"No era lo esperado"

1- Bomba de tiempo

Las horas habían pasado, lo sé, pero, ¿Cuántas?, ¿Qué hora era? ¿Había dormido? Un rayo de sol cruzaba por la ventana y me pegaba directamente en los ojos, me sentía agitado, como cuando despiertas después de una pesadilla. Me moví un poco y sentí como las sabanas estaban pegadas a mi cuerpo por el sudor, parecía que en Gravity Falls cada verano era más caluroso que el otro, o tal vez era que me estaba volviendo loco, la verdad, no lo dudaría. Me lleve los brazos a la cara y me cubrí con ellos. ¿Qué había soñado? Sé que debió de ser importante, pero, ¿por qué no logro recordar?

–Rayos–susurré.

En esos momentos mi cabeza daba vueltas, Dipper Pines, ¿Qué sucede contigo? Di media vuelta y de la mesita que estaba junto a mi cama tome mi diario personal, estaba justo al lado del diario del misterio, el número 3. Lo tome y lo abrí donde había dejado el separador con la pluma y comencé a escribir aun un poco somnoliento.

"Cada verano que habíamos pasado en Gravity Falls a partir de los 12 años había sido diferente, divertidos y un tanto dramáticos. Mabel y yo cambiábamos con cada día que pasábamos en el pueblo y regresábamos a la ciudad extrañando las aventuras y aburriéndonos en la escuela, bueno, no me puedo quejar de las clases de historia y literatura, esas asignaturas eran mis favoritas. Mabel odiaba casi todas las asignaturas, solo las clases de arte eran las que la salvaban, ya que, todo lo que queríamos estaba aquí, nuestros sueños, las aventuras, el misterio y cosas sobrenaturales por encontrar. Los adolescentes normales nos parecían aburridos, cuadrados y tontos..."

–Diiiiipper–gritó Mabel entrando a mi habitación.

– ¡AHH!–grité asustado sentándome de golpe en la cama y cerrando el diario en menos de un segundo y arrojándolo debajo de las sabanas.

Desde los quince no compartíamos habitación, ni en la cabaña del misterio y mucho menos en casa. El tío Stan lo veía como un desperdicio de espacio, pero mamá insistió hasta el cansancio y esa era la condición para dejarnos venir en los veranos.

Mabel corrió a abrir las cortinas de tela amarillentas por el tiempo y toda la habitación quedo iluminada.

– ¡Agh!–me queje–Mabel, ¿qué te sucede?–grité. Ella río.

–El día esta hermoso Dipper, debemos salir a hacer algo al bosque.

– ¡Mabel! sal de mi habitación–ordene dije cubriéndome con las sabanas.

– ¿Por qué?-preguntó ladeando la cabeza desconcertada.

– ¡Porque solo estoy en ropa interior, por eso!– grite apenado. Mi hermana enrojeció.

– ¡Oh por Dios Dip! Lo siento– se llevo las manos al rostro y se cubrió los ojos con ellas–.Ya no veo–anunció–, todo es negro ahora, puedes seguir con tu desnudes hermano–camino a la salida aun con las manos en los ojos–. Sigo sin ver–siguió caminando

–Mabel cuidado–grité.

Solo se escucho un sonido en seco y ella ya se había golpeado con el marco de la puerta.

– ¡Auch¡–se quejo.

–Tonta–susurré.

–Sigo sin veeeer, con un pie adolorido, pero sin ver–canturreo en el umbral de la puerta.

–Ve un momento a bajo, me visto y vamos a desayunar juntos.

– ¡Panqueques para el desayuno!–gritó emocionada quitándose las manos de la cara, dio media vuelta y salió corriendo rumbo a las escaleras.

– ¡Baja con cuidado!–grité.

– ¡Si!–respondió.

Sentía las mejillas aun enrojecidas. Dieciocho años y Mabel tenía esos ademanes de vez en cuando de seguir siendo la misma niña de doce años que corría por todo Gravity Falls con suéteres llenos de brillo, lentejuelas y gatitos. Suspire. Aleje las sabanas, tome el diario y lo volví a colocar en la mesita de noche. Luego con más calma seguiría escribiendo.

Me pare de la cama y me estire, después de eso me dirigí a mi armario y toma una blusa roja con cuadros negros y unos jeans. Digamos que mi estilo no había cambiado mucho, seguía siendo bastante cómodo y simple, aunque claro, ya no más gorra, ahora utilizaba lentes de sol negros. Me acerqué a la cómoda y tome unos calcetines y me agache para tomar unos converse negros. Me vestí, me puse los converse y antes de salir de la habitación tome el llavero de gato que me regalo Mabel (sí…por eso de que estornudo como gatito) y el diario numero 3, lo metí dentro de la camisa (viejas costumbres que jamás perdería) y guarde las llaves en el bolsillo trasero del pantalón. Salí de mi habitación y me dirigí al cuarto de baño, para lavarme la cara y los dientes.

En la sala se encontraba Mabel esperándome, mientras veía la televisión con uno de los programas tontos del canal local de Gravity Falls.

–Hola de nuevo–salude. Mabel voltio a verme y apago el televisor.

–Te tardaste mucho Dipper–se quejo.

– ¡No es cierto!- Me dirigió una mirada de molestia.

–Okay, tal vez un poco–sonreí.

–Como siempre.

–Pero bueno–me acerqué a ella–, ya estoy aquí, así que vamos a desayunar.

Mabel asintió sonriente y de un salto ya estaba a mi lado.

–Vamos–me dijo dándome un golpecito en el hombro.

Salimos de la cabaña y nos dirigimos al coche antiguo de color rojo vibrante del Tío Stan.

– ¿Traes las llaves?–preguntó Mabel.

–Por supuesto-respondí mientras le quitaba el seguro al coche.

–Eso nunca se te olvida ¿verdad?–dijo en un tono burlón subiendo al asiento del copiloto.

–Sabes que no–respondí subiéndome al asiento del piloto.

Ambos nos pusimos los cinturones de seguridad y puse el coche en marcha.

El verano en el que teníamos quince años, el tío Stan decidió que era hora de que aprendiéramos a manejar, Mabel era una conductora innata, con las primeras dos clases ella ya podía ir y venir por las calles y todo estaba bien, conmigo...amm, conmigo fue otra historia, leí miles de manuales, aprendí las reglas de manejo y digamos al principio me alteraba mucho a la hora de toparme con otros coches, la solución de Stan, fingir que mientras manejaba tuvo un ataque cardiaco y tenía que llevarlo al hospital urgentemente a menos que quisiera matarlo. Después de eso...me volví todo un profesional del volante, claro que al llegar a la ciudad a mamá casi le da un ataque cuando Mabel y yo tomábamos el coche a escondidas para ir por helados o al cine. Baje los vidrios un poco para que hubiera ventilación y eché el coche en marcha.

Mabel encendió la radio y al ritmo de una canción setentera (porque al parecer Gravity Falls se quedó estancado en la música de esa época) comenzó a cantar a todo pulmón.

–Vamos Dipper, canta conmigo–dijo con una sonrisa en el rostro.

–Pero no me sé la canción Mabel–mentí.

–Claro que sí mentiroso–Rayos, lo había recordado–. Es la canción que cantamos con el Tío Stan la noche en la que casi nos matan los zombies por tu culpa.

– ¿Gracias? Mabel soltó una risita.

–Lo siento, además, eso fue hace mucho, teníamos 12, solo si buenos y viejos recuerdos, así que–se acercó a mi oído y se me puso la piel de gallina ¿Por qué demonios me hacia eso?

– ¡Canta!-gritó.

– ¡Ahhh!–grité asustado y dirigiéndola una mirada de "Te voy a bajar del coche"–No vuelvas a hacer eso–dije con un tono serio.

Al parecer como lo dije, le entro por un oído y por el otro, porque solo se removió en su asiento y soltó una risita de niña picara.

–Entonces cantaaaa–estiro el brazo y le subió el volumen al estéreo y se puso a cantar como loquita. La mire divertido por un segundo, era difícil enojarme con ella. Y sí...me puse a cantar "Reinas de la media noche" a todo pulmón con ella, y no fue la única, seguimos cantando todo el camino hasta llegar a la cafetería.

Siempre que teníamos la oportunidad veníamos a desayunar aquí, nos encantaba. No era precisamente una cafetería cinco estrellas pero los recuerdos que teníamos aquí valían más que eso.

– ¿Ya sabes que vas a ordenar?–preguntó mi gemela.

Levante la mirada del menú y Mabel estaba haciendo una figura con una servilleta de papel

–Sí, creo que ordenaré panqueques con una ración extra de jarabe de maple y un café.

–Una elección muy sabia hermano, muuuuy sabia. Eres todo un visionario. Reí.

–Los hermanos misterio siempre son sabios–dije y le guiñe un ojo. Mabel sonrío de oreja a oreja.

– ¡Dipper! Hace mucho tiempo que no decías eso–el tono de emoción de su voz era indiscutible-que lindo que lo recordaras.

–Esas cosas jamás se olvidan–sonreí.

Ordenamos lo mismo, solo que Mabel en lugar de café pidió una malteada de chocolate con crema batida. En menos de cinco minutos una orden de panqueques humeantes estaban en nuestra mesa. Un desayuno digno de Dioses. Mabel desayunaba con una sonrisa de victoria en el rostro. Amaba aquella sonrisa. Me encantaba que algo tan simple pudieran hacerla sentir feliz.

– ¿Están ricos tus panqueques?– Asintió y le dio un sorbo a su malteada.

– ¡Son lo más delicioso Dip! Podría vivir solo de estos pequeños amiguitos deliciosos.– Tomo el tenedor y se llevó un gran bocado de panqueques a la boca.

–No te atragantes Mabel, te puedes ahogar.

–Puff–me dio un golpecito en la nariz con la mano–. Si no morí cuando me atragantaba de dulces con los frenos, sin ellos soy in-ven-ci-ble.

Le di un trago a mi café y fije mi mirada en la ventana. Una camioneta ultimo modelo se estacionó al lado de nuestro coche y entre un poco en pánico...todo menos ella. De la puerta del copiloto se bajo una muchacha demasiado maquillada y del lado del conductor una joven con apariencia plástica y con humor de bruja, Pacífica Northwest.

– ¿Dipper?, ¿Estas bien? ¿Te mordiste la lengua como en la cena? ¿Te esta saliendo salpullido?

–Sí. No. Espera. ¿Qué? Argh–me di un golpe con una mano en la frente y con la otra señale la ventana. Mabel dejo caer el tenedor sobre la mesa.

– ¿Pacifica? ¿Qué demonios hace ella aquí? –dijo aun sin quitar la vista de la ventana.

–No tengo ni idea.

–Dipper–volteo a verme–. Por favor vámonos–me tomo de la camisa y la jalo.

–No Mabel, tú amas desayunar en este lugar y no tenemos porque irnos, menos por una tonta, además, ya han pasado dos veranos desde la ultima vez que se vieron, no creo que siga siendo la misma tipa malcriada e inmadura.

–Ese tipo de gente nunca cambia Dipper, recuerda lo que sus padres te hicieron hacer en la mansión Northwest, por favor vámonos–dijo nerviosa.

–Tranquila-la tome de la mano y le di un apretón–. No va a pasar nada.

Mi gemela tomo un mechón de cabello y se lo llevo a la boca, siempre que esta nerviosa lo hacia. Me dispuse a seguir tomando café cuando escuche como el ruido de unos zapatos de tacón se dirigían en nuestra dirección.

–Bien, bien, bien, ¿Qué tenemos aquí? A los famosos gemelos Pines. La mano de Mabel se puso tensa y comenzó a sudar.

– ¿Qué quieres Pacifica?-gruñó mi hermana. Pacifica clavo la mirada en Mabel.

–Mabel, querida, sigues tan desaliñada como siempre, pero mira, te crecieron un poco los pechos y ya te quitaron esos frenillos horribles, y no te vez tan mal.

–Déjala en paz Pacifica.

–Dipper–sonrío–, vaya, tu si que haz cambiado–se acercó a mi lugar-la pubertad te sentó de maravilla–se acercó aún más y acomodo el cuello de mi camisa, olía demasiado a perfume, hacia que me picara la nariz–. Deberíamos de salir un día de estos, ya sabes, podrías llegar más que a primera base si te portas bien–me tomo de la mejilla, sentía caliente la cara.

¿Qué demonios le sucedía a esta tipa? Mabel que un sostenía mi mano, la soltó bruscamente, volteo a verla y sus ojos eran llamas de puro coraje. Se paro de su asiento con su plato de panqueques en la mano. Con la mano que le quedaba libre, tomo del hombro a pacífica y le dio la vuelta y antes de que pudiera decir algo, Mabel le arrojó el plato con panqueques en el estomago. El plato cayó al suelo haciéndose mil pedazos. Pacifica se quedo petrificada unos segundos.

–No toques a Dipper.

– ¿Qué te sucede zorra? –chilló la rubia. Espectadores se habían comenzado a reunir alrededor de nuestra mesa.

–Ustedes buitres chismosos de pueblo, ¡LÁRGUENSE!–gritó y todos salieron disparados–. Tú–apunto a Mabel con uno de sus dedos finos y huesudos–. Te vas a arrepentir de haber hecho esto. Si yo quiero algo lo tomo, si quiero a Dipper va a ser mío, si quiero tener sexo con Dipper lo voy a tener y no va a haber nada ni nadie que pueda evitarlo, ¿lo entiendes?

–Perfectamente bruja.

Mi gemela le dio un empujón y por los vidrios regados en el suelo los tacones de Pacifica no reaccionaron y cayó al suelo. Mabel se acercó a mí y coloco sus manos en mis mejillas, temblaban. Me miro un segundo directamente a los ojos y entonces…pasó. Fue un movimiento rápido y ligero. Todo se detuvo y a la vez se movió rápido y sin sentido, como ir en reversa en una rueda de la fortuna. Sus labios habían hecho contacto con los míos, no duro ni tres segundos, pero eso había bastado para dejarme con la cabeza dando vueltas, como si me hubiera rociado polvo estelar en la cara dejándome adormecido. ¿Había sido real? Comencé entrar en pánico. Mabel se alejó lentamente, su rostro era inexpresivo, sus mejillas estaban al rojo vivo.

–Yo…–susurró. Miro a Pacifica quien tenia cara de horror, me miro a mi y sin decir más, dio media vuelta y salió corriendo.

–Mabel, espera–grité parándome de mi asiento

–Tu hermana es una enferma.

–A la única enferma que veo en este lugar es a ti Northwest, nunca vas a cambiar–le dije casi gritando.

Se escucho la campanilla de la puerta y después un golpe. Rápidamente saque del bolso de mi pantalón mi billetera y deje dos billetes de veinte dólares en la mesa. Dirigí la mirada a la ventana y Mabel corría en dirección opuesta al coche.

–Maldición–susurré. Esto no esta nada bien, esto no era lo esperado.