaría a alguien encargada que la supliera, Candy y su sentido de la responsabilidad no se habían sentido tranquila abandonando el trabajo de aquella manera. Sólo algo tan fuerte como la tormenta que se había desatado en su interior la había podido obligar a dejar a sus pacientes sin atención. Pero ahora que su vida había vuelto a su cauce, a tomar un camino mejor, podía volver a tomar sus obligaciones con mayor entusiasmo y energía.
Horas más tarde cuando llegó al St. Joan se entregó de inmediato al trabajo. Vestida en su uniforme blanco y con el mandil distintivo del hospital ayudó a un par de doctores en agotadoras cirugías. Afortunadamente para los pacientes y para la misma Candy, ambas habían sido un éxito y ella lo sintió como un buen augurio de que todo empezaba bien en esta nueva vida que emprendía ¡Qué bien!
Mientras transcurría el día y se acercaban sus horas de descanso, Candy imaginaba ruborizada como sería su próximo encuentro con Albert. El día de la propuesta en el Hogar de Pony y después que lo habían acordado, Candy le había comunicado sus planes de regresar a Chicago al día siguiente e ir directamente a cubrir su guardia en el Hospital St. Joan. Albert le había dicho que él se encargaría de ir primero a Lakewood a comunicar la buena noticia y pasar también por la tía Elroy quien con toda seguridad querría estar en Chicago para colaborar en los preparativos de la fiesta de esponsales donde se anunciaría el compromiso. Esa idea no le había gustado mucho a Candy considerando la obsesión de la tía Elroy por hacer siempre las cosas del modo fastuoso que la alta sociedad exigía. Pero bueno, sería su fiesta y ya se encargaría de encauzar las energías de la Sra. Elroy en algo más íntimo y discreto.
Así que Albert estaría en Chicago cuando ella terminara su turno en el hospital. Seguramente iría a recogerla en el carruaje de los Andley como había hecho tan a menudo en el pasado y ahora con mayor razón considerando que Candy pronto se convertiría en su esposa. Ese solo pensamiento producía intensas emociones en la joven.
Como aún faltaba toda la tarde para que Candy concluyera su turno y parecía que ya no habría más tareas agotadoras, la enfermera se encaminó rumbo a la cafetería del hospital para comer algo. Era un lugar agradable de paredes altas y blancas, con un hermoso ventanal que dejaba entrar majestuosamente la luz del sol y tenía una linda vista del precioso jardín interior del hospital.
El nuevo director había hecho especial hincapié en mejorar el jardín y embellecerlo, argumentando que en medio de un lugar de dolor como era un hospital siempre debía haber un remanso de paz y belleza que animara el espíritu. Candy había ayudado a los jardineros del St. Joan a renovar el jardín en sus ratos libres y hasta Albert mismo había contribuido a embellecerlo pues siempre traía nuevas especies botánicas para el jardín desde las lejanas tierras que visitaba.
A Candy le gustaba tomar su bandeja del almuerzo y sentarse frente al ventanal. El mirar un rincón de la naturaleza tan bello hacía que su mente volara siempre hacia Albert y le gustaba recordarlo de esa manera. Pero ahora no tendría que recurrir a esos trucos… ahora lo tendría siempre junto a ella.
Candy se dirigía a su mesa favorita en el comedor cuando se dio cuenta de que Camilla Drisden comía en ella. ¡Que bien!, se dijo ella, tenía tantas ganas de saludarla y contarle todo lo que le había pasado estos días.
- ¡Hola Camilla! - la saludó sentándose junto a ella y saludando también al resto de sus compañeros que estaban a lo largo de la mesa con una inclinación de cabeza.
Camilla levantó su mirada para con su amiga, alegrándose de que hubiera vuelto de su viaje inesperado. ¡Pero que bien se veía ahora! Su mirada esmeralda se había vuelto radiante y su sonrisa se sentía relajada y en paz. Desde luego, completamente distinta a la Candy sombría y preocupada que había visto la última vez.
- ¡Candy! - exclamó la chica y le hizo lugar a su lado.
- Como puedes ver ya regresé de mi viaje relámpago - sonrió Candy - Tenía muchas ganas de verte otra vez, Camilla.
- ¡Y yo a tí! Pero cuéntame, ¿a dónde fuiste? ¿Por qué no me avisaste?
- Fui al Hogar de Pony, tú ya sabes donde está. Y siento no haberte avisado como siempre… pero de verdad que ni yo sabía que iba a irme. Fue algo que nunca planeé. Una tarde que terminó mi turno no me sentí con ánimos de volver a la Mansión Andley. Me sentí débil para volver allí - recordó Candy - En lugar de eso fui a la oficina del Dr. Wheeler a solicitar un permiso para ausentarme por una semana. Y el doctor muy amablemente no sólo me otorgó la licencia sino que hasta dispuso su carruaje para que me llevaran directo a la estación del tren.
-Quieres decir que… ¿te fuiste sin equipaje? - inquirió Camilla asombrada.
-Bueno pues, llevaba las dos mudas de ropa que guardo en el hospital, una de ellas puesta - aclaró ella - Pero era todo lo que necesitaba. La Hermana María, ¿recuerdas que te he hablado tanto de ella?, me prestó algo de ropa para dormir.
- ¿Y por qué te fuiste así Candy?
Candy suspiró mirando a su amiga que esperada curiosa su respuesta. Camilla tenía 20 años, apenas un año menor que ella misma, grandes ojos color miel y un cabello oscuro ensortijado que a veces le confería un aspecto de muñeca. Aunado a su aspecto dulce el carácter de Camilla era también entusiasta y pícaro, era una amante de los niños - no en balde su especialidad como enfermera era la pediatría - lo que la hacía poseedora de paciencia, fortaleza y comprensión. Muchas veces Candy confundió su dulzura con la de Anny, pero Camilla era más emprendedora y libre de prejuicios que la ahora Sra. Cornwell.
Candy por un momento vaciló en contarle la historia de los últimos días. Pero quien mejor que Camilla para desvelarle las profundidades de su alma: eran amigas desde hacía 4 años, desde que Candy había regresado a trabajar al St. Joan. Durante los primeros meses de su regreso a Chicago y al hospital en los pasillos se formaban corrillos de enfermeras que criticaban que Candy estuviera allí gracias a las influencias que el poderoso Sr. Andley había hecho valer sobre el anterior director, el Dr. Leonard, quien también era quien había despedido a Candy debido a las intrigas de Sarah Legan y sus hijos. Nadie sabía que lo que realmente había pasado entre el Dr. Leonard y el Sr. Andley era que habían aclarado el punto por el cual Candy había sido despedida injustamente.
Sin embargo los comentarios en los pasillos lastimaban a Candy aunque ella no lo demostraba. Además durante aquella época empezaba a flotar por el hospital un ambiente hostil en contra de ella por ser una rica heredera Andley y porque pensaban que los puestos que iba ascendiendo se debían de nuevo a la intervención del joven patriarca de su familia y no a su propio trabajo constante y siempre bien hecho.
En aquellos tiempos la única amiga que Candy tuvo en el hospital fue Camilla, de la misma forma que antaño Patty O'Brian lo había sido en el Real Colegio de San Pablo en Londres. Camilla fue un remanso de paz en aquellas agitadas aguas de envidia. La chica se enfrentó a todos por ser amiga de Candy y sufrió el mismo aislamiento de parte de sus compañeras enfermeras.
Meses más tarde, cuando el Dr. Leonard abandonó la dirección para ser sustituido por el Dr. Wheeler, el ambiente poco a poco se fue distendiendo al hacerse mas transparente el magnífico trabajo que Candy realizaba y por eso, tres años después casi todos sus compañeros habían aplaudido su nombramiento como Jefa de Enfermería Quirúrgica por su trabajo siempre entusiasta e incansable, tan absorbida en su trabajo que ni siquiera tomaba las vacaciones que año con año se merecía.
Camilla había estado a su lado desde el principio en las malas… y en las buenas.
- Candy, ¿por qué te fuiste? - repitió su amiga para sacarla de los pensamientos en los que parecía haberse sumergido.
Candy se volvió a la conversación y se decidió a contarle. Se cercioró que sus compañeros de mesa estuvieran absortos en sus propias conversaciones y no escucharan las cosas tan íntimas que la rubia estaba por revelar. Suspiró antes de empezar con su confesión.
- Ya sabes que hace poco más de seis meses Albert volvió de su último viaje de Argentina y como es obvio llegó a instalarse en la Mansión… donde yo estoy viviendo con la tía Prudence.
- Sí Candy - asintió Camilla - Recuerdo lo feliz que estabas porque tu protector hubiera vuelto. Todo lo que tenías que hablar con él… eso ya lo sé. ¿Qué tiene eso que ver…
- Fue el principio de todo… creo. Yo había extrañado tanto a Albert durante su ausencia que ahora que lo tenía de regreso le dedicaba prácticamente todo mi tiempo libre como él lo hacía conmigo. Fueron muchos paseos, muchas conversaciones… yo… he disfrutado siempre su compañía y sus historias… cuando me cuenta todos los lugares interesantes que visita. Me gusta pasar mi tiempo con él.
- ¡Eso es más que obvio! - sonrió Camilla - Si no fuera porque es tu tutor yo pensaría…. - dijo con picardía.
Candy se atragantó, ¿acaso todo mundo lo sabía menos ella? Continuó con su historia.
- Todo iba muy bien hasta hace unos quince días que los días agradables que pasaba al lado de Albert terminaron. De repente - recordó Candy - él se mostraba esquivo conmigo. Casi no me sonreía, mucho menos sosteníamos una conversación. Se levantaba temprano y regresaba tarde y ya en la casa sólo conversaba con la tía Prudence o se encerraba en el despacho a seguir trabajando con George. En todo el día solo un: "Buenos días, Candy" o un "Buenas noches, Candy". Nada del estupendo amigo al que estoy acostumbrada.
Camilla se intrigó por el comportamiento del apuesto patriarca de los Andley. Ella había sido testigo cientos de veces del devoto cariño que ese hombre siempre le había profesado a Candy.
- ¿Y que era lo que pasaba? - inquirió - ¿No se lo preguntaste?
- ¡Claro que sí! Aunque él me evitaba un día no estuve dispuesta a seguir angustiándome pensando que había hecho mal y esa tarde entré al despacho donde Albert y George trabajaban. Y le pedí a George que nos dejara solos.
- ¡Candy! ¿Y que pasó? ¿Te dijo porqué se estaba comportando así?
Candy esbozó una sonrisa traviesa recordando aquél día.
- ¡Por supuesto que me lo dijo!
- o -
Candy había entrado al despacho de Albert y George acababa de dejarlos solos. Ella estaba dispuesta a que Albert le dijera que estaba pasando entre ellos esos últimos días en que el cariño de hermanos parecía haberse esfumado para dar paso a la más absoluta indiferencia.
Albert estaba sentado frente al recio escritorio de caoba atiborrado de papeles. Tenía el rostro cansado y en su cara se adivinaba cierto aire de impaciencia y culpabilidad. Desvió la vista en cuanto tuvo a Candy frente a él para perderla en el cielo azul a través de la ventana del despacho.
- Siéntate Candy - le ofreció sin embargo - Lamento estar tan ocupado últimamente…
Candy se sentó frente al escritorio procurando no parecer extremadamente solemne, aunque le preocupaba mucho el cambio de actitud de Albert.
- Gracias Albert. No te molestaría si no fuera importante… - de repente, a ella se lo ocurrió algo para romper el hielo - ¿O debería llamarte William cuando estás trabajando en tu despacho como todo un hombre de negocios?
Fue la primera vez que Albert se volvió a mirarla directamente a los ojos en los últimos días. Sus miradas se cruzaron. Había dolor y cierta tortura en los ojos de él.
- Candy… si no puedo seguir siendo Albert lo que hago como William no tendría sentido. Por favor, quiero ser siempre Albert para tí…
Ella asintió.
- Por eso mismo vengo. Te he sentido lejano estos últimos días y me gustaría saber el porqué. ¿He hecho algo mal ?… ¿otra vez algo mal? - dijo para tratar de diluir con otra broma la gravedad del ambiente.
- No Candy. No eres tú.
- ¡Ah! ¿Te pasa algo entonces?
Albert desvió de nuevo la mirada.
- No… no es nada.
Candy estaba cada vez más extrañada con la actitud de Albert. Este no era el hombre libre de cadenas que ella conocía… ahora cargaba un peso con él.
- ¡Albert ! - exclamó ella poniéndose de pie. Rodeó el escritorio y se arrodilló junto a él para descansar su barbilla en sus rodillas como tantas veces lo había hecho antes. Lo miró con cariño - ¡Vamos! Puedes contárselo a tu amiga Candy. ¿Recuerdas? Tú alguna vez me pediste que compartiéramos los problemas que la vida nos traía. Hasta ahora tú siempre has sido el que me escucha, por que el imán para los problemas siempre he sido yo. Siempre he sido yo la llorona…
A pesar de todo Albert no pudo evitar una breve sonrisa cuando Candy dijo aquello. Eso era cierto. La chica se alegró de aquel gesto de su tutor, así que siguió:
- Cuéntame lo que te pasa. Si no puedo ayudarte… al menos puedo llorar contigo… ya sabes que eso se me da muy bien.
Los ojos verdes de Candy, risueños y juguetones, invitaban a Albert a abrirle su corazón. Tantas veces Candy había hecho ese gesto de apoyarse sobre sus rodillas pidiendo consejo o buscando consuelo que las sensaciones deberían serle muy familiares ya, pero no era así.
Extrañamente, desde algunos días atrás Albert no podía evitar turbarse por la presencia de Candy. La veía de una forma nueva… aspiraba su suave aroma por toda la casa, miraba con embeleso la delicada curva de su cuello, deseaba hundirse en sus rizos dorados y perderse en el lago verde de sus ojos… cada palabra de ella era el momento cumbre de su día; al levantarse por las mañanas sus primeros pensamientos flotaban hacia ella y no deseaba nada mas que compartir a su lado las pequeñas rutinas que poblaban su existencia. Una mañana de éstos últimos días William Albert Andley se había despertado con la imagen de Candy tatuada en su corazón y había hecho el descubrimiento tardío de que se había enamorado de ella.
Al principio, a él le había parecido maravilloso, pues siempre había visto en el amor el toque mágico y misterioso del llamado de la Naturaleza que a Albert le gustaba tanto seguir. Sin embargo, después comprendió que en este caso en particular, sus emociones sólo venían a complicar las cosas.
"¿Cómo decírtelo Candy?" se preguntó Albert, viendo las pupilas interrogantes de ella "¿Cómo puedo arriesgarme a perder esto tan maravilloso que tenemos sólo porque mi corazón ahora quiere algo más?"
- ¿Albert ?
"No puedo, Candy. Te asustaría… te perdería porque no he visto nada distinto en tí para conmigo. No estás preparada para saberlo, como yo tampoco lo estuve."
Él iba a decirle alguna mentira, cuando ella le pidió:
- Déjame ver tu corazón, amigo mío. Déjame sentir que al menos por una vez puedo brindarte el apoyo y el consuelo que siempre he recibido de tí… No me digas que no, ahora que soy yo la que necesita dártelo.
- Candy….
- Nos hicimos una promesa, ¿recuerdas? - sonrió ella.
Albert se levantó de su asiento y respiró hondo. Si iba a decírselo todo no quería estar en contacto con el objeto de su afecto cuando la sintiera alejarse.
- Te lo digo porque has sido y eres mi amiga, Candy - empezó a decirle Albert, después de vacilar un par de minutos - Antes que nada eres mi amiga, y los amigos se deben sinceridad.
- Sí - ella lo siguió con la mirada.
- Yo… ¡te quiero tanto Candy!
Ella sonrió dulcemente agradeciendo sus cariñosas palabras.
- Yo también te quiero Albert.
- ...pero ya no de la misma forma… Candy, yo … yo estoy enamorado de tí. Te amo, pero ya no sólo del modo fraterno que siempre nos hemos entregado. Descubrí que te amo como la dulce amiga que eres, pero te amo mucho más como la mujer que siempre he soñado, sin saber que siempre estuvo al alcance de mi mano en tí.
- ¡Albert! - exclamó ella poniéndose de pie de un salto, palideciendo de pronto - ¿Qué... que es…?
- Lo siento mucho, Candy. Lo siento y me duele - Albert la miró con los ojos llenos de desesperanza - Sobre todo porque no he visto en ti nada que me indique que sientas lo mismo y pagué tu cariño de amiga de este modo. Sé que no es justo ni para ti ni para mí... pero Candy, es tan difícil conocerte y no amarte. Ahora lo sé.
- Albert…
- Por eso te he evitado todos estos días. Desde el momento en que me di cuenta - Albert esbozó una amarga sonrisa -Estos últimos meses que hemos estado juntos me han mostrado que así es justamente como quiero pasar el resto de mi vida.
Candy sintió que el suelo se movía bajo sus pies, transportándola a un lugar desértico y gris. Comprendió que después de todo y en cierta forma había sido ella quien había ocasionado ese cambio en Albert… sin quererlo lo estaba lastimando a él, el hombre que más que nadie en este mundo merecía su cariño y agradecimiento. ¿Por qué tenía ella que lastimar a sus seres queridos de esa manera?
De pronto la mente de Candy viajó seis años atrás, a los tiempos del Colegio San Pablo. En los jardines del Colegio, de forma igualmente desesperanzada como Albert ahora, su amigo Archie casi le confesó lo mismo… Candy había podido ver el dolor y los celos en sus ojos, pudo sentir su desesperación y el desasosiego. Pero Candy no le correspondía porque tenía otra ilusión creciendo en su corazón. Por eso con una súplica muda en la mirada le rogó a Archie que no dijera más…por eso se las arregló para que encontrara en Anny su alma compañera. Pero ahora, con Albert… ¿qué le impedía corresponderle a su más querido amigo?
Lo miró tratando de ver al hombre que había en él. Era un hombre alto, de figura recia y sana, producto del tipo de vida natural que le gustaba llevar. Llevaba su cabello rubio bien cortado, aunque no siempre sabía peinarlo bien y caía con despreocupación sobre su frente lo que le daba un aire muy atractivo. Sus ojos azules, que a Candy le gustaba tanto ver sonrientes, tenían ahora un velo de tristeza. Candy recorrió con la mirada los fuertes brazos que se veían ahora que andaba en mangas de camisa; aquellos brazos que la habían abrazado tantas veces y en los que ella se sentía tan segura.
Candy nunca negó que Albert era un hombre muy apuesto. De pronto lo recordó como a su Príncipe de la Colina, que era como lo había visto por primera vez once años atrás, y la forma mágica de como él le había robado su corazón de chiquilla… entonces la había impresionado tanto. Lo había amado tanto que su tierno recuerdo la había llevado a gustar de Anthony, así como después la imagen de su Anthony la había conducido a conocer y amar las profundidades de Terry… Pero eso estaba en el pasado ya. Ahora Albert estaba en su presente. Albert era real y no un sueño idealizado… sentía tantas cosas por él. ¿Cómo definir la necesidad que tenía de él? ¿Cómo llamar al cariño que le profesaba y a la dulzura que ella también sentía al compartir sus días?
Lo miraba profundamente tratando de encontrar las respuestas.
-Candy - la llamó Albert intrigado - ¿No dices nada?
-Yo, Albert… no sé… que decirte… - susurró ella.
-Si no lo sabes, entonces no es lo que yo quiero oír - dijo él con voz terminante y fría como el hielo.
Candy escuchó la rudeza de su voz y sintió tristeza. Había un sentido de posesión en sus palabras, pero ella lo entendió. Candy sabía que cuando se ama no se exige por un afán egoísta, sino que se exige porque es la naturaleza misma del amor… si uno es suficientemente noble puede acallar y guardar estas exigencias, pero mientras se ame siempre estarán allí.
Los ojos de Candy se llenaron de lágrimas, ¿Sentía ella esa misma exigencia para con Albert? ¿Cómo podía seguir viéndolo, sabiendo que ella podía ser capaz de despertar su lado más oscuro? Ya no podía mirarlo porque las lágrimas se lo impedían.
El joven heredero Andley se dio cuenta de lo que había hecho y la dureza de su mirada se suavizó, consternado.
- Candy… Oh, lo siento. A esto era a donde no quería llegar.
- Albert - suspiró ella, dando rienda suelta a sus lágrimas - No me lastimaste. Más bien soy yo la que te lastima a tí. Perdóname.
- No hay nada que perdonar. Por eso te evitaba, Candy. Es sólo que… necesito tiempo para alejar estas reacciones que pueden herir lo más importante que tengo ahora de tí: tú cariño de amiga… Dame tiempo.
Candy entendió su dolor, porque ella había llevado algo similar dentro.
- Yo Albert… me alejaré un tiempo… - decidió mientras abandonaba a toda prisa el despacho con las lágrimas brotando dolorosamente, sin poder ni quererlas contener.
Albert la miró salir sintiendo dos profundas espinas en su corazón: no sólo había alejado a la mujer que nunca había tenido, sino que había perdido también a la amiga que tanto necesitaba ahora.
- o -
- Oh, Candy - dijo Camilla tomando sus manos después de escuchar esa parte de la historia. Ahora entendía la intempestiva ausencia de su amiga. Pero había algo extraño en todo esto porque Candy no parecía precisamente consternada - Pobre Sr. Andley… y pobre de tí. Por todo lo que me contabas yo ya veía esto venir.
La chica que contaba esta triste historia no parecía a tono con el drama sucedido. En lugar de eso Candy estaba sonriente, podía decirse que hasta feliz.
- ¿De verdad, Camilla? - preguntó Candy atacando su ensalada - Pues yo me sentí muy mal. Fue el peor…uno de los peores días de mi vida. No sabía qué hacer porque no sabía cómo reaccionar con Albert… me dolía tanto verlo triste por mi causa. Por algo que ni él ni yo podíamos remediar - Camilla había olvidado por completo su almuerzo. Candy continuó - Y en medio de la tristeza, ni siquiera podía ofrecerle mi consuelo porque iba a lastimarlo más de lo que lo ayudaría.
- Debe ser terrible…
- Lo fue - guiñó Candy - La pobre tía Prudence, ¡tan distinta a su hermana Elroy!, nos veía tan sombríos y estaba tan preocupada por nosotros. Pero yo no podía decirle. Así duré unos días en el trabajo mientras intentaba distraerme un poco de todo esto… Hasta que un día no pude mas y me fui al Hogar de Pony a buscar consejo.
Camilla veía como Candy ya casi había devorado todo el contenido de su bandeja de almuerzo. ¡Que chica! Ni en momentos como éste dejaba de comer.
- Pero nunca me contaste a mí - le recriminó Camilla un poco herida en su orgullo de amiga - Yo pude haberte ayudado. Aunque con el éxito que tengo en mis relaciones, entiendo que no quisieras mis "atinados" consejos.
Camilla decía aquello porque hasta la fecha había tenido varias relaciones sentimentales que habían sido completos fracasos: en cuatro años, Candy le había conocido igual número de novios. Ella decía que no había encontrado a la persona correcta pero parecía que su actual enamorado, el abogado Jason Maxwell, parecía por fin ser su relación más estable y definitiva.
- Perdóname Camilla. Es sólo que sentía que si revelaba los más profundos sentimientos de Albert lo estaría traicionando de algún modo - le explicó Candy asiendo su mano.
- Ya lo sé - sonrió con sus ojos miel - Discúlpame por ser tan tonta y celosa. Pero sígueme contando… ¿encontraste consejo en tu Hogar? ¿Ya sabes lo que vas a hacer?
- Sí Camilla, encontré algo más que consuelo en el Hogar de Pony. Encontré respuestas… - Candy la miró llena de picardía - Verás, Albert fue a buscarme una tarde al Hogar de Pony.
- ¿Fue por tí?
- Sí. Nos encerramos en un saloncito y platicamos tanto. Me pidió que regresara a mi vida a Chicago y ofreció irse a Lakewood… Hablamos de tantas cosas: de nuestra historia en común y de nuestra historia pasada. Por un momento volvimos a ser el mismo Albert y la misma Candy de siempre… - Candy hizo una pausa, preparándose para lo que iba a revelar - Y de repente una cosa llevó a la otra y le sugerí que si juntos nos la pasábamos tan bien no había que añorar algo que estaba en nuestras manos tener: compartir los días juntos… Y le pedí que nos casáramos.
- ¡Candy! - exclamó Camilla y por poco se cae de la silla. Todos los de la mesa se voltearon a mirarla, sorprendidos, pero cuando ella les sonrió como diciendo "No pasa nada, exageré un poco" todos volvieron a sus conversaciones. Camilla no salía de su asombro: primero por su reacción y luego por el gran atrevimiento de Candy de ser ella quien se atreviera a proponerse en matrimonio - ¡Pero creí que no lo amabas, Candy! ¡Que todas tus dudas eran por eso!
La sonrisa de Candy vaciló un poco. Su mirada se nubló fugazmente… pero luego estaba siendo otra vez la misma, como si nada hubiera sucedido.
-Yo… ¡claro que debo amarlo! Él se lo merece.
- Discúlpame Candy, pero amar no es cuestión de merecerlo o no…
- Pero yo… yo creo que lo amo - insistió ella - A su lado me siento segura y feliz. Me siento yo misma. Cuando se va, lo extraño terriblemente y cuando me llegaban sus cartas anunciando su regreso una emoción tan intensa se apoderaba de mi corazón… Si eso no es amor, ¿qué más puede ser? Sólo que no me había dado cuenta, ¿no?
- Si tú lo dices…
- ¿Qué otra cosa puede ser sino amor, Camilla? Dímelo tú - flaqueó por un momento la rubia - Dímelo tú que nos has visto juntos, que has escuchado todo lo que te he contado de él y que has visto la emoción que guardo en nuestros encuentros. ¿Verdad que es amor?
- Candy, yo creo que por cada amor real que sentimos, hay una especie de melodía vibrando en nuestra alma que canta para el dueño de ella. Llámame una tonta romántica si quieres… pero eso es lo que creo yo - respondió la enfermera de ojos miel - Por eso mis amores anteriores no se han quedado: no he escuchado sus canciones lo suficientemente intensas en mí. Tú debes mirar dentro de tu propio corazón y escuchar la canción del Sr. Albert, así sabrás la verdad que nadie, sino tú misma, puede descubrir. En el mundo de dos enamorados los que estamos fuera no podemos escuchar las canciones de ellos.
Candy interiorizó un momento, luego levantó la vista hacia su amiga.
- Yo… creo, creo que sí lo amo. Escucho la canción - sonrió más animada - De hecho estoy los suficientemente enamorada para casarme. Albert aceptó y anunciaremos nuestro compromiso en unos días más… Y quiero que estés allí conmigo Camilla. Por favor.
Camilla la miró con comprensión y un poco de compasión en su mirada. Quiso decirle que cuando se ama plenamente no se duda del sentimiento, pero mejor no dijo nada. Quizá esta era la oportunidad de Candy de ser feliz… siempre la había visto tan sola y tan ocupada en cuidar la felicidad de los demás en lugar de la suya propia, que tal vez ya había llegado su momento de ser feliz. La ayudaría en eso.
- Entonces querida amiga - la abrazó con genuino afecto - que seas muy feliz. Yo estaré contigo.
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Horas más tarde, un sencillo carruaje con el escudo de los Andley sobre sus puertas esperaba por fuera del St. Joan a una joven rubia y animosa que bajaba los escalones con mucha energía y mayor entusiasmo. En cuanto la vio el pasajero del carruaje bajó para extenderle los brazos y recibirla en ellos… se veía tan hermosa ahora que su rostro no estaba ensombrecido por la angustia, tan hermosa con sus rizos al viento bajo el sombrero de calle y su suave figura envuelta en aquel sencillo vestido azul. Albert se sintió muy afortunado. Candy le echó los brazos al cuello y él la elevó unos centímetros mientras la abrazaba con fuerza. Entonces ella inundó con su risa de cascabeles el aire mientras exclamaba: - ¡Sabía que vendrías! Albert aún sonriendo la bajó para mirarla a la cara y luego la ayudó a subir al carruaje. Una vez que estaban en camino hacia la Mansión Andley, Albert rompió el silencio: - Creo que mejor debería comprarme un automóvil. Candy recordó traviesamente aquella vez que Albert había ido a buscarla en auto la noche que Neil la había llevado con engaños a la Villa campestre de los Legan. Recordó como había terminado aquel auto y sonrió divertida: - No lo veo mucho de tu estilo, Albert. Mas bien te veo montando a caballo… O a algún elefante, tal vez en África.
"Eres tan linda cuando ríes", pensó él.
- ¡África! Que tierra tan querida para mí… hace años que no estoy por allá - Albert se calló un momento recordando, y luego aventuró - sería un buen lugar para nuestra luna de miel, ¿no?
Candy lo miró ruborizada, apenándose un poco.
- Sólo si no hay leones que puedan lanzarse sobre tí y hacer que nuestro viaje de placer se convierta en uno de trabajo para esta enfermera.
Albert rió también y Candy lo miró aliviada. Era tan maravilloso tener junto a ella al mismo Albert de siempre que hacía que todo valiera la pena. Estaba feliz por él.
El hombre dejó entonces de reír y miró solemnemente a la chica.
- Debo decirte antes de llegar a la Mansión que la tía Elroy ha venido conmigo y nos espera en casa - dijo él gravemente - Le conté sobre nuestro compromiso y como debes imaginarte no lo tomó muy bien. Lo tomó bastante mal, diría yo - guiñó Albert travieso - Pero al final la hice prometer que respetaría y apoyaría nuestra decisión.
- ¿Y ella… aceptó?
- No de muy buena gana, ya sabes como es. Pero a pesar de su carácter tan rudo yo sé que me quiere y aprecia tanto como quiso a mi padre, así que accederá a nuestros deseos.
Candy asintió.
- ¡Es tan difícil creer que ella y la tía Prudence sean hermanas!
- Sí, es cierto. Son muy distintas - concedió él - Ya sabes que a la muerte de papá yo era tan pequeño que quien tuvo que hacerse cargo de la familia y los negocios fue la tía Elroy. Eso debió ser muy duro y le hizo el carácter agrio y difícil. Tanto trabajo no le dejó tiempo para ella y por lo mismo nunca se casó ni formó una familia como el resto de sus hermanos.
Candy asintió preguntándose si lo mismo hubiera pasado con ella de haberse dedicado tanto a su trabajo como para no casarse nunca. Se vio en el futuro posible como la gran tía Candy, de rostro adusto, pelo cano… y su nariz rematada de pequitas. ¡Definitivamente no! ¡Así no impondría respeto! ¡Que horror!
Pero bueno, ese futuro posible no era probable. A ella no le pasaría algo así. Iba a casarse con Albert.
Lo miró curiosa.
- La tía me acompañó para ayudarte con los preparativos de la fiesta de compromiso - prosiguió él - Le dije que queríamos algo muy sencillo e íntimo y no los grandes bailes que ella acostumbra organizar. Espero que estés de acuerdo - vio el asentimiento de Candy y sonrió.
- Albert… yo quisiera invitar a todos los del Hogar de Pony. Sé que la Sra. Elroy se opondrá pero es importante para mí.
- ¡Claro! Si es tu familia - la apoyó Albert - La tía tendrá que entender. Estoy cansado de esas fiestas donde casi no conozco a nadie. Esta será distinta porque será nuestra fiesta, Candy… amor.
Pronunció la última palabra con una profunda emoción y sinceridad, pero también con algo de temor y precaución. La miró directamente a los ojos cuando la dijo para no alarmarla.
Candy le devolvió la mirada pero no dijo nada sobre el asunto. Sólo asintió.
- Sí, Albert.
El no insistió. Trató de volver a su actitud despreocupada y alegre.
- La tía quiere hablar contigo en cuanto lleguemos - mencionó - De hecho, ya debe estar esperándote en el despacho. Sea lo que sea que hables con ella sabes que cuentas con todo mi apoyo - y luego bromeó - Con el apoyo del tío William….
Ella sonrió fascinada recordando el día que había descubierto que el tío William era tan joven y tan guapo, superando así sus sueños más optimistas.
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La conversación que sostuvieron Candy y la tía Elroy fue muy larga y accidentada. Candy nunca había hablado así con ella quizá porque la tía nunca le había prestado atención ni le había dado importancia pensando que era un capricho pasajero y bohemio de su joven sobrino que tenía actitudes por demás excéntricas y poco ortodoxas. Sólo que ahora se le había ocurrido lo peor: casarse con esa huérfana con lo que desacreditaría a la familia Andley cuyo prestigio le había costado tanto a la tía Elroy mantener.
Pero como su oposición a esa boda no parecía que fuera a detenerla la tía le pidió a Candy que se comportara a la altura del compromiso que acababa de asumir, pero sobre todo que cumpliera con las expectativas que se creaban alrededor de quien sería la Señora Andley: le dijo que sus días de ser una muchachita atolondrada tendrían que acabarse en cuento dijera "acepto" frente al altar al lado de Albert. Le advirtió que no quería que se siguiera comportando como hasta ahora, le exigió que abandonara inmediatamente su trabajo en el hospital pues el trabajar sirviendo a otros era indigno para una dama de la alta sociedad… en fin, dijo tantas cosas que fueron horas larguísimas en la vida de Candy.
La joven la dejó desahogarse y luego con la voz más calmada que pudo usar dadas las circunstancias le aclaró a la tía Elroy que seguiría trabajando porque era una actividad que la hacía sentirse útil a sus semejantes, además que el trabajar nunca era indigno sino que al contrario hacia madurar a las personas. Le dijo que trataría de comportarse lo mas correctamente posible y trataría de no avergonzar a Albert ni a los Andley, pero que jamás podría dejar de ser ella misma. Que serían familia durante mucho tiempo más y tendrían que respetar sus diferencias mutuas. Terminó diciéndole que ambas amaban a Albert y así como la tía no haría nada que dañara a su sobrino, ella – su futura esposa – tampoco lo haría.
Candy le pidió respeto pues ya no era una chiquilla de la que todo mundo pudiera disponer a su antojo.
-Sé que no nos gustamos - le dijo - Pero por el bien y la felicidad de Albert debemos aprender a vivir superando nuestras diferencias.
La tía Elroy pasó aquella tarde por casi toda la gama de las emociones humanas y finalmente cedió debido al cariño que le tenía a su sobrino. Aceptó hacer un nuevo esfuerzo por tolerar a Candy pero anunció que en cuanto le fuera posible volvería de nuevo a Lakewood pues no quería ser testigo en primera fila de la debacle de los Andley, como ella imaginaba.
- ¡Qué bueno que mi pobre hermano no está vivo para ver este horror! - llegó a exclamar la señora en el transcurso de la discusión.
Candy oyó aquello y se dio cuenta de cuan afectada se encontraba la tía. Si algo era sabido por todos era el profundo y verdadero amor que Elroy había sentido por su hermano William, el padre de W. Albert. Todos sabían lo que la había afectado la muerte de su hermano y el dolor tan profundo que había sentido por su pronta partida… ¡cuán contrariada debía sentirse ahora para preferir que su hermano estuviera muerto!
Después de eso Candy prefirió no discutir más y hábilmente llevó la conversación hacia los preparativos para la fiesta del compromiso entre ella y Albert. Sin embargo tampoco esa fue una conversación fácil porque la tía quería hacer una fiesta fastuosa acorde a lo que su sobrino más querido, y heredero de los Andley, merecía. Ni el que Candy le recordara que Albert era un el hombre de lo más sencillo y nada ceremonioso impidió que Elroy siguiera hablando de multitudes de invitados y ejércitos de decoración… Candy insistía en que ambos deseaban una ceremonia sencilla e íntima, hasta que la tía empezó a agitarse cada vez que repetía que algo así no estaba a la altura de los Andley. Candy temió entonces que la señora cayera en uno de sus repentinos ataques de ansiedad de los que era presa cada vez que se molestaba demasiado. Ya la joven enfermera había sido testigo y causante de uno de ellos hacía varios años (¡precisamente en esta misma mansión!) durante el cual había tenido que cuidarla aunque quien se había desaprovechado de sus desinteresados cuidados había sido la fastidiosa de Elisa Leagan para llevarse todo el mérito.
- ¡Candice White, algún día me llevarás a la tumba! - exclamó Elroy mientras hundía el rostro entre sus manos - ¡Desde siempre has sido tú!
Después de ese arrebato de impotencia, Candy suspiró contrariada y decidió que permitiría que la tía hiciera la fiesta a su gusto. Después de todo, sólo sería su fiesta y no su vida. Si era tan importante para la señora como para ponerla así, ¿qué más daba?
Se puso a su disposición para cualquier cosa y luego salió del despacho aliviada sintiendo como la tensión que colgaba entre ella y la Sra. Elroy se iba disolviendo muy lentamente. Estaba mentalmente agotada, se sentía un poco derrotada y sobre todo se preguntaba una vez más si estaba haciendo lo correcto. Para tranquilizarse en cuanto salió de la entrevista se dirigió casi corriendo al lugar en el cual el cansancio y las dudas podrían despejarse, a su remanso de paz: corría al lado de Albert.
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Chicago, Illinois. Agosto 1919.
Querida Patty:
¿Cómo estás, querida amiga? Mis saludos y besos para tí y para la abuela Martha.
Te escribo ahora porque quiero contarte todo lo que me ha pasado estos últimos días… no me lo creerás. No sé si Anny ya te haya escrito para contarte, pero quiero que te enteres por mí que acabo de comprometerme con Albert y vamos a casarnos muy pronto. Es increíble pensar que voy a compartir mi vida con el fiel amigo de mis dulces sueños, así que yo también estoy muy contenta. Me gustaría tanto que pudieras estar aquí para alegrarte conmigo.
Sé que no podrás estar a tiempo para nuestra fiesta de compromiso (¡es dentro de una semana!) pero me gustaría tanto que pudieras estar aquí para nuestra boda que será en dos meses. Tengo muchas ganas de que platiquemos laaaaargas horas otra vez y poder darte personalmente todos los abrazos que te he guardado durante tanto tiempo esperando una visita tuya.
Con cariño, Candy White
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Cuatro días después del enfrentamiento entre la Sra. Elroy y Candy, las invitaciones a la fiesta de compromiso entre William Albert Andley y Candice White (la tía Elroy había omitido deliberadamente agregar el apellido Andley en el nombre de ella) inundaban la ciudad de Chicago y mansiones vecinas. La tía Elroy se había negado a enviar invitación alguna al Hogar de Pony, pero Candy no estaba dispuesta a ceder en algo tan importante para ella, así que les envió un telegrama con la fecha y hora del evento además de vestidos nuevos para la Srita. Pony y la Hermana María, así como para todos los chicos del Hogar.
Una de esas invitaciones si llegó, sin embargo, a Villa Skylark en las afueras de la ciudad de Chicago y fue a parar directamente a las manos de su dueña: Elisa Stuart, antes Legan. Elisa ahora era la dueña de una gran extensión de tierras de cultivo al sur del Lago Michigan las cuales había heredado de su difunto marido, el honorable Sr. Patrick Stuart. Para hacerse de ellas, Elisa había despojado ruinmente a su suegra dejándola en una muy precaria situación económica sin sentir ni una pizca de remordimientos. Ella se creía más merecedora de esa fortuna por haber tenido que soportar tres años de aburrido matrimonio con el tibio y pusilánime de Patrick.
Las tierras eran muy fértiles y productivas, lo que daba a Elisa una magnífica posición económica sin depender del dinero de sus padres o de los Andley. Quien administraba su patrimonio era su hermano Neil, el cual apenas tenía unos meses de haber regresado de Francia donde había estudiado Administración… y desde donde había regresado casado con la dulce y rica Mademoiselle Michelle Lautrec, ahora Madame Legan.
Por supuesto que Elisa no era ninguna tonta y aunque oficialmente era Neil el administrador de sus posesiones, quien verdaderamente estaba a cargo de todo era el abogado Jason Maxwell, quien lo hacía de forma por demás eficiente, como Neil nunca pudo hacerlo a pesar de sus años de estudio. Pero bueno, Elisa nunca humillaría a su hermano contándole la verdad de las cosas.
Cuando llegó la invitación del compromiso de Albert y Candy, Neil estaba conversando con ella en la terraza.
-… "la fiesta de compromiso tendrá lugar en la Mansión Andley, dando comienzo a las siete en punto…" - Elisa estaba leyendo la elegante invitación con una mueca de disgusto.
- ¡Compromiso! - exclamó Neil apretando los puños, mientras volvían a su mente los días en que perseguía a Candy obsesionado con la idea de casarse con ella y hacerla suya. Recordó la noche de su propio compromiso, donde ése hombre que había resultado ser el tío William se había entrometido en sus planes y había anulado los esponsales con Candy, dejándola libre. Y después a solas, William le había advertido acerca de que nunca mas volviera a acercarse a la chica… ¡Qué tipo tan ventajoso! Claro, había liberado a Candy usando su influencia porque la quería para él.
Elisa también estaba furiosa, pero por diferentes motivos.
-¡Candy se casa con el tío William! - masculló, pálida por el coraje - ¡Esa recogida oportunista! ¡Maldita!… ¿Pero cómo puede ser eso, Neil? ¡Ellos no pueden casarse! El tío William es el tutor de Candy, sería ilegal que se casaran…
Neil lo pensó un poco y luego lo comprendió. Ese maldito oportunista al que tenía que llamar "tío" había pensado en todo.
- Ya no hay ningún problema hermana - explicó el hombre, con la mirada furiosa - Si mal no recuerdo Candy cumplió 21 años en Mayo pasado. Legalmente ya es mayor de edad, y el vínculo legal que unía al tío William con Candy ya ha terminado… En resumidas cuentas, nada les impide casarse.
- Pero… pero… - ella estaba tan furiosa pensando en lo rica que sería Candy al casarse con el heredero de los Andley que no atinaba a decir palabra… Eso no podía ser: que esa huérfana tuviera tanta suerte. No lo iba a permitir. Debía hacer algo… ¿pero qué?
- William finalmente se quedará con Candy - murmuró Neil para sí mismo, asombrado por el inesperado vuelco que había dado la historia - Ni el santo del primo Anthony, que Dios tenga en su gloria - dijo con sarcasmo - ni el arrogante actorcete de Terry… sino Albert: el poderoso tío William. Bueno, Candy no es nada tonta.
- Ahora tendrá lo que yo siempre deseé… Todo el dinero y el poder de los Andley - terció Elisa - Con eso nadie se atreverá a recordar sus sucios orígenes. Nuestra sociedad le abrirá las puertas… oh, ¡esa mal nacida!
Neil estaba perdido en sus recuerdos y ensoñaciones.
- Mi Candy… - susurró.
Elisa escuchó su murmullo y lo miró asombrada. No podía ser posible que Neil todavía estuviera… Aunque sorprendida y contrariada por esas sospechas, no desaprovecharía la oportunidad de burlarse de su hermano por eso.
- Querido Neil, veo que te sigue gustando la gente ordinaria. Pero cuida mucho que no te oiga la cursi de Michelle. Recuerda que vives de sus rentas.
Neil se volvió a ella, con la mirada chispeante.
- Oye, yo no necesito de mi mujer. Yo… le doy todo a Michelle porque los Legan lo tienen todo. No te confundas, Elisa.
"Seguro", pensó irónicamente la mujer. Pero luego recordó que el blanco de sus dardos no debería ser su hermano, sino Candy… si había algún propósito en la vida de Elisa era hacer infeliz a Candy. Lo supo desde la primera vez que la vio cuando pequeñas en la Casa Legan y desde entonces intuyó que su destino estaba ligado al de la huérfana rubia de una forma nada agradable.
Ahora tenía que pensar que podía hacer para evitar esa boda; para atestarle a Candy el golpe último y definitivo del que ya no debería levantarse más. Mientras pensaba, miró a Neil de reojo preguntándose si aún en esas circunstancias podría contar con él cómo cuando niños.
Continuará...