Los personajes no son mios, son de Suzanne Collins. La historia me pertenece.

Advertencia: Lenguaje sexual explicito. Slash, relaciones entre personajes del mismo genero sexual.

Si te agrada la pareja GalexPeeta, está historia podría gustarte.


Peeta POV.

-No puedo creer que vas a hacer tu servicio social con las monjas –masculla Glimmer, dirigiéndose a Annie.

-Es un convento –replica esta-. Y voy a trabajar en el área administrativa. Será internado, así que me contarán las horas nocturnas, aunque me la pase durmiendo. Terminaré el servicio en un mes y medio, mientras que tú en tres meses. Y voy a poder disfrutar la mitad de las vacaciones. Y tu no.

-Pero vas a estar con las monjas –le dice Glimmer, sin importarle todo lo que Annie dijo.

-La verdad es que es mejor hacer Internado, deberías preguntar si puedes hacerlo tu, Johanna –sugiero mientras doy un sorbo al café-. Yo también voy a terminarlo en un mes y medio.

Esta se encoje de hombros y se cubre con la manta a su lado.

Hoy fue nuestro último día de clases, tenemos tres meses de vacaciones, de los cuales tendrán que ser ocupados por nuestro Servicio Social, un requerimiento obligatorio de la universidad para poder graduar. La mayoría preferíamos hacer un internado en la institución que elegimos para poder terminar antes, aunque hay otros, como Glimmer, a quienes no les interesa lo suficiente.

Estamos sentados en el jardín de Prim, mientras comemos una caja de Krispy Kreme y bebemos café. Es principio de junio, pero en este lado del país nunca hace calor.

-¿No te parece perturbador hacer un internado con el loquero? –inquiere Glimmer.

-Es un hospital Psiquiátrico, y si no lo recuerdas, estoy estudiando para ser psicólogo. Así que…

-Pero Glimmer tiene razón –interviene Prim-. Ese lugar da miedo. Incluso de día.

-A mi me gusta –me encojo de hombros.

El hospital está a varios kilómetros por la carretera, alejado de la ciudad, rodeado de un bosque precioso y con una arquitectura moderna-clásica.

Ya había hecho mis prácticas en ese lugar, durante un mes, hace un año, y estaba deseando regresar. Es un lugar tranquilo y la verdad es que terminas interesándote por todos los pacientes.

Mañana tengo que irme. Inicio el internado y lo termino en exactamente mes y medio. Así que tendré otro mes y medio para hacer lo que yo quiera de mis vacaciones.

-Los voy a extrañar –masculla Annie recargándose en Primrose.

-Solo es un mes y medio –le dice esta-. Tendremos la otra mitad de vacaciones para divertirnos. ¿Verdad, Peeta?

-Sería mejor que Glimmer nos acompañara –golpeo su hombro con el mío.

-Ni loca voy a internarme en ningún lugar durante un mes y medio. Suficiente tengo con darles ocho horas de mi día.

-Pero después tendremos un mes y medio para nosotros –se queja Annie.

-Annie, tu vas a ir con las monjas, no tienes palabra en esta discusión.

Aunque la mayor parte del tiempo los comentarios de Glimmer eran insultos, ninguno lo tomaba personal, al contrario, siempre nos sacaban una sonrisa.

Cuando la noche cae todos nos damos un abrazo de despedida. El monasterio a donde se va Annie es en la ciudad vecina, Primrose estará en un pueblo sobre la carretera norte, sirviendo como apoyo a una escuela abierta para personas de escasos recursos y yo me iré a doce kilómetros de la ciudad. Glimmer es la única que se quedará aquí a hacer su servicio, aun así no la veremos por lo menos en mes y medio.

Regreso a casa para descansar, ya que tengo todo listo para irme. Prim me invitó a pasar la noche con ella y su familia, sabiendo que esta noche sería una pequeña despedida de nuestros familiares porque los que entramos a la modalidad de internado no podemos recibir visitas. Pero yo no tengo a nadie de quien despedirme y por tanto nadie que me visite. Y Prim lo sabía.

-Si quieres venir con nosotros –me había dicho antes de subirnos a nuestros coches-. Siempre eres recibido en casa, mamá preparará una buena cena.

-Gracias Prim, pero necesito descansar.

Nos dimos un abrazo y nos dirigimos a nuestros hogares.

Nunca conocí a mi madre, y mi padre trabaja en un consulado Ruso. Así que jamás lo veo. Viví toda mi infancia y parte de mi adolescencia con mis primos, pero desde que ingresé a la universidad he vivido solo, ya que la universidad a donde apliqué está a cuatro estados de mi familiar más cercano.

Lo único bueno de tener un padre en el cónsul es que el dinero nunca falta, además que vive atormentado por no pasar tiempo conmigo y cree que el dinero lo soluciona todo. Quizá tenga razón.

No es que tenga mucha solvencia, pero con lo que me da por quincena tengo lo suficiente para mis gastos. Tengo mi propio coche y departamento así que puedo seguir viviendo así como estoy.

Durante la noche trato de aprovechar mi cama lo mas que puedo y despierto temprano por la mañana para marcharme. Antes de salir del departamento apago todas las luces, confirmo que todo esté bien cerrado y tomo mis maletas.

Le prestaré mi coche a Glimmer durante el tiempo que esté yo allá, así que ahora me voy en taxi.

Es casi una hora desde mi departamento en el centro de la ciudad y el hospital psiquiátrico.

Un largo camino franqueado de pinos altos nos lleva hasta los portones, de ahí tengo que seguir caminando.

El guardia de seguridad me pide mi carnet e identificaciones y después me deja pasar.

Arrastro mis dos maletas por el camino de piedra hasta llegar a la gran escalinata del hospital.

El lugar es justo como se supondría que fuera, tres pisos de altura, muchas ventanas, color blanco y café, rejas, áreas verdes y mucho, mucho espacio.

La primera habitación es una recepción con sofás a los costados y un escritorio elegante en donde se encuentra una chica rubia.

-Buenas tardes, bienvenido a Esteves Hospital, ¿Puedo ayudarle en algo?

-Soy Peeta Mellark –le digo sonriendo-. Hoy inicio mi internado en este lugar.

-Claro que si, señor Mellark. Llamaré al doctor Parker.

-Gracias.

Marca el número y después de una breve explicación se levanta para conducirme a la oficina de Parker.

Reconozco el lugar, se por donde está cada lugar y cada oficina, aun así sigo a la chica hasta la puerta de madera con la placa de Parker grabada.

Me abre la puerta y entro, dejando las maletas justo después de la puerta.

-Peeta –me saluda Parker desde su escritorio, poniéndose de pie y caminando para encontrarse conmigo.

-Hola Parker –lo saludo estrechando su mano.

La oficina es muy amplia, tiene un escritorio elegante, su propia biblioteca, una sala de piel y mesitas de cristal por todos lados. Es el tipo de lugar en el que te gustaría estar cuando un doctor necesita hablar contigo.

-Me da mucho gusto que regresaras –dice conduciéndome hasta la sala de piel.

-La verdad no podía imaginar otro lugar para hacer mi servicio.

La confianza que había entre nosotros era muy buena, el insistía en que lo llamara por su apellido, y no por su titulo. Me había llamado varias veces después de que terminé mis prácticas en este lugar y en cuanto se enteró que estaba por realizar el servicio social volvió a llamarme para invitarme.

-No muchos internos se muestran dispuesto a cooperar como tu, la verdad es que tu lugar en la vida está en un lugar como estos.

-Solo hago lo que aprendo –sonrío.

-Justo ahora estoy por recibir a algunos familiares de varios pacientes. Pero nos vamos a ver muy seguido por aquí, así que tenemos pendiente nuestra charla.

-Claro que si, dalo por hecho –me pongo de pie y el lo hace también.

-Voy a llamar a Finnick para que te ponga al corriente –toma el teléfono y comienza a llamar.

-¿Finnick sigue aquí? –pregunto sorprendido. Fue uno de mis amigos cuando hice las prácticas.

-El chico tiene verdadera pasión por esto –explica antes de concentrarse en su llamada.

Finnick fue un interno también, pero nunca se fue. Hizo medio tiempo todos los días que restaron de universidad y cuando se graduó se mudó a este lugar como medico psiquiatra. A pesar de ser muy joven se desenvuelve de maravilla en este lugar.

-La puerta está abierta –dice Parker al teléfono y al instante se abre.

Finnick viene entrando, vestido de azul celeste y portando su particular sonrisa.

Aparta su teléfono del oído y camina hasta mí.

Me da un abrazo rápido y sujeta mis maletas.

-Te instalaré junto a mi habitación –me avisa.

-¿Sigues tomando tu las decisiones? –le pregunto divertido mirando hacia Parker.

-No tiene remedio –dice este-. Ya ves como se pone.

Me encojo de hombros y dejo que Finnick me guie.

Llegamos hasta mi habitación en silencio y después de cerrar la puerta vuelve a darme otro abrazo.

-No llamaste nunca –me recuerda frunciendo los labios.

-Te di mi Facebook –le recuerdo.

Se encoje de hombros y sube mis maletas a la cama.

-¿Necesitas ayuda? –me pregunta.

-No, yo puedo solo.

Son las nueve de la mañana, por tanto todos deben estar en el comedor para el almuerzo. Mi habitación es exactamente igual al resto de las habitaciones destinadas a los empleados. Está en el ala norte del edificio, en el segundo piso. Finnick duerme a lado de donde yo dormiré.

Mientras desempaco Finnick se sienta en la silla junto a la ventana, en donde hay un pequeño estante para libros y computadoras. Ahí puso mi laptop.

Me hace contarle todo lo que he hecho y lo que planeo hacer.

Tenía mucho tiempo que no lo veía y fue un muy buen amigo mientras estuve aquí hace poco más de un año.

Cuando toda mi habitación queda lista Finnick saca un cigarrillo, abre la ventana y se sienta en la bardita. Me hace una seña y voy hasta el.

Tomo el otro cigarro de su mano y lo enciendo con el suyo.

Sonrío.

Fue Finnick quien me enseñó a fumar hace un año, y compartir otro cigarrillo ahora parecía tan extraño. Como si el tiempo no hubiera pasado, y a la vez, como si hubieran pasado diez años desde que lo hice por primera vez. En comparación a aquel tiempo, me siento mas maduro, mas centrado.

Cuando terminamos el cigarrillo salimos de la habitación.

En los pasillos ya hay movimiento, sobre todo de personal. Este lugar es como un hotel, los pacientes tienen libertad de estar en cualquier lugar del edificio, siempre y cuando no estén en tratamientos especiales o castigados. También tienen un gran jardín trasero con fuentes y un pequeño quiosco. Por tanto hay mucho personal, muchas enfermeras y enfermeros. Muchos médicos, y mucho personal de seguridad.

-¿Listo para el recorrido? –me pregunta sonriendo.

-Conozco bien el lugar –le recuerdo.

-Algunas cosas han cambiado –colocando su mano en mi espalda me hace caminar por los pasillos.

Los pacientes visten la ropa que quieran, y lo único que los diferencía a simple vista son las pulseras en sus muñecas. Eso y que los doctores, enfermeras, médicos, y auxiliares (como yo), visten con uniformes.

Reconozco a los dos primeros pacientes con quienes nos topamos mientras caminamos. Tadeo y Maurice. Tadeo es invalido y Maurice siempre está con el. Ambos han de tener algunos cuarenta años, pero parecen como si fueran niños. Tienen retraso mental los dos. Sus cerebros no crecieron.

No hay muchos pacientes aquí como para hacer imposible memorizar sus nombres y sus rostros, de hecho aun reconozco a la mayoría. Aun así Finnick me entrega un gran libro con los expedientes. Tengo que aprendérmelos y estudiarlos, ya que las crisis se dan muy seguidas entre ellos y debemos saber que hacer.

-¿Cuáles son las novedades? –le pregunto cuando salimos al jardín trasero, en donde la mayoría de las personas aquí pasan sus mañanas y tardes.

-Algunas, si –responde. Nos quedamos de pie en el pórtico, mirando desde las escaleras hacia abajo, en donde enfermeros y pacientes realizan diferentes actividades-. ¿Recuerdas a Richard?

-Si, por supuesto.

-Lo dieron de alta hace unos meses, me sentí muy feliz por el.

Yo también sentía felicidad por ese niño. Era demasiado pequeño para estar aquí.

-Tampoco están Katia, Hanns, Raúl, Yaneth, Tito, Leila, Homero, Peter, Tesler y Gerard. Todos fueron dado de alta.

-¿Y los nuevos? –inquiero.

-Están todos en el expediente, es mucho más fácil que los estudies de ahí. Pero no son mucho, si no recuerdo mal la fecha en que te fuiste, son solo siete los que han entrado.

Finnick tiene que regresar a trabajar, y yo me pongo a ayudar a Amanda, la chica de la farmacia. Desempaquetamos medicamentos y los acomodamos en las vitrinas. Me gusta "trabajar" en este lugar, por qué no tengo una tarea especifica. No inicio una rutina y la termino, y al siguiente día vuelvo a iniciarla. Sino que me pongo a ayudar a cualquiera que lo necesite. Y si no tengo nada que hacer, que casi nunca sucede, voy con Parker. El cual lo único que me pone a hacer es cuando mucho a ordenar sus libros. O simplemente se sienta a conversar conmigo hasta que es hora de dormir. Es un hombre muy paciente y goza de la presencia de otras personas.

Cuando terminamos de ordenar los medicamentos nos ponemos a preparar las dosis para cada paciente. Me entrega una lista para que le ayude y comienzo a abrir las cajas. Únicamente tengo que poner las pastillas que me indica la lista en los botecitos con el nombre del paciente. Y cuando terminamos, Amanda revisa cada uno de mis vacitos, y yo reviso los de ella.

-Listo –dice-. ¿Me acompañas o irás a otro lado?

-Te acompaño –respondo sonriendo.

Empujo el carrito metálico por los pasillos hasta que llegamos a la sala de estar.

Una campanita suena y todos se acercan.

Hacen una fila larga mientras varios enfermeros les ayudan.

Dejo que Amanda les entregue los medicamentos y yo les doy los vacitos con agua ya que aun no me siento listo para entregar yo los medicamentos a la persona correcta.

Cuando todos han tomado sus pastillas, unos a la buena y otros a la mala, regresamos con el carrito a la enfermería. Ahí ya están dos enfermeros más.

-Chicos el es Peeta –me presenta Amanda-. Estuvo aquí hace como un año y estará con nosotros durante el verano.

-Hola Peeta –me saluda el chico de cabello rubio y después del de cabello castaño.

-¿Necesitas mas ayuda? –le pregunto.

-No, gracias, ya terminé. ¿Con quien vas a comer?

-Solía hacerlo con Finnick, pero no creo que siga en pie nuestra tradición –sonrío.

-¿Finnick Odair? –inquiere uno de los enfermeros.

-Si –respondo.

-¿Lo conoces bien? –me pregunta el de cabello castaño.

-Lo conocí aquí el año pasado, ¿Pasa algo?

Se encoje de hombros y dice:

-No, nada.

Amanda toma mi brazo y me conduce a los pasillos.

-¿Comes conmigo? –me pregunta.

-Por supuesto –respondo.

-Siempre como con mi compañera, Avril, quizá la recuerdes. Pero hoy no vino, así que te raptaré. Finnick tendrá que buscarse otro compañero.

-No hay problema –aseguro sonriendo-. ¿Qué fue eso sobre Finnick allá dentro?

-No es nada –ríe entre dientes-. Kevin, el de cabello castaño, es también un interno, ya tiene con nosotros un mes. Y pues nada, ya sabes como es el doctor Finnick.

-¿Si? ¿Cómo es? –sonrío.

-Guapo, joven, exitoso, y totalmente inalcanzable para nosotros. Especialmente para Kevin.

-¿A Kevin le gusta Finnick? –pregunto sorprendido.

-No lo culpo –me hace girar a la derecha y después continua-. Pero a penas y nos presta atención.

-¿No les habla?

-Finnick no les habla a los internos –responde-. Quiero decir, no habla mucho con todos. Y menos con nosotros. En enfermería solo estamos Avril y yo, los demás siempre van y vienen, hacen sus internados aquí o su servicio, y se marchan. Nunca corremos con suerte.

-Lamento que sea así.

-No lo digo por ti, en lo absoluto. Al parecer eres el único que capta la atención del doctor Finnick.

-No es eso –aseguro-. Solo tienen que hablar con él y ya, no es muy bueno para iniciar conversaciones.

Amanda se encoje de hombros y toma mi brazo para conducirme hasta el jardín delantero, en donde está su coche.

-Supongo que no traes lonche –me dice.

-No –respondo-. Tenía planeado comprar en la cafetería de aquí y…

-La comida termina aburriéndote –me interrumpe-. Ven, vamos a comprar algo.

-¿A dónde? –pregunto mientras ella abre la puerta del coche.

-Hay un pequeño lugar cerca, no te dirán nada por que me acompañes. Yo me hago responsable.

-Okay –acepto sonriendo.

Enciende el auto y sale por los portones.

Me platica sobre los nuevos internos y habla de lo tranquilo que es el lugar últimamente.

Por el mismo camino flanqueado de arboles hay varias desviaciones, ella toma una hacia el norte y nos lleva directo a una cabaña de madera con un gran porche techado y mesitas hechas de troncos.

-Es hermoso –exclamo bajando del auto.

-La comida es deliciosa. Hay un pequeño pueblo al fondo del bosque, puedes encontrar varias tienditas por aquí, pero esta hace una comida espectacular. Te lo juro.

Solo hay otro coche estacionado, y una familia sentada en las mesas interiores está comiendo.

-Buenas tardes –los saluda Amanda.

La señora del mostrador nos recibe amablemente y nos pregunta si ya sabemos que ordenaremos.

Pido la primer comida que veo en el menú y ambos nos sentamos a esperar en las mesas de afuera.

Amanda enciende un cigarrillo y me ofrece otro a mí, pero me niego.

-¿Todos fuman aquí? –le pregunto, pero refiriéndome al hospital.

-La verdad si, tienes que encontrar una manera para no volverte loco tu también. El tabaco ayuda. Incluso a los pacientes.

-Es cierto –recuerdo que he visto a varios pacientes fumando-. ¿Los dejan fumar?

-Pueden fumar, incluso beber alcohol, dependiendo del estado de cada uno. El hospital… no es como si estuvieras en una cárcel. Es como si estuvieran de vacaciones, solo que con cuidados especiales.

-Y no puedes salir de el –le recuerdo.

-Exacto. Pero tratamos de hacerlo lo mas soportable posible. No todos los de adentro están completamente perdidos. Quiero decir, hay muchos que definitivamente ya no tienen un remedio mas que ser tratados de por vida. Hay otros que ni siquiera saben lo que está ocurriendo. Y otros que tienen todos sus sentidos al cien por ciento.

-Como Rita. Veo que sigue aquí.

-Exacto –concuerda.

Rita es una paciente que estaba desde mucho antes de que yo viniera al hospital por primera vez. Perdió a su familia en un accidente, y siendo una mujer adulta, ella misma decidió internarse ahí. Sin ni siquiera padecer de un problema mental. Más que sus pesadillas y ligeros traumas. Pero seguía aquí, después de un año. Y quien sabe cuanto tiempo tenia ya desde que la vi por primera vez.

El hospital albergaba a todo tipo de pacientes, esquizofrénicos, suicidas, con trastornos alimenticios, trastornos de personalidad, perdidas de memoria, y la lista sigue y sigue. Era un lugar perfecto para aprender de todo lo derivado del cerebro.

Regresamos cuando nos entregan los paquetes de comida. Y cuando llegamos al edificio nos dirigimos a la cafetería para empleados, en donde hay varias mesas y algunos más que se sientan para disfrutar de su hora de comida.

Apenas estoy abriendo mi paquete de comida corrida cuando otra silla junto a Amanda se arrastra y Finnick se sienta en ella.

-No estaba seguro que nuestra tradición seguía en pie –dice apoyando sus codos en la mesa-. Creo que tengo la respuesta.

Sonríe ampliamente y frunzo los labios, curveando ligeramente las puntas.

-No sabía si habías hecho nuevas tradiciones.

-No se puede hacer nuevas tradiciones –replica-. Es el punto de las tradiciones.

-Entonces lamento haberte fallado.

-Perdonado. Pero me la debes –Gira ligeramente su rostro para ver a la chica junto a el-. Amanda ¿Cierto?

-Si, ¿Cómo está doctor?

-Bien, bien. Gracias –responde este amablemente-. Voy a dejarlos comer.

-Puede quedarse –se apresura a decir.

-Gracias, pero aun tengo cosas que hacer –nos dedica una sonrisa, me apunta con su dedo blanco y guiña su ojo.

-Es guapísimo –exclama ella en cuanto quedamos solos.

-¿Te parece?

-Si –prácticamente se derrite.

Cuando terminamos de comer Amanda regresa a la farmacia y yo voy a con Parker.

-¿Necesita ayuda? –le pregunto entrando en su oficina.

-No, Peeta. Todo está bien. Ve y conoce a los nuevos chicos. Encontrarás buenas singularidades en ellos.

-Okay –acepto sonriendo.

Camino por los pasillos, sin prestar atención a los pacientes que pasan por aquí, o a los que están sentados en el suelo. A todos ellos los reconozco ligeramente, aunque me es un poco difícil recordar sus nombres por ahora.

Salgo al jardín trasero y me quedo en la escalinata.

-Hola –me saluda una chica de cabello tan rubio que parecía blanco.

-Hola –le devuelvo la sonrisa.

-Eres nuevo ¿Verdad?

-Si –respondo.

-Soy Rebeka, desordenes de personalidad –extiende su pequeña mano blanca y la saludo.

-Peeta, estudiante –respondo divertido.

-Me gusta remarcar que tengo desorden de personalidad –sonríe.

-Me gusta remarcar que soy estudiante –me encojo de hombros.

-No te preocupes, no voy a darte problemas. Tengo control de mi misma.

-¿A si? Entonces debes ser alguien muy fuerte.

-Para nada, la verdad es que soy muy tranquila, y Henna, la chica que vive dentro de mi, es mucho mas tranquila aun.

-¿De verdad? –pregunto, interesado por su historia.

-Si, descubrimos que Henna venía por qué no hace nada, y se la pasa dibujando. Es algo raro porqué a mi no me gusta dibujar. Pero ya casi no viene. El doctor Parker dice que tiene que dejar de venir.

-¿Y tu decides cuando viene?

-No, ella solo lo hace. Lo malo es que no recuerdo nada de lo que pasa mientras ella usa mi cuerpo.

-¿Y Parker te dijo que te refirieras a ella como… ella? –aunque mi pregunta estaba mal hecha, lo capta.

Da un paso hacia mí y baja dos tonos su voz:

-No. El dice que Henna no existe. Pero yo prefiero referirme a mi problema como si fuera otra persona. Me avergüenza el hecho de que tenga la mente tan débil como para tener estas lagunas.

-Las personas capaces de reprimir algo como lo que te pasa a ti, son muy fuertes. No creo que seas débil.

Se encoje de hombros.

-No estoy loca –dice para si misma mas que para mi.

Nos quedamos mirando hacia el jardín por unos minutos, sin decir nada. Presto atención a las personas que están aquí. Entonces mi mirada capta a un chico que sobresale del resto. Y más por qué no lo había visto. Debe ser nuevo.

-¿Quién es el? –le pregunto a Rebeka, señalando con mi barbilla.

-¿El chico alto musculoso? –pregunta sonriendo.

-Si –respondo.

-Es Gale Hawthorne. Entró hace seis meses, dos meses después que yo. Es muy raro.

Me quedo mirándolo.

Está con otras cuatro personas, ellas conversan entre si mientras que él simplemente se sienta en el borde de la pequeña fuente junto a ellos. Se nota rápidamente lo alto que es, y el cuerpo desarrollado que tiene. Está vestido con un pantalón de mezclilla y una camisa azul, su cabello está peinado. Desentona por completo. Bien podría ser un enfermero, o hasta un doctor.

-No habla con nadie –masculla Rebeka-. O sea, con nadie, nadie. Ni siquiera con Parker. Pero habla con Katniss. La chica que está junto a él.

-Si, la conozco –añado.

-¿Conoces a Katniss? –antes de que pueda responder su pregunta ella continua-. Su grupo es el mejor tratado de aquí. Ellos cuatro, y Gale. Gale es el único de los nuevos que ha logrado entrar al grupo de Katniss. Ya sabes, ellos están aquí casi por voluntad propia. Toman sus medicamentos solo si quieren tomarlos. Y escuché que a veces pueden salir a comer allá afuera. Excepto Gale. Gale es muy raro –repite.

-¿Por qué es raro? –inquiero.

-No habla con nadie –vuelve a decir-. Doble intento de suicidio. Nadie sabe lo que le pasó o como llegó aquí. Yo una vez escuché a las enfermeras platicando. Él tenía una vida normal. Y de un día para otro se volvió así como es. Y trato de suicidarse. Dos veces.

-Nunca sabremos lo que las personas sienten para recurrir al suicidio.

-Quiero decir, yo he tenido una vida difícil. ¿Sabes lo que es tener 18 años y estar aquí? He tenido este trastorno por más de cinco años, que yo sepa. Quizá mas tiempo y ni siquiera nos habíamos dado cuenta. Y nunca he pensado en suicidarme. Quizá Henna ha pensado en suicidarse. Pero no lo hizo, así que no lo creo… aunque dicen que es una chica muy triste y…- comienza a divagar y pierdo el hilo de su plática mientras mi atención se centra en Katniss y su grupo. Sobre todo en el chico nuevo.

Katniss es una chica de veinte años, entró en depresión hace tres años cuando su padre y su hermana murieron. A su madre no le quedó más remedio que internarla. Y desde hace un año está curada. Pero no quiere irse. Es incluso amiga de Parker, y este ha estado a punto de obligarla a salir, para que recupere su vida. Pero esta se niega.

Los otros dos hombres son adultos jóvenes. Ronald tiene 27, trastornos alimenticios. Y Christian tiene 32, amnesia. Perdió la memoria después de un accidente. No recuerda nada antes de que cumpliera 30. Y la ultima chica, Johanna, bipolaridad leve. Sus padres la internaron aquí por su carácter agresivo. También alcanzo a distinguir a Rita junto a ellos, detrás de un arbusto, la mujer que se internó aquí por su propia voluntad. Me había aprendido los nombres y los expedientes de ellos desde la primer semana que estuve aquí hace un año. Me parecía fascinante la manera en que los cinco estaban casi completamente cuerdos y parecían disfrutar el estar en este lugar.

Y ahora me parecía mucho más interesante el chico a su lado, Gale Hawthorne. ¿Qué haría que Katniss Everdeen agregara a su grupo un integrante claramente afectado psicológicamente?

Como respondiendo a mi pregunta el chico se queda mirando en mi dirección. No se si hacía Rebeka o hacia mi. Aparta su mirada, inclina su cabeza hacia Katniss y esta baja su oído para poder escucharlo.

Entonces ella se aparta de él, gira su rostro y me mira fijamente. No tengo duda de que me mira a mí. Y después los otros tres hacen lo mismo.


Capitulo introductorio para que conozcan el contexto y a los personajes, espero les llame la atención.

Si quieren que esta historia continúe, espero su Review. (: