Disclaimer: Inuyasha no es mío, los personajes utilizados en toda la historia no son de mi propiedad sino de Rumiko Takahashi, creadora de la serie, estos son solo utilizados sin ánimos de lucro, solo diversión. Aunque la historia es mía.
Summary: Ella no pudo evitar desear. Ella no pudo evitar cruzar. Ella observo el salir del sol por entre la oscuridad, a su vida. ("Fic participante del concurso ¿Rosas y chocolates? ¡Olvídalo! Del foro: Aldea Sengoku.")
Advertencia: Ligero OoC y AU. One-Shot.
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Cross
Los sonidos se mezclaban todos contra todos. Los latidos llegaban a su cabeza, dándole jaqueca. Gritos de gente desesperada, niños llorando a todo pulmón. El clip-clap de las jeringas extrayendo y contrayendo. Las puertas bamboleándose. Los chirridos de las camillas corriendo en una carrera: Tiempo vs Vida.
Kagome prefería estar concentrada en los sonidos de todo el organismo llamado hospital, que en la mirada de lastima que empleaba la enfermera con ella.
—Cariño…¿Estas bien?
Se contuvo de rolar los ojos. No estaba bien. Nada estaba bien.
La enfermera suspiro y le paso una bolsa con hielo, mientras esperaba que la hinchazón del golpe bajara, para poder suturarla. Una vez se fue, se reclino contra la dura y fría camilla, tratando de encontrar un punto fijo de la habitación. Se concentro en los remolinos de papel rojo y blanco. Estaban vísperas a San Valentin.
Era su culpa que estuviera ahí. Era su culpa que próximamente la policía viniera a ella a pedirle explicaciones y ella negarlas. Era su culpa, por no tener fuerza, por no poder soportar sus golpes como debía, por no poder ser mas fuerte para defenderse. Por tener miedo. Por no hablar.
—Es mi maldita culpa—murmuro en voz baja, sin evitar que el frio la tocara.
—¿Lo es?
Levanto la cabeza tan bruscamente que su espina dorsal pincho con dolor. Escaneo rápidamente la habitación, donde estaban mas ocupados con enfermos mas crónicos que ella. Frunció la boca, y gruño.
—¿Lo he imaginado?
—No, no lo haz imaginado—frunció el ceño, escuchando el origen de la voz. Era un hombre, maduro, su voz era barítona y profunda, de no ser por que ella estaba de un genio del demonio no habría evitado descubrir que era atractiva. De reojo observo la cortina verde, donde a penas se siluetaba a alguien sentado.
—¿Quieres algo?
—No—fríamente le respondió a través de la cortina—No me importa, la verdad.
Kagome frunció los labios, dejando caer la bolsa de hielo. Quiso alzar la mano y correr la cortina, pero a medio camino, se quedo quieta.
—Entonces porque me preguntas si es mi culpa.
—Solo haz murmurado que es tu culpa, yo solo respondí—respondió con un tinte aburrido en su voz—La pregunta es: ¿Es realmente tu culpa?. Puede que si sea, después de la mirada de lastima de la enfermera sugiero que no es la primera vez que vienes a esto.
Primero llego la sensación de sorpresa, el había observado cada paso de ella al pisar la Sala de Emergencias, después, una gran ira la embargo…el había visto lo que todos veían siempre que llegaba con contusiones por su novio, una persona patética y sin vida.
Y ella lo sabia, pero el hecho de que el supiera hizo que mordiera con tanta furia sus labios que los hizo sangrar. No podía evitarlo, tantas palabras del ser que decía amarla habían llegado a un tope ese día en especial.
—A ti que te importa—mascullo con todo el odio—A nadie le importa nada. No es la primera vez que llego a esto, todos me miran con lastima, me miran con tristeza. Pero después me ignoran, me vuelvo invisible. Nadie hace nada. ¡Nadie hace una puta cosa por mi!—se rio sin humor—Esto es un secreto a voces.
Después de su despliegue de palabras, todo quedo en silencio. Nada sonó, nada se movió. Se sintió de repente, vacía, con la luz blanca del hospital y los familiares llorando perdidas. Estaba sola.
—A ti que te importan que hagan los demás, sino lo puedes hacer tu misma—la voz surgió desde la profundidad de sus pensamientos. Sorprendida, observo la cortina viendo la silueta moverse—Eres débil. Eres muy humana.
Y ella no pudo hacer mas que sentarse a llorar, tan desgarradoramente que no hizo algún ruido. Pero todos la miraron.
Ella tenia la culpa.
Ella tenia la maldita culpa del agujero que se había convertido su vida. Del miedo y del dolor que llego a ser normal.
Pero olvidaban que aun ella sentía.
Gruño enojada, aun con lagrimas. Detestaba el otro ser que se veía en la cortina, no lo conocía y ni sabia como era. Pero lo odiaba, el era como los que la trataban mal: herían sin saber y se jactaban de ello.
Le dio la espalda.
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De nuevo, observo las luces estroboscópicas de la sirenas de las ambulancias. El frio era demasiado para su pequeño y nada cubierto cuerpo. Pero no le importaba. Ella quería ser de hierro. Y no sentir.
No pudo evitar recordar la frías palabras del hombre de la cortina. Cortantes pero verdaderas. A pesar de que detestaba al hombre que ella sabia era igual a su novio, hiriente y animal, supo que las palabras había clavado dentro de ella tan fuerte, como el dolor que sentía en el alma.
—Has vuelto otra vez, débil humana.
Volviéndose a la cortina, frunció el ceño, la ira ahora bullía.
—Tu también eres humano.
—Si, es verdad. Pero no soy tan patético de llegar en menos de una semana al mismo hospital, por las mismas heridas.
Kagome frunció el ceño, conteniendo la retahíla de maldiciones que pugnaban por salir.
—Púdrete—mascullo con el odio visceral que sentía.
—Tu ya estas podrida.
Y Kagome lloro otra vez por la verdad golpeándola una y otra vez.
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La enfermera la observo de nuevo con cara de lastima y tristeza, negando continuamente. Todos sabían que ella le golpeaba alguien, pero ella negaba rotundamente. Causa de sus golpes: madera y herramientas.
Ella era carpintera, amaba la madera. Amaba crear cosas desde la cosa mas ínfima pero importante, crear vida desde la vida. Ese era su excusa, patética, del porque cada semana se encontraba ahí.
Nadie decía nada, pero todos sabían el porque de sus golpes.
—Ora vez aquí, humana.
Se espigo con furia, deseando golpear algo. Por alguna razón ella terminaba siempre cerca de la cortina del hombre al cual sentía un insano desagrado.
—La vida es una perra.
—Humana—exclamo en voz fría el hombre.
—¡Cállate!
El silencio se instalo entre ellos, observo el transcurrir del hospital, siempre rápido y en movimiento.
—¿Esta vez que te hizo, humana?
Saltando en la camilla tardo en captar la oración. Bajo sus ojos a la muñeca, hinchada. Al parecer estaba rota. El le había golpeado con tanta fuerza el rostro que cayo encima de su muñeca, y se fracturo.
—Me golpeo, caí y me fracture.
El silencio volvió a caer y ella observo algo curiosa que el hombre detrás de la cortina no le haya dicho nada. Hasta que escucho el frotar de un abrigo y el murmuro de voces. Una mano se deslizo y salió entre la cortina sin dejar de ver nada mas.
Sostenía un libro.
Ella algo confusa lo tomo, y la mano desapareció.
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Leyó y devoro en sus momentos libres, que eran cuando su novio se iba a fornicar con prostitutas y a beber en un bar. A veces no entendía que hacia con el, no tenían hijos ni nada que la atara, ya no lo amaba. Ni siquiera lo quería, es mas, lo odiaba.
Lo único era que quizás era lo mas cercano a seguridad que había tenido.
Ella no tenia familia. Nunca lo había tenido.
No tenia hogar. No sabia que significaba esa palabra.
Menos amor.
El libro era extraño: como si alguien se lo hubiera hecho especialmente para ella. Hablaba de libertad, de fortaleza, de momentos de soledad. De tomar ventaja de las caídas y golpear al destino en la cara.
De demostrar y demostrar. De buscar la felicidad.
Cuando termino el libro, dos días después recibió la peor golpiza que jamás le hubieran proporcionado. Su …"novio" había llegado borracho con su amante en brazos, habían fornicado en su cama. Para en la mañana golpearla con tanta fuerza que se desmayo.
Cuando se despertó solo tenia sus cosas rotas, las pocas cosas de viajera errante. Y con cuatro fracturas. Dos costillas, una de sus muñecas y un pómulo.
—¿Leíste el libro?
—Si—jadeo. Busco con ojos entrecerrados por dolor la cortina y observo la conocida silueta.
El hombre gruño.
—Casi te mata
—En físico casi, en alma si lo hizo.
Ambos quedaron en silencio. Kagome sabia que ya no era emergencia de un día, era peor. Debía quedarse en el hospital (gracias a Dios a su seguro, que con esfuerzo había logrado pagar)
—Era escrito para ti.
—Eso creí.
Silencio.
—Es culpa tuya.
Abrió los labios, levantándose como pudo de la cama, a penas con una mano.
—Yo no le pedí que me golpeara—gruño con voz ronca, soportando su dolor—No le suplique que me echara, no le suplique que me matara en vida.
—Pero si le dejaste continuar—ladro el con voz fría—Débil. Si hubieras dicho basta y acabado con todo quizás no estarías aquí.
Kagome exploto, y lloro.
—Si, quizás. Quizás estaría feliz. Solo si fuera mas fuerte.
Creyó que el se quedaría callado, pero solo escucho un suspiro frustrado.
—Es mejor que llores—gruño—Alguien me dijo que eso cura el alma—el tinte de sarcasmo la hizo reír.
Sorprendiéndose, se dio cuenta que había olvidado el sonido de su propia risa. Pero jamás olvidaría el de su llanto.
—Kagome.
Abrió los ojos con sorpresa.
—¿Cómo sabes mi nombre?
—Lo escuche de la enfermera—exclamo secamente.
Asintiendo, se dejo caer en la cama.
—Kagome…
—¿Si?
El hombre resoplo.
—¿Qué tal te pareció el libro?
Sonriendo, parloteo como nunca lo había hecho.
Kagome en esa pequeña semana experimento algo que nunca había sentido. Alguien la escuchaba, a pesar de que a veces se frustraba el hombre detrás de la cortina, a veces era enojón y gruñía como perro. A veces la ignoraba cuando hablaba, pero siempre la escuchaba.
No escucho su nombre, tampoco sabia porque iba tanto al hospital. El llegaba temprano y se iba tarde. Jamás se despedía, y jamás la saludaba.
Ella empezó a saber que era querer.
Ella empezó a saber que era amar.
Y cuando se dio cuenta, anhelaba sus ratos de charlas, y cuando el no llegaba, ella se ponía nerviosa y ansiosa.
Empezó a necesitarlo.
—Kagome.
—¿Si?
Ese día el sol estaba brillante, le habían ofrecido pasarla a una habitación mas cómoda, ya que el cubículo que lo separaba con ambas cortinas era a penas pequeño. Ella se negó, su comodidad estaba al otro lado de la cortina.
—¿Qué vas a hacer cuando salgas? ¿Qué quieres hacer?—pregunto, como siempre, sin notar nada en su voz. Inexpresivo, pero curioso—Escuche a la enfermera que sales en dos días.
Soltó el libro (su nuevo hobbie) sintiendo esa molesta ansiedad que siempre sentía cuando el se iba o no llegaba. En dos días era San Valentín, y ella salía, sola y sin hogar.
No iba volver al hueco que pensaba que era su vida.
No, ella ahora sabia que merecía algo mejor. Que ella no era patética y era un ser humano.
No sabia que quería, mas que el en su vida.
Sentía.
Gracias al hombre de la cortina.
—No se—gimió.
El silencio cayo entre ellos. Desesperada por no separarse de el, hablo de todos. Y todo El, ese día, a penas respondía.
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El 14 de Febrero, Día de San Valentín todos se regalaban chocolates, flores y abrazos. Era un poco incomodo después de la experiencia tan absurda que tuvo con lo que creía, era amor. La enfermera, Sango (la de la lastima) le miraba emocionada, se habían hecho grandes amigas. Se entero que ella no le miraba con lastima, sino que trataba de que entendiera por medio de miradas lo que quería decir.
Ese Hijo de Puta no la merecía. Tarde, pero se dio cuenta.
Ya no temía, su seguridad era ella misma.
—¿Estas lista?—pregunto Sango.
Ella asintió y le sonrió. Se apretó en su abrigo, el único que tenia, y guardo todo lo que tenia. Cuando Sango se fue, ella no pudo evitar ver la cortina. Ese día el "hombre cortina" había estado mas callado de lo normal.
—¿Ya estas lista?
—Si—murmuro.
—Que te vaya bien—y lo dijo en un tono tan frio que ella se mordió los labios para no llorar y dijo un tenue "si"
Firmo papeles y camino, sin siquiera mirar a través de la cortina de su compañero. Estuvo conteniendo la respiración, sentía que se ahogaba. Sentía una presión en el pecho. No era un golpe esta vez.
No era el miedo.
Cuando salió, observo los arboles batirse con el viento, parejas caminando en la acera, acurrucados y sonrientes, brillantes y felices. Y ella…
Deseo eso. Deseo todo eso: sonrisas, besos, respeto y corazones. Deseo unas malditas flores, y una caricia.
Porque ya no era el miedo, era amor.
Se devolvió trotando, y corrió entre pacientes. Hasta que llego a la cortina, y el susurro del abrigo del "hombre cortina" se detuvo.
—¿Qué pasa?—murmuro el, a través de la verde cortina.
—Ya se lo que quiero—su aliento salió a raudales.
Lo imagino, volteándola a mirar con una ceja encarnada y una pequeña sonrisa.
—¿Qué quieres?
—Deseo que me amen. Y yo amar, de verdad. Y que me respeten, y que me den flores, corazones y me hagan estúpidas cosas cursis. Y deseo…
Con el corazón palpitando, corrió la cortina. Observando el piso, los zapatos limpios y lustrosos. El traje caro, el maletín a una esquina con una silla. En el, un libro. Una cama, con una pequeña niña, de ojos chocolates y saludándola con a penas las intravenosas dejando.
Por ultimo, subió su mirada, y encontró el sol saliendo entre las sombras. Por entre la oscuridad, a su vida.
—Espero que tengas la fortaleza para lograrlo—escupió casi el hombre. Ella se mordió los labios, era demasiado atractivo: ojos dorados, labios delgados, hombros anchos y cintura delgada, marco de cara perfecto. Todo eso en un traje caro y limpio.
—Creo que lo lograre.
Se impulso por una vez en su vida a hacer algo que quería. Beso los labios del ojidorado con dulzura y pasión, queriendo demostrarle con cada movimiento la verdad en ella.
El, con una sonrisa se dejo aferrar. La había visto desde que había llegado, triste y decaída. Su hija estaba enferma y el solo.
Le había dicho palabras duras, pero verdaderas. La vida no era fácil y ella valía todo. Debía entender que su fuerza era la humanidad. Y hablaron.
Mucho.
Y se había enamorado, a su manera.
Mucho.
—Te amo—murmuro ella.
—Lo que sea—murmuro el. Ella, sonriendo hacia la niña que estaba en la cama que la veía con ilusión y con aceptación. Dejo que la vida llegara a ella.
No pudo evitar enamorarse.
Amaterasu97
Al principio dije un Inuyasha y Kagome, después cambie de opinión y me guie mejor por un Seshomaru y Kagome, que me iba mejor con el lugar: Sala de Emergencias. Para todos y todas, me encanto esta historia. De corazones rotos y fortaleza.
Adelanto esto ya que entro a exámenes en dos semanas y me toca ir estudiando.
Suerte y Abrazos.