Otra infernal noche.
El viento azota los árboles; los relámpagos iluminan su habitación aún con las cortinas cerradas; los truenos resonando en sus oídos, independiente de tener la almohada sobre la cabeza.
Trata de respirar profundo, de calmar su respiración, pero le es imposible. ¿Cómo va a poder siquiera estar tranquilo con todo ese escándalo ocurriendo afuera? Está entrando en histeria, sin saber qué hacer.
Jem lo sabría.
Una parte de él se apena profundamente, despertarle a esas horas de la madrugada cuando llevaba pocos días durmiendo bien, sin tener ningún ataque de su enfermedad.
La otra parte le urge desesperadamente que fuese a refugiarse con Jem, él diría un par de palabras y todo (incluso el clima afuera) estaría bien. Jem le quería tanto que le perdonaría esta.
Se pone el primer abrigo que encuentra, y con las manos temblando en sus orejas, camina por los pasillos tratando de evitar escuchar los truenos. Se siente estúpido, no temerle a los demonios, ¿pero tenerle pánico a una tormenta?
Llega al cuarto de Jem, y abre la puerta como si fuera el suyo.
Jem está durmiendo plácidamente de espaldas, con el rostro iluminándose con la luz esporádica de los relámpagos que atraviesan las cortinas. Se ve tan tranquilo, calmado, como si su enfermedad no existiera.
Sonríe al verle tan bien. Hasta que se sobresalta al sentir de nuevo, el maldito sonido de los truenos. Cierra la puerta con suavidad y corre hacia la cama de Jem.
Se arrodilla al borde de la cama, se inclina sobre el rostro de su parabatai. Nunca se atrevería a acercarse así a Jem si este no estuviera durmiendo. Su piel lanzando un ligero resplandor plateado, sus labios entreabiertos dejando escapar aire de sus pulmones. Inconscientemente se relame los labios. Mira el cabello que le cae sobre la frente: se lo aparta y sonríe al oírle suspirar.
Sigue acariciándole el pelo, y está tan absorto observando los rasgos de Jem que cualquier sonido que no sea la apenas perceptible respiración del chico, no oye nada más.
Se recuesta al tiempo que pasa sus dedos al cuello de su parabatai, trazando líneas imaginarias a lo largo de él. Los párpados le pesan, y deja vagar su mano por la clavícula, tirando un poco del pijama para tocarle el hombro.
–Espero que te duermas pronto, porque no sé si estoy preparado a que me sigas tocando.
Will pega un bote que le hace quedar completamente erguido en la cama. Siente que las mejillas se le colorean, y trata de pensar en algún comentario irónico para decir, pero no se le ocurre nada. Jem está sonriendo con los ojos entrecerrados y una ceja alzada.
–Puedes quedarte a dormir si eso es lo que quieres. Pero no te aproveches de mí mientras duermo, ¿de acuerdo?
Will, aún sonrojado, asiente y se mete en la cama.
De improviso, Jem pasa un brazo por la cintura de él y susurra: –Puedes dormir conmigo todas las veces que quieras.
Otro trueno se escucha, pero Will está seguro de que el escalofrío que le recorre el cuerpo no es por causa de él.