Ser o no ser aprobado, he ahí el dilema.

Finalmente, era viernes. Es decir, que al día siguiente él iría a cenar con la familia de su novia. Los planes seguían en pie, por supuesto, porque no dejaría que la bestia china le cancelara y arruinara el ligeramente forzado avance que estaban teniendo. Mañana conocería a la familia de esa chica, y entonces sabría a quién culpar por la actitud tan insolente y agresiva que ella tenía. Pero más importante que eso, mañana él iba a comportarse como si su hermana estuviera viéndolo: sería educado, amable y cortés. Sería todo un buen chico.

Y así se ganaría a la familia de su novia.

Pensar en eso hacía que una sonrisita se le dibujara en los labios, ya que seguramente aquella china esperaba que él arruinara la cena, y así ella tendría una excusa para no volver a invitarlo a su casa… ¡Pero no!, no y no. Él sería bueno, sería el novio perfecto. La madre de Kagura le tomaría tanto cariño, que lo invitaría varias veces más y hasta lo vería como a alguien de la familia. Mientras tanto, el padre vería en él a un hombre muy responsable, confiable y merecedor de su hija. Iba a ganárselos, a ellos y su aprobación. Y si Kagura tenía hermanos ―cosa que desconocía―, entonces también caerían ante él. Su plan ya estaba hecho, e iba a funcionar.

― ¡Sougo!

Kondo entró apresurado al salón que usaban los del comité estudiantil para llevar a cabo sus responsabilidades. Mejor dicho, donde Hijikata se encargaba de todo el trabajo del comité estudiantil, y también donde sufría la mayor parte de los accidentes que Sougo causaba.

― Llega tarde, Kondo-san ―señaló Hijikata, activando el modo regaño enseguida. Él estaba sentado detrás de un escritorio, con un documento en cada mano y pareciendo más malhumorado que de costumbre. Seguramente lo último se debía al chico de 1.70 que estaba flojeando cerca de la ventana y que parecía tener como meta el no ayudarle nunca―. ¿Podría encargarse de…

― ¡Silencio, Toshi! ― y Kondo tampoco iba a ayudarlo ese día. El presidente del comité corrió hacia donde estaba Sougo, quien quizá estaba dormido, pues no se movió ni un poco con los gritos y llevaba su antifaz. Al llegar a él, lo tomó por lo hombros y lo sacudió con fuerza―. ¡Sougo, responde! ¡No puedes estar dormido en un momento como este!

― Sí puedo ―habló el dormido, usando aquel tono de monotonía que acostumbraba. Con eso sólo consiguió que Kondo lo sacudiera con más fuerza.

― ¡Que no puedes! ¡Anda, despierta!

Sougo suspiró y se quitó el antifaz, indicando que había despertado. Cuando fijó la mirada en su colega, notó cierta ansiedad y nervios que le resultaron un poco fuera de lo común, aunque francamente no le importó.

― ¿Qué sucede? ―le preguntó.

Kondo miró hacia la puerta y bajó el nivel de su voz antes de hablar.

― Tu novia está allá fuera ―informó Isao, casi murmurándole, como si ahora temiera que alguien lo escuchara―. Dice que salgas, que no te tardes.

Ahora era comprensible que Kondo estuviera nervioso, ya que esa situación era completamente nueva para él. Okita, por su parte, no se permitió mostrar sorpresa, a pesar de que era un poco inesperado que Kagura fuera a buscarlo. Lo primero que pensó, fue que ella estaba ahí para cancelar la cena con alguna tonta razón, pero ni siquiera mudándose de país conseguiría que él no conozca a su familia. ¡Eh!, que el plan ya estaba hecho, que iba a funcionar…

Se levantó del pupitre, e ignorando los susurros de Kondo y las maldiciones que Hijikata decía, se dirigió a la puerta y salió al pasillo. Efectivamente, ahí estaba Kagura, recargada contra la pared y sin parecer muy feliz de verlo.

― Es raro que vengas aquí ―comentó él, mientras metía las manos en sus bolsillos. La vio fruncir un poco el ceño y sonrojarse, por lo que sonrió―. ¿Qué sucede? ¿Pensaste que me encontrarías aquí solo y que podrías aprovecharte de mi cuerpo? Oh, qué mala tu suerte…

― ¡Como si eso pudiera ser cierto! ―exclamó enseguida Kagura, adquiriendo más color en sus mejillas. Se apartó de la pared, dispuesta a seguir gritándole o quizá golpearlo, pero prefirió morderse la lengua y centrarse en la razón por la que ella estaba ahí―. Sólo vine a asegurarme de que no faltes mañana ―dijo, siendo eso otra cosa inesperada para Sougo.

¿Ella se aseguraba de que él no falte a la cena…? Ahí había algo raro. Estaba casi seguro de que esa chica intentaría al menos ciento dieciséis veces cancelarle.

― Ya te dije que estaré ahí ―respondió finalmente―. Sé la hora y sé la dirección.

Kagura hizo una mueca.

― No vayas muy elegante...

― Iré lo necesariamente presentable.

― No lleves flores.

― No lo haré.

― Tampoco alcohol.

― Llevaré chocolates.

― Papá es alérgico a la nuez.

― Entonces no tendrán nuez.

Y guardaron silencio. Sougo mantenía una leve sonrisa, mientras que ella lo miraba con un toque de fastidio. Probablemente ya no sabía qué decir y advertirle, pero de algún modo al castaño estaba agradándole la escena. Parecía a que esa fémina china en verdad le preocupaba que las cosas salieran bien mañana.

― De acuerdo… ―dijo Kagura, desviando la mirada―, nos veremos mañana.

― No llegaré tarde ― contestó Okita, observando sin perder detalle cómo ella daba la vuelta y comenzaba a caminar. La miró hasta perderla de vista cuando dobló en un pasillo, y luego él se recargó en la pared, cerrando sus ojos. Era raro hablar con ella tan… pacíficamente, sin terminar en golpes o insultos, pero era una de las cosas que él quería en su relación. Claro, no es como si quisiera dejar de pelear contra esa pequeña bestia, porque a eso también le tenía su gusto.

De hecho, fue en una de esas peleas donde él comenzó a interesarse más en ella. Normalmente, en algún punto del pleito, ambos terminaban en el suelo y rodaban un par de veces aquí y allá, y eso significaba que la distancia entre ellos era casi nula; en varias ocasiones era apenas un centímetro lo que faltaba para que terminaran besándose. Y cuando él empezó a notar esos pequeños detalles, también empezó a estar en desventaja. Su mente se concentraba menos en esquivar los golpes de la chica, ya que prestaba más atención a ella. Sólo un buen golpe lo despertaba cuando estaba así. ¡Pero vamos, que no era algo sencillo por lo que pasaba! No era fácil tener a tu interés amoroso encima ―o debajo, según quién estaba ganando― y no desconcentrarte.

«No flores, no alcohol, no nuez...» pensó, haciendo nota mental de ir a comprar lo que se supone que iba a llevar.

Pasar de sádico, a sádico enamorado, era más complicado de lo que parecía.

Confiaba en su plan . Confiaba en su actuación de chico bueno. Confiaba en los chocolates medio finos que había comprado. Y por supuesto, también confiaba en sí mismo. Así que…, ¿por qué demonios de repente tenía cierta inquietud molestándolo? Él no podía estar nervioso. No debía temer. Los padres olían el miedo y la debilidad de quienes rondan a sus preciadas hijas, por lo que tenía que controlarse y ser el jodido novio más perfecto de ese jodido mundo.

Sí, finalmente, era sábado.

Como buen hombre que era, dejó que Mitsuba le eligiera el atuendo para la ocasión; él estaba decidiéndose por su camisa de Súper Sádico cuando ella entró a la habitación y enseguida le hizo ver su error. Error que Sougo no entendía. Él no debía ir tan elegante, sólo lo necesariamente presentable, y aquella camisa no estaba tan gastada. Al final su hermana le pasó una camisa oscura de manga larga y unos pantalones que él no recordaba haber visto en su vida. Luego, muy sonriente, ella le deseó toda la suerte del mundo y le aconsejó algunas cosas antes de que él se marchara; uno de los consejos fue que, sin importar si era gracioso o no, tenía que reírse de los chistes de su suegro. Algo le decía que esa noche iba a tener que morderse la lengua hasta sangrar.

Mientras caminaba, Sougo hizo memoria y mantuvo la dirección de aquella casa en su mente, pues ya había llegado a la calle. Era un lugar bastante tranquilo, en realidad. Él se habría esperado un barrio lleno de ruido y con un nivel de delincuencia alto, y es que su novia quedaría fuera de tono viviendo en un sitio donde los vecinos se dan los buenos días y organizan eventos para una mejor convivencia. Tal vez no había memorizado bien la dirección, o quizá la familia de la bestia china eran los indeseables de la calle.

Su mirada encontró por fin la casa― que no era para nada como la imaginó―, y se dirigió ahí. El hogar de su novia tenía una buena fachada y era de dos plantas, grande en comparación al departamento que él compartía con su hermana.

Al estar frente a la puerta, alzó la mano y tocó el timbre. Luego esperó, y como no le abrieron enseguida, echó una mirada alrededor para ver con más detalle la calle por la que Kagura caminaba todos los días. En serio, no se la imaginaba viviendo en esa tranquilidad…, y ya cuando comenzaba a replantearse la imagen de la chica, notó que alguien lo observaba desde la casa de enfrente, justo desde la ventana del segundo piso, y usando la cortina para camuflarse. Tal vez la distancia no le permitía asegurar nada, pero estaba casi seguro de que lo observaban con malos ojos, así como un policía que observa a un sujeto peligroso.

Una cero amable sonrisa surcó el rostro de Sougo, y al instante aquella persona cerró la ventana. Ahora confirmaba que, en efecto, la familia de su novia eran los indeseables de la calle.

― ¡Ya dije que yo le abro! ¡¿Quieres morirte, o qué?!

Reconoció enseguida la voz de Kagura.

― ¡Las mocosas como tú no deben abrirle la puerta a extraños! ¡Quítate, yo soy el adulto de esta casa!

Y esa voz no supo identificarla, pero era un hombre el que hablaba. Después, en lugar de gritos, hubo murmullos y quejas, además del sonido de uno que otro golpe contra la puerta. Al parecer se estaban peleando ahí dentro por ver quién le abría. Definitivamente eran los indeseables de la calle.

El alboroto detrás de la puerta se acabó de un segundo a otro, y luego, como si nada hubiese sucedido, Kagura abrió la puerta. Ella lo miró y él la miró. Naturalmente, esa chica no iba a sonreírle al verlo, e incluso Sougo notó su deseo de cerrarle la puerta en la cara. Pero eso no iba a pasar.

Anticipándose a cualquier tontería que ella pudiera hacer, el castaño sonrió un tanto burlón y puso un pie dentro de la casa. La jovencita de ojos azules pareció molesta ante la acción, y más aun cuando él se inclinó y sus narices quedaron a un par de centímetros de tocarse.

― ¡Ey…!

― Buenas, china ―le canturreó en voz baja, viendo cómo un leve y repentino rubor aparecía sobre sus mejillas, cambiándole la molestia por algo más―. ¿Qué te parece si no te lo piensas tanto y me invitas a pasar, así como harían las personas decentes? No me obligues a entrar por una ventana.

Frunciendo ligeramente el ceño, ella también sonrió antes de responderle.

― Tienes suerte de que en esta ocasión esté de tu lado, bastardo ―masculló la señorita-no-decente―. De no ser así, tu cara de niñita quedaría irreconocible.

Ambos sonrieron más, con cierto sadismo oscureciendo sus ojos y sintiendo esos impulsos de lanzar el primer golpe. Pero no podían―y mucho menos debían― pelear ahí. Una sombra cubrió al par de estudiantes y Sougo tuvo que levantar la mirada para ver mejor al sujeto detrás de Kagura. Ese sujeto tampoco le sonrió.

Grande, de mirada feroz, con bigote negro, de traje bien arreglado, y de oscuro cabe…

Corrección.

Y con un muy obvio y muy ridículo peluquín sobre su calva cabeza, el padre de la novia finalmente se mostró.

Sougo mantuvo su imperturbable mirada en aquel hombre, pensando que cualquier pequeña ráfaga de aire se desharía de ese animal aplastado que tenía sobre la cabeza. Debía comenzar a morderse la lengua si quería que su plan funcionara.

Modo Sadista: OFF. Modo Novio más perfecto del jodido mundo: ON.

Sonrió casi tan resplandecientemente como le sonreía a su hermana y su actuación comenzó.

― Usted debe ser el padre de Kagura-chan ―dijo, en ese tono amable que usaba sólo en casa―. Es un placer conocerlo.

Kagura-chan parpadeó varias veces, mirando al chico amable que tenía frente a ella. Esos ojos de "qué mierda" evidenciaban su sorpresa y confusión, pues nunca, ¡nunca!, había visto esa demostración de educación por parte de Sougo, y mucho menos le había escuchado dirigirse tan humanamente a alguien. Es más, ¿él realmente podía sonreír así? ¿Ése sádico con historial negro de verdad sabía tener un buen trato hacia otros? ¡Por Dios, se comportaba como una especie de Shinpachi 2.0!

Tan perturbada estaba la chica, que no se daba cuenta del silencio que se había producido en cuanto Okita terminó de hablar. Y es que Umibozu todavía no respondía al educado saludo del chico. Parecía estar analizándolo con su penetrante mirada, buscando algo, quizá queriendo intimidarlo, o tal vez esperando una muestra de debilidad en la cual enfocarse para acabarlo. Los padres huelen el miedo, debía recordarlo.

― Mi nombre es Okita Sougo, y como seguramente ya supondrá, soy el novio de Kagu…

― ¿Novio? ― una tétrica sonrisa se extendió por la cara de Umibozu y varias de sus venas en la sien se resaltaron― ¿Exactamente qué significa esa palabra? ¿Es de esas que usan los jóvenes de hoy en día? ¿Será que "novio" significa papel higiénico? Es eso, ¿verdad? ― entonces el hombre rió, apretando la mandíbula―. Eres el papel higiénico de mi hija, ¿no? Te usa para limpiarse los mocos, ¿cierto?

Papel higiénico entendió que ganarse al padre sería difícil. No había esperado caerle bien en cuanto se presentaran, pero tampoco se imaginó ese tamaño de negación por parte del hombre. Iba a ser difícil conseguir su aprobación, sí, pero no imposible.

― No te hagas el inocente, viejo ― soltó Kagura, mirando a su padre por encima del hombro con ojos entrecerrados―. A cada rato tú y mamá se echaban en cara a sus ex-novios, así que te sabes muy bien la palabra. ¿O será que ya comienzas con eso del Alzheimer y la menopausia?

― ¡No me hables así mientras estoy ahuyentado a tu papel higiénico!

― ¡Tú no ahuyentarías ni al papel de mis cuadernos!

Y aquellos dos comenzaron a pelear otra vez. Para Sougo era un poco raro de ver, pues cuando Kagura le gritaba a alguien en su presencia, el grito justamente iba dirigido a él.

«Tienes suerte de que en esta ocasión esté de tu lado...»

¿De su lado? En su momento no prestó atención a esas palabras, pero ahora comprendía porqué la bestia china creyó necesario escoger un lado. Bien, por lo menos ella no le complicaría las cosas adrede, aunque tampoco le ayudaba el hecho de que el señor con peluquín se molestara más. En esos casos, según su plan, la madre debía intervenir y calmar a su esposo, consiguiendo así una mejor convivencia entre nuero y suegro.

Okita ignoró los gritos ―habilidad que tenía desarrollada gracias a Hijikata― y echó una mirada al interior de la casa. No vio a nadie más.

― ¡Madura ya, menopáusico! ―exclamó Kagura―. ¡Ésto de aquí es un novio! ―diciendo eso, señaló enérgicamente al castaño, quien volvió su escaza atención a ellos y guardó silencio―. Y no sólo es un novio, sino que es mi novio, ¡así que hazte a un lado y déjalo entrar! ¡Además estuvimos mucho tiempo preparando la cena, no podemos desperdiciarla!

Más gritos, más empujones y más negaciones hubo luego de aquello. Sougo, con su relajada e imperturbable expresión, se mantuvo como espectador, esperando pacientemente a que ya le dejaran pasar. Algo le decía que actuar como un buen chico no iba facilitarle las cosas.

«Lo siento, Aneue, pero tus consejos no pueden funcionar con estas personas», pensó el chico. «Lo civilizado no funciona con las bestias»

Diecisiete minutos y cuatro amenazas de muerte habían tenido que pasar para que Umibozu dejara entrar a Sougo. Éste, por su parte, había tenido que controlar sus altaneras respuestas para no ser atacado físicamente. Pero ahora todo estaba aceptablemente bien. Él ya estaba dentro de la casa, específicamente en la sala, mientras que su novia y el calvo estaban en el comedor poniendo la mesa. Y él había ofrecido su ayuda, eh, pero Umibozu dio un rotundo no y se llevó a Kagura. Fue en ese momento, cuando quedó solo en la sala, que Sougo se dio cuenta de que sus planes en verdad no podían aplicarse a la familia de la chica china.

Después de todo, esos planes incluían a la madre de Kagura, y ella no estaba.

Había creído que la señora de la casa saldría a recibirlo, que quizá estaba en la cocina, pero las cosas no eran así. Umibozu y Kagura habían hecho la cena, sólo ellos dos, y aunque eso era preocupante en algún sentido, también significaba que ninguna mujer adulta estuvo ahí para ayudar.

― ¡Sádico, ya ven a sentarte!

Llegó a la conclusión de que no debía preguntar por la madre de Kagura durante la cena.

Se levantó del sofá, y a pasos tranquilos, se dirigió al comedor. El interior de la casa tampoco era lo que había imaginado, aunque era posible que su poco femenina novia se haya tomado la molestia de limpiar antes de que él llegara; no limpiar para darle una buena impresión, sino para evitar cualquier comentario y/o burla que pudiera hacerle. Ya sería bueno que a esa china le importara dar una buena imagen, pero no era así, y ella incluso estaba vistiendo como si estuviera por ir a la tienda más cercana; llevaba una camisa roja con estampado que le quedaba grande, tanto así que quizá a él le quedaría mejor; también usaba unos jeans oscuros sin nada especial, y para rematar, tenía puestos los tenis que normalmente llevaba a la escuela.

Lo hacía a propósito, ¿no?

Lo único rescatable de ese intento de novia, era que ahora llevaba el cabello suelto, y eso no era algo que se viera seguido. Era común verla con aquellos adornos chinos en la cabeza, que por cierto, Sougo no sabía exactamente cómo no se le caían incluso cuando peleaba contra él. ¿Pegamento, o tal vez cinta adhesiva? Como fuera, ella se veía mejor con el cabello suelto llegándole un poco por debajo de los hombros.

― Más vale que te comas todo, muchacho ―le advirtió Umibozu en cuanto entró al comedor.

Los platos ya estaban servidos. Umibozu estaba sentado a la cabeza de la mesa, mientras que Kagura estaba sentada a su derecha. Y el tercer plato, que desde luego era su lugar, estaba a la izquierda del supuesto adulto. Dedujo que Umibozu fue el que eligió dónde se sentaría cada quien.

Así, tras tomar su asiento, aquellos dos comenzaron a comer. No dijeron nada, no dieron las gracias; por un segundo creyó escuchar que su novia decía algo, pero con toda esa comida en la boca, le fue imposible siquiera intentar adivinar qué dijo.

Sintió que estaba ante dos peldaños olvidados en la escala evolutiva.

― Gracias por la comida ―musitó muy por lo bajo, no queriendo llamar la atención del mastodonte que tenía como suegro. Luego tomó su tenedor y comenzó a comer aunque, justo después de masticar alrededor de tres veces, estuvo a muy poco de escupir el bocado.

Y no, no por asco o desagrado, sino de sorpresa.

Las bestias cocinaban bien, joder. Su novia, su anti-venus novia sabía cocinar. ¿Pero cómo era posible? Se negaba a aceptarlo. Esa china idiota no debía tener tal cualidad; se supone que ella es una marimacho, un fracaso en todos los aspectos femeninos, así que no debería saber cocinar. Seguramente ese sujeto ―Umibozu― hizo todo, mientras que la otra se limitó a pedir lamer la cuchara. Sí, eso era. Kagura no podía ser mejor que su muy femenina Aneue en la cocina.

― Te ha quedado delicioso, hija ―concede Umibozu luego de tragar. Sus ojos brillan con orgullo―. Tiene el sazón de tu madre.

Es todo. Sougo habría preferido que su lengua ardiera en llamas a que Kagura pudiese cocinar así de bien. Y es que aquello no era natural, maldición. No encajaba. Ahora él tendría una cosa menos para atacarla y, además, estaba seguro de que esa chica esperaba algún comentario adulador.

Cosa que, normalmente, no sucedería.

― Esta es una grata sorpresa ―dice. Se traga sus pensamientos y se traga su impulso de arrojarle el plato a la chica que le sonríe con tanta arrogancia―. No creí que cocinaras así de bien, Kagura-chan. Me habría gustado probar algo de ti antes.

Él le sonríe y ella ríe, se ríe de él. Se pavonea como si el mundo le perteneciera ahora.

― Una dama no debe revelar todas sus cartas ―contesta―. Debe mantenerse interesante siempre.

En serio, que le estampa el plato en la cara. Su mano incluso ha temblado por lo tentador que aquello le fue.

Afortunadamente su estancia ahí no salió tan mal. Tuvo que controlarse y mantenerse tranquilo, olvidar durante algunas horas lo cabrón que es, y más complicado que eso, soportar a la cabrona que tiene por novia. Su nuevo suegro también fue elemento importante para casi llevarlo al límite. Pero al final, cuando el hombre mayor envió a Kagura a recoger los platos de la mesa ―cosa que ella aceptó a cambio de un aumento en su fondo para gastos y caprichos―, se quedó a solas con él. El ambiente, antes conflictivo y lleno de miradas intensas, se tornó a uno menos caótico pero sí más serio. Umibozu lo miraba sin reclamos infantiles, sin ganas de golpearlo.

Era momento de platicar.

Ambos en la sala, cada uno en un sofá distinto; Umibozu en el individual y el menor en el doble. Lejanos se escuchan los ruidos que provoca Kagura al levantar la mesa, y es que esos hombres ―primerizos ambos―, están intentando imponerse el uno al otro.

¿Merecedor o indigno? He ahí la pregunta final. Después de esa charla, Sougo sabrá si el hogar de su bestial novia es un punto accesible para él.

― Lo notaste, ¿no?

El castaño presta atención a las palabras de Umibozu. No sabe exactamente a qué se refiere, pero antes de señalar su duda, el otro continua para ser más claro. Suspira y muestra paciencia, parece cansado ya de su papel como suegro pesado.

― Mi esposa… ―murmura―. Seguramente esperaste conocerla al venir aquí.

. Sougo asiente de manera pausada y su expresión se torna menos indiferente. Lo siente, lo sabe. No por nada se evitó hacer preguntas al respecto.

Pero ahora es Umibozu quien le cuenta la historia; la madre de Kagura enfermó hace casi cuatro años y murió poco después de ingresar al hospital. Fue sorpresivo, todos creyeron que la tendrían en casa luego de un par jeringas en la piel, que aquello en realidad no era grave. Pero el doctor llamó cuando estaban por irse a dormir; Umibozu no supo qué hacer con sus hijos para darles consuelo, y es que él mismo estaba rompiéndose. Fueron meses difíciles.

Y es ahí cuando Sougo sintió que entraba en la historia. Se mudaron aún con el luto en sus mentes y, después de su primera semana de clases, Kagura comenzó a portarse como antes. A ser ella. Se encerraba menos en su habitación y exigía comida como solía hacer, se hizo de amigas…, pero cuando más viva se le notaba, es cuando gritaba insultos hacia alguien que decía odiar mucho.

― En un principio creí que debía hacer algo. Pensé que mi hija estaba siendo maltratada por un bravucón, pero cada vez la veía más alegre y más animada…, y eso me llenó de alivio.

Otra vez el silencio toma su lugar en la sala. Sougo está sorprendido y repasa los primeros recuerdos que tiene de Kagura. Y sí, la recuerda. Callada, seria, sin hacer contacto con nadie salvo el profesor con permanente. No parecía tímida en lo absoluto; la mayoría entendía que, si ella no hablaba con nadie, era porque no quería. Así que mantuvieron una distancia de respeto para la chica nueva. Excepto él.

Desde que esa china entró al aula y el profesor la presentó, Sougo no pudo quitarle la mirada de encima. Esperaba que ella lo notara por encima de los otros, y cuando eso no sucedió, cuando ella fue a sentarse y pasó por un lado de él, la declaró como su objetivo actual. Recuerda haberle arrojado un borrador a la cara, sólo porque sí, cuando estaban por salir al almuerzo, y esperó atento. ¿La reacción de ella? Tomó el pequeño objeto y lo tiró al cesto de basura que tenía cerca. Volvió a ignorarlo, pasó completamente de él. Se necesitaba de más para provocarla.

Pero el castaño sabía que valdría la pena.

― Su hija casi me rompe un brazo ―confiesa Sougo y mira en dirección a la cocina. Escucha una breve risa contenida por parte de Umibozu―. Ahora sé que todos esos golpes que me dio, eran sus emociones contenidas…, sólo necesitaba un catalizador.

― Y resultó bien. Si no se hubiese desahogado contigo, lo habría hecho de otra manera, o con alguien más… ― y el señor parece lamentarse de algo al decir esas palabras, cosa que Sougo nota y lo relaciona a otro punto que le había interesado.

― Usted dijo que Kagura tiene un hermano mayor, ¿verdad?

Es así como la conversación llega a otro asunto importante. El estudiante reconoce la resignación por parte del hombre que tiene delante, sin embargo, la voz de una fastidiada Kagura llega a ambos, saliendo ella de la cocina para unírseles.

― Casi me cae un plato en el pie, espero que me des ese dinero pronto.

Y tras compartir una mirada, Umibozu y Sougo saben que la conversación ha terminado. Ninguno quiere incomodar a la pelirroja con esos temas delicados, cosa que, sin duda alguna, ella les agradecería.

Es tarde y está de regreso en su departamento. Su hermana lo recibió alegremente, llena de curiosidad y emoción por saber a detalle cómo le fue en casa de Kagura-chan. A esa castaña parece agradarle mucho, siendo que no la conoce en persona.

Me fue muy bien ―respondió él, sonriendo.

Pero no se detuvo para charlar más. Se disculpó y siguió de largo hasta llegar a su habitación, donde su reconfortante cama lo resguardaría mientras piensa en su día. ¿Al final fue aprobado por aquel sujeto calvo? Recibió una última amenaza al irse, de eso hubo mucho, pero esa amenaza le señaló algo importante…

"Te estaré vigilando".

Así que, en otras palabras, Umibozu lo vigilaría mientras está con Kagura. Y lo haría porque lo reconoce como novio de su hija.

Ah…, las cosas no han salido tan mal, ¿cierto? A pesar de que el proceso no fue como él lo planeó.

Toma su celular y busca el número de la pequeña bestia en su agenda. Un mensaje, un sencillo 'Buenas noches'. La vería hasta el lunes ―mañana no, porque sería atosigarla―, pero se mantendría presente con cortos mensajes de texto. Algo sabía de esos trucos; un buenas noches para ser la persona en la que ella piense antes de dormir, y un buenos días para que lo recuerde al despertar. Simple y con expectación de eficiente.

Tras unos pocos minutos, ella responde.

'Buenas noches'

Suficiente para que ambos sonrían un momento y olviden que su amor es agresivo, terco y volátil.

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¡Dios!, esto me ha costado, pero finalmente pude publicarlo. Lamento mucho la demora, de verdad, y agradezco que se tomaran la molestia de leer y comentar mi escrito. Intentaré traerles el tercer capítulo en menos tiempo (tengo algunos problemillas con mi conexión a internet, así que sean pacientes, ¿sí?)

En fin, de nuevo, gracias por la aceptación y ojalá el segundo capítulo haya sido de su agrado