Notas: Un fic que deseaba subir hace mucho, pero había perdido mi agenda y ahí la tenía escrita jaja, pero ya la conseguí y acá está x'D. Esto será un two-shot, corto y con mucha azúcar.

Género: Shonen ai, fluff.

Advertencia: Lime.


RUSIA

Capítulo 1.

Cansancio.

—x—

El suave repiqueo del viento chocar contra la ventana, los encontró profundamente dormidos. Como milagro quizás de Athena, tal vez; Milo fue el primero en despertarse, para su mala suerte.

Abrió los párpados trabajosamente y el tenue brillo que se adentraba por la ventana en forma de hilos, le hizo volver a cerrarlos.

Visitar Rusia por encomienda del Patriarca para un pequeño encargo, sin duda, fue la mejor excusa para estar con ése francés. Habían alquilado esa habitación cuando los copos de nieves habían bailado sobre sus cabezas y el frío, por Athena, ese maldito frío, tan atroz que como de costumbre se le colaba en los huesos y robaba el aliento en cada intento de respirar. Incluso cuando tocó el metal de una barandilla para ver como un lago empezaba a solidificarse, estaba tan helado que tuvo que reprimir un grito de dolor.

Camus había suspirado, acercando sus pasos y, tomarle de la mano para acunarla entre las suyas. Había sido sorprendente como, en un día, los termómetros descendieron su escala hasta tocar su punto de partida, haciendo que una avalancha de abrigos desfilaran por las calles, sustituyendo a las ligeras prendas en cuestión de segundos.

Vendavales que te abofeteaban el rostro se apoderaron de las calles, vaciándolas al momento en tanto todos buscaban refugio. A Camus no pareció importarle, pero el cuerpo de Milo no estaba hecho a base del maldito hielo e hizo grandes quejas por dormir en un lugar que tuviera calefacción.

Siendo el interesado en salvar su trasero de la heladura que le dentelleaba las orejas, fue quien eligió el hotel de interés. Ignoró las nuevas objeciones y se llevó casi a arrastras al acuariano quien, sólo quería regresarse al Santuario de una vez.

La alquilaron por una noche, siendo la primera de muchas, donde el cansancio obtuvo su armadura celestial y los arrojó a la cama profundamente agotados.

Se giró en ella quedando frente al rostro del francés que, siendo partidario al ser uno de los primeros caballeros en asomarse a la entrada de su templo cuando el sol a penas y despertaba; esa mañana esa necesidad y costumbre fue dejada a un lado. Inclusive siendo un maniático en no extender sus horas de sueños, allí se encontraba, enredado entre las sábanas como un oso en hibernación. Su cabello escarlata caía como cascada sobre su hombro, sus mejillas entornadas en una tonalidad más viva que de costumbre y, sus labios entreabiertos le daban la gran ansiedad de probarlos.

Era la primera vez que se despertaba primero que él, y verlo dormir de esa forma, le envió unas incontables sensaciones de tranquilidad. Se veía más venerable cuando dormía, sus pestañas se veían más largas, su cabello pareció cobrar vida ante sus ojos… ¿Cuántos minutos habían pasado? ¿Dos? ¿Cinco? No lo sabía, porque mientras más observaba al francés, pareció que le robó el reloj de arena al Dios del tiempo y se la escondió bajo la cama. Si podía volver a ver a Camus dormir de esa forma, podría fácilmente acostumbrarse a levantarse más temprano que él.

Extendió su mano hasta ese rostro, dejando una minúscula caricia en esa gélida piel que suele estar en un nivel que, ningún humano sin la pertenencia del cosmos en su interior podría soportar. Siendo curioso el hecho, que en esa mañana su temperatura se había adaptado a unos grados más altos. Si bien se tenía en cuenta las tropas de sábanas que Milo les había puesto encima, contaban como intermediarios, podría decirse que esa calidez estaba amenazándolo con enviarlo nuevamente a dormir.

La perfecta impavidez en el rostro del acuariano, tuvo sus primeras grietas cuando sus pestañas templaron. Abriéndolos paulatinamente, mostrando los rubíes que tenía como ojos.

—¿Cuánto más, me seguirás mirando, Milo? —Fue el susurro que se arrastró de su garganta, con una pequeña y tenue sonrisa.

—Si sigues durmiendo de esa forma, creo que quizás toda una vida —respondió levantando esas comisuras engreídamente. Que fue borrada al acercarse y dejar un roce en aquellas comisuras que podría considerar hasta la fecha, un vicio—. Buenos días, Camie.

Los labios franceses se entreabrieron un poco, dejando asomar su gusto también, por los labios abrasivos que se fundían en el veneno. Ladeó un poco la cabeza, correspondiendo la danza que se estaba llevando a cabo sobre sus labios, era suave pero enriquecida para un buen despertar.

—Buenos días —susurró, abriendo los ojos nuevamente cuando Milo se alejó—… Milo.

Se quedaron en completo silencio, como si una gran afasia les hubiera atropellado. Sólo disfrutando del plácido honor de verse a través de sus propios iris, ver su propio reflejo en el otro y, romper el antifaz que les cubría frente a todos. Ya era costumbre que, cuando estaban juntos, esa carátula se quebrara en pedazos casi por inercia.

Milo le acarició nuevamente la mejilla con el pulgar, rozándole parte del labio, y acercarse para probar esa boca pero sin llegar a tocarla realmente. Tragándose los pedazos de hielos que transmitía el aliento del acuariano, quien finalmente movió su mano y en su travesía le llegó a la parte trasera del cuello, empujándole a la unión de sus bocas. Milo le sonrió casi en la garganta, cuando ávidamente le saboreó los labios. Le tomó la mano y la cerró alrededor a la de él, siendo igual que cerrar los dedos alrededor de un trozo de hielo.

—Sube un poco tu temperatura —pidió, tomándole del mentón, para ahogarse, en su momento juntos.

Camus sin dejar de devolverle los roces, subió su temperatura acogiendo al escorpión entre sus redes con esa facilidad de manipularle.

—¿Qué hora es? —preguntó, aún con sus labios chocando lentamente.

—Quién sabe —siseó, desasiendo una risita entre la lengua del acuario y la propia. Se alejaron cuando el tiempo había regresado y, Camus se despabiló completamente.

Se incorporó, quedando ligeramente sentando en la cama con la lluvia de hilos rojos cayendo a su espalda. Donde Milo las observó atentamente como si un río fluyera desde la cabecera y se discurriera por toda la columna del francés. Siendo éste, que se giró para observar al escorpión que le miraba con las agujas doradas que tenía como pupilas. Una fugaz levantadura de labios se asomó en el rostro pasivo del guardián de la onceava casa; quien intercambió el suave almohadón que había tenido como cabecera, por el pecho de Milo. Llevándolo a acostarse de nuevo en la cama, con la cabeza del francés en su hombro. Al parecer, nunca tuvo las intenciones de levantarse.

—¿Estás muy cansado? —le preguntó, rodeándole el cuerpo con los brazos.

Camus asintió ya con los ojos cerrados, relevando otra pequeña sonrisa que, obviamente, Milo no pudo apreciar. Le gustaba compartir el calor que por naturaleza tenía ese escorpión.

La cama donde dormían, tenía una especie de curva que hacía que esa colcha fuera una cómplice, que se negaba a dejarte ir a menos que tu cuerpo se recompusiera completamente. Y si vamos a una vuelta las últimas noventa y dos horas, el cuerpo del acuariano había olvidado dormir lo que eran ocho horas corridas.

Después de su exhausta llegada de su misión al otro extremo del mundo, regresó en cuanto el primer vuelo a Grecia dio su llamado en el aeropuerto. Fue recibido por Milo en la octava casa, quien le dio una bienvenida sumergida entre besos y suaves gemidos, donde no pudo negarse ni siquiera a la mirada que le otorgó de bienvenida.

A la hora siguiente, ascendió a recibir las órdenes que debía emprenderse a Rusia junto con Milo, en busca de un artilugio que había caído en manos de un caza fortunas. Emprendieron sin descanso al puerto, donde en el barco volvieron a amarse entre las sábanas y el perfume salado del océano. Camus había logrado dormir dos horas, antes de ser despertados por el capitán con noticias que un repentino iceberg había aparecido. Siendo parte de sus habilidades, el acuario volvió trizas el muro de hielo y al cabo de las siguientes horas, Milo le tomó nuevamente. Tenían casi seis meses sin verse, y era por eso que les estaban haciendo competencia a los conejos en temporada fértil.

Llegaron a Rusia, y un puñetazo en la cara por parte del escorpio al líder de esa pobre banda, bastó para tener en sus manos la pequeña reliquia. Camus llegó a preguntarse si el patriarca le había jugado una broma al encomendar a dos santos de oros, a una simple banda de rufianes.

Volviendo su mente a la habitación del hotel, Milo entendió el cansancio del acuario, optando por dejarle dormir. Levantándose unos minutos, diciéndole que cerrará las persianas para que pudieran descansar mejor. Regresó a la cama, tomando nuevamente el agotado cuerpo del francés y, juntos, ceder ante el sueño.

—x—

Despertó sin mediar cuánto más había permitido que el sueño dominara en él. Sus fuerzas parecieron cargarse con éxito, ya que al momento, se percató que estaba solo en la habitación sin necesidad de rodearla con la mirada. El flamante cosmos del caballero de Escorpio había dejado un vestigio en su cuerpo, después de entregarse tantas veces en las últimas doce horas, dándole la virtud de sentir la verdadera fuente de la constelación del escorpio algo lejos. Distante pero no mucho, sentía que le jalaba del pecho como si se tratase de un cordón. Aún sentía la sangre hirviendo a causa del calor que le transfirió Milo, donde en los segundos siguientes, logró recuperar el control en su cuerpo y su sangre se transformó en algo específico al elemento que sus manos dejaban salir como escarcha. Espesa y taladrante. Y que tanto Milo le refunfuñaba al no darle "ese calor" de pareja en la cama. Aunque bien sabía que lo hacía para molestarlo.

Se incorporó con algo de esfuerzo, le dolía un poco la cabeza y su espalda pareció tomar la decisión de tortúrale esa mañana. Se talló un poco los ojos, acostumbrándose al momento a la penumbra que yacía en toda la habitación. Curiosamente dejó caer la mano en el lado que Milo recién había ocupado, topándose con algo en la almohada tan típico de su pareja: Una nota.

Se removió unos de los mechones de cabello que le caían en el rostro, llevándoselo detrás de la oreja. Extendió su mano para alcanzar el cordón metálico que encendería la lámpara junto a él, con la finalidad de poder leer la nota sin tener que esforzar mucho la vista. Volvió a tomar el papel, acercándolo a la pequeña luz tenue que bañó la pequeña estancia.

"Fui a comprar comida, imagino que cuando despiertes querrás comerte la almohada y a mí no me importaría suplantarla, pero desgraciadamente no se puede vivir puro de sexo. No vayas a esponjarte porque no te haya despertado, lucías muy extenuado…oh, ¿leíste? Extenuado, pero que refinado me he vuelto carajo, ¿y que no soy todo un caballero?No vayas a bajar la temperatura de la habitación que te mato, ¿me leíste?

Te amo.

Siempre tuyo.

Milo. El amor de tu vida, ¿verdad?

Después de leer la carta, se dio cuenta que estaba sonriendo. Al parecer, si ése escorpión había leído algo del siglo xviii, si sabía claro, y noten las comas como pausa y casi la acentuación; que la todas las cartas en esa época terminaban con esas palabras. "Siempre de usted", por muy íntimo que sonara, eran unas líneas habituales como un sello postal actual.

Le pareció escuchar después de recapitular la carta, como un método minucioso pensando que había dejado pasar algo por alto, como los latidos de su propio corazón parecían acelerarse. Alertando todos sus sentidos, deslizando su imaginación a la imagen de ése caballero que tanto le había envenenado con su aguijón.

Haciéndole recordar el día que se conocieron, quizás mucho más de diez años atrás, cuando sólo tenían siete años. Cuando él había entrado a la habitación en donde los pequeños aspirantes prodigios tomarían la armadura de Oro, cabiendo mencionar que Milo también estaba allí. Cuando sus perlas de color rubí se detuvieron frente a él, no pudo evitar pensar que, era un chico bastante atractivo para la edad que tenía.

Y, si lo miraba ahora, con la capacidad mental y analítica que poseía… podía apostar toda su colección de Shakespeare a que nunca ningún chico le pareció atractivo después de conocer a Milo. O al menos, no de aquella manera, y más, en cómo le subía la sangre al rostro y le apretaba el pecho. Después de verificar como su belleza congénita, había subido a otros niveles en apenas seis meses, no pudo evitar sentir el desfacellicimiento cuando esos brazos le rodearon.

Siendo un hecho inusual en su persona, ya que cuando estuvo frente a él, quiso tocarlo; tocar su larga cabellera dorada, sentir como esos brazos, hechos músculos abrazarle tan posesivamente. Sus manos rozaron la cincelada musculatura que se le apilaba en la espalda, los prietos muslos, y ese torneado torso que rodeó con sus rodillas la mayor parte del viaje de ida. Le gustó sentir las armas callosas y algo ásperas por el veneno que circulaba en ellas, rozarle la piel y, aún así, sentirlas tan suave como la lana. Poner su mejilla contra la suya y sentir las pestañas barriendo su lívida piel.

El simple pensamiento le hizo dar a entender, que ya estaba con las mejillas encendidas y sintiendo un calor infernal. Maldijo por debajo, saliendo de la cama a momento que buscaba un elemento electrónico que le diera la hora exacta. Encontró el mando del televisor entre uno de los cajones de la mesa de noche, encendiendo el plasma frente a él… espera, ¿plasma? ¿Por qué Milo elegiría un hotel con tantas excentricidades para una sola noche?

Se sentó en el borde de la cama, buscando entre los canales uno que le anunciara la bendita hora. Encontrándola en uno de los canales del servicio de telecomunicación, junto con la programación que, poco le interesaba.

14:15.

Frunció el ceño, después de cerciorarse que su vista no le gastaba una mala jugada alterando los números. Nunca, jamás, y que el hielo se derrita en Siberia si era mentira, que se había despertado a semejante hora.

Se levantó de la cama con el cabello hecho una revuelta, que con un par de sacudidas estuvo encajándose hasta tener todas las hileras en su lugar. Se encaminó al baño con la exigencia de su cuerpo en tomar una larga ducha para asearse, había hecho eso con Milo más de tres veces y, sólo se había aseado una sola vez por el motivo que fueron interrumpido en la segunda ocasión del barco. ¿La tercera? Olvídenlo. Y, eso que una de sus exigencias que le había impuesto a Milo, después de hacer ese acto humanístico y placentero, era ducharse ante de cualquier cosa. Por muy cansado que estuviera.

Entró al baño un poco somnoliento, donde la luz salpicó el pequeño antro con su brillante estela, develando ante los ojos del acuariano unos lujos innecesarios… para un baño.

Se apretó el puente de la nariz, pensando en cuánto podría haber gastado esa habitación que Milo ¡innecesariamente! habría adquirido. Abrió los ojos, observando la ducha encerrada en un cubículo de láminas de cristal al igual que el inodoro. Había una tina ovalada, con bordes dorados al otro extremo, y una hilera de espejos pegado a la pared a su lado. Alzó la cabeza encontrándose con una lluvia de cristales como lámpara, haciendo que, lentamente, una ceja se fuera levantándolo.

—Esto ya es absurdo.

Quiso restarle importancia para cuando se desvistió, intentando ignorar la excentricidad para un insignificante baño. Entró a la ducha y al abrir el grifo de cristal… joder es imposible evadir esos ridículos accesorios.

"Ignora, Camus, es Milo quien pagó esta habitación".

El agua cayó uniformemente en cortinas, moderadas, ligeras y, refrescante. Era como si le acariciara la piel. El simple pensamiento le causó un poco de gracia; considerando que Milo era un lunático cuando de celos se trataba.

Relajó sus extremidades, articulaciones, respiración, mientras su cuerpo era paulatinamente rociado. El agua se escurría por sus piernas llevándose con ella toda suciedad, sudor y, algo más que resbaló por sus muslos.

Manchones rojos perforaron la cristalina agua que bajaba y hacía un pequeño charco de espuma abundante a sus pies gracias al jabón. Observó su brazo y, ignorando las mordidas y marcas cortesía del señor Milo, un ligero corte anunciaba la abertura de su piel. Lo frotó con cuidado, diluviando el espesor de ese plasma que hacía juego con su cabello que, descendía por su piel de la misma forma hasta más debajo de los glúteos. Se lo había dejado crecer más de lo que se hubiera permitido, ¿porque no se lo había cortado anteriormente?

"Me gusta tu cabello largo, Camus", y ahí estaba el porqué de esa longitud. Últimamente se había permitido ese tipo de descuidos hacia él mismo, sólo para complacer a Milo. Un ejemplo era reducir sus horas de sueños y ampliarla en las sábanas. Dejar su pared de cristal y derretirse entre los brazos del Antares. Dejó salir un suspiro..., todo valía la pena si podía estar de esa forma con ése santo. Realmente lo extrañó, lo extrañó de verdad.

Un sonido fuera del baño le hizo regresar, donde se escuchó el seguro de la puerta ceder, y unos pasos atravesaron la habitación hasta donde él estaba. Sonrió, ya sabía lo que venía después.

Continuará.


Notas finales: Bueno, tenía incompleto este oneshot, que pasó a ser two-shot porque mi pc pronto se la llevarán a reparar y ehh quisiera subir los fic que tengo completos pero en espera, por tener a NDT en emisión. El próx cap será pronto, quizás el viernes o más temprano, de repente de cómo me agarre la inspiración y mis ganas de matar a Camus por el cap de SOG .w. Todos están primero antes que Milo y ¡aghhh! Pero bueno, para eso están los fanfic y lo canon que siempre han sido hasta que Toei nos arruinó eso xD