A/N: ¡Hola! Quisiera partir diciendo que al comenzar esta historia tenía algo de dudas por la temática y porque si bien estaba tan clara en mi mente, no sabía si podía llegar a plasmarla bien. Definitivamente no esperaba que tuviese la buena recepción que tuvo. Aquella fue una muy agradable sorpresa...

Este epílogo creo que sigue la línea de la historia, si bien no ahonda mucho en sus vidas, espero pueda trasmitirles la visión y sentimientos de los personajes respecto de las mismas.

Gracias de todo corazón a quienes fueron parte de esta historia, ojalá nos volvamos a encontrar.

PD: Responderé sus comentarios en cuanto pueda (los de este epílogo y los del capítulo final), pero sepan que los leo siempre.

PD2: Se menciona la asexualidad en una parte y quiero que sepan que si bien entiendo que hay dos posiciones científicas al respecto, yo sólo he tomado en consideración una de ellas, y por eso el diálogo se desarrolla de esa forma. Lo anterior no busca ofender a nadie que piensa que la otra postura al respecto es la cierta. El tema no es relevante en la historia, pero quiero aclararlo para evitar confusiones y ofensas.

Disclaimer: Ni Glee ni sus personajes me pertenecen.


Epílogo: Felices por siempre

–¡Lucy!

Aquel grito se escuchó por toda la casa. Miró hacia todos lados antes de decidir caminar hacia la voz que la llamaba. Las puertas de las habitaciones de Maia y Beth estaban abiertas y nadie habitaba en su interior, aquello sólo podía significar una cosa: reunión familiar.

Rápidamente apuró sus pasos y llegó hasta la sala; inhaló antes de entrar, preparándose para cualquier cosa. No alcanzó a saludar cuando la voz que tanto idolatraba le habló.

–¿Qué significa esto? –Rachel con un papel en la mano la miraba expectante.

–Yo… eh…

–Lucy Barbra Fabray-Berry, tu madre te hizo una pregunta y queremos una respuesta –puntualizó Quinn mirando lo más duramente posible a su hija más pequeña.

–Timmy estaba hablado mal de mami y yo me molesté –fue todo lo que la castaña dijo, para luego buscar con la mirada el apoyo de sus hermanas.

–Las cosas no se solucionan a golpes –razonó Rachel–. Debiste hablar con algún profesor.

–Le dije a la señorita Stevenson, pero no hizo nada y Timmy seguía diciendo cosas feas de ti, mami –explicó la menor de las presentes.

–Si la profesora es incompetente, no puedes culpar a Lucy, mamá –dijo Beth mirando a Quinn, que aún tenía su ceño fruncido.

–Entonces, ¿lo correcto es la violencia? ¿Qué hubiese pasado si Lucy salía herida? –bufó molesta la fotógrafa.

–Pero está bien y ese imbécil se llevó su merecido. Ahora sabe que no debe hablar mal de mami –señaló Maia abrazando a su hermana menor en señal de apoyo.

–Entiendo que quieran defender a su hermana, pero no pueden enseñarle que la violencia está bien –expuso la morena–. Ya no son unas niñas y Lucy sigue su ejemplo. Aunque la profesora sea una incompetente, Lucy debió esperar hasta el final de la jornada y hablar con nosotras. Yo no necesito que mi hija de siete años me defienda a golpes de los comentarios de un niño de su edad.

–La van a castigar en el colegio, ¿y ustedes pretenden hacer lo mismo? Lucy hizo lo que correspondía, habló con su profesora y ella no hizo nada. ¿Debía quedarse escuchando las ofensas de ese niño de manos cruzadas? –cuestionó Maia enojada.

–Tampoco fue nada tan grave, ni siquiera le rompió un hueso, fue un simple empujón que el niño no pudo soportar –agregó Beth restándole importancia.

–Tienes diecisiete años, Maia y tú tienes veintiuno, Beth… ¿de verdad pretenden comportarse como niñas? Lo que hizo Lucy estuvo mal y no lo vamos a celebrar o defender –sentenció Quinn.

Lucy odiaba los problemas en su familia. Generalmente era ella quien, con una sonrisa, hacía que sus hermanas se amigaran o evitaba castigos de sus mamás. Por eso, en ese momento, no podía hacer otra cosa que mirar sus pies e intentar contener las lágrimas que se escapaban de sus ojos cafés.

Quinn fue la primera en notar la actitud de su hija menor y se acercó a abrazarla. En seguida, la pequeña castaña se envolvió en su cuerpo, liberando un ligero sollozo. Cualquier discusión que sus hijas mayores pretendiesen mantener con Rachel murió en ese momento. Todas se acercaron a consolar a la pequeña.

La actriz miró a su esposa y supo que todo castigo quedaba en el olvido. Una charla sería necesaria, era evidente, pero la pequeña ya se sentía notablemente mal, no sería necesario otro castigo.

Rachel, por extraño que pareciese, era la mamá dura cuando se trataba de Lucy. La menor de sus hijas era la debilidad de sus dos hermanas mayores y de Quinn. Su esposa justificaba aquello con el parecido que la pequeña Lucy compartía con la actriz. Ojos idénticos, rasgos faciales casi calcados con excepción de la nariz, algo que Rachel agradecía. La mayor diferencia radicaba en el cabello de Lucy, que era castaño claro, un tono más oscuro que el rubio ceniza de Maia. Todos suponían que aquello era herencia del donante anónimo que habían escogido.

–Mami, ¿estás enojada? –la voz de Lucy sacó a Rachel de sus cavilaciones.

–No, mi vida, pero quiero que entiendas que lo que hiciste estuvo mal –espetó la morena–. Como también estuvo mal que tu profesora ignorase la situación. Con tu mamá iremos a hablar con ella y la directora, para que eso no se repita.

Lucy asintió con fuerza sonriéndole a su madre. Intentando relajar el ambiente, Beth y Maia propusieron que era día de hermanas, por tanto ellas se encargarían, junto con Lucy de la cena.

Una vez que quedaron solas, Rachel miró a Quinn sabiendo que la rubia se estaba guardando sus palabras desde hace minutos.

–Te dije que esa mujer nos miraba mal. ¡Te lo dije! –soltó la rubia, dejándose caer molesta sobre el sofá.

–Y tenías razón –concedió la actriz–. No sabes cuánto me molesta que tengas razón. Se suponía que estas cosas habían quedado en el pasado…

–Los prejuicios nunca mueren, Rach –lamentó la fotógrafa–. Sabes que involucraré a Santana si es necesario, ¿cierto?

–Lo sé y aunque no lo creas, estoy de acuerdo. Su labor es educar y no la está cumpliendo. ¿Cómo pudo quedarse de manos cruzadas cuando ese niño se dedicaba a ofenderme delante de Lucy? –preguntó molesta Rachel, no por la ofensa a su persona, sino por lo que su hija había tenido que vivir.

–No lo sé, pero se arrepentirá. Si es necesario cambiamos de colegio a Lucy, hasta que su grado cambie de profesor –dijo Quinn–. Odio que nuestras hijas se hagan mayores y no podamos tenerlas en nuestra burbuja de protección.

Rachel abrazó a su esposa, entendiendo completamente aquella sensación. Con Lucy había podido vivir todo el proceso que crecimiento que ella se había perdido con Beth y que ambas habían saltado con Maia. Tras dos años de matrimonio y el éxito profesional, la morena le había propuesto a Quinn ser mamás nuevamente. Aquella vez, ella sería la que quedase embarazada. Quinn dio saltos de alegría cuando oyó la idea.

Eligieron donantes y Rachel se sometió a los exámenes correspondientes, todo parecía ir viento en popa, hasta que recibieron una llamada de su ginecólogo. Los exámenes de Rachel arrojaron que su útero no estaba en condiciones de soportar un embarazo, pues era muy pequeño. El mundo de la morena se derrumbó hasta que su esposa sugirió que probasen con la fecundación in vitro, así el sueño de una mini Rachel sería posible.

Nueve meses después, tras cuatro horas de sufrimiento por parte de Quinn, Lucy Barbra dio su primer grito, iluminando el mundo de sus madres. El nombre fue una petición de Rachel, a la que Quinn accedió sólo si iba acompañado del segundo nombre de la morena. Obviamente, Rachel no se negó.

Siete años más tarde, Lucy era una copia andante de Rachel con una personalidad que era la mezcla perfecta de sus hermanas, con la timidez de la Lucy de los recuerdos de Rachel. Aquella combinación era mortal para Quinn, especialmente cuando su hija la miraba con esos ojos idénticos a los de su madre. Rachel, en cambio, había aprendido a resistirse a sus encantos, pues sino, la pequeña manejaría la casa a su antojo.

–¿Cuándo le diremos a Beth que sabemos que tiene novio? –preguntó Rachel cambiando de tema.

–No se lo diremos, pero disfrutaremos a su espalda. Incluso podríamos organizarle citas a ciegas –sugirió Quinn con una sonrisa maléfica.

–¡Quinn! –exclamó Rachel–. Tampoco la idea es hacerla pasar malos ratos. Por primera vez me agrada su novio y ella lo oculta.

–Sólo te agrada porque ese chico te idolatra –señaló la fotógrafa.

–Claro que no. Ha sido amigo de Beth por años y es un caballero. El que me idolatre sólo le suma unos puntos, pero no es lo más importante.

–Está bien, mi amor, como tú digas –dijo en tono de broma Quinn recibiendo un pequeño golpe de parte de la morena–. Maia podría aprender un poco de Beth y elegir mejor, esa chica no le llega ni a los talones.

–Para ti ninguna chica está a la altura de Maia. Pareces de esas señoras conservadoras que se niegan a que su hija está interesada en las chicas con tanta crítica –expuso Rachel sonriendo.

–Por supuesto que ninguna chica o chico está a la altura de mi monito, pero te aseguro que si alguien se acercase al menos, podría aceptarlo, pero no, Maia se conforma con poco –sostuvo Quinn.

–No está tan mal y lo sabes. Estás peor que yo con Beth –manifestó la actriz negando–. No te quiero ver cuando Lucy nos presente su primer novio o novia.

–Ruego todos los días para que eso no pase. Tenemos una hija heterosexual, una bisexual, ¿la tercera no podría ser asexual?

–¡Quinn! –casi gritó Rachel–. Dices cada tontería, además sabes tan bien como yo que los asexuales igualmente tienen pareja, sólo que no manifiestan interés por el plan sexual de la relación.

–Lucy podría ser un nuevo tipo de asexual… –continuó la rubia y la morena sólo negó–. Está bien, quizás es un poco extremo... es que no quiero que resulte herida. Ya hemos sufrido bastante con Beth y Maia. ¿No podríamos tener un descanso con Lucy?

–Mientras seamos madres, jamás descansaremos –dijo con mucha razón Rachel y Quinn sólo bufó.

En silencio se abrazaron, disfrutando de aquel momento a solas, del contacto de sus cuerpos, mientras que a lo lejos escuchaban las risas de sus hijas. Inmediatamente, sonrisas idénticas se posaron en sus rostros.

No tendrían descanso, pero el esfuerzo valía la pena.


–No me gusta la forma en que tu hijo mira a mi hija –advirtió Quinn mirando la escena frente a ella.

–Es tu hija la que no para de sonreírle a mi hijo –contradijo Santana.

–¡Tiene siete años, le sonríe a todo el mundo! –exclamó la rubia ante el argumento de su amiga–. Además, comparte genética con Rachel, no puedes pedirle que no sonría y sea encantadora.

–Bueno, mi hijo tiene como una de sus madres a Brittany y comparten la misma personalidad. Él ve todo de una forma distinta, mejor. Por eso la mira así –justificó la latina.

–Mi pequeña, al igual que el resto de mis hijas, es lo mejor de este mundo, pero no me gusta que tu hijo la mira como si lo fuera. Yo sólo puedo pensar eso. Bueno, Rachel también –expuso la fotógrafa.

–¿Sabes lo ridícula que suenas? –preguntó de forma retórica la abogada–. Antonio tiene diez años, lo peor que puede hacerle a tu princesa es convidarle uno de sus dulces. Si de mí depende, mi hijo no tendrá novia hasta que sea mayor de edad.

–Yo pretendía lo mismo y tú viste cómo me fue –bufó Quinn.

–Tus casos me sirvieron de experiencia, no te preocupes, yo seré más cauta –señaló Santana sonriendo.

–Mis hijas no son casos, San. A veces no logras desconectarte de tu trabajo –comentó la rubia negando.

–Ser la mejor abogada de Nueva York tiene sus consecuencias –puntualizó la latina.

Y Santana tenía razón, al llegar al estudio donde Leroy trabajaba no había hecho sino mejorar, ganándose un cupo la élite jurídica de la ciudad. Su suegro había decidido retirarse hace unos años, para dedicarse a disfrutar junto a su marido y su familia, pero antes de tomar aquella decisión había pasado su cartera de clientes a Santana y había proclamado por todos lados que ella sería su sucesora, su abogada de confianza. La fama de la latina no hizo más que crecer.

A su vez, Brittany se había consagrado como una coreógrafa teatral, es por ello que habían decidido quedarse sólo con Antonio. El niño tenía varios niños a su alrededor, por lo que nunca había pedido un hermanito, petición que a la pareja le hubiese dolido negar.

En ese sentido, Quinn sabía que junto a Rachel eran afortunadas, la temprana llegada de sus dos hijas mayores les había permitido formar una familia semi numerosa, por lo que la decisión de tener a Lucy fue de las más sencillas. Ya con tres hijas y carreras demandantes, podían asegurar que la denominada "fabrica" estaba cerrada. Aunque Quinn sabía que afirmar aquello era una mentira. Si Rachel alguna vez le pedía convertirse en madres nuevamente, la rubia accedería, básicamente, porque no podía negarle casi nada a su mujer. Sin embargo, Quinn veía una petición de ese estilo algo lejana.

Rachel a sus treinta y seis años era una destacada y afamada actriz, tanto en Broadway como en Hollywood, con tres Tonys y dos Globos de Oro a su haber. Quinn confiaba en que el nuevo proyecto en el que Rachel trabajaba sería merecedor de un premio Oscar.

Por su parte, gracias a una recomendación de Kurt, Quinn se había convertido en fotógrafa de planta de la revista Vogue, aquel envidiado cargo le había abierto las puertas a tribunas como National Geographic, gracias a las cuales habían pasado varias vacaciones en paraísos naturales, mientras Quinn se dedicaba a tomar fotos.

–¿Beth finalmente te confesó su noviazgo? La pobre de Britt ya no sabe qué hacer para evitar toparse con tu hija y su novio en la universidad –preguntó Santana a su amiga, sacándola de sus pensamientos. Brittany daba algunas clases, incluso había sido profesor de Beth hace un año.

–No, llevamos dos meses ocultando que sabemos sobre su relación. Creo que hasta los vecinos saben, pero Beth jura que es discreta. Siento que Britt deba pasar por eso, sé que no debió ser fácil para ella encontrarse con la pareja dos veces y fingir que no había visto nada y que ellos eran sólo amigos –respondió Quinn.

Beth estudiaba artes escénicas en Tisch, siguiendo la tradición de Rachel y su amor por el teatro. En primer año había conocido a Cameron y se habían vuelto amigos inseparables, especialmente porque el chico idolatraba a Rachel. Hace unos meses aquella relación había cambiado, pero Beth aún no era capaz de admitirlo a su familia. Maia quizás era la única que lo sabía, pues seguía siendo la confidente de su hermana mayor.

–Un día me olvidaré de que es un secreto y le preguntaré por su novio –dijo Santana con una sonrisa malvada. Quinn sabía que su amiga era muy capaz de hacer algo como eso, así que rogó para que su hija revelase antes su relación y así evitase aquel momento bochornoso.

–¡Mamá! –gritó Antonio, haciendo que ambas mujeres se girasen hacia él.

–El deber me llama, pero ahí viene tu hobbit, así que no te quedarás sola –anunció la latina, mientras Rachel se aproximaba hacia donde se encontraban sentadas.

–¿Ya tuvieron su pelea semanal relativa a las miradas de Antonio y Lucy? –preguntó Rachel cuando se sentó junto a su esposa, viendo como Santana se acercaba a su hijo.

–Así es, y como siempre, San no fue capaz de reconocer que su hijo mira a nuestra hija con segundas intenciones. Además, nuevamente culpó a Lucy –respondió Quinn algo molesta recordando las palabras de su amiga.

–Con Britt pensamos que luego de medio año teniendo la misma conversación se cansarían y dejarían a los niños ser niños, pero claramente estábamos equivocadas –comentó la morena con una sonrisa burlona.

–Cuando Antonio le pida a Lucy ser su novia me darás la razón –señaló la fotógrafa con seguridad.

–Está bien, mi amor –dijo la actriz, besando a su esposa. Aun tras diez años de matrimonio, Quinn seguía siendo la misma mujer que adoraba y amaba, celos incluidos–. Maia se acercó a hablar conmigo e insinuó de forma bastante obvia que debía conversar con Beth –añadió la morena, cambiando el tema, al recordar las palabras de su hija.

–Entonces Maia sabe –expuso la rubia y Rachel asintió–. Era algo que podíamos esperar, en todo caso… Si Maia quiere que hables con Beth quiere decir que ella quiere confesarlo, pero no sabe cómo hacerlo.

–Eso mismo pensé yo –coincidió la morena–. Creo que deberíamos hablar con ella y aliviarla de su secreto. Probablemente piensa que reaccionaremos mal.

–Generalmente, eres tú la que reacciona mal. Yo lo hago cuando se trata de Maia. Así nos turnamos, ¿recuerdas? –dijo Quinn provocando una risa en su mujer ante la mención de aquel acuerdo tácito que tenían–. Pero sabiendo que tú adoras a Cameron, del único que debiese preocuparse es de Puck, que la verá siempre como su pequeña y adorada niña.

–Contra eso no podemos hacer nada. Además Noah protesta durante un tiempo y luego se acostumbra. Tus miradas y las mías son más atemorizantes según nuestras hijas –comentó Rachel y Quinn sonrió orgullosa, como si ser temida fuese un gran logro–. Debiésemos hablar con ella hoy, así se relaja durante lo que queda del fin de semana.


La mencionada charla tardó horas en llegar, pues Beth apenas sintió los ojos de sus madres posarse sobre ella, comenzó una misión: evitarlas a como diese lugar. Obviamente, tanto Rachel como Quinn entendieron lo que su hija hacía y decidieron darle algo de tiempo antes de acorralarla en su habitación. Allí, Beth con su cuerpo manifestando aquella rendición, se sentó sobre su cama y se preparó para lo que podía venir.

Para la sorpresa de la estudiante, lo único que recibió de sus mamás fue apoyo. Nada de celos o recriminaciones por la mentira. De cierto modo, ambas entendían que sus reacciones anteriores, tanto a las relaciones de Beth como a las de Maia, habían llevado a que la primera estuviese temerosa por revelar su situación amorosa actual. Quizás era joven, pero Beth no veía su vida sin Cameron, quien había sido su fiel amigo y ahora era su amor. La opinión de sus mamás siempre había sido importante y la sola idea de disgustarlas o de que viesen con malos ojos su tan preciada nueva relación, la aterraba.

Beth sabía lo afortunada que era de tener aquellas dos mujeres como madres. Su papá también jugaba un rol importante en su vida, pero la cotidianidad que compartía tanto con Quinn como con Rachel hacía que su relación fuese más cercana. El saber que la apoyaban y estaban para ella era algo que no tenía expresión para describirse, algo totalmente inefable.

Asimismo, la rubia sabía que debía agradecer a su hermana por aquella charla. Maia había llegado a llenar un vacío que ella desconocía que poseía. Ser hermana de alguien fue algo totalmente nuevo para Beth, pero a la vez se convirtió en lo mejor que le había sucedido. Era un amor distinto, una complicidad sin igual. Saber que tanto Maia como Lucy la veían como una suerte de referente, le ponía una carga encima, pero a la vez, hacía que su pecho se inflase de orgullo.

La llegada de Rachel no sólo había cambiado para siempre la vida de Quinn, sido que había mejorado de forma absoluta la suya y sólo por ese detalle Beth siempre estaría agradecida de su mami.


–Creo que Allison me está engañando –murmuró Maia sentándose junto a Beth que veía un documental sobre una antigua actriz en la denominada sala de películas.

–¿Qué? ¿De qué estás hablando? –preguntó Beth rogando haber escuchado mal, sino su gen Fabray se activaría y la novia de su hermana pagaría las consecuencias.

–Eso, creo que me engaña. Está extraña, dice que tiene cosas que hacer cada vez que quiero hablar con ella y cambió la clave en su teléfono celular… –enumeró la rubia menor intentando recordar todas las señales.

–Quizás te prepara una sorpresa… –probó la estudiante de artes escénicas.

–¿Una sorpresa para qué? Nuestro aniversario ya pasó, no tiene sentido Beth.

–No quiero intentar conjeturar nada, monito. Lo mejor sería que hablases con ella. La conoces, sabrás si te miente –aconsejó Beth.

–Sólo me dices monito cuando es algo delicado. Tú también lo crees, ¿cierto? –preguntó Maia bajando la vista y a Beth se le apretó el corazón.

–Da lo mismo lo que yo crea, además yo sólo conozco lo que tú me has dicho –dijo Beth abrazando a su hermana.

–Debí tomar como señal el que mamá en todo este tiempo no la haya aceptado –comentó Maia dando por supuesto el engaño.

–Mamá es una total celosa cuando se trata de ti, al igual que mami cuando se trata de mí –señaló Beth.

–Pero siempre terminaban aceptando tus novios. Mami adora a Cameron, ni siquiera se opuso un poco a tu relación y mamá terminó por aceptar a John después de unos meses; en cambio jamás pasó eso con Allison.

–John fue tu primer novio y es un chico, monito… quizás por eso fue más fácil –sugirió Beth.

–Tenemos dos mamás, Beth. El hecho de ser mujer no es un problema. Desde que les dije que era bisexual me aceptaron. Sabes tan bien como yo que aquel no es el problema –puntualizó Maia.

–Lo sé… sólo quería reconfortarte. Odio que sufras. Sabes que si te está engañando, las Fabray de esta familia haremos algo al respecto y ni siquiera mami podrá evitarlo. Es más, es posible que mami se nos una –señaló Beth.

–Y si yo llego a descubrir que me engaña, probablemente tampoco lo impida. Incluso llamaré a tu papá para pedir refuerzos –bromeó Maia sonriendo, porque dentro de todo lo malo, sabía que su familia estaba para ella y aquello era reconfortante.

–¡No me dijeron que verían películas! –la exclamación a sus espaldas hizo que tanto Maia como Beth saltasen.

–¡Lucy, te hemos dicho que debes anunciar cuando entras, así no nos das estos sustos! –se quejó Beth.

–Nunca ven cosas conmigo, siempre están ustedes dos solas –se quejó la pequeña haciendo un puchero que podía derretir hasta al corazón más frío.

–Es uno de esos documentales aburridos que ve Beth, no te perdías de nada –intentó arreglar la situación la hermana del medio, estirando su mano para guiar a Lucy hasta el espacio que se encontraba entre ella y Beth.

–Da igual, yo podía aburrirme con ustedes… pero nunca me dejan –murmuró Lucy con ojos algo brillantes sentada ahora entre sus hermanas. Aquel brillo preocupó a ambas rubias.

–Claro que te dejamos. Pero yo ni siquiera invité a Maia. Veía este documental para una clase en la universidad y Maia sólo llegó y se sentó junto a mí –explicó sinceramente Beth.

–Yo sé que soy chiquita, pero nunca juegan conmigo. Antonio es el único que juega conmigo –bufó Lucy.

–Antonio tiene otras intenciones –susurró Maia.

–Maia… –advirtió Beth. A veces, Maia podía sacar a relucir el gen Fabray con mucha naturalidad–. Lucy, sé que a veces no podemos prestarte mucha atención porque estamos llenas de exámenes o con nuestras parejas, pero siempre puedes contar con nosotras. Que seas chiquita es lo mejor, porque así podemos consentirte –explicó la rubia mayor.

–Y podemos enseñarte cosas y defenderte –añadió Maia abrazando a su hermana menor.

–¿Y ver películas de princesas? –preguntó entusiasmada Lucy.

–Especialmente ver películas de princesas –dijo Beth pausando el documental y regresando al menú en busca de algo del gusto de Lucy–. Siempre es un buen momento para ver películas de princesas.

–¿Alguien dijo películas de princesas? –preguntó Quinn entrando a la habitación en compañía de Rachel.

–Sí, pero es algo de hermanas –respondió Maia sacándole la lengua a su mamá–. Vayan a hacer sus cosas de adultas…

–¡No! Mamá y mami también pueden quedarse. ¡Podemos ver juntas una película de princesas! –exclamó Lucy irradiando felicidad, por lo que nadie intentó contradecirla.

–¿Frozen? –sugirió Rachel con una sonrisa mirando a Beth, recordando viejos tiempos.

–Frozen me parece perfecta –acordó la mayor de las hermanas.

Así las cinco habitantes del lugar se acomodaron para disfrutar de aquella película que se había convertido en clásico en su hogar. Una tradición que había empezado Rachel y Beth, de la que había pasado a formar parte Quinn, tras tantas repeticiones de la película. A la que se había sumado Maia, que había aprendido cada dialogo y canción para repetirlo junto a su hermana mayor. Y que finalmente había sido traspasada a Lucy, que cada vez que viajaban las animaba a cantar una y otra vez "Love is an open door".

Rachel en la mitad de la película se había acomodado sobre el hombre de Quinn, ignorando la pantalla y perdiendo su mirada en las cuatro mujeres que la rodeaban. Una felicidad inmensa la invadió. No de ese tipo de felicidad que es más bien adrenalina y excitación, que te acelera el pecho y sientes que el mundo explota a tus pies. No, era felicidad en toda su expresión, aquella que te llena de calma y de una sensación de regocijo y seguridad.

Quizás era algo aventurado de decir, pero si alguien algún día escribía su historia, probablemente cerraría el capítulo final con un "y vivieron felices para siempre", porque no había frase más adecuada para ellas.