¡Dedicado a mi hermana, con mucho cariño! Porque ella es una de las que les gusta jugar con fuego y vivir un romance problemático en la casa más criticada de todas, pero también la más idolatrada.

Advierto que es medio OoC y tendrá relación a lo que sucede en los libros pero desde otra perspectiva y con diferente intensidad y enfoque. De momento, el primer capítulo hasta que pueda volver a escribir. Mejor publicarlo para luego responsabilizarme… —ignoraré las risas—.


Así que… ¿Slytherin?

Ginny Weasley se podría considerar una niña muy afortunada. Era feliz, por supuesto, sólo conociendo la felicidad que puede conocer a sus once años. Tenía una gran familia—realmente grande, constando de sus padres, sus seis hermanos y varios más—, una acogedora casa que rebalsaba de recuerdos y todo un futuro por delante, además de ciertas manías. Pero sencillamente, lo que realmente la hacía sentir muy feliz en ese momento, en el cual veía a su madre hacer el desayuno, era que en pocas horas finalmente sería su gran día.

Se mordió el labio inferior mientras veía la hora. Faltaban cuatro horas pero había estado muy ansiosa desde el día anterior. ¡No hay que engañar, desde el día en que recibió su carta! Y el primero de Septiembre había llegado, observándole tiesa en su silla, esperando a comer algo mientras sus hermanos se dignaban a despegar su babosa cara de las almohadas. Muy bien, puede que haya sido algo paranoica—constante el haber guardado toda su pertenencia en el baúl una semana antes—pero ninguno de ellos podía comprenderla. Eran siete herederos, y quizá el ser la última ya no causaba tanta emoción.

Pero para ella, era su primer viaje a Hogwarts. Y lo era todo.

La puerta rechinó al abrirse y salió de su ensimismamiento, observando a su padre. Arthur Weasley hacía acto de presencia, ya vestido para ir a trabajar al ministerio en lo que sus hermanos llamaban: el departamento más aburrido. A ella le parecía muy gracioso que a su padre le fascinase tanto la cultura muggle. En eso, ella era imparcial.

—Cariño, Ginny, gran día, gran día—la menor se comenzó a preguntar su el cerebro de su padre se había despertado con él esa mañana. No evitó sonreír ladina ante el pensamiento mientras veía a sus progenitores saludarse tan cariñosamente. Se sintió algo avergonzada, así que apartó la mirada y entonces vio entrar a Percy, su pomposo hermano mayor.

—Buenos días, familia—a diferencia de sus padres, ella sólo musitó el saludo. No evitó rodar los ojos mientras lo veía enseñar—una vez más—su insignia de prefecto. Se mordió la lengua para no decir una típica frase adquirida de los gemelos.

—¡Pero si estás de pie, Percy! Creímos que te habías roto ya la espalda, digo, de tanto sacar pecho…

Oh, vaya. Demasiado inoportuno.

Las risas de Fred y George le causaron una sonrisa, más cuando vislumbró el enfado en el atacado. Su madre vio en desaprobación a los recién despertados y desvió la mirada en el momento justo en el que sabía les iba a dar la regañina del día. Su padre tenía las comisuras de los labios temblando. Ella amplió su sonrisa.

—Buenos días…—aquella voz la hizo alejarse de la escena y observar con ánimo al último hermano que faltaba en esa casa.

—Buenos días, Ron. Estaba a punto de ir a despertarte.

El aludido la miró pero le dedicó una sonrisa, lejos de enfadarse con ella. Era, posiblemente, con quien tenía mejor relación de sus hermanos, aunque bien tenía una perfecta hermandad con todos. Sentándose a su lado, Ron esperó al desayuno, el cual no tardó en llegar una vez todos estuvieron acomodados.

Las comidas en aquella vivienda eran especiales. Todos y cada uno de los integrantes jamás faltaba a la mesa. Omitiendo, claro, a Bill y Charlie, sus dos hermanos más grandes, que ya no vivían allí, y en esos momentos, se encontraban lejos, muy lejos, viviendo su sueño. O locura, como decía Molly Weasley, su adorada madre, siendo consciente de que sus dos primeros hijos trabajaban con dragones y duendes.

Sus hermanos siempre le relataban sus aventuras en el colegio de Magia y Hechicería, incluso sus padres lo habían hecho, pero sabía que no era lo mismo, por más que le encantara escuchar las travesuras de los gemelos.

Tendría que ver Hogwarts con sus propios ojos y luego diría si sus primeras metas estaban cumplidas. De cierta forma, sabía que se estaría mintiendo. La verdadera meta cumplida sería cuando la selección acabase en una palabra que haría honor a su familia en posibles generaciones pasadas y futuras. Como siempre sucedió.

Gryffindor.

La voz de su madre regañándolos por el tiempo la devolvió a la realidad y, tras una pequeña sesión graciosa de protestas a manos de Fred y George, cada uno fue a terminar de alistarse.

Ese día llegaban tarde. Jamás podría olvidar cómo su madre iba de aquí para allá con una expresión de muerte ni cómo su pobre padre tiraba todo de lo nervioso que estaba debido a la furia de su mujer. En parte, sabía que era culpa de todos. Igual la suya, que se vio obligada a reclamarles volver debido a que había olvidado su diario.

Llegaron con escasos quince minutos de oportunidad y no lo pensó dos veces cuando, junto a su madre, atravesó el muro entre la plataforma nueve y diez, y corrieron rumbo al expreso. Pudo ver a sus cuatro hermanos seguirlas hasta desaparecer. Luego hablaría con ellos, sabía que los encontraría a más tardar en el colegio. Tan cerca, pensó mientras era despedida por abrazos y besos de sus padres, falta tan poco.

Como había esperado, corrió hasta el primer compartimiento vacío que vio y saludó a sus padres hasta que sus ojos ya no pudieron verlos. Con el corazón bombeando de la emoción, se dejó caer en el asiento, dejando escapar un profundo suspiro. Sonrió. El mejor año de su vida estaba pronto a comenzar.

El viaje le fue eterno. Especialmente tras permitirle el paso a tres jóvenes de tercer año, llevaban el color azul y pronto se vio dividida entre dos opiniones internas: eran simpáticas pero lo que sea que estuviesen hablando era chino básico para ella. ¿Cómo alguien puede hablar tan rápido, sin respirar, sobre vaya-a-saber-Merlín-qué de Runas Antiguas? Además, ¿no se supone que no sabrían eso hasta ese año? Comenzaba a asustarse.

Se reprimió de correr fuera del vagón cuando finalmente, ya caída la estrellada noche de Septiembre, el tren se detuvo y con él el viejo truco de ahogar los nervios. Porque sí, su estómago era un nudo de sensaciones que obligaban a su cuerpo a un amago de desequilibrio. Estaba temblando y esto se incrementó cuando salió del vagón al fin y se reunió con los de primero. Creyó ver las cabelleras rojas de sus hermanos pero no pudo estar segura.

—¡Los de primer año, por aquí!—el hombre era inmenso pero su presencia le permitió sonreír. Algo había escuchado de Hagrid, claro, pero no dejaba de pensar que sentir todo aquello como una vivencia propia era mucho mejor que vagas charlas desinteresadas. Si su familia comprendiera qué tan importante era aquello para ella tal vez le hubiesen dicho más—. ¡Síganme, a los botes!, ¿señoritas, necesitan ayuda con eso?

Se subió a un bote, oyendo la voz del semigigante no muy lejos de su posición, y sintió el balanceo. Su mirada se topó con otra niña que había subido con ella pero parecía perdida. Arrugó el entrecejo, algo preocupada, pero el movimiento del pequeño navío le prohibió cruzar palabra alguna. La fuerte exclamación emocionada a su alrededor la despertó.

Una amplia sonrisa nació en su boca. ¡Era Hogwarts! Y era un espectáculo demasiado hermoso. Definitivamente, no tenía comparación alguna con todas las cosas que le habían relatado. Nada podía compararse, era mágico, demasiado. Y vaya que ella sabía de eso.

Apenas pisó nuevamente tierra firme, fue atacada por los nervios alterados una vez más. Suspirando en resignación, y a sabiendas que no se calmaría, obligó a sus pies a seguir al grupo que, a su vez, no dejaba de trotar tras el gran hombre barbudo, que caminaba solemne pero ciertamente emocionado con un faro en una mano y nada en la otra. Ésta última para ser utilizada en la simple acción de golpear sonoramente las grandes piernas unas tres veces. Fielmente contadas.

Sin inmutarse, la puerta se abrió al instante. La silueta que los recibió respondía a la que identificó como la tan conocida y respetada Minerva McGonagall. Era una bruja de aspecto altivo y severo, pero imponía respeto y ciertamente se vía muy inteligente. Su cabello era negro y a pesar de ser una leona, vestía de verde esmeralda.

—Los de primer año, Profesora McGonagall—Hagrid habló por encima de su examinación.

—Muchas gracias, Hagrid. Yo me haré cargo desde aquí.

Las puertas se abrieron completamente, dejando mejor acceso a los nuevos, y avanzó al frente de todos. La inmensidad del castillo se notaba a primera vista. Creyó escuchar voces a medida que caminaba pero la mujer las ignoró y los dirigió hacia una habitación más pequeña, dejando atrás el vestíbulo. Vio a todos allí, algo apretujados y con los nervios saltando del cuerpo.

—Bienvenidos a Hogwarts—dijo ella, con su tono firme—. El banquete de comienzo de año se celebrará pronto, pero antes de que ocupen sus lugares en el Gran Comedor, deben ser seleccionados para sus Casas. La Selección es una ceremonia muy importante porque, mientras estén aquí, sus Casas serán como su familia en Hogwarts. Tendrán clases con el resto de la Casa que les toque, dormirán en los dormitorios de dichas Casas y pasarán el tiempo libre en la sala común de la misma.

Ginny tragó hondamente. Era casi una orden, o al menos así la sintió ella, pero no era tan malo, pensó, considerando que estaría con sus hermanos.

—Las cuatro Casas se llaman—no evitó sonreír, viendo a los de su edad prestándole mucha atención. Destacaba hijos de muggles a simple vista—: Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin. Cada casa tiene su propia noble historia y cada una ha producido notables brujas y magos. Mientras estén en Hogwarts, sus triunfos conseguirán puntos que ganarán para sus casas, mientras que cualquier infracción de las reglas de los restarán—eso lo sabía bien. Dobló la mirada, con una sonrisa graciosa. No por nada su madre se presentaba a la escuela a reprender a los dos demonios gemelos que tenía por hijos—. Al finalizar el año, la casa que obtenga más puntos será premiada con la copa de la casa, un verdadero honor. Espero que todos ustedes sean un orgullo para la casa que los reciba.

»La Ceremonia de Selección tendrá lugar dentro de pocos minutos, frente al resto del colegio—Maravilloso, fue su único pensamiento. Eso no ayudaba en absoluto a controlar sus nervios—. Les sugiero que, mientras esperan, se arreglen lo mejor posible.

Pudo notar que sus ojos se dirigían en diferentes direcciones y no pudo evitar soltar una risita ligera, callada cuando sus ojos la vieron a ella. Se avergonzó, sintiendo sus mejillas calentarse. ¿No estaba tan mal… o sí?

Pudo escucharla decir algo mientras se acomodaba su colorada melena—. Regresaré cuando lo tengamos todo listo para la ceremonia—dicho esto, añadió—. Por favor, esperen tranquilos.

¡Debía ser una broma! Y lo decía con tanta serenidad que alteraba su ritmo cardíaco. De no ser porque era su primera vez y le tenía algo de miedo, estaba segura que le hubiese tirado un comentario sarcástico, pero se lo tragó por si acaso. La vio salir de la habitación y los murmullos no tardaron en hacer aparición a su alrededor.

Suspirando, recorrió las miradas de los pocos que podía ver y no le fue difícil saber que estaban iguales o más nerviosos que ella. Un niño castaño temblaba notablemente, aunque fascinado con lo que estaba ocurriendo. No evitó sonreír, acercándose un poco a él.

—¿Eres hijo de muggles?

Lo vio dar un salto y girarse a verla. Prontamente, se sintió muy apenada por la pregunta tan directa ya que lo vio con ojos temerosos e incrédulos. Musitó mentalmente un insulto a sí misma.

—¿C-Cómo… lo sabes?—susurró, aunque distinguió la curiosidad en sus palabras. Le brindó una sonrisa, más tranquila.

—Es que pareces realmente muy nervioso, más que todos, demasiado, así que supuse que o sufrías un ataque o no estabas acostumbrado a ver un lugar mágico—se rió, viendo cómo sus mejillas se tornaban de un rosado intenso—. Soy Ginny, por cierto. Hogwarts es genial, ¿a que sí?

Eso lo animó notablemente. Lo vio sonreír y asentir, con emoción—. ¡Lo es, es fascinante! Mis padres no podían creer que fuese un mago, aunque explicaría muchas cosas…—terminó, musitando con vergüenza. Ella volvió a reír—. Soy Colin, por cierto. Y sí soy hijo de… muggles, creo. Todo esto es nuevo para mí.

Se apresuró a negar, con calma. Al menos se había animado a hablar, eso ya era algo—. Descuida. Yo soy de familia de magos, todos, pero también esto es nuevo para mí—se sonrieron—así que, sí, es increíble.

Rieron, disfrutando de la atmósfera. Incluso la sorpresiva llegada de los fantasmas no volvió a alterarlos tanto. Sentía que nadie podía perturbar su tranquilidad, sabiéndose sola ahora para hacer sus propias amistades y no dudaba en acudir a Colin desde ese momento. Y al compartir mirada, supo que el pensamiento era compartido.

Tras unos cuantos minutos, la profesora McGonagall había regresado.

—La Ceremonia de Selección va a comenzar—dijo—. Formen una hilera, y síganme.

Colocándose apresuradamente, lograron la formación previo a seguirle el paso a la mujer, con los nervios algo aliviados tomando fuerza una vez más. Suspiró, mientras veía las puertas abrirse.

Entraron al Gran Comedor.

Sus ojos instintivamente subieron al techo. Pasó saliva con fuerza, maravillada con la preciosa imagen del cielo nocturno y se mordió la lengua para no soltar una exclamación emocionada. ¡Ya había visto al techo! Sonaba tan raro decirlo

Todo estaba iluminado por millones y millones de velas flotantes en el aire, exactamente sobre las cuatro mesas que acogían a los estudiantes, ya sentados, de cada casa. Pudo ver los utensilios de oro en cada una. Dirigió su mirada chocolate hacia la tarima, donde se encontraba la mesa de los profesores, viendo en el centro al gran Albus Dumbledore. Apretó los puños, volviendo a sentirse nerviosa. Por poco y olvida que el director estaría allí. ¡Qué tonta! Esperaba no hacer el ridículo, aunque se sentía una escandalosa. No podía ser tan malo.

La profesora los condujo hacia el frente y los hizo detener, formando una fila delante de los alumnos, con los profesores a sus espaldas. Inmediatamente, localizó los rostros sonrientes de sus hermanos y el orgulloso del mayor. Evitó rodar los ojos, sintiéndose un poco liberada.

Observó con atención cómo la profesora McGonagall colocaba en silencio un taburete al frente de los de primer año. Seguidamente, descansó el sombrero puntiagudo de mago, el cual estaba raído, remendado y muy sucio. Se cuestionó internamente qué rayos iba a suceder a continuación, pero todo hubiese sido esperado, salvo verle cobrar vida y oírlo cantar.

Con una expresión estupefacta, al igual que los niños que la acompañaban, escuchaban la tonada graciosa y casi burlona que describía los atributos de las casas y la mención del dichoso Sombrero Pensante. Vio de reojo a varios alumnos riendo en las mesas, posiblemente por sus expresiones, así que se mantuvo solemne, esperando otra barbaridad. Bueno, la parte de ponerse el sombrero se la habían omitido. Eso la dejaba más tranquila, aunque no realmente. Ya no sabía qué pensar. Colin a su lado se mantuvo inquieto aunque interesado, y ciertamente fascinado. Sonrió, comprendiéndolo.

La profesora volvió a hablar.

—Cuando diga su nombre, deben acercarse y ponerse el sombrero, y sabrán cuál es su casa—su voz ni siquiera titubeó. No dejó de mirarla, y súbitamente sintió una profunda admiración por su porte y su postura.

No fue muy consciente de la Selección, a medida que veía a sus acompañantes acercarse al taburete y ser denominados. Ya no sabía cómo sentirse, y sufría escalofríos por las miradas—que sabía eran de sus hermanos—clavadas en ella. No los volvió a ver en ningún momento. Era demasiado.

—¡Creevey, Colin!

Ambos dieron un respingo al escuchar el nombre y sufrió un amago de risa, sorprendida y divertida de su propia reacción. Le envió una sonrisa cuando se acercó al taburete y casi al instante, el sombrero gritó:

—¡GRYFFINDOR!

Ciertamente encantada, se permitió aplaudir también, a eco de la inmensidad de felicitaciones. Colin se vio feliz por tal recibimiento de la casa que era, posiblemente, la más acogedora. Vio a la profesora McGonagall con una mirada de satisfacción y aceptación. Se preguntó si la miraría igual a ella.

Colin se había instalado junto a los leones y lo sintió muy ameno. Se veía ya más calmo y cruzaron mirada. Volvió la vista al taburete, justo a tiempo para ver una melena rubia cenizo, que ya conocía.

Sus ojos examinaron detenidamente a la niña que tenía delante, a la cual se le colocaba el sombrero, y se mantuvo en silencio con demasiada curiosidad. Era la niña que había compartido el bote con ella. Aquella de mirada perdida, casi soñadora. Tenía ojos grandes o ésa era su impresión. Era delgada y bajita, y miraba el techo con ensimismamiento. Ladeó la cabeza, intrigada por ese comportamiento. No había escuchado su nombre, era una lástima.

—¡RAVENCLAW!

Parpadeó, perpleja, observando cómo era recibida por la casa de las águilas. Bueno, no sabía si realmente se lo esperaba. Así que una Ravenclaw… tal vez esa mirada era de puro conocimiento. Reprimió una sonrisa, al igual que el rodar los ojos. Merlín, no debía pensar en eso siquiera, era muy tonto; además, debía esperar su nombre. El cual pareció tardar un centenar en llegar. Veía a casi todos dirigirse al taburete y ser seleccionados mientras ella se mantenía firme y derecha, aunque cada vez más ansiosa. Y eso no se redujo cuando finalmente la llamaron, siendo la última que quedaba. Una situación algo embarazosa.

A paso firme caminó hacia allí y tomó asiento, con la vista clavada al suelo, el peso del sombrero en su cabeza.

Vaya, vaya, vaya… Otra Weasley…

Parpadeó, ahora incómoda. Por alguna razón, había sentido algo de burla en su tono para con ella.

La última de tu familia, al menos por ahora, por lo que veo… Muy interesante lo que puedo ver…

Se mantuvo quieta, con sus ojos abiertos al suelo. Su tono no le gustaba en lo absoluto aunque seguía intrigada por la devolución.

Veo valor, sí, mucho coraje… —sonrió al escucharlo decir aquello. Le había dicho valiente, de alguna forma. Eso le llenó de calor el pecho, algo más tranquila. Su tono también había cambiado—. Carisma y simpatía, además de humildad y generosidad…—desvió la mirada a su regazo, sintiendo que su rostro iba enrojeciendo. No estaba acostumbrada a los halagos—. Una inteligencia notable aunque pobre de sentido…—¿qué?—Pero…

El corazón comenzó a palpitarle con fuerza.

¿Pero?

¿Por qué ansias tanto ser una Gryffindor…?

Se heló. Su mirada se mantenía fija en sus manos apretadas a sus rodillas y podía sentir el silencio en el comedor. Se sentía observada pero no podía importarle menos.

Sigo esperando tu respuesta.

Yo…

¿Por qué?

Toda mi familia ha estado ahí…

Volvió a silenciarse, escuchándolo reír mientras ella captaba el mensaje. Sintió que le explotaría el corazón en cualquier momento. Sus dedos temblaban.

Una gran familia, por cierto. Un fuerte linaje de sangre y muy pocas brujas, tu llegada es ciertamente oportuna. Veo grandes cosas emerger de tu cabeza en un futuro. Posiblemente, ayudarás en oportunidades únicas a quienes se lo merecen, ya visualizo el hecho… Eres astuta, orgullosa, talentosa, un gran potencial…

Ni siquiera le daba oportunidad a refutar, aunque no podría. Estaba elogiándola, presumiéndola, pero también burlándose, porque sabía que su decisión era una condena para ella.

Sé qué casa encajará perfectamente por tus dotes. No será Hufflepuff, los leales y trabajadores, así como tampoco Ravenclaw, los inteligentes e ingeniosos…

Su pulso se agitaba continuamente, pero por suerte, sólo se mantenía en el lugar. No sabía cuándo tiempo había pasado ya. Entrecerró sus ojos ante la más mínima posibilidad.

¿Algo que decir…?

Escoge bien, por favor…

Oh, querida. Lo he hecho bien…

Apretó los labios, volviendo a escuchar su risa. Y supo que lo que seguía sería inmediato. Una esperanza vagabunda se asentó en ella, deseando tener razón. Pero el sombrero se había reído por una razón, y pronto la gritó:

—¡SLYTHERIN!

Sus latidos se detuvieron súbitamente.

—¿¡QUÉ!?

Ignoró de quiénes fueron aquellos gritos que rompieron el silencio pero no dijo nada una vez levantó la cabeza y se le fue retirado el sombrero. La profesora McGonagall la observaba algo impresionada pero tampoco añadió palabra. Se bajó del taburete, y dirigiéndoles una mirada a sus hermanos—cuyas caras eran una verdadera razón para reírse, pero no tenía ganas—caminó hacia la mesa donde también se hallaba la incredulidad. Esa mesa, a diferencia de las demás, era algo oscura. Muchos pares de ojos la miraron con sospecha, como si no creyeran posible que un Weasley estuviera con ellos, a pesar de ser sangre pura. Se sintió incómoda al instante, sentándose al fin.

Tras un tenso silencio, el director se puso de pie y estiró sus manos hacia arriba, con una sonrisa y aquel extraño brillo en sus ojos.

—¡Excelente! Antes que nada, bienvenidos a Hogwarts. Unas pocas palabras serán transmitidas a ustedes luego de la cena. ¡Buen provecho!

Tras un aplauso seco, las mesas se llenaron de comida. Sus ojos se abrieron al ver tal cantidad pero no evitó sentir el hambre invadir su mente. Bueno, pensó resignada, al menos iba a comer bien antes de sufrir la cólera de los demonios.

Divertida con ese pensamiento, se vio aceptando bastante bien el estar sentada en esa mesa, pese a las miradas algo extrañas que le dirigían las demás serpientes, que sorpresivamente no eran despechadas o malintencionadas, más bien reflejaban intriga y recelo. No los culpaba, y es que el pollo le sentó muy bien al ajetreo.

Una niña se movió inquieta a su lado pero luego escuchó su voz.

—Ho-hola…—la giró a ver, observando su cabello oscuro y lacio, y sus ojos claros. Le sonrió con ánimo, dejándole visiblemente más confiada—. Soy Astoria Greengrass, mi hermana Daphne es un año mayor y está por allí—dirigió una mirada hacia una jovencita rubia que platicaba con otra, ajena a la situación del comedor. Ginny encontró aquello de muy buen gusto. Volvieron a verse y la morocha esperó.

—Yo soy Ginny… eh, Weasley. Tengo seis hermanos pero cuatro están en Hogwarts y son Gryffindors, mira, el que parece a punto de explotar es mi hermano Percy—señaló con diversión al nombrado, el cual estaba rojo, realmente rojo. Astoria rió, claramente sorprendida por la cantidad de hermanos que tenía pero dejando eso de lado.

—Se ve simpático…—le sonrió—Te tardaste un buen rato, fue intimidante, pero prueba el zumo de calabaza, ¡es bueno!

Sonrió ante sus palabras, viéndola parlotear ahora con más libertad. Sí, definitivamente aquello era extraño. Las voces finalmente se alzaron en el comedor y se vivió una atmósfera amena, al menos para ella. Ignoraba las miradas que sabía tenía en la nuca, cuatro miradas para ser específicos, y Astoria ayudaba con eso. Rió en más de una ocasión, ¡no entendía casi nada! Pero al menos asentía cortésmente, era algo.

Cuando estuvo completamente llena, suspiró con satisfacción.

Luego de un pequeño periodo más, el director volvió a hablar. Sus palabras fueron oídas atentamente, desde la prohibición del Bosque Prohibido hasta la presentación del nuevo profesor de Defensa contra las Artes Oscuras que, a pesar de los suspiros enamoradizos que logró escuchar, a Ginny le arrancó una mueca de desagrado.

—Con esos dientes quién necesita velas…

Oyó un par de risas y otras disimuladas con una tos, y se avergonzó, siendo consciente de haber expresado su pensamiento en voz alta. Astoria la mirada divertida, había aceptación en sus ojos. Viendo el lado positivo, había hecho reír a algunos de quinto y cuarto. Satisfecha, ignoró el resto del discurso y normas que expresaba el director. Sin embargo, fue codeada cuando otra figura se acercó a su mesa.

La primera impresión que tuvo la menor fue de completa indiferencia. Es decir, quién podía expresar algo ante tan temerario profesor. Había oído algo sobre el profesor Snape, y no creyó tenerlo como jefe de casa, por lo que no preguntó mucho, a pesar de que decían a menudo que era muy desagradable. Vestía de negro y daba la impresión de un gran murciélago. Se reprimió la risa, observándolo entregar unos papeles a cuanto alumno se encontrara al deslizarse por la mesa. Finalmente, llegó hasta ellas.

—Señorita Greengrass—los ojos oscuros se fijaron ahora en ella—. Señorita… Weasley—sí, el desconcierto era evidente en su voz. Sólo le regaló un asentimiento, en reconocimiento. Lo vio levantar el mentón, aceptándolo—. Estos son sus horarios, sean puntuales y firmes—les entregó los papeles y lo vio seguir su camino. Nuevamente, pensó que todo estaba saliendo bastante bien. Astoria observó su horario y le sonrió.

—¡Vaya, compartimos bastantes clases con Ravenclaw! Aunque también con Gryffindor, creo que con ellos más, parece intencional—no pudo evitar estar de acuerdo—Por cierto, Ginny, te aseguras de que tu cama esté junto a la mía, ¿eh? No quiero andar cambiando con otra porque no sé si son muy agradables…

La menor de los Weasley sonrió, divertida. A decir verdad, no había visto a sus otros compañeros de primer año. Dio un vistazo a su alrededor. Bueno, no eran muchos y sólo había una niña más de su edad, aunque parecía algo reacia a su entorno. Le quitó importancia y se fijó en Astoria, que parecía muy entretenida viendo las clases que iban a tener. Sólo en el mundo mágico uno disfrutaba ir a la escuela. Entrecerró sus ojos ante ese pensamiento, con una sonrisa.

El resto de la velada pasó tranquila. Astoria le provocaba risas, en especial porque era imposible no reírse debido a su actitud tan agradable. El director finalmente solicitó a los prefectos que condujeran a los de primero a sus casas y las menores Greengrass y Weasley se vieron obligadas a abandonar su parloteo y seguir a un muchacho alto llamado Flint que no les agradó en lo absoluto. Se cubrió la boca con una mano cuando escuchó a su nueva amiga decir algo referente a «Cara de troll…». Lo miró bien. Era una verdad cruel.

A diferencia de las otras casas, ellos no tuvieron que subir escaleras, de hecho, tuvieron que bajarlas. La Sala Común se encontraba en las mazmorras, y era un lugar algo oscuro y escaso de iluminación. Llegaron ante la tan esperada entrada y fueron informados de los métodos de las contraseñas. Era sencillo: casi todas eran referentes a la sangre, lo cual era estúpido, y cambiaban cada semana. Debía hacer oídos atentos.

Cuando la sala les dio la bienvenida, no evitó abrir sus ojos. Sabía que la sala común de Gryffindor era la más "cálida" pero, honestamente, le gustaba la vista que estaba teniendo. Si bien no eran colores de mucha fuerza, abundaba la elegancia, una estructura de aspecto algo gótico y antaño, lo cual se vislumbraba por la perfecta iluminación de semejantes candelabros.

—Las habitaciones masculinas se encuentran a su derecha, las femeninas a su izquierda. No se les permite a los chicos ingresar a las habitaciones de las chicas, quiero que quede claro. Sus pertenencias les están esperando, descansen bien esta noche.

Flint los abandonó tan pronto les enseñó las entradas a sus cuartos. Sin perder mucho tiempo, siguió a Astoria hacia las habitaciones, buscando la suya. Vio la amplia sala a oscuras, iluminada sólo por algunas velas, y quedó encantada con las camas, notando entonces que eran sólo tres. Fue particularmente interesante ver qué tan pocos habían sido designados. Encontró su baúl a los pies de la primera cama. Estaban separadas por una distancia considerable, con un amoblado atractivo de por medio y un ventanal que filtraba la iluminación de la luna.

—¡Sí, estamos seguidas!—Astoria no tardó en festejar sus camas continuas y dejó escapar una risa. Se quitó la túnica, dejándola sobre su cama. Mientras se vestían para poder dormir, Ginny observó a la tercera niña en el cuarto, la cual se acomodaba en silencio. La morocha pareció darse cuenta de su mirada y también la observó. Ambas se miraron, sin saber qué decirle.

Finalmente, era mejor arriesgar.

—Disculpa…—notando que buscaban hablar con ella, la jovencita rubia, de cabello corto y ojos azules la miró—. ¿Cuál es tu nombre?

Se esperó, viéndola repasar desde Astoria hasta ella continuamente, sintiéndose algo extraña.

—Selina… Selina Bortnik…

Ambas niñas sonrieron al escucharla hablar pero sólo obtuvieron un asentimiento cuando le dijeron sus nombres. Ginny fue optimista, como lo estuvo siendo durante todo ese día, e intercambió una mirada con la morocha de las tres, sin emitir palabra. Ya tendrían todo un año para conversar.

Silenciosamente, se adentraron a sus camas y dejaron que las luces se extinguieran, dando paso a la luz lunar. Y mientras el sueño consumía a las otras dos, la menor se los Weasley se permitió meditar lo que acababa de suceder.

Estaba en Slytherin. La tan conocida casa de los magos oscuros. Arrugó el ceño ante ese pensamiento, casi afirmación, que había escuchado con anterioridad. Bueno, si Astoria era una bruja oscura para el día siguiente, comenzaría a abandonar la comida de Hogwarts pues le estaba haciendo alucinar. La incertidumbre la envolvió, mientras sus párpados caían lentamente. Su familia era conocida por ser una de las más grandes de traidores de la sangre.

Por otro lado, se alegraba con el pensamiento de que iba a vivir el mejor año de su vida.

OoOoOoOoO

¡El mejor año de su vida!

Bueno, tal vez tardase un poquito más en llegar. Sólo había tenido un mal desayuno para comenzar el día. No podía ser tan malo.

¿A quién engañaba? Había sido pésimo.

Esa mañana, había despertado junto a Astoria y Selina, y pese a la poca comunicación con ésta última, habían ido las tres ya vestidas a desayunar tranquilamente. En la sala, al verlas, Daphne, la hermana mayor de Astoria, había parecido sumamente complacida de verlas a las tres juntas. Era evidente que estaba preocupada por si su hermanita se relacionaba bien o no, y Ginny no pudo evitar sonreír al verla. ¡Como para preocuparse, si Astoria era la fiesta!

Todo había sido ameno hasta que puso un pie dentro del Gran Salón.

Ginny había tenido borrones rojos yendo hacia ella, y no se esperó nada bueno. Hubiera sido suficiente, de no ser por un comentario impropio de un tal Draco Malfoy—o rubio oxigenado, como le había dicho Astoria—, que logró que las tres niñas dieran media vuelta y se fueran, mientras la guerra se desataba.

Sin haber desayunado nada, volvieron a la sala común de Slytherin y se dejaron caer en el sofá más ancho, junto al que estaban Daphne y dos chicos morenos. La mayor las observó, con curiosidad.

—¿Sucedió algo? Creí que iban a desayunar.

—Íbamos—concordó su hermana menor, ocasionando un bufido de parte de la otra rubia presente.

Al ver su expresión de confusión, Ginny creyó correcto acotar.

—Mis hermanos… y Malfoy, creo que se quieren mucho.

Uno de los acompañantes de Daphne rió, como si fuese la cosa más graciosa que le hubiesen dicho en la vida. Posiblemente, razonó la Weasley, lo era.

—Malfoy es un idiota—le quitó interés Daphne, mientras agitaba la mano—. Y ya fuiste seleccionada, no hay vuelta que darle. Tus hermanos comprenderán, espero, que no serás una Gryffindor.

Ginny la miró atentamente, y quiso confiar en sus palabras. Pero no estaba totalmente segura de eso ya, y esperaba equivocarse con sus pensamientos próximos. En esos tiempos, tras las huellas de la guerra, ser un Slytherin era chocante. Ella lo sabía mejor que nadie. Y fue entonces cuando cayó en cuenta de algo: ella no había escrito a sus padres pero seguramente sus hermanos sí, y no quería saber su reacción al enterarse. Hizo una mueca, pues no sería muy linda.

—Ser un Slytherin no es ser el gato negro que se cruza en el camino…

Tembló, escuchando la nueva voz. Astoria también observó a quien hablaba pero no pudo confirmar si Selina estaba prestando atención. Era el otro acompañante de Daphne, quien era observado con interés por sus amigos. Al parecer el que hablase era nuevo.

—¿Disculpa…?

Cerró la boca cuando un par de brillosas esmeraldas aparecieron tras unas gafas. Era un color extraño, particular, casi exótico, y brillaba de una forma extraña, como fuego pero no quemaba. No si la observaba con esa tranquilidad e indiferencia. Su piel era pálida y su cabello de un azabache intenso se desordenaba sobre su cabeza. Algo atrajo su atención; una cicatriz en su frente.

—Los prejuicios de la gente no valen nada en esta casa. Si tú sabes quién eres y qué quieres, es lo único por lo que debes preocuparte.

El silencio siguió y no apartó sus ojos de la silueta del joven de doce años que se levantaba con un libro oscuro en sus manos. Y ella no pudo evitar pensar que la túnica le sentaba bien, incluso abierta como estaba. Él iba a irse pero captó su mirada y volvió a encontrarla, logrando hacerla temblar una vez más. Esa expresión era…

—Además, el verde le sienta perfectamente con tu cabello, muy bonito por cierto. No se hubiera logrado el contraste con rojo y bronce.

Los pasos alejándose dieron comienzo a un silencio inesperado. Ginny continuó con sus ojos clavados en el lugar donde se había ido aquel individuo y escuchó la voz de Astoria, aún así.

—¿Quién es?

—Es Harry, Harry Potter. De mi año, normalmente es muy callado…

—¿¡Harry Potter!?

—Ciertamente, miniDaphy.

—Cierra la boca, Blaise. No te burles de mi hermanita.

Ginny hizo oídos sordos, incluso a la exasperación de la otra niña a su lado. Su mirada no se había apartado y sólo un pensamiento rondaba su cabeza, logrando aclararla.

Si Harry Potter le había dado la bienvenida a Slytherin—porque lo había hecho—, entonces todo iría bien.

Dejó de mirar la puerta y volvió a mantener una conversación con los demás, planteándose las siguientes clases.

Bien Ginny, ahora repítelo hasta que te lo creas…