¡Hola! Este es un pequeño proyecto que estaré publicando entre "líneas" mientras actualizo mis otros fanfictions. Podría llamarlo como una serie de drabbles/oneshots que siguen una línea argumental. No serán muy largos y ya tengo escrito varios, así que lo tendrán seguido por aquí.

También estoy intentando usar otro tipo de narración, así que es como un proyecto de prueba, más que nada.

Advertencias: es un Elsanna. Contiene incesto y quizá mucha angustia, así que si no te gusta nada de esto, entonces es mejor que dejes de leer justo aquí.

No hay más, buena lectura.


-1-

La primera vez que la vuelves a ver es después de casi un año. De nuevo es invierno y las fiestas familiares están cerca, casi es 24 de diciembre. Tus padres te han pedido que no faltes, después de que te has negado a asistir todo el año a cualquier reunión, a pesar de que vives apenas a tres horas de ahí. Siempre encuentras pretextos: no faltar a tu primer empleo, trabajo extra, tu diplomado, citas de trabajo importantes, un viaje al extranjero. Tu padre no dice nada, entiende, finge hacerlo, pero mamá es más insistente. Ella sabe que te pasa algo y le frustra no entender qué pasa con una de sus hijas. Te lo ha repetido mil veces, es el mismo discurso de todas las semanas.

Lo piensas por días, armas todo un arsenal de excusas pero, al final, sabes que ya no quedan más que dar. Sabes, con esa presión en el pecho que te es ya muy conocida, que tienes que lidiar con eso una vez. Y otra y otra. Por toda tu vida. No puedes esconderte y morir porque sí, porque te lo prometiste y se lo prometiste en ese pacto que quema tu estómago. Que ya ha envenenado tu alma. Así que te armas de valor, empacas pocas cosas y viajas a casa después de tanto tiempo. Tu madre insiste que has crecido, aunque sabe que hace mucho que dejaste esa etapa. También dice que te ves cansada y que te hace falta un poco de sol, a pesar de que es muy consciente que te irrita y quedas tan roja como una manzana madura. Tu padre sonríe y te guiña un ojo, una pequeña tregua. Él cree que eres hermosa aún cansada y maltrecha.

Llegas con días de sobra, te acostumbras a la casa, intentas familiarizarte de nuevo a tu propia habitación, a las sábanas y los aromas. Y a pesar de que tu mente se prepara psicológicamente durante esos días, definitivamente no estás lista cuando la puerta se abre y tú estás sentada en el cálido sofá de tu madre, tomando un poco de calor de la chimenea mientras bebes chocolate caliente. Sabes que iba a llegar, dos día después de ti según lo programado, pero es como si te negaras aún; así que cuando Anna entre por esa puerta, saludando con un "¡Hey, familia", mientras sostiene en una mano su maleta de viaje y en otra una pequeña jaula, tu taza está a punto de volar por los aires y tu corazón amenaza con explotar. Eres a la primera persona que ve, sus ojos se clavan en tu cuerpo como un halcón.

Hace casi un año que no la ves. Que no hablas con ella. Que no sabes nada de ella. Pero está ahí, frente a ti y parece que ha pasado un milenio al menos, porque recuerdas claramente lo difícil que fue el primer mes acostumbrarte a toda esa idea. Tuviste que desconectar el teléfono, borrar su número de celular y cualquier contacto que tuvieras con ella porque sabías que no aguantarías ni un segundo en arrojarte y buscarla. Tuviste que desaparecerla; y si tu madre la mencionaba, tú sólo contestabas con monosílabos mientras intentabas pensar en lo que quedaba en tu alacena o lo que harías el fin de semana. Las ves parada, justo en el mismo lugar y no sabes quién luce más sorprendida, pero sabes que eres la única torpe cuando Anna desvía sus ojos y de pronto se encuentra abrazando a mamá. La jaula y la maleta han sido olvidadas a un lado. Tus pies apenas reaccionan, tus manos tiemblan y tu cabeza no ha dejado de gritarte lo patética que eres. De lo evidente que puedes ser.

Mientras ellas hablan y ríen, tú te acercas, limpiándote las manos húmedas en tus jeans viejos. Cuando tus ojos se posan en Anna de nuevo, tu madre ya te ha empujado hacia ella como si no fueras capaz de caminar por tu propia cuenta. Y por primera vez, es así.

―Hey ―Anna dice con una sonrisita que te hace querer besarla ahí mismo.

Ha cambiado. Lo ves ahora de cerca, ya no tiene ese aire infantil que la caracterizaba, quizá es la vestimenta. O el hecho de que tiene recogido el cabello en un moño perfecto y no en las trenzas de siempre. Se ve mayor, pero también te recuerdas que Anna es una experta del disfraz, en un instante puede parecer una adolescente de nuevo. Ahora tiene veinte años.

―Hey ―contestas. Mamá vuelve a empujarte, esta vez no te mueves.

―Vamos, no sean unas pesadas, salúdense como se debe. Mientras, yo llevaré tu equipaje a la habitación de Elsa ―habla la mayor y, con eso, tus sentidos se encienden. Parece que los de Anna también. Ambas miran perplejas a su madre.

―Espera, ¿qué? ―pregunta la pelirroja, capturando su maleta antes de que Idun la tome.

―Ah, ¿no te dije? Tu padre hizo un desastre cuando intentó hacer una remodelación, está llena de polvo y escombro. Y el techo tiene un enorme agujero.

―¿Destruyeron mi habitación mientras no estaba? ¿Qué pasa con ustedes, tienen diez años acaso?

No sabes que decir, eso no venía en los planes. Ni siquiera sabías que tus padres habían optado por la destrucción masiva en la ausencia de ambas. Anna sigue a mamá por las escaleras, como si no creyera que en verdad su habitación estaba molida. Te quedas sola con la jaula, porque tu padre no ha regresado de su visita con el médico. La jaula emite un sonido, parecido a un maullido. Lo siguiente que sabes es que Anna tiene un gato ahora.

()()()()

Las siguientes noches duermes en el sofá y te levantas antes de que salga el sol y tus padres puedan atraparte haciéndolo. No quieres que pregunten por qué no estás con Anna, quien sólo ha cedido dormir en tu cama porque su espalda no ha estado muy bien en esos últimos meses. Te enteras apenas que ha estado bajo tratamiento desde la caída que tuvo mientras hacía alpinismo en una de sus vacaciones. Con nostalgia, te preguntas otras mil veces qué más te has perdido y de lo que vas a perderte.

Apenas hablan durante Noche Buena. La familia, tíos, primos e incluso los abuelos se reúnen en su casa para la cena. Anna siempre es el sol en las pláticas, tú en cambio sólo te distraes con algunas cosas que dicen los pequeños y, en ocasiones, olvidas que estás en una charla con tu tía, quien sigue preguntándote si has conocido a alguien. Todos saben que eres gay, todos esperan que un día presentes a ese alguien de tus sueños. Con una mirada hacia adelante, vestida de verde bosque y peinada con las dos trenzas que tanto conoces, encuentras que Anna es tu sueño. Y admites internamente, también, que siempre se quedará en eso.

()()()()

La mañana de los regalos es solitaria, te despiertas antes de las 6 am y miras a tu alrededor. Sabes que tus padres tardarán en levantarse y, con un vistazo al pino decorado, te convences con que no se enfadarán si abres primero tus regalos. Justo cuando te sientas en el suelo y te dispones a verificar cuántos hay para ti, escuchas unos pasos que vienen de las escaleras. Es Anna, que trae en sus brazos a Cooper, su gato.

Se sienta a tu lado, en silencio. El gato maúlla cuando lo dejan en el piso y enseguida se escabulle entre la multitud de cajas de obsequios. No dicen nada, no han dicho mucho en todos esos días, a menos que sus padres estuvieran cerca. La incomodidad es inevitable, es uno de los puntos de los que hablaron hace casi un año. Pero se prometieron que lo intentarían, así que lo hacen, justo ese día, en ese momento.

―¿Puedes abrir primero mi regalo? ―Anna dice. Tú asientes, porque de cualquier forma es el único que te interesa.

Tomas la caja morada que Anna te ofrece, no es tan grande. Quitas el listón y desenvuelves los pliegues, descubriendo un minuto después una caja de madera. Anna no se ha dejado de morder los labios para entonces. Sonríes ante su impaciencia; y cuando abres la caja, te encuentras con que está llena de fotografías. Algunas que ni siquiera recordabas. Las tomas entre tus manos y las revisas una a una, todas son de ustedes dos. Desde que eran apenas unas niñas hasta el día en que todo ocurrió. En la última foto, estás a punto de llorar, porque es la última que se han tomado y es justo en cama de Anna, que ahora estaba llena de escombro. Tal y como se encontraba su relación en esos momentos.

La pelirroja había tomado la foto como un recuerdo de que siempre estarían juntas, mientras hacían una lista de lo que estaba prohibido y lo que no hasta que sus días en la tierra terminaran. La foto era un arma de doble filo, recordarte que seguía queriéndote, que quizá siempre lo haría; y por supuesto, dejarte presente que aún tenían un acuerdo por cumplir.

Anna se deja caer en tu hombro.

―Te extraño ―susurra.

―También te extraño ―respondes, mirando al frente, viendo cómo Cooper alza una patita para tocar una de las luces navideñas―. Siempre.