Disclaimer: Los Juegos del Hambre y todos sus personajes no me pertenecen, son propiedad de Suzanne Collins. Este fic es un regalo para Elenear28.
Desde que la vi
Miro por la ventana de la habitación, los débiles rayos del sol proyectan su luz sobre las hojas de los árboles formando sombras que se traslucen y danzan sobre las paredes. La brisa, apenas cálida, entra por las ventanas trayendo consigo la fragancia de las primroses que rodean la casa.
Aspiro profundamente llenándome con el aroma de la primavera, pero especialmente con el aroma de Katniss, la aprieto más contra mí mientras ella duerme escondida en el hueco de mi cuello y refugiada en mi pecho. Lentamente aparto unos cuantos mechones de cabello para observar su rostro y me doy cuenta que a pesar de los años ella sigue luciendo igual.
Podría pasarme la vida entera observándola dormir, viendo como su pecho se infla con cada respiración, indicándome que a pesar de todo está viva y a mi lado. Un suspiro brota desde lo más profundo de mi interior, aún hoy, quince años después de la rebelión, su cercanía me produce la misma felicidad.
Me remuevo cuidadosamente para no despertarla, últimamente no ha dormido bien, las pesadillas la han visitado cada noche y en momentos como este, prefiero dejarla descansar.
Me levanto lo más sigilosamente posible, tomo una camiseta y me la pongo enseguida. Con los años he aprendido a ser más silencioso, aunque aún sigo espantando a las presas cuando Katniss me lleva al bosque con ella.
Bajo las escaleras y voy directamente a la cocina. Me lavo las manos, prendo el horno y me coloco el delantal. Tomo la harina, los huevos, el queso y la levadura y comienzo a mezclar todo para preparar la masa para hornear los bollos de queso que tanto le gustan a mi esposa.
Mi esposa, me sigo maravillando al saber que puedo llamarla así. Katniss es mi esposa y en poco, la madre de mi primer bebé.
Una gran sonrisa se dibuja en mi rostro imaginando que dentro de unos meses tendré entre mis brazos a nuestro primer bebé, un bebé de Katniss y mío. Me tomó muchos años convencerla, a pesar del tiempo y de que las cosas son distintas, a Katniss aún le aterroriza pensar en hijos. No importa que hayan pasado quince años, los Juegos siguen muy presentes en ella, al igual que en mí, por eso nunca la presioné porque en el fondo entendía su miedo.
Fue con ternura, pero sobretodo con mucha paciencia, que logré que accediera. Cada vez que me veía en la plaza del Distrito comprándoles paletas a los niños que se encontraban ahí jugando, o cuando les regalaba galletas a cada niño que entraba en la panadería, sus ojos se llenaban de lágrimas. En la noche ella me abrazaba con fuerza bajo las sábanas y me pedía perdón por no poder darme lo que más deseaba. Yo la envolvía entre mis brazos y le susurraba que ella era toda mi felicidad y que aceptaba todo lo que esté dispuesta a darme, que era feliz solo con estar a su lado.
Esas noches, mientras la hacía mía, sentía como con cada beso y caricia con las que me cubría intentaba decirme lo que no podía con palabras, me entregaba su vida y yo era feliz.
Coloco los panes sobre las placas de metal y los pongo dentro del horno. Preparo té y me dedico a limpiar la cocina mientras espero a que el pan esté listo.
— Peeta ¿eres feliz a mi lado?— recuerdo la pregunta que cambio mi vida.
— Todos los días, Katniss— respondí con una sonrisa— ¿Por qué lo preguntas?— dije extrañado.
— Por nada— contestó evadiendo mi mirada.
— Katniss ¿está todo bien? ¿ha pasado algo?— pregunté alarmado.
— Haymitch siempre tuvo la razón. Ni viviendo cien vidas te merecería. Tú eres… eres… y yo… yo soy destrucción… soy... — guardó silencio y se dio media vuelta.
— No Katniss, espera— la sujeté de la mano para evitar que saliera de la casa— ¿Qué está pasando? Si es por lo de los niños… te prometo que no volveré a mencionarlo. Tú eres todo lo que necesito, no digas esas cosas. Yo soy feliz a tu lado.
— ¡Es que no quiero que dejes de desear tener una familia! ¡Tú más que nadie merece una!— estalló y las lágrimas comenzaron a salir.
— Ya tengo una familia Katniss. Tú eres mi familia. Y estás conmigo por que me amas ¿real o no real?— pregunté tratando de que aquel juego logre tranquilizarla.
— Real— contestó. —Real, pero quiero que tengas más, Peeta. Quiero hacerte tan feliz como tú lo haces conmigo. Me devolviste la paz, y eres la luz en la oscuridad que es mi vida. Tú me trajiste de vuelta— posa su mano sobre mi mejilla y sé que no debo decir nada porque pocas veces Katniss reúne el valor necesario para poner sus sentimientos en palabras. — Debería dejarte en libertad para que seas feliz con alguien que no esté tan rota como yo, pero soy tan egoísta que no puedo hacerlo porque te necesito a mi lado para continuar, porque necesito tus brazos rodeando mi cuerpo y protegiéndome.
— Katniss… — colocó sus dedos sobre mis labios y negó con la cabeza.
— Quiero verte feliz y sé que serás un excelente padre, por eso...
— No Katniss por favor, no te vayas— recuerdo que la abracé con fuerza para evitar que me dejará.
— No voy a ningún lado. Y tampoco voy a dejarte ir Peeta— me miró con esos ojos grises tan hermosos.— Quiero que tú y yo iniciemos nuestra familia.
Me quedé sin habla, mi cabeza no lograba asimilar con claridad lo que Katniss quería decirme.
— Katniss, tú de verdad quieres que…
— Sí Peeta, solo contigo daría este paso tan importante porque sé que siempre protegerás a nuestro hijo así como me cuidas a mí.
Me volví loco de felicidad, alcé en volandas a Katniss y besé todo su rostro, sus mejillas, su nariz, su frente y finalmente sus labios. Le prometí cada día que iba a cuidar de nuestra familia y de repente un día me dio la noticia de su embarazo.
No recuerdo día más feliz que ese, sentí que mi corazón iba a detenerse de un momento a otro por el esfuerzo que hacía al latir tan rápidamente.
Katniss estaba asustada, le tomó tiempo asimilarlo, pero en sus ojos notaba esa chispa de alegría por la noticia. Estoy seguro que será una gran madre.
— ¡PEETA! ¡PEETA! ¡PEETA!— suelto la tetera del té y salgo disparado hacia la habitación al escuchar los gritos desesperados de Katniss.
— ¡Katniss! ¡¿Qué ocurre?!— pregunto al verla paralizada del terror y enredada entre las sábanas.
— Se mueve Peeta, se mueve— dice y yo sigo sin entender que es lo que sucede.
— Katniss…
— Aquí, mira— extiende su mano la cual tomo enseguida y la posa sobre su vientre. — ¿Lo sientes?
Y efectivamente lo siento. Siento un pequeño movimiento en el vientre de Katniss, se trata de mi bebé.
La miro con todo el amor que tengo para ella y la arropo entre mis brazos como tantas veces he hecho.
— No te asustes Katniss, es solo nuestra pequeña. Por fin se ha despertado, es su forma de decir hola— le susurro tiernamente mientras paso mis dedos por su cabello.
— Peeta yo… — siento humedad en mi cuello, está llorando.
— Tranquila, todo estará bien. Estoy aquí. Siempre estaré aquí, Katniss.
— Tengo miedo, Peeta. ¿Y si algo anda mal? No se había movido antes, tal vez…
— No pasa nada malo, Katniss. Solo está inquieta— contesto acariciando suavemente su vientre. — Voy a contarle una historia para que se calme ¿de acuerdo?
— ¿Qué?
— Si, una historia. He leído en los libros de maternidad que es bueno contarles cuentos o cantarles a los niños mientras están el vientre, así se familiarizan con tú voz, y quizá logremos que la pequeña que está ahí dentro se tranquilice y deje de asustar a su mamá— digo en tono juguetón.
— De acuerdo— musita Katniss y se sorbe la nariz. — ¿Qué le vas a contar?— se sienta con la espalda recargada sobre el espaldar de la cama.
— Veamos— me recuesto sobre su regazo mirando hacia el techo, pensando en lo que voy a decir.
Hay tantos recuerdos dentro de mí, muchos de ellos aún nublados por el secuestro que me alejó de Katniss. Hay tantos recuerdos dañados, otros que he tenido que ir reconstruyendo con la ayuda de mi esposa y otros que simplemente se perdieron para siempre.
Busco un recuerdo que sea mío, que no haya sido alterado, uno que nadie me haya contado para hacerme recordar, y entonces viene a mí.
— Mi pequeña, voy a contarte sobre como fue que me enamoré de tu mamá— Katniss me mira fijamente y una fugaz sonrisa se dibuja en su rostro.— Lo primero que debes saber— digo acercando mis labios al vientre hinchado de Katniss— es que llevo enamorado de tu madre toda mi vida.
— Peeta… — ella menciona mi nombre y mi corazón se acelera.
— Fue cuando yo tenía cinco años. Era el primer día de escuela, recuerdo que estaba muy nervioso porque no tenía ni idea de lo que me iba a encontrar ahí. Además mis hermanos no me la ponían fácil, me llenaron la cabeza diciéndome que la maestra era un monstruo disfrazado— me río al recordar lo asustado que estaba.
— ¿Enserio te dijeron eso?— Katniss pregunta con una sonrisa.
— Enserio. El caso es que no quería ir a la escuela. Mi padre me convenció diciéndome que cuando regrese a casa me daría una galleta de animales, también estaba mi madre, que no decía nada pero que me miraba exasperada ante mi negativa.
Una profunda añoranza va creciendo en mi pecho al recordar a mi padre, ese hombre tan amable y extraordinario que me apoyó incondicionalmente. Incluso el recuerdo de mi madre me estruja el corazón, ella no era una persona que me demostrara cariño, pero sé que en el fondo ella sí me quería.
— ¿Estás bien, Peeta?
— Si, perdona— me aclaro la voz antes de continuar. — Mi papá me llevó de la mano, yo me aferraba a ella con todas mis fuerzas, no quería que me soltará. Cuando llegamos señaló hacia la fila que empezaba a formarse.
— ¿Ves a esa niñita? Quería casarme con su madre, pero ella huyó con un minero— su voz aún suena clara en mi memoria.
Katniss comienza a pasar sus dedos por mi rostro, sus caricias son tranquilizadoras.
— ¿Un minero? ¿Por qué querría un minero si te tenía a ti? Pregunté mientras observaba a tu madre. Llevaba puesto un vestido rojo a cuadros y dos trenzas en lugar de una— tomo la punta de su trenza y juego con ella.
— Porque cuando él canta, hasta los pájaros se detienen a escuchar contestó tu abuelo. Entré al salón de clases pensando en sus palabras, me costaba creer que algo así fuera cierto, muy pronto descubrí que estaba equivocado.
Siento los labios de Katniss sobre mi frente cuando deposita un beso, los dos sonreímos.
— Más tarde, en la clase de música, la maestra quién resultó que no era un monstruo, preguntó si alguien se sabía la Canción del Valle. Tu madre levantó el brazo enseguida, la maestra la subió en un taburete y comenzó a cantar.
Cierro los ojos y por unos instantes vuelvo a ser ese niño de cinco años que escuchaba hipnotizado la melodiosa canción. Escucho la dulce voz de Katniss y me lleno de su suavidad.
— Miré por la ventana y noté que todos los pájaros guardaban silencio y escuchaban con atención.
— Eso no es cierto, Peeta— dice hundiendo sus dedos en mi cabello.
— Claro que los es. Y lo supe pequeña, supe que estaba perdido, supe que viviría atrapado entre las notas musicales y la suavidad de la voz de tu madre. Durante muchos años traté de ser valiente y hablar con ella, pero me sentía abrumado ante su presencia. Además, siempre estaba acompañada de su amigo.
Un pequeño destello de luz trata de abrirse paso en mi cabeza, cierro los ojos con fuerza porque comprendo que un recuerdo falso pugna por salir a flote. Siento las manos de Katniss sujetando mi rostro.
En lo más profundo del prado, bajo el sauce
Hay un lecho de hierba, una almohada verde suave;
Recuesta tu cabeza y cierra tus adormilados ojos
Y cuando los abras de nuevo, el sol estará en el cielo.
Aquí es seguro, aquí es cálido
Aquí las margaritas te protegen de cualquier daño
Aquí tus sueños son dulces y mañana se harán realidad
Y mi amor por ti aquí perdurará.
Escucho su voz llenando cada espacio en mi corazón, pega su frente a la mía y aspiro su aroma.
— Quédate conmigo— la escucho decir.
La brillante luz comienza a apagarse y los recuerdos dañados se esconden tras la niebla, los entierro una vez más.
— Siempre— respondo. Es mi promesa de estar con ella hasta el fin.
Abro mis ojos y me encuentro con los de ella, mirándome intensamente. Me siento como un niño y la veo a ella de la misma forma. Nos quedamos en silencio, reconociéndonos nuevamente.
Deposito un beso en el vientre de Katniss con todo el amor que poseo — Y un buen día y de la forma más inesperada, me encontré compartiendo con mamá mucho tiempo. Ella me salvó, hija.
— Y tú me salvaste a mí, Peeta— la miro nuevamente y veo que hay lágrimas sin derramar danzando en sus ojos.
— Nos salvamos los dos— contesto y entrelazo nuestras manos sobre mi pecho. — Después de muchos años de estar juntos, tu mamá decidió hacerme el hombre más feliz del mundo, y me dio la noticia de que tú— poso mi mano en el vientre de Katniss una vez más— venías en camino. No sabes con cuanta ilusión espero tu llegada, pequeña.
— Siempre te refieres al bebé como ella. ¿Cómo sabes que será una niña?— cuestiona mi esposa.
— Lo siento en mi corazón, sé que será una niña igual de hermosa que tú, y también sé que nos dará mucha guerra porque estoy seguro que heredará tu carácter.
— ¡Peeta!— exclama fingiendo enfado— no soy tan difícil. Si es niña o niño, espero que tenga tus ojos.
— ¿Mis ojos? Pero si el gris de los tuyos es tan bonito.
— Nada me gusta más en el mundo que la paz que me dan tus cálidos ojos— Katniss abre los suyos con sorpresa.
— Tranquila, nuestra hija solo está feliz. No pasa nada— le digo a Katniss cuando siento como mi bebé se mueve dentro de ella.
Katniss asiente pero sé que aún tiene miedo.
— Entonces… ¿desde cuándo me amas?— cuestiona Katniss y a pesar de todos estos años juntos, ella aún se sonroja. Me sorprende que siquiera me formule esa pregunta.
— Desde que te vi. Te amé desde el primer momento en que te vi con ese vestido rojo a cuadros y con tus trenzas enmarcando tu rostro. Te entregué mi corazón en el momento en que te escuché cantar y te entregué mi vida entera en aquella cueva donde te besé por primera vez.
— Jamás voy a dejarte ir.
Katniss no tiene idea de lo que sus palabras provocan en mí. Me levanto de su regazo y la beso con dulzura, ella corresponde a mi beso al instante envolviendo sus brazos en mi cuello, como siempre lo hace.
Mientras la beso mi corazón palpita con fuerza, no importa que hayan pasado diez, quince años, aún me emociono con sus besos y sé que después de veinte, treinta, cien años, seguiré sintiendo exactamente lo mismo.
— Es hora de desayunar. Tienes que estar fuerte.
— Claro, ¿Hay bollos de queso?
— Desde luego, los preparé esta mañana. Vamos— digo poniéndome de pie y tendiéndole mi mano.
Ella entrelaza sus dedos con los míos y juntos bajamos las escaleras. Mientras la veo comer los bollos pienso que a pesar de todo el dolor, de todas las pérdidas que ambos sufrimos, volvería a recorrer el mismo camino, aunque esté lleno de sufrimiento porque al final, en el fondo, ella sigue siendo esa niña con ilusiones y esperanza y yo soy ese niño que la observa desde la distancia, admirándola, amándola.
¡Feliz Cumple, Marce! Aquí estoy para celebrar contigo este día tan especial.
Te escribí este pedacito en la vida de quien sé es tu personaje favorito. He puesto todo mi esfuerzo para retratar al Peeta que amas. Sabes que él es muy lindo y bueno para mi loca cabeza, y por lo mismo este fic es valioso para mí porque solo por TI y por las demás chicas me atrevo a escribir a Peeta. Solo espero que este fic pequeñito, pero escrito con muchísimo cariño, te saque una sonrisa. Me hubiera encantado regalarte algo mucho más grande, como tú te lo mereces, sin embargo ten la seguridad que cada palabra fue escrita con mucho significado.
Hace poco más de año que te conocí gracias a tus fics y es el segundo cumpleaños en el que te acompaño. En el primero, no fui yo quién te hizo un regalo, fue alguien mucho más importante, alguien muy cercano a mí que te regalo unos dibujos, ese es un regalo que jamás podré igualar. Ahora, te regalo algo yo, escrito por mí y enserio espero que te guste.
Me alegra saber que tengo por amiga a una persona tan talentosa como tú. Te admiro mucho como escritora y valoro cada consejo que me das, eres una persona extraordinaria. Te deseo un muy, pero muy feliz cumpleaños, y me hace feliz poder compartir una fecha tan especial como esta contigo.
Disfruta mucho tú día, Marce!
Muchos besos, A.