Hola! Bueno esta es una adaptación de una de mis historias favoritas es un poco corta pero muy romántica.

Disclaimer: Los personajes son como todos sabemos de el gran Masashi Kishimoto, y buena la historia de Lisa Kleypas

FALSAS PROMESAS (Adaptación)

Capitulo 1

Inglaterra Enero de 1820

—Otra vez estás pensando en Sasuke —se oyó la voz exasperada de Hana—. ¡Estás dejando que el recuerdo de ese canalla eche a perder cualquier oportunidad de hacer un buen matrimonio!

Es hora de que lo olvides y pienses en tu futuro.

Hinata Hyuga se volvió con una sonrisa y contempló aquel rostro tan parecido al suyo. Su madre, lady Hana Hyuga, aún era hermosa a los cuarenta y cinco, pese a que la pérdida del esposo, unos años atrás, le había dejado un rastro indeleble de tristeza en sus suaves ojos castaños.

—He pensado con mucho cuidado en mi futuro —replicó Hinata, con calma—. Pienso esperar que Sasuke vuelva por mí, todo el tiempo que sea necesario.

Hana suspiró.

—Desde que Sasuke se fue, hace un año, te he visto quedarte sola en bailes como este, comportándote como si fueras una flor del empapelado, cuando deberías estar bailando y riéndote con otros jóvenes.

—No me interesa ninguno de ellos. — Hinata estiró un brazo hacia su madre y le tocó el brazo, para apaciguarla.

—No entiendo tu obstinación —dijo Hana con suavidad—. Siempre te he conocido bien, Hinata, y esto no es propio de ti.

Siempre habían estado muy unidas, sobre todo los cuatro últimos años, desde que el padre de Hinata, Hiashi, muriera de una enfermedad cardíaca. Hasta eran parecidas, las dos menudas y de cabello oscuro, con ojos aperlados. Tenían el mismo temperamento, práctico y sensato. "Pero yo no soy igual a ti, mamá", pensó Hinata. Ni siquiera Hana comprendía el núcleo romántico donde se albergaban la esperanza, el dolor y los sueños destruidos que había dejado Sasuke Uchiha.

Una junto a la otra, las dos mujeres contemplaron la escena familiar que se desplegaba ante ellas: parejas moviéndose al ritmo de una cuadrilla, jóvenes corteses que abordaban a muchachas ruborosas, viudas y damas de compañía que observaban con mirada vigilante a las niñas que debían cuidar. En otra época, Hinata había participado en las diversiones, haciendo caídas de ojos a los apuestos juerguistas, coqueteando, bailando... le encantaba bailar hasta que las faldas se le enroscaban en los tobillos. Y entonces conoció a Sasuke, y su corazón se perdió para siempre. Era el único hombre que querría jamás.

—Mamá —murmuró—, debes aceptar que sé lo que es mejor para mí.

—Pero has estado metida en el campo la mayor parte de tu vida. ¿Cómo puedes saber lo que es mejor? Ahora, estás tomando decisiones que afectarán el resto de tu vida. Cada muchacho que rechazas podría ser el que te hiciera realmente feliz.

—Jamás podría ser feliz casándome con un hombre al que no amara.

—Hay otras cosas tan importantes como el amor. Bondad, afecto, seguridad... todo lo que yo tuve con tu padre. La pasión y el romanticismo se disipan, pero la amistad perdura toda la vida.

—Cuando Sasuke regrese, tendré todo eso.

—Me gustaría que regresara —replicó Hana, airada—, así podría decirle lo que opino de él. — Sonrió mientras hablaba, para que los demás invitados al baile de los Haruno creyeran que sostenían una conversación intrascendente—. ¡Dejarte pendiente de las cuerdas de tu corazón durante años, mientras él galantea por todo el continente...!

—Mamá, por favor... ya hemos tenido esta conversación cientos de veces.

Hana le tomó la mano y se la oprimió.

—Ya sabes que lo que te digo es porque estoy preocupada por ti, querida. No creo que pienses que Sasuke regresará. Pero eres demasiado obstinada para admitirlo, ni siquiera para ti misma.

Tienes miedo de que vuelvan a herirte y has decidido no confiar más en ningún hombre, porque Sasuke Uchiha te engañó. Y es mi culpa que le hayas entregado el corazón a un miserable como él.

— ¿Tu culpa? —repitió Hinata, sorprendida.

—Sí. Desde que Hiashi murió, he dependido de tu ayuda para dirigir la propiedad y a los inquilinos. Cuando las otras muchachas estaban bailando y coqueteando, tú sacrificaste tus mejores años sentada tras montañas de libros de contabilidad, tratando de exprimir las monedas para nuestro presupuesto y lograr que las cuentas cerrasen...

—Quería ayudarte. — Hinata pasó el brazo por la cintura de su madre—. Si tú y yo hubiésemos perdido la propiedad, jamás me lo habría perdonado. Y creo que nos las hemos arreglado bastante bien.

—Puede ser—dijo Hana, con expresión afligida—. Por desgracia, eres más ingenua que la mayoría de las muchachas de tu edad, Hinata. Perdóname que lo diga, pero es verdad. Tienes ideales demasiado elevados... has sido protegida de las experiencias que podrían haberte dado un conocimiento más cabal de la vida. Sasuke lo percibió y se aprovechó de ti. Lo que no entiendo es por qué insistes en serle leal.

Como no tenía una respuesta a eso, Hinata suspiró y contempló el salón. Los que ofrecían el baile eran los Haruno, porque la hija cumplía diecisiete años. Corrió la voz de que asistirían numerosos solteros, y por eso, padres ansiosos de todo Berkshire y condados vecinos habían llevado a sus hijas. Sin embargo, el Honorable Sasuke Uchiha no estaba presente, y en lo que a Hinata se refería, era el único hombre que podía interesarle.

¿Sólo había pasado un año desde que Sasuke la cortejara con tanto ardor, con tanta ternura?

Había conquistado el corazón de Hinata, y después, la había dejado. Había dicho que quería vivir más la vida. Antes de comprometerse con las responsabilidades del matrimonio, de una esposa, hijos, quería hacer un viaje por el continente europeo, pero luego volvería a ella. Le pidió que lo entendiera, y Hinata hizo como que entendía, porque se sentía demasiado insegura de sí misma» demasiado embelesada para protestar.

Quizá su madre tenía razón. Hinata no quería convencerse de que Sasuke jamás regresaría a buscarla. El problema era que no podía olvidarlo, ni seguir adelante con su vida. Ningún otro hombre tenía ese encanto malévolo... nadie más la interesaba.

—Mira allá, Hinata —oyó la voz de la madre—. ¿Ves a aquel caballero alto que está junto a la puerta?

Hinata fijó la mirada en el desconocido, hombre de unos veinticinco años. Sólo un asiduo deportista podía tener ese cuerpo atlético y esa piel bronceada. Su cabello rubio leonado estaba pulcramente cepillado, pero ya le caía sobre la frente, encima de un par de ojos brillantes, de gruesas pestañas.

Ciertamente era muy apuesto... pero le faltaba el oscuro atractivo de Sasuke Uchiha. Estaba de pie, con la mano en la cintura de una joven rubia y la guiaba, protector, entre la gente.

— ¿Quién es? —preguntó Hinata, sin demasiado interés.

—Estoy segura de que es lord Naruto Namikaze. Hace años que no lo veo... ¡pero es la viva imagen de Minato, su padre! Y la muchacha que está con él debe de ser su hermana, Ino. —Al ver que la mirada de la hija estaba fija en el recién llegado, Hana se entusiasmó—. Yo mantenía una estrecha relación con los Namikaze mientras tu padre vivía. Desde entonces, nos hemos apartado, pero sigo sintiendo gran afecto por ellos. El hijo mayor, Deidara, murió hace poco en un accidente con un caballo... una pena. ¡Pero, caramba, cómo ha madurado Naruto! Tengo que encontrar el modo que presentártelo...

—No, mamá —repuso Hinata, con firmeza—. No tengo interés en conocer a nadie. Acepté asistir al baile sólo porque tú insististe.

—Pero, querida...

Moviendo la cabeza, Hinata se alejó hacia la mesa de los refrescos, siguiendo un camino despejado para atravesar el salón.

Lord Naruto Namikaze no quitó la mano de la cintura de su hermana mientras la guiaba entre la gente, eludiendo diestramente saludos y preguntas ansiosas. Se abrieron paso hasta la mesa de los refrescos, entre un mar de caras sonrientes. El joven las ignoró a todas, indiferente a las miradas que se dirigían hacia él.

—Dios mío, Naruto —exclamó su hermana, agitada—, no tenía idea de que eras tan solicitado. ¡Acabo de oír decir a una mujer que eres la sensación de la temporada!

—No sé por qué será —dijo, cínico, aunque los dos lo sabían.

La familia acababa de recibir una lluvia de títulos que les habían pertenecido desde décadas atrás.

Los títulos, y muchas propiedades, habían sido revocados cuando el antecesor de Namikaze fuera acusado de traición en la guerra civil inglesa. Ahora un renombrado historiador había demostrado que el acusado era inocente y, entonces, el Parlamento concedió a los Namikaze la restitución completa de lodo lo que les había sido arrebatado.

El año anterior, habían pasado de ser terratenientes pobres a muy ricos, y todos reaccionaron del mismo modo. El deseo de casarse con un Namikaze había llegado a un altísimo grado. Si el hermano mayor, Deidara, aún hubiese vivido, Naruto se habría visto libre de continuar con una vida relativamente normal. Pero Deidara había muerto hacía dos años; entonces Naruto era el hijo mayor que quedaba vivo, el primero en la línea de herencia del título paterno. Para él, no significaba nada.

Habría dado cualquier cosa por tener otra vez a su hermano. Todo el privilegio y la atención deberían haber sido para Deidara... que lo habría manejado con su habitual sabiduría. Naruto, en cambio, tuvo que asumir una posición de influencia que jamás esperó ni quiso.

Las madres que en otro tiempo temblaban de pensar que Naruto podría interesarse por sus hijas, ahora trataban desesperadas de atraer el interés del joven en ellas. Las damiselas que lo habían rechazado ahora estaban bien dispuestas a coquetear, agitar las pestañas ante él y aceptar cualquier cosa que quisiera. En otro tiempo, se habría sentido halagado por semejante atención, pero ahora la ferviente persecución le daba un cínico placer. Quería a alguien que pudiese vigilar la flamante fortuna de los Namikaze y que sólo tuviese ojos para él, y desaba lo mismo para Ino.

Para proteger a su hermana de los caza fortunas, Naruto la acompañaba a bailes, veladas y compromisos sociales. La vigilaba atentamente y le brindaba protección y consejo cada vez que ella lo requería.

—Ahora, puedes casarte con cualquier mujer que se te antoje —señaló Ino.

—No deseo casarme —dijo Naruto—. Durante mucho tiempo, al menos, no.

Tres jóvenes sitiaron a Ino, haciéndola sonrojarse hasta las raíces del cabello rubio claro. Luchaban, ansiosos, por atraer su atención, trayéndole vasos de ponche y platos con bocadillos para que los saborease. Mientras Naruto se tironeaba del borde de la corbata, que parecía cortarle el cuello, captó la figura de una muchacha que se abría paso hacia la mesa de refrescos. Le clavó la vista, súbitamente interesado. Llevaba el cabello negro peinado hacia atrás, apartado del rostro, que parecía de una pureza y una tersura imposibles. Tenía una figura delgada y hombros medio desnudos que relucían, tentadores, a la luz de los candelabros. Era una pena que tuviese una expresión tan vacía, un semblante sin vida, como una máscara. Siendo tan bella, ningún hombre se acercaría a una muchacha que parecía tan poco interesada en el ambiente que la rodeaba. Ya había conocido mujeres así, cáscaras vacías, sin nada dentro. Pero esta era tan deslumbrante, con su piel de porcelana y su reluciente cabello negro, que le costó convencerse de que era como las otras.

— ¡Namikaze! —oyó la voz de su viejo amigo Kiba Inuzuka, un hombre bajo, de pelo castaño. Kiba había sido compañero de escuela de Naruto.

Siguiendo la mirada de Naruto, vio a la muchacha de cabello oscuro y sacudió la cabeza—. Esa es la señorita Hinata Hyuga —dijo—. Hija del difunto sir Hiashi Hyuga. No pierdas tiempo con ella, Namikaze. — ¿Por qué no?

—Está comprometida con alguien. AI parecer, lo está hace mucho tiempo. Dicen los rumores que está enamorada de un inútil llamado Sasuke Uchiha, y que no tiene interés por ningún otro hombre. Además, no tiene dote que valga la pena. Desde que murió el padre, los cofres de la familia están exhaustos.

Naruto no reaccionó visiblemente ante esa última afirmación, salvo esbozar una irónica sonrisa. Dos años antes, lo mismo se decía de él mismo. Era el segundo hijo, y sólo tenía perspectivas modestas. No sería él quien rechazara a una mujer basándose en la cuantía de la dote. Volvió la mirada a la señorita Hinata Hyuga y se preguntó que se ocultaría tras ese rostro bello y misterioso.

En el mismo momento en que Hinata llegó a la mesa donde estaban servidas las vituallas, registró disturbios, cerca de allí. Una rubia delgada, lady Namikaze, si no se equivocaba, acababa de recibir un empujón mientras sostenía el ponche en la mano. El líquido del color de las fresas le había salpicado el vestido de seda blanca. A punto de llorar, la muchacha miró, impotente, la mancha, mientras los tres jóvenes que la rodeaban rompían en efusivas disculpas.

De inmediato, Hinata pasó entre los atribulados hombres y llevó a la muchacha a un rincón, lejos de las miradas. Secó la mancha con una servilleta limpia.

—No es más que una pequeña salpicadura —dijo, en tono alegre, sonriendo a la afligida muchacha—. No te preocupes, la cubriremos con algo. Nadie lo notará.

La muchacha estaba encarnada de vergüenza.

—Estaban tan cerca... yo tenía el codo apretado...

—Nos pasa a todas —repuso Hinata, consolándola—. Lo he visto infinidad de veces. Una vez se me cayó un trozo de tarta azucarada sobre la delantera y me dejó una mancha justo en... bueno, ya te imaginas. —Sacó la orquídea rosada que llevaba prendida al corpiño, y que era el único adorno que podía permitirse. La prendió con cuidado en la cintura de la otra muchacha, ocultando la mancha de ponche—. Ya está, la flor queda perfecta.

—Pero tú vestido queda demasiado despojado sin ella —exclamó la chica, y se sonrojó más aún—. Oh, no quisiera...

—No hay problema —dijo Hinata, conteniendo la risa—. En serio. A propósito, me llamo Hinata. Hinata Hyuga.

La muchacha se señaló a sí misma. —Ino Namikaze. Pero tienes que llamarme Ino, como lo hacen mi familia y mis amigos. —

Recuperándose de su intensa incomodidad. Ino le sonrió—: Eres muy buena.

—En absoluto... —empezó a decir, pero las palabras se le quedaron en la garganta cuando un hombre se les aproximó.

Naruto Namikaze, que de lejos era sencillamente apuesto, de cerca era impactante. Salvo por unas marcas en sus mejillas, sus rasgos eran perfectos. A Hinata la extasiaron los ojos, azules de un despejado cielo escocés. Los iris estaban bordeados de negro, destacándose ese borde oscuro contra el azul más claro, como salpicado de humo. Esa mirada la incomodó. Apartó la vista con gran esfuerzo, sintiendo que le subía un sonrojo desde el cuello.

Naruto contempló a la circunspecta joven que tenía delante. La máscara había ocultado otra vez el rostro... pero ya era tarde. Había visto cómo le sonrió a Ino, con una sonrisa que era como un relámpago de inesperada y hechicera calidez. Había cedido su único adorno para ahorrarle la vergüenza a la hermana de Naruto. Y casi no podía permitirse el lujo de perderlo. Sin la orquídea, nada distraía la atención del hecho de que el vestido era de bajo coste, y un poco amarillento por el tiempo. Lo intrigaba como ninguna mujer lo había hecho en mucho tiempo. Quería verla sonreír otra vez... quería abrazarla y soltar las hebillas que sujetaban ese cabello negro.

Ino los presentó con la soltura que da la práctica, y Naruto hizo una cortés reverencia.

—Parece que ha venido usted a salvar a mi hermana, señorita Hyuga.

La joven comenzó a retroceder, dejando claro que no quería conversar con él.

—No me ha causado ningún problema, milord. Si me disculpa...

Naruto hizo un gesto hacia la atestada pista de baile.

— ¿Tiene concedido este baile, señorita Hyuga?

Hinata vaciló e hizo ademán de consultar su carnet de baile, abriendo las delgadas tapas de plata para observar las páginas de color marfil: estaban todas en blanco.

—En realidad, no, pero no...

—Por favor, hágame el honor.

Extendió el brazo en un gesto demasiado insistente para rechazarlo.

Sonriendo encantada, Ino quitó la servilleta manchada de la mano de Hinata.

—Ve —la instó—. Disfrutarás de bailar con mi hermano... lo hace muy bien. —Le lanzó un guiño a Namikaze—. Iré a conversar con las matronas que están en el rincón.

Ante la gentil provocación, Hinata no encontró modo de negarse con desgana, apoyó los dedos enguantados en el brazo fuerte y sólido de Namikaze, y él la guió al remolino de parejas que danzaban. Sus manos le transmitieron autoridad, una de ellas en la parte baja de la cintura, la otra, rodeándole delicadamente los dedos. La llevó en un vals tan ligero y fluido que se sintió como si sus pies casi no tocaran el suelo.

La voz de Namikaze era profunda y serena, con un agradable matiz ronco. —No tiene por qué sentirse tímida.

Al comprender que estaba rígida como una tabla, Hinata ordenó a sus músculos que se relajaran. Mientras bailaban, muchos de los presentes los observaban con atención. Las mujeres abrían los abanicos de seda y murmuraban tras ellos. Con intensa conciencia de la atención que despertaban, Hinata frunció el entrecejo, molesta.

— ¿No le gusta bailar, señorita Hyuga? —le preguntó Namikaze.

—Hubiese hecho mejor en invitar a cualquier otra —le respondió ella sin rodeos. La miró interrogante, alzando una ceja.

— ¿Por qué?

—Porque estoy prometida a otro.

— ¿Está formalmente comprometida?

—No. Pero le entregué mi corazón a él. —Lo miró en los ojos, y añadió, con aire significativo—Es mi verdadero amor.

En lugar de mostrarse apenado, Namikaze pareció divertido.

— ¿Y dónde está ese verdadero amor suyo, señorita Hyuga?

—En estos momentos, está viajando por el continente. Pero pronto vendrá a buscarme.

—Claro —dijo, en tono condescendiente—. Entretanto...

—Entretanto, lo esperaré.

— ¿Cuánto tiempo?

—Para siempre, si es necesario.

—Debe de ser un hombre fuera de lo común para merecer semejante devoción.

—Sí, es...

Contemplando aquellos ojos azules, Hinata olvidó lo que iba a decir. Tenía un efecto singular sobre ella: la hacía sentirse un poco fuera de equilibrio. Nunca se habría imaginado que la conmoviese alguien tan diferente de Sasuke. Namikaze no tenía ni pizca del encanto juvenil y perverso de Sasuke, nada de su aire canallesco. Este hombre, en cambio, era seguro y la intimidaba. Intentó imaginarse cómo sería Namikaze si estuviera enamorado. Debía de ser abrumador. Debía de ser capaz de hacer sufrir a una mujer, si se le ocurría. Al pensarlo, un escalofrío le recorrió la espalda. ¡Gracias al cielo, no tenía semejante poder sobre ella!

—Hábleme de él —le dijo Namikaze.

Hinata frunció la frente, como si buscara las palabras exactas para describir a Sasuke.

—Es apuesto... lleno de vida... huidizo. No le gusta quedarse mucho tiempo en un solo sitio. Anhela la excitación y la aventura, y arrastra a todo el mundo con él.

A Naruto lo fascinó el modo en que la timidez de Hinata se disipó por un momento, permitiéndole atisbar el alma romántica que ocultaba. No tenía experiencia con los hombres... cosa evidente en el precio que pagaba por su equivocada lealtad al amor errante.

— ¿Cuándo fue la última vez que estuvo con él? —le preguntó. Al ver que apartaba la mirada y no le respondía, insistió—: ¿Hace un año? ¿Más?

—Un año —respondió, rígida.

— ¿Le ha escrito?

Hinata contuvo todo signo de irritación, y su semblante se volvió tan cerrado y carente de expresión como antes.

—No quiero hablar de él.

—Por supuesto, señorita Hyuga.

Pese a que su tono era cortés, Hinata supo lo que él estaba pensando: que ella era una tonta y que Sasuke nunca volvería a buscarla. Esperó, impaciente, que terminara el vals. ¡Hombre arrogante!

No sabía nada de Sasuke. No entendía la magia que ligaba a Sasuke con ella, y a ella con él. Lo que compartían estaba muy lejos de lo común: los besos dulces y embriagadores, el modo en que Sasuke la provocaba, cómo ella no dejaba de sonreír cuando estaba con él. Tenía la impresión de que Sasuke había salido de las páginas de una de esas novelas románticas que leía con tanta avidez, o de esos poemas de anhelos y amores apasionados. No quería nada menos que eso.

La música acabó con un floreo, y lord Namikaze la escoltó a un lado del salón, donde la esperaba su madre. Hana se mostró serena mientras intercambiaba unas palabras con Namikaze, pero Hinata veía que, por debajo, su madre estaba desbordando de excitación.

—Milord —dijo Hana, sonriendo—. Estoy segura de que no me recuerda. La última vez que lo vi, era usted un niño pequeño.

—Recuerdo un poco, lady Hyuga —dijo Namikaze—. Usted solía visitarnos y pintaba acuarelas junto con mi madre.

— ¡Sí, así es! Por favor, dígale a la duquesa que la recuerdo con mucho cariño.

—Espero que nos hará el honor de adornar otra vez nuestro salón, lady Hyuga. Transmitiré a mi madre sus saludos. —Se inclinó sobre la mano de Hana y la besó con respeto y luego se volvió hacia Hinata, con un brillo provocativo en sus ojos azules—. Gracias por el baile, señorita Hyuga.

Hinata le dedicó una rápida reverencia, todavía exasperada por sus preguntas indiscretas y su actitud condescendiente. Cuando se alejó, ella le dio la espalda y suspiró, aliviada de que el episodio hubiese terminado.

Para su congoja, vio que los ojos de la madre estaban llenos de la expresión ansiosa de las casamenteras.

—Es tan encantador como apuesto —exclamó Hana—. Y cuando bailaban, se os veía maravilloso a los dos juntos.

—Mamá, de esto no resultará nada —dijo Hinata, cortante—. Está acosado por mujeres esperanzadas. Y yo le he dicho que no tenía interés en el matrimonio.

— ¿Qué le has dicho? —El entusiasmo de Hana se desinfló rápidamente—. Hinata, dime que estás bromeando...

—En serio. Le he explicado que estaba esperando a otro hombre.

—Oh. —La frente de Hana se crispó de decepción—. Sólo puedo decirte que espero que sepas lo que estás haciendo, Hinata. ¡Mira que alejar a un hombre como Namikaze y fijar tus esperanzas en ese tunante de Sasuke Uchiha...! —Sacudió la cabeza y apretó las mandíbulas—. He estado pensando en comunicarte una decisión que he tomado hace poco.

Hinata lanzó una mirada cautelosa a su madre, esperando que continuara.

—El otro día vi el anuncio de una casa pequeña que quedará libre durante la temporada... está muy bien situada: está un poco al Sur de St. James. Nos vendrá bastante bien.

—No tenemos ninguna necesidad de alquilar una casa en Londres —dijo Hinata, agitada—. Casi no podemos pagar un techo que nos cubra las cabezas, así como estamos. ¡Mamá, es imposible que pretendas desperdiciar dinero por quedarnos en Londres, para conseguir un marido para mí!

—No es un desperdicio —replicó Hana, terca—. Es una inversión en tu futuro. Estás convencida de que amas a Sasuke porque nunca te has relacionado, realmente, con ningún otro hombre. Después de cierto roce en la ciudad, verás cuánta vida tiene para ofrecerte.

—Mamá, es la idea más ridícula que hayas...

—Estoy decidida.

— ¡Nos arruinaremos!

—Puede ser. Pero al menos tendrás una oportunidad decente de conseguir un marido. Y si Hiashi estuviese vivo, sé que estaría totalmente de acuerdo conmigo.

Espero que les haya gustado siempre he querido hacer una adaptación y esta historia me parece perfecta para un naruhina.

Bueno me despido besos.