"Infatuation"

Capítulo I.

«Miroirs jumeaux»

To write sin on your arms.


"(…) Un soir fait de rose et de bleu mystique,
Nous échangerons un éclair unique,
Comme un long sanglot, tout chargé d'adieux;

Et plus tard un Ange, entr'ouvrant les portes,
Viendra ranimer, fidèle et joyeux,
Les miroirs ternis et les flammes mortes".

Charles Baudelaire. «La Mort des Amants». 1857.


Ciel P.O.V. –

No me arrepiento de absolutamente nada. Si pudiera tomar esta noche, este instante, y huir con ellos para siempre, ¿te aferrarías a mí? ¿Qué significan "pecado" y "absolución"? ¿Alguien llora por nosotros, más allá de la tumba? Mamá y papá duermen bajo tierra; se han transformado en polvo, sin alma ni recuerdos. La infinitud no existe; pero encontré algo más terrible que la luz; más perpetuo que la comunión con Dios. He descubierto un milagro en los ojos del mal. Lejos, donde no llega la música, un ejército de ángeles reclama mi condena. Tal vez merezco el castigo; y sólo en la agonía sepa purgar mis culpas. No obstante, poco me importan el bien y sus furiosos gusanos. ¿Cómo logran convertirse el amor, la intimidad y el tiempo, en simples criminales? Soy un pésimo poeta, quizás, pero en un segundo, toqué el cielo.

Sebastian agarró mi talle, y de un momento a otro acabé de espaldas contra la pared. No supe articular un grito, ni deshacer el nudo que se formó entre los dos. Alcé la mirada, temblando, y sus pupilas sangrientas se clavaron sobre mí. Maldita sea; ¿¡quién eres; y por qué mi corazón da un brinco suicida? Acaba con mi tormento, de una vez por todas.

– Te has escrito mi nombre en la muñeca… – susurra el Diablo; y su voz penetra en cada poro, cada rincón de mi ser –.

La rabia me consume por dentro, e inconscientemente, dejo escapar un suspiro.

– Es para no olvidar… – le confieso, entrelazando mis manos en las suyas –… mis votos nupciales –.

Afuera, la ciudad arde en llamas. El fuego que emana de estas palabras es tan voraz, que se traga al mundo.

– Recítalos ahora... – me exige, envolviendo mi silueta en sus brazos –… que nadie más puede escucharte –.

Es tanta la soledad del infierno, que mi respiración lo atraviesa de principio a fin.

– Voy a pronunciar cada línea, de memoria… – le prometo, y hasta el más ínfimo gramo de lucidez se borra de mi cabeza –… ¿quieres leerlos conmigo, Sebastian? Deshazte de todas mis prendas, de la cintura hacia arriba… –.

Confuso, el mayordomo me observa; y acaba por sonreír. Estamos cometiendo una herejía; pero a ninguno de los dos le interesa qué ha de suceder mañana. Los sirvientes deambulan por los pasillos, ajenos a nuestra travesura; o quizás no alcanzan a vernos. Quedaron ciegos, de tanto pavor. He aquí lo que comprendo, secretamente, por "matrimonio". No se trata de un acto legal, mucho menos divino. Hay un profundo significado en nuestros dedos, que se unen, y magia, casi negra, en cada gemido que escondo por él. Sebastian y yo, a solas, sin más testigo que el silencio. Toda ceremonia es, en sí, una puesta en escena, un espectáculo estéril. Pero acá estamos, de pie, en un complot simplemente humano.

Y quisiera gritar de pánico, mientras él me desnuda. Desata mis lazos, desabrocha los botones; el abrigo oscuro resbala al suelo. ¿Cómo es posible que nadie nos sorprenda? ¿Adónde se han fugado las hormigas, los peones? Me entran deseos de cantar; una embriaguez exquisita se apodera de nosotros. Con cada pieza que cae, me voy elevando más y más en el vacío, y Sebastian revela una nueva oración. Le estoy entregando, con locura, todos los fragmentos que hacen de mí un poema viviente. Traigo, debajo de esta camisa arrugada y sucia, una carta plasmada en mi piel.

– "Quiero destrozarte los labios…" – murmuro, y las plegarias inundan el paraíso –"… para que no le arranques el alma a nadie más; y quede mi existencia grabada en ti hasta el último de los días; cuando ya la Tierra haya envejecido…" –.

Me quebré en pedazos cuando sentí, como un ascua hirviente, el borde de su lengua. Segundos tardó el vino en recorrer mi ingle; luego trepó por mis nervios hasta agitar mis párpados. Sus garras estrujaron la tela sobre mis muslos. ¿Vas a devorarme justo aquí, sin permitirme otra excusa que no sean mis tristes ojos azules? Estoy de acuerdo.

– "Tendremos lechos llenos de ligeros olores; divanes tan hondos como sepulcros…" – me responde el demonio, apelando a un viejo amigo que solía retratar a las flores en sus pergaminos obscenos –.

Desesperado, intento agarrarme a las cortinas. Sus colmillos resplandecen bajo las velas. ¿Dónde se han metido los estúpidos sirvientes, que tan fácil estropean mi monótona rutina? ¿Me han oído sollozar? ¿Temen por mi inocencia?

– "Sostenme en tu pecho, hasta que las Parcas mutilen mi destino…" – le volví a suplicar – "… no permitas que la vejez marchite mis fantasías; destrúyeme pronto, ahora que soy sólo un adolescente, y desconozco toda señal de intrascendencia. Quiero que seas tú, mi única noción de eternidad. Te acecharé en sueños, te visitaré mañana… ".

Uñas de lagarto se entierran en mis costillas. Goethe, Maupassant, Novalis, Coleridge; ¿a cuál de ellos lo amó una bestia; a cuál lo acogió Lucifer como un auténtico aprendiz? Incluso hoy, se sabe que los genios mastican a sus coetáneos; jamás ha sido al revés. ¿Quién domestica al lobo feroz? Nosotros; las dichosas generaciones que sobreviven al artista fantasma. ¿Por qué rayos sigo cavilando sobre literatura, en lo que mi amante afila sus colmillos?

–"… y en los estantes, rosas insólitas, abiertas para nosotros bajo cielos más bellos…" – me canta, y nos duele en el pecho esa vileza maldita que seduce a los locos, que envenena a los santos – "…empleando a porfía sus últimos ardores, nuestros corazones serán dos grandes antorchas…" –. Dios, ¿por qué has cometido tantas desfachateces?

– Yo reconozco estos versos… – confesé, ebrio de todos los males que nacen y mueren en las tinieblas, haciéndole cosquillas al Diablo –… "La Muerte de los Amantes", si no me equivoco… –.

– Tú jamás te equivocas… – me objetó, restregándose desesperadamente contra mi pecho, tratando de abrirse paso entre la carne y las costillas, como una lamia que trata de roer hasta el final, de acabar con todo –.

Le besé con tanta angustia, una y otra vez, deseando que el mal y la muerte no existieran. Quería entregarme a él como se entregan los pecadores a la horca ingrata: sacudido por la demencia. ¿Cómo puedo traicionarle? ¿Qué será de este roto cuerpo –al amanecer, en breve–, cuando tenga que recostarse en el lecho nupcial; cuando ella, mi terrible novia, afloje el cordón que amarra sus piernas limpias? ¡No resisto la idea de tocarla, poseerla; ni ahora ni nunca!

Entonces, pongo la verdad ante mi pérfido juez. Sus ojos me observan, perplejos, aterrados. Oh, ya lo comprendo. Esta, Satán, esta pasión mortífera y tenebrosa: ¡nos consume a los dos, con la misma fuerza!

–… será con un acto de sublime locura, que se consumen los votos de un matrimonio negro… –.

Ava Satani. Amén.