IMAGINAERUM

DESDE MI INFIERNO


8

Descansa en paz

—He hecho todo lo que me has pedido, sin quejarme de nada.

—Lo has hecho, Lightdawn, pero no lo has disfrutado. En vez de liberar tus demonios, sólo los encadenaste más. Tanto resentimiento. Tanto temor. ¿De verdad sólo quieres hacerlo con Twilight?

—Puedo soñar estar con Twilight y sé que eso no será real. Quiero volver con ella, ser la flor en su jardín que trepando llegue hasta su ventana. Quiero volver y ver sus ojos abriéndose ante las páginas escritas, sus labios al hablar, oír sus pasos...

—Ver el movimiento de sus flancos al caminar, sus muslos. Besar su cuello, que ella besara el tuyo. Hacerle el amor en la biblioteca, rodeados de libros y más libros, esparciéndote, derramándote en su interior como un río naciendo del glaciar.

—Y si es así ¿Qué? Ella me dio fuerza para resistir hasta el final. Para acallar las voces de los Perros de Tindalos. Cuando las grandes fauces se cerraban, pensé en ella.

—Al fin estás entendiendo, Lightdawn. Aunque no te das cuenta. Durante toda tu vida rehuiste el contacto con otras yeguas. Temías al contacto carnal, lo demonizabas.

—Existen muchas perversiones respecto a eso, tú bien lo sabes. Desprecié y continúo despreciando las orgías, estas bacanales que organizas con tus adoradores, ese sin fin de grupas y muslos separados que lejos de tentarme, me dan asco.

—Y nunca pretendí hacerte amar mis aquelarres. Pero ahora has admitido que quisiste amar a Twilight. En una biblioteca, rodeado de libros. Seguro la imaginas sentándose en un escritorio, la cola alzada, sus ojos mirándote con deseo.

—No conseguirás corromperme, Wandering, Dios de Muchas Cosas.

—No pretendo corromperte, Lightdawn. Has de saber que no todo es blanco o negro: es gris, y todo depende del matiz. Yo pretendo extender tu mente. Abrir tus ojos.

Sueño número 238, crónica de la Princesa Luna.


31 de enero

Es hora de marchar.

Miro la carta por última vez, antes de ponerla en el sobre. Me aseguraré de que le llegue muy tarde a la Princesa, pues mi intención es sólo avisar, y no permitir que me capturen. Compruebo mi morral, lleno de libros, los libros de Lightdawn. El Unaussprechlichen Geheimnisse, de Von Pfertz; el Les Cultes des Gules, del Conde d'Erlette; De Vermiis Mysteris, de Ludvig Prinn; una carpeta con delicadísimos fragmentos, con las palabras Manuscritos Pnakóticos escritas encima; el Libro de Eibon; el Liver Ivonis; los Fragmentos de Celaeno; el Libro de las Sombras; y un capítulo de un libro llamado Necronomicón.

Miro también la Llave de Plata en el estuche de violín. La guardo dentro del morral. Quizás sea una pieza clave para resolver el misterio de la muerte de Lightdawn, o tal vez no, pero igual la llevaré.

Siempre creí que esos libros aclararían la terrible muerte de Lightdawn. Pero mi mentora me pidió que los destruyera. Nada me quita de la cabeza que ella sabe más de lo que me ha contado, y preferí no destruirlos.

Sabía que necesitaría leerlos.

Sello el sobre, con la carta adentro. He usado el nombre y la dirección de Wisemurk, el extraño unicornio que talló el epitafio de Lightdawn. No la enviaré a través de Spike o en un tren. En realidad, le he pagado a Winter Soul, uno de los amigos de Reaver, para que viajara a Trottingham y deposite la carta en un buzón. Con suerte, llegará en dos días, tres si es que el ferrocarril se avería.

Mi confidente nunca hablará: de todos los amigos de Reaver, es el más responsable y maduro. Y lo mejor de todo, es que es tan ingenuo como el propio Reaver. Le dije que aquella carta era parte de un experimento, y por eso debía dejarla en esa ciudad lejana. Los bits de oro contestaron cualquier pregunta.

Le entrego la carta: Winter Soul vuela en una dirección errónea. Sí, sé que es cruel aprovecharme de la ignorancia de otros. Pero lo hago por Lightdawn.


1 de febrero

Wisemurk tiene un insano gusto por los cementerios.

Me vio subir por el camino, y me siguió. Sospecho que padece de esquizofrenia o algún otro trastorno neurológico: suele mirar las nubes, alzar los cascos delanteros cuando el atardecer las tiñe de rosa. Grita como un oso cuando un pegaso deshace las nubes, y comienza a seguirlo incansablemente por metros; agitando su cabeza

Admito que me siento incómoda al verlo, y al verlo seguirme, un extraño temor se apoderó de mí. Comencé a correr. Lo oí seguirme.

En algún momento tropecé, y él me alcanzó. Me ayudó a levantarme.

—¿Adónde vas? —preguntó, e inclinó su cabeza como los pájaros hacen antes de comer.

Le inventé una historia. Le dije que estaba investigando, y él solo oía. Masticaba chicle, y sus mascadas resonaban muy fuerte.

—¿Y para eso llevas tantos grimorios antiguos y esa Llave de Plata?

Me congelé. Mi morral estaba perfectamente cerrado. ¿Cómo se dio cuenta de las cosas que cargaba? Lo vi sonreír.

—Buscas al asesino de Lightdawn. Un gran unicornio fue él. Yo también he estado investigando.

Él estaba investigando. Por unos momentos pensé si era cierto o sólo eran desvaríos de su enfermedad mental. Pero él sonrió confiado, como si estuviese ganando holgadamente una competencia.

—Puedes contar conmigo. Yo sé cómo resolver esto.


Estamos en un antiguo cementerio, que parece lleva años de estar abandonado. Está en un claro del Bosque Evefree, no muy lejos del camino, por lo que me sorprende no haberlo hallado antes. No es que vaya mucho al Bosque, pero de las veces que he ido no recuerdo haber visto nunca un cementerio.

Me ha llevado a un mausoleo, el único de todo el lugar, y que pese a ser antiguo, está en perfectas condiciones. Arriba dice Pensatorium.

—¿Qué hacemos aquí, Wisemurk?

—Vamos a desatar el nudo de Lightdawn —me dice tomando el Libro de las Sombras y lo abre en su segundo capítulo.

Tengo muchísimas dudas, pero recuerdo cuando mi amado Lightdawn consumió esa maldita droga y viajó hacia atrás en el tiempo mientras aún estaba a mi lado.

¿Cuántos secretos hay? ¿Se puede ir más atrás, más adelante? ¿Qué vio Lightdawn?

¿Fueron las criaturas que el Unaussprechlichen Geheimnisse llamaba humanos?


Primer sueño

¿En qué momento me dormí?

Recuerdo haber leído con Wisemurk los libros de Lightdawn, hasta que la tarde se hizo noche y él encendió una fogata. Se acomodó en la entrada del mausoleo, y comenzó a hablarme sobre las estrellas.

Está todo completamente oscuro: estoy soñando o he quedado ciega. Ambas ideas me aterran.

Pero ha de ser un sueño, porque Wisemurk aparece a mi lado, caminando por un suelo inexistente. Todo es la oscuridad de un vacío infinito, pero sin embargo camina hacia mí.

—¿Estamos soñando? —le pregunto.

—No, pero casi —me contesta, y sonríe un poco—. Estamos dentro del Pensatorium, el único sitio seguro donde avistar el pasado.

—¿Dentro? ¿Cómo...?

—Nuestras mentes están dentro —me interrumpe—. Desde aquí, con total seguridad, podemos ver todo lo que Lightdawn logró ver en sus visiones.

—No quiero ver sus alucinaciones. Quiero ver su asesino —le digo molesta. No me interesan las alucinaciones que tuvo.

—Y los verás, con toda seguridad ¿No quieres conocer el inicio de nuestro mundo? ¿Los grandes eventos que logró ver Lightdawn, y que acabaron generando su ruina?

—No quiero verlo —lo amenazo con mi cuerno. ¿Por qué está tan obsesionado con esas cosas?

Lo veo reírse.

—Bueno, yo quiero verlas. Piénsalo, ¿no te gustaría acabar la investigación que inició Lightdawn?

La oscuridad se hace más densa, como si fuera vapor o niebla. Nunca debí haber confiado en él. Todo esto es demasiado para su mente inestable. ¿En qué estaba pensando cuando lo dejé venir...? Sin embargo, me pica la curiosidad. Ver las criaturas que sus libros anuncian con un gran abanico de nombres: sinserakkai, yokhama, humanos. Saber cómo destruyeron su civilización, y de algún modo, a la vez, hicieron posible la nuestra.

Acepté.


Segundo sueño

La oscuridad es total, sin embargo, puedo ver claramente la silueta de Wisemurk, como si su sombra fuera de un negro más claro que las tinieblas que nos cubren. Veo encenderse una pequeña luz, y luego otra. Son estrellas. Es como si camináramos sobre un enorme lienzo nocturno de estrellas, que van despertando a nuestro paso. Proyectan una luz pálida sobre Wisemurk.

—Esta es la estación más querida por mi hijo —comienza a decir, como si recitara un antiguo conjuro, o como si declamara un poema para sí mismo—, cuando la luz de la luna se mueve a través de las calles, una rama cae al cuidado del verano, blanco y vasto mar abierto sobre las alas de una luna fantasma, viene para llevarme a casa.

Oigo un aleteo, y una profusión de ladridos demasiado cercanos. Miro hacia abajo: estamos flotando sobre una ciudad. No siento como si tuviésemos alas o nos sostuvieran los vientos de la magia; es simplemente como si fuéramos globos aerostáticos que flotaran por ser más ligeros del aire.

Pero esa ciudad es muy diferente a las ciudades de Equestria. Sus calles están iluminadas por altas farolas que parecen ser de piedra, o de algún material similar a la piedra. A lo lejos, logro ver inmensas torres rectangulares, altas como un dragón, como una Osa Mayor sobre sus dos patas traseras; y están salpicadas de infinidad de pequeñas luces, como celdas de un panal. Casi no veo árboles, todo está cubierto por ese material duro que me recuerda tanto a las piedras.

Ahora estamos sobre casas, que me recuerdan a las casas típicas de los ponis, de no ser porque están rodeadas por amplias rejas, y sus tejados son de placas cuadradas y acanaladas, como tejas inmensamente gigantes.

El escándalo de los perros es mayor mientras más fuerte es el sonido de las alas. Entonces puedo ver a un pegaso: es de color gris, y su crin es negra, pero sus alas son blancas, y parecen ser tan grandes como él mismo.

Me doy cuenta de que la luz resplandece de modo inverso en él: donde debería estar iluminado, lo cubre una fina penumbra; y donde debería haber oscuridad, lo alumbra la débil luz nocturna. Mi sorpresa aumente cuando me doy cuenta de que lo mismo le ocurre a Wisemurk. Decido mirar mis cascos, para comprobar si en mí se repite ese fenómeno, y efectivamente es así.

Es alguna magia que no entiendo. Más allá del poema de Wisemurk, no he detectado nada que pueda pasar como un hechizo. Su cuerno en ningún momento ha brillado.

El pegaso se detiene frente a nosotros. Un momento, ¡lo conozco!

—¡Wandering! —grito sin darme cuenta. Era un poni que llegó hace un año a Ponyville, un pegaso al que le cortaron las alas. Al principio era de una personalidad muy amarga, pero comenzó a superar su depresión, y hace unos meses, se había reencontrado con su esposa. Sin embargo, unos asesinos del Tridente lo ahorcaron cuando estaba solo en su casa, y luego la incendiaron.

Yo misma fui a su funeral.

Él me sonríe. Sus alas parecen una capa sobre su lomo.

—Fui el poni que conociste como Wandering Wing —dice mirándome, y siento un escalofrío: sus ojos tienen tres pupilas—. Pero ahora he Ascendido, gracias al beneplácito de Shub-Niggurath, la Negra Cabra de los Bosques y de los Diez Mil Vástagos. Del poni que fui sólo conservo sus recuerdos, porque hasta mi alma ha mutado tras aceptar los regalos de los Exteriores.

—Los Exteriores —susurré. Conocía a esas entidades. Leí sus nombres en las amarillentas y viejas páginas de los libros de Lightdawn. Mi corazón se encogió de pavor.

Yog-Sothoth. Nyarlathotep. Shub-Niggurath. Ubbo-Sathla. Azathoth...

¿Wandering recibió regalos de aquellos dioses? ¿Aquellas criaturas que cada autor temía tanto?

Recordé a su esposa y a su hijo, completamente deprimidos tras su asesinato por parte de sectarios del Tridente, la misma noche en que murió Lightdawn. ¿Acaso lo mataron porque conocía los dioses que ellos adoraban?

Pero ya no era Wandering. Sus ojos eran diferentes. Tenía inmensas alas de un blanco más allá de la blancura natural de cualquier cosa. Ojos ardientes de tres lóbulos.

—¿C-cómo..., cómo conoces esos nombres? ¿Dónde estamos? —un pequeño silencio— ¿Qué eres? —al pronunciar esas palabras, un escalofrío recorrió mi lomo. Quería vengarme, pero cada vez parecía mas lejano... los cabellos de su pelaje parecían agujas y sus crines cada vez parecían más tentáculos. Wisemurk a mi espalda hacía un sonido gutural, como el gruñido de un gato.

—Soy un Dios —dijo riendo, y sus dientes parecían oscurecerse cada vez más—. Sé qué estás buscando, pequeña poni ingenua. Sé cómo será tu muerte. Pero voy a ayudarte, pues uno de mis adoradores me encargó que no tuvieras el mismo destino fatal que tuvo Lightdawn.

—¿Sabes quién lo mató? —pregunté con ciertas ansias, pero vi que la criatura llamada Wandering se reía.

—Puedo hacer algo mejor por ti. Puedo mostrarte todo lo que vio y lo que quiso ver, aquellas criaturas que rechazó y que yo amo. Llevarte hasta el origen pretérito del mundo, cada gran civilización que pasó por esta tierra y dejó su huella. Las ciudades de los Antiguos. La poderosa Semilla Estelar de Cthulhu. Los serpentinos szish. Los yu'nan, crueles creadores de vida. La ciencia de los Hongos de Yuggoth. El ascenso y la caída de los mensch y FEAR. Los indiferentes humanos. El amanecer y el ocaso de los patryn. Nosotros y las nuevas razas. Las especies que vendrán después de nosotros.

—Nada de eso me interesa —dije seria. Estaba tentada de conocer todo aquello, información vital que abriría a la ciencia de los ponis. Pero lo poco que había leído en los libros de Lightdawn me había advertido del horror que se escondía en el pasado.

La criatura llamada Wandering señaló el universo a mis pies, las incontables casas y las criaturas que lo habitaban, un Mundo Conocido deformado.

—A Lightdawn tampoco le interesaba, en un principio. Pero buscando al asesino de su padre, lo descubrió.

—No quiero perder tiempo. ¿Vas a ayudarme o no? —dije molesta, preparando mentalmente mis mejores hechizos para hacerle frente. Pude ver fugazmente la marca de la Cabra Negra en algún lugar de su cuerpo.

—¿Te das cuentas de lo que estoy diciéndote? Hubo ocho civilizaciones en este planeta, repartidas lapsos de tiempo increíblemente largos. La historia de los ponis no es nada en comparación, no digamos ya la historia de Kemet o Lemuria, culturas que estaban en su apogeo cuando los ponis aún no fundaban Equestria. Cada una murió y sus cenizas se perdieron antes que naciera la siguiente. ¿Alguien lloró por la caída de los Antiguos? ¿Por la angustiante y lenta agonía de los szish? ¿Quién llorará cuando Equestria y los reinos de Mu y Lemuria finalmente mueran? Lloras por un vaso de agua, y yo te ofrezco el océano.

Intenté no contemplarlo. Tanta información era tentadora... pero ya tenía fija mi meta.

—Inicié todo esto por Lightdawn. Investigando he encontrado inmensos mares de conocimientos, datos sobre entidades y especies más allá de nuestra dimensión. Pero sé que si me sumerjo en esos saberes, perderé la razón, y no habré ayudado a Lightdawn.

Sorpresivamente, la criatura llamada Wandering sonrió con cierta satisfacción. Las estrellas parecían irse apagando a medida que nuestra conversación avanzaba,

—Bien pensado, pequeña poni. Aferrándote a tus metas evitarás ser engullida por la locura. Yo sólo quiero que mis amados muertos descansen en paz. Tú quieres que Lightdawn descanse en paz. Nuestras metas están entrelazadas, aunque no lo parezca a primera vista.

Me pareció oír un estruendo lejano, y al voltear, pude ver una inmensa columna de fuego emergiendo entre las torres de los humanos, consumiéndolas y destruyéndolas como su no fuesen más resistentes que la madera. Vi el fuego abrasador derretir la piedra, y acercarse a mí con una velocidad superior a la del viento.

Agitando sus alas de luz, el heraldo de Shub-Niggurath desapareció.