Cuando llegues a amarme
Acto 1
Sin Esperanzas
Aquella mañana Kaoru Kamiya se presentó radiante a desayunar. Ya estaba la mesa servida y tras dar los buenos días a Kenshin y Yahiko, se dispuso a comer. Kenshin le preguntó si regresaría para el almuerzo y con una enorme sonrisa, la joven de 17 años le respondió que no.
Antes de salir de la casa se acomodó el cabello y le preguntó a Kenshin si estaba bien su kimono.
-Está muy bien armado. Vaya tranquila.
Kaoru sonrió nuevamente y se despidió del joven hombre de 28 años que vivía con ella hacía medio año.
-Nos vemos. No te esfuerces mucho con el brazo.
Kenshin se tocó la venda que iba desde el codo al pulgar derecho, envuelto en un cabestrillo y le sonrió de vuelta. Cuando ella se marchó, medio oculto tras el portón la siguió con la mirada hasta que se perdió de su vista. Regresó a la casa encontrándola vacía y poco acogedora y de pronto se sintió cansado.
Regresó al patio. Yahiko, de once años, apilaba la leña bajo el cobertizo. Era la tarea que Kaoru le había dejado ese día antes de que se fuera a Akabeko. Kenshin envidiaba su vitalidad, pero no tenía muchas ganas de conversar con alguien, asi que pasó de largo hacia la bodega.
Allí se metió y cerró la puerta por dentro. Ordenaría un poco. Necesitaba hacer algo aunque fuera con la mano izquierda y sentirse útil en esa casa.
Desgraciadamente no había mucho que hacer. Al parecer Kaoru se había adelantado. Paseó su mirada por las cosas ordenadas y se topó con un futón que se le hizo familiar. Era el futón en el que había dormido los primeros meses tras su llegada a esa casa. Estaba doblado junto a la pared y él se sentó encima.
Poco después del año nuevo había llegado a esa casa. Tras un encuentro un poco accidentado había conocido a Kaoru y tras ayudarla en un asunto muy serio, Kenshin fue invitado a vivir allí como agradecimiento. Al principio quiso declinar la oferta, pero lo cierto es que una rápida mirada a la joven lo habían hecho aceptar de buen grado, diciéndose que se quedaría unos días para no despreciar su amabilidad. Además, el invierno estaba en su apogeo. Qué mejor que dormir bajo techo cuando llegara la lluvia y la nieve.
Llevaba diez años recorriendo sin rumbo fijo su pais. Sin quedarse nunca demasiado en ninguna parte. Un descanso no le vendría mal. Dormir en un futón era como un sueño.
Lo que inicialmente serían unos días pronto se convirtieron en semanas. Kenshin decidió hacerse útil en la casa. Ordenaba los cuartos, lavaba la ropa, barría el patio y picaba la leña. Lustraba el piso de madera y ayudaba a la señorita Kaoru a pulir el de su dojo, pues la joven era maestra de espadas de madera y así se ganaba la vida aunque al llegar Kenshin, no le quedaba ningún alumno.
-También doy clases en otro dojo.- le había contado ella risueña.
Con el paso de los días llegó un muchacho a la casa, Yahiko, por quien Kaoru luchó valerosamente con el fin de salvarlo de las garras de la yakuza. Kenshin pudo vislumbrar en ella una fuerza, un sentido del honor y una bondad y arrojo que lo cautivaron. La joven tomó al pequeño Yahiko como un alumno más y en su casa como un nuevo habitante. Kenshin se preguntó si no sería tiempo de marcharse de ese lugar para dejar espacio al pequeño, pero la señorita Kaoru había sido tajante en hacerle ver que no tenía que marcharse.
-Esta es tu casa, también.
Kenshin se había sentido un poco contrariado por el placer que le produjeron esas palabras y redobló sus esfuerzos por ayudar a la joven. Se hizo cargo entonces de las comidas y la compra de sus ingredientes. Ya no le importaba lo que había pensado antes, él no se iría de ese lugar.
Pero Kenshin tenía un pasado. Un pasado por el que nadie le había preguntado, si bien la señorita Kaoru algo sabía. Ese pasado le causó algunos problemas menores y acarreó a su lado un aliado nuevo. Conoció a Sanosuke tras una pelea y de alguna manera se hicieron amigos. Después llegó a su vida una doctora a la que rescató, llamada Megumi. Estos últimos no vivían con él en la casa de Kaoru, pero se veían con bastante frecuencia.
Kaoru seguía con su vida. Muchas veces conversaba con Kenshin y le contaba sus cosas y pequeños problemas y siempre se preocupó por él. Sanosuke y Yahiko no tardaron en ver en esos gestos un amor no confesado de la joven hacia el espadachín de cabello rojo y Kenshin trataba de poner paños fríos a las cosas. Sin embargo, uno de los enemigos de Kenshin lo amenazó con matarlo, obligándolo a dejar el hogar, porque pensó que si era atacado, la señorita Kaoru y Yahiko no correrían riesgo.
Él no contó con que Kaoru lo buscaría hasta dar con él. El enemigo de Kenshin, que lo espiaba, se dio cuenta con sólo mirarlos que ella era el punto débil del ex asesino y raptó a la muchacha, obligando a Kenshin a ir tras ella. Tras una larga noche de pelea, Kenshin logró rescatarla y volver con ella a casa, pensando en que ante la posibilidad de perderla se dio cuenta de cuánto se había asustado con la idea.
Así se dio cuenta de que realmente la quería. Más que eso. Sus sentimientos eran realmente fuertes. Pero al mismo tiempo sintió una fuerte desazón.
Porque él, a quien Kaoru consideraba su confidente, sabía que ella pensaba en otro. En un joven apenas mayor que ella que trabajaba como instructor en el dojo Maekawa. Un joven por el que estaba perdidamente enamorada.
Tras regresar a casa en aquella ocasión, Kenshin se cuestionó una vez más el seguir permaneciendo allí. Kaoru tenía sus planes al parecer y él sólo sería un estorbo. Pero lo cierto es que los pies de Kenshin se negaban a pasar del portón cuando planeaba marcharse. Parecía que su cuerpo tenía un centro de mando desconectado de su cabeza, porque sus pies lo llevaban a ella. Vigilaba celosamente a la chica de día y de noche se aseguraba de que todo en casa estuviera en orden. Hubieron más problemas con el pasar de los días, nuevos enemigos de Kenshin que pedían su cabeza y él disgustado con la imposibilidad de marcharse. Nunca antes le había pasado.
Y ella cada vez que tenía nuevas noticias le contaba sobre cómo iban las cosas con Fukio. Al parecer el muchacho se estaba fijando en ella.
Era terrible ver a la joven contoneándose frente al espejo de alguna tienda con algún adorno o cinta nuevos. Mirando kimonos y maquillaje. Al tener poca expertiz en saber llevarlos, la chica, que siempre había usado gi y hakama como un hombre, le pedía a Kenshin ayuda para vestirse. Después de todo le tenía una confianza ciega y él siempre estaba dispuesto a ayudarla con el fin de estar cerca de ella.
Una tarde en que ambos volvían del mercado, la señorita Kaoru (como él la llamaba) le contó que esa mañana Fukio se le había declarado. Si Kenshin cerraba los ojos en el momento en que fuera, podía evocar esa mirada llena de felicidad de la muchacha. Podía decir cómo estaba su cabello y el color exacto del tinte en sus mejillas. Sintió una punzada a pensar que él no era el afortunado en tener ese corazón, que nunca la estrecharía entre sus brazos... y tal vez era mejor así. Después de todo, en algún momento él debía retomar su camino. No contaba con que en casa le esperaba un enemigo poderoso que sin ningún miramiento lo provocó hasta despertar un demonio en él. Un demonio que ni la prescencia de la señorita Kaoru pudo aplacar... o tal vez ella tuviera que ver en que haya aparecido.
La aparición de Saito en realidad fue la antesala a una serie de sucesos que obligaron a Kenshin a tomar una decisión y lo orillaron a dejar finalmente la casa. Sin embargo, cercano a la salida de la ciudad, sus pies nuevamente tomaron rumbo propio y de algún modo terminó a una corta distancia del dojo Kamiya cuando fue conciente de este hecho y al detenerse pudo distinguir la silueta de la señorita Kaoru. Ella se acercó a él y le pidió que no se fuera. Él trató de hacerla ver que sus motivos eran poderosos.
Él terminó abrazándola y dándole las gracias por todo. Finalmente tenía la oportunidad de marcharse, terminar el trabajo que le habían encomendado y no volver más. En eso estaba, dos semanas después, cuando la señorita Kaoru y Yahiko aparecieron en la puerta del lugar donde se quedaba.
No sabía qué pensar, si echarlos a patadas o abrazarlos, si incluso al niño había echado de menos. Pero en ese momento las cosas no estaban para ponerse sentimentales y haciendo un esfuerzo enorme se concentró en su misión y cómo ganarla. Otros amigos se sumaron a la causa y un par de meses después todos pudieron volver a Tokio.
Entonces Kenshin había saboreado la idea de que la señorita había ido a Kyoto a buscarlo y había pensado en eso. Pero Yahiko le contó una tarde que después que él partiera, Fukio le pidió a Kaoru que fuera su novia y ella aceptó. Sin embargo, él tuvo que viajar al día siguiente y de ese modo, Kaoru quedó libre de ir Kyoto.
Mientras Kenshin digería la información, Kaoru le anunció que al día siguiente Fukio vendría a la casa para ser presentado a su familia.
Fukio era un joven de 20 años, más alto que Kenshin, educado y seguro de sí mismo. Su familia era de comerciantes y muchas veces él debía ayudarlos en algunas cosas relacionadas a las importaciones y de ahí que tuviera que viajar constantemente entre la ciudad y los puertos. Sin embargo, él vivía del kendo y muy a su pesar, a Kenshin le cayó en gracia.
Fue en una de esas salidas de Fukio que el último y más letal enemigo de Kenshin hizo su aparición, deseando vengarse de quien fuera su cuñado. Obligó a Kenshin a hablar de su pasado a sus amigos y a Kaoru, quien apenas pudo creer todo lo que escuchó. Este enemigo, Enishi Yukishiro, ejecutó el más cruel de los actos en contra de Kenshin, haciéndole creer por varios dias que Kaoru estaba muerta, exponiéndolo y dejando en evidencia ante todos sus amigos que lo que sentía por ella era mucho más fuerte que una simple amistad o un simple agradecimiento como él les decía.
Kenshin quedó destrozado, casi se murió literalmente de tristeza y luego, de alguna parte sacó la fuerza para ir en su busca y traerla de vuelta, regresando muy malherido, porque en algún momento su corazón le indicó que ella estaba viva.
Y desde que la encontró hasta que se enfrento a su enemigo, leal, ella estuvo a su lado, apoyándolo. Incluso puso su vida en riesgo para evitar que lo mataran.
A pesar de todo lo anterior, Kenshin ya no se hacía ilusiones. Sabía que el corazón de Kaoru era de otro hombre.
Kenshin no tuvo que pedir reserva sobre lo que pasó cuando Kaoru no estuvo con ellos. Sus amigos entendieron que había cosas que no debían decir, menos cuando Kaoru, tras llegar a su casa de vuelta y recibir la ayuda de Fukio que ya no se despegó de ella, decidieron poner fecha a su boda. No era necesario esperar más, Fukio ya no podía vivir sin ella, también la quería hacía mucho tiempo y quería llevársela en cada viaje que hiciera para cuidarla. Por su parte, Kaoru también lo extrañó demasiado cuando Enishi la tuvo raptada en la isla.
Y en eso estaba Kenshin ahora, sintiéndose ridiculo por no poder alejarse de una mujer que pronto sería de otro, sentado sobre un futón viejo y con un cuerpo lleno de heridas y cicatrices de guerra. Estaba cansado y pensaba que despues de todo, era poco problable que Fukio los quisiera cerca a él y a Yahiko luego de casado y que era un tema que debía tratar con la señorita Kaoru. Seria bueno que ella razonara con su prometido para que dejara quedar a Yahiko. Él por su parte se marcharía y todo arreglado.
Tras pensar en eso, Kenshin se puso de pie y fue a salir de la bodega, pero nada más asomarse y ver el cielo supo que pronto llovería. Entonces tomó un paraguas y sin pensarlo demasiado, salió al camino a buscar a la señorita Kaoru para entregárselo, para que no mojara su hermoso kimono con la lluvia que caería, después de todo ella se había esmerado mucho en verse bonita ese día.
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Fukio era uno de esos hombres considerados que una mujer rara vez encuentra en la vida y Kaoru lo sabía. Y Fukio sabía que Kaoru era la mujer perfecta para él. Verdaderamente se querían y disfrutaban de su compañía. Los sentimientos que profesaban el uno por el otro eran sinceros.
Les gustaba verse en secreto en un lugar cerca del río, con el fin de que sus alumnos no les vieran. Habían pensado mantener en secreto su relación hasta el día de su boda. Después de eso entrarían campantes al dojo Maekawa a anunciar que eran la familia Kamiya. Después de todo, al ser hijo de comerciantes, Fukio consideraba que el apellido de Kaoru, que si provenía de una familia de guerreros, era más adecuado para ellos.
Estaban hablando sobre esas cosas cuando el atento oído de Fukio escuchó algo. El joven moreno de cabellos cortos y lisos y aspecto pulcro se levantó del tronco en el que se hallaba sentado justo cuando Kenshin hizo timidamente su aparición. Kaoru también se puso de pie.
Con el bosque tras ella, haciéndole marco, Kenshin pensó que se veía más bonita que nunca. Pero no se acercó a ella. Como muestra de respeto, se dirigió a Fukio.
-Lamento molestarlos, pero se acerca la lluvia y a la señorita Kaoru se le quedó esto en casa.
Fukio saludó a Kenshin, pensando que Kaoru no había cumplido su parte con lo del "lugar secreto" que tenían. Pero estaba bien, porque él entendía que Kenshin era un amigo. Además, lo envidiaba un poco por tener la posibilidad de estar junto a ella gran parte del día. Fukio en cambio no podía, porque sus deberes hacia su familia restringian mucho su tiempo para ella.
Pero eso estaba a punto de cambiar. Fukio estaba haciendo los cambios necesarios para al menos, tener que viajar menos a los puertos y establecerse.
-Tú no molestas, amigo mío.- dijo Fukio de buen humor.- Además tienes razón, pronto lloverá. No sé qué sería de Kaoru sin ti. Realmente no sé que sería de mí sin tí. Tú la has cuidado y nos has salvado a ambos.
-Es lo menos que podía hacer por ella.- se obligó a decir Kenshin. Kaoru se acercó.
-Qué bueno que viniste, Kenshin, pensaba pasar por la casa de la señora Yoko y Fukio se tiene que marchar. ¿Me acompañas?.
El pelirrojo aceptó y se alejó un poco para darles espacio de despedirse. Unos minutos después Kaoru se le acercó y desplegaron el paraguas porque justo comenzaron a caer algunas gotitas. Los hombres se despidieron y tomaron rumbos diferentes.
Fukio se volvió para ver a Kaoru acercarse a Kenshin con el fin de caber los dos mejor bajo el paraguas. Aunque Kenshin no hizo ningún movimiento que propiciara más el acercamiento, Fukio lo sabía. Lo supo desde el momento en que lo conoció.
Sabía que el hombre que siempre portaba un katana de filo invertido estaba enamorado hasta la médula de la mujer que él haría su esposa.
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Tras despedirse de Kenshin y Kaoru, Fukio se dirigió al correo para despachar algunas cartas a su familia. Mientras caminaba, pensaba en Kenshin. Ocho años mayor que él y un pasado digno de una novela. Había sido reclutado de niño como aprendiz de espadas, luego de muy jovencito como un hitokiri del Ishinshishi. Había estado casado. Había participado en varias batallas y desapareció por espacio de diez años, hasta que llegó un buen día a Tokio y se encontró con Kaoru.
La joven siempre le explicaba que desde el primer momento, Kenshin le mostró determinación, coraje, bondad y honor, cosas que ella siempre había observado en su padre.
-Es un hombre increiblemente fuerte, pero además es muy gentil. Por eso le ofrecí un lugar en mi casa. Y él nunca me ha defraudado. Es mi amigo.
Fukio le había creido a la chica. Ella realmente quería a Kenshin. Y él a veces se mostró celoso con eso.
-Fukio... ¿qué no lo entiendes? Yo te he quise desde que te vi por primera vez, antes de que llegara Kenshin a mi vida. Y te he querido desde entonces hasta hoy. Quiero ser tu esposa, nada me gustaría más. Pero no quiero ser la mujer de Kenshin. Él es muy lindo, pero no es para mí, porque yo te amo a ti.
-Entonces dime qué pasará cuando nos casemos. Viviremos en tu casa, y me parece bien, para fundar allí nuestra escuela, y me parece bien que Yahiko esté con nosotros, pero... ¿es necesario que Kenshin esté allí también?-
En aquel momento Kaoru no contestó de inmediato. Fukio notó su turbación. Le quedó claro que nunca estuvo en los planes de Kaoru deshacerse de Kenshin.
-Le ofrecí mi hogar como su propio hogar.-
-Un hogar es donde está tu familia, Kaoru.
-Yahiko y yo somos su familia. Por favor, Fukio, Kenshin es como mi hermano mayor. El siempre ha sido bueno conmigo, yo no puedo fallarle ahora.
A Fukio le quedó clara la situación. Kenshin haría cosas increibles por Kaoru agradeciendo "lo gentil que ella había sido con él" y Kaoru tenía una cantaleta parecida. Entendió que para quedarse con Kaoru y hacerla feliz, debía aceptarla con Kenshin incluido y no volver a mencionar que "Kenshin sólo te trae problemas debido a su pasado" porque esa vez ella había estado a punto de terminarlo.
Caminando y ya medio mojado por la lluvia, Fukio llegó a la oficina de correos. Las cartas que llevaba junto al pecho estaban secas al menos y sonrió al imaginarse a Kenshin vestido de novia al lado de Kaoru y al lado de él. Pensaba que más o menos así sería su matrimonio y decidió tomarse las cosas con humor. Sabía que si Kenshin era la quinta parte de honorable que Kaoru le decía, nunca se metería en su relación.
A menos que Fukio fuera malo con Kaoru. Pero eso nunca iba a pasar.
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La señora Yoko era la modista del pueblo y quien se encargaría del vestido de novia de Kaoru. Le tomó las medidas y hablaron de las telas. Kenshin se quedó en otra habitación, disfrutando de unas golosinas que le pasaron.
Arrebolada y con los ojos brillantes, Kaoru se despidió de la señora dos horas después. Afuera la lluvia no había cesado.
-Hablamos con Fukio sobre la ceremonia en la que nos reuniremos con sus padres. Me hubiera gustado que fuera aquí en mi casa, pero él tiene razón; lo mejor es que nosotros vayamos a la suya. Esto será la próxima semana, e iremos tu y yo junto a Yahiko. Si el tonto de Sanosuke no se hubiera ido a quién sabe dónde...
-¿Yo? Pero si yo no soy de su... -
-Kenshin, para mí tú eres mi familia. Por favor, acompáñame. Haremos una parte del viaje en tren y luego Fukio nos irá a buscar a la estación. Él estará allí por unos asuntos que tiene que resolver.
Honrado, Kenshin aceptó acompañarla, sin embargo también se recordó que él estaba llegando al límite de sus fuerzas con todo eso. Había pensado acompañarla hasta la boda y esa misma noche marcharse. Sería lo mejor. Sabía que al ver los hechos consumados sus pies volverían a hacerle caso y podría marcharse de una vez.
La lluvia cobró cada vez más fuerza y se refugiaron bajo un enorme árbol de espeso follaje. Si bien bajo su copa caía agua, podían atajarla con el paraguas y decidieron quedarse allí mientras pasaba la nubada.
-Kenshin?
-Si?
-Estoy haciendo lo correcto?
Kenshin miró a la joven.
-¿Cómo?
-Lo que pasa es que... yo quiero mucho a Fukio pero siento que puedo llegar a decepcionarlo.
-Eso no pasará, créame. Usted es la mujer perfecta para él. Y él la ama de verdad.
-Pero es que a veces... yo sé que mi caracter... o mis defectos como ama de casa... pienso que eso podría alejarlo en algún momento.
-No sucederá. No creo que Fukio pueda encontrar a una mujer más encantadora y cariñosa que usted. Estoy seguro de que él encontrará cada día un hogar al llegar a su casa y sentirá que está en el lugar correcto con la persona más maravillosa.
Temiendo haber hablado de más, Kenshin cerró la boca. Kaoru lo miraba enigmática.
-¿De verdad eso piensas?
-Algo así.
-Gracias, Kenshin.- dijo la joven emocionada con sus palabras. Nunca pensó que alguien llegara a decir esas cosas de ella. Entonces abrazó al pelirrojo.
El cuerpo masculino se tensó al sentir su contacto y sus manos cobraron vida propia. Abrazó a Kaoru y cerró los ojos, entregándose a ese regalo.
-Ha sido difícil perder a mi papá y quedarme sola y que tú hayas aparecido en mi vida y me hayas brindado tu compañía y me hayas cuidado y que me estés apoyando ahora... Oh!, Kenshin... me faltan palabras para expresarte mi agradecimiento.
-Está bien.
-Gracias.
Emocionado, Kenshin tuvo que controlar sus ganas de mover un poco la cara y buscar la mejilla de Kaoru. Nunca se esperó su abrazo y soltarla era tan dificil como intentar irse del dojo Kamiya. Supo que podría pasarse una vida entera fundida con ella. Recordó que sin importar lo que él pensara, ella quería a otro. Utilizó toda su fuerza de voluntad para soltarla. Tal vez esta sería la última vez que podría abrazarla. Se sintió como si tuviera que marcharse nuevamente a Kyoto.
-Amainó la lluvia. Lo mejor será marcharnos antes que empiece de nuevo. Al menos intentemos acercarnos a casa.
Se pusieron en camino. Risueña, Kaoru comentó:
-Es muy cómodo abrazarte, Kenshin. Como eres casi de mi porte, puedo apoyar mi mentón en tu hombro sin tener que estirarme.
Kenshin rió quedo. No sabía que decir.
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Se marcharon unos días después. Fukio había dejado los pasajes pagados de todos los viajantes a pesar de que Kenshin se negó rotundamente. Al final se subió resignado al carruaje que los pasó a buscar por la mañana temprano para ir a la estación de trenes.
Sólo iban él y Yahiko junto a Kaoru. La chica iba un poco nerviosa, porque tenía que causar buena impresión a sus suegros.
Yahiko sorprendido iba mirando todo. Había sido muy advertido de no reirse de Kaoru delante de la familia de Fukio, o hacerla quedar mal de alguna manera. Kenshin tuvo que prometerle enseñarle un movimiento simple de la escuela Hiten Mitsurugi para lograr aplacarlo.
Afortunadamente todo salió bien. Fukio los esperó puntual en la salida de la estación de trenes y los llevó a casa de sus padres. Era una casa grande, con un jardin enorme que contaba con un estanque y peces en él. Era un lugar hermoso y la madre de Fukio saludó con cortesía a Kaoru, al igual que su padre. Pero cuando llegaron a Kenshin, quedaron contrariados.
El padre de Fukio lo reconoció enseguida como Battousai Himura. Sorprendió a Fukio y a Kaoru con sus palabras.
-Yo a usted lo conozco, amigo mío. Nunca olvido una cara. Usted era de la facción Choshu, de los Ishinshishi. Yo a ustedes les proveía alimentos, usted incluso una vez salvó mi vida cuando unos tipos amenazaron matarme si no entregaba mi negocio. Usted los sacó de allí. Sea bienvenido a mi casa usted y su familia.
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La señora Ishida siempre tuvo otros planes para su segundo hijo y se lo hizo saber a Kaoru. También le hizo saber que si Fukio realmente la quería, ella la aceptaría por eso. No fue muy cortés en el modo de transmitirle esa idea y su esposo muy molesto la hizo callar.
Fuera de eso, la cena transcurrió del modo más normal y los jóvenes quedaron formalmente comprometidos. Dentro de un mes más se casarían.
Durante la noche a Kenshin, Kaoru y Yahiko les tocó dormir en la misma habitación. Sin embargo a Kenshin le costaba conciliar el sueño, de modo que con cuidado se levantó y salió al patio. La luna iluminaba todo y el jardín del señor Ishida le transmitía paz. Lo comparó con el pequeño patio de la casa de Kaoru, sin embargo, no tenía dudas de en qué lugar quería pasar el resto de su vida. Desgraciadamente no se podía y su partida ya tenía fecha.
-¿Tampoco puedes dormir?
Kenshin no necesitó voltearse.
-No soy yo el que se casa en un mes.
Fukio se le acercó sonriendo. Traía algunas botellas de sake.
-Me siento un poco avergonzado por lo de mamá. No debió decir esas cosas.
-No te preocupes. La señorita Kaoru es muy comprensiva. Créeme que no está molesta.
-Pareces muy seguro de lo que dices. Tal vez Kaoru está planeando una venganza.
Kenshin sonrió.
-No lo creo.
Los hombres rieron quedo. Fukio miró a Kenshin y le convidó sake. El pelirrojo bebió un poco torpe con su mano izquierda.
-¿Cuándo te dejarán el brazo libre?
-No estoy seguro. Parece que en dos semanas más, según como vaya la herida.
-¿Duele?
-Todavía me duele un poco.
Kenshin pensó que su cuerpo tardaba más que antes en sanar; le había llegado un balazo en el hombro, además de diversas heridas en el brazo durante la pelea con Enishi. Y otras tantas en el resto del cuerpo. Fukio tomó un poco de sake.
-Es raro verte sin tu sakabatto. La dejaste en el dormitorio.
-Si.
-Pero dime... ¿Por qué siempre la portas? Incluso ahora que no puedes usarla la trajiste.
-El gobierno me concedió un permiso especial para llevarla conmigo.
-No pregunto si es legal o no. Quiero saber por qué no te despegas de ella. Kaoru me dijo que tú querías proteger a las personas, pero ambos sabemos que no es posible protegerlos a todos.
-Tienes razón. Cuando fui joven pensé que con una espada podría proteger a todos los que me rodeaban. Incluso a la mujer que amaba, pero no fue posible. Sólo puedo proteger a la persona que está a mi lado en un momento determinado, y aunque sólo fuera para eso, yo llevo mi espada. No quiero ver morir a nadie.
-Tú siempre estás al lado de Kaoru. La has protegido y la has salvado muchas veces.
-Es lo menos que podía hacer por ella. Mucho de lo que le ha sucedido es mi culpa.
-Ella confia mucho en tí.
Kenshin no dijo nada. Sólo miró las estrellas y la luna. Bebió otro poco.
-Tú la amas, cierto?
Kenshin perdió el compás de su respiración por una fracción de segundo. Bajó la mirada del cielo al jardín, pero no se atrevió a mirar a Fukio, que había vaciado una botella.
-Tuve un amigo querido. Era desordenado, permitió que sus vicios lo guiasen. Perdió a su familia y sus negocios y de pronto se vio solo. Estuvo un par de meses en Rakunnimura. Lo vi esta mañana antes de ir a buscarlos y conversamos. Me habló de un samurai de cabello rojo que encadenó su espada para no volver a matar. Por lo que entendieron, estuvo allí porque la mujer que más quería había sido asesinada y él no pudo hacer nada. Se fue a los días después. Esa persona eras tú, cierto?
-Si. Yo.
-Y Kaoru... -
-Ella no sabe nada de lo que pasó aquí luego de que fue raptada y es mejor que nunca lo sepa.-
-Pero... tienes el poder de eliminar un ejército completo y ahora yo me casaré con la mujer que amas. ¿Mi vida peligra por eso?
-De ningún modo.
El viento acarició el rostro de Kenshin y jugueteó con su cabello. Estaba descubierto, no había nada que perder.
-La señorita Kaoru te eligió. Tú la haces feliz. No yo. Sólo puedo cuidar de su felicidad procurando que ustedes estén juntos.
-Creo que... no tengo palabras para expresar mi agradecimiento por tu sinceridad. - dijo Fukio dándole otra botella.- Yo deseo que tú encuentres a la mujer que te haga sentir seguro y que sea tuya para siempre.
Siguieron bebiendo y conversando, esta vez sobre embarcaciones y tipos de carga que traían para el comercio de su padre. También hablaron sobre el clima y de algún modo, regresaron al tema de las mujeres, cerca de la una de la mañana. Pero en este punto, ambos estaban un poco pasados.
Fukio se levantó y animó a Kenshin a acompañarlo. Iría a cantarle a Kaoru todas sus palabras de amor. Se pasaron por una habitación donde había un shamisen desafinado y partieron a los dormitorios.
Kenshin tocaría el instrumento y Fukio comenzó a cantar con una voz desafinada y pastosa:
"Kaoru hermosa...
eres una diosa...
yo no sé que haría
si no quisieras ser mi esposa..."
Fukio se apoyó en Kenshin y en ese punto se abrió la puerta. Un poco despeinada Kaoru apareció sin poder dar mucho crédito a sus ojos.
-Fukio, es tarde. Ve a dormir. Mañana me cantas lo que quieras.-
-Kaoru, no puedess echarrme. Trajje a Kensshin y él dice que aprrueba nuestro amor.
Kenshin asintió, no muy convencido, pero nada podía hacer. Fukio empezó de nuevo.
"Kaoru bonita...
ni las cerecitas...
tienen un rojo más lindo
que el que tiene tu boquita
y las hadas que hoy habitan
no ha podido super..."
Un bichito nocturno se metió en la boca de Fukio en plena declaración y se atoró con eso. Tras toser mucho para sacar el bicho de su garganta sintió dolor y decidió pedirle ayuda a Kenshin.
-Cántale tú algo. Yo no puedo. Hazlo en mi nombre.
-No me parece correcto.
-Dijiste que harías lo que fuera por nosotros. Trae... yo tocaré esa cuestión.
Despojado del shamisen, Kenshin buscó en su aletargada memoria algo que se supiera. Recordó unas palabras que leyó por ahí alguna vez.
"La luna que ilumina los campos
y conquista a las mareas
sólo sale de noche
porque sabe
que a esa hora tú duermes
y nadie más puede competir a su belleza"
-Eso está genial, Kenshin. Incluso a mí me emocionaste. ¿Te sabes otra?-dijo Fukio tocando lastimosamente. Kenshin se tomó el último sorbo de sake que traía y dijo.
"No es mucho lo que puedo darte
pero tengo dos manos
para forjar tu felicidad"
Escucharon unos pasos y Fukio borracho y todo supo que se trataba de su mamá. Lanzó un beso al aire a Kaoru y se escabulló con el shamisen. Kenshin no entendió lo que pasaba pero supo que lo mejor sería desaparecer de allí y se guardó en la pieza junto a Kaoru y Yahiko.
Se recostó de buen ánimo y se quedó dormido enseguida mientras la señora Ishida volvía a su futón.
Pero a Kaoru le costó un poco más dormirse. Nunca había escuchado a Kenshin cantar algo -y lo hacía muy bien- y sus palabras... esas palabras dichas mientras la miraba a los ojos hicieron subir el carmín a sus mejillas.
Nunca antes le había pasado algo así con él.
Decidió no darle más vueltas al asunto y cuando se dispuso a dormir, esta vez si lo logró.
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Fin Acto 1
Sin Esperanzas.
Abril 7, 2015
Luego de un receso de años he regresado con este fanfic. Han sido dos años y medio largos y completamente faltos de inspiración.
Hasta el momento el fanfic va escrito hasta la mitad y podría ser de unos 6 capítulos. Sobre los fanfics que antes de este día no hayan sido concluidos, difícilmente lo serán. Hagan de cuenta que empezamos de nuevo.
Espero que con esta propuesta hayan logrado entretenerse y realmente no sé si este regreso sea sólo para esta historia o algunas más, asi que vamos a tomarnos las cosas con calma.
Un abrazo cariñoso a cada una y cada uno.
Blankaoru.