Disclaimer: Los personajes que se mencionan a lo largo de la historia, son auditoria de Stephenie Meyer. El fic proviene de mi loca cabeza.
Historia adulta, contiene escenas no aptas para personas sensibles, si eres menor de edad ruego sea bajo tu responsabilidad.
Capítulo beteado por Sarai GN (LBM), Beta de Élite Fanfiction: www facebook com/ groups/ elite. fanfiction
Beta malvada otra historia más, ¿cómo te agradezco que ademas de ser mi beta seas mi amiga y psiquiatra? Te quiero mucho!
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"La ciencia no nos ha enseñado aún si la locura es o no lo más sublime de la inteligencia"
-Edgar Allan Poe
—Eso es un cuatro —ella cuchicheó cerca de mi oído, su suave aliento golpeando mi piel. Suspiré, mirándola mordisquearse el labio, su rostro se tornó pensativo—. No, más bien un tres… si te va bien.
Rodé los ojos sintiéndome muy frustrado, ignorando con todas mis fuerzas su vocecilla cantarina y fastidiosa mientras me pasaba una mano angustiosamente por el cabello, revolviéndolo como por cuarta vez en media hora. El maldito examen de informática me estaba comiendo en vida, burlándose de mi cerebro y retando a mi inteligencia con sus preguntas insulsas que rezaban en algo como:
Memoria RAM recomendada para el sistema operativo actual…
¿A quién mierda le interesaba saber eso? Con que la computadora funcionara rápida estaba bien, si tan solo hubiera leído los apuntes anoche…
—Tres, definitivamente te vas a sacar un tres.
Cerré los ojos agitando casualmente la mano, tratando de hacer que desapareciera de mi vista, de verdad solamente ella podía ser tan jodida e inoportunamente molesta. Notó lo que estaba haciendo y naturalmente se ofendió, lanzándome una de sus clásicas pero nunca demasiado envenenadas miradas, antes de dejarse caer en el suelo y juguetear con un poco de… basura, o solo Dios sabría qué clase de cosas había ahí. Sacudí la cabeza dejando de ver su menuda y muy distractora silueta, tenía que concentrarme.
El examen me esperaba con sus preguntas de generaciones y bulbos, de hardware y software… Dios, se me estaban cerrando los ojos. Jodido es poco, me sentía más bien como un zombie, ya tenía los círculos morados bordeando mis ojos, las venas inyectadas en sangre intrincándose cerca de mi iris, el caminar torpe y lento, ya solo me faltaba el apetito… por cualquier cosa, un cerebro quizás.
Fastidiado, empujé la silla hacia atrás haciendo ese sonido de mierda que solamente las sillas metálicas y viejas de la escuela lograban hacer, el escándalo fue suficiente para que todas las miradas entre curiosas y angustiadas de mis compañeros se posaran sobre mí. Respiré hondo ignorándolas, ya me estaba acostumbrando de cualquier manera a que se deslizaran sobre mi piel, incluso ya comenzaba a ponerlas en mi larga lista titulada: meimportaunasoberanamierda, parte uno.
—Señor Cullen. —La maestra Esme torció la boca en un gesto desdeñoso mientras le daba un vistazo a mi examen—. ¿Está consiente que reprobará?
—Con un tres —canturreó ella, saltando a mi alrededor.
La miré con odio, lo que naturalmente solo provocó que la muy perra se partiera de la risa. Me vi en la muy forzosa necesidad de respirar a través de los dientes tratando de ignorarla. La maestra también la miró de reojo.
—Estoy consiente —respondí, pasándome una mano por el cabello.
—Quizás debamos llamar a su padre. —La maestra empujó sus viejos lentes por el puente de la nariz, y por extraño que pareciera, sus ojos estaban posados de forma curiosa sobre mi silueta.
Inevitablemente seguí su mirada, tan solo llevaba mis cómodos y muy desgarbados vaqueros, una camiseta oscura y arrugada, mi jodido cabello apuntaba para diversos lados, sin una forma o peinado en particular… me veía de la mierda, estaba seguro. Suspiré removiéndome incómodo, el fin apocalíptico zombie quizá estaba más cerca de lo que muchos pensaban, incluido yo.
—Por segunda vez en el mes —murmuré con sarcasmo atrayendo su atención, la maestra Esme se encontró con mi mirada, elevando una ceja.
—El doctor Cullen se enojará, estoy segura —farfulló socarronamente, tratando de presionarme.
—Y no queremos eso —aseguré, fingiendo comprenderla.
—¡Por supuesto que no queremos eso! —tarareó la insolente a mi lado.
—Existen maneras de que pueda ayudarte, Edward. —Esme empujó el examen a un lado—. Ven al término de las clases a mi cubículo y hablaremos.
—¡Zorra! —siseó ella muy bajito, con los puños a los lados, su cabello incluso se veía enojado, logrando que una involuntaria sonrisa torciera mis labios.
—Nos vemos entonces —la ignoré, respondiendo a Esme.
Ella se giró en redondo para verme con la mandíbula graciosamente caída, sus labios carnosos y brillantes formaban una "O" antes de que cerrara la boca de golpe y me fulminara con una de sus famosas miradas. Suspiré encogiéndome de hombros y caminando apresuradamente hacia fuera, por supuesto, ella me alcanzó al instante.
—No puedo creer que te vayas a ver con esa golfa, está claro qué te va a "enseñar". —Hizo comillas con sus dedos—. "Te voy a enseñar un montón de maneras". ¡Y una mierda! —siseó furiosa.
—¿Y qué propones entonces? —pregunté en voz baja mientras caminaba hacia mi casillero—. Lo único que hiciste fue andar por ahí revoloteando a mi alrededor, en lugar de pasarme la puta respuesta anduviste barriendo con el culo el piso.
—¿Sabes qué, Ed? Te mereces que te acose una pedófila. —Elevó la barbilla desafiante, haciéndome reír entre dientes.
Decidí que ignorarla un poco era lo más sano mientras metía mis cosas dentro del pequeño casillero. Luego suspiré al escuchar el timbre que indicaba el receso, así que me encaminé con rumbo hacia la cafetería. Ya había gente ahí, el bullicio y el calor del lugar se mezclaban, haciendo todo parecer como un enorme orfanatorio o alguna cosa similar.
—La comida es tan asquerosa, mira esa pizza, mejor comer un pedazo húmedo de tierra, o uno seco, como sea estoy segura que tiene mejor sabor. —De nuevo se quejó ella haciéndome sonreír mientras tomaba dos pedazos de pizza para molestarla—. Eres tan infantil, Edward.
«Y tú tan jodidamente molesta» pensé.
—Además, escuché que la señora no se lava las manos, y ahí vas tú a comer esa mierda preparada.
—Mejor esto que nada —cuchicheé. Ben, un chico de mi clase, asintió también mirando la comida.
Con la miserable comida y una lata de refresco, me encaminé hacia el habitual lugar que compartía con mis hermanos, un poco más apartado de los demás en una esquina con vista al jardín. Pude divisarlos enrollándose con sus respectivas parejas, y mis pasos malditamente vacilaron. Deseaba como la mierda sentarme en otro lado, pero temía que Rose arrastrara mi culo de vuelta a la mesa, o Jasper me lanzara un balón a la cabeza así que, con un suspiro cansado me dejé caer en una esquina.
Empecé a picotear mi pizza, dudando de las palabras que había dicho ella sobre manos e higiene, cuando sentí un par de ojos azules clavándose en mi piel como furiosas dagas.
—¿Desde hace cuánto que no duermes? —Alice, esa perra volvió a ladrarme la pregunta eterna, suspiré con fastidio.
—No te importa.
—La verdad, te ves jodido, hermano —aseguró Jass entrecerrando los ojos de forma inquisitiva. Rosalie, quien había estado besuqueándose hasta ese momento, apartó a Emmett para mirarme con el ceño fruncido.
—¿Citaron otra vez a papá? —preguntó, como si de alguna jodida y absurda manera pudiera predecir el futuro, inevitablemente robándome una sonrisa.
—No si puedo evitarlo, la maestra Esme me citó en su cubículo al término del receso —informé. Emmett me miró antes de regalarme esa sonrisa comemierda que lograba enfurecerme hasta el infinito, para ser mi mejor amigo, lograba exasperarme como ninguno.
—¿Te la vas a coger entre clases? No sabía que te gustaban las señoras, Edward.
—¡Ugg, Emm! —Rose le pegó en el pecho—. Nada de situaciones que involucren a mi hermano y al sexo.
—Una cogida es lo que le hace falta —aseguró con la misma sonrisa.
—Eres despreciable, ¿cómo puedes decir esa mierda frente a tus cuñados? —pregunté fingidamente indignado elevando una ceja, Emm solo se encogió de hombros, estaba seguro que iba a volver al ataque cuando Alice se adelantó.
—Edward ya tuvo mucho de ese tipo de "experiencias", ¿no es así? —Su tono duro y acusador me provocó un puto espasmo en el estómago, la poca comida que había ingerido se sacudió de forma extraña en mi interior, revolviéndome las entrañas.
Ella, que también estaba mirando mi comida, levantó los ojos de golpe mirando a Alice con asombro, estaba segura de que le iba a responder cuando Jasper se adelantó:
—Alice, cariño… no otra vez con esa mierda…
—¿Por qué no, Jass? —acusó, dirigiéndose a su novio pero mirándome a mí fijamente. Su cabello en puntas ondeando con cada movimiento exagerado que hacía—. ¿Acaso estoy diciendo cosas que no sean ciertas?
Y como si el destino y todas las jodidas constelaciones se alinearan en mi contra, la sentí entrar a la cafetería. Su risa despreocupada y cantarina me recorrió como una onda nuclear de energía, me pasé ansiosamente una mano por el cabello, tratando de aferrarme a cualquier cosa, cualquier puñetera cosa que pudiera distraerme.
No venía sola. El mamón de Mike Newton estaba otra vez con ella, rodeándola posesivamente con un brazo sobre sus pequeños hombros, haciendo que mi sangre se disparara hasta mi cerebro, quería jodidamente matarlo cada vez que lo veía haciendo eso. Isabella, por supuesto, se ruborizó sonriéndole cálidamente, con esa sonrisa que bien conocía yo, la que gritaba: tontito-déjame-en paz. Angela miró en mi dirección y sonrió en forma de disculpa.
Ni siquiera pude concentrarme en su pequeño gesto, rechiné los dientes. Crucé la pierna sobre mi rodilla y mi pie comenzó a moverse de un lado a otro en ansiedad desenfrenada. Rose, como siempre, al pendiente de mí, comenzó con una historia sobre hacer una jodida fiesta en casa ahora que papá estuviera fuera, consiguió distraerme solo un poco.
—Entonces estoy segura de que papá me va a dejar, solo que tú y Jass se comprometan a ayudarme con la limpieza…
—Cómo me gustaría que tuvieras un poco de valor y… —comenzó ella, pero rápidamente la interrumpí.
—No sigas. —Empujé la comida lejos, de pronto el aroma de la pizza amenazando con hacerme vomitar.
—¿No te gustaría? —preguntó Rosalie mirándome con tristeza, rápidamente sacudí la cabeza.
—No, yo… me refería a que… solo… —Miré a mis hermanos, sus rostros preocupados y un tanto desconcertados me dijeron que estaba llevando esta mierda demasiado lejos—. Solo iré a ver a la maestra Esme, nos vemos en el estacionamiento.
Sin darles oportunidad a más miradas preocupadas, me deslicé astutamente por una esquina y desaparecí rápidamente por el pasillo. Ella se levantó rápidamente y corrió detrás de mí, pero la ignoré. No quería seguir en el mismo lugar en el que una bola de pendejos adolescentes hormonales calientes estuviera rodeando a Isabella y haciéndola reír, me resultaba repugnante e inconcebible.
Tampoco quería admitir que los deseos de asesino en serie que me recorrían cada vez que eso pasaba me estaban superando con los días, incluso empeorando. Podía verme sujetando a Mike de la garganta hasta asfixiarlo, y luego golpeando a Eric hasta que su rostro quedara desfigurado, podía verme haciendo algo peor… hablarle a Isabella. Mi cuerpo cansado parecía increíblemente despierto mientras medio corría hacia ningún lado en particular, lejos de las miradas, lejos de la corriente eléctrica, pero no tan lejos de…
—Un día vas a tener que enfrentarla —murmuró ella con gesto pensativo, su pequeña figura de alguna manera acoplándose a mis zancadas frenéticas, su cabello largo y en ondas sacudiéndose con cada paso apresurado.
—No.
—No puedes huir para siempre.
—Ponme a prueba —la reté con una sonrisa ladeada, sabiendo lo mucho que eso la encabronaría.
—Lo voy a hacer, tenlo por seguro —refunfuñó, empujando un mechón de su cabello detrás de la oreja—. Ahora hay cosas más importantes en que enfocarnos, como la golfa pedófila del cubículo ocho. —Me reí sacudiendo la cabeza, solo ella podía realmente distraerme.
—¿Estás celosa?
—Ya sabes que sí. —Inevitablemente mi corazón se calentó al escuchar su voz suave y segura, no debería alentarla a eso, y lo peor, no debería gustarme sentirme malditamente celado, pero no podía evitarlo. Así que no dije nada, sin embargo sonreí contestando con eso a su pregunta no formulada.
La maestra Esme ya se encontraba ahí, el cubículo era pequeño y puñeteramente caliente, me estaba cocinando a menos de dos minutos de haber entrado. El escritorio era pequeño y modesto, cubierto de un montón de exámenes y trabajos, un jodido bambú amarillento medio muerto en una esquina hacía que todo luciera… terriblemente apretado.
—Necesita limpiar —murmuró ella, observando todo el lugar.
Sonreí mirándola, tenía el gesto fruncido mientras pasaba delicadamente un suave y pálido dedo a través de una pequeña ventana que daba al estacionamiento. Sus piernas torneadas y largas me distrajeron momentáneamente, y pese a que me juré no distraerme de nuevo con su puñetera falda de porrista, volví a hacerlo. Era blanca, corta, muy corta y entablonada con una delgada línea azul y amarillo que delineaba los bordes. La ajustada playera con el símbolo de nuestro colegio estampado marcaba sus abundantes pechos, haciéndome salivar.
—¿No lo crees? —me preguntó con una encantadora sonrisa, el escaso sol que se filtraba por la sucia ventana incluso consiguió robarle un brillo rojizo a su cabello.
Suspiré antes de asentir en acuerdo, la maestra necesitaba urgentemente vaciar un poco de su mierda antes de que estuviera nadando en ella, de forma literal, claro. Ella se sentó a mi lado, observando con algo de interés a la maestra.
—Señor Cullen. —La maestra Esme colocó frente a mí y encima de todos los papeles el obsceno examen—. Solo contestó una pregunta, lo que le da un tres como resultado.
La risa escandalosa y alegre que burbujeó del pecho de ella inundó la habitación, haciéndome respirar profundo, ya la veía en un rato más con sus pompones creando toda una jodida acrobacia.
—La llamaré: "la porra del desastre" —canturreó entre risas. Suspiré ignorándola.
—Por favor, maestra, haré lo que sea… solo dígame qué tengo que hacer.
—Sexo oral, eso ha de querer —susurró ella en mí oído, haciéndome estremecer. Puñeteramente imprudente, como siempre. Disparé una mirada furibunda en su dirección, haciéndola solo reír entre dientes. No estaba arrepentida en lo más mínimo.
—Quizás un poco de labor social, sé que eres bueno con el piano, tal vez… ¿pudieras darle clases a mi hijo en las tardes?
—¿Clases en su casa? ¡No vas a ir a la casa de esa zorra, ¿me estás escuchando Edward Cullen?! —siseó, poniéndose de pie furiosa—. Primero es una clase inocente, luego un toque aquí, otro allá…
—¿Lo dices por experiencia? —le pregunté, elevando una ceja haciéndola ruborizar. Adorable, era malditamente adorable y celosa.
—¿Cómo dijo? —preguntó la maestra sin comprender nuestra charla, sacudí la cabeza rápidamente. Ignorando la sonrisa cómplice de ella.
—Estaré ahí a las seis, ¿es buena hora?
—Edward, no te atrevas a usar tus jodidos encantos porque soy capaz de… —comenzó ella.
—¡Me parece perfecto! —canturreó aplaudiendo la maestra—. Empiezan el martes, ahora… llévate el examen y tráelo contestado mañana, a esta misma hora.
—Gracias —dije, y por alguna razón mi voz sonó suave, agradable e incluso profunda. Ella me miró con odio.
—No lo hagas…
—…por todo, maestra —murmuré en voz aterciopelada, haciéndola chillar de frustración.
—¡No mi voz aterciopelada! Esa es mi voz aterciopelada —gritó furiosa.
—P-Por nada —tartamudeó la maestra Esme mientras me entregaba el examen, sonreí torcidamente al tiempo que la miraba fijamente antes de darme la vuelta y salir de ahí.
Ella suspiró ruidosamente a mi lado, caminábamos juntos y rumbo a mi Volvo. Su andar silencioso y su ceño fruncido me hizo pensar si esta vez no la había hecho enojar lo suficiente para hacerla desaparecer. Y por un momento, pensar en que ella desapareciera, me hizo querer vomitar, mi corazón incluso bombeó con rapidez.
—Era una broma, me retaste —le dije con la intención de aligerar el ambiente. Ella suspiró, negando lentamente.
—No deberías hacerle eso a la gente, de verdad que no —me criticó—. Es muy poco… cortés.
—¿Estamos otra vez con la mierda de "deslumbrar"? —pregunté, refiriéndome al término que ella utilizaba para referirse a… bueno, eso.
—Sí.
—¿Alguna vez te deslumbré a ti? —Ella me miró, boqueando un par de veces antes de asentir con las mejillas todas ruborizadas.
—Sabes que sí, y tienes que saber que el efecto que produces en los demás es casi nocivo.
Sé que no lo hizo con la intención de ofenderme, de verdad lo sé. Lo sé porque vi el cambio en su expresión, sus ojos marrones dilatándose como platos, corrió a mi lado, pero apresuré mi paso.
—Edward, yo…
—Sé que soy nocivo —escupí con desdén sin desacelerar mis grandes zancadas—. Está bien.
—No lo está —susurró con la voz rota—. Por favor.
—Vete, quiero estar solo.
—Edward…
—Por favor —siseé entre dientes mientras miraba a mis hermanos esperarme cerca del estacionamiento.
Sin otra palabra, ella se detuvo y dejó de seguirme. Me odié en lo más profundo por dejarla ahí, triste y herida, pero realmente esa fibra de mi ser todavía me comía por dentro. Nocivo, ese debería ser mi segundo nombre. La miré de reojo sobre mi hombro, estaba devastada, sus ojos empañados al borde de las lágrimas, y su semblante ceniciento por poco me hace caer de rodillas y pedirle disculpas. Apreté los dientes sin dejar que su fachada me hiciera retroceder.
—¿Cómo llevas eso, Cullen? —Emmett me alcanzó de la nada, sonrió mientras me veía con curiosidad.
—Hago lo mejor que puedo —aseguré, sin querer adentrarme en otra discusión.
—¿La viste, verdad? Allá en la cafetería…
—No quiero hablar de eso.
—¿Hasta cuándo?
—Nunca.
—No puedes seguir pensando que no la mereces. —Me detuve abruptamente, haciéndolo chocar contra mi hombro, lo miré con odio mientras sentía la ira comenzar a bullir dentro de mi sangre.
—¿Qué sabes tú de merecer? —rugí con odio—. Tú no te mereces a mi hermana.
Emmett elevó ambas manos en símbolo de paz, retrocediendo un poco y luciendo sorprendido por mi exabrupto.
—Somos amigos, Edward, cálmate.
—¡No! Tú cálmate. —Lo empujé en el pecho con las dos manos, la presión y la ansiedad escalando monumentalmente con cada comentario—. Estoy harto de tu mierda, Emmett. Déjame-malditamente-tranquilo.
—Estás yéndote a la mierda que es otra cosa, no voy a permitirlo —insistió sin acobardarse, pese a que ya comenzábamos a llamar la atención de varias personas en el colegio.
—Que te valga un pito si me voy a la mierda o si me muero.
—¡Edward! —sollozó ella, que se estaba apresurando a alcanzarnos, suspiré pellizcando el puente de mi nariz. Grandioso, lo que me faltaba—. No vuelvas a decir eso, júramelo.
—Eres mi mejor amigo, no solo yo estoy preocupado por ti, ¿crees que los demás no lo están? —inquirió Emm, sus ojos azules mirándome angustiados.
—¡Júramelo, Edward! —insistió ella, lágrimas furiosas brillaban en sus preciosos ojos. Suspiré pasándome ansiosamente una mano por el cabello, harto de estar en medio de los dos.
—La verdad es que no sé… cuanto más pueda… soportarlo. —Emmett, quien estaba visiblemente irritado, pareció sorprendido, incluso palideció un poco. Ella sollozó.
—Las cosas no tienen por qué seguir así, también te extraño. —Ella estiró su pequeña mano a la mía, pero me negué a tomarla.
—Te… tú… estás… ¿estás tomando el medicamento? —balbuceó Emm.
—Aún.
—¿Por qué?
—Papá todavía me los está recetando —contesté, tratando de sonar indiferente. No tenía por qué enterarse de la cantidad de pastillas que me tomaba al día.
—¿Has hablado de… eso con Carlisle? —Lo miré sorprendido, ¿de verdad tanto se me había escapado de las manos?
—No sé a qué te refieres. —Los ojos de él adquirieron ese brillo de no me jodas, por lo que suspiré negando con cautela—. No, no he hablado con él ni con nadie sobre eso.
—¿Por qué? —sonreí mirando hacia mis pies, me urgían unos nuevos Puma, definitivo.
—Porque… —dudé, pateando una pequeña roca fuera del camino—, quizás papá se vería obligado a hacer algo que no quiere.
—¿De qué estás hablando? —preguntó mi amigo, suspiré antes de sacudir la cabeza.
—Algo como internarme —murmuré con una sonrisa. El ceño fruncido de Emm solo se profundizó más, ella jadeó horrorizada—. No me hagas caso, ¿nos vamos? Tengo mucha tarea que hacer. —Levanté mi examen como muestra.
—Sí… vamos. —Comencé a caminar, pero tan solo habíamos dado unos pasos cuando volvió a hablar—. Solo… ¿Edward? —Lo miré elevando una ceja—. ¿Me avisarás si algo va mal, verdad?
—Por supuesto —mentí descaradamente.
—Bien, porque sé cuándo me estás mintiendo como un hijo de puta. —Me solté riendo y se sintió bien… incluso natural. Tenía muchos meses sin reírme de verdad.
—Te lo diré, mamá. ¿Ya podemos irnos o quieres que te asegure que me comeré también mis frutas y verduras? —Emm rodó sus azules ojos.
—Mientras no me informes sobre tus sesiones de masturbación, todo bien. —Me reí con sarcasmo, tenía sin tocarme demasiado tiempo para siquiera recordarlo, dudaba incluso que mi pene aún tuviera la capacidad de manifestarse.
—Emmett siempre ha sido tan asqueroso —farfulló ella cruzándose de brazos. Inconscientemente sus pechos se elevaron, haciéndome sonreír.
—Te voy a informar sobre todo, tú lo pediste —canturreé, subiendo y bajando las cejas mientras miraba a Emm, él me regaló a cambio un duro puñetazo en el hombro—. Eso me dolió, pendejo —me quejé, frotándome el brazo—. ¿Acaso querías dislocármelo o algo?
—¿Por qué no regresas? —Me tensé ante la pregunta, él notó el cambio y comenzó a hablar rápidamente—. Estamos por perder la maldita temporada, tus pases eran los mejores, tu brazo es de oro, por favor no me hagas parecer un maldito afeminado, solo vuelve, han pasado ya…
—¡No lo recuerdes! —pedí con voz ronca y desesperada.
Mi corazón se había trasladado a mis oídos y el pitido era tan intenso que me estaba mareando. Mis recuerdos se agitaron y arañaron la superficie del lugar oscuro donde los había enterrado, incluso provocándome jadear en dolor.
—Edward, ¿qué mierda? Ni siquiera puedes hablar de eso en voz alta.
—Ese es mi problema.
—Pero…
—¡Mi problema! —lo amenacé de nuevo.
—¿Ustedes dos no pueden estar un par de minutos sin querer matarse el uno al otro? —preguntó Rosalie, deteniéndose frente a nosotros, estaba furiosa. Su esbelta figura enfundada en algún puñetero y costoso abrigo no la hacía ver menos peligrosa. Se cruzó de brazos al tiempo que nos lanzaba dagas por los ojos.
—Dile a tu novio que deje de joderme. —Lo apunté.
—Dile a tu hermano que deje de portarse como un maldito lunático. —Me apuntó de vuelta.
—¡Díganse las cosas ustedes mismos! Son tan niños —chilló, elevando las manos al cielo, como si fuera a recibir alguna ayuda divina. Ella se rio, el sonido bajo y musical fue directamente a mi entrepierna, la miré de reojo, permitiéndome tranquilizarme. Sus ojos ya no estaban vidriosos y parecía ligeramente más calmada.
—Siempre me ha gustado Rosalie. Es la única que me entiende realmente —murmuró mirándome, por lo que asentí sonriendo.
Después de eso nos encaminamos al auto para irnos. El camino a casa fue relativamente tranquilo. Jasper venía inmerso con Rose en la plática sobre música, fiesta y bebidas de dudosa procedencia. Suspiré mirando el follaje lo suficientemente verde como para marear incluso a un enano de Blanca Nieves. Forks se empeñaba en tragarme entre sus habitantes molestos y su único color en esta estación del año.
—¡Papá, ya llegamos! —canturreó Rose, saltando grácilmente por el pasillo que conducía al despacho de Carlisle. Jasper subió corriendo las escaleras a su habitación y yo… suspiré arrojando la mochila despreocupadamente hacia un lado—. No te vayas muy lejos, Edward, quiero que comamos todos juntos antes de que papá se vaya.
—Rosalie, no tengo realmente hambre… —comencé, pero la mirada que me lanzó me hizo callarme. Las mujeres tenían demasiado poder sobre mí, estaba claro.
Así que arrastré mi cansado culo hasta la estancia, donde me desparramé despreocupadamente sobre uno de los exuberantes sillones que papá había insistido en comprar, estaba quedándome dormido, así que prendí la televisión y comencé a pasar canales sin interesarme en nada en particular. Los chillidos escandalosos de mi hermana me dijeron que seguramente papá había autorizado su fiesta, lo comprobé tan solo unos instantes después.
—No más de veinte personas —pidió Carlisle—. Y que se vayan a las once.
—A las diez y media los estaré corriendo —canturreó mi hermana, que venía colgada del brazo de papá.
—Edward —saludó, entrando a la estancia. Llevaba su ridículamente blanca bata de doctor y las gafas, su cabello rubio era del mismo tono que el de mis hermanos.
Rosalie y Jasper eran mis hermanos gemelos mayores, y también los más fastidiosos que hubiera podido haber dado el mundo, idénticos a papá y extremadamente apegados entre ellos. En cambio yo me parecía más a mamá, quien había fallecido hacía suficientes años, de forma que a estas alturas ya solo podía recordar cosas vagas sobre ella, como el olor de las galletas que cocinaba, o la forma en la que su cabello brillaba bajo la luz del sol. El cáncer siempre era un hijo de puta.
—Te ves… cansado, ¿estás bien? —Los inquisidores ojos de mi papá me recorrieron como una maldita máquina clínica, haciéndome remover incómodo en mi asiento.
—Sí, fue un día pesado.
—Vamos a comer, ¡me muero de hambre! —se quejó mi hermana tirando oportunamente del brazo de papá, le lancé una mirada agradecida, que me respondió guiñándome un ojo.
La comida fue relativamente normal, Jasper devorando todo como si estuviera muriendo de inanición, Rosalie hablando de la falda demasiado-corta-rayando-en-lo-puta de Jessica Stanley, papá regañándola por su vocabulario y yo… bueno, el pollo nunca fue mi mejor amigo. Así que picoteé un poco de puré de papa, suspirando con su agradable sabor, el puré se sintió bien, así que comí lo suficiente como para estar satisfecho.
—Bueno, estaba con ustedes. —Empujé mi silla, listo para salir de ahí cuanto antes, pero cuando me encontré con los ojos de papá, supe que no lo haría tan fácilmente.
—Siéntate, Edward.
—Pero tengo mucha tarea…
—Y la harás, no me llevará mucho tiempo. —Movió el plato hacia un lado, colocando ambos antebrazos sobre la mesa, se inclinó hacia adelante. Su postura profesional me resultó tan ridícula que pensé en rodar los ojos hasta que viera la parte posterior de mi cerebro—. Estás delgado, pálido y ojeroso.
—¿Gracias? —pregunté con sarcasmo elevando una ceja, incluso me reí. Pero al ver el ceño fruncido de Jass o escuchar el suspiro apagado de mi hermana, supe que nop, no era gracioso.
—Casi no estás comiendo —balbuceó Rosalie, su larga cabellera rubia medio le cubría el rostro, incluso retorcía sus manos nerviosamente en el regazo. Papá disparó una mirada a mi plato casi intacto.
—Y te estás quedando dormido en clases. —Fulminé a Jasper con la mirada, cosa que le valió absolutamente mierda cuando me devolvió la mirada. Y solo se aclaró la garganta mi papá, lo vi venir.
—Edward, acompáñame un momento a mi despacho —murmuró ya poniéndose de pie. Mis hermanos fingieron que el comedor estaba en llamas y salieron pitando inmediatamente.
No tenía caso refunfuñar o maldecir, mi papá era mejor conocido por su testarudez, su segunda naturaleza era joder hasta el cansancio, algo que también podría notarse como una cualidad según el punto de vista. Así que arrastré mi culo hasta el despacho. O mejor conocido como "santuario", eso le iba más. El enorme escritorio de cristal estaba limpio de cualquier papel y libre de pelusas o cualquier partícula insolente. Dos enormes plantas decoraban una esquina y no, no eran artificiales. ¿Cómo era posible que papá las mantuviera con vida?, era todo un misterio.
Suspiró, pasándose una mano por su bastante-rubio-para-ser-verdad cabello, se sentó con cuidado en su trono y al instante sus ojos azules inquisidores estaban sobre mí, más específicamente sobre mi vestimenta.
—Siéntate, Edward. —Rodé los ojos, desplomándome en el asiento frente a él—. ¿Cuántas píldoras al día te estás tomando? —Elevé una ceja, ¿así que vamos al grano, doctor?
—Una.
—No. —Sacudió la cabeza—. No puede ser solo una, ¿por qué estás abusando de los antidepresivos, hijo?
Desvié la mirada hacia las plantas, tratando de distraerme, eran de un verde brillante y… de pronto ella entró tranquilamente al santuario, miró de mi papá a mí elevando una ceja en cuestionamiento, me encogí de hombros.
—Quizás necesito… dos.
—No es lo que te prescribí. ¿Estás teniendo las pesadillas otra vez? —Me empujé hacia adelante, apoyando los brazos contra mis rodillas.
—No.
—¿Por qué no le hablas de mí? —Preguntó ella con una suave y tímida voz. Tan solo negué con la cabeza, ¿acaso estaba loca?
—¿Entonces qué pasa? —preguntó mi papá en su mejor tono de doctor—. ¿Por qué te estás tomando dos?
—Yo… —me revolví nerviosamente el cabello con ambas manos, ella carraspeó ruidosamente a mi lado—. Lo que pasa es… que yo…
—¿Es por Isabella? ¿Ya intentaste acercártele? —Me tensé, negando apresuradamente, crucé la pierna e inconscientemente mi pie comenzó con su maldito rebote—. Me alegra, no queremos más problemas con el jefe Swan.
—No los habrá. —Papá suspiró largamente, mirándome de nuevo con aquella compasión de mierda con la que últimamente le daba a la gente por mirarme.
—Sabes que eso es lo mejor, hijo —asentí—, para los dos, debes dejar de culparte por eso.
—No voy a acercarme, pero tampoco dejaré de culparme. —Ella se levantó de su lugar en el suelo y me miró furiosa.
—¿Otra vez con eso? —preguntó sonando irritada.
—Una y otra vez con eso —aseguré sin mirarla—. Me culparé de eso cuantas veces sean necesarias, aunque te enojes.
—Edward, ya habíamos hablado de esto… —comenzó mi papá.
—¡Sabes que fue culpa de los dos! —chilló ella—. Deja de culparte.
—¡No! —grité tapándome los oídos como si tuviera jodidos cinco años. Unos instantes después sentí una mano sobre mi hombro y me tensé.
—Ed, tienes que hablar con alguien sobre esto —comentó papá. Me reí sin ganas.
—¿Qué objeto tendría? —Carlisle suspiró.
—Los primeros meses dejé que te hundieras en ello, cualquiera que estuviera pasando por lo que tú, lo haría, y de verdad no quería molestarte más. Pero ya pasaron cinco meses, hijo. —Cinco meses con malditas diecisiete horas y contando, el recuerdo me sofocó y mi jodido pie y su rebote comenzaron a exasperarme—. Estoy… Estamos tan preocupados, lejos de estar mejorando, tu condición deja mucho que desear cada día.
—Estoy bien… tan solo estoy cansado, los finales están cerca, es eso —insistí nerviosamente, la ansiedad picando mi piel como molestos alfileres, la presión en mi pecho impidiéndome respirar con tranquilidad, pensé seriamente en morderme las uñas.
—A lo mejor necesitas distraerte… tu tío Demetri dice que Seattle tiene muchas diversiones…, podrías ir ahí para vacaciones de invierno, ¿cómo ves?
—Seattle es muy bonito —compartió ella—. ¿Conoces el Waterfront Park?
—¡No quiero ir con Demetri! Solo déjame en paz, papá. Estoy haciendo mi mejor esfuerzo, estoy yendo a la escuela, incluso voy a dar jodidas clases de piano por las tardes y…
—¿Clases de piano? —interrumpió, repentinamente interesado. Me sujeté a ese tema como un náufrago a su bote salvavidas.
—Sí, al hijo de la maestra Esme. ¿Lo ves?, solo dame tiempo —aseguré, sintiéndome esperanzado dado el nuevo giro de la conversación. Papá suspiró caminando hacia la ventana.
—Cuéntale que es una zorra, háblale del examen… —pidió ella mirándome con ojos suplicantes, tan solo negué con la cabeza.
—Un mes, Edward. Te daré solo un mes antes de retirarte los antidepresivos.
—¿Retirármelos? Pero…
—Seré personalmente yo quien te los dé de ahora en adelante, esa es la otra opción. —Cerré la boca intentando con todas mis fuerzas apelar a mi lado más racional.
—¡Háblale de mí! —chilló ella en mi oído—. ¡Cuéntale algo que no solo sean mentiras, maldita sea, Edward!
—¿Ya puedo irme a mi habitación? —pregunté a través de mis dientes apretados.
—Sí, hijo. Por favor no te molestes conmigo, yo…
No terminé de escuchar lo que el doctor Cullen tenía que decir, no me apetecía escucharlo más con ese tono profesional y lastimero. Odiaba la puta lástima casi tanto como me odiaba mí mismo. Además, detestaba que amenazara con quitarme los antidepresivos, eso era casi impensable para mí en días como hoy.
—¡Edward! —gritoneó ella, corriendo detrás de mí. Su falda de porrista ondeaba con cada movimiento que sus piernas daban, el cabello se mecía suavemente tras ella haciéndome suspirar.
Cerré con un sonoro portazo al entrar en mi habitación, cosa que por supuesto no le impidió entrar, así que aquí estaba, mirándome toda hermosa y refunfuñada a los pies de mi cama. Su pecho subía y bajaba por seguirme apresurada, o quizás por su molestia, no podría saberlo. El cabello parecía un halo a su alrededor, revoloteando ligeramente esponjado y brillante.
—Estoy enojada —acusó, entrecerrando los ojos mientras me miraba.
—¿De verdad? Pensé que el ceño fruncido era de risa. —Ella me lanzó una de sus miradas envenenadas.
—Y los puños apretados son para golpearte amorosamente. —Me reí.
—Eso quiero verlo.
—Necesitas un escarmiento, Cullen —amenazó, sonriendo seductoramente, mi piel hormigueó en respuesta ante su tono y sus parpados caídos.
Suspiré observando sus estrechas caderas, ella se balanceaba con suavidad mientras trepaba por la cama, era tan malditamente seductora que cerré los ojos, casi al tiempo que la sentía escalar por mi cuerpo. Su delicado peso era la mejor sensación que hubiera experimentado nunca, el olor a frutas rodeándome y sumergiéndome en ese trance. Respiré pesadamente, no podía permitirme tanto, incluso aunque daría mi vida por ello, me conocía, y una vez que fuera a ese lugar, no podría volver a salir de ahí, estaba seguro.
—Y tú… —susurré, relamiéndome los labios resecos, sentía los ojos picándome por las lágrimas de desesperación, estaba a punto de dejarme ir con ella—. Tú necesitas desaparecer, Bella.
Bueno chicas y chicos, aquí vengo con otra historia, ¿le dan una oportunidad? ;)