Disclaimer: Saint Seiya no me pertenece.


Cuenta la leyenda que dos caballeros de la diosa Atenea, padre e hijo, vivieron en este bosque hace unos dos siglos. El padre, Ilias, era un hombre muy sabio que estaba en sintonía con la naturaleza. Se comunicaba con su entorno sin necesidad de palabras y educó a su hijo para que llegara a establecer un vínculo con el mundo tan fuerte como el suyo. Inquebrantable. Desgraciadamente, murió a manos de uno de los Jueces del infierno antes de poder lograrlo. Fue entonces cuando su alma se liberó de las ataduras de su cuerpo. Ilias pasó a formar parte del viento, de la corriente de los ríos, de los rayos de sol, de la tierra.

Su hijo, Regulus, logró ganarse la armadura que había llevado su padre. Se trataba de un joven muy inteligente y era perfectamente consciente de que el vínculo que Ilias mantenía con el universo era mucho más fuerte que la muerte. Echaba tanto de menos a su padre que pasó el resto de su vida buscando una manera de comunicarse con él, tratando de sentir su reconfortante presencia. Dicen que lo logró después de enfrentarse al asesino de su antecesor en un intento vano de vengarle. Fue solo unos segundos antes de que su corazón se rindiera cuando sus ojos se abrieron a la verdad que su padre había conocido tiempo atrás. Igual que había pasado con el su progenitor, la muerte sirvió para alcanzar la libertad y pasar a formar parte del universo.

Regulus se reencontró con Ilias y decidieron volver a este bosque para proteger la vida que este alberga. Se dice que pasaron los que quizás fueran sus mejores años en este lugar y que por eso decidieron volver tras encontrarse de nuevo al fin.

Ellos son el viento que lleva el polen de flor en flor; el mismo viento que arrastra a las nubes en tiempos de sequía para que descarguen el agua que llevan sobre la verde hierba.

Ellos son la tierra fértil que sirve de alimento a la flora autóctona y da cobijo a la fauna.

Ellos son la corriente del río que sirve de hogar para tantos peces y anfibios.

Ellos son cada uno de los rayos de sol que bañan el manto verde que cubre este lugar.

Ellos son los guardianes inmortales de este bosque.


El joven lemuriano acabó de contar su historia y se agachó para dejar una flor en una lápida desgastada por el paso del tiempo. Mientras tanto su compañero, ligeramente molesto por haber perdido un día de entrenamiento, no pudo evitar sentirse maravillado al contemplar la belleza sencilla de aquel lugar.

—¿Me has traído aquí solo para contarme una leyenda, Mu?—preguntó, expresando su descontento mientras Mu volvía a erguirse.

—Mi maestro me contó la historia de esos dos caballeros y pensé que te interesaría oírla ya que ambos llevaron la armadura de Leo. Solo te he traído porque imaginé que te gustaría conocer a tus antecesores—respondió el caballero de Aries, tendiéndole otra flor a Aioria de Leo. Este la aceptó, imitando el gesto que había hecho antes su compañero al dejar la flor sobre la lápida.

—Se nos está haciendo tarde. Deberíamos regresar al Santuario—dijo el caballero de Leo pasados unos segundos de respetuoso silencio, admirando el paisaje brevemente antes de dar media vuelta—. Es posible que vuelva a este lugar. Parece un sitio tranquilo. Quizás así mis antecesores me protejan de las locuras del Santuario.