Trance.
¿Acaso seguía vivo? ¿Era eso posible?
El sonido del indefenso metal cayendo al suelo lo confirmó, pero su cuerpo… su cuerpo no le respondía. Probablemente porque jamás se había sentido tan patético y se negaba a aceptarlo. No, jamás creyó llegar a semejante cobardía, tan poco característica de su persona, abominable en varios aspectos. Se acababa de insultar a él mismo, a un juramento propio.
—Joven amo.
Ciertas manos alrededor de su cintura lo apretaban con fuerza notable, indicando una segunda prueba de vida. Ah, como le hubiera gustado pensar que todo había sido una pesadilla y el impulso, una excusa suficiente. Sin embargo, la irritación evidente en aquellos ojos escarlatas, eran prueba inexorable.
Maldita sea.
La idea de haber llegado a esos extremos no fue aceptada hasta tocar el suelo. La sangre bombeando con fuerza en sus venas, quedó como la última ratificación increíble, además de la constante quemazón que provenía de su ojo violeta.
—Mi sagaz y pequeño amo —. Susurró entonces el muy bastardo, con ese aire burlón de victoria, como si Ciel todavía conservara algo de sanidad en él para tener la valentía de ignorar su llano error.
No obstante, la sonrisa que se dibujó en su pequeño rostro, indicó lo mucho que valió la pena. Claro, no tenía caso negar lo que había hecho. Provocar a un demonio sin duda era un juego peligroso, pero la condena no podía disolverse. Mucho menos con el contrato intacto. El no aprovechar una situación así, hubiera sido algo más estúpido.
—Usted disfruta mucho de rebasar límites últimamente, ¿no lo cree?
Ahí estaba la última advertencia. La inútil oportunidad para recobrar la compostura y detener el juego. Soltar una pequeña carcajada fue más fácil de lo que pensó.
No me hagas reír, perro.
.
.
¿Y que más daba si los atrapaban? Con sus ropas destrozadas esparcidas por el suelo de su alcoba. Ya no había nada que esconder.
¿Cómo ocultar la depravación cuándo ya está carcomiéndote? Cuando ya no hay remedio, cuando la infección se ha esparcido y ya está sazonando lo adecuado, tomándose su debido tiempo para cierta criatura hambrienta, a la cual ya no es posible ignorar.
—La idea de ensuciar el cuarto donde ya hemos copulado tantas veces con su sangre le parecía excitante, ¿no es así? ¿O qué pretendía con ello? ¿Era una ofrenda o una ofensa? Dígame —Exclamó Sebastian contra su oído, casi implorante.
Con tanto énfasis en el desprecio, no había otro resultado que no fuera algo amorfo del amor. Ciel se mareaba tan sólo de pensar en aceptarlo (muy en el fondo, tal vez ya lo tenía asimilado). Porque, cuando el placer resultaba ser demasiado, cuando la fricción de su tan frágil cuerpo contra uno tan inhumano congeniaban en la más viciada de las perdiciones, con el constante sonido de piel chocando contra piel de manera tan obscena, tan precisa y atemorizante, no existía otra manera de decirlo. Ya no era simple sexo, no para él. Quizás era su mayor falta. Sebastian, siendo mayordomo o demonio, o ambos, conocía todos sus rincones mejor que nadie. Sabía dónde tocar, dónde presionar.
—Sebastian… —Gimió Ciel, concentrándose en cada una de las estocadas que asaltaban su interior, harto de pensar.
—Tomaré eso como un sí frente a las dos propuestas—Contestó el demonio tras un par de risas que fueron silenciadas por los labios del insensato joven.
La sangrienta calidez que surgió de ese beso los llevó al anhelado clímax. Sebastian lo recordó con una deliciosa claridad, un breve lapso de perdición absorbente que podía saborear con sus dientes y garras aferradas a la susceptible piel de su pequeño maestro, quién, a propósito, gritó tan alto que su garganta por poco cedía a la perdida de voz. Los gemidos entrecortados apenas pudieron murmurar las tres primeras sílabas de su nombre. Ciel no se separó de él ni un centímetro, sabía a la perfección el efecto que sus delirios provocaban. El demonio podía sentir como temblaba, como enroscaba sus piernas alrededor de su cintura con desesperación y presionaba torpemente, no obstante lo necesario para provocarle otra erección. ¿Quién diría que el presunto intento de suicidio de su joven amo tendría éxito? En verdad siempre conseguía sorprenderlo, de una u otra forma.
Ah, si las legiones del infierno lo hubieran visto, embelesado por un humano. Un niño humano, instruido y corrompido por él.
La fricción de la carne desnuda expuesta ante sus ojos, era memorable. Nada de que sorprenderse, aunque al mayordomo le fascinara de todas formas. Aquella alma excepcional estaba tan entintada de su maligno ser que podría haber eyaculado por segunda vez con la sola idea de asumirlo. La mirada oscurecida del joven amo, rendida a la lujuria, con el sello del contrato exponiendo un brillo triunfante, era sublime, y los rastros de linfa roja en sus mejillas, el último gesto consciente que quedó en su memoria. El resto se volvió un trance impúdico.
820 palabras.
N/A: No puedo creer que no haya actualizado el año pasado ¿? Da fuck. Nunca de los nuncas confíen en mis notas de autora. ;_;
Gracias por seguirme leyendo.