Los personajes son propiedad de Rumiko Takahashi y la historia es de Raime Miller.

La Pasión de Sesshomaru

La Declaración

Sesshomaru elegía estratégicamente su asiento en el restaurante cada domingo. Se sentaba cerca de ella, justo detrás a ser posible, para así poder embriagarse con el aroma que desprendía. Y sabia que olor le envolvería, pues ya estaba familiarizado con su perfume. Flotaba hasta él aquella suave esencia a violetas que le excitaba y le tranquilizaba a la vez. Mientras esperaba el instante en el que pudiera deleitarse hasta con el más pequeño recoveco de su cuerpo, se conformaba con el sencillo placer de inhalarla.

El cuello era su lugar favorito. Le gustaba mirar el punto donde lo rozaban los mechones azabaches que se habían escapado de su peinado. Aquello le llevaba a disfrutar de salvajes fantasías, con ella como principal protagonista, en las que la imaginaba con su pálida piel desnuda, solo cubierta por aquellas gloriosas ondas. Se veía a si mismo peinándola y poniendo los labios en aquel sitio que quería saborear. Se recreaba en lo que supondría poseerla por completo. En lo suave y flexible que seria su cuerpo bajo el de él, duro y dominante, cuando se perdiera en su interior.

Desearla de esa manera no era para nada nuevo; la anhelaba desde hacia mucho tiempo. Kagome suponía, para él la perfección absoluta.

Pero a pesar que Kagome era perfecta, su padre era idiota. El señor Higurashi era un hombre débil. Habiendo buscando consuelo en los licores tras la muerte de su esposa, había llevado a su familia al borde de la ruina con su inclinación por la bebida y los juegos de azar. Aunque, para sus planes, los pasos que daba aquel hombre eran bienvenidos. A pesar que se consideraba una persona muy paciente, creía que no tendría que esperar mucho más. Sería el padre de Kagome quién inclinara la balanza a su favor.

Kagome notó un hormigueo en la nuca y lo supo; él tenía los ojos clavados en ella otra vez. Miro a su alrededor en cuanto finalizó su almuerzo. Sí, sin lugar a dudas. Allí estaba, observándola fijamente, como si quisiera obligarla a que buscara sus doradas pupilas.

Su padre le saludó con un educado gesto de cabeza.

- Buenos días, señor Taisho.

- Señor Higurashi. Señorita Kagome, está muy guapa hoy. – El señor Taisho fue amable con los dos, pero solo la miró a ella.

- Sí, señor, mi Kagome es muy guapa. Se parece a su madre. No encontrara muchacha más hermosa en toda la costa de Kamakura. - Se jactó.

Ella se sintió tan mortificada que quiso esconderse bajo una mesa del restaurante al cual asistían de manera tradicional cada domingo. ¿Por qué decía su padre ese tipo de cosas? Aquella indisimulada artimaña para ofrecerla a un hombre rico como Sesshomaru Taisho era realmente impropia. Sintió que enrojecía.

- ¡Papá, por favor! – Tiró del brazo a su padre para arrastrarlo lejos de allí, al tiempo que le dirigía al señor Taisho una mirada de disculpa con la que pretendía comunicarle sin palabras lo mucho que lamentaba aquella grosería de su progenitor.

- ¿Qué pasa, Kagome? ¿acaso no puede querer un padre lo mejor para su hija? ¡Ese hombre te admira! Deberías alentarlo, muchacha. – Manifestaba su opinión casi a gritos mientras ella le alejaba lo más rápido que podía. El señor Taisho tendría que estar sordo para no haberlo escuchado.

- ¡Shhh, papá! – siseó. Se prometió a sí misma que no acudiría a comer a ese lugar el domingo siguiente; no iba a poder sostener la mirada del señor Taisho después de una proclama tan bochornosa.

Sin embargo, algo la impulsó a darse la vuelta, sabiendo exactamente lo que le esperaba.

Él señor Taisho no se había movido del sitio y la observaba. En el instante en que lo miró, él sonrío como si hubiera estado seguro en todo momento de que ella se daría la vuelta.

El señor Taisho era, como mínimo, diez años mayor que ella. Hombre tranquilo y pausado, poseía un aire de misterio que sugería un carácter intenso, aunque lo disimulaba bajo el elegante comportamiento que correspondía a un individuo de su posición. Parecía poseer una sutil superioridad cuando entablaba negociaciones con otra persona, algo que, aunque no era perceptible en lo que decía o hacía, se intuía claramente. Ella lo consideraba bien parecido. Sus marcados rasgos atraían a muchas mujeres. Alto y esbelto, llenaba a la perfección los sacos de los trajes europeos. La piel era un poco más bronceada de lo que solía serla de los japoneses, con un matiz dorado que combinaba a la perfección con su pelo plateado y ojos dorados. Era, sin duda, muy guapo.

Pero, dejando a un lado cualquier atractivo masculino que poseyera, Sesshomaru Taisho no era para ella. Ningún hombre lo era.

No entendía por qué él se mostraba interesado en ella. Aunque su educación era todo lo respetable que se espera de una hija de un hombre acomodado, su situación económica se había vuelto un tanto delicada durante los últimos años. La pequeña fortuna familiar había desaparecido hacía tiempo; su padre la había malgastado en alcohol y juegos de cartas. Se estremeció al pensar al pensar en la cantidad de deudas que había contraído sus correrías por la ciudad.

Y, aun así cada vez que sus caminos se cruzaban, el señor Taisho mostraba una deferencia y cortesía exquisitas. Siempre se comportaba con educación, pero ella detectaba ciertas corrientes submarinas. Había algo en sus atenciones que la perturbaba mucho. Era como si él pudiera ver en su interior y leyera sus pensamientos. Cuando miraba en su dirección con aquellos brillantes ojos dorados, se sentía expuesta y vulnerable; a punto de ser devorada… por él.

Su mirada era tan penetrante que incluso era posible que él fuera consciente de aquella necesidad suya. Después de un encuentro con él, acababa estremecida, jadeante y muy confusa.

El padre de Kagome tardó todavía un mes en sumirse en la runa más absoluta. Aquello complació a Sesshomaru, pues ese hecho encajaba en sus planes como la última pieza en un puzzle.

Había invitado a padre e hija a un picnic veraniego en su casa. Comerían al aire libre y recogerían fresas silvestres. La ocasión sería una oportunidad única. Habría más invitados, por supuesto; varios amigos y vecinos como, el señor Miroku Akiyama, los Fujimoto, los Oshiro y los Hashimo.

Se sintió tan excitado ante el mero pensamiento de pasar tantas horas cerca de ella que controlar sus deseos se convirtió en todo un reto. Sí, la señorita Kagome Higurashi estaría en su casa ese mismo día y él era consciente de que la espera había terminado, sin duda, ella pensaría que solo esta acudiendo a un picnic, pero él tenía otros planes en mente para su Kagome.

··Si, suya··.

Su corazón se aceleró al pensarlo. Deseaba a Kagome y solo a ella, pues la consideraba perfecta, lo que impedía que pudiera fijarse en cualquier otra mujer. Ella le visitaba en sus sueños noche tras noche. Soñaba con poseerla, con reclamarla, con hacerle el amor. Se veía cubriéndola con su cuerpo, imaginaba lo que seria perderse en su interior… Aquellas fantasías se convertían siempre en escenas eróticas muy vívidas. Estaba tan obsesionado con ella que se veía asaltado por aquellos tórridos pensamientos incluso en pleno día.

Sesshomaru había regresado a Kamakura seis meses antes, después de años de ausencia. Durante aquella larga separación había llegado a pensar que había logrado olvidarse de Kagome Higurashi, pero supo que se equivocaba en el momento que volvió a verla.

Esperar a que creciera había resultado todo un sacrificio. La admiró durante años desde la distancia; Kagome siempre ocupaba un lugar en su mente, desde el que lo tentaba de manera despiadada. Ahora ella había madurado, convirtiéndose en una hermosa mujer que resultaba ser un buen partido para cualquier hombre, y estaba preparada para recibir una propuesta. Recordó su sedoso pelo azabache, sus magníficos ojos azules y su exuberante figura… Pero no eran todas las razones por las que se sentía atraído por ella.

Para empezar, no se lanzaba sobre él como tantas otras señoritas. Kagome Higurashi era una mujer complicada y él estaba seguro de que comprendía cual era la razón. Sí, esa joven poseía al más que belleza, mucho más.

Estaba seguro de que en su interior ardía un fuego que esperaba ser liberado. Y sospechado, además, que disfrutaría sometiéndose a él; que le atraería la idea de ser dominada. Para empezar, se había dado cuenta de que podía conseguir que clavara los ojos en él y que ella esperaba encontrar, sin duda, su mirada. La manera en que le observaba le fascinaba. Sus ojos ardían como brasas encendidas que estuvieran esperando que una ráfaga de aire las convirtiera en una llama.

Sí, no podía estar más seguro; una suave dominación sería bien recibida por su parte, y si eso era lo que Kagome necesitaba, él sería quien se lo daría. Le ofrecería todo aquello que ella deseara.

Kagome notó que le ardían las mejillas, pero solo podía imaginar el profundo color de su sonrojo. El señor Taisho estaba a su derecha, sobre la hierba, y ella sabía que estaba mirándola fijamente porque sentía un fuerte hormigueo en el cuello. Eso no era nada nuevo. Llevaban semanas jugando aquello, pero tenía a que ponerle fin ese mismo día.

Lo miró de solsayo. Sus ojos dorados brillaban con intensidad. Él le sonrió como si eso fuera lo que esperara, que ella desviaría la vista hacia su figura. Por esa razón trataba de clavar los ojos en cualquier otro punto.

- Hace un día precioso, señor Taisho. Ha elegido muy bien el momento en que celebrar el picnic.

- Sí…, es maravilloso – repuso él, deslizando la mirado sobre ella.

Kagome tuvo la impresión de que no estaba refiriéndose al clima y se sintió un poco tonta. Seria mucho mejor que se mantuviera callada antes de que salieran por su boca más disparates.

- Me alegro muchísimo de que esté aquí, señorita Kagome. Espero que esta sea sola la primera de otras muchas visitas.

Ella meneo la cabeza.

- Oh, no creo que…

- ¡Ha llegado el momento de que vayamos a recoger fresas silvestres! Son mas dulces si se recolectan cuando el sol está en lo alto – anunció al grupo la señorita Sango Fujimoto.

Considero que la interrupción de su más estimada amiga resultaba especialmente oportuna.

- ¡Sango! La fiesta es del señor Taisho y es él quien debe decidir – la amonestó su madre.

- No se preocupe, señora Fujimoto – se apresuró a decir Taisho, levantándose de la hierba-. No me siento ofendido en absoluto, y considero que la sugerencia de la señorita Fujimoto es muy apropiada. – Luego su voz adquirió un tono más profundo y pronunció las palabras más despacio-. Odiaría que la dulzura de las fresas se viera desperdiciada – concluyó, mirándola fijamente a los labios.

Ella tragó saliva al tiempo que pensaba que se encontraba en un buen lío.

- Sería una tragedia dejar que se perdiera ese dulzor.- Él le tendió la mano para ayudarla a levantarse-. ¿No cree?

No podía rechazarle, y menos delante de todo el mundo. El señor Taisho era su anfitrión y sería una grosería no aceptar su compañía. Tomó su mano y fue consciente de su cálido agarre. En realidad, era más que calidez… Su piel estaba ardiendo. Cuando él tiro de ella y la ayudó a ponerse en pie sin esfuerzo, notó que le llegaba a la altura de la barbilla.

No pudo evitar alzar la vista para volver a contemplar sus brillantes ojos. ¿Qué demonios le pasaba? No quería ser objeto del interés del señor Taisho. Sesshomaru Taisho la ponía muy nerviosa. La miraba de una manera que la hacia olvidarse de que no podía aceptar sus atenciones. Supuso que cada vez estaba más cerca el momento en el que tendría que decírselo.

Sin embargo, en ese instante tomó la cesta que él le ofreció y le observó mientas se apropiaba de otra para sí mismo. Antes de que supiera lo que pasaba, la estaba guiando por el camino, con los demás, había enlazado su brazo con el el de él.

··!Soy estúpida!··.

Sesshomaru se sentía en el cielo, o lo más cerca que llegaría a estar de alcanzarlo nunca. Había conseguido tener a Kagome solo para él durante un rato. Poco a poco la había ido apartando de los demás dirigiéndola hacia donde él quería, con idea de que así podría relajarse un poco. No se engañaba. Sabia que se mostraba tensa con él y se daba cuenta de que para que sus planes funcionaran tenía que ganarse su confianza.

Kagome siempre le había resultado fascinante. Admiró sus elegantes manos, observando cómo apartaba a un lado las hojas verdes para buscar los frutos rojos, y noto que separaba los labios un poco cada vez que encontraba alguna fresa escondida. El placer de contemplarla mientras comía algunas de las frutas fue un punto álgido para su libido. Tenía una boca muy hermosa.

- ¡Oh! Aquí hay una zarzamora de las grandes – murmuró ella.

Él salio de su ensimismamiento para mirar con atención la punzante planta, justo a la altura de su hombro.

- Las zarzamoras son tan salvajes como la maleza, brotan cada año en un lugar nuevo, así que no me sorprende. – Notó que se le habían soltado algunos mechones errantes del peinado y que una hoja se había enredado en su pelo, justo encima de la oreja.

··¡Delicioso!··

Quiso capturar el lóbulo con los labios, lamer aquel punto con la lengua y conocer de primera mano su sabor. ¿A qué sabría ella? Tuvo que concentrarse para decir algo coherente.

- Pero es demasiado pronto todavía para recolectar moras. El mejor momento será a finales de julio, es cuando su jugo resulta más dulce. Podemos volver entonces - le aseguró.

Ella se puso rígida y se giró hacía él con el ceño fruncido.

- Señor Taisho, no quiero que imagine que…

- Mis palabras son solo una invitación para recoger moras, señorita Kagome, y me gustaría que viniera si es lo que usted desea. Solo en ese caso- la tranquilizó con suavidad, desarmándola con su respuesta. Notó e intuyó al instante, que ella había lamentado su comentario. Lo supo con la misma certeza que si pudiera ver dentro de su cabeza.

- Por supuesto. –Ella deslizó sus ojos azules sobre su figura-. Por favor, olvide mi observación.

··Es imposible que olvide nada relativo a ti··.

Él estiró la mano, incapaz de contenerse. Iba a tocarla. Ella notó su intención y reaccionó dando un paso atrás, fiera de su alcance. La siguió hasta que arrancó con habilidad la pequeña hoja seca que se había quedado en su cabello.

La puso ante sus ojos.

- Se le había enredado en el pelo, ¿ve?

- ¡Ah! – La vio suspirar aliviada-. G-gracias, señor Taisho. Creo que será mejor que regresemos –Sugirió ella con suavidad, bajando la mirada.

El deseo de llevarla detrás de los matorrales y besarla hasta hacerla perder el sentido se apoderó de su mente, pero la cordura salió victoriosa.

- Como desee. –Le ofreció el brazo. No habían dado ni un paso cuando se escuchó el sonido de la tela rasgándose.

-¡Oh, maldición! ¡Se me ha enganchado el vestido en el matorral! –Ella se giró y trató de apartar el tallo espinoso de su falda.

- ¡Cuidado! No vaya a ser que…

- ¡Ay! –gimió ella.

- … se pinche.

La cesta de Kagome cayó al suelo cuando ella apretó la mano herida con la otra.

- A ver, déjeme echar un vistazo. –Tomó su mano para inspeccionarla. Había una enorme espina casi enterrada en la yema del dedo índice, una invasora línea negra en la pálida piel-. No se preocupe, yo se la quitaré. Quédese quieta y apriete el dedo entre otros dos. –Ella siguió sus indicaciones a la perfección y apenas se estremeció cuando él arranco la espina. Se formo una gota de sangre oscura en la punta del dedo.

No pudo evitarlo. Su mente y su cuerpo funcionaban como entidades independientes y reaccionó sin pensar concientemente cómo se tomaría ella su gesto. Antes de poder impedirlo, se llevó el dedo a los labios y chupó la sangre. El sabor metálico se esparció por su lengua y soltó y gemido… que fue seguido por el jadeo de horror que ella emitió antes de retirar el dedo.

- ¡Señor Taisho! –le regañó, mirándole con el ceño fruncido antes de inclinarse para recoger la cesta de fresas.

El esbozó una sonrisa de oreja a oreja y se inclinó para ayudarla a recoger los frutos rojos.

- Lo siento, le aseguro que no soy un vampiro.

Ella le lanzó una penetrante mirada.

- No parece demasiado contrito. Estoy segura que, si cambiamos de palabra por demonio, no haría ese comentario.

Ella parecía avergonzada y enfadada con él, y resultaba adorable que tuvo que contenerse para no abrazarla, estrecharla contra su cuerpo y apoderarse de su boca, Dado el humor de la joven, si hiciera tal cosa en ese momento solo se ganaría una bofetada.

- Fue solo para detener la hemorragia. Lamento mucho su herida –aseguro-. Ahora, si se queda quiera, intentaré desenredar ese tallo espinoso de su falda.

La respiración de Kagome se aceleró mientras él llevaba a cabo la tarea. Le obedeció y se mantuvo inmóvil, pero su exuberante figura se estremecía con fuerza bajo las capas de tela. ¡Dios! El sexo entre ellos sería… inmejorable. Se dijo a sí mismo que debía concentrarse en su meta. Y había llegado el momento de que ella conociera sus planes.

- Una vez que concluya el picnic, señorita Kagome, le he pedido a su padre que se queden un rato más. Tengo que discutir un asunto con él y me gustaría que usted también estuviera presente.

Ella asintió con la cabeza.

- Debemos regresar, señor Taisho. –Supo que ya no conseguiría nada más de ella…, por el momento.

- Por supuesto.

Kagome no volvió a hablar durante el resto de la fiesta. No le importó. Por ahora le bastaba con disfrutar de su cercanía.

…..LPS…..

- Aunque la cantidad a la que se ascienden sus deudas es ruinosa, Señor Higurashi, tengo una solución. Creo que la preferirá a acabar en la cárcel de deudores.

- ¿Qué puedo hacer por usted, señor Taisho? –El señor Higurashi articulaba mal las palabras, seguramente por culpa de la cantidad de vino que había ingerido a lo largo del día.

- Quiero que me conceda la mano de Kagome. –La expresión de la joven fue de absoluta sorpresa ante la propuesta. Abrió los ojos como platos, separó los labios y emitió un jadeo ahogado. Perfecto-. Pagaré sus deudas, le pasaré una asignación y Kagome ocupará una posición respetable y cómoda como mi esposa

- Por supuesto, señor Taisho. Tiene mi consentimiento. Kagome se casará con usted –convino ansiosamente el señor Higurashi.

- ¡No! ¡Papá, no puedes hacerme esto! – Kagome le miró. Sus ojos despedían chispas azules-. Señor, no deseo casarme con usted. Decidí hace mucho tiempo que el matrimonio no estaba en mis planes. Su oferta es muy halagadora, pero no puedo aceptar.

··Cariño, tus emociones te traicionan. Te equivoca s, yo tengo razón··

En aquel momento, con la espalda rígida, los ojos brillantes y las mejillas ruborizadas suponían una visión sin parangón. Sus pechos subían y bajaban con el ritmo de su respiración entrecortada; algunos mechones sueltos de su sedoso cabello ondulaban alrededor de su cara. Quiso apretar los labios contra su garganta y estrecharla contra su cuerpo. Ella podía insistir en que no deseaba casarse con él, pero no la creía. Solo tenía que ver la realidad, eso era todo. Podía conseguirlo. El arte de la persuasión era un don que poseía en abundancia. Supo por instinto que la mejor manera de llegar a ella era a través de su padre.

Bajó la voz para que sus palabras solo las escuchara ella.

- Señorita Kagome, ¿No resultaría un alivio deshacerse de sus problemas? ¿Permitir que sus preocupaciones y pesares estuvieran en otras manos? No quiero que se sienta presionada para hacer algo que no quiere, pero mi oferta es sincera. Ha llegado el momento en que debo casarme y siento una profunda admiración por usted.

Permaneció en silencio mientras ella tragaba saliva, viendo cómo palpitaba su pulso en la base de la garganta.

- Creo que usted también es consciente de ello y sabes que es la mujer mas adecuada para mí. Me encanta la manera en que comporta…, su disposición. No es una mujer avariciosa.

Miro con desprecio al señor Higurashi.

- Sin embargo, es mi deber advertirla de que la deuda de su padre es importante. En cuestión de días les echaran de su casa y él será conducido a la cárcel de deudores. Pero usted no tiene por qué padecer tan horrible destino. Odio pensar en que pueda verse sometida a tan rudas condiciones porque, sí, Kagome, usted tendrá que acompañarle para cuidarlo. ¿Es eso lo que quiere? ¿Prefiere ir a prisión que casarse conmigo?

Él dejó caer las preguntas con suavidad, sabiendo perfectamente cómo apelar a su necesidad de guía en ese difícil momento.

- Creo que preferirá casarse conmigo, ¿verdad, Kagome?

- Señor, ¿Por qué me hace esto? –ella meneó la cabeza con incredulidad.

··Porque debes ser mía··

- Usted me agrada, Kagome. Es hermosa y elegante, conoce su deber. Siempre hace lo más adecuado en cada ocasión. Es una buena persona, incapaz de decepcionar a nadie.

Ella le miró. Silenciosa, solemne y absolutamente magnífica.

- No me decepcione, Kagome –susurro con suavidad.