Escrito para el evento FrUk de la Entente Cordiale 2015 en la comunidad de Livejournal Fruk-me-bastard.
Disclaimer: Hetalia Axis Powers es una obra de Himaruya Hidekaz, ninguno de sus personajes me pertenece.
Prompt utilizado: Vampiros
Muchas gracias a mi beta, Suzume Mizuno, por corregir la historia ~
Londres, 1920
Los colmillos perforaron la piel y la carne del brazo y Francis empezó a succionar la sangre que manó como si no se hubiera alimentado en meses. Tenía que hacerlo rápido, antes de que el corazón dejara de latir. Inmovilizó todavía más al histérico humano contra el suelo hasta que notó el descenso del pulso. Entonces se obligó, no sin esfuerzo, a separarse de su presa. Se relamió los labios sintiendo el gruñido de la sed que le trepaba por la garganta y acomodó el frágil cuerpecito del joven en su regazo.
Su futuro neófito le miró con ojos vidriosos mientras boqueaba por un aire que ya no le llegaría a los pulmones. Francis se inclinó sobre él y le besó la frente antes de morderse su propia muñeca y apretar la herida abierta contra los labios del humano, apenas ya consciente. Le echó la cabeza hacia atrás para que la sangre le recorriera la garganta y rezó a un dios que condenaba la existencia de criaturas como él, para suplicar que por una vez se le concediera un favor. Durante un largo minuto, sintió que el mundo dejaba de girar alrededor del sol.
—Por favor, no te mueras —murmuró—, no te mueras, necesito que esto funcione. Te necesito.
De pronto el humano le clavó la fila superior de dientes, tan fuerte que el vampiro pensó que le arrancaría la mano. Haciendo alarde de gran parte de su autocontrol para no destrozarle, Francis lo separó de sí y volvió a aprisionarlo contra el suelo. Esa vez, el humano se revolvió más violento.
Y rugió:
—¡QUIERO MÁS, DAME MÁS!
—Tranquilo, pronto —contestó Francis.
—¡TE ARRANCARÉ LA CABEZA, TE DESTRIPARÉ, JODER!
Gritó de dolor cuando su corazón se paró del todo y su cuerpo comenzó a renacer a la nueva vida. Francis sujetó sus brazos y sus piernas y soportó las convulsiones y los bramidos.
Estaban a cinco metros bajo tierra, en los túneles de las alcantarillas inferiores de Londres, pero aún así sintió miedo al pensar que alguien podría oírle. Sin embargo, los aullidos desesperados y los espasmos doloridos del joven remitieron de forma gradual hasta que se convirtieron en gañidos inofensivos. También dejó de intentar patalear y, al final, Francis aflojó un poco la presa, aunque no se quitó de encima. Con cuidado deslizó los dedos por la boca de su neófito y la abrió. Débil por la transformación, este no hizo mucho por impedírselo salvo emitir un gruñido de advertencia y contempló, cansado, la expresión fascinada de su creador mientras le examinaba los colmillos.
—Son tan pequeños... —La voz de Francis sonó tenue y maravillada—. Y tu piel todavía está tan tibia, pero tus ojos... Tus ojos ya son tan brillantes y tan hermosos... Podría mirarte durante años.
Las palabras hicieron gruñir de nuevo al joven vampiro, que otra vez intentó revolverse. Francis siseó suave para calmarlo y le acarició la mejilla con las yemas de los dedos.
—Tranquilo, mi niño, tranquilo. Tienes sed, estás enfadado y no sabes qué te está pasando, lo entiendo. Pasará pronto, todo esto... pasará pronto.
La herida de su muñeca no se había cerrado del todo, se necesitaba mucha sangre interna para la regeneración casi instantánea, de modo que sólo tuvo que ofrecerle el brazo para que hincara sus nuevos colmillos y bebiera un poco más.
—Eso es, muy bien —Animó Francis, deleitándose con la expresión de gusto y placer que el neófito mostraba al paladear su sangre.
Durante un año sólo podría alimentarle así, porque no tendría suficiente autocontrol como para dejarle cazar humanos por su cuenta. Era una medida de seguridad obligada. Mientras durase su tutela de ciento cincuenta años, Francis sería responsable de las acciones de su «chiquillo» y pagaría por cualquier error que él cometiera. No era que hubieran demasiadas reglas, pero mantener el secreto de la existencia de los vampiros era la más importante, junto con la lealtad al creador si se había sido convertido.
Francis apartó al joven de su brazo. El neófito abrió y cerró la boca varias veces, como si no se terminara de acostumbrarse a esos dientes demasiado largos. Giró la cabeza a la derecha y a la izquierda: lo que recordaba como un túnel oscuro ahora era un pasadizo en penumbra. Al inspirar pudo reconocer el olor de una rata que correteaba por encima de sus cabezas. También escuchó sus pasitos sobre las cañerías de metal. Eso le asustó y desvió la vista hacia arriba, hacia Francis, que le miraba con unos pacientes ojos azules tan luminosos y claros como el cielo de verano. Se fijó en sus pestañas rubias, espesas y tupidas, en los mechones de pelo, también rubios, que enmarcaban su rostro blanquecino, en los más ínfimos detalles de sus rasgos como la forma perfectamente moldeada de la nariz, el leve rastro de barba que coloreaba su quijada, las gotas de sangre que todavía pintaban sus labios rosados.
Deseó poder lamer esas gotas y ahogó un gimoteo.
—¿Qué me has hecho? —preguntó.
Francis curvó una sonrisa y le mostró sus colmillos, mucho más pronunciados y grandes que los de un recién convertido. Volvió a acariciarle la mejilla y subió los dedos deslizándolos por la piel para tocar también el pelo, rubio y corto, de su «hijo».
—¿No quieres saber primero cómo me llamo, quién soy, por qué y todo lo demás?
El joven arrugó el entrecejo.
—¿Cómo te llamas?
—Francis. Francis Bonnefoy.
—Francés —El tono de desprecio de la voz del neófito hizo reír a su «padre»—. ¿Qué me has hecho, Bonnefoy? —preguntó de nuevo, más agrio y tenso.
Francis conformó una expresión suave y tierna y se inclinó de nuevo para besar la frente tibia del muchacho. Aquel fue un gesto paternal, íntimo y cariñoso y quizá fue la sangre que había bebido de él, pero el neófito sintió cómo esa poca sangre simulaba una sensación de calor acogedora que le hormigueó por todo el cuerpo. No bastó para calmarlo, el ardor de la garganta le estaba matando y lo único que quería era apagar ese fuego infernal que tenía dentro.
Francis abrazó al joven vampiro contra sí y caminó despacio hasta que dio con la espalda contra la pared. Allí se dejó caer. El neófito inspiró hondo y gruñó. Su pequeña parte humana todavía consciente luchaba contra el deseo de beber, apagar la quemazón. Sin embargo el instinto de supervivencia, la sed y la maldición salvaje del vampirismo pesaron más. Francis se abrió los primeros botones de la camisa, dejando al descubierto su cuello terso y apetecible, y parte de su pecho inmaculado. El muchacho no pudo resistirse ante la imagen mental de la sangre que de repente irrumpió en su cabeza y mordió sin contemplaciones. Subió los dedos de su otra mano por el pecho de Francis, entre los pliegues de la camisa, y los enredó en su pelo. Francis sintió un extraño latigazo de placer en cuanto empezó a succionar con fuerza.
—Eso es, mi niño —musitó y apretó uno de sus brazos en torno a la cintura del neófito—. Eso es, bebe, bebe de mí.
El chico obedeció de forma involuntaria. Dio tragos largos y se recreó en su sabor, en el olor, la textura... Al poco rato Francis hizo una mueca desagradable y le apartó con brusquedad. El neófito tenía toda la boca y las mejillas ensangrentadas. Le enseñó los dientes, iracundo, y exigió:
—¡Quiero más!
—No.
—¡¿Por qué no?!
—Porque si me matas no tendrás a nadie para que te cuide, y no querrás morir quemado al sol, ¿verdad?
El joven arrugó el entrecejo, demasiado abundante para el gusto del vampiro francés, y siseó algo incomprensible intentando acercarse a la sangre. Por supuesto, Francis le sujetó bien para evitar que lo hiciera.
—La sed se te pasará pronto, no te preocupes —aseguró.
—Hijo de puta.
—Sí, bueno, es un trabajo igual de digno que los demás, ¿no te parece? ¡Y hace feliz a mucha gente! —Francis rió—. ¿Seguro que no quieres preguntar más cosas?
La respuesta ni se hizo esperar.
—No.
—Tú mismo.
Con un movimiento rudo, Francis lanzó al neófito hacia el otro lado del túnel. Su hubiera sido humano habría chocado contra la pared y caído al suelo como un trapo, pero de forma instintiva logró ponerse de pie tras el golpe, lo suficientemente rápido como para que Francis asintiera con aprobación. El muchacho jadeó y observó con rencor cómo se ponía de pie.
—Yo no te recomendaría huir: eres un vampiro recién renacido y a todos los efectos dependes de mí por mucho, mucho tiempo. —Francis realizó una grácil y burlona reverencia.
El joven vampiro entreabrió los labios, confuso, frustrado, rabioso. Notó el peso del vínculo de sangre, el lazo que le unía a esa criatura como si fuera su propio padre. Una sensación viscosa y fría le comprimió el estómago. Francis sonrió, casi imaginando a la perfección la amalgama de emociones fluyendo y confluyendo en la mente del neófito. Se acercó a él lo suficiente como para que su «hijo» retrocediera todavía más, hasta chocar con la pared del pasadizo. Francis extendió una mano y se la ofreció.
—Bienvenido al submundo, Arthur Kirkland.