Inuyasha no me pertenece a mi, obviamente, sino a la gran Rumiko Takahashi

¡Bueeenas! Antes de nada os pido perdón por el mega lapso de tiempo sin publicar, la verdad es que se me fue un poco la inspiración y las ganas por la poquita acogida que tuvo en un principio pero he decidido continuarlo igualmente, al igual que lo hago con el fic que estoy escribiendo de Harry Potter :D

En fin, ¡espero que os guste este capítulo y que perdonéis mi retraso!


OLOR A CASA

Abrió los ojos de golpe y se incorporó, muy mareada. Todos los olores le sonaban pero eran diferentes, dispares, eran muchas cosas a la vez, sensaciones, sentimientos, recuerdos, deber, obligaciones...respiró agitadamente, sintiendo que lo poco que había comido estaba a punto de salir por su boca. Tenía ganas de llorar, vomitar, gritar. No recordaba haberse sentido tan miserable jamás.

Se sentó en el césped y se miró las manos. Estaban temblando. Sintió las lágrimas correr por sus mejillas y en seguida usó dichas manos para taparse la cara. Unos jadeos rotos comenzaron a emanar de su persona y en un abrir y cerrar de ojos, abandonó esa posición y se abrazó a sus rodillas. Recordó los últimos momentos de su madre, sintió el vació que dejó su padre al no haberle visto antes de que se fuera. Tenía miedo, no comprendía nada y no conseguía pensar con claridad.

No supo cuanto tiempo estuvo de aquella manera pero le pareció una eternidad. Seguía temblando, pero sus sentidos estaban despejándose y ya no estaba tan mareada como al principio. Se levantó con parsimonia y se apoyó en un árbol cercano para no caerse. Estaba aún aletargada y le dolían todos los músculos del cuerpo. ¿Qué se suponía que tenía que hacer? Solo tenía recuerdos sueltos, palabras sin sentido en su memoria que aparecían y desaparecían una y otra vez. Se puso una mano en la frente y presionó, tratando de recordar. Debía buscar a alguien...y darle algo. Miró a su alrededor y lo primero que vio fue un pozo viejo.

¡Un pozo viejo! Abrió los ojos de par en par y, como pudo, se dirigió hacia allí. No cabía duda, era el mismo pozo por el que su madre, su padre y ella viajaban al mundo original de su madre. Su corazón se aceleró. ¿Podría ir a ver a su abuela? ¿Le diría esta que todo estaba bien y le cantaría una nana? ¿Estaría su madre allí preparando comida con los fogones para después llevarla a casa? Volvió su vista para observar qué más había, pero la realidad chocó contra ella como si de una pared fría se tratara. Era el mismo pozo, sí. Al fondo, exactamente el mismo Goshimboku, también. Un poco más allá, tras una fila de árboles, a unos cien metros, el templo, por supuesto. Todo era lo mismo. Todo menos el olor a casa. Se dejó caer sobre la madera del pozo, sentándose sobre el borde y mirando al suelo.

Entonces...¿realmente había viajado al pasado? No es que no creyera en los viajes en el tiempo, porque eso ya lo había hecho. Pero...aquello y esto eran cosas demasiado diferentes. Era como si de repente estuviera en un planeta que no era el suyo. Notó que empezaba a temblar y casi inconscientemente movió las orejas; al hacerlo sintió más dolor. Había algo en la izquierda que le pesaba y dolía una barbaridad. Se la palpó y sintió un bulto extraño.

"Debes darle el pendiente a ella"

Abrió los ojos, sobresaltada. Ató cabos y tan rápidamente como pudo, se lo quitó. Le dolió hacerlo porque aún estaba ensangrentado. Su madre se lo había puesto en el último momento.

Era una orbe roja como la sangre; lisa y suave como la seda y pequeña como una pequeña perla de mar. Sintió que las lágrimas volvían a ella y apretó el pendiente en su puño y este, a su vez, contra su pecho. No iba a dárselo a nadie. ¿Cómo podría? Era lo único que le quedaba de su madre.

_-oOo-_

-Inuyasha -dijo Kagome dejando su bol encima de la mesa. Estaba algo pensativa -he pensado en ir a ver el pozo. A lo mejor...-sintió la penetrante mirada dorada sobre ella - bueno, a lo mejor puedo ir y volver, como en los viejos tiempos.

El la miraba sin comprender, pero el miedo se olía en sus ojos. Kagome había vuelto para quedarse ¿verdad? No podía ser que se hubiera hartado de él...sin embargo fue lo primero que pensó. Se dio cuenta entonces de la magnitud de su miedo. No sabía qué haría si se fuera de nuevo. ¿Podría ir él a su época? ¿Encajaría?

-¡Eh! ¡Inuyasha! -exclamó la chica, haciéndole señas con la mano -¿Me escuchas?

-Ah, sí, perdona...-dijo, algo inseguro. No quería decirle nada de eso porque tampoco quería obligarla a nada. Kagome le miró entonces con una sonrisa.

-Eres muy tonto, Inuyasha -le dijo.

-O...oye...¿por qué me insultas de repente? -su miedo se intensificó. Kagome rió al ver que se lo tomó de la manera equivocada.

-Porque solo tú podrías pensar que iba a abandonarte, pedazo de burro.

El hanyou abrió los ojos de par en par. Mierda, le había leído.

-Keh -farfulló, sonrojado. Kagome sonrió.

-No es por eso, Inuyasha. Es que...sería genial que pudiera ir y volver cuando quisiera. Es decir...podría tener las dos cosas más importantes a la vez ¿sabes? -dijo algo sonrojada, también.

Sonrió entonces, comprendiendo. A su vez, un pequeño cosquilleo se formó en su interior al sentirse una de las cosas más importantes para Kagome.

-Tu...-empezó, haciendo pucheros -tú también eres lo más importante para mi.

Lo último lo dijo tan bajito que Kagome no supo si se lo había inventado o lo había escuchado de verdad. Pero viendo lo rojo que estaba el chico se atrevió a pensar que era cierto. Dejó los palillos en la mesa y fue a sentarse a su lado, apoyándose en él. Inuyasha la abrazó sin comprender, pero él le seguía el juego. Adoraba tenerla de aquella manera.

Terminaron de desayunar y fueron al pueblo para devolverle la vajilla a la anciana. Después visitaron a Miroku y a Sango, donde Kagome conoció por fin a las gemelas despiertas. Éstas se encariñaron con la miko casi al instante y en seguida empezaron a pedirle su tiempo para jugar. Estaba feliz porque sentía que comenzaba una nueva vida; una vida propia. Shippo también estaba allí. Les contó que quería ir a ver el pozo y que iría justo después de aquella visita. Tanto Sango como Miroku la animaron a hacerlo. Si podía combinar ambas vidas, que lo hiciera. Madre no hay más que una y cierto era que debía intentar luchar por conseguir también una vida con ella.

Estuvieron un buen rato allí, pues el día anterior no pudieron quedarse mucho rato debido a lo tarde que era y Kagome tenía tres años que relatar y escuchar, empezando por la boda de Sango y Miroku.

-Bueno, la verdad es que fue muy bonita -dijo la mujer mientras le daba de mamar a su hijo -la hicimos aquí, en el templo. Kaede-sama me dejó un kimono de boda e hicimos un banquete bastante ostentoso; todo el mundo trajo de todo.

-¡Había muchísima comida! -exclamó Shippo recordando aquel día con cierta gula -Estaba riquísimo...

-Es que vinieron desde otras zonas y todo -aportó Miroku con cierta autosuficiencia -trajeron presentes de todo tipo. Hubo uno que incluso nos ofreció prometer a su hijo recién nacido con alguna hija nuestra. Y eso que no estaba ni en camino...

Todos comenzaron a reír. Kagome hubiera dado lo que fuera por estar allí ese día pero así eran las cosas. Inuyasha sintió de repente un olor inusual y se levantó de golpe, cortando todo el ambiente de la sala. Comenzó a olisquear y se asomó por la puerta para ver de dónde podía venir.

-¿Inuyasha? -preguntó Kagome. Se había levantado tras él y le miraba curiosa. Éste estaba algo confundido.

-Es solo que...-dudó un momento en decirlo, pero tampoco sabía explicarlo -bueno, mira, da igual.

-No, no da igual -contradijo Kagome con una ceja enarcada -no puedes hacer todo el paripé y después callártelo todo, hombre. ¿Qué pasa?

Inuyasha suspiró. Si es que para qué decía nada...

-¡Keh!He olido algo muy raro -dijo, cruzándose de brazos.

-¿Algo raro? -preguntó Sango.

-Es que...-movió las orejitas, algo nervioso -no sé como explicarlo. No es una amenaza ni nada, es un olor algo...es como si lo hubiera sentido en algún otro lado, pero a la vez no.

-Pero qué cosas más raras dices...-dijo Shippo, frunciendo el ceño.

-¡Keh!

Kagome suspiró pero estaba algo preocupada también. Ella había notado desde aquella mañana un leve aura espiritual cerca del templo que hacía tres años no había notado. Pensó que eso sería cosa de la cantidad de peregrinos y creyentes que iban a rezar al templo; cuestión de acumulación de poder espiritual, pero después de lo que había dicho Inuyasha ya no estaba tan segura.

-Vamos a comprobarlo -dijo.

Inuyash asintió.

-Os acompaño -dijo Miroku, cogiéndo su báculo.

Sango les deseó suerte. Ella no podía ir por motivos obvios, así que se resignó y rezó para que no fuera nada malo ni grave. Los demás se pusieron en marcha y fueron dirección al pozo. El olor venía sin duda de allí, aunque el hanyou aún no conseguía descifrarlo.

_-oOo-_

Reiko se dejó caer al suelo, apoyando la espalda contra la madera del pozo. No era mucho, pero al menos era la única cosa igual que en su tiempo y no se veía capaz de abandonarlo así como así. Se sentía ya demasiado perdida así que se aferró como pudo a ello. Observó el pendiente durante un buen rato tratando se recordar y esperando que sus sentidos se despejaran del todo. Fue cuando notó olores conocidos que levantó la cabeza, sorprendida.

Se levantó de golpe y tragó saliva. Movió la cabeza de un lado a otro frenéticamente, tratando de encontrar el origen, pero aún estaba algo mareada y se le hacía difícil. Sin embargo, aunque conocía los olores, éstos eran algo diferentes. No sabía cómo explicarlo pero...eran los de siempre, pero menos. Se movió de un lado para otro, nerviosa, como un gatito bebé en medio de una jauría de leones. ¿Qué se suponía que debía hacer? ¡No lo recordaba! El viaje brusco debió alterar de alguna forma sus recuerdos y no alcanzaba a conectar las escasas e inconexas imágenes en su cabeza.

Se mordió el labio, sintiendo ganas de llorar de nuevo. ¿En qué época estaría? Miró de nuevo el pozo, como si éste fuera a hablar en cualquier momento para darle la respuesta.

-¡Arg! -exclamó, pegándose con la palma de la mano en la frente repetidas veces -¡Maldita sea, no sé qué hacer!

-Para empezar, decirnos quien eres -una voz masculina y peligrosamente conocida se escuchó a sus espaldas.

Reiko abrió los ojos y palideció por completo. No dijo nada, tampoco. Pero es que...¿Qué debía decir? Ella no estaba preparada para aquello y aún así allí estaba, apretando entre sus manos el último recuerdo de...

-¿Quién eres? -preguntó entonces una dulce voz de mujer. Ante esto no pudo hacer otra cosa que girarse bruscamente con lágrimas en los ojos.

Kagome, Inuyasha, Miroky y Shippo no podían creer lo que estaban viendo sus ojos. Tenían delante a una niña hanyou de unos doce o trece años que era prácticamente idéntica al peliblanco, excepto porque su cara recordaba a otra persona, solo que no conseguían averiguar a quién. Pero es que no solo era eso; la niña llevaba el mismo haori de rata de fuego que Inuyasha, solo que ésta lo utilizaba a modo vestido. Kagome se fijó entonces en que la niña tenía unos leggins cortos y negros debajo de este, de forma que no se le vieran los atributos femeninos. Y leggins como esos sólo se podían encontrar en su época ¿verdad?

Pero lo que más le dolió fue verla tan rota por dentro. No supo por qué pero le entraban todos los males al ver cómo lloraba aquella niña. Miró a Inuyasha que parecía tan sorprendido como la misma muchacha y decidió dar el primer paso. Se acercó lentamente a ella y la niña dio un paso para atrás, asustada.

-No te vamos a hacer daño -le dijo con una voz suave. Le tendió la mano -te has perdido ¿verdad?

La pequeña hanyou siguió sin mover un solo músculo. Kagome miró a sus amigos y les advirtió con la mirada que no hicieran nada. Iba a controlar esa situación ella sola. De todas maneras, y cosa que le extrañaba un poco, esa niña emitía cierto poder espiritual. Eso era inusual. Muy inusual. Si era medio demonio...¿cómo es que podía tener poderes sagrados? En todo caso los demoníacos los entendía pero lo otro...

-Yo me llamo Kagome -le dijo con una sonrisa. Ella empezó a respirar con rapidez -y soy la sacerdotisa de aquel templo -señaló el templo a lo lejos -ellos son amigos. El monje Miroku, el demonio zorro Shippo y él es...

-...Inuyasha -murmuró la niña con un hilo de voz, pero en seguida se arrepintió.

Los chicos se confundieron aún más.

-¿La conoces de algo Inuyasha? -preguntó Shippo. Éste negó con efusividad.

Kagome entonces aprovechó para acercarse más a ella y consiguió poner su mano sobre las de ella. La niña levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los de la castaña. Ambas sintieron entonces una conexión muy profunda.

-No sé cómo conoces a Inuyasha pero por favor, no tengas miedo, no va a pasarte nada malo -le dijo, abrazándola.

Ella estuvo un momento tensa pero el olor de Kagome la embriagó por completo, relajando sus músculos y alejando su miedo. Poco a poco y con cierta parsimonia le devolvió el abrazo. Abrazo que subió de intensidad a medida que la pequeña hanyou aumentaba el llanto. Podía no ser la Kagome que ella conocía, que no oliera del todo igual pero una madre es una madre y como ella no había ninguna otra, por mucho que la suya tuviera treinta y pico y la que estaba abrazándola, dieciocho.

Continuará.


Bueno, ¡espero que os haya gustado esta dramática introducción a la historia! Nos vemos en el siguiente capítulo ~

Sin mucho más que decir, sigue la línea de puntos y...¡Comenta!

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With love,

K