9:21 a.m.

—He hecho que Bobby llame al abogado que llevó la apelación de Castiel —dice Sam—. Anna Lawrence. Está de vacaciones en Nuevo México ahora mismo, pero volará hacia aquí tan pronto como pueda.

Dean asiente. Está en el asiento del pasajero en el coche de Sam y desliza su pulgar distraídamente a lo largo del cinturón de seguridad.

—Más tarde iremos, iremos a comisaría —dice Sam—. Le he dicho a Harvelle que nos veríamos allí con ella y Garth. Jody se ha eximido a si misma de la investigación, pero siguen usando el resto de las fuerzas del condado; estarán operando allí hasta que las cosas se calmen. La policía del estado quiere tomar parte, así que supongo que los agentes pronto traerán la sede.

Dean vuelve a asentir. Entonces presiona el pulgar con más fuerza contra el cinturón de seguridad, dejando que el tenso borde de la correa se hunda en su piel. —Ya sabes, solía odiar cuando los sospechosos se escudaban en los abogados.

Sam le mira rápidamente, luego vuelve su mirada hacia la carretera. —Papá también lo hacía.

Dean traga el apretado nudo en su garganta.

—Seguramente ese el por qué me convertí en abogado defensor —admite Sam—. Creo que mientras crecía tenía esta fantasía de estar en una sala de interrogatorios con él, cortando su rutina de intimidación a lo macho-man con retórica legal, siendo más listo que él… —sacude la cabeza y resopla mientras entra en el aparcamiento de la prisión—. Era estúpido.

—Odiaba ser sheriff —Dios, sienta bien decir las palabras en voz alta.

Sam aparca el coche, y mira a Dean. —¿Qué?

Dean sonríe ante la absurdidad de ello. —Odiaba ser sheriff, Sammy. Me encantaba ser agente, pero tan pronto como me puse la estrella… arruinó mi vida. Era demasiado. Tomé el trabajo de corazón, y arruinó mi vida. Mis relaciones, mis amistades… bueno, lo viste por ti mismo.

—Eres un adicto al trabajo —dice Sam en voz baja—. Solo necesitas encontrar el equilibrio.

—Lo encontré —dice Dean—. Lo que Cas y yo hacemos ahora para Jody… es el equilibrio.

Sam se muerde el interior del labio y mira por la ventana. —Sabes que eso no es verdad, Dean.

Dean frunce el ceño. —Sí que lo es.

—Sigues bebiendo demasiado —argumenta Sam—. No tienes más amigos además de tu compañero de piso. No has tenido una autentica relación amorosa con…

—Sabes que, este no es el momento ni el lugar para esta discusión —corta Dean con rabia—. Quizá el próximo sábado puedes presentarme un bonito Powerpoint sobre "Mierdas que Dean hace mal" pero ahora mismo tenemos trabajo que hacer.

—No estoy intentando criticarte —lanza Sam—. Simplemente me niego a fingir que tienes la vida resuelta…

—¡Nunca he dicho que la tenga! —Dean desabrocha su cinturón de seguridad y se lo quita con rabia—. ¡Y la última vez que lo comprobé, Sr. Perfecto, tenías tus propios asuntos que resolver en tu propia vida!

El rostro de Sam cae en una fea mueca. —¡Tú no sabes nada de lo que está pasando en mi vida!

—¡¿Y de quién es la culpa?! —exclama Dean—. ¡Porque yo lo he estado intentando, Sammy, y no consigo que me cuentes nada!

—¡Oh, dame un maldito respiro! —Sam desabrocha su cinturón de seguridad—. Haces una cuantas bromas a mi costa y sueltas un par de copas y ¿eso es intentarlo? ¡Ni siquiera puedo recordar la última vez que tuve una conversación sobria contigo, Dean!

—¿O sea que esto va de mi bebiendo? —demanda Dean—. ¿Eso es en lo que te vas a centrar ahora? ¡Tú no eres exactamente un abstemio, amigo! Y aún más importante…

—No tengo que ser un abstemio porque puedo aguantar una maldita película…

—Más importante…

—… y no llevo una petaca más a menudo de lo que llevo una corbata…

—¡Cállate! —grita Dean—. ¡Cállate! ¡Y escucha!

Sam finalmente para de hablar.

Dean toma un profundo aliento, e intenta usar un tono de voz estable. —Más importante, no tenemos tiempo para rebuscar todos los trapos sucios de la familia ahora mismo —mira por la ventana, y pone la mano en la maneta de la puerta—. Tenemos que entrar en la prisión y descubrir por qué un demente lunático desmembrador de niños está inculpando a mi mejor amigo por asesinato.

Sam mira a Dean, y es una mirada dura, un inquebrantable ceño fruncido. —Dean —dice—, si voy a ser tu abogado, vas a tener que empezar a ser mucho más honesto conmigo.

Dean parpadea. —¿De qué estás hablando?

Sam toma un profundo aliento y suspira lentamente, dejando descansar sus muñecas en el volante. —Sé que Cas no es solo tu amigo.

Todo el cuerpo de Dean se tensa, y su mano se aprieta alrededor de la manecilla de la puerta antes de que pueda evitarlo.

Su instinto es huir. Huir por la puerta y nunca mirar atrás y nunca frenar y nunca contestar las preguntas que sabe que Sam está a punto de hacer, dejar atrás su acelerado corazón y la película de sudor frío a lo largo de la línea del pelo. Quiere negarlo todo y renunciar a todo el mundo, ya tiene una mentira en la punta de la lengua, su instinto va tomando forma donde sus dientes tocan su labio inferior, una sonrisa preparada estirando bajo la piel de sus mejillas. Lo único que le detiene es todo lo que está en juego.

Sabe lo que Sam va a pensar, pero… se lo debe. No puede pedirle a su hermano que ponga en riesgo su reputación sin ser sincero con él.

—Tienes razón —dice Dean—. Es más que un amigo.

La nuez de Sam sube y baja. —¿Cuánto más?

—Todo. Todo ello.

Sam cierra los ojos. Dean puede ver la frustración dilatarse en sus orificios nasales, la rabia y decepción y… traición.

—¿Por qué no me lo dijiste? —pregunta Sam—. ¿Por qué me mentiste a la cara cuando te pregunté si teníais algo?

—Porque en aquel entonces no lo teníamos —protesta Dean, su rostro calentándose—, no hasta hace muy poco, o supongo… Quiero decir, supongo que empezó antes de eso, pero yo no lo sabía, y… —sus palabras salen atropelladamente, torpes y vacilantes, pero se obliga a continuar. Se pasa la mano por los ojos e inclina su cabeza y murmura—. Sam, dormimos juntos por primera vez anoche.

Hay un largo e infinito momento de silencio.

—Mierda —dice Sam.

Dean se pellizca el puente de la nariz. —Sí.

—En serio, eso es… —Sam suelta una carcajada y se pasa una mano por el pelo—. Dean, eso es posiblemente el peor alineamiento de circunstancias del mundo. Estamos muy jodidos.

—¡No, no lo estamos! —suelta Dean—. ¡Esto no sale de este coche! ¡Nunca! ¡Nadie más tiene que saberlo!

Sam deja caer su frente contra el volante con un golpe y suelta un quejido. —Solo podemos esperar. Esperar y rezar y hacer sacrificios a los dioses paganos para que el FBI no se entere.

—Si él fuera mi novia no le importaría a nadie—refunfuña Dean.

—Si él fuera tu marido, no le importaría a nadie —argumenta Sam—. Bueno, excepto a mí, a mi me... pero de todos modos el punto es, no es la parte gay, es la parte nueva. No tienes una relación establecida. No tienes una amistad objetiva, tampoco. No puedes hacer el papel de pareja o el de testigo, porque quedarías como parcial o ingenuo.

—Como ya he dicho —le interrumpe Dean, poniendo los ojos en blanco— el Powerpoint puede esperar. Tenemos un asesino al que interrogar. ¿Vamos a hacer esto o vamos a hacer esto?

Sam mira pensativamente al grisáceo edificio de la prisión. —Vamos a allá.

El conjunto de teléfonos y ventanas de plexiglás está vacío excepto el del fondo. Dean está sorprendido de que nadie más tenga visita el día después de Navidad hasta que se da cuenta, la habitación ha sido vaciada expresamente.

El fornido guardia que los escolta se da cuenta de que Dean ha notado el vacío. —No nos gusta que los otros presos traten con él —dice—. Normalmente se encuentra con sus visitas en una de nuestras salas de conferencias.

—¿Entonces por qué nosotros nos estamos reuniendo aquí con él? —pregunta Sam.

El guardia mira a Dean, y luego mira a Sam de vuelta. —El FBI ha estado aquí. Han pasado cosas esta mañana. Está sala es… más segura.

Dean empieza a recitar mentalmente todas las palabras malsonantes que se le ocurren. — ¿Ya han estado aquí?

El guardia asiente. —Vinieron a hablar con el Sr. Goodwin.

Sam deja escapar un quejido e inclina la cabeza levemente. —Vale. Está bien. Está bien. Aunque, dime, ¿cómo se supone que vamos a hablar con él solo con una línea telefónica?

El guardia se encoje de hombros. —¿Turnándoos?

Lo discuten entre los tres, y se decide que Dean hablará con Lucas, y Sam se sentará en la sala de monitores y escuchará; la prisión también le dará una copia de la grabación de la conversación.

Dean se sienta en la silla de plástico. Es verde espuma de mar y horriblemente fea, y al otro lado de la gruesa ventana de cristal, Lucas está sentado en otra exactamente igual. El pelirrojo se ve diferente a como se veía la última vez que Dean lo vio, cuando fue arrestado por el asesinato de Kenny Whidbey. La declaración de culpabilidad, la confesión del crimen, sin juicio, y luego unas semanas después llegaron las otras confesiones, confesiones de los anteriores asesinatos, de todo, de todo ello. Este es el hombre que atrajo niños fuera de sus columpios, quien cerró sus manos alrededor de sus pequeños y suaves cuellos y los retorció hasta quebrarlos, quien estrujó sus regordetes deditos entre un par de cuchillas de tijeras hasta que rompió incluso el hueso, quien abrió una navaja y vació la cuenca de sus ojos, quien llevó una palanca a través de sus barrigas, bajo sus esternones, y rompió sus cajas torácicas y retorció sus huesos hacia atrás de modo que sus resbaladizos órganos se exhibieran relucientes.

Este hombre.

Ahora está más delgado, una barba desaliñada enredándose en su barbilla, y no mira a Dean a los ojos. Parece… débil. Patético. Avergonzado.

Dean coge el receptor, y ve como Lucas hace lo mismo.

—Hola —dice Lucas.

Dean no dice nada.

Lucas se aclara la garganta, y sonríe nerviosamente. Sus ojos vagan de un lado a otro del rostro de Dean. —Creo que sé para qué estás aquí. Acabo de tener una visita de dos agentes federales.

Dean no puede hacer nada excepto mirarle fijamente. No dice una palabra.

—Te diré lo que les he dicho a ellos —Lucas exhala pesadamente y se hunde un poco en su silla—. No he sido… enteramente sincero sobre las circunstancias de los asesinatos. Es un tema difícil para mí de tratar, lógica y emocionalmente, y he escondido cosas, y… protegido gente. Pero he estado trabajando en un libro, mi biografía, y creo que encontrarás todo lo que quieres saber ahí.

—¿Cuál es tu objetivo? —pregunta Dean.

Lucas cambia de posición en la silla. —¿Mi… objetivo?

—Cuando incrimines a Cas por asesinato, y hagas que le encierren en la cárcel para siempre —Dean mantiene su tono tranquilo y casual, pero sabe que Lucas puede ver la fuerza con la que está sujetando el receptor—. ¿Qué consigues con esto exactamente?

Lucas retrocede. —No estoy incriminando a mi hermano Castiel, Dean. Es solo gracias a mi que el siquiera está libre de…

—Para con las gilipolleces —Dean se inclina hacia delante, su sangre palpitando en su sien y su pulso punzándole tras sus ojos—. No eres un estafador callejero o un peón. Matas por diversión. Solo quiero saber donde está ahora la diversión.

—Yo no…

—Eres un jugador, Luke, y estás jugando con todo el mundo. Te gusta pensar en ti mismo como un titiritero, ¿verdad?

El rostro de Lucas es una máscara de confusión e indignación, pero un extraño brillo resplandece en sus ojos.

—Te gusta tirar de las cuerdas y vernos a todos bailar.

En la comisura de la boca de Lucas, una sacudida.

—¿Pero por qué estás tirando de estas cuerdas en particular? —pregunta Dean, la adrenalina corriendo por cada nervio, hormigueando inmediatamente por su piel—. ¿Por qué Cas? Es tu hermano. Sé que no le quieres porque un despreciable trozo de mierda como tú es incapaz de querer, pero ¿Por qué le odias? Estuviste libre durante seis años gracias a él.

La momentánea luz en los ojos de Lucas se apaga, y su rostro se convierte en una fría mirada fija de vacía ignorancia.

¿Por qué? —exige Dean—. ¿Por qué estás haciendo esto?

Una oscura sombra trepa por la expresión de Lucas, y su boca se curva en una sonrisa. —Mi hermano tiene sus propios trapos sucios, Dean —dice—. Deberías haberlo considerado antes de empezar a follártelo.

Por un momento, el tiempo se detiene.

El sonido se detiene.

Todo se detiene.

Y entonces Dean se levanta, y echa su brazo hacia atrás,

y estampa su teléfono contra el plexiglás.

—¿POR QUÉ? —grita tan fuerte como puede—. ¿POR QUÉ?

La puerta del lado del cristal de Dean se abre de golpe y dos guardias le cogen cada uno de un brazo.

Lucas sonríe.

¡Vas a morir aquí! —brama Dean mientras le arrastran fuera de la habitación. Sabe que Lucas no puede oírle, y no le importa—. ¡Vas a morir en la cárcel, maldito hijo de puta!

En la sala de monitorización, Sam se pasa la mano por la barbilla y observa como dos hombres enormes aguantan a su hermano contra la pared del corredor.

El guardia mirando la pantalla con Sam se ríe. —Pobre chico. No es el primero que intenta pegar a Lucas.

—Lucas ha dicho que está trabajando en una biografía —dice Sam—. Me gustaría ver una lista de las visitas que ha tenido durante los últimos meses.

—Puedo conseguírtela —dice el guardia, clicando y tecleando en su ordenador—. Dame tu tarjeta y puedo enviarte una copia al mail. Pero también puedo decirte ahora mismo quien está escribiendo su libro: su nombre es Margaret Masters, una chica mona, una que escribe novelas de auténticos crímenes. Viene a verle todas las semanas.

Sam saca sus tarjetas de negocios y le pasa una al guardia. Entonces rebusca en su chaqueta en busca de un bolígrafo y apunta el nombre en la parte de atrás de otra tarjeta, y la guarda en su bolsillo. —Gracias. Tendré que buscarla…