No debo decir mentiras

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Potter golpeó calmadamente la puerta de la oficina del director. Escuchó un murmullo pero estaba demasiado mareada como para notarlo. Lo vio abrir la puerta y entrar; lo siguió por impulso. Apenas puso un pie dentro, unos cálidos brazos la rodearon, calmando un poco su frío.

¡Ginny!

Era su madre; se notaba había estado llorando. Pronto su padre también se abalanzó sobre ellas, rodeándolas con sus brazos. Sus ojos castaños se dirigieron hacia los verdes de Potter, que miraba en su dirección. Al cruzar mirada, el azabache volteó a ver detrás de ellos, donde se encontraba el director. Albus Dumbledore estaba ante la repisa de la chimenea, sonriendo, junto al profesor Snape, que parecía respirar más tranquilo.

El fénix pasó zumbando sobre sus cabezas hasta situarse sobre el hombro del anciano. Entonces, sus padres la soltaron y su madre se precipitó hacia el otro menor.

¡La salvaste!—dijo, aún alterada y con sus ojos desbordantes de lágrimas—. ¡La salvaste!—se acercó a él y lo abrazó de tal manera que supo le había cortado la respiración. No obstante, Ginny pudo ver cómo los ojos verde esmeralda se abrían en su máximo posible y luego miraba a la mujer que tenía delante cuando lo hubo soltado. Parecía sorprendido por algo como eso—. ¿Cómo lo has hecho?

Creo que es algo que a todos nos encantaría saber—dijo Snape con su fría voz. Potter se giró a ver al profesor de Pociones y sólo dio un asentimiento, acción que fue más que correspondida.

El azabache se acercó a la mesa y depositó el Sombrero Seleccionador y la espada con rubíes incrustados. Pareció dudar y volteó a verla a ella, antes de extraer de su túnica lo que quedaba del diario negro.

Y mientras comenzaba a contarlo todo, Ginny sintió que sus precipitados latidos se calmaban. Un aura de poder mágico llegaba a ella, la envolvía y la obligaba a ver a Harry Potter. Su sistema volvió a estar equilibrado y lo comprendió.

Lo comprendió todo.

—¿Qué le ha pasado a Harry?

El cuello de la peliroja tronó cuando se volvió a ver a Astoria. La menor Greengrass estaba hablando con su hermana mayor, la cual despegó sus ojos de un libro de Transformaciones para verla. Su expresión se transformó en una preocupada y Ginny supo que debía temer.

—No estoy segura…—dudó—. Se ha comportado algo brusco desde que regresó de su castigo con Umbridge. Dijo que lo había obligado a escribir quinientas veces en pergamino, la misma frase. Pero estoy segura de que algo le dijo—Daphne se veía pensativa pero angustiada.

La menor de las Weasley dirigió una mirada hacia la mesa de profesores y sólo sacudió la cabeza, mientras Zabini se integraba a la conversación de las hermanas y el tema se transformaba rápidamente en Quidditch.

Potter no había aparecido al almuerzo y algo en ella había estallado en una oleada de preocupación, rabia y anhelo.

Se levantó de pronto, asustando a los otros Slytherins.

—¿Ginny?—Astoria la miraba intrigante pero la peliroja no despegaba sus ojos de las grandes puertas.

Velozmente, tomó sus cosas y se precipitó a la salida.

—¡Nos vemos en Defensa!

Ignoró el intercambio de miradas entre Astoria y Selina y salió corriendo del Gran Comedor. Algunos Hufflepuff de camino tuvieron que moverse para dejarla pasar pero no les prestó la más mínima atención. Sus pies aplastaron el césped cuando salió a los terrenos y se detuvo a mitad de la nada, con la vista en alto.

Había una figura en la torre de Astronomía y ella, particularmente, la reconocería en cualquier lugar.

Suspiró y se acomodó la túnica, volviendo a girar sobre sus talones.

Era un misterio cómo siempre terminaba por acudir a él.

OoOoOoO

Cuando llegó al día siguiente a la Sala Común, varias serpientes estaban arremolinadas contra la pared. Daphne sólo veía con una sonrisa lo entusiasmado que parecía Blaise, el cual hacía morisquetas de una forma exagerada.

Entre los alumnos estaban Selina y Potter, ambos intercambiando palabras. Al verlos, algo la empujó hacia ellos, obligándola a intervenir.

—¿Por qué tanto alboroto?—cuestionó. Ambos se voltearon a verla pero y entonces sus ojos se clavaron en el papel colgado en la pared, abriendo la boca de asombro—. ¡Las pruebas! ¿Ya han dado fecha?

—El miércoles, a primera hora—respondió la rubia, con una sonrisa de oreja a oreja y un brillo malicioso en sus ojos. La peliroja frunció el ceño e indagó con la mirada—. Dicen que Malfoy recibió una visita a solas y ahora está muy empeñado en admitir chicas al grupo.

Ginny parpadeó en sorpresa y un sonido llamó su atención. Se giró a ver a Potter, el cual sonreía con suficiencia viendo por sobre las cabezas de los demás. Ginny siguió su mirada y no evitó sonreír con burla. Malfoy, del otro lado, evitaba constantemente mirar al niño-que-vivió a los ojos.

—No lo hiciste…

—Claro que sí—resopló el azabache—. Tendrá interiores rosa barbie por tres meses completos—la peliroja se mordió el labio inferior, aún sonriendo, y una oleada de orgullo apareció cuando se miraron directamente.

Selina los observó como un individuo aparte y desvió la mirada, con una sonrisa burlona.

—Por cierto—volvió a hablar Ginny mientras anotaba el horario en un pedazo de pergamino—. Me he enterado que Umbridge fue brusca contigo en el castigo,—se volvió a verlo y suprimió la sorpresa de ver la sombra en los ojos verdes—. ¿Todo en orden?

—Perfectamente—la respuesta llamó la atención de ambas féminas cercanas. Un tinte amargo había profanado su tono de voz.

—Oh, bueno…—sonrió ella con nerviosismo y guardó la nota en su bolsillo—. Porque estaba pensando que podría tomarle el pelo en la próxima clase y así…

—No.

Se estremeció y abrió sus ojos, levantando la mirada para verlo. Retrocedió al ver la seriedad del rostro masculino y automáticamente agachó la cabeza, sin saber bien por qué. Selina pareció igual de sorprendida al verla mostrar tal actitud sumisa, pero no dijo nada.

Y al estar así, Ginny notó algo que no había visto hasta ese momento; Potter llevaba guantes.

—No molestes a Umbridge, sé buena y entonces ella ni siquiera notará tu presencia—la voz era fría, capaz de amedrentarla. Potter la atravesaba con la mirada—. No quiero saber que ella siquiera te miró para algo más que por tus tareas, ¿de acuerdo?

Presionó sus labios fuertemente.

—¿De acuerdo, Weasley?

—Sí.

El susurro fue más que suficiente, pues vio cómo sus pies se alejaban y entonces levantó la mirada, alcanzando a ver su espalda hasta que se perdió de vista. Sus propias piernas temblaron y un destello de miedo la invadió, encarando a su amiga.

Selina Bortnik no era de las personas que se mostraran abiertamente ante la gente, si ésta no tenía su entera confianza. Por ello, cuando vio la helada mirada azul de la chica, Ginny tembló de pies a cabeza. Aturdida, no pudo moverse.

—Creo…—la escuchó hablar con calma—que ya tienes dos problemas de los cuales preocuparte—al ver la mirada confusa de la Weasley, añadió—: averiguar qué pasa en las detenciones de Umbridge y por qué pareces obedecer a Potter en contra de tu voluntad.

Sin esperar a una contestación, volteó y se alejó hacia uno de los sillones, dejándola entre murmullos y comentarios emocionados de los otros estudiantes.

OoOoOoO

Dolores Umbridge era un dolor de cabeza. Además de ser la única profesora que conseguía acalambrar su mano de tanto escribir, era prácticamente la única de la que no había aprendido nada.

Sentada entre Astoria y Selina, Ginny se planteó realmente una idea. No obstante, sabía era riesgoso. Pero era demasiada la curiosidad y la intriga por saber qué era lo que había causado tal malestar en Potter como para que le hablase de esa manera.

Ginny no era tonta.

Sabía que la mujer probablemente había tocado un punto sensible en el azabache capaz de sacarlo de sus casillas, si bien él era demasiado tranquilo.

Por un lado, deseaba saber qué había pasado y para ello debía recurrir a lo único que le garantizaría la respuesta a la pregunta que se formulaba constantemente en su cabeza; debía ser castigada.

Por otro lado, eso la llevaba a otro punto importante. Porque ser castigada no era una noticia que fuese a pasar desapercibida y llegaría pronto a los oídos de Potter. Y ella no quería que él se enterase ni mucho menos, por algún extraño motivo, deseaba volver a ver esa mirada dirigida hacia ella ni escuchar ese timbre de voz tan frío hacia su persona.

Las palabras de Selina todavía resonaban en su cabeza. ¿Realmente era verdad? ¿Obedecía a Potter contra su voluntad? Ella era capaz de pensar y reaccionar una vez el movimiento estaba hecho, lo cual afirmaba sus sospechas y la desconcertaba. Sentía una atracción extraña cada vez que estaba cerca suyo y no podía evitar ser atacada por el respeto que imponía el salvador del mundo mágico, doblegándose a un trato innecesariamente cordial y cercano. Un trato que no podía evitar. Ni siquiera podía referirse al muchacho por su nombre de pila, sino su apellido.

Su presencia la desconcertaba.

Su mano, incapaz de sostener ya su pluma, causó un rayón negro en su hoja. Inconscientemente, miró a la profesora de Defensa y se invadió con la ira.

Pensar que ella fuese capaz de lastimarlo… de causarle problemas… de atormentarlo… de causarle dolor…

El odio naciente en su corazón le nubló la razón y para cuando fue nuevamente consciente, ya había abierto la boca sin medir las consecuencias.

OoOoOoO

—¡Una semana de detención!—gritó Astoria cuando salieron del aula, camino a su siguiente clase. Ginny temblaba de pies a cabeza y miraba aún con sorpresa hacia la nada misma, un punto invisible delante suyo.

—Bueno—comenzó Selina, con indiferencia—. Si ella no lo hubiese hecho, habría sido yo. Esa mujer merece un buen maleficio directo en la cara.

—Oh, no… Oh, no… Oh, no…—comenzó a balbucear la peliroja, deteniendo la charla de sus amigas. Astoria cambió su expresión a una preocupada y se colocó a un lado suyo, observándola de reojo. La rubia también se acercó y se llevó ambas manos a los bolsillos, entrecerrando sus ojos—. Él lo sabrá… él se enterará… Oh, Merlín… Estoy acabada…

—Tranquila…—intentó animarla la morena—. Sabes que esa mujer es intolerable, él comprenderá—no era necesario ya preguntar a quién se refería Ginny. Después de todo, Harry era bien sabido tenía una importante influencia en su amiga. Astoria curvó sus labios cuando la peliroja negó continuamente y miró a la restante, en busca de apoyo.

—¿Cuándo debes ir su despacho?—indagó Selina tras ver la súplica silenciosa de Astoria.

—Siete…—musitó Ginny, frotándose nerviosamente las manos—. A las siete…

Sus amigas se miraron con incertidumbre y guardaron silencio, continuando el camino hacia Herbología.

OoOoOoO

No notó que había olvidado despedirse de sus amigas cuando salió por la entrada oculta de la Sala Común de Slytherin. Tampoco cuando sus pies se dirigieron hacia el despacho del profesor—en esta caso profesora—de Defensa Contra las Artes Oscuras. Su mente parecía trabajar a mil por hora, ignorando incluso los malsanos canticos de un malicioso Peeves.

Un suspiro escapó de sus labios resecos.

Sus pies se balancearon a una distancia importante del suelo. No sabía si era porque las camas de la enfermería eran altas o ella aún era demasiado pequeña. Fingió atender a la Señora Pomfrey pero aún se encontraba bastante aturdida como para seguir paso a paso sus instrucciones. Tal vez la mujer debió notarlo pues la miró con simpatía y dejó de hablar.

La puerta se abrió y ambas miraron hacia ella, tal vez esperando ver a su madre o a su padre; quizá uno de sus hermanos. Pero no fue así. La decepción se mezcló con el cariño y pronto la imagen de sus hermanos desapareció de su mente, siendo suplantada por otra en especial.

La señora Pomfrey sonrió, cansada—. Señor Potter, que sorpresa verlo. ¿Le importaría vigilar a la señorita Weasley mientras voy por algunas pociones?

Harry Potter se acercó hacia donde estaban y le dirigió a la mujer un asentimiento corto—. Yo me encargo.

No tardaré—con esa promesa, la mujer abandonó su zona de trabajo y la misma se sumió en el silencio.

Ginny observó atentamente al azabache y cuando lo vio, no evitó sonreírle. Pareció infinito el tiempo en el que Potter tardó en reaccionar pero le dedicó una sonrisa ladina, muy leve, pero más que suficiente.

El director le explicará a todos mañana que el peligro ya pasó…, y que no hay de qué preocuparse…

¿También les dirá… que yo…?

Fuiste poseída, sí—respondió Potter, con voz calma. Ginny tragó forzosamente y se removió en el lugar.

Yo… he sido una tonta… Mi padre siempre… siempre me ha dicho… me ha advertido… y yo sólo…

Abriste tu corazón a alguien que sí te escuchaba cuando los que creías lo harían se cerraron a ti.

Miró con sorpresa al niño delante suyo y entonces sus ojos se aguaron. El azabache de ojos verdes ni siquiera se inmutó cuando ella comenzó a llorar y guardó silencio. Un abrigo de magia rodeó su tembloroso cuerpo, protegiéndola, y retuvo un agradecimiento que buscó salir de su boca.

Él no se había movido de su lugar pero su mirada y su magia se encargaban de consolarla, a ciegas de los demás.

Se detuvo apenas llegó al pasillo. Había otra figura apoyada a un lado de la puerta. Potter la miró apenas apareció y Ginny notó que se había quitado los guantes; aún así, no veía nada extraño.

El muchacho se incorporó y nuevamente se sintió atravesada por los ojos verdes. Lo único que lo vio hacer fue un gesto hacia la puerta y supo que debía acercarse.

Potter golpeó discretamente la puerta y se colocó detrás suyo, con el nerviosismo naciente en la boca del estómago. Pronto, la puerta se abrió y tuvo la posibilidad de ver a Umbridge más cerca que nunca. Y sus deseos de vomitar volvieron al ver tanto rosa en una persona.

Ambos ingresaron y la puerta se cerró detrás suyo; y Ginny vio el infierno en tierra.

El despacho estaba decorado con muebles oscuros y sumamente femeninos, además de caros. Las paredes estaban tapizadas de rosa y blanco y en ellas abundaban los marcos que sostenían las circulares vajillas con imágenes de variedad de gatos. Éstos se movían y maullaban para su tortura.

Había dos escritorios pequeños delante de uno exageradamente grande; su desagrado aumentó cuando vio el cuadro de Cornelius Fudge sobre él; supo que había preparado todo para la ocasión.

Potter se acercó y sentó en el escritorio más cercano a la profesora y no tuvo más remedio que tomar el opuesto. Una vez estuvo colocada en su lugar, un pergamino apareció ante ella más una pluma algo extraña. Pudo sentir la tensión palpable en el aire y miró automáticamente a Potter. El moreno veía fijamente la pluma y cuando la tomó, Ginny alcanzó a distinguir una mancha roja en el dorso de su mano derecha, misma con la que sostenía la pluma.

—Bien—miró a Umbridge y se aterró ante la molesta sonrisa que llevaba en la cara. Potter miraba fríamente a la profesora—. Señor Potter, ya sabe lo que debe escribir, "no debo decir mentiras"—su voz sonó asquerosamente dulce, para los oídos de la peliroja. Sin inmutarse, el azabache comenzó a escribir, con el puño tenso. La pluma funcionaba sin tinta, por lo que veía—. Y usted—volvió a ver a la mujer y sólo guardó silencio—, señorita Weasley, se tomará el trabajo de escribir "no debo repetir mentiras".

—Son dos letras más que mi oración—dijo Potter, con voz helada. Ginny lo miró una vez más, al igual que la mujer.

—Entonces hará dos pergaminos a mitad de tiempo, señor Potter—dijo Umbridge con una sonrisa un poco más abierta.

Con eso, la expresión del moreno se suavizó un poco y continuó escribiendo, ignorando a su entorno.

Sintiéndose algo desubicada, ya con pluma en mano, se acomodó en el escritorio y comenzó a escribir. No debo repetir mentiras. Una sensación punzante apareció en su mano pero la ignoró. A medida se escribía, esa sensación crecía pero era dejada de lado. Dolores Umbridge se había sentado en su escritorio y degustaba tranquilamente de su taza de té, mientras observaba con una sonrisa a sus alumnos castigados.

Pronto Ginny fue consciente de su mano derecha.

No debo repetir mentiras.

Sus pupilas se dilataron y respiró dificultosamente, obligándose a no parar de escribir. Se mordió el labio inferior y continuó deslizando la pluma por el papel.

No debo repetir mentiras.

Dirigió por un segundo sus ojos hacia la mano tensa de Potter y vio con horror cómo otra mancha se grababa en su mano, dos veces, con las mismas palabras escritas.

No debo decir mentiras.

Inspiró profundamente para calmarse y continuó escribiendo, llenando poco a poco la carilla del pergamino con la misma oración repetida consecutivamente; escrita con su sangre.

No molestes a Umbridge, sé buena y entonces ella ni siquiera notará tu presencia.

Fue consciente del tic tac que se escuchaba en la habitación. Observó por el rabillo del ojo el reloj que cronometraba el tiempo.

Se separó del banco y sopló sobre el papel, volteando el pergamino. Se volvió a apoyar y comenzó a escribir del otro lado.

No sabía cuánto tiempo había pasado ya.

Potter escribía con prisa, buscando llenar pronto el primer pergamino para pasar al segundo, y cuando así lo hizo, notó que estaba ligeramente ansioso. Se preguntó si él sentía tanto dolor como ella; llegaba a ser insoportable luego de un largo tiempo de escribir seguidamente, por lo que tenía que detenerse y sacudirse la mano antes de seguir, pero no lo había visto hacer nada de eso en ese tiempo.

Se asombró de su resistencia, de su terquedad y su orgullo, privándole a la mujer de verlo sufrir algún dolor. Ella también había reprimido las muecas y las quejas, sin dirigirle siquiera una mirada a la mujer que sabía, tenía un serio problema con la moda.

Se descubrió llenando el último espacio disponible en el pergamino y dejó la pluma sobre el escritorio, apoyando también su mano. Inspeccionó su piel blanca y se mordió el lado interno de su mejilla cuando las líneas rojas dejaban leer la frase; no debo repetir mentiras.

Giró la mirada para ver el progreso de Potter y lo encontró dando vuelta al segundo pergamino, inclinándose sobre el escritorio para seguir escribiendo. Leyó perfectamente en su mano las dos frases paralelas con las mismas palabras; no debo decir mentiras.

Mentiras.

Merlín; los castigos físicos estaban prohibidos en Hogwarts. Si se enterase la profesora McGonagall, la profesora Umbridge tendría un destino incierto. Especialmente, sabiendo que había osado hacer tal cosa a Harry Potter, uno de sus mejores alumnos y a quien apreciaba visiblemente.

El tiempo continuó pasando. Potter no dejaba de escribir y su mano se movía más velozmente. Umbridge continuaba degustando su té. Los gatos maullaban imparcialmente a su alrededor.

Pronto se escuchó un tintineo agudo y Potter dejó la pluma, soltando un imperceptible suspiro.

—El tiempo acabó—informó Umbridge, aún sonriendo. Con sorpresa, Ginny vio los dos pergaminos perfectamente llenos de su acompañante. La mujer retiró los tres escritos y los dejó sobre su escritorio. Luego los miró—. Mañana a la misma hora, estén presentes—no abandonó jamás su sonrisa—. Así aprenderán a respetar al Ministerio y a dejar de decir tantas mentiras…

Ginny se puso de pie sólo cuando Potter lo hizo y ambos se retiraron a la par hacia el pasillo. Ella alcanzó a escuchar un último maullido antes de que la puerta se cerrase tras su espalda y sus piernas comenzasen a temblar.

El azabache se giró para así verla y dirigió sus ojos verdes hacia su mano derecha, mostrando una mueca de disgusto.

Sus piernas no dejaban de temblar.

—Vamos—dijo él, tomando su mano herida con delicadeza. A Ginny se le sacudió el corazón pero no hizo nada cuando lo vio extraer sus guantes de su túnica y se colocó uno de tal forma que cubriese su mano derecha. Hizo lo mismo con ella; el guante estaba tibio y le quedaba grande.

Caminaron a paso lento y silencioso; debían ser alrededor de las nueve. Seguramente ya todos estarían camino al Gran Comedor para la cena. Por su parte, sentía que si se atrevía a probar bocado, vomitaría. Su estómago estaba sufriendo una importante revolución tras haber descubierto qué tipo de castigo imponía Dolores Umbridge y más el haberlo sentido tan extenso, si bien había sido sólo una hora. Pero lo que más le afectaba, era que Potter había estado con ella y…

Se había sometido a algo peor sólo para…

Jadeó por la sorpresa.

—Ella es… horrible…—dijo por lo bajo.

Su mano fue cuidadosamente apretada.

— Se está asegurando que nadie contradiga al Ministerio—dijo Potter, que iba a un paso delante suyo y no soltaba su mano—. Pero si Fudge continúa de esa forma, negando todo, el golpe será tal que destituirlo será lo último que la comunidad mágica le haga…—lo oyó resoplar y una sonrisa leve le fue imposible contener.

—Aún así…

Se calló. Cuando doblaron por el corredor, vio a tres Gryffindors que conocía de antemano. Como si fuese impulso, sus manos se soltaron y Potter alentó el paso que los separaba. El brazo del Slytherin rodeó sus hombros y la atrajo hacia él, mientras ella se abrazaba a su torso. Ambos intentaron ocultar al máximo la sensación cosquilleante de reír por dentro.

Su hermano, Ron Weasley, se encontraba sentado en una de las escaleras junto a Hermione Granger y Neville Longbottom. Parecían hablar de algo serio aunque de Gryffindors lo dudaba severamente.

Cuando sus ojos azules los vieron pasar por delante suyo, ignorando su existencia, y tan cerca el uno del otro, su rostro pasó a un color más oscuro que su propio cabello. Ginny tuvo el tiempo de ver a Potter curvar un poco sus labios con satisfacción.

Al menos sabía que no era la única que disfrutaba ver a Ron perder los estribos.

Aunque las provocaciones de Potter eran algo particulares.

Cuando volvieron a doblar por el pasillo, ahora camino a las mazmorras, ella lo soltó pero el brazo continuó ejerciendo aproximación. Su rostro estaba demasiado pálido como para ruborizarse pero sabía que de haber podido lo hubiese hecho.

Llegaron al muro de ladrillos y ella dijo la contraseña, entrando a la Sala Común. Entró en pánico cuando él todavía la mantenía cerca suyo y no tuvo la valentía de ver a sus amigos una vez estuvo dentro.

En el sofá cercano a la chimenea estaban Daphne, Blaise, Selina y Astoria, que apenas los vieron entrar se levantaron pero permanecieron en una observación incrédula y silenciosa. Astoria observó el pálido rostro de Ginny y sus piernas temlorosas, y su expresión demostró cuán preocupada estaba.

—¿Qué…?

—No bajaremos a cenar—dijo Potter, con ojos fríos. Daphne y Blaise le dirigieron una mirada precavida pero él sólo pareció hablar con ellos con la mirada. Pronto ambos palidecieron visiblemente—. Avísenle al profesor Snape que estamos… indispuestos…

Sus amigos asintieron al instante, y Astoria se reprimió de cuestionar la situación. No le agradaba para nada no poder saber qué le había pasado a una de sus mejores amigas y no poder hacer nada ante su aspecto. Selina estaba increíblemente seria, presentando una imagen estoica y dura.

Potter la guió hacia las escaleras grises que daban a los dormitorios masculinos y su pulso volvió a apresurarse. El azabache abrió una puerta y ambos ingresaron a la habitación de los estudiantes de quinto.

Dentro, se encontraban Malfoy junto a Crabbe y Goyle del otro lado de la gran habitación, hablando en voz baja. Potter los ignoró y la guió hacia la última cama del montón, la cual se encontraba junto a la ventana. Delante de ésta, se encontraba la que posiblemente era cama de Zabini. Del otro lado, Theodore Nott leía un libro sobre Artes Oscuras y su historia con mucha libertad. Cuando se acercaron a la cama, el muchacho levantó la mirada y alzó una ceja al verla a ella. Potter simplemente le dirigió una mirada y se acercó a su cama, buscando en su baúl.

Ginny se mantuvo de pie a unos cuantos pasos del muchacho, sin atreverse a ver a ninguno de los otros. Pronto, Malfoy y sus secuaces desaparecieron por las puertas y Nott, luego de unos minutos más, los dejó solos con una pisca de malicia de su rostro.

Potter se sentó en la cama con algo blanco en sus manos y la miró—. Ven—miró hacia la ventana. La peliroja podía escuchar su propio corazón latiendo con ganas, sin motivo alguno, pero se acercó hasta tomar asiento a su lado.

Sin emitir palabra o cambiar su expresión indiferente, el muchacho tomó su mano y removió el guante negro, observando la frase roja en su piel. Nuevamente, un gesto de disgusto apareció en su rostro. Mojó un trozo de tela blanca con una extraña—suponía—poción verde y la apoyó sobre el dorso de su mano, cubriendo la frase entera. Se tomó el trabajo, luego, de vendar la zona cubierta.

Miró su mano cuando hubo acabado y luego observó cómo Potter repetía el procedimiento pero con él mismo. Por último, se cubrió la mano vendada con un guante negro y se levantó, caminando hacia su baúl y extrayendo lo que vio era su pijama. El muchacho se alejó y se perdió tras las puertas del baño.

Ginny permaneció sentada en la cama, completamente desorientada. La impresión aún no la abandonaba. Se acarició la mano y tomó el otro guante olvidado, volviendo a ponérselo. Ahora estaba caliente y continuaba quedándole grande.

OoOoOoO

Cuando el azabache salió ya vestido del baño, luciendo su pijama negro y plata, se encontró con la muchacha recostada en su cama, completamente dormida.

Se acercó a paso lento y miró a su alrededor, sin encontrar a nadie. Observó entonces a la joven esbelta y desalineada, y no evitó revirar los ojos. Tomó su varita de entre sus túnicas y extrajo otro de sus pijamas de su baúl; uno verde y plata. Volteó un poco el rostro y con un movimiento de varita, la peliroja estuvo vestida con su ropa. El uniforme femenino quedó doblado sobre su baúl.

Deslizó su varita bajo la almohada y movió a la chica para poder acostarse debidamente. Las mantas los cubrieron y los doseles se corrieron, privando de la vista a cualquiera que quisiese ver hacia adentro. Murmuró uno que otro hechizo por si acaso.

No quería escuchar idioteces de Blaise temprano en la mañana.