La ausencia de la Luz

Abre tus ojos

Parte II

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De pie frente a un mar ruidoso y sombrío, Taichi no comprendía. La neblina cubría toda la playa y no había rastro de Sora.

Recordaba haber llegado a ella, sujetarla dentro de su abrazo y prometerle que sea lo que fuere que le sucedía, él estaría allí para no dejarla caer. Sora, paralizada, enmudeció completamente afectada. Entonces lo supo, supo que su mejor amiga de algún modo había regresado y cogido el control de su cuerpo.

La luz del digivice peleaba contra la neblina de la oscuridad. El choque de las energías causaba cortaduras como de navajas en la piel del líder de los elegidos. Los rasguños dolían, pero no más que el pensamiento de que, si llegaba a dejarla ir, probablemente nunca regresaría. La abrazó olvidándose de su propio dolor. Las fuerzas de ambas auras chocando amenazaban con mandarlo a volar lejos, mientras más se aferrara a aquél delgado cuerpo, más posibilidades tenían ambos de salir herido lo menos posible.

—No te soltaré, no volveré a hacerlo —Le hubo dicho. Alzaba la voz para hacerse escuchar sobre el sonido que se producía, que podía fácilmente imitar al de turbitas encendidas de un avión.

Sora se estremeció dentro de sus brazos, mas no dijo nada. Taichi recuperó el derecho de palabra.

—Escúchame, yo siempre…

El débil balance de las dos fuerzas se quebró, la luz y la oscuridad no pudieron alcanzar el equilibrio neutro y Taichi sintió como su cuerpo era elevado hacia las alturas. La sensación le recordó aquella vez que el Digimundo lo reclamaba y que Hikari se asía con todas sus energías a su mano, pero él, en ese entonces, necesitaba soltarla, en este caso, no. No sabía a donde iba a parar esta vez y tampoco qué sería de los demás si se dejaba ir. Abrazó con ahínco el torso de la amiga, sus pies comenzaban a despegar de la tierra mojada del jardín destruido.

—Sora —La llamó, sin éxito en cuanto a lograr que reaccionara—. Sora yo siempre…

Un estallido y, de pronto, estaba volando por el espacio. Oscuro, ligero, con el brillo de estrellas lejanas y sin los sonidos que desde que estuvo en el útero de su madre percibió.

«¿Qué es todo esto?» —se preguntó mirando la esfera parecida al globo terráqueo de la Tierra de su clase.

El descenso al abismo no tardó en hacerle sentir vértigo. Impactaría a toda velocidad contra el suelo que aparecía debajo suyo, y la silueta de Sora se desvanecía como si abrazara a la neblina de una noche fría.

Estiró su brazo en medio de la vorágine de viento y sonidos explosivos mudos, quiso cogerla, ¡no deseaba dejarla ir! Pero no pudo alcanzarla a tiempo; desapareció por completo.

Perdió el conocimiento antes de llegar a tocar el suelo; despertó después, sintiendo los granos de arena debajo de su cuerpo inerte, el frío lograba hacer castañear sus dientes y el sonido deprimente de olas llegando a la orilla se escuchaba a lo lejos.

Caminó por la orilla de la playa, mientras más cerca de ella estaba, más desolado se sentía. Recuerdos como el de su madre golpeándole por culpa suya al lograr que su hermana empeorara del resfriado eran parte sus pensamientos cada vez más oscuros.

—Taichi —El aludido giró en cuanto escuchó su nombre.

Sus ojos se abrieron de par en par.

El viento helado silbó en medio de los dos muchachos, uno más alto que el otro. Taichi apretó la mandíbula, Yamato (de once años) le miraba con odio.

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Se imaginó por un momento en una sala de hospital; el pitido de una maquina fue el primer sonido que su mente reconoció. Al abrir los ojos se encontró con que su imaginación estaba errada, lo habían encerrado dentro de una capsula de agua, no yacía en una sala de cuidados intensivos como dedujo cuando su cuerpo poco a poco perdía la sensación de pesadez y comenzaban a despertar sus sentidos. Veía borroso a través del color verduzco del agua, aun así, podía sentir los golpes y distinguir la grieta en lo que posiblemente era parte del cristal que lo contenía atrapado, suspendido como si no estuviera allí, como si flotara muy lejos.

Un nuevo golpe estremeció el mundo de Takeru; la grieta se expandía en el vidrio. Pasado un segundo entre el anterior golpe, un nuevo choque hizo vibrar la capsula; Takeru comenzaba a mirar con mayor claridad, despertaba de su ensoñación. El siguiente golpe le hizo cerrar los ojos, cuando los abrió, notó a la figura de un ave de un tamaño considerado envestía el cristal, volvió a cerrar los ojos en lo que la siguiente sacudida le hacía volver a dar un respingo. Tres golpes para que el cristal cediera; Takeru fue vomitado junto al agua verduzca, su cuerpo se deslizó por el suelo, el agua se filtró por los agujeros de la plancha de metal suspendida en el aire, que servía de plataforma.

—¿Takeru, te encuentras bien? —preguntó la Digimon.

Takeru tosió, apoyándose en el brazo con la mirada en la superficie que lo acogía. Le dolía parte del cuerpo donde trozos del cristal desfragmentado le hizo cortes, pero considerando que no tuvo una herida profunda, estaba bien.

—¿Piyomon? —soltó en cuanto pudo mirar por primera vez a su Digimon salvador—. ¿En dónde estamos?

El ave levantó la cara, invitándolo para que él mismo reconociera el entorno.

Hizo un breve recorrido con su mirada al lugar donde se encontraba. Expandió sus ojos con horror al ver capsulas y más capsulas (parecidas a la misma donde él estuvo encerrado) como ataúdes que recluían dentro de sí a un número de Digimons que el muchacho no logró llegar a contar, pero sí distinguir a un par de ellos. La plataforma donde yacía de rodillas no llevaba a ningún sitio, era redonda; Takeru se sintió como si estuviera en un campo de fútbol cuando alzó la mirada y, repartidos como si estuvieran en las gradas, más y más capsulas. En medio de la suspendida plataforma se encontraba una máquina de donde tubos, cables y botones se miraban a montón. Al detallarla más detenidamente, pese a ser un hecho evidente a primera vista, se dio cuenta del tubo transparente que brillaba encima de la máquina, tuvo la sensación de haberla visto antes, luego le vino a la mente la imagen de Gordon, personaje de los Power Ranger primera generación, y supo que de allí se le hacía parecido la máquina, solo faltaba la cara flotando en medio del enorme cilindro de cristal.

—¿Qué es esto? —reformuló su pregunta anterior.

—No sé más que tú —respondió Piyomon—. Solo sé que volé a socorrer a Hikari en otro lugar y me desmayé, luego desperté aquí y te vi en una de esas cosas. Te rescaté porque no puede ser nada bueno lo que sucede allí adentro.

Takeru negó con la cabeza. Intentaba recapitular lo sucedido con él antes de perder el conocimiento, pero solo podía pensar en la chica de los cabellos cortos y de sonrisa afable.

—¿Dices que Hikari estaba contigo? —Se animó a preguntar.

Piyomon asintió.

—Sora también y Gatomon —Contó—. Un Digimon con la armadura negra como la de un león nos atacaba, Hikari quiso persuadirlo, pero este la atacó, yo llegaba justo en el momento en que casi le golpeaba el ataque.

—¿Ella está bien? —exclamó, preocupado.

—Supongo que sí.

«Yo también lo creo, puedo sentirlo» caviló, bajando el ritmo acelerado de sus pulsaciones.

—Debemos de salir pronto de aquí —propuso Piyomon.

Takeru se puso de pie, destilaba agua a través de su ropa, el pelo rubio se pegaba a su frente. Recorrió el camino redondo, sus pasos pisaron sobre los anteriores en tres oportunidades. Había notado al Pyokomon perdido de la última aldea que visitaron; el mismo que regresó siendo un Digimon irracional. Un Mammothmon, otro Centarumon, seis Leomon, dos Hawkmon de la aldea dentro del bosque. Varios Kuwakamon, un YukiAgumon. Todos Digimon desaparecidos, tocados por el poder de la sombra que ninguno pudo darle en su momento un aspecto que no fuera abstracto.

—¿Puedes sentirlo? —Preguntó la Digimon.

—¿El dolor de todas estas almas? —Takeru podía sentir la sangre palpitar en sus orejas.

—A Sora, se encuentra debajo de esta lamina de hierro —aclaró Piyomon, mirando por las rendijas de la superficie—. Se siente más como Sora que la Sora de antes.

—¿De qué hablas? —Takeru no comprendía lo que la otra le confesaba.

—Cuando llegué, pude sentir más su presencia, huele como ella, está aquí, debajo de esta cueva. Necesitamos salir, tal vez ella esté cerca de Hikari.

—¿Estás segura?

La Digimon asintió.

Recorrieron toda la cueva por quinta vez, prestando más atención a los detalles. La cueva debía de ser más grande que cualquiera otra que hubiese visitado jamás. No hallaron una posible salida para escapar pese a ello, las paredes de roca maciza, que quedaban expuesta al no tener una esas grandes capsulas, eran demasiado duras y, como si fuera poco, absorbían como la tierra al agua los poderes de Piyomon.

Pero Takeru ya pensaba en un plan b cuando, inconscientemente, se detuvo frente a una de las urnas como la que lo tuvo secuestrado, dijo, preso de sus emociones:

—No entiendo qué es lo que está pasando.

Una tercera voz respondió a sus palabras que no esperaban una respuesta.

—Cumplen un propósito —Takeru y Piyomon voltearon a ver quién les hablaba desde las sombras.

Para su gran sorpresa, no se esperaron que fuera ella.

—¡Sora! —corearon ambos, sorprendidos.

—Al fin despertaste, Takeru —le dijo la muchacha, con una serenidad imperturbable—. Lástima que lo hiciste para entrar en una pesadilla peor.

—¿Qué es todo esto? ¿En dónde estabas, habías desaparecido?

—Hasta hace unos minutos me encontraba al lado de tus amigos, pero me ganaron en batalla.

Ninguno de los dos sintió que debía moverse de donde estaban, a unos cuatro metros lejos de Sora que actuaba extraño.

—Sora —Llamó preocupada Piyomon.

—¿A qué te refieres con «me ganaron en batalla»? —preguntó Takeru, quien esperaba una respuesta opuesta a sus suposiciones.

Sora rio, pero la sonrisa no alcanzó sus ojos.

—Takeru, no soy tu Sora, ni la Sora que decía palabras sin sentido en la playa del Mar Oscuro en dónde Piyomon se encontraba. No me encuentro aquí, estoy sepultada muy al fondo, donde la luz ya no llega y el miedo me mantiene ocupada, alejada de la realidad.

—Sora, por favor, ¿qué dices?

La muchacha avanzó tres pasos, se detuvo, iba descalza, con la ropa hecha harapos.

—Déjame ayudarte —pidió Piyomon.

Takenouchi puso la palma abierta sobre la superficie de una capsula, como si pudiera sentir la pena dentro de ella.

—Hikari no está aquí, fue inteligente, decidió ir a un mundo que podía reconocer. Pero tú y yo, Takeru, no somos más que el resultado de un fin. No podemos escapar de esta pesadilla.

—¿Qué te sucedió, Sora? —Takeru habló, con la voz llena de pena.

—¿Sabes qué es esto? —Ignoró la pregunta; levantó los brazos para señalar todo el espacio—. Es a donde vienen a parar los cuerpos que son tomados por La sombra.

—¿Sabes quién es? —Inquirió Takeru, al menos, si no quería decir lo que le sucedía, si comprendía mejor, podría ayudarla.

—No. No he visto su rostro, pero sí lo escucho. Yo no, la parte más razonable de mí.

—No eres la verdadera Sora —dijo Piyomon.

La aludida meneó la cabeza.

—Sí y no. Soy parte de un todo, pero ahora no estoy unida a ella. Soy el reflejo de su corazón dolido. En mí se encuentra la pena, una parte que compone la personalidad de mi yo verdadero.

—Cada vez entiendo menos —Se quejó el joven.

—Takeru es diferente al resto del mundo por lo que ha vivido. Takeru no sería Takeru si no fuera hermano de Yamato. Takeru no sería Takeru si nunca hubiera ido al Digimundo, si no hubiese muerto Patamon, si jamás hubiera conocido a Taichi, a Hikari, a Daisuke… Takeru es lo que es porque sus vivencias lo han moldeado.

»Yo soy Sora, solo la parte que mantiene callada, quien le impide hablar para no causar daño a los demás, la que sufre en silencio cuando debería estar buscando consuelo...

—¿En dónde está el resto de ti? —masculló Takeru.

—Vigilada, siendo distraída mientras sus miedos se esconden en un mundo de tinieblas.

—Dijiste que representabas sus miedos —Piyomon la miraba con el ceño fruncido.

—No —Ladeó la cabeza, los otros dos pudieron notar, cuando la luz del cilindro de en medio de la cueva se reflejó en su cara, que no había brillo en su mirar, solo el color carmesí se mostraba en su iris, siendo este de un tono mucho más opaco, como perdido—. Dije que soy una parte oculta de Sora; convivo con el miedo, sí, pero eso no significa que tema, de hecho, odio esa parte de mí que teme. Represento su parte reprimida, la que desea gritar y partir cientos de rostros a causa de sus ineptitudes. Yo no siento miedo, se puede decir más bien que no siento nada que no sea el deseo de hacer arder todo a mi paso.

—¿Entonces eres la pirómana que se esconde dentro de Sora? —burló Takeru, haciendo uso de un humor sarcástico.

Piyomon lo fulminó con la mirada, no era momento de hacer bromas.

—Takeru, no seas tonto.

—Ríete todo lo que quieras —repuso Sora—, pero estoy segura que me odiarás cuando despiertes y encuentres a todos tus amigos muertos.

—¿Des-pertar? —dijo, confundido.

La muchacha lo miró como si acabara de darse cuenta de algo raro en el rostro de Takeru. Rio, con aparente enternecimiento, y habló:

—Estás inconsciente, T.K —Procedió a explicarse—. La Sombra quiere que le sirvas, pero sigues empeñado en despertar. Por lo tanto no le sirves para nada ya, me ha enviado (aprovechando la brecha que Piyomon abrió al morir en el mundo de las tinieblas) para que la Esperanza desaparezca.

—¿Dices que estoy dormido?

—Algo así, todo lo que ves dentro de esta cueva representan las almas que La Sombra ha reclamado —Calló, haciendo una pausa para pensar—. Decir almas es un poco fantasioso, digamos que aquí yacen las mentes, el lado racional de un ser vivo.

—¿Por qué están aquí?

—¿No es obvio? —respondió con la burla dibujando sus labios—. Esperan a que La Sombra devore su digicode.

—¿Te refieres a…? —Takaishi tragó pesado, pasando con saliva las palabras que no quería decir en voz alta.

—Sí, niño, La Sombra es una devoradora. Se come todo a su paso. ¡Como Pacman! Aunque él prefiere comer solo una parte del código Digimon, el resto no le interesa, y es todo lo que ustedes han visto hasta ahora. ¿Esos animales irracionales? Ya no existen, al menos su lado pensante. ¿No te parece eso divertido?

—No —Takeru apretó el puño—. No te creo.

—¿Por qué un Digimon pacifico actuaría como un demonio de Tasmania? Piénsalo mejor.

—No —Takeru avanzó—. Me refiero, no dices la verdad, no podría creer jamás que una parte de Sora hallaría diversión en un acto tan cruel como el que expones.

—Tú más que nadie sabes que el corazón de un ser humano posee un vasto espacio donde alberga un sinfín de emociones. Nadie es todo blanco.

—Lo entiendo —gritó—. Entiendo que todos llevamos sombras en nuestro interior, pero las sombras en corazones lleno de luz no pueden quedar a oscuras. Tú eres despreciable, y Sora no puede describirse como eso.

—Ya veo… —Pareció meditar su comportamiento—. Se nos acaba el tiempo, lo siento. Debo regresar, pero antes, tengo que darle de comer a ya tu sabes quién.

—¿Esto es Harry Potter? —rio con sorna—. No seas ridícula.

—Espero que puedas defenderte tan bien como se te va la lengua.

Se escuchó un ruido y el suelo debajo de ellos se abrió, Takeru notó en el fondo una luz amarillenta y ciento de circuitos que no lucían para nada cómodo si llegase a caer sobre ellos. Se sostuvo de uno de los barandales, colgando, e intentó subir de nuevo a la plataforma de la cual hubo resbalado cuando la gruesa guaya de electricidad rompió la tranquilidad del lugar. Se movía como si tuviera vida, una serpiente. Sin Patamon cerca, Takaishi no sabía cómo actuar. Estaba en aprietos.

Piyomon, que volaba, quiso ayudarlo, pero aquel grueso cable volvió a moverse y asestó, desprendiendo otra parte de la plataforma flotante.

Takeru cerró los ojos, cuando los volvió a abrir, Sora no estaba por ningún lado. Sus manos resbalaban, caería si no pensaba cómo salir de aquella situación.


Subido el 21/4/2017