Yo de nuevo, despues de algo de tres meses sin subir nada, jeje.
Distante 6, nada más y nada menos.
LES RECOMIENDO SERIAMENTE LEER LA INTRODUCCIÓN DE NUEVO PARA AYUDAR A ENTENDER LA HISTORIA, será necesario para leer entre lineas.
Es un capítulo, así como el anterior y como será el proximo, algo introductorio a la trama principal, con unos pseudo-cliffhanger sobre estos tipos de traje que, como verán más adelante, apareceran en este capítulo.
La espera valdrá la pena, es uno de los capítulos que más me gusto.
DISCLAIMER: En capítulos anteriores.
Capítulo 6: "Herencia" - 1856 palabras.
Capítulo 6
Herencia
Le iba como pisando los talones, el frio era molesto, le entorpecía el andar y se envolvía al uniforme que, ante un mínimo signo de desprolijidad ya sería motivo de llamarle la atención, él piensa.
Subía las escalinatas adentrándose al inmenso cuartel central donde se situaba también la única escuela del cuerpo de alquimistas de Braddok, ahí, en el corazón nevado, oculto por los pinos que rellenaban los espacios que la nieve no podía.
El color caqui del cobertor en aquel sujeto le molestaba, pero debía acercársele quiera o no. La ventisca golpeaba fuerte, pero no en él, que dejó de subir escalones para encontrarse con un gran portón de acero y un fantasma caqui cuidando de él.
Al sujeto le bastó con verle la cara para saber que era un Loudwire, sin dudas su rostro estoico y soberbio, su mirada fría, sus metros ochenta y tantos e incluso su aire a realeza, formaban a un Loudwire. Todo esto le ayudo a saber al instante que se trataba de Frederick Ander Loudwire, pero aun así mantuvo el protocolo y le preguntó su número de identificación.
—Cuarenta y siete. —Dijo Fred, y el gran portal se abrió en sus narices, el hombre del cobertor lo dejó pasar tras calmar una duda que nunca tuvo.
—"¿Era necesario ese color tan horrendo para el cobertor?" —Dijo para sus adentros y atravesó el inmenso portón de acero, este se cerró a sus espaldas; lo esperaba un transporte, que lo llevó desde el mando central, que se hallaba justo tras el portal, hasta la escuela, que estaba a más de un kilómetro de aquel lugar.
Un predio de veinte kilómetros cuadrados cercado por muros, pinos, montañas y nieve, que dentro tenía una docena de edificios, torres, cabañas de campamento y un largo campo de entrenamiento; llevaba el nombre de Escuela Militar Marlene Arpolo, en nombre del célebre líder militar que condujo a Braddok en sus inicios y sembró la ideología del autoabastecimiento y la independencia al poder mayor, fue allí donde Frederick fue consignado y donde aprendería a usar la alquimia de manera que a Braddok le fuera útil.
El edificio más grande consistía en dormitorios, cien de ellos, bien separados, más de la mitad vacíos. Frederick buscó el número cuarenta y siete, y al encontrarlo —y dejar sus cosas— notó ser exactamente el último conscripto asignado, al acomodar su ropa y demás pertenecías abandonó su habitación dejando puesto el cerrojo.
Salió del edificio de dormitorios para encontrar el salón de conferencias no muy lejos, a unos veinte pasos. En la carta donde lo anuncian conscripto debía cumplir un día de llegada y un horario, donde en dicho salón se haría la ceremonia de ingreso.
Al llegar, todos los alumnos sentados, algunos pocos parados a los costados de las gradas, y en frente un escenario con un estrado donde de a poco se iban incorporando los directivos, puntualmente resaltaban, tras y a los lados del estrado, tres de ellos.
—Atención, tomen asiento todos. —Dijo una voz algo suave pero comprensible, era el sujeto detrás del estrado, ni muy alto ni muy bajo, vistiendo un traje y sombrero militar rojo, plagado de insignias. —Soy el General Arthur McDewitt, y estos a mi lado son la Coronel Lemy Thyssen —Una dama bastante joven, de mediana altura y cabello oscuro— y el Teniente Flane Giugast —Un tipo aún más joven, con un aspecto totalmente serio, alto y posesor de un cabello lacio, corto y anaranjado— nosotros somos los mayores en rango de este lugar y por ende los encargados. No voy a dar muchas vueltas sobre qué será de ustedes, solo seré objetivo. Estarán sometidos como mínimo a tres años aquí dentro, cursaran tres clases distintas, la inicial, la media y la avanzada. Solo habrá vacaciones al final del año y durarán veinte días. Solo pasarán a la siguiente clase cuando los profesores lo crean correcto. Y por último, determinaremos en que clase estarán mediante un examen escrito al finalizar esta charla.
Justo en ese punto se oyó una especie de asombro por parte de la mayoría de los jóvenes.
El General se despidió con algunas citas históricas, frases alentadoras e indicando que todos debían ir a los cursos, que allí se tomarían los exámenes.
Luz que no era rompía en los cristales de una sala con cuarenta pupitres llenos de almas heladas; chocaba y peleaba contra las ramas que la ventana cubrían, ventana de aquel salón de cuarenta pupitres los cuales apenas seis estaban poblados por esos que en la otra sala no pudieron entrar, esa sala contaminada de nervios y ansias. Frederick entró a ese curso.
—"Fallar y acertar suponen lo mismo aquí, me depara un futuro de angustia una u otra realidad" —Pensaba Fred y… ¿Se daba ánimos?
Los lápices estaban hechos de árboles que jamás vivieron y las hojas soltaban gritos agobiantes al ser tocados por el grafito. Los exámenes se posaban en las mezas formadas de algún material corrompido por el frío y la persistencia de otros jóvenes que dejaban sus firmas o dibujos tantas veces hasta dejar la madera libre de lectura comprensible, por los garabatos causados por la superposición de esas firmas y dibujos.
Frederick no pudo dejar de pensar en que todo eso no era tan distinto a Stygriwh. Aquellas costumbres vacías que dejaban ver los días bien distanciados; mejor que ningún otro encarnaban aquellos lares de tierras inhabitadas por la vida, reinaba la desolación, la tristeza, los cielos grises.
El lápiz dejó de fluir, finalmente la hoja del examen cedió, Fred lo entregó.
—Olvido poner su nombre. —Dijo el oficial sentado en el escritorio frente a los pupitres.
—De hecho está al reverso.
Río el oficial y le contestó: —Puede marcharse.
Ya fuera del edificio, la ventisca parecía haber crecido durante hacía el examen y el sol —Si es que existía en ese lugar— estaba pronto a caer cual copo de nieve, copos que rompían el cielo violentamente gracias a aquella ventisca.
Fred alcanzó a notar cerca del edificio de al lado un árbol muerto, cuyas ramas quebraban la ventisca en mil pedazos, estaba al costado del caminillo de piedras que guiaba de estructura en estructura a lo largo del predio. Junto a aquel agonizante árbol yacía un banco de madera, sentado en el banco un sujeto, de pelo corto y negro, con una bufanda azul tapándole la boca y un libro cerrado entre sus brazos cruzados —Por el frío probablemente.
Fred lo vio e imaginó que era otro conscripto, y sin darle mucha importancia fue a sentarse allí para quemar un poco el tiempo, no tenía nada que hacer hasta que entregasen los resultados del examen al día siguiente.
Mientras caminaba hacia el banco notaba los edificios de atrás, parecían como oficinas, de varios pisos y muchas ventanas, estaban en muy buen estado. Cuando llegó al pie del asiento notó que había un segundo árbol, aún vivo, dándole un poco de esperanzas y brillo al lugar.
Se sentó al extremo izquierdo y se tapó la cara con esa bufanda que —Él recordaba— había comprado el día anterior de camino al predio, un pueblo pequeño llamado Mapieaze —¿O era Mapiane?— donde el tren hizo una parada para comerciar justamente antes de llegar a destino final que estaba a unos cientos de kilómetros delante. Fue la última parada, y hasta allí se podía ver el sol, y al menos la brisa estaba tan rotundamente congelada.
—Hola. —Una palabra que despertó a Frederick de su sueño, estaba pensando tan perdidamente que hasta puede que se haya dormido unos instantes.
—Buenas. —Devolvió Frederick.
—¿Los viajes te tienen cansado? Vienes de lejos ¿No? —Preguntó el tipo sentado allí con una voz muy baja y lenta, hablaba muy por lo bajo, pero no lo suficiente como para que su voz se perdiera entre la ventisca.
—Sí, vine de muy lejos. —Respondió— ¿Y tú?
—Yo vengo de Mustaine ¿Tu nombre?
—Soy Frederick, Frederick Loudwire.
—Yo me llamo Andrew Pontl. ¿De dónde eres? —Insistía el joven hombre, que a pesar de preguntar no parecía tener interés alguno en lo que Fred decía, no tenía gesto alguno en lo poco que se le veía del rostro.
—Vengo de Stygriwh…
—Debí adivinarlo, es decir, eres un Loudwire. —Andrew dijo y dejó su rostro limpio al descubierto sacándose la bufanda y viendo hacía Frederick. Piel y labios muy pálidos, y ojos color cristal, azules a los bordes y se iban esclareciendo en un tono celeste-blanco sobre el centro.
—Veo que sabes de la historia de los Loudwire. —Respondió Fred.
—Es fácil saber sobre ellos, ustedes los pocos de sangre azul que quedan fueron noticia por unos cuantos años.
—Para nada sangre azul. —Rió muy forzosamente, preguntándose como una persona tan joven como parecía Andrew sabía tanto de lo sucedido con su familia hace ya tantos años.
—¿Me dirás que no te hace explotar de rabia pensar siquiera en la injusticia de Folkside? Ni siquiera pudiste vivir la realeza. —Andrew lo miraba, no a él, miraba más profundo, tenía la vista perdida en un punto imposible de señalar y donde solo aquellos cristales infernales podían romper.
Frederick solo calló…
—El silencio es una respuesta. —Lanzó Andrew.
—Depende de quién pregunte. —Frederick buscó defenderse.
—Yo la tomaré como una.
Frederick volvió a callar, notó que Andrew iba a decir algo pero simplemente calló al verse opacado por una campana que comenzó a sonar.
—Es la campana de reunión, al parecer harán el recorrido por el predio hoy. —Terminó por decir Andrew.
—Deberíamos ir.
Andrew se levantó y siguió el sendero caminando lentamente saludando a espaldas con su palma abierta.
—Hasta luego, tengo algo que hacer, nos veremos luego seguro.
—Hasta luego. —Devolvió Frederick.
Fred se levantó y camino hacia el salón de conferencias. Se fue pensando en Andrew: "¿Qué más sabrá?". En cuanto se dio cuenta ya estaba en el salón y era el último en llegar, otra vez.
Todos los jóvenes se habían subido a dos vehículos, él entró al de atrás.
Y así fue guiado a lo largo del predio durante lo que quedaba de la tarde, conoció los edificios, los campos de entrenamiento, las oficinas y explicaron un poco sobre la historia del instituto Marlene Arpolo. El recorrido duraba algo de una hora ya cuando parecía terminar, fue entonces que se abrió una compuerta metálica del suelo —Cubierta por nieve— frente a la entrada de los hangares y entraron al subsuelo, donde se encontraban las reservas de alimento y medicina, los talleres, los laboratorios y los campos de entrenamiento adaptados, para aprender a moverse y usar la alquimia fuera del clima de Braddok de manera óptima.
Al salir del subsuelo por otra compuerta frente al campo de entrenamiento ya estaba cayendo el espectral y desaparecido sol, y los vehículos los llevaron de nuevo al salón de conferencias. Donde habían unos tipos de traje, y los otros con el uniforme militar de Lancaster, eran guardias; estaban todos parados rodeando el estrado del escenario. En los uniformes y en los maletines que llevaban se podía ver el logo del parlamento.
—Señores y señoras —Decía el General— estos sujetos parecen tener algo que decirnos…
Y hasta aquí otro capítulo, ojalá les agrade.
La buena noticia aquí es... que el capítulo siete ya está casi terminado, y voy a tratar de subirlo en unas semanas.
¡Gracias por esperar y por leer!
Cualquier critica, sugerencia, opinión etcetera los escucho en los reviews/mensajes privados.
Hasta pronto, ahora me voy a seguir con mis trabajos de la escuela (?)