Este en realidad, sería un one-shot, pero decidí que haría una vista previa, a ver si enganchaba la historia, y si tiene éxito, actualizarla por parte, pero siempre en el mismo formato. Si bien Pinkie Pie no está entre mis preferidas, y como soy una escritora un poco macabra, me planteé imaginarme a la poni más alegre de todas en un ambiente hostil, donde nadie está interesado en ser su amigo. ¿Podrá ella hallar un refugio en esa tempestad, y mantener vivo su elemento?

Narrado por Pinkie Pie.

Estando tan lejos de casa,

Recordamos el amor, aquel deseo…

Un nativo de ese barrio padre,

Que también nos vio crecer…

El silencio de la noche,

cómplice de gratos novios y melancolías,

le da nombre a una tristeza…

que mi era y despiadada lame un dolor,

late un amor…

Resuena en mi pensamiento

Que sea ese recuerdo, aquella risa amiga

Contagiándome la comisura…

Pareciendo verte ahora…

Enseñándome que el sentimiento...

Rompe las fronteras, vence la distancia…

Desbaratando angustias

Por extrañar mi gente…

Sus ruidos, sus colores, sus veredas

Que mi caminar representan,

Dando forma a esta canción…

Lejos de casa – A.N.I.M.A.L.

Recuerdo mi canción llamada "¡Smile, smile, smile!", todo lo que significó en su momento, porque no era solamente una canción más, era una manifestación de mi espíritu, del Elemento de la risa que yo porto. Toda mi vida mi único objetivo ha sido hacer sonreír a los demás, hacerles olvidar sus problemas y divertirse, ver ponis alegres disfrutando de una fiesta… Observo la luna sobre el cielo, desde una ventana muy pequeña, donde apenas cabe mi cabeza, y me consuela pensar que mis amigas también la están mirando, y que por eso no estoy sola. A veces me pregunto si algún día vendrán por mí, ya ha pasado tanto tiempo, me fuerzo a recordarlas cada mañana y cada noche, porque temo perderlas, temo que sus recuerdos se caigan al piso y se rompan como vajilla de porcelana. Me niego a creer que me han abandonado, ellas no harían eso, sé que no lo harían, por mucho que resuenen en mi mente las palabras del chacal.

¿Dónde está ahora la siempre jovial y sonriente Pinkie Pie? ¿Dónde está esa poni rosada que hacía tonterías todo el día, y cantaba y bailaba y reía? ¿Dónde está esa amiga inseparable, que horneaba cupcakes y que trabajaba en Sugar Cube Corner, vendiendo pasteles o cuidando a los bebés cake? ¿Dónde ha quedado mi pasado? Me pregunto todas las noches, a las estrellas, esos destellantes puntitos en el cielo de la princesa Luna. ¿Qué pensaría ella ahora de mí, de esa poni disfrazada de gallina que en Nightmare Night era la responsable de crear pánico entre los potrillos? Si viera cuánto he… cambiado. A duras penas me vi obligada a cambiar, a contener mis impulsos, a reprimirme, en pocas palabras. Pero no porque yo quise.

En esta fría noche, me he puesto a recordar cómo empezó esto, desde el momento en que salía de la granja de mis padres, a la que había ido de visita por el motivo del compromiso de una de mis hermanas, Inkie Pie. Pareciera que fue ayer, pero sé que no es así. Ese día, conocí a una pegaso muy intrépida, y yo como a todo el mundo, le ofrecí mi amistad. La acompañé, y la ayudé a escapar de unos malosos, sin saber en lo que me estaba metiendo. Nos fuimos internando en un bosque, yo empecé a preocuparme cuando oscureció, y ya no podía ubicar el camino de regreso a mi casa. Quise convencer a mi supuesta nueva amiga de quedarse en la granja de rocas, pero ella fue lo suficientemente terca como para seguir su camino, y yo lo suficientemente tonta como para ir detrás de ella.

Mi sentido Pinkie me había alertado del peligro, pero yo no sé por qué, no le hice caso. Nos habíamos quedado atrapadas entre unos matorrales oscuros, necesitábamos ayuda, y yo no sabía quiénes eran los que nos perseguían. Quizá, de haberlo sabido, no estaría aquí, de sirvienta en la mansión de un gobernante de otro país, muy lejos de Equestria. Ni ella ni yo podíamos ver nada, y cuando vi unas luces a los lejos, los llamé, creyendo por un instante que eran mi familia o conocidos buscándonos. La otra poni me tapó la boca, pero fue muy lenta, ya era demasiado tarde. Nos emboscaron, salieron de la nada como fantasmas, y de cierto que no eran nada amistosos. Se veían muy rudos, feos y venían armados. La pegaso luchó como pudo por su vida, mientras yo hacía la tonta, hasta que recibí un golpe en la cabeza, y de allí no recuerdo más.

Cuando desperté, me sentía muy mareada y cansada. Todo a mi alrededor se estremecía, olía mal, y estaba cubierto en penumbras. Me paré, un poco asfixiada por la hacinación que había dentro de lo que parecía una enorme jaula sin barrotes, por algunos agujeros entraban delgados rayos de luz. Cuando quise caminar hacia adelante, me choqué con alguien, y al oír un sonido como de cadenas y algo tirándome del cuello, me encontré con que me habían encadenado a unas argollas en la pared del gran contenedor, que se balanceaba como si corriera por un sendero pedregoso. Yo no estaba sola en ese contenedor, había muchas otras criaturas allí, además de ponis: grifos, cebras, mulas, alguno que otro animal bípedo. Todos iban encadenados, igual que yo, y además comprobé que tenía cadenas en los tobillos.

A quien choqué sin querer era la misma pegaso que había conocido el día anterior, que me empujó violentamente contra la pared, con un grito de rabia, insultándome. No entendí por qué era tan agresiva, después ella me dejó en claro las cosas. Sí, ahora comprendo que se hubiera enfadado conmigo de esa forma, era mi culpa que nos hubieran capturado los esclavistas. No pude jamás hacerla cambiar de parecer sobre mí, es la primera poni a la que no convenzo de ser mi amiga, ni siquiera cuando conocí a Cronky. También vi burros, y pensé que tal vez hallara allí a algún pariente suyo.

Me puse a preguntar, alzando la voz a quien quisiera escucharme, qué hacíamos ahí, a dónde nos llevaban, y cosas por estilo, con mi particular ingenuidad espontánea. Nadie me hacía caso, ni siquiera me miraban. Adentro reinaban la tristeza y la desolación, y yo trataba de alegrar ese ambiente, el problema es que no hay nada que yo pueda hacer si los demás se rehúsan a disfrutar de mis payasadas. Las cadenas me limitaban mucho, no podía casi moverme, pero hice me mejor esfuerzo. Hasta ensayé una canción, pero entonces, lo que fuera que tiraba de la gran caja donde nos habían metido, se detuvo, y todos nos fuimos hacia adelante, y oí a muchos gemir y quejarse.

Yo no tenía idea de lo que ocurría. Todavía no caía en la cuenta de que me habían atrapado una banda de comerciantes de esclavos, que capturan pobres infortunados en los bosques y baldíos para llevarlos lejos de sus tierras y venderlos a señores de otros lugares. Claro que yo no lo sabía, para mí todo era un juego, una cosa sin importancia. Desde afuera se oyeron los ruidos de los candados y cerrojos de la puerta del contenedor, y la luz del día me molestó un poco los ojos, tan acostumbrados a la penumbra del vagón. Escuché una voz ronca, muy vulgar, y gruñona, y cuando estiré el cuello para ver, la sombra de un can que caminaba sobre dos patas se recortó sobre el rectángulo de luz que se proyectó cuando se abrió la puerta.

-¡Muy bien, escorias, espero que el vagón de primera clase les haya sido de buen gusto! ¡Todavía nos falta un laaaargo trecho para llegar al puerto, y si todo sale bien, cruzaremos el Océano hacia el oeste! – gritó.

-De hecho, para mí no fue muy agradable, las cadenas aprietan mucho, debería haber más ventilación, y por supuesto unos asientos… - dije yo, y en el interín que yo pronunciaba esta frase, el chacal se abrió paso hasta mí, con una velocidad que rivalizaría con la de Rainbow Dash. Sin mediar palabra, me dio una cachetada que me dio vuelta la cabeza.

-¿Así que te crees graciosa, eh, enana?

-Bueno, yo… - vacilé, sin perder mi personalidad de siempre, aunque me confundió ese golpe – ¿Por qué golpeaste, perrito malo? Así no se trata a los ami…

Su garra me tomó del cuello y me levantó del suelo, y sentí cómo se me cortaba la respiración.

-A ver si nos entendemos potranca: aquí nadie se puede venir a hacer el tonto con sus chistes, y lo que no entiendas por las buenas, lo entenderás por las malas. – sus ojos amarillos se clavaron en mí, y me gruñó en la cara, echándome a la nariz su aliento fétido y oliente a tabaco o esa cosa que fumaba mi abuelo.

-No… puedo… respirar…

Ahí me soltó, y caí pesadamente contra el suelo, jadeando y empezando a sudar. Aún no sentía miedo, pero me di cuenta de que ese chacal no tenía buenas intenciones. Luego me tomó de la crin, de tal forma que me lastimaba el cuero cabelludo, y mostrando lo que después descubriría que era un látigo trenzado, me dijo:

-Nosotros hablaremos seriamente del asunto, enana, así que más te vale quedarte quieta y calladita, o tu castigo será proporcional al barullo que provoques.

Cuando salió, por primera vez, el resto de los cautivos fijó sus ojos en mí. Algunas lágrimas asomaban por mi rostro, yo no comprendía nada, y en ese momento sólo podía pensar en que mis amigas pronto vendrían a rescatarme, que me sacarían de allí, y que Rainbow o Applejack, cualquiera de las dos, le patearía la cola a ese chacal grosero. Pensé en la que posibilidad de que nos salvaran a todos, y volver a Poniville con una gran cantidad de amigos nuevos, y hacer entonces aquello en lo que soy mejor: organizar fiestas. Así se los dije, en un apasionado y esperanzador discurso, por lo menos eso creí, pero no obtuve ninguna respuesta, nadie demostró entusiasmo, unos me miraron con una cara rara, otros ladearon la mirada, otros me ignoraron. Yo traté de convencerlos de que nos rescatarían, comentándoles que yo era una de las seis Portadoras de los Elementos de la Armonía, y que las demás de seguro estarían viniendo tras nosotros… pero nadie me escuchaba. Al final me senté, rendida, y el dolor del maltrato del chacal se hizo presente.

-¿Por qué… por qué nadie me hace caso? – pregunté, mi melena se volvió un poco más lacia, pero sin perder su esponjosidad.

La pegaso, algo conmovida por lo ocurrido, se acercó a mí. Yo la vi a los ojos, percibí lo que sentía, su tristeza, su angustia, y entendí el error que yo había cometido. Nos había condenado a las dos a un terrible destino, y sentí una culpa como nunca había sentido en mi vida. Quise disculparme, aunque sabía, en el fondo, que una disculpa no arreglaría lo sucedido, que "Lo siento", no nos sacaría automáticamente de ahí.

-Yo… lo… lo siento… - balbuceé, bajando los ojos.

Ella permaneció en silencio, mirándome por un espacio de tiempo que me pareció muy largo aunque en realidad no fueron más que unos segundos.

-Entiendes por qué yo insistía tanto en que volvieras a tu casa, y que me dejaras en paz. – me dijo, afirmándolo más que preguntándolo – Debiste hacerme caso, debiste regresar cuando pudiste.

-¿Por qué ellos hacen eso? ¿Por qué son tan crueles? Nosotras no les hicimos nada.

Ella suspiró. Por cierto, recuerdo que se llamaba Flyrush. Entonces, Flyrush se mojó los labios, yo por estar inconsciente, no tenía idea de que llevábamos viajando más de tres días, sin haber tenido más que un almuerzo frugal. Me di cuenta de que estaba hambrienta cuando oí rugir mi estómago.

-Porque son cazadores de esclavos – susurró – y su trabajo es capturarlos y venderlos. Y mejor será que tomes el consejo que te dio el chacal, no querrás saber lo que son sus castigos. Es uno de los tres peores.

-Pero… mis amigas vendrán y los…

Flyrush soltó una risita, más de compasión hacia mi ingenuidad que porque le causara gracia que yo fuera tan inocente.

-Créeme, ellas ni siquiera sospecharán. Cuando ellos atrapan a alguien, es como si muriera para el resto. Nadie jamás se entera de lo que les ocurre a los pobres desgraciados que caen en sus redes. Y te digo, a ti te atraparon porque les convenía tenerte aquí, para que no hablaras.

-¿Para que no… hablara? – pregunté, sin entender todavía nada.

-Lo mismo que yo. Vi cómo se llevaban a unos vagabundos en Manehattan, uno de esos cretinos me vio, y me han perseguido desde ese día. No tenía más familia que mi madre, que había muerto pocos días atrás, y tuve que abandonas mi ciudad para salvar mi vida.

-¿Y por qué no le dijiste a nadie?

-Son como sombras, niña, desaparecen a la menor muestra de peligro. Son intocables…

-Pero mi amiga Twilight es la alumna de la princesa Celestia. Si conseguimos salir de aquí, podremos ir con ella, y ella le escribirá una carta a la princesa, se la enviará por medio del fuego de Spike, y entonces ¡ella enviará a su ejército a rescatarlos a todos!

-Qué ideas tienes, Pinkie. Dudo que podamos escapar, y aun si lo consiguiéramos, tarde o temprano, ellos nos alcanzarían… ¿Sabes lo que les hacen a los fugitivos? Yo lo sé por el boca a boca, y realmente no quisiera que me pase.

-Pero tal vez no estemos tan lejos de Poniville…

-Escucha, ahora mismo estamos viajando a uno de los puertos que ellos manejan. Nos hacen pasar por una carga de cualquier otra cosa, sobornan a los de la aduana, y se salen con la suya. No creo que logremos pisar ninguna ciudad sin que nos caigan encima…

-No te preocupes, estoy segura de que eso llamará su atención. – dije, sonriendo, confiada – Se armará suficiente alboroto para que ellas nos vengan a ayudar.

-¿Ignoras que no sabes para qué lado está tu pueblo, y que lo más probable es que, si te sales del campamento, termines en cualquier sitio? Ya deja de soñar, y despierta. Eres una esclava ahora, somos esclavas ahora, y lo único que nos queda para salvar nuestro pellejo, y que no nos lo desgarren a latigazos, es obedecer, y ser sumisas. Para colmo, he oído que uno de los celadores tiene preferencia por las ponis… no, espero que nunca me toque… - a este punto, Flyrush empezó a hablar más para sí misma.

Entre los muchos pensamientos que tuve, aparecieron mi familia y mis amigas, todo lo que ellas podrían estar sintiendo. Cultivé la esperanza de que mis padres avisaran a Poniville de lo sucedido, pero lo más seguro era que fueran ellos a buscarme de principio. Pobres papá y mamá, se deben haber preocupado muchisisisimo. Lo segundo que habrían hecho después, sería avisar a las autoridades, y creo que en la última instancia de una extensa de acciones, habrían dado aviso a Twilight y a las demás. Si tan sólo pudiera decirles que estoy bien, pensé, si pudiera darles por lo menos una pista de dónde me encuentro, y a dónde me llevan. Pero por desgracia no poseo comunicación telepática, como para contactar a alguna de ellas, y ponerlas al corriente. También pensé en Gummy, y en los bebés Pumpkin y Puddin Cake, en sus padres, que ahora tendrían que atender Sugar Cube Corner por sí solos. Sin embargo, por más motivos que tuviera para ponerme triste, mi optimismo no cedió.

Por la noche, nos detuvimos otra vez. La puerta se abrió, y subieron tres esclavistas a desengancharnos y sacarnos a tomar un poco de aire, además de entregarnos una cena muy pobre: apenas un trago de agua con un poco de pasto o de hierbas. Yo bebí el agua, ya para esa hora me mataba la sed, pero me negué a comer los yuyos que me dejaron entre los cascos. El chacal fue el que me soltó, y parecía que ya me tenía de punto, como si yo fuera la "favorita".

-Será mejor que comas, niña. O mañana te desmayarás de hambre. – me ladró, malhumorado.

-¿Pero esto es todo lo que hay?

-¿Quién te crees que eres que eres? ¿Una princesa de Canterlot? Te conviene tragarte eso ahora, no creas que me olvidé que tienes una cita con el látigo…

No insistió demasiado. Cuando sobrepasé su delgada línea de paciencia, tomó el puñado de alimento y se lo lanzó a un viejo asno, quien hizo lo que yo no. No lo culpo, el asno ya debía conocer al señor látigo. El chacal volvió a agarrarme del cuello, casi estrangulándome otra vez, y me llevó hasta una plataforma, que era en la que se daban los latigazos. Y frente a todos, para que tu vergüenza y humillación fuera mayor. Enganchó las cadenas en argollas soldadas a la base de metal. Opuse toda la resistencia que pude, y hasta hice una tentativa de escapar, usando mis pinkie habilidades, creyendo que no me sería difícil dejar a los esclavistas atrás, y correr lo más rápido posible a Poniville para pedir ayuda.

Por un momento creí conseguirlo, pero estos tipos no eran nada con lo que yo me hubiera enfrentado antes. Aún sin tener magia como los enemigos que hemos enfrentado mis amigas y yo, estaban muy bien organizados. Yo tampoco tenía muchas ventajas que digamos, tan solo si tuviera las alas de Rainbow, la fuerza de Applejack, o la magia de Twilight, pero allí no era una portadora de la armonía, no era una de las seis ponis que salvaron Equestria de la oscuridad eterna o el caos, sino una simple poni terrenal. Eran demasiados contra mí, y en el último segundo, apareció un unicornio, pero no como las ponis que había conocido. Era un corcel de gran tamaño, creo que mayor que la princesa Celestia, y tenía un nivel de magia tan alto como el de Twilight, siendo alicornio y todo. La cuestión es que choqué con un campo de fuerza, y entendí por qué me habían dejado ir: la partida la ganaban ellos, aunque pareciera lo contrario.

-Eehhh… - vacilé cuando tuve al chacal y al unicornio frente a mí - ¿podemos arreglar esto con unos pastelillos?

No había olvidado mi habilidad para hacer aparecer cosas de la nada. Pero el unicornio levitó la bandeja con su magia, y la hizo arder. Me ataron con una soga gruesa, pesada y sucia, y pensé en lo mucho que le habría disgustado a Rarity tenerla encima.

-¿Ciclo siete, señores? – consultó el unicornio con los demás jefes, que asintieron sin quitarme los ojos de encima, uno que otro sonreía perversamente – Kass, ¿harás los honores?

-Tan claro como que mi madre me parió.

Ciclo Siete era el nombre que le ponían al castigo para los fugitivos, del que hablaba Flyrush. La vi, entre la multitud de esclavos, meneando la cabeza con una expresión que lo decía todo. Kass me agarró de la cola y me arrastró, como si fuera una bolsa de papas, hasta la plataforma.

¿Cómo resumir tanto dolor y tanto sufrimiento en unos pocos párrafos? Es inenarrable todo lo que pasé, me duele todavía recordar la tortura que me aplicaron cada una de las siete noches que implicaba mi castigo. Me hice las más terribles preguntas en aquellos momentos, cuestionando cosas que nunca se me habría ocurrido cuestionar, descendiendo a pozos depresivos muy profundos, y transformándome en una poni muy distinta a la que era. Pero aún así, todavía seguía guardando fe de que ellas vendrían por mí, a pesar de que me dijeran lo contrario. No fueron el chacal y sus improperios los que socavaron los principales pilares que sostenían mi existencia, sino un conjunto de desgraciadas circunstancias.

Me dieron de latigazos, una y otra vez, me sumergían la cabeza en una batea con agua de dudosa sanidad, me pusieron en una máquina que me estiraba cada una de mis cuatro patas hasta sentir que me las iban a arrancar, me quemaron con hierros calientes… lo peor fue lo que hicieron con mis pelaje, pues una de las últimas noches, la sexta, Kass apareció con unos extraños instrumentos, y una botella de un líquido transparente, pero que quemaba la nariz. Me vertió ese bálsamo en toda la piel, quemándola y decolorándola, para luego volverse más oscura, hasta un tono más fucsia, como el de mi crin, que no se salvó tampoco. No, no puedo describir completamente cómo fue ese proceso, para esos instantes, mi mente se bloqueaba, de modo que aunque podía percibir los estímulos del mundo real, los olvidaba en mi memoria. A medida que transcurría cada noche, iba perdiendo cada vez más un parte de mí, ya desistía de amenazar con que mis amigas aparecerían y que los llevarían ante la justicia de las princesas, por cometer crímenes tan atroces en una tierra pacífica como lo es Equestria. Imploré, grité, lloré, clamé por mi vida, pero parecía que yo hubiera sido dejada del casco de Celestia. Hasta llegué a maldecir a viva voz a cada una de ellas, Twilight, Fluttershy, Applejack, Rarity y Rainbow Dash, mientras derramaba lágrimas a raudales, maldije a sus familia, a Applebloom, a Scootaloo, y a Sweetie Belle, incluso despotriqué contra la princesa Celestia y la princesa Luna… oh, no, se me estruja el corazón al recordar todo lo que dije, y peor cuando oigo la risa del chacal, riéndose mientras el látigo azotaba el aire para ir a golpearme.

Me arrepentí mucho, sí. Mi autoestima bajó, lo mismo que mi melena, la cual después me recortaron hasta lo mínimo. Ya no tenía mi cutie mark, ahora la cubría una marca roja, con el símbolo que representaba a la agrupación de esclavistas. Es increíble cómo en una semana, tu vida puede pasar de ser una alegre y rimbombante aventura, a una espantosa experiencia en el más sórdido círculo del Tártaro. Pasé los peores siete días de mi vida, con hambre, sed, debilitamiento físico y moral… No sé qué era lo peor, si el abuso físico o moral, pues nadie se salvaba de ser tratado como una basura sin valor. Durante esa semana en la que mi ser fue abatido, aunque sin ceder del todo, porque un poquito de conciencia me sobraba, durante el día, para reparar en mis compañeros de viaje, fijarme en su aspecto, en lo que ellos sufrían, y entonces renacía mi espíritu armónico, tratando de hacerlos sentir mejor. Sin embargo, no era lo mismo que cuando lo hacía diez días antes, definitivamente no era lo mismo. ¿Por qué? Había perdido mucha conexión con mi elemento, y yo tampoco me sentía precisamente feliz. Si yo no me sentía feliz, ¿cómo podía hacer feliz a otros? Si yo me encontraba desmoralizada, no tenía sentido intentar animar a los demás.

Después de esa terrible semana, en la que conocí a flor de piel los horrores del látigo, de las diversas torturas físicas, del olor y el color de la sangre, del desgarramiento de la carne, y de tantas cosas que no puedo siquiera nombrar… y la más horrible fue la séptima. Una vez le oí a Twilight hablar sobre algo llamado "violación", pero ella no quiso darme detalles, por mucho que la asedié con mis preguntas, antes de hallar otro tema en que interesarme. Lo que le escuché decir, me sirvió para reconocer lo que uno de los esclavistas me hizo esa última noche, y todavía debo agradecer que fuera de la especie equina, y no ese asqueroso y malnacido chacal. Agradezco no haber sufrido un efecto colateral de aquel daño. Lo que Twilight no me dijo, esa noche lo aprendí, y me di cuenta de por qué la había consternado tanto eso, y de por qué prefirió quedarse para sí misma esa información. Perdí la conciencia esa noche, y quise bajar los cascos, y entregarme al dulce y frío abrazo de la muerte… un deseo que afortunadamente no he vuelto a tener.

He sentido asco, miedo, rabia, confusión, paranoia, he pasado por distintos estados mentales. Al día siguiente, no quería que nadie me tocara, la neurosis me había trastornado al punto de convertirme en una bestia, de morder, espumar por la boca, prorrumpir en gritos estremecedores, totalmente fuera de cualquier sonido que haga un poni. Lo curioso es que luego retorné a mi yo natural. Vi el reflejo de la luna en un cristal partido, y pude contemplar lo que me había ocurrido, a lo que yo misma me había llevado, de alguna forma, por mi inmadurez. Enfrentarme a mi propio rostro demacrado, fue una experiencia que selló la transformación de mi corazón. Fue muy duro, yo que siempre me había visto sonriente, y sonreí, como para no perder la costumbre. Entonces pensé: "Soy una poni fuerte, si todavía soy capaz de sonreír a pesar de las desgracias que me han tocado". Pero había algo en esa sonrisa que difería bastante de las miles anteriores, y era el amargo sabor de perder aquello que es tan sagrado. Sentí que había perdido la felicidad, y entonces fue cuando alcé mis ojos a la luna, y al imaginarme que por lo menos una de mis amigas la estaría mirando, al imaginarme lo mucho que cada de ellas estaría pensando en mí, me envolvió una calidez que hacía días me había abandonado.

-¡Ah, te amansaste ahora! ¿Eh, enana? Ya me parecía que se te iba a quitar lo fanfarrona una vez que recibieras la educación adecuada. Y ahora más te vale que no grites cuando te ponga alcohol para que se sanen las carnes rotas, no nos sirve una mercancía dañada, los clientes son exigentes, y siempre piden piezas enteras.

Milagrosamente, sobreviví a la devastación de mi persona, y de alguna manera he logrado resistir a los improperios de Kass. De los jefes, era el que más detestaba, tal vez porque era casi el único al que debía soportar. No dudo que quizá los otros sean peores, y ese enorme unicornio no dejaba de darme mala espina. Por otro lado, el haber salido con un pedacito de dignidad del Ciclo Siete hizo que mis "compañeros" de viaje se empezaran a acercar a mí, a verme de otra forma, por lo menos como podían. La pegaso ahora era un poco más amable conmigo, pero eso no significaba que quisiera ser mi amiga, entendí que lo hacía sólo por compasión. No me importó eso, sino que me escuchara, que me prestara oídos para descargarme de aquello que oprimía mi corazón. Volví a cantar, pero en susurros. Bailar me era técnicamente imposible, salvo cuando podía seguir el ritmo de una buena tonada con uno de mis cascos, mi cabeza, lo que pudiera mover con un poco más de libertad que el resto del cuerpo. Y no me dejé morir, haciendo gala de ese incansable espíritu de la armonía que yo poseo en mi interior.

Aprendí mucho en ese mohoso vagón, y hallé nuevos métodos para tocar los corazones de los demás. Por ejemplo, una tarde, empecé a cantar "Winter wrap up", en un tono casi audible, y fue tal el éxito de la canción, que varios se sumaron al coro, modulando la voz para no llamar la atención de los esclavistas que venían afuera. No nos apetecía que ellos se sumaran a cantar. A medida que avanzaba el viaje, pude charlar y conocerlos más a fondo, además de compartir mis experiencias, que más o menos captaron el interés de los oyentes. Hablábamos bajo, en murmullos, y nos entendíamos perfectamente. Pude encontrar momentos para bromear, y observar satisfecha que nacían sonrisas en uno que otro rostro, y me embargaba esa plenitud de conseguir mi objetivo. Tal vez no logré conocerlos tan profundamente como hubiera querido, pero en una mínima proporción, hice algo. Eso me regaló un poquito de felicidad, mientras me convencía de que mis amigas estaban cada vez más cerca de mí. O por lo menos eso intentaba pensar.

Contemplé escenas que me produjeron emociones incontrolables, inclusive una impotencia enorme, pues no podía hacer nada para cambiarlo. Las chicas nunca me creerían si les contara lo que vi, sólo puedo imaginarme que alguien que haya pasado por esto sí podría. He intentado contactar a la princesa Luna en mis sueños, con la esperanza de pedir ayuda, pero desde que el unicornio esclavista me lanzó ese hechizo, se me ha dificultado mucho. Es probable que de algún modo se hubiera enterado de que la princesa Luna puede entrar en los sueños de los ponis, por eso es como que nos pone un bloqueo. De seguro ella estará intentando hacer lo propio, y ojalá sea capaz de vencer la magia del hechizo.

Hasta que llegó el día en el que arribamos al puerto. Nos subieron clandestinamente, de modo que no pude ver cómo era el puerto, ni nada que me ayudase a identificar el sitio. Una parte de mí ya empezaba a dudar de que vendrían a rescatarme. En dos semanas no recibí noticias, ni signos concretos de una posible salvación. Pero yo ya estaba curada de espanto, me había acostumbrado, aunque no totalmente, a esta vida de esclavitud clandestina. Daba vueltas y vueltas sobre cómo era posible que se demoraran tanto en localizarme, me imaginaba que a estas alturas debería estar de vuelta en Poniville, organizando una súper mega fiesta por mi regreso. Por otra parte, tendría sentido que no les fuera tan fácil ubicarme, considerando todo lo que ahora sé de estos esclavistas, que desde hace años trafican esclavos, pasando con una completa impunidad por los territorios de Equestria, especialmente si hay un unicornio entre ellos que domina la magia.

Sin embargo, últimamente me había dado la sensación de que tengo un rol que cumplir aquí. Hacía más llevadera la estancia para los demás, por unos minutos alcanzaba a hacerles olvidar las cadenas, y sonreír, o cantar, o efectuar una charada a modo de baile. Si el azar me puso aquí, fue porque debía hacer algo, ¿no? O quizá todo esto no sean más que fantasías mías, no sé, en dos semanas he madurado lo que en toda una vida, y aunque sé que siempre podré ser Pinkie Pie, a partir de este momento, sobre mí pesará esa conciencia forjada durante dos semanas de tortura y maltrato constante. Mi carácter se ha templado, de a ratos me parezco a Twilight con mis deducciones, o desarrollo actitudes que serían más propias de ella o de mis otras amigas. Cómo las extraño…

Por una ventana, vi que se extendía más allá del barco una gran extensión azul, y la vi con nostalgia y con temor, pues sabía lo que era, sabía que al entrar al Océano, me alejaría más y más de Poniville y de Equestria, de tierra firme.

-Awwww… la enana se quedó ilusionada esperando que vinieran sus amigas a despedirla al puerto, con pañuelitos blancos y todo eso… Qué triste, niña, pero mírale el lado positivo: habrá muchas cosas nuevas a donde vamos, y quién no dice que a lo mejor encuentras nuevas amigas…

Kass se había puesto a mi lado, y hablaba con un insoportable y engreído humor negro, alzándome como si fuera un perro, y palmeándome en la cabeza. No estaba de humor para aguantar sus burlas, pero era más preferible así, enojado era mucho peor. Ni hablar con el látigo. Ya una vez le había dado una patada en la mandíbula, harta por su mierda, y a pesar de que me valió toda una noche boca abajo por los azotes, me la pasé de rositas por darle su merecido.

-¿Qué? ¿No vas a decir nada, las ratas te comieron la lengua o te agarraste una gripe en la garganta? No importa, ¡ahora avancen!

Me alivió continuar el paso.

Encontrar algo que no me guste, en el pasado era muy poco común en mí. En otras circunstancias, me habría encantado viajar en barco, cruzar el océano, respirar el aire marítimo y ver las gaviotas en el cielo. Me habría emocionado como sólo yo puedo emocionarme con aquellas cosas que hacen de la vida una maravilla. Pero la verdad es que no, en este momento no disfruto para nada de viajar en barco, sobretodo en esta bóveda hacinada, sin más ventilación que unas ventanas muy altas. El aire de a ratos es irrespirable, el estado en el que viajamos todos los esclavos es deplorable, y aunque no puedo ver a las gaviotas, sé que si las viera, sentiría la más negra envidia, pues ellas tienen algo que yo no: libertad.

Nunca antes había deseado tanto ser libre, ir a cualquier lugar que no fuera aquél en el que estoy. Me mareo, tengo náuseas, y en ocasiones vomito, pero no sé qué vomito: no es que nos den de comer como para decir que son alimentos procesados lo que sube de mi estómago por mi garganta. Es horrible, los ácidos gástricos, además de dejarme irritada la faringe y un amargo sabor, me dejan también un muy mal aliento. Lo que más deseo es beber agua, sin embargo, si la pido es peor: me dan agua del mar, y aunque en parte sirve para quitarse ese resabio de perder las calorías del cuerpo, es muy salada no sólo para calmar, sino agravar la sed. Para colmo, debo agradecer que no nos llevan en la cubierta, quienes viajan "arriba" se quejan del sol abrasador.

Había momentos en los que me desmayaba, por el calor, la inanición, el cansancio físico y mental, y por la falta de sueño. Pegar un ojo no es nada fácil en mi condición, encima esas cadenas… La única pregunta que me hacía todo el tiempo era cuánto faltaba para arribar a tierra firme. No podía pensar en otra cosa que no fuera saltar de este maldito buque, y huir, aunque fuera nadando sin fuerzas o cargada en la espalda de algún monstruo marino… o asimismo, si alguna criatura marina se dignaba a darle un destino final a mi malgastado cuerpo, era mucho más confortable que estar flotando sobre este bote gigante. O si me tragara una ballena, y tuviera la oportunidad de sobrevivir dentro de sus fauces, estoy segura de que hallaría la manera de volver a tierra. Por mi mente desfilaron las ideas más locas y se produjeron las fantasías más disparatadas, que contribuyeron a amenizar esta tortuosa travesía oceánica.

Si llego a salir de esta, posibilidad que veo cada vez más lejos, creo que aunque fuera con mis amigas en un crucero con un aspecto mil veces mejor, con todas las comodidades, yo dudaría en subirme. Nada te quita lo sufrido, y por mucho que te ofrezcan algo que no se compara a lo que en un principio viviste, el sentimiento es más poderoso.

No sé hasta qué punto lograrán averiguar mis amigas, no sé hasta dónde alcanzarán a saber. Me oprime pensar que me busquen por toda Equestria, y que el puerto sea su última parada. Me aterroriza pensar que quizá nunca se den cuenta de que me encuentro fuera del reino, yendo hacia un destino incierto, hacia una nación de la que nada conozco, y que me seguirán ocurriendo cosas malas sin que nadie jamás levante un casco para defenderme. No puedo evitar que mis ojos se llenen de lágrimas al imaginarme de cuántas fiestas me estoy perdiendo de hacer, cuántos ponis en Poniville o en cualquier sitio en el que yo podría estar, ya no sonreirán, no tendrán siquiera un globo o una canción que los anime. Y esto me lleva a pensar, yo, que en toda mi vida he alegrado a los demás ponis, ¿ahora quién me alegra a mí? ¿Quién estará aquí conmigo, para hacerme sonreír, y olvidar la parte más cruel de la vida? Yo, que necesito de alguien que me dé alegría, ahora me hallo sola, sorbiendo mis propias lágrimas porque no hay cosa con la que pueda calmar mi sed.

Pienso en Cronky, en los años que vagó solo, en los años que se volvió amargado y gruñón, a falta de un amigo que le diera una vuelta de tuerca a su vida. Creo que alcanzo a comprender algunas de sus actitudes, sobre todo ese sentimiento de que aquellos a quienes amas te han abandonado, o que por diversas razones, no han podido encontrarte, o comunicarse contigo, por lo menos para decirte cómo están. Nunca me había sentido tan, tan triste y abatida, ni siquiera cuando creí que mis amigas me dejaban de lado, siendo que en realidad me preparaban una fiesta sorpresa.

El momento de más felicidad que tuve en estas semanas fue cuando bajó el chacal a anunciar que pronto desembarcaríamos en una país del que no me acuerdo el nombre, pues ni bien entendí que bajaríamos del barco, no presté atención a lo demás. Di un grito de júbilo que se confundió con los gritos de Kass haciéndose entender para con los otros esclavos. Cuando me di cuenta de mi error, temí que viniera a castigarme otra vez, pero al parecer, al chacal tampoco le gustaban mucho los viajes en barco, porque solamente me echó una mirada desaprobatoria, y dándose la vuelta se marchó, sin pronunciar palabra. A lo mejor, también se descomponía a babor. Pude tomarme un respiro, y, a pesar de saber que no sabía lo que me esperaba abajo, en el puerto de ese lugar extraño en el que, según nos explicaron rudimentariamente, serviré como esclava, pude dormir el sueño más placentero que haya tenido en días.

Antes de desembarcar, nos encadenaron todos juntos, cosa de que el que avanzaba adelante obligara, con sus pasos, a caminar al de atrás. No sé qué clase de puerto era éste, probablemente uno perteneciente a los esclavistas, por las rústicas construcciones y el muelle destartalado. Además, de que aquí no tuvieron ningún miramiento ni inconveniente en bajarnos encadenados por una rampa, como si no existiera el más mínimo riesgo de que alguien viera lo que ocurría, e inmediatamente diera la alerta a las autoridades. Se notaba que era otro país, porque hasta el cielo se veía distinto.

La luz del sol me quemó los ojos, y me los cubrí para protegerme de ese brillo tan dañino, que casi un mes atrás habría hasta festejado su salida.

Pasamos una noche en lo que parecía un enorme establecimiento con rejas, alambradas, perros, la mayoría de las ventanas tapiadas, y un aspecto de mala muerte. Por primera vez nos dieran una cena decente, y separando hembras de machos, nos hicieron entrar en salones con azulejos totalmente sucios y llenos de hongos, al punto de que estoy segura de que Rarity se desmayaría con sólo verlos, y bajo unas cadena de duchas, nos hicieron lavar la mugre acumulada en días. Nos dijeron que debíamos estar presentables, que mañana seríamos llevados a los mercados, y por eso, si queríamos que alguien nos comprara, debíamos prepararnos para exhibir lo mejor de nosotros, dígase una breve, brevísima reseña de nuestras habilidades, y una "muestra corporal" de que seremos sirvientes leales, sumisos y no problemáticos.

Yo me decidí a resistir, hasta el último segundo, lo que me quedara para sufrir con los esclavistas, y consideré que la opción de ser comprada como esclava, cosa que jamás me había pasado por la cabeza que me podía suceder, haría que la espera, en todos los casos, fuera más llevadera mientras aguardaba que mis amigas vinieran a rescatarme, si algún día lo lograban.

Y fui una de las que tuvo suerte, pues fui una de los primeros en ser vendidos…