Disclaimer: Tanto los personajes como Dragon Ball Z pertenecen a Akira Toriyama & Toei Animation.

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Capítulo 20. Te haré caer.


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Durante el trayecto de su casa a la distribuidora no había dejado de juguetear con los dedos ni un segundo, sintiéndose, con franqueza, preocupada. No sabía de qué manera debía actuar frente a Luce en cuanto la viera, o las palabras que tendría que utilizar para solucionar lo que Resu, con seguridad, debió decir que atestiguó. Razones de sobra tendría Luce para mostrarse molesta y trabajo de ella sería solucionarlo, era consciente; y desde luego esperaba poder arreglar la situación sin tener que discutir de forma innecesaria.

Hubiese querido enterarse de cada palabra mencionada por Resu a la encargada de la distribuidora, para así saber a precisión lo que argumentaría a su favor, sin embargo, dado que no contaba con esa información, no tendría más que esperar hasta escuchar de la boca de la propia Luce cada reclamo que la mujer tuviese para ella. Intuía que se trataría de algo incómodo, para sí misma de hecho, pues lo que vio su compañero de trabajo no tenía demasiada explicación y en realidad se prestaba a una bochornosa malinterpretación —malinterpretación que, en el fondo, ni lo era—.

En cuanto llegó al sitio en donde aún trabajaba, se esmeró por mejorar un poco su aspecto; así que, mientras se pasó algunos necios mechones de cabello detrás de las orejas, repasó incluso la manera en la que pediría a su superior volver a casa. No quería quedar mal con ella, pero en ese momento en el que creía por fin estar bien con Bardock, tampoco quería tener que echarlo todo por la borda con él. Por ello pensó, a la vez que se acomodó la armadura, en lo que debería hacer en el caso de que Luce no le permitiese volver.

«No. Primero lo primero», pero se recordó, firme. Después de todo no podía dejar de lado que, si se encontraba ahí en ese instante, era porque ese trabajo ocupaba un puesto importante en su lista de prioridades.

Como fuese, por el momento era necesario concentrarse en lo que fue a hacer y en nada más.

Así, pues, enseguida se encaminó hasta la distribuidora.

Poner un solo pie dentro del lugar, fue casi como si un campo magnético se hubiese activado y el mismo le hubiese obligado a dirigir la mirada hasta Resu. Cuando sus ojos se encontraron con los de su compañero, hasta le fue difícil no arrugarle el entrecejo, reprochándole de esa forma lo que hizo instantes antes. No se encontraba nada contenta por la manera en la que su compañero actuó, y menos disfrutó las torpes palabras que utilizó para enfrentarla. Él no tenía ningún derecho a hablarle como lo hizo, en ninguna circunstancia, ni siquiera si Luce le comisionó el ir a buscarle.

«Luce».

Al quitar la mirada de Resu, de inmediato movió de nuevo las pupilas hasta hallar de espaldas a la saiyajin con la que tenía planeado hablar. El corazón le dio brincos dentro de la caja torácica una vez la vio, no obstante, no era esta vez el placer lo que estaba ocasionándolo —sería inusual si así fuese—.

Sin más se acercó, cautelosa, y con una gran presión atorada en la garganta. Aunque no quería, no podía retrasar más esa charla.

—Ah, Luce… —le llamó por fin, titubeante; de igual modo, casi inconsciente, la incomodidad le llevó a rascarse el codo—, ya estoy aquí.

La más joven tuvo que apretar los parpados cuando la intimidante mujer dejó caer con suma dureza el filo sobre un trozo de carne; el golpe, a propósito, resultó ser de lo más intimidador. Luego, al abrir los ojos, con mucho cuidado, se encontró con su superior limpiándose las manos en el mandil.

—¿No te sentías mal, Gine?

Justo como la recién nombrada lo esperó, Luce ya no sonaba como la saiyajin considerada que siempre fue con ella; era una cruda acidez todo lo que podía identificar en su duro tono, en cambio. Y en ese instante supo que Resu, quizás, no conservó nada para él mismo.

«Tonto».

—L-lo siento, Luce —mencionó, sincera. Qué más podía decir, de cualquier modo.

Como respuesta inmediata, la mayor entrecerró los ojos, con el suficiente recelo si hasta Gine lo notó.

—Dime una cosa, chiquilla mentirosa: todas esas veces que dijiste sentirte mal, ¿fueron sólo un pretexto?

Los ojos de Gine se abrieron de par en par, víctimas del desconcierto que la deducción de Luce le provocaron. La encargada de la distribuidora tenía derecho a dudar, lo admitía, era justo, pero no se sentía nada bien cargar con una etiqueta errónea mientras tanto.

—N-no. No es así, Luce —se defendió pronto, sonando incluso ofendida—. Bardock recién llegó hoy; te aseguro que es la primera vez que me sucede.

—¿Bardock?

—Sí, Bardock. Él es líder de uno de los escuadrones de...

—Sí, sí. Como sea —interrumpió, desinteresada; si no le causaba el mínimo interés el Rey Vegeta, menos un soldado cualquiera—. Y no sé a dónde pretendes llegar con todo esto, pero hasta ahora no he escuchado un buen motivo para aceptarte de nuevo, mocosa irresponsable.

—Yo...—titubeó; cómo decírselo—. Ah... Bardock... Bueno, sucede que é-él es el padre del hijo que espero. E-Entonces él y yo... Y él llegó hoy y...

La dueña de la distribuidora de carne enarcó una ceja y ladeó un poco la cabeza, sintiéndose aburrida con la explicación.

—Niña, si te causa tanto conflicto decirlo, no me cuentes nada; ni siquiera me interesa oírlo. Lo único que quiero escuchar es un buen motivo para aceptarte de vuelta, no entiendo por qué te complicas tanto.

De buenas a primeras la joven saiyajin soltó el aire, como si no lo hubiese hecho en varios días. Incluso sintió relajarse; sospechó, al momento, que tal vez estaba actuando demasiado a la defensiva.

—Cierto. Lo lamento —musitó, mirando a la mujer a los ojos—. Me gusta mucho trabajar aquí, Luce. S-supongo que ese es mi motivo.

—¿Y eso es todo?

No tenía otra respuesta; le gustaba trabajar ahí y ya. El empleo le traía beneficios, por supuesto, pero no podía tener mejor motivo para conservar ese trabajo que el hecho de que le gustase. No le daría a Luce cualquier otro motivo, y menos utilizaría a su hijo para conservar algo que no realizaba por obligación. Si la mayoría de los saiyajin disfrutaban salir a misiones, y a ella le gustaba lo que hacía en la distribuidora, ¿por qué no sentirse un poco como ellos al menos?

Pronto se sorprendió a sí misma asintiendo en silencio, reforzando así su anterior respuesta y eliminando con ello también cualquier oportunidad de prórroga.

—Eso es todo —repitió Luce, con una sonrisa torcida que a Gine le hizo creer que se encontraba satisfecha—. Pues supongo que eso está bien.

—¿Qué quieres decir?

—Puedes quedarte. Pero si vuelves a utilizar de pretexto el sentirte mal para irte a follar, da por hecho que no te daré una segunda oportunidad.

Las mejillas de Gine enrojecieron de pronto. Casi al instante ladeó un poco el rostro y se pasó una mano por detrás del cuello, esperando con ello que Luce no notase lo avergonzada que se hallaba. Su superior no debió decir algo como eso, era inapropiado. Pero guardó absoluto silencio; no tenía idea de qué o cómo responderle sin que confirmase lo que sucedió mientras no estuvo en la distribuidora de carne. Tampoco era una opción para ella contarle hasta con señas lo que estuvo por hacer con Bardock.

Se sentía fuera de lugar, mucho.

—¡Ah! Entonces sí fuiste a revolcarte por ahí, sinvergüenza. —Le apuntó con el dedo, fingiéndose indignada—. No le creí a Resu cuando me lo dijo; él es bastante hablador y tú demasiado mojigata. Pero quién iba a decir que después de todo tú...

Claro que no decir nada también contaba como una aseveración para Luce.

—¡No! ¡No lo hice, Luce! Y por favor deja de decirlo tan alto —le interrumpió la menor, mirando hacia ambos lados por apenas el rabillo del ojo—. Para reprenderme no necesitas que el planeta entero escuche, ¿cierto? —pronunció, sin separar demasiado los labios.

La encargada del lugar entornó los ojos apenas le escuchó.

—¡Ay, niña! —Nunca mejor dicho—. No sé si lo tuyo es mera vanidad o si es sólo tu aún no reconocido lado pusilánime.

» Descuida. No te molestaré más, cobarde.

Gine echó la cabeza hacia atrás, mirando al techo mientras se preguntaba por qué tenían que ocurrirle ese tipo de cosas a ella.

En cuanto bajó la cabeza y asumió que «ese tipo de cosas» era algo con lo que tendría que lidiar día a día, vio cómo su superior volvió a tomar el cuchillo para continuar con la labor, y entendió, por consiguiente, que algo similar debía hacer. Sin embargo, aún tenía que volver a casa y encontrarse con Bardock para irse con él, como ambos acordaron; no quería tener que esperar hasta que la jornada terminase para que eso sucediera. Además de que el líder de su antiguo escuadrón seguro terminaría por desesperarse, era justo reconocer que ella también estaba un poco impaciente al respecto. Quería verlo, quería ya estar con él y, quizás, antes de marcharse terminar lo que dejaron a medias dentro de la habitación.

«No. No».

Un nuevo sonrojo se apoderó de las mejillas de Gine, quien, al sentir ese característico calor en la cara, rápido optó por agachar la cabeza y respirar profundo.

No era el momento adecuado para pensar en tal cosa.

Así pues, pronto aspiró con ligereza por la boca; en cuanto se sintió mejor no dudó en acercarse de nuevo a Luce. De espaldas como la mayor se encontraba, cortando carne como la experta que era, Gine cobró mayor confianza en sí misma y decidió hablar:

—Sé que estás enfadada conmigo ahora mismo —comenzó, mientras jugaba con sus dedos. La mujer no dejó de cortar carne, pero Gine sabía que le escuchaba—. Debí decirte que estaría con Bardock, pero fue algo que pasó de pronto. Te aseguro que, si lo hubiese sabido, te lo hubiera dicho, en serio. Por eso volví: para aclarar todo y porque… quiero que me dejes volver con él.

—¿No quedaste satisfecha? —preguntó, burlona. Y nada pudo ser más divertido para Luce que ver cómo Gine, fastidiada, se cubrió los ojos con la palma de la mano—. Oye, te entiendo. No te pongas así, es algo que sucede, sobre todo si el simio con el que estás es un idiota, lo cual lo hace aún más común, si lo piensas.

—No, no, Luce. —Negó la menor con la cabeza, deseando, a la vez, que la mujer dejase de hostigarla—. No se trata de eso. ¿Puedo irme?

—¿Estás mintiendo esta vez?

—No.

La mayor de las saiyajin alzó ambas cejas al mismo tiempo, impresionada por la firmeza con la que, de pronto, se mostró Gine. Aunque estaba casi segura de que la joven algo más le ocultaba, no demeritaba el carácter que a veces esa misma niña subestimaba en sí misma. Tenía la creencia de que, si Gine se decidiese a actuar más de ese modo, nadie se atrevería a mirarle por encima del hombro nunca. Tal vez llamarle cobarde provocaba ese efecto en ella; y tomaría ese dato en cuenta a partir de ese momento.

—Vete ahora. Pero no pienses que soy así de generosa todo el tiempo; cuando vuelvas, hasta ese hijo tuyo, aun dentro de tu barriga, va a tener que trabajar.

Y por fin Gine pudo sonreírle a Luce de forma sincera. En ese instante ya eran las mismas de siempre.

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No sabía por qué demonios estaba actuando de esa manera.

No lo comprendía, y lo peor era que, tal vez, nunca llegaría a hacerlo.

Era inevitable no darse cuenta de que, desde que decidió integrar a Gine al escuadrón, algunas cosas, tal vez, cambiaron en él. No necesitaba verse desde afuera para confirmar la ruin transformación, cualquiera que hubiese compartido hasta el mínimo minuto con él sería capaz de notarlo. Y si es que le hacía falta cualquier otra prueba para darse cuenta de que ya no era el mismo de antes, esa era justo lo que hacía en ese momento; en algún otro punto de su vida jamás la hubiese buscado, y, en realidad, ni siquiera habría pensado en ella después de haberla tenido bajo su cuerpo.

No. No era el mismo.

Y no le gustaba eso.

No le agradaba en lo que sentía estar convirtiéndose por culpa de esa niña.

¿Qué hacía ahí?

¿Qué estaba haciendo?

Qué era ese magnetismo que le tenía quieto en el mismo lugar. ¿Por qué seguía esperando su llegada?

Tan sencillo que sería largarse de ahí y volver a ser el mismo de siempre, olvidar que alguna vez se preocupó por ella o incluso que Gine alguna vez perteneció al escuadrón. Qué más daba dejarla con mil preguntas que jamás le respondería, o sentada esperando su llegada mientras lo maldijese en silencio hasta quedarse dormida. Todo lo que él tenía que hacer era eso: largarse y continuar. Lo mismo que tendría que hacer Gine apenas se diera cuenta de que él no estaba dispuesto a aceptar el cambio… Lo mismo que ella haría apenas cayese en cuenta de que él era el mayor imbécil con el que tuvo la desgracia de tropezarse en la vida.

«Jodida mierda».

Al instante golpeó con fuerza la pared de la habitación, consiguiendo dañarse los nudillos.

Frunció el ceño y se miró la mano con atención, a la vez que avanzó hasta sentarse en el borde de la cama.

Ese era el maldito problema: era un imbécil y no quería hacerlo. ¡No quería hacerlo!

Aun cuando no soportase sentirse débil y se resistiese tanto como pudiese a admitirlo, no quería tener que dejarla. No quería sólo hacerla a un lado. Ya había fracasado en un anterior intento, y con seguridad volvería a hacerlo si trataba de conseguirlo una vez más. Lo sabía. Lo intuía. Así como hace un momento se atrevió a buscarla, algún día lo haría de nuevo. Y lo haría mil veces más si fuese necesario; ella tenía ese jodido poder.

Maldita sea, cómo la detestaba.

Por qué no era ella la que, como Oliv, no pudiese estar tranquila si no lo veía. ¿Por qué tenía que ser él? ¿En qué momento los papeles se intercambiaron?

No se suponía que las cosas se desarrollasen de esa manera.

En tanto se observaba la mano lastimada, no evitó apretarla en un puño que estuvo cerca de perforarle la palma.

Tal vez debió dejar que Gine muriera en alguna de todas esas ocasiones en las que estuvo en problemas. Dejarla morir a manos de los netsujin o de los skotein hubiera resuelto gran parte de su actual dilema. Es que hasta se sentía estúpido al recordar que el destino le dio diversas oportunidades para deshacerse de ella, pero que incluso cuando Seor fue una de esas tantas ocasiones, él trató de evitarlo. Tanta era la preocupación que sentía por ella que, si en ese momento se encontraba en casa de Gine, era porque no soportaba la vulnerabilidad de la niña. ¡Maldita sea!

¡A quién demonios le iba a mentir!

Podía decirle a cualquiera o hasta intentar engañarse a él mismo —como hizo en algún momento— alardeando que si estaba con Gine no era más que por el placer de tenerla. Por desear su cuerpo y por ser un adicto de su aroma, ni más, ni menos. Sin embargo, en el fondo él sabía que no era sólo eso. Sí tenía bastante claro que lo que le unía a Gine no se trataba de la única vez que consiguió adentrase en ella, ni mucho menos de lo que esa práctica dejó como resultado. Aquello que no le permitía olvidarse de la saiyajin iba más allá de su propio entendimiento; muy lejano a cualquier cosa que hubiese experimentado en otra circunstancia.

Y por eso. Por eso en ocasiones la aborrecía.

Gine no tendría por qué provocar todas esas cosas en él. No tenía ningún derecho de intervenir en su forma de pensar. ¿Quién mierda se creía ella para hacer eso?

Un sonido. De un momento a otro dejó de cuestionarse tanto. Pero, a pesar de haber escuchado el rechinido de la puerta principal, se mantuvo en el mismo lugar y en la misma posición.

Gine estaba de vuelta y ahora era demasiado tarde para irse sin ella. Daba lo mismo, de cualquier modo: débil o no, sabía que, una vez la viera, no tendría la suficiente voluntad para dejarla. Si así lo hiciere, de todas maneras y para su propia desgracia, volvería por ella las veces que hiciera falta. Y tal vez era tiempo de comenzar a asumirlo.

—Volví.

Le escuchó decir desde el umbral de la puerta de la habitación. No se atrevió a mirarle a la cara, sin embargo.

—¿Me tardé? —habló ella otra vez, un tanto divertida en esa ocasión.

Bardock se limitó a negarle con la cabeza, en repetidas ocasiones para gusto de él mismo. Lo cierto era que ni siquiera reparó en el tiempo que Gine duró fuera de la vivienda, de haberlo hecho se hubiese sentido incluso más estúpido de lo que de por sí ya se sentía. Pronto se levantó, pasó por el costado de la chica y se detuvo justo a un lado de ella en el marco de la puerta de la habitación.

—No. Será mejor que nos vayamos.

—Pero aún ni siquiera guardo lo que llevaré.

Él al momento dejó ir un sonoro suspiro y, al mismo tiempo, recargó la frente sobre el marco de la puerta, con más fuerza de lo que esperó.

—Puedo guardar mis cosas y buscarte más tarde, si tienes que irte ahora.

—¿Cómo harás? No tienes más tu rastreador. —Negó una vez más con la cabeza, y sólo hasta ese momento se giró y, tan cerca como le tenía, le miró a los ojos y respondió—: No. Mejor date prisa.

«¿Qué estás haciendo?» Ahí estaba: otra vez negándose a las oportunidades de dejarla ir y no verla más. Era un idiota, y uno que, a pesar de saber que lo era, no quería dejar de serlo. Sí: era un idiota.

—Bien —respondió la menor sin estar convencida. No obstante, al percatarse de lo enrojecida que se encontraba la mano de su compañero, quien sostenía el marco de la puerta como si éste amenazase con caer, a los pocos segundos se encontró frunciendo el ceño—. ¿Te…pasó algo?

—No es nada que te importe —él estableció al instante, severo; luego sólo hizo la mano a un lado—. Concéntrate en guardar lo necesario, ¿de acuerdo?

Gine se rascó la cabeza con el índice izquierdo, no teniendo la menor idea de lo que sucedía. De pronto él ya no parecía el mismo. Enarcó una ceja entonces y le quedó mirando a Bardock, tratando de adivinar lo que tenía; estaba segura de que no le dejó tan serio antes de irse con Luce, y mucho menos con ese golpe en la mano, el cual aparentaba ser demasiado reciente.

Por supuesto, los pensamientos de la saiyajin se volvieron un lío en ese mismo momento, así que, luego de una acelerada deducción, se atrevió a preguntar—: ¿Te arrepientes? —Un tanto temerosa por escuchar la respuesta.

Ante la interrogante, para el mayor de ambos fue difícil no sentirse ofendido.

¿«Arrepentirse»? Qué estúpida palabra era esa, y qué forma tan osada de preguntarle.

¿Ahora Gine creía que era un cobarde? ¿Un inconsecuente que no cumplía con su palabra?

Sí, sí, quizás estuvo a punto de no hacerlo, pero ella no tenía por qué saberlo. Eso era algo que, tal como muchas otras cosas, se guardaría sólo para él.

—¿Te parece que sigo aquí por nada?

—Me parece que estás molesto —le respondió ella enseguida, un tanto inquieta.

Bardock, exasperado, optó por tomarse el puente de la nariz entre los dedos.

—Date prisa, ¿quieres?

La joven saiyajin bajó la mirada unos instantes, y el soldado de bajo rango no supo descifrar la razón de su acción. A pesar de ello, no dijo nada y tan sólo se mantuvo quieto, deseando, por el Rey Vegeta, que terminase ese absurdo intercambio de palabras cuanto antes para que ella hiciera lo que le pidió desde hace unos minutos.

Empero, al ver que su compañera, de hecho, ya no respondió de ninguna forma, decidió por fin hablar:

—Si no vas a hacer nada, vámonos ya.

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—Necesito preguntarte algo, Tooma.

El aludido giró un poco el rostro hasta poder ver a Fasha.

Ambos iban saliendo del centro médico junto con sus otros dos compañeros; luego de hacerse las pruebas correspondientes, las curaciones que hicieron falta y de haber escuchado una llamada de atención por parte de Geda porque Bardock no se quedó a las pruebas médicas, finalmente quedaron libres. Y quizás más libres de lo que al capitán del equipo le gustaría escuchar. Geda, como si no tuviera otra misión en la vida, no tuvo ningún problema en decirle que, debido al atrevimiento de Bardock por abandonar el centro médico cuando él todavía no les autorizaba hacerlo, no se les otorgaría misión alguna dentro de los próximos días.

Golpe bajo hasta para él mismo.

Cuando su camarada apareció en las instalaciones de los lagartos luego de que Panppukin se encargarse de llevarlo, pensó que se quedaría ahí hasta terminar con las pruebas médicas, no obstante, lo que hizo Bardock estuvo lejos, en verdad muy lejos de ese pensamiento. Por tanto, intuyó, desde que el líder le dijo a Geda que volvería más tarde para concluir cualquier cosa, que la jodida lagartija se impondría ante ellos; si ya de por sí Geda tenía un cuestionable asunto personal con Bardock, hasta hubiese sido ilógico que el lagarto no hubiese buscado alguna forma para fastidiarlos. Pero eso era lo último que estaba dispuesto a soportar; ni él ni sus compañeros tenían responsabilidad alguna en las imprudentes decisiones del líder, y Bardock tenía que entenderlo si quería continuar a la cabeza del escuadrón.

Y es que fuera lo que fuese que el líder del equipo haya tenido que hacer, en definitiva, tuvo que ser más importante si incluso le importó un pedazo de mierda quedarse sin misiones. No era problema de ellos, de cualquier modo, y Bardock debió pensar en eso antes de comportarse como un completo egoísta y abandonarlos dentro del centro médico, a correr todos con la misma consecuencia. ¿Quién diantres se creía?

—¡Tooma! ¿Es qué estás mal del oído?

El llamado de Fasha pronto le sacó de toda cavilación.

—¿Qué? —respondió entonces, desorientado.

—Te estoy hablando —dijo la joven, sonando enfadada—. Dije que necesito preguntarte algo. ¿Puedo hacerlo ahora?

—¿Qué es?

Fasha miró en tal caso a sus otros dos compañeros, los cuales iban un poco más adelantados que ellos. Aprovechó, pues, la posición de ambos y disminuyó el ritmo de sus pasos, todo para que ni Borgos ni Panppukin pudiesen escucharla. Tooma enarcó una ceja, pero entendió al momento y sin dificultad que ella no quería estar cerca de los otros dos cuando tuviese que hacerle la pregunta que tanto quería.

—¿Hablabas en serio cuando dijiste que estaba cerca de ser tan idiota como Cuumber?

La forma curiosa en la que su compañera le realizó la pregunta casi le hizo estallar en sonoras carcajadas; sin embargo, sospechando que eso en realidad no le agradaría a ella, se limitó a apretar los labios mientras, al mismo tiempo, frunció el entrecejo, fingiéndose serio.

—Deja de actuar como un idiota y responde —pero enseguida ella lo encaró.

En ese momento Tooma pudo liberarse un poco y, en lugar de las carcajadas que quiso soltar desde el comienzo, terminó por reírse de manera sincera.

—No estaba bromeando, Fasha —dijo al fin—. Vamos, hasta tú sabes de lo que Bardock es capaz.

—Eso no fue lo que pregunté.

Él le envió al instante una sonrisa torcida, divertido por la poca paciencia de su compañera.

—¿Quieres saber si estás cerca de ser idiota como Cuumber? —le inquirió, tranquilo, en el fondo un tanto conmovido por la preocupación que Fasha se resistía a demostrar—. No. Quizás exageré. Bardock es peor que tú.

Las cejas de Fasha se elevaron en el acto ante el interés que le provocó el tono molesto de Tooma. ¿Qué era eso?

—¿Ah sí? ¿Y a él quién le aleccionará?

—Es una buena pregunta.

—Tal vez debiste dejar que los de la clase alta lo hicieran —canturreó, bromista.

—Que poco crees en mí, Fasha.

La única fémina del escuadrón se vio obligada a mirar confundida el sendero que Tooma siguió sin esperarla. No comprendió muy bien lo que él quiso decir ni por qué lo dijo, pero si no se equivocaba y analizaba mejor el contexto en el que se desarrolló esa charla, era hasta evidente que su compañero algo tenía en contra de Bardock. Tal vez se debía a lo que pasó en el centro médico con Geda, pero, en realidad, eso a ella no se le hacía para tanto, después de todo, confiaba en que el líder del escuadrón haría algo para solucionar eso cuanto antes. Tooma no podría estar molesto por algo como eso, ¿o sí?

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¿Qué rayos ocurría con Bardock?

Podía apostar cualquier cosa a que la actitud de su compañero en ese instante no era la misma que le mostró antes de ir a hablar con Luce. Y ahora se encontraba más segura de ello. En ese momento, a decir verdad, tenía la impresión de que Bardock estaba enojado; fastidiado, tal vez. Y no hallaba razón congruente para ello. Sí, quizás no comenzaron la charla de ese día de la manera más tranquila, era cierto, y de cualquier modo ni era novedad, pero, según recordaba, ambos quedaron —de acuerdo con la percepción de Gine— en buenos términos antes de que ella tuviese que marcharse.

Aunque, claro, si lo pensaba mejor: esa precisamente podría ser la razón de su de repente seriedad.

No lo consideró antes porque no creyó que fuese tan importante para él, pero conociendo al que alguna vez también fue su capitán, era posible que el motivo de ese aparente enfado se tratase de aquello. Bardock era un orgulloso de primer nivel, contrario al rango que le distinguió desde que nació, y no sería sorpresa para nadie que le hubiese molestado la insistencia de ella por ir a solucionar la situación con Luce aun cuando él le pidió que no lo hiciera. Porque así eran las cosas con Bardock. De hecho, a esas alturas Gine ya iba intuyendo que su excapitán debía estar reconsiderando la idea de llevarse con él a una hembra que, a final de cuentas, terminaría por hacer lo que le viniese en gana. Porque así eran las cosas con ella.

De cualquier manera, fuera lo que fuese que tuviese a Bardock en ese confuso estado, Gine necesitaba saberlo. Si él todavía se encontraba cuestionando la idea, o si hasta en ese instante lo dudaba aún más que antes, ella no tenía por qué apresurarlo y mucho menos obligarlo a hacerlo. No, no lo haría; no podría. Por eso era necesario que ambos tuviesen presente cualquier tipo de consecuencia que traería el vivir juntos y, al final, estar dispuestos a aceptar todo eso de la mejor forma. Los dos tenían que ser conscientes de la personalidad del otro, y no olvidar, por ningún motivo, que tanto él como ella eran distintos en diversas cosas. Ya no podían estar a la espera de que el otro actuase como a ellos se les antojase, porque no lo harían; ni él, ni ella. Tenían que aprender a convivir con ello, y eso quizás no resultaría tan sencillo para ninguno de los dos.

Y era posible que por la forma de actuar de Bardock y, sobre todo, por la gran perspicacia que le caracterizaba, ya estuviese reflexionando ese punto, incluso antes de que ella lo mencionase.

—Creo que… —comenzó por fin; un poco ansiosa, para variar—. Creo que antes deberías pensar bien lo que quieres, Bardock. No voy a molestarme contigo por eso, pero posiblemente lo haga si a ratos tú continúas comportándote conmigo de este modo. —No pudo no señalarlo con la mano.

El aludido, por su parte, no esperó escuchar eso último. De los dos, con regularidad, llegó a pensar que era él quien mayor confianza tenía, pero en esos momentos, como si se tratase de una bofetada de mordacidad, parecía que era Gine la que más seguridad poseía. Demasiado irónico para su gusto. Él era quien solía correr todo tipo de riesgos, el impetuoso que se sobreponía a cualquier situación con toda la firmeza de la que disponía y, aun así, en ese instante no mostraba estar por completo dispuesto a descubrir una nueva etapa con Gine.

La manera en la que actuaba debía ser propia de cualquier fanfarrón. Seguro que sí.

Pero él no era eso. Él no era un hablador, un incapaz de hacerse cargo de las palabras dichas. Él no era un sinónimo más de la cobardía y la falsedad, y nunca lo sería. Si ya le había dicho a Gine que se iría a vivir con él, entonces así sería y punto. Y no volvería a cuestionarse esa decisión que, después de todo, vino de él mismo.

Y como no, tampoco iba a permitir por ningún motivo que esa niña cuestionase de semejante manera su honor otra vez.

—Cállate. No tengo nada que pensar —respondió, pues, con la misma seriedad de antes.

» Ya te había dicho que te llevaría conmigo, ¿no? —Se acomodó las muñequeras a la vez que comenzó a andar otra vez a través de la habitación de Gine. Pronto se detuvo frente a la única ventana de la recamara, y tan sólo se giró para mirarle a la cara—. Tonta, ¿crees que me asusta tener a un fenómeno como tú dentro de mi vivienda? No soy yo quien deba tener miedo, de cualquier modo. Ciertamente le haces sugerencias al saiyajin equivocado.

» Mejor dime: ¿tú qué tan dispuesta estás a quedarte conmigo?

La joven tragó saliva en el acto, sintiéndose un poco inquieta.

Sí, Gine no necesitó escuchar más para sentirse intimidada. Bardock pudo no haber dicho nada y ella igual se hubiese sentido amenazada; la forma tan fija y penetrante en la que de repente la miró, incluso desde un par de metros apartado de ella, fue suficiente para hacerle sentir atemorizada.

«Descuida. No te molestaré más, cobarde».

«Es sólo tu aún no reconocido lado pusilánime».

«Cobarde».

¿Luce tenía razón? ¿Era ella una cobarde?

Pestañeó, confundida; y al mismo tiempo, negó con la cabeza.

No era posible que hasta con una mirada se sintiese aterrada. Bardock ni siquiera estaba dándole un motivo objetivo para hacerle creer que quería dañarla en ese momento. ¡Por el Rey Vegeta, si hasta se encontraba alejado de ella! No cabía duda de que se trataba de su percepción jugándole una mala pasada, la experiencia diciéndole a gritos que cada cosa que le rodeaba era un constante peligro; la razón de cada uno de sus miedos era ella misma.

—No tengo miedo.

El saiyajin, por su parte, en el acto elevó una de sus cejas; le había escuchado, aun cuando tuvo la impresión de que Gine no deseó mencionar aquello en voz alta. Pero, tan cáustico como era, no pudo evitar aprovecharse de la situación.

—¿Eso es para convencerme a mí o a ti? No lo tengo claro —Le sonrió de medio lado, socarrón. Enseguida, a pasos lentos, se acercó hasta ella y, en cuanto volvieron a quedar uno frente al otro, le levantó el mentón con la mano derecha, obligándola de esa manera a mirarle directo a la cara—. Dime la verdad, Gine: ¿eres capaz de quedarte conmigo? ¿Quieres realmente arriesgarte?

Sólo hizo falta que también Bardock pusiera en duda su aparente falta de valor para que Gine por fin pudiese salir del trance en el que se encontró desde que le vio acercarse malditamente despacio. Y no pudo sino sentirse ofendida, aun a un nivel mayor del que le hizo sentir Luce momentos antes; la dureza de su rostro era capaz de expresar eso y más.

—No te tengo miedo —repitió, esta vez con mayor firmeza; y al mismo tiempo, de un manotazo hizo que Bardock le soltase el mentón.

En breve se dibujó una media sonrisa más en la cara del soldado, esta vez por completo sincera, para sorpresa de él mismo.

—¿Entonces por qué me alejas de ti?

—No me gusta que te burles de mí —le confesó, siendo mucho más honesta que él—. No soy cobarde, sólo no quiero que te burles más.

—¿Te dije que eras cobarde?

—Lo haces todo el tiempo —mencionó, como si estuviese cansada—. Por lo menos lo insinúas cada vez que puedes.

» Y no me gusta. ¿Lo oyes? ¡No me gusta!

Para ese momento Bardock ya no supo cómo responder. Tenía la ligera sensación de que Gine tuvo que escuchar gran parte de su vida el mismo apelativo una y otra vez, y, por eso, en ese instante parecía ya no soportar oírlo más. Era como si estuviese explotando, pero de una forma por completo contraria a la agresividad. Debía estar tan harta de ser considerada una cobarde, que incluso ya no sentía ganas por defenderse.

—No me asusta la idea de vivir contigo; más me aterra que me consideres un fenómeno —continuó la joven, con un atisbo de diversión—. Pero si es lo que piensas de mí, entonces yo creo que es otro el que está preocupado por tener que vivir con alguien más.

El soldado de bajo rango tuvo que reconocer, en ese mismo instante, que tomó la mejor decisión al pedirle a Gine hablar en privado.

—Quizás es que te inquieta lo que este «fenómeno» te pueda hacer. ¿Te asusta lo desconocido, Bardock?

—¡Ya basta! —La jaló por el antebrazo; y por la profundidad de la mirada masculina, Gine supuso que en esa ocasión sobrepasó los límites.

No esperó que se comportase de esa manera en ningún caso. Sí, tal vez en otro momento se hubiese indignado por la palabra con la que Bardock la nombró, pero en ese instante era sincera al asumir que le causó gracia. Y tan segura como que estaba preñada, si no le hubiera encontrado el lado divertido a las palabras de Bardock, ella ya lo hubiese mandado al demonio por idiota. Agradecía tener todavía un poco de sentido del humor. Por eso, todo lo que mencionó no fue con el objetivo de hacerlo enfadar; ella sólo quiso seguirle el juego, divertirse con el contexto que él estableció y nada más.

—¿Qué te pasa? —le inquirió, con un tono de voz víctima del desconcierto.

—¿Te gusta fingir y después decir que yo me burlo de ti?

—¿Qué? —respondió, más confundida si era posible.

Si bien Bardock no fue capaz de darse cuenta de la forma en la que Gine sólo quiso divertirse, la verdad era que tampoco se encontraba tan molesto como estaba haciéndole creer con su actitud. En realidad, por muy raro que sonase para cualquiera, el interés que sentía por ella se incrementó aún más con la conmoción que mostró la niña una vez la tomó del brazo. Sí, estaba asustada, pero lejos de eso, Gine tenía esa forma tan confusa de actuar que, en verdad, esperaba algún día poder conocer la razón de ello; esa chiquilla, con todo y su extraña presencia, despertaba en él una curiosidad enorme que creía no poder saciar nunca. Gine era un misterio para él en todo sentido, y mentiría si dijese que esa sensación de estar envuelto en un enigma no le atraía.

Tampoco era que tuviese por completo certeza de lo que estaba pensando; no era más que una intuición. La forma en la que Gine se comportó minutos antes, con todo y que tuvo la impresión de que quiso burlarse de él, por alguna razón le hizo sentirse muy atraído por ella. En cierto momento sospechó que Gine sólo fingía modestia para luego, de un arrebato, comportarse como toda una hembra cínica, como lo hizo instantes antes, no obstante, la verdad era que la chiquilla parecía no comportarse con maleza. Y eso era justo lo que le tenía confundido, y lo que, a la vez, le hacía pensar que aquello debía tratarse del motivo de su atracción por ella.

Gine debía saberlo y, no conforme con eso, lo ponía en práctica con él para mantenerlo enganchado a ella.

—Tus torpes intentos no lograrán nada —habló el saiyajin, por fin, con aire de suficiencia, como si hubiese descubierto el secreto mejor guardado del universo—. Tendrás que tratar con otra cosa si pretendes burlarte de mí.

—No he querido burlarme de ti. Ni siquiera me interesa hacerlo.

—¿No? —le inquirió, a la vez que cerró todo espacio entre ellos. Se apretó tanto a ella que Gine no logró disimular un nuevo sonrojo—. No importa. Ya también puedo hacerlo; lo he hecho otras veces.

—¿Hacer qué?

—Lo que intentas hacer tú. —Le sonrió; al mismo tiempo, la tomó una vez más del mentón—. Ya lo he hecho.

—N-no estoy comprendiendo muy bien… —vaciló; y no sólo fueron las palabras de Bardock las responsables de su nerviosismo, también era la forma en cómo le estaba haciendo sentir con ese delicado toque.

—No me gusta que lo intentes conmigo, pero puedo hacer que cambie de dirección.

La mirada de Gine revelaba cientos de interrogantes. No comprendía a lo que Bardock se refería; y si no fuese porque le veía la cabeza sobre el cuello, hasta hubiese creído que él la perdió en algún momento de esa extraña conversación.

—De…acuerdo. E-Está bien, Bardock. Haz lo que tengas que hacer.

Quiso terminar con eso cuanto antes, aun cuando le dio la libertad de hacer quién sabe qué. No estaba entendiendo nada y, en realidad, comenzaba a sentirse incómoda. Lo mejor que podía hacer era olvidar ese tema y centrarse sólo en guardar lo que llevaría con ella, quizás así hasta Bardock dejaría de lado el asuntillo ese.

Pero antes de que pudiese siquiera pensar en lo que llevaría, el que alguna vez fue su capitán de escuadrón la detuvo tomándola del rostro con ambas manos.

—Me parece que tenemos algo pendiente —mencionó, sugerente, mientras se pegó mucho más a ella, si es que todavía podía hacerlo—. Tal vez puedo comenzar con eso.

El corazón de Gine amenazó con salírsele por la boca. Si bien no tenía la menor idea de lo que Bardock quería intentar, ni siquiera de lo que estuvo hablando en esos largos minutos, le resultaba casi imposible no sentirse atraída por él cuando se comportaba de esa manera con ella, cuando parecía prestarle más atención de la acostumbrada.

—¿Quieres hacerlo? —le cuestionó, con la vergüenza dirigiéndole el tono de la voz.

—Te haré caer —respondió él, todavía haciendo uso de esas palabras que Gine no alcanzaba a entender—. Justo como lo hiciste conmigo.

—¿Yo lo hice? —Lo miró a los ojos casi como si estuviese hechizada por los mismos—. ¿Qué hice?

Ya no escuchó una respuesta por parte de él, pero ella sí que respondió al contacto de su compañero. En cuanto sintió el roce de los labios de Bardock sobre la piel de su cuello, no pudo sino cerrar los ojos, dejándose llevar por la sensación que, de a poco, comenzaba a ser más y más demandante.

—¿Nadie vendrá a interrumpir en esta ocasión?

Le escuchó preguntar, a la vez que vio cómo se sacó la armadura por encima de la cabeza.

—No. No lo creo —susurró ella, cautivada por la idea de lo que estaba por suceder.

Las manos de Bardock se apoderaron en ese mismo momento de la cintura de Gine y, de un instante a otro, acercó su rostro hasta el de ella para poder reclamar sus labios. A esas alturas la joven saiyajin creyó haber perdido la batalla contra él, si es que hubo alguna. Olvidó toda cosa que le haya hecho sentir enfadada con el soldado, incluso las extrañas palabras con las que le habló durante un buen rato; todo lo que le importaba en ese momento, era dejarle continuar.

De pronto, Gine también tuvo la necesidad de tocarlo y hacerle sentir como él le hacía sentir a ella. No debía ser justo que Bardock se encargase de todo; suponía que era bueno si los dos participaban de la misma forma, y mucho mejor si cada uno lograba que el otro se sintiese cómodo. Por ello, en un movimiento apresurado y hasta un tanto torpe, colocó ambas manos sobre el rostro de su pareja, con la intención de también dirigir los avances de ambos.

Por supuesto, Gine no sabía que en esos momentos a Bardock eso no le agradaba del todo. En cuanto el capitán del escuadrón notó la insistencia de la saiyajin por guiar los movimientos, decidió alejarse de ella y continuar en algo en lo que Gine no pudiese intervenir demasiado; por tanto, mientras se encargó de regresar sus labios a la suave piel del cuello femenino, debió recordarse que el punto de aquello era conseguir que fuese ella quien no pudiese alejarse de él y no al contrario. No podía permitirle hacerle sentir más de lo que él podía hacerlo, o no tendría caso alguno haber tratado con eso. Gine debía ser quien no soportase estar sin él; ese tenía que ser el orden natural de las cosas y no se detendría hasta alcanzarlo. Quizás sólo de tal manera él lograría que los papeles retomasen el camino que nunca debieron dejar de seguir.

Se encontraba por completo dispuesto a hacerla caer.

Tan pronto como se dio cuenta de que Gine olvidó por un momento sus esfuerzos por tocarlo, la arrastró hasta la orilla de la cama y, de buenas a primeras, se encargó de sacarle otra vez la armadura que, intuía, a ella le servía para algo más que sólo cubrirle de ataques inesperados.

Por su parte, la joven saiyajin se sentía ansiosa, tanto como la primera vez que se quedó a solas con Bardock. No sabía qué esperar de ese encuentro, pues la primera ocasión que sucedió no resultó ser del todo buena —no para ella, por lo menos—; porque, aunque se sintió bien por haber compartido aquel momento con Bardock, lo cierto era que le hubiese encantado conocer la razón por la que, incluso en ese mismo momento, se sentía tan acalorada. Estaba segura de que algo más debía sentirse, y no sólo esa ligera sensación de placer aunado a la incomodidad entre sus piernas cuando Bardock aceleraba el ritmo de sus entradas.

Si los demás pudiesen leer sus pensamientos, apostaría cualquier cosa a que su excapitán lo estaba haciendo en ese mismo instante; la forma en la cual se encargaba de tocarle era mucho mejor que lo que hizo antes de que llegase Resu, y lo estaba sintiendo. Podía sentir cada caricia y, en ese momento más que en cualquier otro, creía que, si él la soltase en ese preciso instante, ella no resistiría quedarse ni un solo segundo sin sentirlo. Necesitaba sentirlo.

—No te detengas —musitó entonces; y en tanto, volvió a tomarlo por la cabeza con las manos.

—¿Quién dijo que iba a hacerlo? —le respondió, tan excitado como ella. Acto seguido, decidió por fin deshacerse de la licra que le cubría los pechos y, en cuanto lo consiguió, la arrojó por algún lugar de la habitación—. Dije que te haría caer; así será.

No bien terminó Gine de escucharle y él ya la había hecho recostar de espaldas sobre la cama. La joven le quedó mirando, sin perderse ni un segundo la profundidad de su mirada, justo esa mirada que momentos antes le hizo sentirse insegura. Era increíble lo poderosa que podía llegar a ser su mente; maravilloso cómo logró, de súbito, cambiar la percepción que tenía sobre él. Hace un instante tuvo incluso la intención de alejarse de él, empero, en ese preciso minuto era justo reconocer que no soportaría que se distanciase ni un centímetro.

Por lo menos no en ese momento en el que le hacía sentir mucho con tan sólo algunos cuantos roces en sus pechos.

Y quería también tocarlo, sentirlo; sin embargo, él no se lo permitió. Si pudiese utilizar mejor el cerebro, ya le hubiese reclamado por no ceder a sus deseos, pero en ese instante, bien era cierto que no tenía cabeza para pedírselo. El recorrido electrificante que Bardock llevaba a cabo en su cuerpo, le estaba robando la poca cordura que le quedaba. No se hacía idea de a qué se refería el soldado con aquello de hacerle caer, pero si es que era de eso de lo que hablaba, entonces ella no pondría resistencia alguna en esa caída.

De repente dejó todo pensamiento de lado y, en su lugar, dio permiso a la emoción de apoderarse del momento; Bardock había conseguido adentrar una de sus manos debajo de la falda, y por un demonio que le era complicado pensar en cualquier cosa cuando tenía los curiosos dedos de ese macho hurgando en su intimidad. De hecho, le resultó difícil no ahogar un ligero grito cuando, con los dedos, le sintió acariciar sus genitales, para, al final, centrarse en un solo punto de su delicada anatomía.

Por acto reflejo, no evitó un leve estremecimiento. Enseguida apretó las piernas, acorralando, pues, la mano de Bardock entre ellas.

—No me digas que nunca te tocaste, Gine. —De repente él le habló muy cerca del oído; y, al mismo tiempo, una sonrisa adornó la mitad de su rostro, sabiéndose dueño de la respuesta.

—Yo…

El saiyajin supo de inmediato que algo tenía que hacer para ayudarle a dejar la vergüenza de lado. Realmente no entendía por qué ella solía actuar de esa manera.

—Déjame hacerlo —pidió, enviándole una señal con un suave movimiento de la mano que tenía acorralada entre sus piernas.

Gine comprendió el mensaje. Y, a pesar de sentirse un tanto confundida —rara incluso—, pronto accedió a la petición. Poco a poco abrió las piernas lo suficiente para que Bardock tuviese libertad en sus movimientos. Él le levantó la falda por encima de las caderas; después sólo se limitó a bajarle, a la altura de los muslos, la licra que le cubría desde la cadera hasta los pies. Aquello no le cayó del todo bien a Gine, pues en realidad ese único movimiento le hizo sentir como si fuese un algo manipulable y nada más.

En tal caso, lo tomó por los brazos y le enterró las uñas cuando Bardock tocó cierta parte de ella con movimientos circulares. De hecho, en ese mismo momento sospechó que lo que se encendía en ella cuando Bardock comenzaba siquiera a acercarse un poco más de la cuenta, era justo esa parte de su cuerpo que palpaba en ese preciso segundo. ¡Demonios, se sentía tan bien!

Su respiración se agitó y, sin siquiera planearlo, pronto se encontró moviendo las caderas contra la mano de Bardock, esperando con ello sentirlo más cerca de ella. Un cálido líquido comenzó a recorrer por lo largo de su entrada; era él quien se ocupaba de que así sucediera. No podía soportarlo más, no se trataba únicamente de la mano de Bardock entre sus piernas, era todo él moviéndose sobre y contra ella; sus labios los tenía sobre la mejilla derecha, succionándole de manera desesperada, al mismo tiempo en que su mano izquierda se encargaba de mantener su rostro en la misma posición para él. Sentir la respiración agitada de Bardock sobre su rostro, era lo que le llevaría al colapso, podía sentirlo.

—Espera. Todavía no.

Entonces Bardock se detuvo, como si supiese que eso le haría enfadar. Como si estuviese jugando con ella. A pesar de eso, no pudo reclamarle nada porque él enseguida le envió una sonrisa de medio lado y pronto se despojó de las vestimentas que aún llevaba encima; asimismo, de inmediato le retiró la licra a ella. La menor quería continuar cuanto antes, motivo que le obligó a sentarse sobre la cama sólo para atraerlo en un abrazo de vuelta a su antigua posición.

—No —le dijo, quitándose los brazos de la joven de él—. Quédate quieta.

—Quiero tocarte también —musitó, en tanto colocó sus pequeñas manos sobre el fuerte torso de Bardock.

—No es necesario ahora.

—Bardock…

—Sólo quédate quieta.

Gine hubiese querido reprocharle lo último, tanto que al momento le miró determinante y no sin cierta dosis de algo que le pedía un poco de comprensión, pero todo reclamo acalló cuando él regresó a la actividad que dejó inconclusa antes de retirar las vestimentas de ambos. Cuando los dedos del soldado comenzaron de nuevo con aquella exquisita danza sobre su montículo, supo que estaba perdida. Y luego, como si lo último no fuese suficiente, de un segundo a otro pudo sentirlo muy dentro de sí misma.

Un gemido.

No le importó desobedecer la indicación de Bardock; cuando le sintió dentro, no pudo sino volver a clavar los dedos en los brazos de su compañero. Se aferró tanto a él que sus nudillos ahora lucían más blancos. La ida y venida de esa cálida sensación en su bajo vientre provocó que se olvidase de todo, hasta de lo mojigata que podía llegar a comportarse con el resto en el día a día, tal como lo mencionó Luce.

Su significado de lo «correcto» se perdió en el preciso instante en el que prefirió colaborar con él para disfrutar más de la experiencia; porque sí, para ella la decencia se fue al cesto de la basura en el momento justo en el que movió las caderas al compás que marcaba su pareja. No había más disfraz; con él no había una máscara, aun cuando cierta vocecilla pulcra le ofrecía a cada momento una segunda oportunidad para mostrarse íntegra.

Sin embargo, no daría marcha atrás, ya le daba lo mismo… y a él, además, le importaba menos que poco.

Y es que le sintió tan cerca, aferrándose a su cintura mientras danzaba al ritmo que su deseo se lo exigía. Ese instante en el que sus caderas hacían contacto con él y que no le permitía pensar en nada más que en eso, era lo mejor, y era triste que sólo hasta ese instante lo estuviese experimentando. Sin duda alguna, era una dificultosa tarea eludir la sublime sensación que le provocaban los dedos masculinos cuando éstos, con cada embestida, se clavaban más y más en su piel caliente. Su pecho subía y bajaba cada vez con mayor rapidez, incontrolable. No lo resistía más, su cuerpo quemaba de singular y deliciosa manera. Estaba muy próxima, tanto que los sonidos guturales incrementaron cuando la timidez por fin se extravió; ya no era capaz de conservar el placer que sentía a un discreto volumen.

Terminó dejando de lado la vergüenza y no le importó jadear sin descaro cuando, por último, alcanzó lo que tanto esperó, aun sin conocerlo.

Él, mientras tanto, continuó moviéndose dentro y fuera de ella. Una. Dos. Tres. Cuatro veces más. Lo que siguió fue el ligero, pero agradable temblor de su cuerpo tras conseguir lo que tanto buscó de Gine desde la primera vez que sucedió.

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Nota de la autora:

Sí, ni siquiera yo esperaba hablar en serio con eso de actualizar después de seis meses. Es una locura. Lo siento, queridos lectores, pero realmente entré en un bloqueo feo; no podía concentrarme en la historia, a pesar de tener muchas ganas de continuarla. Lo único que puedo decir es que no diré más que actualizaré pronto; no quiero tener que fallarles de nuevo.

En fin. Espero que este capítulo haya sido de su agrado, aun cuando el amor apache de Gine y Bardock se acentúe más y también porque no les puse una advertencia sobre el lemon (no me maten). A mí me gustó bastante; sin embargo, tendrán que disculpar cualquier error; resulta que hasta yo me canso de leer mis capítulos y, luego de leerlo en incontables ocasiones para poder editarlo, quedé completamente exhausta. Lo estaré corrigiendo en los próximos días, lo prometo.

Ahora: estamos muy cerca de Navidad y Año Nuevo, y como no creo poder actualizar Dark Feeling antes de que el año termine, espero que tengan días muy lindos. Disfruten estas fechas con sus seres más queridos, y coman mucho. En serio: coman mucho. Dense abracitos, bailen, canten y no se olviden de sonreír de vez en cuando... así de paso bajan unas cuantas calorías de lo que hayan comido durante estos días ja, ja. Ya en serio: no se limiten. Disfruten mucho. ¡Les mando un abrazo apretadísimo!

Saludos y abrazos especiales a las personitas que me agregan a sus alertas y favoritos, así como a quienes me dejan conocer su opinión:

Ary Lee (te amodoro demasiado, hermanita), , celestia carito, Diosa de la muerte, Al Shinomori, Core chocolate, Flany, sesshlin, Mary Ann Walker, winchestergir93, Pandadeluna, ChiChi-San34. ¡A todos ustedes: muchas gracias!

Review Guest: ¡Hola! Te respondo tarde, pero espero que puedas leerlo. Me alegra mucho que el anterior capítulo haya sido de tu agrado, y espero que éste no sea la excepción. Agradezco mucho tu apoyo y también lo paciente que has sido al esperar cada entrega. Muchísisimas gracias por continuar leyendo este fic y, sobre todo, por permitirme conocer tu opinión. Te mando un gran abrazo.

Angie: ¡Hola, hola! Qué agradable es encontrarme con un review tuyo. Me hizo muy feliz leerte. Me tardé en actualizar hace un tiempo, y en esta ocasión lo he vuelto a hacer, creo que no tengo remedio ja, ja. En fin, me alegra un montón que el capítulo anterior te haya puesto de buen humor; de verdad me hace sentir que vale demasiado la pena continuar escribiendo. Muchísimas gracias por todo el apoyo, y por haberme dejado conocer tu opinión. Te mando un fuerte abrazo.

P.D: Me faltaron algunos comentarios por responder; descuiden, lo estaré haciendo en cuanto pueda. Una disculpa.

¡Sαludos, y hαstα el próximo cαpítulo!