¡Hola a todos! He aquí el segundo capítulo; y les hago una aclaración, tanto este, como los demás, son Au's. Es decir, son universos alternos en donde Killua y Gon se conocen... luego de hacer esta aclaración, los dejo con el capítulo.

Disclaimer: Ningún personaje que aquí aparezca o sea mencionado me pertenece, todos son propiedad de su respectivo autor: Yoshihiro Togashi.

Advertencia: Shonen-ai.


Se oía un vals por toda la casa.

Killua odiaba esa melodía.

Desde el momento en que su madre se obsesionó con ella.

Se levantó de la cama, ignorando la presencia de la sirvienta, quien abría las ventanas y corría las cortinas moradas, dirigiéndose de inmediato hacia el cuarto de baño para cambiarse; mientras

Al bajar por las escaleras, caminó hacia el siguiente corredor. Sujetó la perilla, titubeando, girándola lentamente y sonrió al ver que su familia estaba esperándolo.

—Buenos días madre, señor.

La mujer sonríe, orgullosa de la actitud de su hijo, mientras que el hombre corresponde al saludo, volviendo rápidamente a su lectura; sin embargo, el muchacho más joven, y hermano del albino, reaccionó de un modo muy diferente.

—¡Killua! —exclama el menor levantándose de un salto, corriendo hasta su hermano para después abrazarle con cariño. Restregando su mejilla contra la ajena—. Buenos días.

—¡Gon! —grita la mujer, dando un fuerte pisotón con uno de sus zapatos—. Ese tipo de comportamientos no es adecuado para un muchacho, y menos uno de tu posición; ahora, suelta a tu hermano en este instante.

—Pero…

—No me hagas repetirlo, jovencito. Pareces un salvaje al actuar de ese modo…

La mirada que recibe de su madre le hace titubear. —Yo solo quería…

—¿Acaso está cuestionando el pedido de su madre? Un poco de decoro, hijo. A la madre se la respeta. —ultima su padre dejando a un lado el periódico matutino—. ¿He sido claro?

—Sí, señor. —responde bajando la mirada, superándose de su hermano. "Lo siento", murmura con tristeza, abotonando el último botón de su chaleco negro.

Killua no responde, solo permanece allí, mirando con atención como Gon intenta ocultar su tristeza. Se dirige a su asiento, en silencio, observando por el rabillo de su ojo la actitud de sus padres y muerde su lengua para no exclamar las barbaridades que desea decir en ese momento.

Pero su madre se le adelantó.

—Al fin estamos reunidos, como una familia—. Levantándose de su asiento, les sonrió a ambos. —Hijos míos, luces de mis ojos, hay algo que he querido hablar con ustedes desde hace tiempo. Y, ahora que está su padre presente, es la oportunidad perfecta para hacerlo…

—¿Hablar… con nosotros? —repite el menor confundido.

Por su parte, el albino mantiene su rostro sereno. Calmo; y, sin que nadie se dé cuenta, desliza su mano por debajo de la mesa. Entrelazándola con la de su hermano. —Sobre qué, si se puede saber.

—Sobre ustedes. —responde el padre, sin apartar la vista de las noticias en el periódico; sabiendo, perfectamente, que su esposa le miraba con recelo por haber arruinado la "sorpresa".

—Gon, Killua, ustedes han crecido maravillosamente. Están a un paso de la adultez, serán hombres de bien y, gracias a ustedes, esta familia volverá a su digno lugar—. Se cubre con la mano al soltar una pequeña risilla. —Discúlpenme, creo que he abordado el tema de modo incorrecto; queridos míos, ha llegado el momento en que dejen de dormir en la misma cama.

—¿Eh? ¿Por qué? Pero, si Killua y yo dormimos en la misma cama desde siempre.

—Ese es el problema, no es correcto. —replicó—. Muchachos, están a dos años de la mayoría de edad, ¿qué creen que pensaría la gente? ¿Y si ustedes tuvieran una prometida? No es correcto.

—Pero…

—Ustedes lo saben, ¿verdad?; ¿Entienden que no es bien visto, no?

Gon permanece callado, sin saber muy bien cómo responder a ello.

—Sí, madre. Haremos lo que nos pide—murmura Killua, sin saber que, sus brillantes e intensos ojos azules se ven más opacos de lo normal.

Ninguno parecía estar dispuesto a aceptar el cambio.

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—¡Esto es tonto!—. Se deja caer sobre la cama y comienza a patalear. —¿Por qué ahora? ¡Antes no les importaba! —Gon vuelve a refunfuñar, y, en busca de apoyo moral, desvía la mirada a su compañero de cuarto—. ¿Killua? ¿Me estás escuchando?

El mayor guarda silencio y da vuelta a la página, concentrado en la trágica historia de amor que está leyendo.

Eso le hace enfurecer.

—Killua, ¡préstame atención! —ordena mientras le arroja lo primero que está a su alcance: una de sus almohadas.

Ante el impacto, el mayor suspiró e intentó retomar con la lectura. Pasando a la siguiente hoja. —Gon, deja de hacer ruido. Estoy intentando leer…

—¡Pero es tonto, no lo niegues Killua!

Killua bufó y se acomodó mejor en suelo, poniendo una almohada bajo su cuerpo. —¿Y quién está negándolo?

Sonriendo, Gon dio un último salto sobre el colchón y gateó hasta el borde de la cama. Para estar un poco más cerca de su hermano. —¿Ves? ¡Estás de acuerdo conmigo! Así que, podemos seguir durmiendo en la misma cama.

Resignado, el mayor cerró bruscamente su libro.

Giró su cuerpo y fijó sus penetrantes ojos azules en aquel rostro despreocupado. —Gon, tú escuchaste lo que madre y padre dijeron. Debemos obedecer. —mencionó con seriedad—. No es normal que sigamos durmiendo en la misma cama, y menos cuando estamos a dos años de la mayoría de edad.

—¿Esa es tu preocupación? Pero sí hemos dormido en la misma cama desde los ocho años.

—Si pero, éramos niños. Ahora estamos a un paso de la adultez.

—Pero…

—Sin peros Gon, ahora ve a cambiarte. Ya debes ir a dormir. —ordenó levantándose del suelo, para luego quitar el polvo restante de sus pantalones oscuros.

"Está bien", respondió entre suspiros. Comprendiendo que no había nada que él pudiera hacer, salvo obedecer; tomó sus ropas y se encaminó hacia el cuarto de aseo, cerrando con un poco más de fuerza la puerta de madera.

—Este niño. —refunfuña el albino, apretando los puños hasta que sus nudillos se volvieran blancos. «En parte es mi culpa, soy demasiado permisivo con él», dice la voz de su conciencia. Confundido, se sienta sobre el colchón y jala suavemente de sus sedosos cabellos, en un vago, torpe, intento por liberar la frustración.

Estaba comportándose como un idiota.

No podía actuar de aquel modo, debía ser responsable de él mismo y de Gon. No por algo era el mayor, y sus padres confiaban plenamente en él para que trajese el orgullo a la familia; y ayudarle a madurar a su hermanastro.

Ese era uno de sus mayores problemas.

Su hermano, Gon.

Y el extraño, enfermizo, vinculo que tenían ambos.

Prohibido para la mirada ajena.

Desde que su madre volvió a casarse, su vida comenzó a desmoronarse delante de sus ojos; ¡todo se sentía diferente!; de ser el niño prodigio, solitario, pasó a ser el hermano mayor de un matrimonio ensamblado. Adoptando un nuevo padre, y a un nuevo hermano… Y era este último quien hacía que su vida tuviera sentido.

Porque Gon hacía eso: le recordaba que estaba vivo.

Piensa en ese rostro sonriente, llamándolo en un tono alegre y dulce, obsequiándole esa mirada especial; única. Solo para él; y la imagen en su rostro termina distorsionándose. Cambiando por completo, siendo reemplazada por una tímida, tentadora, expresión mientras su silueta se sitúa en una cama con sábanas blancas.

«¡No!», ruge su consciencia y razón. Deteniendo la lujuria contenida en su interior.

Killua lo sabe. Sabe que ya es demasiado tarde para cambiar de parecer; esos sentimientos ya existían. Y su única alternativa era fingir su existencia.

—Esto no debe ser así; no tendría que sentirme así… —murmura para sí, cubriéndose el rostro con sus manos; sollozó y mordió la cara interna de su mejilla. Oprimiéndola con fuerza hasta que el gusto a oxido impregnara su boca.

Desesperado, desvía la mirada en busca de una distracción.

Sin premeditarlo, sus ojos azul zafiro se posan en una prenda desparramada en la cama: una chaqueta verde; una muy conocida chaqueta verde.

Mordiendo su labio inferior, Killua duda. ¿Sería correcto tomarla por un momento y dejar a rienda suelta su locura? Era muy adictivo, y fue así para él desde el primer momento que percibió aquella fragancia; cualquier prenda de vestir que perteneciera a Gon era un arma de doble filo.

Podría traerle paz, pero también sería capaz de desatar el infierno.

El muchacho es débil, y ya no puede contenerse.

Decidido, su mano se mueve para terminar tomando la chaqueta.

Olisquea la tela, pasándola por cerca de su boca y nariz. «El perfume de Gon». Su cuerpo se siente caliente al recordar aquella fragancia, se estremece y la boca se le seca; la respiración comienza a cambiar, hay un extraño cosquilleo en su estómago, lame su labio inferior con nerviosismo y aprieta las piernas.

Si no se calmaba pronto, aquello volvería a suceder.

Una punza en su entrepierna lo trae a la realidad. —¡Maldita sea!—. «Contrólate Killua, no actúes como un pervertido», completa en su mente luego de soltar la prenda de vestir, sin importarle que ésta callera al suelo.

—Oh, dijiste una grosería. Te acusaré con mamá y papá.

Oír aquella voz le hizo sonreír, dejando en segundo plano la repentina frustración que sintió. Levantó su rostro y, cuando sus ojos se encontraron con la silueta de su hermano ambas mejillas se encendieron, tiñendo incluso parte de su cuello.

—¡¿Por qué tienes puesto esa cosa?! ¿Qué no tienes decencia?

Ante esa pregunta, lo único que obtuvo el mayor fue una brillante y amplia sonrisa.

—No es una cosa, es un camisón. Y muchos hombres lo usan.

«No desde que se inventó la pijama. ¡Estamos en el siglo XX, por Dios!». Tuvo que morderse el labio para no decir aquello en voz alta; recapacitó, comprendiendo que, hay ciertos comentarios que no deben hacerse. —Eso no importa, ve y acuéstate.

Refunfuñando, Gon obedece al mayor.

A paso marcado se acerca a su cama. No dice palabra alguna, solo estira su boquita y aprieta con fuera los puños; Killua ignora aquel comportamiento. Levanta las sabanas y el acolchado, esperando que su hermano se metiese en la cama. Y hacerlo, sonrió.

Sin poder contenerse, Killua besa brevemente la frente de Gon; sabiendo que un casto, casi tímido, beso no les haría daño a ambos. Aleja su rostro y observa como el ajeno comienza a sonrojarse. Es una mala señal, y lo sabe, pero, no puede evitar disfrutar de ella.

"Ten dulces sueños", murmuró bajito, tomando el libro con una de sus manos.

—Killua, ¿puedes encender el tocadiscos por mí?

Oír esa voz lo hace detenerse.

—¿Piensas escuchar música a estas horas de la noche? Madre y padre están durmiendo, no debemos despertarlos. —replica de inmediato, sin llegar a voltearse—. Además, el tocadiscos está junto a ti. Solo debes estirar tu mano…

—Por favor.

Las piernas de Killua flaquearon al oír eso último.

Titubea sobre cómo reaccionar; ¿qué es "hacer lo correcto" en un momento como ese?; observa la salida delante de él, está muy cerca. Solo bastarían unos pasos para que se escapara de la situación, pero, por más que lo intentara, sabía que nunca sería capaz de decirle "no" a ese hermoso niño.

Ya estaba en su naturaleza ceder ante él.

Gira sobre sus talones y vuelve a acercarse a la cama, esta vez, quedando sentado sobre el bordo.

—Bien, pero solo por un momento. —dice en un tono cortan, recibiendo un asentimiento como respuesta; suspira y aproxima su mano hacia el tocadiscos, sin embargo, cuando aprisionan su muñeca elevada su cuerpo se congela completamente.

Y todo sucede rápidamente.

Los lugares se invierten, y ahora es Killua quien se encuentra recostado sobre el colchón. Teniendo a su hermano Gon encima de su ser, sentando en sus caderas, restringiéndole las posibles vías de escape.

—¡Te tengo! —exclama el menor riéndose a carcajadas.

Cada mínima parte de su cuerpo se tensó, y, si era posible, su rostro parecía estar a punto de explotar por la vergüenza. —¡¿Pero qué?! ¡Gon!

—¡Juega conmigo! —dijo al tomar una almohada y golpear el rostro de su hermano mayor, sin usar demasiada fuerza; solo por el simple hecho de molestarlo y permanecer, juntos, despiertos el resto de la noche.

Excusándose como niños, el juego brusco comienza.

Las plumas blancas escapan de las almohadas y recubren la cama; incluso a ellos mismos; los resortes chillan y se contraen. Solo el sonido de sus erráticas respiraciones retumba hasta en el más pequeño rincón de la habitación.

—Ya basta, ¡detente Gon!

El repentino pedido, la súplica, lo hace detenerse. La almohada cae de su mano, entrecierra los ojos e inclina el rostro hacia adelante; casi invadiendo el espacio personal. —Mañana seré el niño bueno de siempre, pero ahora ¡quiero portarme mal contigo!

Los juegos infantiles habían acabado para Killua.

Y, repitiendo las acciones de su compañero, cambia las posiciones de ambos. Quedando él sobre el cuerpo de Gon, aprisionándolo por las muñecas, viendo su pecho subir y bajar al compás de sus respiraciones; la sola imagen era demasiado para él.

"Killua", murmura su nombre entre suspiros, con un tono de voz que debería ser prohibido para ellos; ante la vista de todos, de Dios, y de ellos mismos.

Bebiendo un poco más de ese dulce aliento, responde en un igual tono. "Gon", dice embelesado. Sin comprender todavía que su cuerpo estaba reaccionando por sí mismo, y sus pálidas manos se pierden en la piel morena, bajando lentamente hasta llegar a la frontera que recubre su desnudez.

Ya no había vuelta atrás.

Y el esperado beso entre ambos llegó.

Con las manos entrelazadas, buscan los labios del otro. Se rozan con timidez, incluso temor, hasta que algo parece quebrarse en su interior y se ven completamente cegados por el deseo. Mordisquean los labios y gruñen gravemente, exaltados por tener más de ese agridulce y adictivo presente; pierden el control, y en medio del beso vuelven a murmurar sus nombres.

Sin creer que aquello estaba sucediendo.

Su mayor anhelo, se había vuelto realidad.

La magia del primer beso termina por desaparecer, y es la hiel del desconcierto, la culpa, que cae sobre sus hombros.

Manteniendo sus ojos ocultos, intenta recuperar la respiración. —Killua. —murmura de forma entrecortada—. Killua… Killua… Killua…

Escuchar su nombre salir de los labios de su persona amada le afecta, y mucho, estaba a punto de perder la razón; y caer más profundo en el infierno. —Gon, yo…

Pero dos dedos lo hacen callar.

—Shh, no digas más—. Aleja su rostro, pero el agarre de sus manos se vuelve más ceñido. —Está bien. Yo también lo quiero, desde hace tiempo ya… —aquellas palabras fueron dichas en un tono más grave, ronco, uno que nunca sería capaz de usar con un hombre; menos con quien considera su hermano.

Killua no puede continuar escuchando y reacciona.

Desesperados, vuelven a buscar los labios ajenos. Con hambre y deseo. Las manos inexpertas se mueven con torpeza, buscando la piel desnuda y poder recordar su calidez a través de las yemas de sus dedos.

Sin embargo, su consciencia es quien le impide continuar con sus deseos.

Lo sujeta por los hombros y, poco a poco, comienza a empujarlo hacia adelante. Pero el pelinegro se resiste, lucha por lo que quiere, e intenta, una vez más, adueñarse de los rosados e hinchados labios de su amado.

—Gon no, no deberíamos… —lloriquea al sentir los mordiscos en su cuello, junto con los mojados y atrevidos besos—. Esto está mal, somos hermanos y…

—No lo somos —lo interrumpe—; nos tratamos como si lo fuéramos. Pero, no lo somos… Y no está mal, ¡esto no está mal, Killua!—. Toma entre sus manos el triste rostro y acaricia con ternura las mejillas sonrojadas. —El amor nunca puede ser algo malo.

Las lágrimas no tardaron en aparecer, y caían con total impunidad, mojando su piel, perdiéndose en su ropa. —Gon…

—¿Crees que esto que siento por ti… es algo malo?

—Yo no sé… Gon, espera.

—¿Qué sientes por mí, Killua?; ¿me amas como un hermano o como un amante? Porque sencillamente, no te entiendo.

—Yo… no…

Suspirando, eleva sus manos y deja que los dedos se pierdan entre los cabellos blancos.—Dependiendo tu respuesta, habrá un final diferente. —murmura tratando de ser honesto consigo mismo—. Solo quiero que seas honesto, y me digas lo que sientes… yo lo respetaré.

"Eres lo más importante para mí", esa frase escapa de sus labios sin premeditación alguna; solo sucedió.

Gon sonríe con tristeza, derrotado. —Entiendo. —dice en un murmullo, bajando la mirada hasta su regazo. «Sabía que esto pasaría», piensa, más no dice en voz alta por temor a una represaría. Aceptando la decisión final, se levanta del regazo del mayor, sentándose sobre sus tobillos en el colchón y recuesta las manos en las rodillas.

Intenta no llorar aunque sabe que es imposible.

No finge inocencia, o desconcierto, en su mente había aceptado que algo como esto podría suceder. Sí era estúpido, lo sabía muy bien, pero no ingenuo; era consciente del riesgo que estaba corriendo. Un inminente y prohibido peligro. Y ahora, estaba absteniéndose a las consecuencias.

Antes de que su persona especial, aquel que consideraba su mejor amigo y hermano, intentase consolarlo gateó hasta el borde de la cama. Bajó los pies al suelo, sintiendo su frialdad, y toma una pequeña respiración antes de dignarse a hablar.

—Gracias por ser honesto… hermano. —dice sintiendo un trago amargo en su garganta—. Yo… iré a lavar mi rostro; ten una buena noche.

Incluso si intentara escapar, no lo conseguiría.

Porque, la mano de su mejor amigo estaba sosteniendo en un puñado parte del camisón.

Gon siente que el aliento se escapa de su pecho. «Si esto no es correcto para ti, ¿por qué no me dejas ir?», es lo que desea decir. Pero no tiene el coraje suficiente para hacerlo; ni mucho menos, para ser cruel con él. —¿Killua?

—Quédate... por favor. —suplicó al borde de las lágrimas, ocultando su rostro detrás de un manto de cabello blanco—. Gon, no te vayas…

—Killua, no me iré si me lo pides.

"Tengo miedo", murmuró el mayor, dejando su orgullo a un lado y buscando consuelo en los brazos de su amado. —Tengo miedo de esto… no sé qué hacer; ya no puedo controlarme.

—Tranquilo, yo estaré contigo; te protegeré. Ya no llores Killua —dice al acariciar los sedosos cabellos—; no dejaré que nadie te haga daño. Lo prometo.

—Gon…—. Sus dedos se afianzaron con desesperación al camisón, hasta el punto en que sus nudillos se vuelven blancos; hay un escalofrío que le quita el aliento, se acurruca contra el pecho del menor y aspira su dulce aroma.

Cálido.

Todo a su alrededor se siente cálido, y quienes sean ellos o quienes querían ser perdía sentido alguno.

Solo importaban ellos dos.

—¿Sabes que estamos por hacer algo indebido?

—Sí, lo sé.

—¿Y no te importa?

No. —respondió de inmediato. "Y quiero demostrártelo esta misma noche", aseveró con total seguridad. Gon mantuvo su semblante sereno, para que su compañero notara que estaba hablando en serio, y da un ligero apretón a los hombros de su compañero.

Pero antes de que pudiese hacer algo, necesitaba oír su respuesta.

"Hazlo", respondió Killua cerrando sus ojos, sin titubear. Entregándose por completo a la voluntad de su hermano del alma, su mejor amigo y primer amor; terminó con la brecha que los separaba a ambos, buscando, ansioso, un beso de quien se convertiría en su amante.

El frío se desvanece, y ahora solo hay calor.

Encerrados y bajo llave, sin nadie que los pudiera ver, hay dos personas amándose en secreto.

Se escuchan sus quejidos, el nombre del ajeno mezclado con un gemido, las respiraciones se alteran, suspiran y gruñen por lo bajo.

Desnudándose mutuamente, quitando con amor y lujuria cada prenda de vestir cubra sus pieles. Conociendo la felicidad plena entre sus cuerpos; el más joven sonríe, perdiéndose con la infinidad de esos deslumbrantes, intensos, ojos azules, mientras que su compañero solo aparta la mirada avergonzado, sonrojándose lindamente, y sujeta el rostro ajeno entre sus manos.

Ambos sonríen y vuelven a besarse.

Se estremecen en cada roce y caricia, gimiendo el nombre de esa persona a quien amaban en la vida.

Sabían que estaba mal, que era un pecado –tabú- pero no podían controlarlo. No lograban concebir la idea de no poder estar juntos. Lo anhelaban; cada pequeña, y mínima, parte de sus cuerpos anhelaban aquella cercanía; a tal punto que la sensación se volvía asfixiante, dolía, a tal punto que no necesitaban nada más.

Un pecado.

Su amor era un pecado para todos; su familia, sus amigos, incluso ellos mismos; pero no les importó.

Y juntos, terminaron condenándose.

Pero, nunca imaginaron que lo prohibido sabría tan dulce.


Bien mis niñas, les mando un beso. ¡Y nos vemos en el siguiente capítulo! Cuídense cariños míos; esperemos que la próxima actualización sea pronto.

Atte: Canciones de Cuna.