Puntas partidas

por Ragdoll Physics


Ino se demoró una era y media en salir del baño esa mañana y aquello le trajo suspicacia a Sai que acababa de terminar de vestirse y estaba listo para marcharse. Tampoco era que se hubiesen puesto de acuerdo en salir juntos a sus respectivos trabajos ni que le preocupara que Ibiki se molestara con ella por llegar atrasada una vez más, pero miró la puerta cerrada del baño con insistencia, como si pudiera abrirla sólo con el poder de la mente pero por supuesto que nada de eso sucedió y se acercó a la puerta en silencio. Pegó la oreja a la madera de la misma forma en la que se había acercado y no escuchó más que un suspiro de lamento. Esperó un par de segundos, buscando alguna otra señal o indicio de lo que le sucedía, aunque ya estaba seguro de que seguía viva, pero nada más pasó.

Sai procedió a tocar la puerta dos veces, una tras la otra luego de una pausa en el medio y otro suspiro, esta vez más enérgico, provino del cuarto de baño.

—¿Estás enferma? —le preguntó al fin, con la intención de traerle algún remedio para curarle su mal, que suponía estomacal.

¡Sólo…, déjame sola! —le respondió la florista con la claridad de un grito pero no percibió en ella molestia sino que tristeza.

—No me respondiste mi pregunta —le arrebató con calma y ella bufó antes de abrir la puerta del cuarto de baño sin tener nada en su mente para poder rebatirle. Lo que vio Sai fue simplemente Ino con el pelo suelto que caía en todas direcciones y que le llegaba hasta el trasero. No llevaba una sonrisa pero sí un grano en la punta de la nariz. Era rojo y tenía una costra amarillenta que no era gran cosa, pero que a sus ojos celestes era una abominación.

—Me siento horrenda hoy y no pienso salir —le avisó como si estuviera hablando con el mismísimo Ibiki—. Además mi estúpido cabello no tiene arreglo, no importa cuánto lo peine, siempre se verá horrible. —Sai miró el cabello culpable de estar igual que siempre y luego volvió a sus ojos, permitiéndose mirar el grano un par de momentos. Ino enseguida se percató de ese ínfimo detalle—. ¡Ah, ya lo sé! Es que no puedes verme la asquerosa cara, ¿no? ¡Yo tampoco la soporto! —Y se encerró de nuevo en el cuarto de baño dando un portazo—. ¡Ve a trabajar y déjame sola! ¡No necesito que me ayudes a sentirme mejor! ¡No insistas!

Sai miró la puerta con seriedad antes de atender a su orden con el sigilo que lo caracterizaba. Pero bajando las escaleras se percató de que había ignorado una señal inequívoca de que había errado en su situación. ¿Qué era lo que decían las revistas especializadas en mujeres? ¿Qué no necesariamente una negativa era una negativa? Sai se tomó el mentón, desconcertado, y volvió a subir las escaleras para dirigirse a la habitación. Aunque no se encaminó directamente al cuarto de baño, sino que usó el teléfono para llamar al Cuartel. En tanto pidió hablar con Ibiki el sonido de una carrera furiosa se acercó a la puerta del baño y la abrió de golpe, pero Ino no se atrevió a moverse de ahí, incapaz de saber lo que estaba haciendo Sai.

—Buenos días —le dijo al teléfono, indudablemente a Ibiki, pensó correctamente Ino y le preguntó en silencio lo que iba a hacer—, sí, llamaba de parte de Ino. Sí, no. No, no puede asistir hoy, se encuentra indispuesta —recitó él para deleite de su novia que sonrió ampliamente ante su ayuda—. No, no es eso, es por un grano.

—¡No digas eso! —susurró rabiosamente ella en tanto corrió hasta él para lanzarse a sus pies, enterrándole las uñas en las rodillas—. ¡No es eso!

—Ah, disculpe. No es a causa de un grano, es su cabello. No logra peinarlo como quiere —se corrigió pero Ino le arrancó el aire de sus pulmones de un puñetazo entre las costillas.

—¡Detente! ¡Estás arruinándolo! Sai…, ¡Sai! —siguió susurrándole para que volviera a tomar el teléfono y ponérselo en la oreja—. ¡Di que estoy enferma! ¡Que me dio una alergia! ¡Que me recetaron antibióticos por una infección! ¡Algo rápido!

—Lo lamento, creo que no soy bueno diferenciando enfermedades —se corrigió un tanto desconcertado—, Ino tiene una alergia. Sí, en la cara; no, en el pelo no. ¿Que qué está tomando? Antibióticos y son rápidos. ¿Mañana? Seguramente podrá levantarse. Está bien. Sí, sí, gracias. Hasta luego.

Sai se acarició las costillas mientras colgaba y se volvió hacia la rubia con alergia ficticia que se transformaba en un ente triste en precesión hacia la cama. Ino se cubrió con las sábanas hasta que sólo se le vio una porción del cráneo y el cabello que tenía más frizz de lo normal. El pálido se quedó en silencio analizando la situación, ahora que Ino no tenía por qué ir a trabajar, tener sueño no era algo que parecía querer hacer.

—¿Quieres que haga algo más por ti?

—Sólo quiero ver películas tristes y quedarme en cama llorando.

—¿Por qué querrías ver películas tristes? ¿No se supone que deberías estar intentando animarte?

—Sólo quiero estar deprimida, déjame tranquila y deprimida, ¿quieres?

Pero Ino simplemente se quedó en la misma posición, derrumbada sobre su cojín y mirando al infinito con una mueca triste en su rostro. Sai la observó en silencio desde el borde de la cama y luego miró la pantalla de la televisión apagada y no entendió el mensaje incoherente de la situación.

—¿Quieres que te ponga una película triste?

—No, déjame aquí. Ve a trabajar —bufó sin moverse un centímetro pero cuando el pálido asintió y se levantó de la cama para obedecerle, Ino se sentó inmediatamente para detenerlo—. ¡No! ¡Quiero que me hagas bonita otra vez!

—Si con eso te refieres a que te quite el grano y te arregle el cabello, me temo que no puedo hacerlo.

—¡Agh! ¡Sólo hazlo! —demandó la florista dejándose caer sobre la cama con dramatismo. Sai se le quedó mirando sin saber qué hacer y se preguntó en silencio si debería intentar apretarle el grano como siempre decían que no debía hacerlo para hacerla feliz. Del pelo no se le ocurría nada. El novio apretó los labios pensando en una solución que relacionara los granos, el pelo mal arreglado, la depresión y transformara todo eso en felicidad.

—Podríamos ir a comprarte vestuario.

—¡Sí!


—No puedo creer que haya accedido a salir a la calle. —El quejido provino desde bajo la bufanda que Ino se había enrollado sobre su cara para intentar ocultar su grano pero de nada había servido su intento puesto que la prenda se deslizaba hasta su boca y la rubia terminó por aburrirse de subírsela cada vez que se le caía.

—Nadie te está mirando el grano —objetó Sai al comprender exactamente el porqué de su molestia y su novia se abrazó más fuerte de su brazo del que caminaba sujeta, como instándolo a que no hablara su secreto tan alto.

—Incluso yo lo veo cuando miro al suelo. —Ino miró hacia su nariz entornando sus ojos y se sintió molesta cuando confirmó lo que había afirmado. La respuesta de su novio no se hizo esperar.

—Entonces no veas al suelo.

—¡Deja de ser tan racional! —le pidió mirando hacia otro lado, lejos de él y su grano—, déjame quejarme. Me hace sentir mejor —y se sonrió sintiéndose efectivamente mejor. Tras llevar la vista al frente abrió la boca para dejar salir una exclamación de euforia y apuntó a la tienda que tenía una leyenda que inyectaba felicidad pura en las venas de las féminas—. ¡Mira! ¡Una liquidación!

No hubo demasiados miramientos e Ino se desprendió del brazo de su novio para inmiscuirse en los colgadores de ropa más cercanos, hombro a hombro con otras mujeres que no estaban cumpliendo con jornada laboral o se encontraban en receso. Sai se mantuvo alejado, observando el lugar con ojos poco críticos, localizando probadores, las cajas registradoras y las zonas de descuento por los que pasarían a esas horas de la tarde. No había nada realmente que le llamara la atención y la sección de hombres estaba un piso más arriba que el de las mujeres, pero Sai no estaba ahí para comprar, sólo para acompañar a su depresiva novia que estaba teniendo arranques de felicidad cada vez menos fugaces.

«—Nota para mí mismo —se dijo mientras volvía la mirada hacia donde estaba Ino que comenzaba una charla acalorada con otra mujer por un mismo vestido—, venir con tiempo para desperdiciar.»

Sai se les acercó a las mujeres cuando se dio cuenta que no era un altercado menor, aunque no tenía la intención alguna de intervenir. Ino sujetaba el vestido negro desde un lado y la mujer del otro, y tironeaban la tela hasta el límite, culpando la otra de que iría a romperlo si lo estiraba más. Cada una clamaba que había visto primero pero nunca llegaron a comprobar quién decía la verdad. Sai apretó los labios cuando escuchó que comenzaron con los insultos.

—Seamos sinceras, este vestido muy juvenil para usted, señora. —Si a Sai le hubiesen dicho aquello jamás se habría sentido ofendido, pero al parecer a la mujer sí le era una ofensa y miró a Ino con ojos inquisidores, dando inmediatamente con el grano en la punta de su nariz.

—Mejor ve a tu casa, niña, y hazte un pilling en esa cara, ¿ya te viste esa nariz?

—Sí, es un grano. ¿Acaso nunca has visto un maldito grano? —La chica con la que se peleaban por el vestido la miró horrorizada y terminó por emprender la huida, dejando como única aspirante al vestido a la rubia que se veía un tanto más animada tras la visión de una liquidación—. Zorra. —Se planchó su botín sobre el cuerpo y le vio las dimensiones, era un básico negro que llegaba cuatro dedos sobre la rodilla, con unos triángulos cortados en las costillas justo bajo los pechos que dejaban a la vista un poco de piel. Se dio media vuelta hasta donde se encontraba Sai con las prendas que ya había elegido en sus manos—. Mira, cariño, a que me queda lindo —le dijo amorosamente y se lo dejó en sus manos mientras iniciaba una nueva misión en búsqueda de más prendas.

—¿Era necesaria esa pelea? —le preguntó mientras la seguía e Ino ahogó una risa.

—El grano me dijo que lo hiciera. —Sai abrió los ojos sin entender la broma y su novia se rio con más soltura—. Es nuestro el vestido, ¿acaso no tenemos el vestido, Sai? —El aludido asintió—. Entonces sí era necesario.

En total, Ino se había hecho dueña de tres vestidos, uno formal y dos casuales; una falda que Sai estuvo seguro de que había sido una calentura y que jamás volvería a ponérsela otra vez; dos pantalones y unos tacones oscuros. Pero la felicidad hecha vestuario duraba poco cuando se viera en el espejo de los probadores y viera que el grano seguía ahí, por lo que hicieron una parada en la peluquería para que Ino tratara sus puntas partidas y frizz con masajes capitales y el corte de un centímetro de pelo. Además le hicieron una máscara facial para la prevención de los granos y la eliminación del que ya tenía. Todo eso sin que Sai se quejara de que estaba aburrido, porque él parecía no aburrirse jamás si podía sentarse a leer un rato o hacer algunos bocetos.

«—Nota para mí mismo —se dijo al tiempo de levantar la mirada para mirar a su novia a través de la sala. A Ino le estaba terminando de secar y peinar el cabello, que a la luz de la peluquería parecía resplandecer el doble de lo normal. Ante la propia visión de su cabello, la rubia se sonrió dulcemente al espejo y lo buscó en el reflejo—, a Ino le gustan las frivolidades, la hacen muy feliz. Hacer esto más seguido.»


Nota de la Autorísima: Sí, lo sé, es 2 de marzo y no conseguí completar mi reto de 20 historias antes del 1 :( Cuando me empecé a entusiasmar con el SaiIno me atacó la sequía inspiracional y ahora sí que no sé cómo hacer para recuperarme. Ya me queda una historia más para alcanzar mi número querido y no sé qué hacer jaja Creo que lo próximo será boda e Inojin xD

Espero que les haya gustado, a mí sí pero no sabía cómo terminarlo jaja y ahora voy a la peluquería para quitarme mis propias puntas partidas xDDD

Besos, RP.