Disclaimer: los personajes y el Universo Panem son propiedad de Suzanne Collins.

Esta historia participa en el Intercambio de Regalos "Perlas y Relicarios" del foro "El diente de león". Esto es para Dominique Mont. Espero que te guste


Eso que llaman amor

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La noticia se esparce como pólvora, el día anterior todo fue tranquilo, hoy la comidilla del distrito es la fuga de Laia Rush y Marcus Everdeen. Cuando lo sé me cuesta trabajo creerlo, una chica de nuestra posición fugándose con un minero…pero la mirada severa y fría de mi madre me lo dice todo mientras ordena los frascos de dulces en la elegante vitrina que da a la calle.

Sé que está enfadada, lo ha tomado como ofensa personal aunque ni siquiera era cercana a los padres de Laia. Quizá porque piensa que Laia ha traído vergüenza a nuestra clase, la verdad es que me da igual, nada de lo que hagan o dejen de hacer los demás puede afectarme.

Presto atención al trabajo que me toca, ordeno los frascos de dulces, cuido que no haya ni una mota de polvo y comienzo a barrer cuando ella me da la noticia bruscamente.

Deja caer con fuerza un tarro de cristal lleno de bolitas de chocolates bañados en colorantes, y me lo dice

—Te casarás —su voz es firme y no deja lugar a replicas.

Me detengo un momento mientras mi cerebro procesa la información, luego volteo lentamente y miro sus ojos azules fieros y llenos de desprecio. Por alguna razón que nunca llegaré a entender parece odiarme, a mí, a mi hermano y a mi padre…los rumores dicen que odia a todos y quizá sea cierto.

Al principio mi boca se abre sin permiso y pienso en replicar, protestar o preguntar ¿Por qué?, pero el impulso desaparece instantáneamente ante la chispa de furia en sus ojos. Está claro por qué…no quiere que siga los pasos de Laia, no quiere que hoy, mañana o en un futuro cercano o lejano me fugue con alguien indigno de mí.

— ¿Con quién? —me alegra saber que mi voz suena tranquila y cuidadosa. La sorpresa sigue levemente en mi rostro, pero muevo mi posición y empiezo a barrer de nuevo sin mirarla.

¿Casarme? ¿Por qué no? Tengo 20 años, deberé hacerlo en algún momento y está claro que nadie se unirá a mí voluntariamente, en todos estos años ningún chico ha expresado un mínimo interés en mí y he devuelto el sentimiento con creces manteniéndome aislada de todos. No me he sentido atraída por nadie, ni siquiera encaprichada, así que no tengo razones para siquiera molestarme. Probablemente me está haciendo un favor.

—El hijo del panadero, Febric Mellark —Recuerdo con esfuerzo al muchacho rubio y bajito del que me habla. Es de mi edad pero nunca he hablado con él, se la pasa demasiado ocupado babeando por la misma muchacha que ha causado que nuestras vidas se entrelacen pronto.

— ¿Cuándo?

—Una semana —contesta con tranquilidad —. Tu padre y tu hermano han ido a hablar con sus padres para adelantar todo. Tu hermano heredará la tienda de dulces y él heredará la panadería y le ayudarás a mantenerla. Tu futuro está asegurado y también el honor de la familia.

— ¿Mi hermano se casará pronto?

—Estoy consiguiendo a la chica adecuada —dice con rigidez —. Hay unas cuantas en mira.

Asiento.

El matrimonio no se trata de amor entre nosotros, es cuestión de supervivencia y conveniencia. Que Laia y Marcus crean que están locamente enamorados es otra cosa, no tardarán en darse cuenta de las abismales diferencias que hay entre una mujer criada entre lo más cercano al lujo en nuestro distrito, y un simple hombre de la Veta.

Mi padre y mi hermano llegan a casa una hora después, el almuerzo está servido, la mesa está en silencio mientras servimos. Cuando me siento los ojos de ambos están sobre mí.

—Tu madre te ha comunicado la noticia supongo —empieza.

—Sí —dejo cuidadosamente la cuchara a un lado y alzo el rostro. Papá odia que no lo miremos cuando habla.

—Está todo arreglado, en una semana dejarás la casa y te mudarás a la casa de tu marido. Sus padres se encargarán de enseñarte a desenvolverte en el nuevo negocio —hace una pausa y su mirada se enfoca en mí, reconozco la pizca de dulzura casi muerta en sus ojos, como cuando besaba mi frente en las noches cuando era un bebé —. Hazlo bien ¿De acuerdo?

Mis labios se estiran en una leve y breve sonrisa, una de las pocas que doy.

No puedo garantizar que mi vida será hermosa pero al menos será buena.

—Lo haré bien, padre.

—He hablado con el chico —interviene finalmente mi hermano. Tiene el ceño fruncido de disgusto, parece ser el único al que no le causa gracia mi matrimonio —. Podría ser peor…es bastante tímido así que no creo te de problemas, Zaira. No dejes que mangonee ni nada por el estilo, demuéstrale de que está hecha nuestra familia, con suerte tú serás quien mande sobre el negocio. He visto a un ratón con más personalidad que ese niño.

— ¡Zhio! —regaña mi padre —. Será el esposo de tu hermana.

— ¿Y qué? —dice con desprecio —. No es un matrimonio de verdad, es solo mera formalidad, un contrato para nuestra conveniencia, un seguro de vida para mi hermana, es lo único que representa ese mocoso. Así son las cosas entre nosotros ¿No? —su mirada se dirige a nuestra madre.

Ella le da una mirada de rabia.

—Así es —todos me miran cuando contesto. La sonrisa en mis labios es fría, mis ojos son duros. He vivido una vida al lado de una familia falsa, quizá por eso sea incapaz de amar —. Es lo único que representa este matrimonio. Solo es un seguro de vida, solo evitará habladurías.

Mi padre suspira.

—La comida se enfría —es lo único que añade antes de empezar a comer.

Zhio me guiña un ojo y come con una sonrisa desdeñosa. Ser el hombre le ha dado más libertad que a mí y por supuesto también más capacidad de expresión, lo quiero tanto como lo admiro, quizá esa sea la única forma de amar que yo puedo conocer. No me imagino amando a mi futuro esposo como tampoco a ningún niño que tengamos. He visto a los niños de la Veta corretear llenos de suciedad, berreando y llorando, incluso he visto a los niños de nuestros vecinos, no sé cómo lo soportan, no sé si yo podría.

Quizá mi destino es ser una madre tan ejemplar como el modelo que tengo a seguir.

—Ayuda a tu madre con los últimos arreglos y ve a la panadería —ordena mi padre en cuanto levantamos los platos —. Te esperan allá.

No pregunto quién, quizá sean los padres de Febric Mellark para ver si resulto ser una buena mercancía. Cuando se está en edad para casarse los padres conciertan las uniones con quienes creen apropiados para seguir con el negocio familiar, los hombres o las mujeres más apropiados son los primeros en escogerse.

En la Veta todo es distinto, se casan con quienes quieren, supongo que no hay razón de buscar una mejor calidad de vida, allí todos son iguales, están muriéndose de hambre día a día.


No son los padres de Febric Mellark quienes me esperan, es mi futuro marido quien lo hace.

Camino hacia la puerta donde él está esperando con la mirada en el suelo, las manos en constante movimiento y el aspecto general de alguien que se la ha pasado llorando toda la mañana y luego se ha limpiado la cara con las manos llenas de harina.

Sí, no es una imagen agradable ni una primera (segunda, tercera o lo que sea) impresión buena.

No hago ningún gesto de repulsión ante la debilidad que me muestra, me mantengo indiferente hasta que mis zapatos blancos inmaculados se detienen frente a los suyos, oscuros y llenos de lodo. Me pregunto dónde ha estado…aunque la respuesta viene en automático.

— ¿Has estado suplicando y llorando frente a la puerta de Laia en la Veta? —la pregunta sale antes de que pueda detenerla. Aprieto los labios con fuerza en cuanto noto la estupidez que hice.

Él se estremece con sorpresa y levanta la mirada que no levantó cuando me acerqué a él.

Noto que sus ojos son del mismo color del cielo cuando las nubes no lo tapan, suaves, acogedores y tranquilos. Son un color más pálido y por extraño que parezca más raro entre todos los matices de azules que existen entre los comerciantes. El cabello rubio le cae liso sobre los ojos, el tono es como del caramelo fundido que utilizamos en casa para la fabricación de los dulces. Sin querer hago recuento de mi misma, recordando el tono oscuro de mis ojos azules cuando me miro al espejo al levantarme cada día, o de las ondas de cabello rubio pálido que caen hasta mitad de mi espalda.

A pesar de las similitudes existen muchas diferencias.

— ¿Lo sabes? —murmura sin apartar la mirada de mí.

— ¿Saber que te interesa Laia? —Suelto una risa seca — ¿Quién no lo sabe? —pregunto con acidez —. No te has molestado en ser precisamente sutil ¿No, Mellark?

Él parpadea, sus ojos siguen llenos de lágrimas no derramadas.

—Nunca te había oído hablar.

El cambio de tema me desconcierta. Debo darle crédito, es la primera persona aparte de mi madre que me calla al instante.

Solo dura un momento, claro. Frunzo el ceño sin comprender.

— ¿Qué? —espeto sin importarme que no me haya invitado a pasar o me haya explicado porque me mandó llamar. Que siga de pie en su puerta lo hace un patán.

—Eso —dice —. No te había oído hablar. Ni siquiera en la escuela.

Entrecierro los ojos sin saber que responder, no importa de cualquier forma, él sigue hablando.

—Aunque supongo que es culpa mía —divaga con voz muerta — no prestaba atención más que a Laia y ahora…ahora…

—Vamos a casarnos en una semana —termino sus palabras sin emoción alguna —. ¿Qué quieres de mí en este momento? ¿Mirarme? ¿Ver si soy lo suficientemente bonita? ¿Calcular cuánto me soportarás? ¿Comparar si me parezco a Laia? ¿Decirme que no amas? ¿Romper el compromiso? ¿Qué quieres, Febric Mellark?

Noto con sus ojos siguen cada uno de mis movimientos, cada ceño fruncido o cada manotazo al aire y sus oídos escuchan bien mis palabras llenas de rabia. No sé porque siento tanta furia.

—Quiero mirarte, si —responde cuando termino —. Supongo que mirarte está bien si vamos a casarnos en una semana. Eres bonita, no tengo porque comprobar eso. Soportarte…—suelta una risa débil y vacía —…creo que la pregunta debería ser al revés ¿Soportarás tenerme a tu lado sabiendo cómo me siento y lo que siento por otra mujer? —sus palabras golpean mi orgullo de mujer —. No te pareces a ella, ni un poco…nada en realidad. Laia…Laia siempre sonríe, tu frunces el ceño siempre, Laia es amable y gentil y muy amigable, tú eres seria y repeles a todos, Laia…es perfecta, tu no —abro la boca para gritarle cuanto lo odio al tiempo que me lanzo sobre él para darle una bofetada. Él sostiene mi mano con facilidad, para ser tan bajito para un chico es muy fuerte —…tampoco yo. Estamos llenos de defectos, soy débil, soy tonto, ingenuo y despreciable ¿A que lo soy? Tú eres fuerte, dura y egoísta…así que no, no te amo, ni siquiera te conozco realmente. Y no, no quiero romper el compromiso, así como somos está bien. Solo quería asegurarme de que no cometería otro error.

Mi pecho sube y baja con indignación mientras él sigue sosteniendo sin esfuerzo, ni siquiera suda. No tengo que levantar mucho la mirada, solos unos centímetros separan sus ojos de los míos, pero le miro con todo el rencor que puedo.

Este matrimonio será un castigo. Lo será.

Mientras maldigo mi suerte miro su rostro liso e inmaculado, el atractivo oculto tras sus movimientos tímidos y su personalidad plana están ahí, dibujado entre las manchas de harina y sus ojos claros llenos de frustración, desesperación y dolor.

Por primera vez en mi vida algo me golpea con fuerza en el interior, nunca antes había sentido algo así pero resulta patético cuando lo comprendo, y al hacerlo me suelto bruscamente de él empujándolo con rabia hasta que se golpea en la puerta.

— ¡Eres una desgracia! —siseo con todo el veneno que puedo — ¡Eres un niñito llorón y patético que ni siquiera puede ser llamado hombre! ¡Con razón Laia escogió a un minero de la Veta! ¡Cualquiera de esos miserables es mejor que tú, Febric Mellark! ¡Te juro que lamentarás todo lo que me has dicho! —salgo corriendo sin importarme los modales ni el qué dirán.

Noto que los ojos me pican, que se forma un nudo en mi garganta y las repentinas ganas de llorar me asaltan pero me mantengo en una pieza hasta que llego a mi cuarto y rompo todas las cosas, una y otra vez las lanzó sobre la pared y grito a mi madre que se largue y me deje en paz.

No ceno.

Mi padre y mi hermano tocan la puerta también, los despido de la misma forma mientras me niego a derramar las lágrimas que Febric Mellark causó.

Lo va a pagar. Lo pagará.

Pagará por todo.

Lo juro.


El momento en que firmo el documento que me convierte en Zaira Mellark es el peor momento de mi vida, anclada al lúgubre lugar, con un vestido nuevo y con un marido patético a mi lado siento ganas de gritar. Febric no volvió a llamarme, no pidió disculpas ni me miró cuando entré al edificio de justicia, nos limitamos a permanecer uno al lado del otro todo el tiempo que la ceremonia dura. Luego siguen las firmas, las llaves de la casa y todas las formalidades.

Nuestros padres están tras nosotros en silencio.

El siguiente paso es el tueste.

Al llegar a la casita asignada un pequeño número de personas rodean la casa esperando por nosotros. Deben cantar cuando crucemos el umbral para las bendiciones y la buena suerte en nuestro futuro como pareja. Pienso en lo irónico y despreciable que es todo esto cuando mi matrimonio es una farsa completa, cuando veo a Febric tensarse a mi lado al distinguir la figura de Laia feliz y dichosa abrazada a su marido. No la invité por supuesto, es una ceremonia solo para "amigos", pero Everdeen siempre es el que canta primero cuando hay boda, lo hace desde pequeño y le dan unas monedas, tiene buena voz y a todos les gusta escucharle.

Mis padres no los contrataron, de hecho mi madre tiene problemas para no irse contra ella y soltarle unas cuantas verdades a la cara. Veo a mi padre sostenerla del brazo y darle una mirada fría.

Cuando Everdeen da un paso adelante y se aclara la garganta todos guardan silencio, incluso yo olvido todo y lo miro. Es apuesto no se puede negar, alto y fuerte, con el pelo oscuro y la piel aceitunada, la sonrisa alegre es como su marca personal. Ha pasado una semana, los padres de Laia la repudiaron pero ellos dos parecen felices en su mundo perfecto.

Hago una mueca.

La canción es suave y lenta, armoniosa y vibrante, llena de vida…

Parpadeo confusa cuando el brazo de Febric se alza y él me mira en silencio. Es cuando noto que debemos entrar, aprieto los labios con fuerza y me sostengo a él al empezar a caminar.

La canción sigue, los pasos son lentos.

Veo a Laia cuyos ojos brillan al mirar a Marcus Everdeen, él parece cantar más para ella que para nosotros, la mira de una forma extraña…nunca vi a nadie mirar así a alguien.

Febric sigue tenso, noto el leve temblor en su cuerpo el escaso tiempo que dura todo. Al entrar a la casa la canción termina, los leves aplausos resuenan y se anuncia el comienzo del tueste.

Encendemos la fogata juntos, Febric puede hacerlo con los ojos cerrados pero a mi aun me cuesta, recibí un par de lecciones de sus padres unos días antes pero no es fácil. Tostamos el pan con los ojos de todos sobre nosotros, atentos a nuestros movimientos, los míos mecánicos y los de Febric torpes. Somos la pareja más disfuncional de la historia es seguro, el pan se nos quema un poco pero nadie lo nota por fortuna. Quemar el pan durante el tueste es como un sacrilegio, infortunio y mala suerte por el resto de nuestra vida, peor aún si lo hace un panadero.

Está claro dónde está la atención de Febric y donde está la mía. No creo que la mala suerte pueda hacer peor nuestra situación.

—Lo siento —cuando Febric parte el pan en dos se queda con la parte quemada volteándola ágilmente para que la corteza ennegrecida quede fuera de los ojos curiosos y analíticos de todos.

Le miro con resentimiento.

—No me interesan tus disculpas —digo en voz baja sosteniendo el pan —. Puedes seguir haciéndole ojitos a Laia Everdeen —siento satisfacción al ver el dolor en sus ojos cuando uso el apellido de casada de su amada —, lo único que me interesa de este matrimonio son los beneficios que puedo obtener.

—Lo sé —acepta con sequedad —. Pero no te pido disculpas por esto —sus ojos se topan con los míos y siento de nuevo esa sensación desesperante y turbia que me fastidia desde aquella pelea en la panadería —. Es por lo que pasó hace una semana.

Sus disculpas me toman por sorpresa, di por sentado que no las diría, que ofenderme le dio igual. No me alegra de todas formas, cada cosa que dice o hace Febric Mellark solo consigue irritarme y molestarme, volverme aún más arisca y hostil de lo que soy.

El bullicio nos hace seguir con la ceremonia hasta que comemos el pan, nos levantamos, hacemos una inclinación de respeto y gratitud y todos estallan en aplausos de nuevo.

Los padres de Febric sonríen y anuncian la pequeña comida que se servirá.

Al verlos veo lo mismo que vi en Leia y Marcus, ese algo extraño en sus ojos cuando se ven, ese algo que nunca vi en mis padres, la misma intensa mirada que mi ahora marido dedicaba a Leia.

Sé cómo llaman a eso, lo llaman amor.

Amor…

Ver a Febric me hace preguntarme si vale la pena amar a alguien.

Sus ojos tristes me dan la respuesta: No, no lo vale.


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Hi!

Lamento la demora en subirlo jejejeje ^^U, pero aquí está la primera parte, más tarde o mañana subo la segunda y última parte :)

Espero que te guste, Dominique!

¡Feliz San Valentín!

Besos.

Bella.