Bueno, en lugar de estar escribiendo en el otro fanfic, he dedicado mi tiempo a esto. La verdad, me odio a mí misma, pero no puedo evitarlo; la idea era demasiado tentadora como para postergarlo. Es una maldita locura y quizás nadie lo lea, pero me siento satisfecha al saber que tuve el valor de hacerlo.

Soy fan de los X-Men, así que me pareció una "buena idea" mezclar dos de mis Fandoms favoritos, así que esto simplemente apareció en mi cabeza. Espero lo disfruten; es un poco loco y casi parece un desvarío, pero le puse todo mi esfuerzo y mi tiempo. No necesitan haber visto ni leído ningún comic para entenderla, así que no se preocupen.

Kuroko no Basket y todos sus personajes son propiedad de Tadatoshi Fujimaki. Yo no poseo nada, sólo los feels y las ideas retorcidas.


Capitulo 1

Control, Clasificación e Instalación

No quería sonar negativo, pero regresar a Japón era una completa porquería.

¿Que por qué?

Las calles estaban atestadas de personas, personas siempre vestidas de trajes y con aspecto severo. Todo el mundo lucía como si estuviera a punto de llegar tarde a su destino, y cuando accidentalmente chocaba con alguien el individuo no hacía más que mascullar una leve disculpa y seguir su camino, rápido como un rayo. Tampoco que esperara un discurso largo y tedioso de arrepentimiento porque, seamos sinceros, eso sería estúpido, pero cuando la gente lo miraba lo hacía como si él fuera una plaga contagiosa que debía ser erradicada de este planeta.

Normal. Nada otro mundo.

Pero ese no era su verdadero problema. En absoluto.

Kagami se detuvo en la taquilla del metro, reacomodándose la bolsa encima de su hombro y rogándole al cielo que la cola se moviera antes de que se hiciera viejo. Era ridículo; normalmente, en Estados Unidos intercambiabas de tres a cuatro palabras con el dependiente, te entregaban tu boleto, pagabas y partías a esperar tu tren con nadamás que un gañido de parte del sujeto y la compañía de Dios y cualquier otro santo para llevarte a salvo hasta tu destino. Jamás esperó que aquí se formara tanto jaleo para conseguir un simple ticket de metro. De haberlo sabido, habría tomado un taxi y acabado de una maldita vez con el asunto.

Las personas a su alrededor lo miraban, como de costumbre, pero sus ojos parecían más intensos y sofocantes de lo habitual. Era malditamente estresante. Pensó varias veces en cuál sería su reacción si él realmente les diera motivo para mirarlo, pero eso sólo le traería problemas. Le había pasado antes, y definitivamente le pasaría ahora.

Sacudió la cabeza y movió los pies, resoplando por enésima vez en los últimos quince minutos. La fila no avanzaba.

Miró distraídamente a su alrededor, notando las tiendas de brillantes y coloridos letreros, invitando a los pasajeros a relajarse a tomar una bebida o comprar alguna chuchería antes o después de su viaje. Bueno, si se hubiera percatado de eso antes, definitivamente hubiera entrado y comprado algo; estaba muriendo de la puta hambre.

También notó los grandes carteles de color negro y letras rojas, colgados cada tres o cuatro metros cada uno, informando a las personas de la nueva y popular ley que lo tenía en medio de una fila inamovible en medio de un sábado.

Acta para el Control Mutante:

En busca de una solución pacifica y amigable entorno al descontrol del Factor X, se exige a todas las personas entre diez a veinte años someterse al Examen de Detección de Gen X en cualquier instalación médica autorizada. Cualquier tipo de negación o resistencia será considerada como violación a la ley y condenado inmediatamente.

En caso de que usted posea el Factor X: este extraño elemento de la genética fue descubierto en 1963 por el famoso científico Stan Lee, quien lo bautizó con Factor X. debido a él, un ser humano aparentemente normal resulta ser un mutante. Un mutante es un ser supuestamente superior que por motivos desconocidos desarrolla poderes antinaturales. Dada su condición de "homo superior", se presume que es el próximo escalón en la evolución humana, listo para exterminarnos y reemplazarnos delante de nuestros ojos.

¿Qué debe hacer si usted o algún familiar resulta portador del Factor X?: regístrese en las Listas de Control Autorizado, en la cual se le informará y autorizará su traslado hacia su respectiva residencia de Control, Clasificación e Instalación Mutante, preparadas para la segregación de población mutante. Ahí vivirá y disfrutará de su condición mutante bajo vigilancia gubernamental. Gozará de una vida plena con los de su clase siempre y cuando cumpla la ley.

Si deseamos prosperar, debemos alejar a nuestras familias y futuras generaciones de estos peligrosos e impredecibles fenómenos. Así evitamos la proliferación del Factor X y sus consecuencias.

Gobierno Nacional de Japón.

Departamento Nacional de Salud.

Asociación de Ciudadanos Unidos por un País sin Mutantes.

La puta madre que los parió.

En primer lugar, él era humano, aunque no tuvo la "suerte" de nacer sin el maldito gen que tanto temía los desgraciados. La mutación no se pegaba como si fuera un puto resfriado ni se propagaba por la cercanía entre "humanos" y "mutantes". ¡Ni siquiera hay un por qué de que una persona resulte con el Factor X! Los padres no lo pedían, y el mocoso mucho menos.

Además, ¿qué era esa mierda de "vida plena con los de su clase"? Ellos no serían otra cosa que ratas de laboratorios listas para ser erradicadas ante el menor de los errores. Por supuesto que era más fácil si estaban todos congregados en un solo sitio.

Chasqueó la lengua, molesto, y giró la vista hacia otro lado.

―Oye niño ―escuchó una voz a sus espaldas. Volteó y encaró a un hombre adulto, con edad suficiente para ser su padre, quien lo miraba fijamente desde su altura bastante menos amedrentadora comparada con la suya. Tenía en ceño fruncido, pero le temblaban ligeramente las comisuras de los labios―. Los fenómenos como tú no pueden hacer esta fila.

Kagami parpadeó un par de veces, intentando digerir las palabras espetadas por aquél desconocido.

En Estados Unidos había aprendido a vivir con el rechazo y la discriminación a ratos, cuando aparecían los idiotas fanáticos anti-mutantes diciéndole alguna estupidez por haber nacido como lo hizo, pero nada que no pudiera resolver con un buen puñetazo o una buena sarta de amenazas que los hacía cagarse en sus pantalones. Además, Alex y Tatsuya siempre estaban ahí para apoyarlo ante esos imbéciles de mente cerrada que, sinceramente, eran cada vez menos.

Pero esto, esto era lo que detestaba de este maldito lugar. Tener que llevar ese maldito distintivo negra con una "X" roja en la ropa, como si fuera una alimaña asquerosa que necesitaba ser identificada para que los demás pudieran señalarlo e insultarlo. Sería más sencillo si simplemente escribieran la palabra MUTANTE en su frente y lo llevaran a un campo de fusilamiento.

―¿Estás escuchándome? ―regañó el hombre, agravando su gesto. Parecía querer darle un golpe, pero su miedo a tocarlo era demasiado grande para siquiera atreverse hacerlo.

Él no era una maldita plaga. Él era tan -o más- humano que cualquiera de los que estaban a su alrededor, quienes nunca habían sabido lo que era que la gente les gritara y les escupiera a los pies por haber nacido con una condición que, maldita sea, él no había pedido. Pero tampoco se iba a revolcar en la autocompasión, ni les daría el gusto de verlo atemorizado. Por la mierda que no.

Así que, respirando ampliamente para calmar sus llamas, sujetó la bolsa que llevaba al hombro y salió de la cola, dejando al hombre y a los demás con la palabra en la boca. Ya había tenido suficiente de esa mierda. Seguro que la maldita fila no avanzó nunca porque querían echarlo, y en lugar de decírselo desde el primer momento lo mantuvieron ahí como idiota por casi media hora. Ridículo.

Subió las escaleras y salió de la estación, agitando la mano para detener el primer taxi que no se cagara ante el hecho que fuera mutante y lo llevara a su destino, pero ya.

Desafortunadamente no parecía existir alguien así. Esperó durante diez minutos a que alguno tomara su señal, pero todos pasaban de largo ante su mano alzada. Es más, estaba seguro que los muy hijos de puta aceleraban en el momento exacto en que lo veían. Si no fuera porque no quería quedar en la cárcel, le prendería fuego a cada uno de ellos.

Al final, hubo uno que se detuvo. Al principio creyó que era una broma de algún imbécil anti-mutante que pretendía arrojarlo por un barranco, pero al mirar al hombre -un anciano, en realidad- supo que eso era imposible. Se subió en el asiento trasero.

―Buenos días ―saludó el conductor.

Kagami casi se caga de la risa ahí mismo. Eso era tan anticuado que daba miedo.

―Días. La residencia de Control Mutante, a las afueras de la ciudad.

Ya. Estaba listo para entregarse por voluntad propia al encierro.

El viaje fue un poco largo. Miró por la ventanilla, dejando que su vista vagara sobre la carretera pavimentada de un gris borroso; hacía años desde que había visto el paisaje de Japón tan espléndidamente, pero hoy nada de eso le llamó la atención. Nunca había sido un gran amante de las palabras bonitas y nostálgicas que se relatan cuando uno sabe le queda poco tiempo para apreciar ciertas cosas, así que simplemente se limitó a dejar su mente en blanco.

Carajo, qué no daría por regresar a Los Ángeles, aún si tuviera que lanzarse al océano y cruzarlo a nado.

―Llegamos a su destino ―le avisó el chofer, estacionando el auto.

Kagami entregó el dinero, abrió la puerta y salió del coche, echándose la pesada bolsa al hombro.

―Tenga un buen día ―deseó el anciano.

Como si eso fuera posible, pensó.

Asintió y cerró la puerta. Entonces encaró el lugar donde pasaría recluido el resto de su maldita vida. Aquél lugar estaba a las afueras de la ciudad, pero parecía el mismísimo medio de la nada.

A primera vista, parecía el perímetro normal de un campus escolar. El enorme edificio era color blanco y negro, con ventanas amplias y marquesinas que conducían a lugares que su vista no le permitía llegar. Había árboles, bancas, personas y te daba la sensación de un primer día en Preparatoria.

Pero entonces estaba la gran cerca electrificaba que marcaba las fronteras entre la carretera y el terreno, los muros altos, los policías y otros montones de agentes del gobierno supervisando a los jóvenes que por ahí pasaban, listos para asesinar a cualquiera que hiciera el menor intento de desobediencia.

Le tomó una enorme fuerza de voluntad el no dar la vuelta y salir corriendo. En cambio caminó hasta la entrada y se dirigió con paso firme al edificio, donde había un gentío acumulándose en torno a varias mesas. No tenía ni idea de qué rayos se suponía que debía hacer, así que echó una ojeada para ver qué hacían los otros.

Primero que nada, se percató que necesitaba unos papeles que le entregaron cuando se -maldita sea- enlistó, así que rebuscó en sus bolsillos y estiró la página con la información. Leyó lo que decía, pero no encontró nada que le explicara qué mierda hacer una vez en el maldito lugar. Solamente decía su nombre, edad y otro tipo de idioteces, además de mierda inútil sobre la mutación.

Hizo lo que el instinto le dictó: formó fila en una de las mesas revueltas. La muchedumbre se apretujaba y fastidiaba de manera asfixiante, pero se las arregló para no empujar a nadie más de lo requerido. Se dio cuenta que todos los que ahí estaban eran adolescentes, igual que él, y hasta los de las mesas lucían tan jóvenes como cualquiera de los otros.

Quizás esa era una de las ridículas maneras del gobierno para fingir que hacían las cosas más fáciles, guiando a los recién llegados bajo el cuidado de sus senpais. Así verían que este lugar no era tan malo y que, con un poco de esfuerzo, hasta podrían llegar a disfrutarlo.

Pues por él que se vayan a la misma mierda. No se acostumbraría a ese maldito infierno ni aunque le lavaran el cerebro, cosa que probablemente harían.

―Toma asiento ―le indicó una voz femenina en cuanto llegó al frente.

Una chica de cabello castaño claro corto y ojos del mismo color estaba sentada detrás de la mesa, enterrada en un montón de papeleo. Vestía un vestido color azul oscuro, nada que indicara algún tipo de uniforme, y estaba acompañada por otro sujeto justo al lado de ella, quien también parecía sumergido en un mar de papeles. Usaba lentes y tenía el cabello negro.

Su sonrisa era forzada.

Hizo lo que le pidió y aceptó el vaso de agua que ésta le ofrecía; en realidad, tenía más nervios que sed, pero un poco de agua tampoco lo mataría.

―¿Tu nombre? ―preguntó en cuanto se desocupó de lo que sea que haya estado haciendo anteriormente. Lucía como si estuviera realmente estresada. El tipo a su lado estaba haciendo lo mismo con otra persona.

―Kagami Taiga ―farfulló. Sentía como si caminara directo hacia el matadero.

La pluma de ella se movió rápidamente sobre el papel. No alzó la vista cuando volvió a preguntar.

―¿Edad?

―Dieciséis.

―¿Altura?

―Un metro noventa.

―¿Peso?

―Ochenta y dos kg.

―¿Mutación?

Maldición, ya comenzaban con el maldito hostigamiento. De milagro no preguntaban con cuanta regularidad iba al baño, o si realmente iba.

Resopló en voz baja.

―Pirokinésis ―respondió.

Ella lo miró durante medio segundo; después, continuó con su tarea.

―¿A qué edad se manifestó por primera vez tu mutación?

―A los trece.

―¿Hubo algún daño y/o herido?

Kagami la contempló largamente, hasta que ella no pudo hacer más que alzar la cabeza y encogerse de hombros. Su sonrisa falsa había desaparecido.

Tampoco estaba disfrutando de esa porquería, estaba claro con ese encogimiento. Él suspiró.

―No, sólo quemé mi pijama. Ocurrió de noche y recién acababa de tomar un baño, así que no fue la gran cosa ―informó. La chica escribió todo esto en el papel.

―¿Tienes algún pariente que sea portador?, ¿mamá, papá, tíos?

―No.

Ella hizo una mueca, a saber Dios porqué.

―Bien. Kagami-kun, ¿tienes la certificación que te autoriza estar aquí? ―él se la entregó. Ella le echó un vistazo y después la engrapó con el papel que había estado llenando. Luego lo puso en la montaña de papeles a su alrededor, buscó algo entre otros tantos más y entonces encaró al pelirrojo―. Sólo queda informarte cuál es tu ubicación ―leyó rápida y vertiginosamente los documentos que había buscado y señaló con el dedo un renglón―. Ah, estás en el bloque Seirin, así que serás mi kohai. Aquí tienes tu mapa del lugar y lista de actividades. Buena suerte.

Se levantó, arrugó el vaso de papel, lo lanzó a la basura y asintió a la chica antes de arrastrarse lejos de la muchedumbre. Ya iban dos veces que alguien le deseaba "buena suerte", como si él fuera a hospedarse algún hotel o estuviera de vacaciones. Vaya estupidez.

Leyó el mapa mientras se adentraba en el gran edificio principal, deteniéndose en el vestíbulo y observando con incredulidad los casilleros delante suyo. En serio, esos lucían exactamente a los de las escuelas; incluso tal vez contenían zapatos blancos, listos para usarse dentro del recinto. Escupió una maldición. Si no fuera porque apreciaba mucho su vida, le habría prendido fuego a todos y cada uno de ellos.

Se acercó al mueble y buscó su nombre; estaba seguro que lo encontraría. Y por supuesto que lo hizo. Estaba impreso en letras rojas, igual que los malditos carteles con la ley que abundaban en las calles, adornadas con el conocido brillo de las placas de plástico. Esta vez, estuvo a punto de quemarla; incluso dejó que las llamas brotaran de sus dedos, pero después sacudió la cabeza, rechistando. Sería una estupidez enloquecer al menor signo ineptitud humana. Así que, con la mayor de las renuencias, abrió la puertecilla, sacó los zapatos, se los puso y guardó los propios en la taquilla. De esa manera todo el mundo estaría contento y sus sesos no bañarían la impecable pintura del edificio.

En serio.

Según el mapa que le entregaron, ese era el edificio principal, marcado con un "1" en la página. Allí era donde se impartían las clases, como si fuera una escuela Preparatoria normal, y ellos asistían de lunes a viernes. Qué ridículo, pensó, fingir que eso les serviría de algo cuando pasarían el resto de sus vidas en las malditas cárceles anti-mutantes, pero prefirió ignorarlo. Ya se estaba cansando de repetir siempre la misma letanía.

Más allá del gimnasio, siguiendo el camino de las marquesinas, estaban los dormitorios. Según el mapa lucían como un montón de pequeñas casitas aglomeradas en medio de lo que parecía una caravana hippie. Hizo una mueca de sólo pensarlo. Había varios nombres indicando los edificios, entre ellos leyó Shuutoku, Yosen, Seiho, Kaijou, y el famoso Seirin. Ni siquiera se molestó en preguntarse por qué los nombres, que sonaban más como fraternidades que dormitorios mutantes -una parte de él se esperaba algo más mundano, como "fenómenos", la palabra favorita del gobierno-.

Se dirigió hacia allá. Lo único que quería era tirarse en alguna cama y dormir hasta que el país abriera los ojos, o bien terminara en banca rota por el gasto excesivo de dinero en idioteces como "Segregación Mutante", a ver cómo se las ingeniaban ahora para sostenerse. Pero entonces recordó la lista de actividades, y se apresuró a echarle un vistazo para saber qué otra locura se les había ocurrido a los del gobierno.

*Primer Domingo: demostración inicial de poderes. Esto sirve para tener una idea aproximada de su magnitud como mutante y posición como estudiante y residente.

*Lunes a Viernes: clases académicas en el edificio principal. Es obligatorio portar el uniforme.

*Sábados: entrenamiento mutante. Una serie de procesos mediante los cuales apoyamos e instamos al mutante a conocer y controlar su anormalidad genética.

*Domingos: libres.

Y dale con lo de "mutante, mutante." ¿Qué no sabían referirse a ellos por lo que eran? Humanos. Por el amor de todos los malditos infiernos.

Además, ¿qué era esa mierda de "entrenamiento mutante"? Él ya conocía y controlaba sus poderes. Había aprendido a hacerlo gracias a la ayuda de Alex y Tatsuya, y no necesitaba las instrucciones de unos idiotas que no sabían ni dónde les quedaba el culo. Por él que se vayan al diablo.

Se apresuró a llegar al dormitorio. Total, no tenía que enfrentar esa locura sino hasta el día siguiente, así que quizás mientras dormía podría ocurrir alguna catástrofe que lo ayudara a escapar, como un terremoto o tal vez un sismo. Algo así.

Al final de las marquesinas el camino se ramificaba, dividiéndose en las distintas rutas hacia cada edificio. Siguió la que le decía el mapa. Ningún dormitorio estaba demasiado apartado del otro, así que fácilmente pudo ver el brillante color naranja del que identificó como Shuutoku. Vaya color ridículo.

El de Seirin no era tan estúpido. Lo reconoció por la gran matrícula colgaba sobre la puerta principal, señalando el nombre del edificio, y la fachada estaba pintada de un blanco, negro y rojo totalmente sobrios. No era ni extravagante ni invisible; daba un ligero aspecto de biblioteca, pero por lo demás, estaba perfecto. Para un edificio de dos pisos, quedaba bastante bien.

Sopesó si debía entrar sin más, pero después suspiró y levantó la mano hacia el timbre. Eso no podía ser más parecido a una película barata de los ochenta porque les faltaba presupuesto.

Entonces la puerta se abrió de repente, dejándolo con la mano en el aire.

―Tú debes ser el nuevo, ¿verdad? Pasa, no tienes que tocar ―le dijo un chico de estatura menor que la suya, de cabello negro y ojos grises. Esbozaba una gran sonrisa. Llevaba puesta una sudadera negra y roja con el nombre del dormitorio y vaqueros gastados―. Mi nombre es Izuki Shun. Puedes llamarme Izuki-senpai. Estoy en mi segundo año en la residencia.

"Residencia", pensó. Qué palabra tan bonita para referirse a una cárcel.

Sacudió la cabeza.

―Con permiso.

Se detuvo en el genkan, mirando los pies del senpai. Estaba descalzo. Escondiendo una mueca de desagrado se quitó sus estúpidos zapatos de interior y los dejó en una -sorprendente- fila de zapatos perfectamente acomodados en la pared. Guau.

―Bienvenido a Seirin. Allí está la sala de estar ―señaló hacia una habitación bulliciosa repleta de gente. Se escuchaban sonidos de balas y autos, así que probablemente estuvieran viendo una película―, por allá está la cocina y arriba las habitaciones. Puedes hacer lo que quieras mientras no estés en horario de clases. ¡Siéntete con en casa!

Kagami hizo otra mueca. Ambos comenzaron a caminar entre los pasillos, Izuki enseñando los distintos lugares de la planta baja. Había una sala vacía, que según dijo era la sala de Debate Telepático, aunque como no tenían muchos telépatas no se usaba con frecuencia. También le mostró mejor la enorme cocina, llena hasta desbordar de comida chatarra y otros tipos de comida basura. Eso sí no se lo vio venir. El senpai le advirtió específicamente que, aunque podía comer y cocinar lo que deseara, jamás comiera nada preparado por Riko, la líder de la casa. Si lo hacía, correría grave riesgo de morir intoxicado.

Tal vez esa persona poseía algún tipo de mutación tóxica, a saber.

Le enseñó el patio trasero, un espacio con una piscina y demás cachivaches de exteriores, y luego comenzaron a subir las escaleras.

―…y por los sábados por las noches nos reunimos y jugamos Wii hasta que queramos. A veces también hacemos fiesta e invitamos a los otros dormitorios ―farfullaba Izuki alegremente, sin ningún tipo de contexto ni relevancia. Parecía feliz de poder hacer del superior experimentado y divertido.

Kagami estaba impresionado, en cierto modo. No esperó que el lugar fuera así. Con sinceridad, tenía pensado encontrar barrotes y literas con olor a orina, además de zombis con cerebros lavados que obedecían sin el menor de los titubeos. En cambio, podía notar claramente el ligero fruncimiento en el entrecejo de Izuki cada vez que decía las palabras "estancia", o "reglas" y "salida." Quizás ninguno de ellos estuviera tan de acuerdo con vivir ahí como parecía.

―Senpai, ¿cómo fue que se dio cuenta que yo estaba por tocar la puerta? ―preguntó cuando llegaron a la planta alta, ligeramente menos llena que la primera. Había varias puertas cerradas y el ruido de las conversaciones había disminuido a causa de la distancia.

Izuki sonrió.

―Es por mi mutación. Se llama Ojo de Águila ―señaló sus propios ojos con el dedo índice de la mano derecha―. Puedo ver a cualquier persona, mutante o no, donde sea que se encuentre en un rango de doscientos metros a mí alrededor. Es muy útil cuando llegan las visitas sorpresa de los inspectores.

No supo qué decir, así que simplemente se calló. "Visitas sorpresas"; ya regresaba de nuevo la sensación de encarcelamiento y demás.

Izuki se encogió levemente de hombros, pero no perdió la sonrisa.

―¿Y tú qué haces? ―preguntó, tocando con los nudillos la placa de una de las puertas. Decía BIBLIOTECA.

―Pirokinésis. Puedo crear y manejar el fuego a mi voluntad sin quemarme.

Sus ojos se abrieron ligeramente.

―¡Vaya! Nunca habíamos tenido uno así. ¿Me lo muestras?

Kagami sonrió porque, vamos, no había nada más divertido que jugar con fuego. Además el senpai parecía totalmente convencido de que necesitaba verlo con sus ojos para creerlo, así que le concedió su deseo.

Respiró hondo y se concentró, dejando que las llamas fluyeran a través de sus dedos. Al principio fu sólo una ligera sensación de calor, y después flamas de brillante color anaranjado serpentearon de sus falanges como si no fuera nada. Al final tuvo los diez dedos de las manos prendidas en llamas.

―¡Guao! ―chilló Izuki, dando un paso hacia atrás.

Estiró un poco más el fuego, moldeándolo hasta convertirlo en diez delgados hilillos que hacían espirales y se conectaban entre ellos. Se las pasó de una mano a otra, moviéndolas rápidamente en una sucesión impresionante, hasta que al finalmente cerró las manos y las llamas se extinguieron. Le había hecho falta un poco de eso desde hacía demasiado tiempo. Ni siquiera pudo evitar sonreír como idiota cuando el senpai aplaudió ferozmente.

―Eso fue impresionante ―añadió otra voz, proveniente de sus espaldas.

Ambos voltearon para encontrarse con una tipo alto –tan alto como Kagami, o tal vez más-, de cabello castaño oscuro y ojos color marrón. Tenía las cejas gruesas y una sonrisa tan amplia que parecía que se le romperían las mejillas.

Izuki le devolvió la sonrisa.

―Ah, Kagami, este es Kiyoshi Teppei, otro de tus senpais. También es su segundo año aquí, así que es tan bueno como sobre cosas de la casa ―explicó el más bajo―. No dudes en preguntarle si tienes alguna duda.

―Un placer conocernos ―el tipo, Kiyoshi, inclinó la cabeza sin perder la sonrisa. Tal vez no podía. Tal vez ese fuera un efecto secundario de su mutación, sólo Dios sabe.

―Mucho gusto ―respondió a su vez. Pensó estrecharle la mano, pero seguramente todavía estaban calientes, así que desistió.

―Y bien, ¿qué estaban haciendo? Supongo que no pensaban simplemente alardear de sus mutaciones ―farfulló alegremente Kiyoshi-senpai, sonriendo tanto que hasta resultaba difícil no devolverle la sonrisa.

―Le mostraba a Kagami la casa antes de llevarlo a su habitación ―le informó Izuki, y luego chasqueó los dedos―. Cierto, ¿qué número de habitación te doy…?

―Ya no hay habitaciones libres; tendrá que compartir una ―le recordó el más alto.

Izuki-senpai asintió.

―Sí, sí. Lo sé… ¡Lo tengo! La habitación once tiene una cama libre, puedes usarla ―avanzaron hasta el otro extremo del pasillo, deteniéndose sólo para señalar la sala de computadoras y después el baño que, según le dijeron ambos, todos estaban obligados a compartir.

Se detuvieron frente a la puerta e Izuki tocó dos veces, pero nadie respondió.

―Tal vez salió ―murmuró. Abrió―. Esta será tu habitación.

No era muy grande, tampoco era pequeña; era normal. Estaba pintada de color madera suave, tenía dos escritorios y dos camas. Una estaba perfectamente hecha con sábanas celestes, tenía algunos libros encima y parecía estar en uso. La otra no tenía sábanas. Había un armario grande, suficiente para dos personas, en la pared de fondo.

Bastante agradable, sí. No iba a negarlo.

―Bien, nosotros te dejamos para que te acomodes ―dijo Izuki, saliendo y dejando la puerta abierta―. Estaremos en la planta de abajo si necesitas alguna cosa.

―¡Buena suerte! ―añadió Kiyoshi, alzando los pulgares y regalándole otra de sus contagiosas sonrisas.

Bueno, tres personas en un día. Eso era un logro.

Se tiró sobre la cama vacía y miró el techo, sintiendo…extraño. Esto no era como había esperado. No había barrotes, ni hedores a orina, ni zombis con cerebros lavados. Sólo había casas con lujos, brisa fresca y senpais agradables que repartían sonrisas como si fueran caramelos. Ah, y comida. Comida chatarra en abundancia.

Por supuesto, seguía siendo una cárcel. No podía salir ni hacer gran cosa por culpa de los idiotas alarmistas-cabezas huecas que creían que ellos estaban enfermos, como si hubieran deseado nacer con el factor que alteraba sus genes, pero no podía hacer nada para evitarlo. Ya estaba de vuelta en Japón, controlado, clasificado y encerrado como un animal salvaje, pero no podía dar marcha atrás. Lo mejor que podría hacer era enfrentar las cosas igual que sus senpais, como una sonrisa y buena actitud.

Nadamás decirlo le parecía estúpido, vaya.

―Hola.

Sus ojos se desviaron hacia el lugar de la habitación donde provenía el sonido, monocorde y llano como una hoja en blanco. En el escritorio ajeno había un tipo de cabello celeste, piel muy blanca y ojos del mismo color de su cabello. Su rostro estaba tan plano como su voz. Tenía puesto un suéter de rayas blancas con celeste y una chaqueta encima de unos pantalones negros. No tenía nada en los pies.

Y ese fue el susto más grande de la vida de Kagami Taiga.

―¡Hijo de la…! ―chilló, dando un salto fuera de la cama.


¿Qué les pareció? Como dije, no necesitan haber visto o leído nada referente a los X-Men para poder entender esta historia, así que cualquier cosa sólo esperen y los detalles se irán revelando por sí solos. Les prometo actualización pronto, y a todos los que leen mi otro fic, no desesperen, que ya casi tengo listo el capítulo.

Sin más, me despido. `v`)/