N/A: Nueva historia... Ésta es algo diferente a la que actualmente estoy escribiendo y publicando. Pero surgió hace unos días y necesité comenzar a escribir. Es una historia no muy larga (probablemente tenga menos de 20 capítulos), pero que espero les guste. Quizás este primer capítulo no es muy de mi estilo, pero necesitaba explicar el contexto antes de adentrarnos totalmente en la historia. Intentaré actualizar tan pronto como me sea posible. Desde ya muchas gracias por darle una oportunidad.

Disclaimer: Ni Glee ni sus personajes me pertenecen.

I. Reencuentro

Quinn Fabray había llegado mucho más lejos de lo que ella algún día esperó cuando descubrió que estaba embarazada. No, aquello no es cierto. Había llegado mucho más lejos de lo que ella esperaba después de que Rachel Berry había acabado con todo en su vida.

Lucy había crecido en un hogar cristiano, en una tradicional y adinerada familia de Lima, Ohio. Desde niña había destacado por su belleza y encanto, pero a medida que fue creciendo y la adolescencia comenzaba a acercarse, su cuerpo empezó a cambiar. Primero fue su visión, la que tuvo que ser revisada a la temprana edad de ocho años.

El diagnóstico: astigmatismo.

El tratamiento: lentes ópticos permanentes.

Luego fue su peso. Si bien Lucy siempre fue alta, su figura era bastante estilizada, hasta el verano de su cumpleaños número nueve. Las primeras alzas de peso fueron casi imperceptibles, pero poco a poco su ropa no le comenzó a quedar y tuvo que cambiar sus delicados vestidos por ropa más ancha. Su nueva imagen la convirtió en el blanco de las burlas de sus compañeros. Si bien tenía algunos pocos amigos, su refugio fueron los libros. Aquellas historias que la trasportaban a otro mundo libre de exigencias, burlas y cuestionamientos.

Frannie, su hermana mayor le aseguró que no podía seguir así. Si la primaria había sido terrible con su aspecto y aquella actitud, la secundaria sería un infierno. Le explicó que si no estabas arriba de la pirámide tu vida se convertía en una tortura. Por ello, se enfocó el verano en perder peso (un proceso iniciado los últimos meses de clases) y en aprender a usar lentes de contacto. La patética Lucy, como solían llamarla, había quedado atrás y Quinn había surgido para reemplazarla.

Una vez que Quinn logró un cuerpo de modelo y se acostumbró a sus lentillas, todo pareció mejorar. El primer día en el instituto McKinley se unió a las porristas. El primer mes ya caminaba por aquello pasillos como si fuese su dueña. Ser la hermana de la capitana de las porristas y su posible sucesora el año siguiente, ayudó bastante. A mediados de año tenía dos mejores amigas, porristas también, y el novio que se esperaba que tuviese, un jugador del equipo de fútbol americano.

En segundo año todo comenzó a cambiar. Tras la graduación de Frannie, ella asumió la capitanía de las porristas y oficialmente reinaba el McKinley, pero aquello no pareció ser suficiente para su novio. Finn comenzó a mostrar interés en Rachel Berry, una talentosa chica que ella había conocido en primaria. Incluso alguien podría haberse arriesgado y decir que eran amigas, pero sus caminos se habían separado al comenzar la secundaria. Quinn no tenía nada malo que decir de la chica, hasta que la vio mirar a su novio y sus ojos demostraron interés. Supo inmediatamente que debía hacer algo para retener a Finn; así que recurrió al truco más viejo de todos: los celos. Se acercó a Noah Puckerman, un amigable mujeriego que había comenzado a destacar en el equipo de fútbol americano. Finn no pareció percatarse de las acciones de su novia y siguió en sus coqueteos con Rachel. Poco a poco, Quinn se refugió más y más en Puck. El chico no era un buen prospecto de novio, pero era un excelente amigo. Una noche, cuando Quinn estaba deprimida porque Finn cada día le prestaba menos atención, cruzaron la barrera de la amistad y tuvieron relaciones sin utilizar protección.

Cuando el mes de atraso se cumplió y la prueba comprobó sus dudas y temores, Quinn recurrió a sus amigas en busca de apoyo. Nunca esperó que aquella charla privada hubiese sido escuchada por otra persona. Sus amigas le aconsejaron que esperara hasta estar segura de la decisión a tomar. Lo mejor era no decir nada a Finn, pues todavía no estaba claro si aquel embarazo llegaría a término o no. Sí, había engañado a su novio y perdido su virginidad con Puck, pero aquello había sido un error, que Quinn estaba segura que no repetiría.

Pero Rachel Berry no le dio aquella oportunidad. La morena apenas escuchó la conversación tomó una decisión. Al día siguiente, tras el partido de fútbol americano en el que Finn había brillado como capitán y Quinn se había lucido en la rutina de las porristas, Rachel interrumpió la conversación que ambos mantenían para anunciar a viva voz el embarazo de Quinn. La rubia sintió que todo a su alrededor se nublaba y sólo el grito de su padre la volvió a la realidad. De ahí todo comenzó a derrumbarse para Quinn. Finn le gritó que era una puta y terminó su relación de la manera más humillante que encontró frente a todo el mundo. Su padre le dio media hora para que empacase sus cosas y se marchara. Su madre lo apoyó en silencio. Santana la recibió en su casa y Puck le dijo que estaría junto a ella decidiera lo que decidiera. En la semana que siguió, pasó de estar en la cima a caer en los escombros. La entrenadora la echó de las porristas y todos sus denominados amigos le dieron la espalda. Todos, salvo Santana, Brittany y Puck. Finn no tardó nada en comenzar a refregarle su nueva relación en la cara. Caminaba día a día de la mano junto a Rachel, sonriendo como si todo estuviese bien, mientras que Quinn sufría el ostracismo estudiantil. Burlas, apodos, susurros. Quinn sintió que volvió a la escuela primaria; que Lucy había sido revivida y Quinn enterrada. El segundo año terminó y con eso los sueños de Quinn.

Con siete meses, Quinn decidió no comenzar tercer año en el instituto y rendir exámenes libres. La mamá de Puck le había pedido que viviese con ellos para poder ayudarla con su embarazo. Quinn, que había decidido tener al bebé, aceptó sintiendo que al menos una mamá la apoyaba, aunque no fuese la suya. Con Puck aún no tenían claro si la bebé sería entregada al Estado para su adopción o se quedaría con ellos. Pero una vez que Beth estuvo en sus brazos, bastó una mirada para saber que ninguno de los dos podía dejarla ir. Con dieciséis años se convirtieron de padres y Quinn comprendió que por esa pequeña valía perder todo lo que un día soñó. Se olvidó de Yale y de una exitosa carrera empresarial. Se olvidó de la perfecta familia a una edad apropiada socialmente. Se olvidó de su futuro, para centrarse en aquellos ojos avellana oscuro tan similares a los de Puck. Cuando el tercer año apenas terminaba, a Puck le ofrecieron una beca de ensueño; sólo necesitaba terminar su último año en Boston y le aseguraban un puesto con todos los gastos cubiertos en la Universidad de dicha ciudad. El chico se vio tentado a aceptar, pero la rechazó diciendo que tenía una familia a la que debía cuidar. John, el veedor, interesado en el auspicioso futuro deportivo del muchacho, mejoró la oferta. Beca completa para ambos, mantención incluida sólo con el requisito de rendimiento deportivo de parte de Puck y académico de parte de Quinn. Aquel hombre se convirtió en la figura paterna que ambos extrañaban. Les abrió las puertas de su casa y se convirtió en un abuelo para Beth.

Así, Quinn y Puck terminaron su educación en un instituto en Boston, lejos de todo el drama y recuerdos que implicaba Lima. Sarah, la madre de Puck y Abby, su hermana, se mudaron al año siguiente para estar junto a ellos. Aquel último año que para Quinn y Puck fue un respiro, para Santana fue una tortura. Finn la sacó del armario frente a todo el mundo y un vídeo sobre su sexualidad fue utilizado como campaña electoral. Si bien su familia la apoyó, nada nunca volvió a ser lo mismo para la latina, que sin tener ya a su mejor amiga en el instituto y con su novia dispuesta a seguirla a donde fuese, decidió cambiarse a un colegio privado y terminar así, lejos del McKinley.

Quinn decidió estudiar artes y Puck, negocios. Pese a ello, el chico estaba más interesado en su futuro deportivo que en las empresas.

Cuando Beth cumplió tres años, Quinn aceptó que le gustaban las chicas y Puck, siempre fiel aliado, le dijo que era algo que veía venir, pues era imposible que se hubiese resistido tanto tiempo a sus encantos. Santana y Brittany estudiaban en Nueva York, por lo que se veían más seguido que antes y su amistad se había fortalecido aún más.

Cuando Bethany Puckerman Fabray cumplió cuatro años conoció a su abuela materna y a su tía, y Quinn se reencontró con su madre y su hermana. Su padre aún seguía sin hablarle, pero tras las fotos que Judy sacó de Beth, la pequeña comenzó a recibir regalos y tarjetas de parte de ambos abuelos para su cumpleaños y navidad.

Antes de terminar la universidad, Puck fue fichado por un equipo medianamente importante de fútbol americano. John aseguró que ese era sólo el comienzo y tuvo la razón. El interés por el chico comenzó poco a poco a crecer y terminó siendo contratado por un importante equipo de Nueva York, aunque en calidad de suplente. Quinn por su lado, se graduó con honores como licenciada de artes con mención en fotografía, y obtuvo un puesto importante en un estudio de fotografía publicitaria de Boston. Las cosas marchaban de la mejor manera, pero la rubia y su hija extrañaban a Puck y su familia. Abby había entrado a la universidad en Nueva York y junto a Sarah se habían mudado a la ciudad de los sueños, por lo que Quinn y Beth se encontraban solas en una ciudad que ya no les ofrecía tanto como en un principio.

Tras meses de conversaciones y algo de ayuda de parte de Britt, había conseguido un trabajo en la gran manzana. Había buscado un departamento bien ubicado y se había trasladado con Beth, de ya nueve años, a la ciudad donde todos sus afectos, con excepción de sus padres y su hermana, la esperaban.

Las primeras semanas no fueron tan sencillas como ellas lo habían imaginado. El ritmo de aquella ciudad era distinto y la gente no era tan amable como en Boston. El colegio era algo más exigente para Beth y sus compañeros no eran del todo agradables. Por ello, ambas rubias habían adoptado como rutina caminar por distintos lugares de Nueva York como forma de enamorarse de la ciudad. Aquel día caminaban por el Central Park, su lugar favorito de todos, como lo había denominado Beth.

–¿Impresiones de nuestro primer mes en esta ciudad? –preguntó Quinn mientras caminaba de la mano junto a Beth.

–Está bien –respondió Beth encogiendo sus hombros, pero la mirada de Quinn la animó a continuar–. Me gusta estar cerca de nana, de las tías y de papá, aunque con sus entrenamientos no lo vemos mucho... pero extraño a mis amigos –hizo una pausa–. Los niños aquí no son tan simpáticos como en Boston.

–Tienes que darles un tiempo, mi vida –aconsejó la rubia mayor–. Ya verás como haces buenos amigos pronto. Es imposible resistirse a tus encantos...

–¡Mamá! –se quejó sonrojada Beth y Quinn sólo rió, para luego depositar un beso en los cabellos dorados de su hija.

Caminaron por unos minutos más, donde Quinn capturó a su hija y a la naturaleza que las rodeaba con la cámara de su teléfono celular, pues Beth le había prohibido llevar sus instrumentos de trabajo a sus caminatas.

–¡Lucy! –algo extraño recorrió el cuerpo de Quinn al escuchar aquella voz gritando aquel nombre que ella había enterrado años atrás. Siguió caminando, pues no se sintió aludida por el llamado–. ¡Lucy! ¡Lucy Fabray!

Aquello paralizó a Quinn y, por ende, a Beth, que recibió un tirón cuando intentó avanzar. La rubia se giró hacia la persona que la llamaba de aquella forma y se encontró con una morena corriendo hacia ella. Una morena que ella recordaba: Rachel Berry.

–¿Mamá? –preguntó Beth confundida ante la quietud de su madre.

–¡Lucy! ¡Sabía que eras tú! –dijo una emocionada Rachel.

–A mamá no le gusta que la llamen así, su nombre es Quinn –corrigió Beth ante el silencio de la rubia mayor a su lado.

–Su nombre el Lucy y es hermoso –contradijo Rachel–. Ella nunca me ha pedido que la llame de otra forma y ella es mi mejor amiga, así que le diré Lucy –señaló la morena, para centrar su atención en Quinn–. ¿Por qué nunca me visitaste, Lucy? No sabía que tenías una hermana menor. ¡Te extrañé tanto! –agregó de manera veloz abrazando a Quinn con fuerza.

–¿Esto es una broma de mal gusto? –preguntó Quinn cuando salió de su perplejidad, separándose de Rachel con fuerza–. ¿Mi hermana? Es Beth, mi hija, ¿recuerdas? ¿Aquella que tú anunciaste a todo el mundo años atrás? –cuestionó con ironía la rubia.

–¿Qué? –Rachel parecía realmente confundida. A opinión de Quinn, o la morena había mejorado su actuación de manera brillante o algo extraño estaba pasando–. ¿Por qué mientes? Tú no tienes hijos, Lucy. ¡No puedes! ¡Teníamos que tener hijos al mismo tiempo para que fueran amigos...! –exclamó Rachel con los ojos brillantes por las lágrimas contenidas.

–Yo soy su hija y tú no me agradas –puntualizó Beth y Quinn recordó que Santana, contra su voluntad, había relatado, sin muchos detalles, todo su pasado de su pequeña hija–. Por tu culpa mis abuelitos se alejaron de mamá. Además, tu novio les hizo daño a mis tías.

–¡Yo no tengo novio! –expresó Rachel con seguridad–. Ni siquiera me gustan los chicos. Y yo no le haría algo así a Lucy, ¡es mi mejor amiga!

–Bueno, ¡mi mamá tiene novia! –gritó Beth dando la discusión por terminada.

–¿Qué? –la pregunta de Rachel estaba llena de angustia.

–¿Qué? –se sumó Quinn confundida por las palabras de su hija, para luego dirigirse a Rachel–. ¿Por qué me sigues llamando Lucy? Nadie me dice así, ¿y por qué dices que soy tu mejor amiga? Nosotras no somos amigas, Rachel. No te he visto en nueve años, ¿de qué hablas?

–¿Cómo? –preguntó confundida Rachel–. Tu nombre es Lucy y eres mi mejor amiga. Yo siempre te he llamado así...

–¿Rachel? ¡Rachel, estaba tan preocupado! ¡Te hemos dicho que no puedes marcharte así! –expuso un hombre de unos cuarenta o cincuenta años llegando junto a ellas.

–¡Papi! –la morena prácticamente se lanzó a los brazos de aquel hombre que confundido la cobijó en sus brazos–. Lucy dice que no es mi amiga. Y ahora tiene una hija. No se suponía que las cosas fuesen así, papi. Me duele la cabeza...

–Estrellita, tienes que calmarte. Recuerda lo que dijo el médico –susurró el hombre pero tanto Quinn como Beth lo oyeron–. Ya hemos hablado de esto, Lucy no está... –agregó mientras Rachel negaba en su pecho–. Siento mucho cualquier molestia que mi hija pudo causar. Ella de seguro la confundió...

–No, no me confundió –corrigió Quinn rápidamente–. Yo me llamo Lucy, aunque desde la secundaria que ocupo mi segundo nombre: Quinn.

–¡Oh! Eso es... wow... Eres realmente tú y ella te reconoció –dijo anonadado el hombre–. Estrellita, ¿por qué no vas a comprar un helado o un algodón de azúcar? Así yo hablo con Lucy y le explico sobre tu dolor de cabeza.

La morena asintió terminando de secarse las lágrimas, mientras recibía dinero de su padre. Quinn supo que se trataba de algo serio y obligó a Beth a que acompañase a Rachel. La rubia se opuso, pero Quinn le suplicó que fuese y le pidió que se comportara, porque Rachel al parecer no era la misma. Aunque con reticencia, Beth accedió y se marchó junto a Rachel.

–Ella está algo cambiada, señor Berry –dijo Quinn intentando iniciar una conversación.

–Soy Leroy, por cierto, señor Berry es algo anticuado –se presentó el hombre con una sonrisa–. Y sí, lo está –agregó mirando a su hija a la distancia–. Ella sufrió un accidente hace casi ocho años.

–¿¡Qué!? –exclamó sorprendida Quinn. Pese a todo lo sucedido, jamás deseó que algo malo le pasase a Rachel. Con el tiempo había aceptado lo sucedido. Sí, la forma no había sido la correcta. Era un tema personal que a la morena no le correspondía, pero tenían quince años y probablemente, nunca quiso causarle el daño que efectivamente le causó a Quinn. Probablemente, Rachel sólo quería estar con Finn.

–Un accidente automovilístico tras una fiesta. Ella y su novio habían tomado. Él conducía y se pasó una señal de alto, por lo que para evitar al coche que venía por el costado, hizo una maniobra que provocó que el automóvil se voltease. Todo el impacto lo sufrió Rachel. Estuvo en coma un año –Leroy suspiró ante los recuerdos y Quinn sintió que el pecho se le oprimía pensando en el dolor de ambos padres–. Con Hiram, su otro padre, nos culpamos de todo, porque habíamos discutido con ella antes de que partiese a esa fiesta. Ella nos había relatado con lágrimas en los ojos sus errores, cómo su novio había sacado del armario a una chica y el daño que había provocado ese acto, nos explicó que ella no había dicho nada, que no quería quedar mal con su novio, ni con sus nuevos amigos populares, que pensaba que si ella era popular, su madre biológica quizás mostraría algún interés en ella. Nosotros sólo le dijimos lo decepcionados que estábamos de ella... –hizo una pausa para mirar fijamente a los ojos a Quinn–. Cuando recibimos la visita de la policía esa noche, en ningún momento me dejé de cuestionar porqué no la había cobijado en mis brazos, en vez de juzgar su actuar, porqué no le había dicho que la amaba antes que se marchara. Rachel cometió muchos errores, pero nunca hizo algo tan irresponsable como aquella noche.

–Todo es... Dios... lo lamento mucho, de verdad –comentó Quinn, mirando a Rachel conversar con Beth.

–Verla en ese estado... –Leroy negó–. Ningún padre debe pasar por algo así. Con Hiram nunca perdimos las esperanzas. Enviamos sus postulaciones a las universidades que ella había elegido y recibimos las cartas de respuesta. Siempre esperando que Rachel despertara y todo siguiese como antes. Cuando la carta de aceptación de TISCH llegó saltamos de alegría, porque la NYU era el sueño de Rachel. Pero los meses pasaron y nuestra pequeña seguía sin reaccionar. Mi estrellita despertó una semana antes de su cumpleaños número diecinueve. Y todo nuestro mundo cambió...

–¿Por qué? –preguntó Quinn intrigada.

–Nosotros siempre pensamos que ella despertaría y todo sería como antes, pero estábamos equivocados. Jamás pensamos en rehabilitación, ni en ningún tratamiento. Rachel estuvo un año más en terapia intensiva para volver a manejar su cuerpo de la manera adecuada. Aunque aquello no fue lo peor... –hizo una pausa para explicarse–. No me malinterpretes, nada me hizo más feliz que ver a mi hija despertar, pero la que despertó no fue la Rachel de diecisiete, casi dieciocho, años que había tenido el accidente. La que despertó fue la Rachel de diez años. Una Rachel que no entendía lo que sucedía y se negaba a entender que estaba pronta a cumplir diecinueve años. Ningún médico podía explicarse, ni explicarnos lo que sucedía. La llamaban el extraño caso de la habitación 305 o el extraño caso de Rachel Berry...

–Pero ella me recuerda... me reconoció... ¿Ella recuperó la memoria? –Quinn estaba confundida y anonadada con la historia de la morena.

–No... ella no tiene más recuerdos de su vida anterior que los de sus diez años... –explicó Leroy–. Intentamos que recordara mediante fotografías y relatos, pero se negaba. Un día encontramos su diario y se lo entregamos... ella lo leyó y luego tuvo una crisis. Tuvimos que internarla y sedarla. Cuando despertó, había olvidado todo lo sucedido... Tanto su psiquiatra como su neurólogo nos indicaron que dejásemos de intentar que recordara. Que ella no tenía ninguna lesión evidente, así que ella podía recordar cualquier día, como podía no hacerlo nunca. El problema es que nadie podía explicarnos porqué seguía actuando como una niña, pese a que su inteligencia era la de una mujer de diecinueve años. Un médico incluso sugirió que podía tener el síndrome de Asperger, pero su neurólogo lo descartó en seguida. El psiquiatra nos dijo que Rachel debía retomar su vida normal, pero ¿cuál era su vida normal? –Leroy fijó su mirada en Quinn–. Rachel lo único que parecía recordar era a su mejor amiga Lucy. Aquella amiga que no entendía por qué no la visitaba, aquella amiga que parece no abandonar sus pensamientos...

–¿Sólo me recordaba a mí? –preguntó con un nudo en la garganta Quinn.

–Sólo a ti. Y el que te haya reconocido ahora, sólo confirma lo que con Hiram venimos sosteniendo hace bastante. Rachel no nos ha olvidado. Ella no se sorprendió cuando despertó y nos vio. No pensó que estábamos viejos, pese a que en sus recuerdos teníamos casi diez años menos. Ella te ve y sabe quién eres, pese a que su Lucy, tiene diez años. Lo mismo sucede con su inteligencia. Ella se despertó con los conocimientos de la Rachel de diecisiete años, pero sin saber que los tenía...

–¿Y Finn? ¿Sus amigos?

–No los recuerda y luego del accidente, al parecer todos ellos también la olvidaron –señaló Leroy–. Por eso, tras su rehabilitación, nada nos ataba a Lima y nos mudamos a Nueva York en busca de otras opiniones médicas. Aquí nos recomendaron que Rachel retomara sus estudios, que no podíamos seguir manteniéndola alejada del mundo. TISCH la aceptó como caso especial, ante la amenaza implícita de una demanda por discriminación. Rachel no tenía problemas con sus clases, su problema era el mundo que la rodeaba. Sólo logró entablar dos amistades durante sus cuatro años como estudiante. Con Hiram debíamos ir a dejarla y a buscarla, como si del colegio se tratase. Nuestra pequeña consiguió graduarse, pero sigue creyendo que es una menor. Celebra cada cumpleaños y ve su imagen en el espejo, pero su mente se resiste a volver...

–Es una niña, encerrada en el cuerpo y la inteligencia de una persona adulta –señaló Quinn.

–Más bien una adolescente. Luego de su crisis tras nuestro intento para que recordara, ella ha ido creciendo, la niña que está a cargo de su cabeza. Actualmente, es una adolescente de dieciséis años, pero que no ha vivido nada, por lo que es muy inmadura en muchos sentidos. Tina y Kurt sus amigos de TISCH la tratan como su hija, más que como una chica de su edad –explicó Leroy.

–Lucy, Beth ahora es mi amiga –anunció Rachel llegando de la mano junto a la pequeña.

–Sí mamá, Rachel sabe todo sobre las obras que me gustan y conoce a todaaaas las princesas de Disney –dijo Beth alargando la letra "a" de la palabra todas.

–Estrellita, es tiempo de irnos –señaló Leroy.

–Pero papá, recién nos encontramos con Lucy. Tenemos que dejarle nuestra dirección así nos puede visitar. Ella probablemente no sabía que nos habíamos mudado, por eso nunca fue a verme a casa –sugirió Rachel con esperanza.

–Tenemos que hablar de algunas cosas, estrellita. Te lo explicaré todo en casa, ¿está bien? –dijo Leroy y Rachel asintió–. Ahora dejemos a Quinn y a su hija, ellas deben seguir con su vida, cariño...

–Pero... –Rachel se llevó una mano a la cabeza–. ¿Es por los dolores, cierto? –preguntó apenada, ante la confusión de las dos rubias.

–Sí, estrellita. Ya hemos conversado sobre ello –expuso Leroy–. Gracias por tu tiempo, Quinn y disculpa cualquier molestia.

–No, no fue ninguna molestia –contradijo Quinn–. Gracias por explicarme. Espero que todo mejore.

Leroy asintió y se despidió. Rachel se despidió rápidamente sin levantar su mirada del suelo. Tanto madre como hija vieron como aquellos dos morenos se alejaban abrazados, como si Rachel necesitase del consuelo de su padre.

Quinn sólo podía pensar una cosa: Rachel Berry había aparecido nuevamente en su vida y la había desestabilizado.

Siendo sinceros, también pensó otra cosa más: Rachel Berry estaba más guapa y adorable que nunca.