¡Hola a todos!

Acabo de terminar de ver Love Live! School Idol Project, y me gustaría afirmar que me he enamorado de Nozomi Tojo, tanto de ella como del NozoEli.

También me gustaría aclarar mi propósito; quiero hacer una historia. Una historia que os emocione, que os estremezca, que os haga sangrar la nariz como en los animes. Una historia para que esperéis ansiosos por un nuevo capítulo, como me pasa con algún que otro fanfic de algún que otro usuario. Una historia digna, y eso es lo que voy a intentar a hacer, eso sí, con vuestro apoyo. No prometeré nada, no estoy segura de cuanto tiempo tendré para escribirla, pero no me rendiré hasta acabarla. (Digo lo mismo con las otras dos que aún no tienen final). A continuación les diré algún detalle que será mejor que sepáis de antemano.

1. ¡Konichiwa! Yo contaré la historia desde mi propio punto de vista, tanto mis pensamientos, probablemente en cursiva, como relatos, ¡espero que la disfruten! (¿Alguien vio a Ericchi por aquí...?)

2. Las letras en negrita representan las aclaraciones de la autora.

3. Acepto encantada vuestras opiniones y sugerencias, ¡adoro vuestros reviews!

4. Estará clasificado como M probablemente por violencia.

5. Para los que leyeron mi one-shot de NozoEli, aquí tenéis más y en abundancia.

6. ¡Esto será algo parecido a un AU! Aparecerán los demás personajes, pero no en el mismo contexto exactamente, dejaré a mi imaginación ir más allá, ¡disfrutemos de la historia todos juntos!

Sin más preámbulos:

Con cariño, lorenapineapple:


Los días siempre eran iguales. Siempre el mismo cielo vacío, el mismo sol que dejaba de alumbrar con el paso de los años. El mismo aire frío y seco que cortaba la respiración sin a penas esfuerzo. Siempre lo mismo; me empezaba a cansar.

Me levanté muy temprano para ir al templo antes de ir a clase. Sinceramente, prefería no haberme levantado. Era un día gris y pesado, con un ambiente solitario como casi todos los días, a decir verdad. Levantarse sola, para seguir sola todo el día. En algún rincón de mi cuerpo podía sentir que no me merecía tener un día a día así, pero era lo que los astros tenían reservado para mí.

Me gustaba ayudar en el templo, de esa manera, mi poder espiritual se hacía más fuerte e intenso, sentía más confianza en mí misma sin falta de tener contacto con nadie. No porque no quisiera, simplemente no era...lo mío.

Las calles estaban practicamente vacías, salvo un par de adultos que acudían a su trabajo. Adultos, que trabajaban para mantener a sus familias. Adultos, que vivían independientemente. Yo también vivía sola, y trabajaba en el templo para poder pagar el alquiler de mi apartamento y lo necesario para mantenerme. Me podría considerar independiente, pero no quería. Creía que al fin y al cabo, aún era una jovencita de preparatoria, sin preocupaciones mayores que los estudios, o su figura física, como la mayoría. Suspiré sin a penas darme cuenta, antes de llegar a mi "trabajo".

Entré y me puse la ropa de voluntaria para ir a limpiar los patios, llenos de hojas secas y algún que otro envoltorio. Nunca entendí por qué la gente ensuciaba lugares sagrados como aquel, pero me sentía feliz de poder ayudar recogiéndolo.

Cuando terminé, algo así como media hora más tarde, me vestí con mi uniforme escolar y me dirigí hacia la preparatoria Otonokizaka a un paso lento y tranquilo, intentando apreciar la belleza en esencia del otoño en Japón. Me perdí en mis pensamientos sin mucho sentido, y antes de darme cuenta, había llegado al recinto. Se podían ver unos pocos grupos de amigas charlando y compartiendo intereses, cosas en común. Ignorándolos, entré en el edificio y subí las escaleras para ir a mi aula. Caminaba sin demasiada dificultad entre los mayores grupos que se encontraban en los pasillos, impidiendo prácticamente el paso. Cuando divisé el cartel de mi clase me dirigí hacia allí y entre, sentándome en la esquina, al lado de la ventana. Siempre me sentaba allí, en mi mundo. Los demás parecían preferir sitios más cercanos al frente, incluso había un sitio libre justo delante de mí. No es como si me importase...supongo que era feliz de esa manera, apreciando el mundo a través de la ventana cada día. Sí, supongo...

Solía leer cuando no tenía otra cosa que hacer, tanto en los recreos como en las clases que me parecían demasiado aburridas. Nadie solía acercarse a hablar conmigo, y si lo hacían, era para pedirme una predicción del futuro. Sólo me conocían por mis cartas del tarot, sólo eso. No era mucho más que un cuerpo sin alma para el resto de mis compañeros.

Al poco tiempo de mi llegada a clase, también llego nuestro profesor. Seguidamente, la representante de la clase se puso en pie; nosotros la imitamos.

"¡Saluden!" dijo. Nos inclinamos hacia delante levemente a modo de reverencia educada, algo normal que llevábamos a cabo todos los días. Luego, nos volvimos a sentar, y el sensei comenzó a hablar.

"Buenos días a todos. Antes de empezar con la clase de hoy, tenemos a una nueva compañera con nosotros. Es extranjera así que por favor, háganla sentir como en su hogar. ¡Adelante, Ayase-san!"

Mis ojos se abrieron hasta casi salirse de su órbita cuando aquella jóven mujer de rubios cabellos brillantes hizo su aparición en nuestra clase. Me llamaba mucho la atención, parecía distinta. Quizás era por sus ojos azules tan profundos y hermosos...quién sabe.

"Encantada, mi nombre es Ayase Eli y soy rusa. Llevémonos bien."

Pronunció esas palabras con un tono frío, seco y amenazador. Tenía el ceño fruncido, pero aún así, se veía preciosa. Las facciones de su cara eran muy delicadas, y su cuerpo estaba perfectamente proporcionado. Para mi sorpresa, caminó hasta ocupar el sitio hasta entonces vacío que había justo en frente a mí.

El sensei prosiguió con su explicación de un tema de biología que no supe distinguir; estaba demasiado perdida en mi propio mundo. La mitad del tiempo la pasé observando mis alrededores: el patio vacío, junto con las hojas secas movidas por el aire realizando una coreografía perfecta y natural; el ambiente de la clase, con esas pequeñas conversaciones por notas de papel y esos que dormían disimuladamente intentando no ser descubiertos; y ese día en especial, aquella chica nueva tan extraña y ruda, que transmitía todo el carácter de Rusia con sólo mover sus labios.

Cuando llegó el pequeño tiempo libre que teníamos a media mañana, unas cuantas chicas se acercaron a Eli buscando amistad en ella o simplemente ofreciéndole un lugar en sus clubes. Ella las rechazó de una manera muy borde, y se fue, sola. Las chicas pusieron muecas tristes y disgustadas, pero prefirieron no insistir.

La mañana pasó con normalidad, nada nuevo, nada singular, nada fuera de lo común, quitando el comportamiento tan distinto de aquella muchacha. Intenté no pensar tanto en una tontería como esa, y esperé paciente a la hora de poder volver a casa. Había sido un día bastante agotador, no hice nada, pero estaba muy cansada. Opté por echar una siestecita nada más comer.

Cociné rápidamente unos fideos y me los tomé en un tiempo récord. Demasiado cansada como para fregar lo que había ensuciado, coloqué la vajilla que había utilizado en el fregadero y fui a mi habitación. Me recosté sobre la cama y al poco tiempo, mis ojos se cerraron, sumiéndome en un sueño profundo.


~Los pasos apresurados y a la vez calmados de sus compañeros contrastaban con el ambiente sordo que la envolvía. Los movimientos rápidos, fugaces, la confundían. Podía sentir como algo que no sabía distinguir estaba abriendo una brecha profunda en su interior, caía en un pozo sin fondo del que nunca más saldría. Un hueco oscuro, sin suelo, sin cielo. El espacio se empezó a llenar de una lluvia de cartas, cartas del tarot, su misma baraja. Todas las cartas eran la misma. La estrella. Una carta que significaba entre otras cosas esperanza y perspicacia. De pronto, en esa lluvia de semejantes, una distinción se hizo lugar. Los enamorados. Los enamorados y la estrella. Eso podía significar que un amor podría ser dado...y recibido. De pronto, la oscuridad del espacio se vio cegada por una intensa luz, reflejada por unos cabellos dorados...~


Me desperté sobresaltada con la respiración agitada. ¿Qué acababa de pasar? Sin saber muy bien por qué corrí a uno de mis cajones, lo abrí y saqué mi baraja. Todas las cartas estaban allí, todas. Suspiré profundamente antes de darme cuenta de que ya era de noche, y que había gastado las horas de la tarde en aquella especie de sueño o pesadilla.

Fui a la cocina de nuevo, y con paciencia puse arroz a hervir. Me senté melancólica y concentré mi vista en la tetera de porcelana con decorados tradicionales; me la había regalado mi madre, en verdad le tenía cariño, por eso la colocaba a la vista, eso me ayudaba a recordarla incluso sabiendo todos los kilómetros que nos separaban. Las líneas de píntura azules y rojizas formaban semicírculos echos con brochazos sueltos y despreocupados, transmitían tranquilidad y libertad. Mi madre me conocía bastante, sabía que me gustaban esos sentimientos espirituales que te hacían sentir más cercano a tu interior.

Mientras la cena terminaba de hacerse, cogí un libro de la mochila que había dejado en el pasillo esa misma tarde al volver de clase, y repasé la lección que dimos. No me había enterado precisamente de lo que estábamos dando, una coleta alta sedosa que había justo en frente a mí se ganaba toda mi atención.

Tengo que dejar de pensar en semejantes tonterías...¡ah, el arroz!

Lo quité justo a tiempo del fuego, con un resoplido de liberación de tensión. Eché un poco en un bol y me senté a la mesa dispuesta a comérmelo; sola, como de costumbre. Nunca me había parado a pensar en mi poca vida social hasta ese día, en realidad me sentía muy feliz, no me podía quejar. Tenía un apartamento, iba bien en los estudios, sólo sentía soledad en todos los rincones...

A la mañana siguiente, seguía notando ese sentimiento de soledad que nunca antes había sentido con tanta intensidad. Me vestí, desayuné y salí de mi apartamento siguiendo el mismo recorrido de todos los días. Cuando llegué a clase sólo había un pequeño grupo de chicas hablando de Idols o algo por el estilo, les hice caso omiso y me senté en mi esquina, mirando por la ventana. Las hojas movidas por el viento me resultaban tan bonitas, parecían haber estado ensayando cada movimiento, cada milímetro de vuelo. La naturaleza hacía pequeños milagros como ese cada segundo. El sonido del aire, los rayos ocultos del sol, la belleza de la vida en todos esos actos...

"Hoy formaremos parejas para hacer un trabajo sobre distintas nacionalidades..."

Sin a penas haberme dado cuenta, el sensei ya había entrado en el aula y comenzado a dar la clase.

"Tachibana-san con Tetsuya-san..."

Es gracioso ver como todas sonríen al saber que tienen que hacer el trabajo con una amiga suya.

"Hashiri-san con Kaname-san..."

Pasar el rato con una persona que agradas debe ser divertido.

"Kirigiri-san con Asahina-san..."

Hoy su rubio parece aún más brillante...

"Tojo-san con Ayase-san..."

...oh, cielos...

Ayase-san giró su silla hasta ponerla en frente a mi, compartiendo ambas mi mesa. Después de que el sensei diese sus explicaciones sobre el trabajo, ella habló.

"Lo haremos de Rusia."

"M-me parece bien..." afirmé. "Pero eres la única que sabe de Rusia..."

Me miró con el ceño fruncido y resopló.

"Entonces lo haré yo todo..."

Sus contestaciones me ponían nerviosa; no sólo por el echo de que fuesen tan bordes, si no también porque me miraba a los ojos cuando replicaba.

"Oh, no, lo tenemos que hacer juntas, no puedes hacer tu todo el trabajo."

"Soy la única que sabe de ese país, por lo tanto, déjamelo a mí..."

"Deberíamos repartir el trabajo."

"No, lo haré yo..."

"...¡Ericchi!"

Se quedó en silencio. Un fuerte sonrojo cubrió su cara y por primera vez en nuestra pequeña conversación, apartó su mirada de la mía. Fue un error haber dicho eso, ni si quiera lo pensé. Simplemente lo dije sin pensar en las consecuencias. Aunque tenía que admitir que estaba adorable con las mejillas tan sonrosadas.

Seguidamente, intentando por todos los medios no mirarme a los ojos, me cedió un papel y un bolígrafo.

"...Entonces...yo dicto...y tu escribes..."

"De acuerdo..."

Comenzó por dictarme unas cuantas frases con contenido alto en cultura rusa, cosas que no entendía demasiado. Tampoco tenía interés en entenderlo, pero me gustaba oír su voz con aquel acento tan especial y a la vez ese japonés tan bien hablado.

Cuando tomó una pausa, levanté la mirada para encontrarme con la suya. Al verme, se volvió a sonrojar, y acto seguido apartó la vista. No pude hacer otra cosa que dejar escapar una dulce e inocente risita.

Ericchi, Ericchi, Ericchi, Ericchi. Sólo quería llamarla así una y otra vez, ver esa reacción todas las veces que pudiese.

"¿Cómo vais?" oímos la voz del sensei a nuestra vera.

Ericchi le tendió el papel y él lo leyó con tiempo y motivación. Al leer las últimas frases, asintió.

"Bien. Muy bien. Creo que deberíamos usar esto de las parejas más a menudo..."

Yo también, sensei.

No pasó mucho rato hasta que sonó el timbre que indicaba el final de las clases. Recogí mis libros y me levanté del asiento, regalándole a Ericchi una grata sonrisa antes de despedirme con un rápido movimiento de mano.

Bajando las escaleras, tuve que contener las enormes ganas que tenía de sonreír como una idiota. Me costó, pero a duras penas lo conseguí. Una vez sola en el camino de vuelta a mi hogar, me liberé de aquella carga y empecé a reír. No estaba muy segura de por qué, pero me sentía muy feliz. Muy, muy feliz.

"...¡Tojo-san, espera!"

Me di la vuelta y algo cortó mi aliento. Verla correr en mi dirección pudo detener los latidos de mi corazón.

"¿...Qué ocurre?"

Cuando me alcanzó, tuvo que tomarse unos instantes para recobrar la respiración.

"Se te calló esto al salir de clase..."

Me tendió una carta del tarot. Los enamorados, para ser exacta. Sonreí.

"Muchas gracias, ...Ericchi."

Se volvió a sonrojar y centró la vista en el suelo. "De nada.."

"Ah, por cierto, Ericchi..."

"¿Sí...?"

"Puedes llamarme Nozomi."

Levantó la cabeza y posó sus hermosos ojos azules sobre mis tranquilos ojos turquesa.

"De acuerdo...Nozomi."