14 de Febrero del 2017

Esa tarde en la oficina del fiscal estaba demasiado aburrida. Después de la tormenta que había ocasionado que el renombrado fiscal Miles Edgeworth fuera acusado de asesinato, resultando finalmente inocente, por fin había llegado la calma. Una muy aburrida calma. Hacía tiempo que iba a la oficina y había descubierto que la vida de un fiscal podría ser realmente emocionante como lo había imaginado. Desde niño soñaba con ser fiscal, ya sea por su rivalidad con su hermano o por su deseo de hacer justicia, pero era algo que realmente le apasionaba. Su hermano mayor era abogado y al tener contactos en la fiscalía, le habían permitido que fuera a ver como trabajaba un verdadero fiscal. Él estaba fascinado con cada visita. Colaboraba con el papeleo, se atrevía a opinar y analizar las pruebas que cada día llegaban, y en días realmente maravillosos acompañaba a los fiscales a interrogar testigos, eso sí, siempre que se mantuviera callado y bien quieto. Pero ese día no tenía muchas ganas de ir. Empezando porque hacia un frio que calaba los huesos, y más aún porque era San Valentín. No tenía verdaderos planes para ese día, pero siempre surge algo que te ayuda a "consolar" lindas chicas que no tienen con quien pasar su día. Si, sería un día largo y aburrido, pensó mientras daba un largo suspiro sentado en su sillón mientras leía unos papeles. Las tripas le rugían, desde el almuerzo no probaba bocado, así que decidió ir por un café para calentarse y calmar la inquietud de su estómago, quizás hasta compraría algo para comer. Sí, eso haría definitivamente.

Iba de camino a la cafetería con las manos en los bolsillos y andar despreocupado, anhelando su café y su donut mientras su estómago emitía leves quejidos. Cuando uno tenía hambre los pasillos del edificio podían parecer realmente largos, pensó, así que apuró el paso. Cada paso lo acercaba más y más a su ansiado café. Solo unos metros más, doblaría en el siguiente pasillo y ahí estaría el ascensor esperándolo para depositarlo en la cafetería. Finalmente llego al final y doblo a toda velocidad. Lo tomó por sorpresa. Sintió el choque y luego vio volar papeles por doquier mientras caía al suelo, también oyó otro cuerpo cayendo en dirección contraria.

—¡Demonios! Lo… Lo siento, ¿estás bien? —dijo rápidamente mientras intentaba incorporarse.

—¡Ay! ¡Menudo choque! ¿Estabas huyendo del FBI o algo así? —respondió una voz femenina–. Sí, estoy bien, solo fue un susto.

—Déjame ayudarte, de verdad lo siento, yo…

Y la vio. Sus ojos se cruzaron y su corazón comenzó a retumbar en su pecho pidiéndole a gritos salir, su boca se secó y no le permitía cerrarse por más que lo intentara, pero igualmente él no quería ni podía intentarlo. Su mente, su cuerpo, sus 5 sentidos estaban perdidos en el cielo de esos ojos azules oscuros que lo observaban. En esos ojos que, si bien lo miraban divertidos, le trasmitían una profunda tristeza.

—Yo… Yo…

—No hay problema, estoy bien, como te dije fue solo un susto. Los dos veníamos distraídos, yo también te debo una disculpa, lo siento –dijo ella con una cálida sonrisa mientras se incorporaba —. Rayos, todas mis anotaciones quedaron en el piso, qué desastre.

Recuperando la poca cordura que le quedaba, él observó el piso donde yacían todos los papeles que ella había tirado. Rápidamente le ayudo a levantarlos, mirándola de soslayo de vez en cuando procurando que no se percatara de ello. Debía tener su edad, unos 15 o 16 años, tenía el pelo castaño liso peinado con un pequeño rodete, vestía un uniforme escolar debajo de una bata de laboratorio y llevaba un pequeño bolso lleno de frascos y tubos de ensayo. Y sus ojos, sus ojos de un azul oscuro que le recordaban al cielo luego de un hermoso atardecer, sus ojos que reflejaban una tristeza que intentaba ocultar con su cálida sonrisa.

—¡Listo! Muchas gracias por tu ayuda, sin ti hubiera tardado el doble —le dijo sacándolo de sus pensamientos y haciéndolo sonrojar de pronto—. Ve con cuidado la próxima vez, hoy tuviste suerte porque te topaste con una adolescente de huesos fuertes, pero puede que te topes con uno de esos fósiles que se niegan a jubilarse y siguen rondando por estos lados —bromeó guiñándole un ojo mientras se incorporaba.

—Sí, lo siento, prometo tener cuidado la próxima vez, o quizás busque una bocina por las dudas.

—Me parece una gran elección. Gracias de nuevo, debo seguir mi camino. Adiós, ten cuidado en las esquinas.

Mientras veía como se iba, se percató de algo en el suelo. Unas gafas rosas con marco blanco. Intrigado las levanto.

—¡Oye! No te vayas sin tus gafas —le gritó divertido.

—¡Oh! Gracias, no me había percatado. Son un regalo de mi hermana, si las extraviara sería algo lamentable para mí.

Él vio de nuevo esa tristeza en sus ojos e intentó animarla.

—Tuviste suerte de que el golpe no me haya provocado un derrame y pude verlas antes de que te fueras. Debes ser menos descuidada e intentar no chocarte con personas más descuidadas que tú —dijo guiñándole el ojo—. Me alegra que no las hayas perdido, son muy bonitas.

—Lo son, ¿verdad? —dijo admirándolas con melancolía—. Muchas gracias por tu ayuda —sonrió—. Debo irme, adiós noble caballero.

—Adiós noble princesa –exclamó haciendo una reverencia.

Riendo vio cómo se alejaba y se preguntó quién era esa joven que lo había dejado sin habla, y lo había hecho hacer una reverencia en el medio del pasillo de la oficina del fiscal.

Después de haber saciado su apetito y recrear el choque una y otra vez, volvió al despacho a seguir con su trabajo. Caminaba perezosamente por el pasillo el cual hacía menos de media hora lo había visto caer cuando sintió una voz familiar en la oficina de la fiscal general. A medida que se iba acercando podía escuchar mejor.

—¡Pero me lo prometiste! Dijiste que cenaríamos juntas, estoy harta de comer sola todos los días.

—Lo sé, pero te dije que tengo mucho trabajo que hacer. No tengo tiempo para ir a cenar contigo, quizás mañana pueda —dijo otra voz femenina.

—Siempre dices lo mismo Lana, hace semanas que me dices "quizás mañana, quizás la semana que viene, QUIZÁS NUNCA" —exclamó la voz familiar claramente enfadada.

—No seas así conmigo Ema, sabes que tengo que trabajar sino no podría pagar tus estudios, ni nuestros alimentos, ni mantener nuestra casa.

Ema, con que se llamaba Ema. Le avergonzaba escuchar una conversación privada, pero la curiosidad era más fuerte que él.

—Ya lo sé, pero siempre estas ocupada y no tienes tiempo para mí, solo quiero que seas mi hermana al menos una vez.

—Claro que soy tu hermana siempre, deja de comportarte como una niña. No puedo ir contigo, mira todo el papeleo que tengo para revisar, Gant me lo envió esta tarde y todavía no he terminado. Mañana quizás tenga tiempo y pueda ir, pero hoy no Ema, por favor entiende.

—Está bien —suspiró desilusionada—. Ojalá sea así. Adiós.

—Em…

Sintió el ruido de la puerta abriéndose, y rápidamente se acomodó para disimular que estaba oyendo su conversación. La puerta se abrió y Ema salió con sus ojos más tristes que nunca. El corazón se le encogió al verlo, pero cuando intento decir algo Ema lo miró esbozando una triste sonrisa y se fue apurando el paso dejándolo solo en el pasillo.

—Oye, pasaba por aquí y pensé en acercarte a casa. Ya hable con tu jefe. Afuera hace un frio de mil demonios y no es bueno que andes por la calle con estas temperaturas.

Se dio vuelta y vio a su hermano parado detrás de él.

—Está bien. Kristoph, ¿sabes quién es ella? —preguntó señalando a Ema que doblaba en el pasillo.

—¿Esa niña? Es Ema Skye, la hermana menor de la fiscal general, Lana Skye. ¿Por qué me lo preguntas?

—Solo por curiosidad —mintió.

—Ha sufrido más tragedias de las que una joven de su edad podría soportar. Vámonos —comenzó a caminar hacia la salida.

—¿A qué te refieres?

—En el auto te cuento. No quiero quedar como un chismoso en la oficina del fiscal —respondió sonriendo.

En el auto camino a su casa volvió a insistir.

—¿A qué tragedias te referías?

—Cuando era niña sus padres murieron en un fatal accidente por lo que quedó al cuidado de su hermana Lana. Antes de ser la fiscal jefe, Lana era detective en el departamento de policía, y hace unos tres años ocurrió una tragedia que involucró a ambas —acomodándose los lentes prosiguió—. Hacía tiempo que la policía estaba a la caza de un asesino en serie llamado Joe Darke y finalmente pudieron capturarlo. Durante el interrogatorio logró escapar escondiéndose en la oficina que compartían el jefe de policía Damon Gant y la detective Skye. Desafortunadamente allí se encontraba Ema que estaba esperando a su hermana. Darke la tomó como rehén amenazándola con un cuchillo. El fiscal Neil Marshall los encontró y lucho con el asesino para rescatar a Ema, pero se convirtió en una víctima más de ese asesino despiadado. La pobre presencio todo, o al menos la mayoría, ya que se desmayó.

—¿Y luego que sucedió? —preguntó tenso.

—Al parecer durante el forcejeo Ema reaccionó embistiendo a ambos logrando dejar inconsciente a Darke cuando éste ya le había dado el golpe mortal a Marshall, por lo que pudo ser atrapado y condenado a muerte. Pero el daño ya estaba hecho, Neil estaba muerto y las hermanas Skye quedaron marcadas por siempre. ¿Por qué te interesa tanto, Klavier? ¿Acaso has posado tus ojos de galán adolescente en Ema? —preguntó divertido mirándolo de reojo.

—¿Qué dices Kristoph? Deja de decir estupideces, solo la vi hoy y me despertó la curiosidad. Ella no es mi tipo, además pronto me iré a Alemania, ¿lo olvidas? —molesto miró por la ventana.

—Está bien, no te pongas así, solo era una pregunta. Ya que lo mencionas, te he conseguido un departamento, tienes que viajar para ver si está todo bien.

—¿Cuándo?

—Lo más pronto posible, debes ir a ver si está todo en orden y hacer todo el papelerío correspondiente así dejas todo listo para la mudanza. Está cerca de donde estudiarás para ser fiscal.

—Genial, gracias hermano. Tal vez pueda ir el próximo lunes y quedarme una semana para preparar todo —meditó Klavier observando la ciudad por la ventana.

—¿Quién diría que con tan solo 15 años te irás a vivir solo al extranjero para convertirte en fiscal? Tal vez seas el próximo Miles Edgeworth, el prodigio de los fiscales.

—Te equivocas Kristoph —dijo esbozando una sonrisa arrogante—. Seré mejor.

Finalmente decidió no salir ese día. Las chicas tendrían que esperar. Se quedó en su casa, en el calor de su hogar a descansar. Luego de cenar se recostó en un sillón a pensar, pensar en su futuro, en su mudanza a Alemania donde cumpliría su sueño de convertirse en fiscal. Él sería el mejor, trabajaría muy duro para lograr su objetivo, trabajaría duro para hacer justicia y mandar a tipos como Joe Darke a la cárcel... o la silla eléctrica. Si bien miles de cosas pasaban por su mente en aquel momento, siempre aparecían esos ojos tristes mirándolo y aquella pequeña sonrisa que esbozó al momento de irse. No podía dejar de pensar en ella. Si bien tenía una idea del porqué de su tristeza lo seguía intrigando, necesitaba saber más sobre Ema Skye. Había pasado momentos difíciles y al parecer, cuando más fuerte debería ser la unión con su hermana, en el momento que más se necesitaban, se habían distanciado. Más bien Lana se había distanciado, pero ¿por qué? Enojado consigo mismo por pensar tanto en una chica que acaba de conocer, se levantó y fue por su guitarra, aquella que había pertenecido a su padre y que ahora era suya. Disfrutaba mucho tocar, lo relajaba cuando estaba tenso y lo entretenía cuando estaba aburrido. Era muy bueno tocando, era su mayor afición después de la fiscalía y soñaba con algún día formar una banda, la llamaría "The Gavinners". Tocó hasta que se le entumecieron los dedos y decidió irse a dormir. Luego de dar vueltas en la cama durante un rato, Klavier finalmente se durmió con un último pensamiento en su cabeza: Ema Skye.

Ema yacía en su cama preparándose para dormir. Una vez más había cenado sola, como tantas otras veces a lo largo de los últimos 3 años. Después de aquel día todo cambió con su hermana. Lana era una joven alegre y amable que siempre sonreía y era querida por todos, compartían mucho tiempo juntas. Siempre se mostraba cariñosa y atenta con ella, pero luego del incidente cambio drásticamente: se había convertido en una persona fría, seria y distante, era como si evitara pasar tiempo con ella. Suspirando se dio vuelta hacia la pared. «Al menos conocí a un chico guapo» pensó esbozando una sonrisa. Recordó lo sucedido esta tarde cuando sin querer había tropezado con aquel joven de cabello platinado, ojos azules y sonrisa tan encantadora. Le había parecido de lo más apuesto, pero ¿quién habrá sido? Le hubiera gustado hablar un poco más con él, ni siquiera sabía su nombre, pero parecía tan apurado que no quiso molestarlo. Luego lo volvió a ver después de su discusión con Lana, pero estaba tan triste que no quería que él lo notara. Quizás lo volviera a ver algún día… «¡Que idiota!» pensó molesta. «Un chico como él jamás se fijaría en alguien como tú, una adolescente descuidada que sueña con ser investigadora científica. Quizás tenga una novia, o varias. No seas ilusa Ema».

Sus pensamientos fueron interrumpidos cuando escucho el ruido de la puerta que se abría. Lana había llegado. Oyó sus pasos y el momento en el cual se detenía detrás de la puerta de su habitación. Notó como la puerta se abría lentamente procurando no despertarla, así que fingió estar dormida. Luego de unos segundos que parecían ser horas, oyó un suspiro y como la puerta de su habitación se cerraba con la misma discreción con la que se había abierto. Con lágrimas en los ojos, se sumió en un sueño profundo, un sueño donde el personaje principal era el joven de sonrisa encantadora.