Querido lector:

Quizá te saltes esta parrafada porque es lo que haría yo. Pero te lo recomiendo, es importante. Primeramente, tengo que decir que he comenzado esta historia teniendo en mente un rumbo, pero agradecería mucho si aportaras tu opinión sobre ella, así contribuyes con tu granito de arena para enriquecerla. Es mi primera historia que hago, piedad, por favor. El caso es que, he tenido que preparar el terreno antes de empezar en materia. Y, ya para acabar, he de decir también que, si veo que no ha sido leída o nadie le interesa, cesaré de escribir y me dedicaré a leer historias de otras personas (aunque esa no sea mi voluntad. Me gusta escribir, pero el hecho de que se comente, me motiva a seguir). Me encantaría saber la opinión de las personas. Con una persona que me pida de seguir, yo lo haré. Ahora sin más; disfruta de la lectura. Gracias.


Disclaimer: Avatar La Leyenda de Aang, no me pertenece

1. De los inicios y de los nombres

Ella siempre me hablaba de él. Sobre su gran poder y las hazañas que, hace mucho tiempo atrás, se narraban. Su vida, una aventura con un único fin: establecer un equilibrio entre las cuatro naciones. Una auténtica leyenda, una imagen que crea luz y esperanza. Tranquilidad y estabilidad. Ahora es simplemente, para muchos, un mito. Un desengaño. Un traidor.

He crecido rodeada de todas estas historietas. Desde que mi madre murió… o mejor dicho, la asesinaron, mi abuela, Kanna, ha sido como mi segunda madre. Recuerdo que, antes de irme a dormir me contaba una de nueva. Así que, a pesar de las constantes y crecientes guerras, por no hablar de la desaparición del Avatar, yo sigo creyendo en él. Sigo pensando que está ahí fuera en algún lugar y, que cuando menos nos lo esperemos, volverá para salvar al mundo.

–Katara, ¿te importaría acercarme eso? –pidió, Kanna, y señaló una cesta llena de peces–. Los lavaré para tenerlos listos.

No discutió. Se subió encima de una silla y alcanzó la cesta que estaba encima de la estantería. Katara apenas había entrado por la puerta y se dirigía hacia su habitación para coger su abrigo.

–¿Iréis otra vez? –preguntó Kanna ya que no había recibido respuesta.

Aunque Katara ya había entrado en su habitación, escuchó la pregunta. Y, antes de contestar, se pensó dos veces lo que diría antes de responder.

–Sí, pero iremos por la cara del sur –dijo desde su habitación, enfrascada en su búsqueda del abrigo.

Kanna asintió para sus adentros. Hasta hace bien poco, la Tribu Agua del Sur era una de las principales naciones productora de pescado. Y, no un pescado cualquiera, era de muy buena calidad y durabilidad. Pero, desde estos últimos cien años, toda la recolección que se hacía, era para la Nación del Fuego. Poco a poco, comenzó a escasear el pescado y, ahora, apenas tenían un sólo tipo de pescado.

–Bien, probar suerte allí. Pero tened cuidado no… –empezó, pero sin darse cuenta, se quedó hablando sola. Katara ya había cogido su abrigo y salió por la puerta corriendo, dejando a su abuela hablando con el pescado.

La Nación del Fuego lleva esclavizando al mundo durante estos últimos cien años. Las guerras y la escasez de alimentos es el pan nuestro de cada día. Y, ya no es el simple hecho de la esclavitud, sino que, la maldad y la crueldad de la Nación del Fuego han ido creciendo. De mal en peor.

A pesar de los muchos intentos que han hecho las dos naciones restantes la Tribu Agua del Norte y el Reino Tierra, la Nación del Fuego crece en poder y, destruye todo en cuanto se interpone en su camino.


–¿Se puede saber qué hacías tanto rato ahí dentro metida? ¿Tanto rato para coger un triste abrigo?

Estaba tan absorta poniéndose el abrigo que no se había percatado de que no estaba sola. Sobresaltada, se giró en redondo.

–No encontraba mi abrigo, Sokka –mintió, y escondió la cara con el abrigo.

El chico no desistió. Estaba claro que estaba escondiendo algo. Así que esta vez se lo preguntó de forma indirecta.

–Ya…seguro –dijo, cruzando los brazos encima del pecho y alzando una ceja.

Hubo un momento de silencio. Katara bajó la cabeza y se miró los pies, ocultando el rostro de su hermano. La tensión aumentaba, tanto que se podía palpar en el aire.

–Le he dicho que íbamos a probar por la cara sur –admitió. Después de una breve pausa, levantó la cabeza para ver la expresión de su hermano.

–Pero, ¿por qué se lo has dicho? –preguntó enfadado, levantando los brazos con exasperación–. ¿No te dije que no se lo contaras?

Katara bajó de nuevo la mirada.

–Pensé que…

–¿Pensaste? –dijo Sokka con desdén, y dejó de fingir–. Lo dudo mucho. Porque si lo hubieras hecho, habrías pensado –remarcó esta última palabra– en que ahora estará todo el día preocupada por nosotros.

Katara se ruborizó.

–Sokka, déjame que te lo explique. –pidió. Y alzó la mirada para que viera que estaba seria. Quiso remarcarle la seriedad con la que se lo había tomado. Al segundo, el chico hizo una seña con la mano para que continuara–. Solo quería avisarle o, al menos dejárselo caer, de que estaríamos fuera. Indicarle por dónde nos encontraríamos, por si nos pasa algo –dijo, suavemente.

Sokka se encogió de hombros.

–Katara –dijo con calma, y suspiró– no nos va a pasar nada. Además, yo podría abatir a cualquier…

Katara negó con la cabeza.

–¿Qué? –le cortó– ¿Abatir cualquier cosa? ¿Podrías apañártelas ya con un soldado de la Nación del Fuego, por ejemplo?

Ahora fue turno de Sokka agachar la cabeza.

–Vamos a ver –prosiguió ella–, puede pasarnos de todo, y el ejemplo que he puesto es por algo. Es el típico que podríamos encontrarnos ahora –a cada palabra que decía, se encontraba más furiosa–. Aunque tengas dos años más que yo y sepas manejar la espada, no significa que ya estemos libres de peligro. –concluyó. Pero recordó una cosa y prosiguió, pero con un tono más bajo, casi susurrando–: Sobretodo, porque quería decir de antemano que nos iríamos. No como Hakoda…

Sokka la miró con tristeza.

–Katara… –comenzó a acercarse a ella y la abrazó. Justo cuando las primeras lágrimas caían por su oscura piel. Escondió su rostro en la túnica de su hermano mientras le acariciaba el pelo.

La Tribu Agua del Sur, la cual pertenezco, apenas queda ya algo de ella. Mi padre, junto con otros guerreros fieles y valientes, abandonó la isla cuando yo tenía siete años, para formar un grupo rebelde. Con un único objetivo: luchar contra la Nación del Fuego. Antes de partir, dijeron que viajarían por todo el mundo para reunir al máximo voluntarios para conseguirlo. Pero de eso hace ya diez años, y no sabemos nada sobre ellos, ni los logros que han hecho.

Aquí, ahora más que nunca, los necesitamos a todos ellos.

Aún abrazados, Katara se calmó. Se separaron. Sokka la miró y rápidamente se le esbozó una sonrisa en la cara.

–¿Qué te hace tanta gracia? –preguntó, a la defensiva.

Sokka vaciló un instante e hizo un gesto para quitarle importancia.

–Le prometí a Hakoda algo –respondió él. Y negando con la cabeza, añadió–: Le prometí que te protegería. –De pronto comenzó a reírse muy fuerte.

Katara se lo miró de reojo. Sus labios dibujaron una delgada línea y siguió observándolo con atención. Cada vez más intrigada.

–Me acuerdo que –prosiguió él, sin importarle la expresión de su hermana–, era lo único que me importaba en aquel entonces. Parecía tan seguro de mí mismo que recuerdo que Hakoda hizo lo mismo que estoy haciendo yo ahora. –Y, de nuevo soltó una carcajada.

Katara sacudió la cabeza. Y poco a poco, una enorme sonrisa se le esbozó. No pudo contenerse más. Se dirigió hacia él y le dio un empujón. Como este no se lo esperaba, perdió el equilibrio, resbaló con la nieve y cayó sobre un enredo de brazos y pies. Al principio quedó sorprendido, pero al ver lo que había sucedido, comenzó a reír.

–Éramos dos mocos –decía entre carcajada y carcajada.

Katara sonrió de nuevo.

–Bueno, sólo tú, yo no –se burló de su hermana. Y, carcajada. Carcajada, carcajada carcajada.

Como no desistía, Katara se abalanzó sobre él, riendo.

Hace dos años, Ozai se declaró señor del fuego. Cada bimestre, o mejor dicho, cada ciclo (*), una oleada de soldados de la Nación del Fuego, viene a recoger las contribuciones. No solo de la Tribu Agua del Sur. Cada Nación debe donar todo su dinero, y bienes. Nosotros, apenas hemos podido darles un penique (#), y todas nuestras colectas de alimentos, así como también de pieles. Rechazan nuestro penique, ellos quieren talentos. Muchas de estas ocasiones, se han llevado a un miembro de nuestra Tribu como esclavo. Por eso, cada vez somos menos.

Aunque tenemos una Tribu hermana, nunca nos ayudaron. Tampoco recibimos noticias sobre ellos. Vivimos totalmente aislados de cualquier otra Nación. Y, la Tribu Agua del Sur se va muriendo. Sólo quedan mujeres y niños. Y, sólo queda una última maestra agua.

–Vamos a disfrutar del día –dijo Sokka poniéndose en pie.

Katara asintió con la cabeza y le tendió una mano a su hermano para que la ayudara a levantarse. Se arregló el pelo y comenzaron a caminar.


Habían hecho una hoguera con las piedras que habían cogido por el camino, y estaban sentados alrededor esperando a que se acabaran de hacer los demás pescados. Aunque estaban en medio de una gran extensión de hielo con pequeñas montañas, se podía decir que se encontraban a gusto.

–Pruébalo Katara. –dijo Sokka con la boca llena del pescado que tenía entre las manos. Le tendió el resto del pescado a su hermana.

Estaban rodeados de las mochilas con los utensilios y el material que habían cogido para el día.

Katara que había estado observando a su alrededor, estudiando cada rincón con la esperanza de encontrar el filo del hielo para practicar con el agua. Se giró y miró a su hermano con el brazo estirado tendiéndole el pescado. Miró ahora el pescado, ahora a su hermano, y suspiró.

–No hables con la boca llena –ordenó. Y, cogiendo el pescado de las manos del chico, se levantó. Se dirigió hasta lo que parecía que empezaba el mar.

Sokka la miraba de lejos. Aún con la boca llena le dijo:

–¿A dónde vas?

Katara se paró, y volvió con su hermano.

–Ten –dijo, y le dio el pescado– y, ten –le tendió su abrigo. Y, de nuevo se volvió a alejar con grandes zancadas hasta la orilla del hielo.

Sokka miró lo que tenía entre sus manos y después a su hermana.

–¿A dónde vaaass? –repitió, pero esta vez con más ímpetu.

Katara se acercó al máximo posible del borde del hielo. Se giró y le levantó los pulgares a su hermano, con una sonrisa en la cara.

–Quiero probar algo.

Sokka se giró hacia la hoguera y dijo:

–Quiero probar algo –se burló él, haciendo muecas con la boca.

Katara frunció el ceño.

–¡Eh! ¡Estaré lejos pero no estoy sorda! –dijo, enfadada, dándose unos golpecitos en la oreja.

–Ponte a jugar con el agüita, anda –replicó.

A pesar de que nuestra Tribu ahora está formada por cuatro casas con cuatro gatos, antiguamente había sido una de las más poderosas, en todos los sentidos. Como ahora lo es nuestra Tribu hermana. Pero, con la proclamación de la guerra, muchos maestros agua se mudaron allí, en la Tribu Agua del Norte, con el fin de hacer de ella una nación poderosa y, hacer frente a la Nación del Fuego.

Cuando nací y mostré los primeros signos de que podía hacer agua control, Kanna envió un mensaje a la Tribu Agua del Norte para que me enseñaran y, con el tiempo, convertirme en una maestra agua. Ese mensaje fue dirigido a uno de los mejores maestros agua del mundo. Su nombre es Pakku. Kanna nunca me habló de él, y siempre que le preguntaba, evitaba responderme.

–¡Eso es lo que voy a hacer! –contestó ella, y le sacó la lengua.

Katara dejó ir un gruñido de exasperación y se giró de nuevo hacia el agua.

El caso es que, Pakku se ofreció para enseñarme. Así que, a las semanas de recibir la carta, se mudó aquí. Estuvimos tres años practicando noche y día, cuando yo tenía doce años. Pero, nunca pude llegar a controla mi elemento del todo, no a cien por cien, porque tuvo que marcharse por cuestiones políticas. No me enseñó lo bastante para que fuera una maestra agua. Aunque no lo domine del todo, tengo bastante control. Se defenderme.

Una vez en la Tribu Agua del Norte, Pakku envió un mensaje disculpándose. Explicaba que, necesitaban reconstruir las majestuosas murallas que rodeaban la Nación porque habían sido derruidas por un ataque de la Nación del Fuego. Y que, una vez que acabara, volvería para seguir instruyéndome.

Aún sigo esperando la llegada de mi maestro.

Katara se fijó en el agua, y empezó el ritual que su maestro le enseñó. Cerró los ojos. Fijó los pies en el sólido hielo. Extendió los brazos y cerró su vínculo con el del agua. Ya notaba la sensación de bienestar, la tranquilidad que le daba hacer aquello. Sentía cada centímetro de agua que la rodeaba; el hielo en la que estaba de pie, las corrientes de agua que pasaban por debajo de ese hielo, el agua del vaso de Sokka… Antes de ponerse a practicar, Katara siempre quería familiarizarse con el entorno, con lo que la rodeaba.

Pingüinos nadando, una ballena más allá, una roca encima de… no, una roca no, un iceberg. Eso es, un iceberg. Un oso polar, una…

Paró. De pronto, abrió los ojos. Ladeó la cabeza y arqueó las cejas.

Un iceberg, pensó. Se cruzó de brazos y se dio unos golpecitos en los labios, cavilando. Lo habré sentido mal, se dijo. Y, dejando de lado el asunto, retomó su entrenamiento. Se concentró de nuevo cerrando los ojos. Pero, su atención se centró de nuevo en el iceberg.

Maravillada, se puso a caminar de derecha a izquierda, y paró. De pronto se le ocurrió algo; sacar a la superficie ese enorme trozo de hielo. A ver si soy capaz, se dijo. Cuando vuelva a ver a Pakku no se lo va a creer, sonrió para sí.

Dicho y hecho. Puso la correspondiente postura para hacer agua control. Se congeló los pies para evitar caerse, y centró todos sus sentidos en la masa de hielo que estaba justamente debajo de ella. Aunque le costara, no pararía hasta conseguir su objetivo.

Desde lejos, Sokka había terminado con el pescado, y la miraba distraído mientras limpiaba su espada. Lanzaba miradas furtivas. Al ver que, del agua, comenzaba a sobresalir un trozo de hielo, paró. Dejó a un lado la espada, y se levantó. Apagó la hoguera y se desperezó como un gato. Justo cuando se dio la vuelta, la gran masa de hielo ya estaba fuera. Asustado, corrió al lado de su hermana.

La gran masa de hielo tenía forma esférica. Era de un hielo consolidado. Duro y resistente. Era muy grande. Al ser depositada encima de la superficie helada, hizo un crujido, como si el suelo fuera a ceder y volviera a caer otra vez al agua.

Contenta y satisfecha de su trabajo, Katara se limpió, con la manga de su parka, el sudor de la frente.

–Wooo… Cómo…pero… –balbuceó Sokka. Había venido corriendo, y se encontraba ahora al lado de su hermana mirando la esfera.

Ambos se quedaron mirando por unos instantes aquella masa de hielo. Al darse cuenta de las tonterías que había dicho, Sokka se aclaró la garganta y dijo:

–¡Aparta, Katara! –mandó, y se puso delante de ella. Cogiéndola por el brazo, la tiró hacia atrás–. ¡Puede ser peligroso!

Katara no hizo intención de librarse. Seguía contemplando la esfera. Comenzaba a parecerle bonita.

–Es preciosa –comentó.

Sokka dejó de arrastrarla. Le soltó el brazo y se puso a mirar también la esfera.

No tenía deformación alguna. Sin defecto alguno. Era totalmente redonda y lisa.

–¿Crees que es de la Nación del Fuego? –preguntó, Katara, de pronto.

Sokka parpadeó, anonadado.

–No lo sé –contestó. Seguía mirándola. De pronto se percató de lo que le había preguntado su hermana–. ¿Cómo no se me ha ocurrido antes? –preguntó en voz alta, dándose un golpe en la cabeza, y añadió–: Claro que tiene que ser de ellos.

Dejando de mirar la esfera se volvió hacia su hermana y la cogió por el brazo.

–Quiero ver lo que hay dentro –replicó ella.

Sin soltarla, Sokka la zarandeó.

–¿De verdad? –preguntó– ¿Quieres ver cómo saltamos por los aires? –preguntó, mirándola directamente a los ojos, serio.

Katara puso cara de burla.

–Sokka, ahí dentro no hay ninguna bomba para que salgamos por los aires –contestó. Y para remarcarlo, hizo con los brazos una escena como si saltaran por los aires. Bummm.

Sokka la miró y, se dirigió hacia la hoguera, rápidamente.

–Nos vamos –dijo–. Recoge tus cosas. Nos largamos de aquí. –Ya se había alejado y, estaba comenzando a empaquetar el pescado.

Katara giró la cabeza en dirección a la esfera. La encontraba preciosa, su belleza aumentaba por minutos. Le llamaba la atención ver algo tan uniforme. Dio un paso hacia adelante. Otro paso. Paso paso paso. Voy a abrirla, se dijo.

Sokka paró, y miró alrededor. Al ver que su hermana estaba enfrente de la esfera, soltó lo que tenía en las manos y salió corriendo, tras ella.

–¡No, Katara! –gritó. Hizo un gesto para pararla pero, ya lo había hecho. Demasiado tarde.

Katara levantó el brazo para tocar la esfera y cuando hizo contacto, se escuchó un crujido. Primero uno y, luego, un segundo mucho más fuerte. El hielo se quebró. La esfera se partió horizontalmente. Cedió y, una ráfaga de viento inundó el paisaje. Sokka cogió a su hermana y la cubrió con sus brazos. Pero era tan fuerte que, ambos cayeron en la nieve. Se tapaban entre ellos.

Cuando finalizó, los hermanos volvieron a mirar la esfera. De pronto, una columna de luz se hizo y cayó sobre ella. Corriendo se taparon los ojos, era una luz cegadora. Y, después, nada.

Asustados, dieron varios pasos hacia atrás. Aún sin saber qué hacer, se quedaron allí de pie. Sin palabras. No sabían qué iba a ocurrir. Solamente se quedaron allí, contemplando la esfera abierta por la mitad, horizontalmente.

Sokka pestañeó e inclinó la cabeza hacia su hermana.

–¿Qué has hecho, Katara? –susurró. Fue lo único que le salió. Las únicas palabras que pudo articular.

Katara apenas había escuchado a su hermano. Seguía allí de pie. Sin saber qué hacer, sin saber qué decir. No podía hacer otra cosa que mirar aquel espectáculo.

A pesar de las complicaciones que puede tener vivir en este momento de la historia, hay cosas positivas.


Los hechos eran claros, las intenciones ya no tanto. Seguían paralizados. Era de sentido común hubiera echar a correr, pero esta vez, esa noción hizo una rápida corrección. Reinaba un silencio sepulcral, incluso hasta el tiempo parecía haberse detenido. Lo que parecían ser segundo, pasaron a convertirse en horas.

Katara sacudió la cabeza, y le dio unos golpezitos en el hombro a su hermano. Sokka la miró con los ojos como platos.

–¿Cómo lo has hecho? –preguntó. Tenía la boca abierta formando una o perfecta.

Katara debió de ver sus pensamientos reflejados en su semblante. Negó con la cabeza y dijo:

–Yo no he hecho nada –aseguró.

Sokka le hincó el dedo índice en el hombro y luego señaló la esfera.

–Ahora me dirás que se ha abierto sola, ¿no? –preguntó. Comenzaba a enfadarse. Se recordaba una y otra vez que debería haber parado a su hermana.

Katara lo miró y al comprenderlo, abrió mucho los ojos.

–¿Crees que lo he abierto yo haciendo agua control? –Se señaló.

Sokka la miró de arriba abajo.

–¿Que no es evidente? –preguntó–. ¿De qué otra forma sino?

Katara titubeó. Notaba un cosquilleo en el estómago y le sudaban las manos. Comenzaba a enfadarse por la situación. Perdía fácilmente los estribos. En esos momentos, no pensaba, sólo actuaba. Y ese, era uno de esos momentos.

–Sólo he tocado la superficie de la bola, quería tocarla y ya está –gritó, y señaló dirección a la esfera.

–Creíble. Cien por cien –contestó, y se cruzó de brazos.

Katara hizo un gruñido de enfado y siguió:

–¿Por qué me tienes que echar a mí siempre la culpa? –preguntó. Decía las palabras ya sin pensar–. También es la tuya. –remarcó esta última palabra con ímpetu.

–Mira, en eso tienes razón –dijo con desenvoltura–. De hecho, esa es la razón por la que nos vamos a ir ahora mismo. –Cogió la espada que estaba en suelo–. Así que, no te lo vuelvo a repetir otra vez; recoge tus cosas y larguémonos de aquí.

Katara se ruborizó por su actuación y, de nuevo, su furia empezó a apoderarse de ella. No se esperaba esa contestación de parte de su hermano. No, no era la reacción que se esperaba de él. Pero, no quería irse aún. Necesitaba saber qué había dentro. Averiguar por qué estaba eso allí. Se giró bruscamente y empezó a seguir los pasos de su hermano, hacia la hoguera.

–Vale. Nos vamos, pero la próxima vez que…

Sokka se volvió y le tapó la boca con la mano. Se quedó, por unos instantes, escuchando. De mientras, Katara le lanzaba miradas asesinas. Miró la mano que le tapaba la boca y, se la quitó de encima.

–Pero, ¿qué…

Sokka le volvió a poner una mano en la boca, se acercó a su oído y le susurró:

–Quieres callarte un momento –le pidió entre dientes. Katara lo miró, y dirigió su mirada hacia donde estaba la de su hermano.

Aunque el sonido era muy tenue, apenas inaudible, se podía escuchar. Era un murmullo de alguien. Como si estuviera hablando. Se escuchaba como si estuvieran arañando un papel.

Sokka le quitó la mano de la boca.

–Dime que has escuchado eso y no son imaginaciones mías –dijo con frialdad. Y, un sudor le recorrió toda la espalda.

Katara no dijo nada. Se quedó muda intentando escuchar de nuevo aquel sonido estridente. Miró alrededor. No había nadie más aparte de ellos. La hoguera estaba apagada. No había animales cercanos. Del único sitio de dónde provenía era del iceberg.

–Sokka –dijo apenas inaudible–, creo que viene de dentro de la esfera. –La señaló.

Se miraron y se volvió a producir el sonido, el murmullo. Dirigieron sus miradas hacia la esfera. Katara hizo un paso hacia delante, pero un brazo la cogió por el hombro. Se giró. Sokka negó con la cabeza, ella sonrió y asintió. Se soltó de su agarre y avanzó, decidida, hacia la esfera. A mitad de camino se dio la vuelta y, se encontró a un Sokka mordiéndose las uñas con terror negando, con rigurosidad, la cabeza.

A medida que se iba acercando, el murmullo aumentó, y pudo escuchar conversaciones entrecortadas de una misma persona. Se le hizo un nudo en la garganta y una presión comenzó a apoderarse de ella. Tragó saliva.

–…res levantarte de una vez…

–…nemos todo el tiempo, tenemos que vol…

–…sado, ya no te lo repito más…

La presión aumentó, pero los pies de la chica ya se dirigían hacia la esfera. Los pelos de la nuca se le erizaron y una gota de sudor le corrió por la espalda. La voz parecía de alguien joven.

–…ré y te dejaré aquí solo…

–…enga vamos, levántate…

–…toy cansando…

El tono de la voz comenzó a ser tirante e incluso daba miedo. Era evidente que la persona estaba enfadándose.

Katara intentó mirar a través del sólido hielo pero no pudo ver nada. Miró hacia arriba. La única manera de entrar dentro era trepando por ella. Así que, Katara se hizo una pequeña escalera de hielo, haciendo el mínimo ruido posible. Antes de subir, se recompuso, inspiró y comenzó a subir lentamente por los escalones. A cada paso que hacía, los escalones emitían un sonido roto, como si estuvieran alertándola de que no subiera. La conversación cesó, y ahora lo único que podía escuchar era su respiración entrecortada. Al final de los escalones, paró. Le latía el corazón tan fuerte que le palpitaba en las sienes. La presión del pecho parecía apoderarla del todo, y se le hizo imposible tragar, por el nudo que tenía en la garganta.

Cerró los ojos e intentó tranquilizarse. Serenó, primero, la respiración. Me asomaré un poco, a ver quién hay y bajo corriendo, se dijo. Se incorporó, y asomó un poco la cabeza por encima del hielo.

Podría haber echado a correr, o simplemente gritar. Pero se quedó mirando la imagen que tenía ante sus ojos. Era la última escena que podría haberse imaginado. Como la esfera se rompió horizontalmente como cuando se rompe un huevo por la mitad, quedaba todo lo de dentro al descubierto. Al ser redonda, abajo del todo, la parte inferior, tenía forma de cuenco.

Es abajo donde Katara vio a los individuos. Era un chico y al lado de él, un animal, enorme. Parecía un enorme oso polar pero con cara de bisonte. Tenía seis patas y una enorme cola. Increíble, pensó Katara, Nunca he visto algo parecido. El pelaje parecía suave. Lo que contrastaba era el beige con las líneas marrones. No, líneas no. Parecen flechas, se maravilló. Era todo de color beige, excepto la flecha de color marrón que le baja, desde la cabeza hasta la cola, donde se bifurcaban.

El chico parecía estar durmiendo. Estaba sentado, enfrente de la cabeza del animal, con las piernas cruzadas. En silencio. Como daba la espalda, no pudo ver la expresión del chico. Iba vestido con ropas sencillas. ¿Amarillas y naranjas?, se extrañó. Era calvo y, Katara pudo vislumbrar que, también tenía una flecha. Aunque la del chico era de color azul.

Katara frunció el ceño. Aquellos dos parecían haber sido extraídos de otra época de la historia. Se tocó la barbilla pensando; lo más extraño es que ambos hubieran estado dentro de esa bola y estén sentados tranquilamente, como si no pasara nada. ¿Cómo puede ser? ¿No se han congelado?, pensó. Pero se interrumpió cuando Sokka le llamó la atención, saltando como un desesperado.

Katara levantó la mirada y lo miró. Sokka hizo señas con los brazos para que bajara. Como no recibió respuesta de su hermana, la señaló con el índice y luego al suelo, justo al lado donde estaba él.

Ella miró dentro de la esfera y luego a su hermano. Con la mano, hizo un gesto para que se acercara. Y poniéndose un dedo en el ojo, señaló dentro del iceberg.

Sokka negó con la cabeza, y volvió a repetir los gestos que había hecho anteriormente, para que bajara. Clavó la espada en el hielo y cruzó los brazos, mostrando que se estaba enfadando.

Katara asintió con la cabeza. Juntó las manos en señal de súplica y puso cara triste.

Sokka sacudió la cabeza otra vez. Aquella conversación de besugos la estaba enfureciendo. Así que, cuando habló no se percató que no estaba sola.

–Por el amor de Dios, ¿quieres venir un momento? –gritó. Aunque lo que le hubiera gustado, habría sido arrástralo hasta donde estaba ella.

Puso las manos en las caderas esperando la reacción de su hermano. Pero, este se puso las manos corriendo en la boca, y señalo enérgicamente el iceberg.

–¡Hola!

Se asustó tanto que cayó de las escaleras a abajo, directamente. No pudo hacer nada para evitar el caerse. Como había estado dando la espalda, arriba en los escalones al chico, no se había dado cuenta de que había estado a su lado antes de que hubiese caído.

Cayó de espaldas, y para amortiguar el impacto, puso la mano derecha hacia atrás. Pero no le sirvió, la mano resbaló y cayó encima del brazo derecho. Se había hecho daño, de eso no hay duda. Aunque no lo bastante como para que se lo hubiera roto.

–¡Katara! –gritó Sokka. Se acercaba corriendo a grandes zancadas sin dejar de mirar a su hermana.

Katara miró hacia arriba donde estaba el chico. Había saltado, como si nada, de lo alto del iceberg, y estaba ahora a su lado intentado ayudarla a ponerse en pie.

–Lo siento mucho, ¿te has hecho daño? –preguntó. Tenía una mirada de preocupación en la cara.

Le ayudó a incorporarse. Aún seguía un poco aturdida por el golpe. Se hizo unas friegas en el brazo derecho y lo miró otra vez.

–Sí, no pasa nada –mintió. Cada vez que se tocaba la extremidad hacia una mueca de dolor. Se dio cuenta de que el chico le seguía mirando con cara de preocupación. Para restarle importancia y cambiar de tema, añadió–: Me has asustado, eso es todo.

El chico se miró los pies.

–En cuanto a eso, también te tengo que pedir dis…

–¿Estas bien Katara? –preguntó Sokka, se encontraba al lado de su hermana examinándola. Al ver que no le pasaba nada se giró hacia el otro–. ¿Se puede saber qué pasa contigo? –pidió con frivolidad–. ¿Quién eres? ¿Qué quieres de nosotros? ¿Qué hacías ahí dentro metido?

El chico alzó las cejas y miró a los dos hermanos. Katara cruzó los brazos y Sokka empuñó la espada hacia él, amenazadoramente.

Ahora que estaba enfrente de ellos, Katara pudo examinarlo más detenidamente. Su expresión, serena. Los ojos, grises azabache. Los labios formaban una delgada línea. Y, en cuanto a la estatura, era más o menos igual que ella. Pero, más pequeño que Sokka.

El chico suspiró. Y bajó los hombros, derrotado.

–Mi nombre es Aang –comenzó–, vengo del Templo Aire del Sur. –Hizo una pausa pensando en lo que le habían preguntado, para responder por orden, prosiguió–: Resulta que, vosotros me habéis encontrado primero. Yo estaba intentando levantar a Appa. –Se giró e indicó dentro de la esfera de hielo–. Y, en cuanto a la última pregunta… –Se dio unos golpecitos en el labio fingiendo cavilar– no tengo ni idea.

Sokka fijó la vista hacia aquel extraño. Luego, bajo la espada y puso cara de burla.

–Te crees muy listo, ¿verdad? –se burló. Y cambió la cara. Se acercó al chico y le dio un pescozón en la cabeza. No muy fuerte, pero lo suficiente como para que quedara marcado.

–¡Sokka! –exclamó Katara perpleja.

El chico se tocó el lado donde le habían dado el manotazo.

–Supongo que me lo merecía.

Sokka asintió con la cabeza. Se agachó para coger su espada. Detrás de él, Katara echando humo. Dio unos pasos hacia delante y se plantó delante del chico.

–Aang, no se lo tengas en cuenta –pidió mirándolo, e hizo un gesto con la cabeza indicando a su hermano que estaba detrás–. Mi hermano es muy tozudo y muchas veces hace tonterías.

Aang, fregándose la cabeza aún, miró más allá donde estaba Sokka, que ahora estaba mirándolos. Dirigió su mirada hacia Katara. Se balanceaba un tanto nerviosa. Se dio cuenta que se había sonrojado. Se la veía decidida, elegante, jovial… Tenía el cabello negro y largo, los ojos azules turquesa, unos labios rojos bien definidos. Una nariz suave y delicada. Todas las facciones de la chica, le llamaron la atención. En resumen: era hermosa.

Se dio cuenta que llevaba tiempo observándola, como un tonto. Katara desvió la mirada hacia el suelo para ocultar su sofoco. Sokka carraspeó detrás de ellos. Fue él que sacó fuera de sus pensamientos a Aang. Sacudió la cabeza y sonrió de oreja a oreja a la chica.

–Así que Sokka es tozudo, ¿eh? –le dijo en voz baja, riendo.

Katara levantó la cabeza. Esbozó una sonrisa traviesa.


El sol se encontraba ahora en el punto más alto. A pesar de que calentaba, en el polo sur hacía mucho frío. Después del pequeño encuentro que habían tenido los tres, Aang les había presentado a su bisonte volador. Resulta que la enorme bestia había mostrado un especial interés con Sokka. Aunque este, no le gustaba ninguno de los dos; ni el chico ni la bestia. Katara por el contrario los consideró increíbles. A los dos.

Como los hermanos no pudieron con anterioridad recoger sus pertenencias, decidieron encender de nuevo la hoguera y cocer el resto del pescado. Estaban sentados alrededor de ella. Mientras dos pescados se hacían, Sokka tendió un pescado a cada uno de los dos. Katara le dio las gracias.

–Eeee… Sokka, yo no como pescado –dijo, Aang, levantando las manos. Señaló el pescado.

Sokka miró el pescado y luego al chico. Seguía sin confiar en aquel extraño. Se encogió de hombros y le dio un bocado al pescado.

–Aquí no tenemos un menú para que escojas lo que te viene de gusto, ¿sabes? –dijo con aire despreocupado. Dio otro bocado al pescado.

Otra vez hablando con la boca llena, se dijo Katara. Miraba a su hermano por el rabillo del ojo.

–No Sokka, no es eso –intentó explicarse Aang–. Verás, es que soy vegetariano.

Sokka que estaba tragando el pescado, abrió mucho los ojos y lo miró. Se atragantó y comenzó a toser como un loco, arañándose la garganta. Katara le dio un golpe seco en la espalda. Sokka la miró agradecido. Se volvió hacia Aang.

–¿Perdona? –pidió sin miramientos.

Aang los miró a los dos y se puso colorado.

–Nosotros, los Nómadas, no comemos carne porque consideramos…

Sokka se puso en pie y dijo:

–Vaya, vaya. Resulta que nos encontramos delante de Nuestra Majestad. –Hizo una reverencia, se volvió hacia su hermana–. Katara por favor, guarda las composturas delante de…

–Basta ya, Sokka –dijo ella. Tenía la mirada furiosa. ¿Qué mosca le ha picado? ¿Por qué se comporta de esta manera?, se preguntó. Su hermano se sentó–. Creo que hay cosas más importantes para preocuparse ahora mismo.

Sokka asintió con la cabeza. Aang miró a los hermanos. Se fijó que Katara lo miraba. Tenía una expresión decidida.

–Voy a contarte lo que ha pasado, ¿de acuerdo? –le dijo Katara–. Y, luego, me gustaría que me contestaras algunas preguntas, ¿hecho?

Aang asintió con la cabeza. Murmuró un "sí".

–Aang, esta mañana mi hermano y yo habíamos planeado una salida en busca de comida. Mientras descansábamos un rato, yo descubrí que en el fondo del agua había un enorme bloque de hielo.

–¿Qué hacías ahí dentro? –cortó Sokka.

Katara lo fulminó con la mirada. Sokka la miró y volvió a darle un bocado al pescado.

–Cuando he sacado ese iceberg–prosiguió ella, sin dejar de mirar a su hermano–, decidí abrirlo para ver lo que había dentro. –Señaló la esfera detrás de ellos–. Justamente iba a abrirla cuando de repente se quebró sola. Yo solo la había tocado con-la-mano –remarcó las últimas palabras. Sokka la miró de soslayo–, cuando se rajó. Salió tal ráfaga de viento que, caímos. –Aang pareció sorprenderse ante ese comentario–. Pero eso no es todo –continuó–, una columna de luz se iluminó encima, una luz que casi nos deja ciegos.

Katara esperó varios segundos para que el chico digiriera la información.

–Lo único que queremos saber es: ¿qué hacías ahí dentro? –repitió la pregunta que había hecho su hermano–. Es que, ¡ni siquiera te has congelado! –No escondió su entusiasmo.

Aang agachó la cabeza. Sabía que tenía pegado los ojos de los dos hermanos. Tenía los ojos encima. Sabía que tenía que dar explicaciones. Pero no podía. O, al menos, aquí no. ¿Cómo iba a contarles todo lo que había hecho? A pesar de lo muy bien que le cayeran Katara y Sokka, no podía contárselo. Apenas se habían conocido. No hacía ni media hora que había salido de ese iceberg, aún a él le costaba creérselo, como para que ahora se pusiera a relatar media vida suya.

Su cara pasó de completa sorpresa a una profunda tristeza.

Sokka lo miró. Se acercó a su hermana.

–No lo va a decir –dijo en voz baja, prosiguió en voz más alta para que lo escuchara–: Yo sigo pensando que esa luz era una señal para la Nación del Fuego. Para avisarles de que estamos fuera de territorio. –Miró severamente a su hermana–. Y, que ahora mismo, se dirigen hacia aquí.

Los dos levantaron la vista. Aang intrigado y Katara sorprendida.

–Sí –prosiguió–, poco me importa ya lo que estuviera haciendo ahí dentro. Deberíamos volver en cuanto antes, Katara –concluyó con un ademán.

Katara apretó los puños.

–No creo que Aang sea un "espía" –recalcó la palabra– como tú dices. Sobre todo por su forma de actuar, ¿verdad Aang? –Señaló al chico.

Los dos hermanos se volvieron hacia él. El chico compuso la mejor sonrisa que pudo. Katara le devolvió la sonrisa.

Sokka alzó una ceja y dijo:

–Ya claro. Lo que tú digas –dijo, comenzó a recoger sus pertenencias, y señaló las de Katara–: Larguémonos.

Ella se quedó allí en pie sin saber qué hacer.

–¿Está muy lejos? –preguntó, Aang.

Los hermanos lo miraron. Sokka lo miró de soslayo.

–Donde vivís, quiero decir –aclaró rápidamente.

–Un poco –contestó, Sokka, y añadió–: ¿Por qué?

–Porque os puedo llevar encima de Appa.

Sokka miró a su alrededor y sus ojos se posaron en el enorme bisonte. A Katara se le dibujó, poco a poco, una enorme sonrisa.

–Sí, por favor –dijo, sonó muy entusiasta. Carraspeó y probó de nuevo, ahora más seria–: Quiero decir, sí. Sería una buena idea. –Se giró hacia su hermano, expectante.

Sokka soltó un grito de exasperación. Mientras que Aang corrió contento, hacia Appa.


–Entiendo. Esto es grave… Aang, ¿no decías que esto volaba? –se burló Sokka, dando unos golpecitos en el pelaje del animal.

Estaba sentado al final de la silla de Appa. Durante todo el trayecto había estado trasteando en la mochila que tenía el chico. Pero no había encontrado nada interesante: una flauta, una manta… Katara, al contrario, estaba al principio de la silla observando el paisaje y al animal. Le llamaba la atención la manera cómo guiaba Aang al enorme animal; sentado encima de su cabeza, tenía unas riendas atadas, en ambos cuernos. Llevaban diez minutos sin parar, dirección a la aldea. Comenzaba a hacerse oscuro.

–Appa sólo está un poco cansado, ¿verdad? –Acarició la enorme cabeza del bisonte. Este contestó haciendo un gruñido.

Sokka se encogió de hombros y, siguió cotilleando en las pertenencias del chico.

Katara miró hacia atrás y vio lo que estaba haciendo su hermano. Suspiró y, se giró hacia Aang. En todo el trayecto había intentado, una y otra vez, preguntarle varias cosas. Pero, no se sentía capaz. Estaba nerviosa y, comenzó removerse en el asiento. Aang lo notó, pero no quiso preguntarle nada.

–Aang –se atrevió–, no me has contestado la pregunta que te hecho antes.

El chico se mordió el labio.

–¿Cuál? –fingió no saberlo.

Antes de preguntárselo, Katara reemplazó la pregunta por otra que también le hervía. Antes de proseguir agachó la cabeza y comenzó a jugar con un mechón de su cabello.

–Antes habías dicho que eras del Templo Aire del Sur. –Pareció, más bien, una pregunta que una afirmación.

–Mmm… Sí… –contestó él, sin saber si tenía que haberlo hecho, o no. Se giró para mirar la expresión de la chica. Pero tenía la cabeza gacha así que, no pudo verla.

–Por lo tanto, he de deducir que ya eres un Maestro Aire. –Otra vez, sonó como pregunta.

–Sí. Aparte de que lo dicen mis tatuajes –se tocó distraídamente la flecha que tenía en la cabeza.

Katara levantó la vista.

–¿Conociste al Avatar?

Aang agachó la cabeza y negó con la cabeza.

–Yo… yo no –mintió–. Pero hay gente que sí lo ha conocido.

Katara se quedó muda. No lo entendía. Lo miró con expresión perpleja.

–Pues no lo entiendo –dijo, rotundamente–. Se supone que el Avatar tenía que ser un Maestro Aire. Y, de estos, sólo estas tú.

Aang se giró bruscamente hacia ella. Katara levantó las manos.

–Que yo sepa –añadió.

El chico arqueó las cejas.

–¿Cómo que yo soy el único Maestro Aire?

–Hombre, pues porque no hay más. Eres el único que conozco –aclaró.

Ahora era Aang el que no entendía. Abrió la boca para hablar pero Sokka lo interrumpió desde atrás.

–Ya hemos llegado –dijo con júbilo. Señalaba hacía su derecha, dando brincos de alegría.

Aang y Katara se volvieron hacia donde apuntaba Sokka. A lo lejos, se veía una pequeña aldea de no más de cinco tiendas puestas en orden. Entre ellas, también habían casas hechas de hielo. Alrededor del centro.

Katara miró al chico.

–Aang –pidió atención. Este se giró–, creo que mañana debería contarte la situación mundial en la que estamos.

Suspiró y asintió con la cabeza.


Vocabulario:

(*) Ciclo/Bimestre= Mes.

(#) Talento/Penique= Moneda antigua que se utilizó en el siglo primero. Para que te hagas una idea (un talento equivalía a seis mil denarios. Un obrero ganaba un denario al día, así que tendría que trabajar unos veinte años para ganar un talento).

Querido lector. Después de haber terminado de leerla, me gustaría que aportaras tu granito de arena y decirme qué te parece. ¿Muy largo? ¿Aburrido?... Deja tu comentario por favor. Gracias.

Intentaré colgar lo antes posible el siguiente capítulo.

-Asteazkena