¡Hola a todos! Este es mi nuevo fic, con el que me voy al fantástico mundo de Lost Canvas. Espero poder respetar la esencia de todos los personajes creados por Shiori Teshirogi, ya que todos y cada uno de ellos los creó la mente de esta genial mujer.

Espero que disfrutéis de la lectura :).


SUEÑOS TRAS EL METAL

El destello de un inmenso poder había alterado la tranquilidad de Defteros. Esa energía que había percibido en un momento no procedía de la tierra...ni del Santuario. Era muy conocedor de los cosmos que anidaban en su odiado Santuario, y ese poder parecía emerger de las mismas profundidades del infierno. Abrió bien sus ojos y puso todos sus sentidos alerta mientras salía con cautela de la cueva que se había convertido en su hogar desde hacía dos años. Desde ese fatídico día. Desde que su puño arrebató la vida de su hermano.

Los vapores que emanaban del volcán eran densos. Calientes. La cáustica atmósfera de esas inóspitas tierras había curtido su piel. Ensombrecido sus rasgos. Afilado su mirada. Y su corazón. Con calma salió de su refugio, buscando con su cosmos algún rastro de la energía que lo había arrancado de su pequeño mundo. Pero no había nada. De la misma manera que había aparecido se había vuelto a esfumar. Por completo. Avanzó unos pasos entre los vapores, recorriendo un camino de piedras que sus pies ya se habían aprendido de memoria, observando a su alrededor como bestia que se siente vigilada. Tenía el ceño completamente fruncido, achicando sus ojos debido a la quemazón que le producían los vapores que emergían del cráter. Siguió avanzando, reconociendo el terreno, respirando ese ambiente que nada indicaba que fuera precisamente curativo. Seguía sin encontrar rastro de la desconocida energía que lo había envuelto en un instante. Inspiró hondo, deteniéndose en medio de esas tierras que ahora le pertenecían, disponiéndose a volver a su guarida. Pensando que quizás había sido su imaginación la que le había jugado una mala pasada. Fue cuando empezaba a deshacer su camino que un destello de luz llamó su atención de nuevo. Algo había brillado entre la permanente neblina del lugar. Un reflejo dorado que le produjo un inmenso malestar. Sus pasos andaron decididos hacia donde había divisado esa ráfaga de luz, y sus ojos se agrandaron cuando descubrieron un cuerpo yaciendo sobre la caliente tierra. Ese cuerpo, aparentemente sin vida, vestía solamente la mitad de su armadura dorada. El resto de la armadura estaba dispersada por doquier, y sus doce armas empezaron a cobrar vida cuando notaron que su presencia se aproximaba. Se elevaron en posición de ataque hacia Defteros, protegiendo lealmente a su dueño, como si estuvieran dotadas de voluntad propia. Defteros sonrió amargamente frente a la escena que acababa de contemplar, y con un simple gesto de su mano hizo que todas las armas cayeran al suelo de un plumazo. Se acercó con determinación hacia el cuerpo inerte de un jovencísimo caballero dorado, sorteando cada una de las armas que tan fácilmene había desactivado. Llegando al caballero derrotado. Observándole con indiferencia.

- Dohko...¿cómo has podido llegar a este estado? Te creía más poderoso... - dijo Defteros para sí.

Lentamente se arrodilló frente a Dohko y le tomó el pulso con sus toscos dedos, presionando su cuello. Sintiendo una tímida vida latir con debilidad dentro de él. Observó ese cuerpo tendido lleno de sangre y heridas y poco a poco lo volteó, descubriendo que gran parte de la sangre emanaba de una herida justo en la zona de su corazón. Una sombra cruzó por su mirada, recordando por un instante que su propio puño también atravesó el cuerpo de su hermano para detener su corazón. Pero no dejó que ese pensamiento se adueñara de él otra vez, y sacudió la cabeza con fuerza, como si ese simple gesto pudiera borrar sus recuerdos. Sus ojos volvieron a recorrer el cuerpo inconsciente de Dohko, pensando en cómo diablos había llegado hasta allí en ese lamentable estado. Dándose cuenta en ese preciso instante que Dohko no había venido solo...que alguien se había encargado de traelo hacia la isla. Esa energía...claro...fue la persona que emanaba esa extraña energía la que llevó a Dohko hacia allí. Pero...¿por qué?. Los vapores del volcán de la isla Kanon eran curativos, o eso se había creído siempre. Quién trajo a Libra hacia él sabía lo que se hacía...le estaba dando una segunda oportunidad. Pero lo más misterioso aún era...¿quién? ¿algún espectro de Hades? ¿Y qué espectro haría algo así...? Eran demasiadas preguntas sin respuesta, y Dohko no estaba en condiciones de responderlas.

Defteros se puso en pie de nuevo, sin dejar de observar al caído Caballero de Libra. No era el primero, aunque él aún seguía con vida. Otros ya habían gastado su corta vida en la Guerra Santa. Su mente empezó a recordar sus nombres, uno a uno...Albafica...Aldebarán...Manigoldo...ElCid...Asmita...Un atisbo de tristeza cruzó su rostro por un momento al recordar a Asmita. Tragó saliva como pudo mientras volvía la vista hacia Dohko. La guerra estaba avanzando más rápidamente de lo que jamás hubiera imaginado. Pero esa no era su guerra...no tenía por qué ayudar a Dohko. Sintió deseos de dejarlo abandonado a su suerte, de no involucrarse en algo para lo que él jamás fue llamado. Si Dohko había caído en batalla no era su problema. Él había ido a la Isla de Kanon para convertirse en un ogro, en un ser sin sentimientos ni escrúpulos. En lo que siempre debió ser. Sin pensarlo deshizo sus pasos hacia su cueva, adentrándose en ella para seguidamente tomar asiento frente a una pequeña fogata que le acompañaba por las noches. Observando con frialdad, a través del fuego, la caja de Pandora donde descansaba la armadura de su hermano Aspros. Aborreciéndola como siempre había hecho. Sintiendo como resonaba tímidamente por saberse en la proximidad con otra armadura dorada. Con una compañera de armas. Con un camarada de batallas. Defteros chasqueó la lengua y miró la caja con desprecio.

- ¿Desde cuando te has vuelto tan sentimental tú? - espetó, lanzando una mirada de indignación a la caja dorada.

La encerrada armadura seguía resonando, cada vez con más insistencia, rogándole a Defteros que no dejara a Dohko a su suerte. Que él podía ayudarle...que el joven de Libra no había tenido nada que ver en su desgraciado destino. Que no dejara que muriera lo que le quedaba de humano en su corazón...Defteros no quería escuchar nada que proveniera de esa armadura, ni siquiera comprendía porqué había accedido a llevársela con él. No le pertenecía...nunca lo hizo. Y ahora no dejaba de martillearle la mente con mensajes de falsa nobleza y dignidad. Defteros lanzó una mirada cargada de desprecio hacia esa caja de metal que le recordaba todo lo que pudo haber sido y nunca fue, pero algo se removió en su interior cuando le pareció ver que los rostros de los gemelos le devolvían la mirada. Una mirada llena de silenciosos ruegos. Llena de sentidas súplicas...Defteros gruñó por lo bajo, concentrándose en el fuego, el cual iba alimentando añadiéndole unos cuantos troncos más de leña. Sin poder aislarse del lamento de esa maldita armadura.

- ¡Ya basta, Géminis! ¿Qué pretendes que haga? ¿Que le ayude? No tengo ninguna obligación de hacerlo...- espetó Defteros con rabia, volviendo a mirar la caja dorada de reojo.

La armadura de Géminis cada vez resonaba con más fuerza e insistencia, y las vibraciones que emitía se instalaron en el estómago de Defteros, provocándole un intenso malestar. Si no hacía nada para detener esas vibraciones acabaría enloqueciendo, y no tuvo más remedio que desistir de mantener su negación. Se puso en pie con brusquedad, pasándose las manos entre sus enmarañados cabellos, bajando los brazos con rapidez al momento que soltaba un gruñido.

- ¡Está bien, está bien! ¡Cállate de una vez! Iré a buscarle...pero no voy a hacer nada para sacarlo de ese estado. Si tiene que volver a la consciencia lo tendrá que hacer por él mismo.

Con determinación salió de la cueva y se dirigió con rapidez hacia donde yacía el malherido cuerpo de Dohko. Sus ojos se posaron sobre la inmóvil figura por un instante, y le observaron con frialdad. Después de suspirar profundamente, se agachó y tomó a Dohko entre sus brazos, cargando con él sobre sus hombros, sin mucha delicadeza. Los restos de la armadura de Libra también resonaban, temerosos del destino de su portador, pero Defteros no hizo caso. Volvió hacia su guarida, y dejó el cuerpo de Dohko en el suelo, recostado contra la pared. Una luz cegadora iluminó la gruta durante unos instantes, y cuando la llamarada desapareció Defteros pudo ver que los restos de la armadura de Libra se habían movido hacia donde descansaba su dueño. Las doce armas prohibidas de Athena se posicionaron alrededor del cuerpo al que defendían, creando un perímetro de seguridad, listas para abalanzarse contra cualquier amenaza que pudiera hacer peligrar la poca vida que aún latía dentro de ese cuerpo.

Por fin las armaduras habían dejado de resonar y Defteros volvió a tomar asiento frente la pequeña hoguera, observando la escena con indignación. Y tristeza. Indignación porqué odiaba como una armadura podía ser tan fiel a su dueño. Le asqueaba ver esa demostración de lealtad. Y tristeza porqué él nunca supo qué se sentía sabiéndose digno merecedor de tal lealtad. Su apagada mirada se deslizó de Dohko hacia la caja de Pandora que guardaba a Géminis, ya en silencio. Y no pudo evitar pensar en cómo había transcurrido su triste vida en el Santuario. Se había prometido una y mil veces olvidar todo lo que había sufrido entre aquellas piedras. Esa era la única manera de hacerse fuerte. De hacerse un nombre que todo el mundo pudiera recordar. Pero su mente le traicionaba cada día de su vida sin compasión. Y cada vez que cerraba los ojos veía la humillación cernirse sobre él.

No podía olvidar la cárcel a la que lo confinaron tan solo poner sus pies en el Santuario.

No podía olvidar a Aspros.

No quería olvidar su crimen.

Continuará