Deidara POV
Le odiaba, odiaba a todos los de esta maldita organización y maldecía una y otra vez el día en que perdí contra Itachi Uchiha, el culpable de mi desgracia, el culpable de que yo estuviera aquí sirviendo a esta organización, pero él caería, mataría a todos uno por uno, algún día lo haría. ¡Una bonita explosión y todos muertos! Eso es con lo que soñaba día tras día.
No soportaba el dolor, no podía dejar de gritar a cada mordisco que Hidan dejaba en mi cuerpo, a cada succión, a cada lametazo que me daba, a cada roce de sus asquerosas manos sobre mi piel ¡lo odiaba! Me daba asco, me daba asco hasta yo mismo. Sólo quería marcharme de Akatsuki.
- Grita más zorra – decía Hidan una y otra vez mientras sonreía, mientras seguía mordiendo con fuerza sobre mi cuerpo hasta que empezaba a sangrar y no podía evitar gritar de dolor
¿En qué me había convertido desde que llegué a Akatsuki? ¿Era el juguete sexual de toda la organización? Cuando no era Hidan era Kisame, sino era Kisame era Kakuzu, la cuestión es que siempre acababa en la misma situación, satisfaciendo los deseos más perversos y sádicos de todos ellos y maldije al Uchiha, porque era su culpa, yo estaba aquí por su maldita culpa y aunque él jamás me había puesto una mano encima, los demás lo hacían porque él les facilitó que yo estuviera aquí. Destrozaban mi cuerpo y mi mente por su culpa ¡lo mataría, algún día lo haría! Volví a gritar cuando Hidan metió la mano bajo mi pantalón y apretó con rudeza mi miembro ¡dolía! Todo lo que él hacía dolía.
Ni siquiera tenía la delicadeza de violarme en su cama, pues según él… no quería manchar las sábanas con la sangre de una puta, porque eso era yo para todos los miembros de esta organización, su esclavo, su juguete, su zorra ¡ya hasta empezaba a creerme todos los sinónimos que me habían lanzado! Cada cual prefería un término diferente para referirse a mí, pero al final… todos hacían lo mismo conmigo, destrozarme y satisfacer sus bajos impulsos.
- Grita más para mí rubia – me susurró al oído Hidan mientras me lamía la oreja y sentía como me hacía cortes con un Kunai en el cuerpo. Grité a cada corte aunque intentaba no satisfacerle, pero era complicado no gritar de dolor – he dicho que grites – me gritó él ahora a mí a la vez que me penetró con fuerza de una sola vez para luego volver a sacarla.
Grité tan fuerte que eso tenía que haberlo escuchado toda la organización. Las lágrimas empezaron a caer, no podía evitarlas. Mis piernas temblaban, ya no podían sujetarme el peso, dolía demasiado, no podía levantarme del suelo pero esto… sólo acababa de empezar, porque ya conocía a Hidan, masoquista hasta la médula, metía su miembro en mí una sola vez causándome este dolor que me partía por la mitad para luego salir, dejar que volviera a estrecharme y volver a entrar para causarme aún más dolor.
- Así me gusta, que sepas obedecerme, quiero que grites tanto que todos en esta organización sepan que conmigo es con quien más disfruta la puta – me dijo refiriéndose con el insulto a mí.
Me quedé en el suelo llorando ¡pero es que no podía moverme! El dolor me estaba matando y lo que dudaba, es que aún siguiera consciente, porque en más de una ocasión, con Hidan me había desmayado ¡y era lo mejor que podía pasarme! Quería decirle que parase, que me dejase, pero no habría servido de nada.
Me agarró del cabello con fuerza para que levantase la cabeza y me beso. Aparte de sentir el dolor por el tirón del pelo, sentía su fuerza contra mis labios, sus mordiscos, podía notar el sabor óxido de la sangre ¡y era mía! Me mordía los labios haciendo que sangrasen ¡me destrozaba y no podía evitarlo! Lloré de nuevo y Hidan con una gran sonrisa, paseó su lengua por mis labios llevándose mi sangre para saborearla.
- Me encantas – me dijo – tan joven, tan atractivo, tan sabroso y gritas tan bien… - me dijo de forma sádica sin dejar de mirarme – juguemos tú y yo a algo.
- No por favor – le dije
- Sí – me dijo con aquella sonrisa mientras cogía su guadaña – Mantente calladito, a cada grito, clavaré una cuchilla en mi cuerpo – dijo dibujando un círculo y supe que se estaba conectando a mí, lo que él sentiría también lo haría yo.
- No lo hagas, por favor – me pegó un puñetazo que me lanzó contra la pared y eso era lo que menos dolía de todo lo que él podía hacerme.
- Cierra la boca, sólo necesitas abrirla cuando me la chupes – me gritó y sentí como se acercaba a mí con la guadaña en la mano.
Me asusté, no sé si iba a cortarme o si haría algo peor, pero ahora mismo, mi pantalón estaba tan desgarrado, que no había nada que ocultase, eran puras tiras que se caerían en cualquier momento ¡estaba a su disposición! Aún tenía algo de arcilla en mis manos, podía sentirla y moldeé algo, pero Hidan fue más rápido con esa poca arcilla y cogiéndola entre sus manos para luego retener las mías, me miró sonriendo.
- ¿Querías explotar algo? – me preguntó y me tensé – por mí está bien – me dijo bajando su mano con la arcilla a mi entrada y metiendo el puño sin compasión alguna – explótalo ahora – me dijo sonriendo – vamos, explótalo, porque voy a penetrarte tanto que no recordarás ni como te llamas.
No podía explotar la arcilla, no estando dentro de mí. Lloré, porque ni cuando intentaba defenderme era posible y es que… ¿Cómo se me había ocurrido que yo podía contra alguno de Akatsuki? Yo era el pequeño, el novato, al que todos vencían y machacaban.
Cuando sacó finalmente la arcilla de mí y la lanzó a un rincón, ya no tenía fuerzas para explotarla, él retenía mis manos, me mordía el brazo dejándome horribles marcas y al final, volví a sentir el dolor, el mango de la guadaña lo estaba introduciendo en mí ¡y no cabía! Era demasiado largo, pero él insistía mientras yo trataba de no gritar, porque no quería que se metiera en aquel círculo. Lo movía una y otra vez intentando que gritase y al final acabé haciéndolo, no lo soportaba ¡En cualquier momento me desmayaría! Estaba llegando a mi límite de dolor.
Pensaba en todos los de Akatsuki, les mataría a todos, quería hacerme mucho más fuerte y aniquilarlos, quería que sufrieran como yo lo estaba haciendo, porque ya llevaba demasiado tiempo aguantando estas humillaciones. Quería marcharme lejos, pero la vez que había intentando huir… me encontraron y fue aún peor, Kisame, Hidan y Kakuzu me tiraron al suelo violándome los tres a la vez sin compasión para dejarme allí tirado después en la sala principal completamente desnudo y ensangrentado. Sasori, mi maestro, fui quien me curó… para violarme después con sus marionetas cuando estuve confiado de que quería ayudarme ¡a mí nadie me ayudaba en esta organización! No le importaba a nadie, pero ni siquiera a mis padres conocí, era algo normal en mi vida, estaba acostumbrado al desprecio.
Grité esta vez mucho más fuerte mientras Hidan reía una y otra vez clavándose aquellas estacas. Quería que me matase, ¡Qué alguien me matase por favor! Yo quería seguir viviendo, quería huir y no había forma de hacerlo, de aquí… sólo podría escapar con la muerte, pero hasta para eso era cobarde, no podía suicidarme.
Dejó de clavarse cosas y respiré unos segundos aún tirado en el suelo, llorando, ensangrentado, sin poder mover ni un milímetro mi cuerpo. Se acercó a mí deshaciendo el círculo tras haberse divertido conmigo todo lo que quiso y un poco más. Me miró desde su altura y se agachó bajándose nuevamente el pantalón y entrando en mí ¡ya ni fuerzas tenía para gritar! Le dejé hacer lo que quisiera, no podía moverme, ni siquiera un dedo podía mover ¡me había destrozado de nuevo! Como siempre hacía Hidan, porque él y Sasori… eran los peores.
Ni siquiera era capaz de quitarse los pantalones, sólo se bajaba lo justo para meterme su miembro, una y otra vez sentía sus acometidas, entraba y salía de mí, más lento, más rápido, gimiendo e insultándome como a él le gustaba, colocándome a cuatro patas aunque no podía ni sostenerme sobre mis rodillas mientras agarraba mi cabello con fuerza y me hacía mirarme en el espejo.
- ¿Te gusta eh? – me preguntó mientras me mantenía la cabeza levantada y me miraba en el espejo de enfrente.
Estaba hecho un desastre, a cuatro patas, con su mano agarrada con rudeza a mi cabello mientras me penetraba, porque le veía penetrándome, le veía en el espejo disfrutar con un rubio ensangrentado, lleno de cortes, moratones y marcas, un rubio que ya ni vida le quedaba en sus ojos ¡no podía reconocerme en el espejo! Aquel ser demacrado no podía ser yo.
- Claro que te gusta – se respondió él mismo – te encanta que te follen en el suelo como la perra que eres – dijo dándome un azote en el trasero – como me excitas – dijo golpeándome de nuevo y a cada golpe, notaba su miembro dentro de mí más duro, más excitado, hasta que se corrió.
Sacó su miembro de mí y soltó mi cabello, por lo que caí a peso de nuevo al suelo sin que nadie me sujetase ahora. Veía borroso por las lágrimas, sólo tenía dieciocho años y ya quería morirme ¡sólo necesitaba una mano ejecutora!
- Que asco… mira lo que has hecho bastardo – me dijo pero no podía girarme a mirar nada.
Me cogió del cabello de nuevo y me giró pegando mi rostro a un trozo de suelo algo mojado, imaginé que al salir de mí, algunas gotas de su semen habían caído, sería eso lo que notaba ahora, porque movía mi cabeza sobre aquella superficie limpiando su último rastro de su ser conmigo. Cuando me soltó, se cambió de ropa para irse a dormir y entonces antes de entrar en la cama, volvió hacia mí viendo que estaba inmóvil.
- ¿No estás muerto, no? – me preguntó sonriendo – si no lo estás, levántate pronto y sal de mi habitación, ya no te necesito para hoy
Al ver que no me movía, me cogió de la muñeca y me arrastró por el cuarto hacia la puerta, la abrió y me lanzó al pasillo tal y como estaba, tirando mi capa de Akatsuki sin cuidado sobre mi cuerpo desnudo, la cual cubrió bastante poco con lo mal que cayó encima de mí.
Cerró la puerta y me quedé a oscuras, no veía nada, mis ojos ya no podía ver nada y menos en esta oscuridad, pero escuché unos pasos ¡Alguien venía y si me veía aquí tirado… me meterían a su cuarto para seguir torturándome! Pero no podía moverme, lo intenté varias veces, pero mi cuerpo se negaba a responder. Conseguí ver unos pies cerca de mi cabeza y uno de ellos me golpeó con suavidad la mano moviéndola para comprobar si estaba bien, pero no podía moverme, hasta los dedos se negaron, me quedé inmóvil y finalmente… me desmayé frente al que estuviera allí ¡ya daba igual quien fuera, sabía dónde y cómo acabaría!