Notas: Drabbles creados a partir de cada hueco, o escena inconclusa (yaoista) que nos dejó abiertamente, nuestra Cassandra Clare para que nuestra imaginación volara con estos parabatai.
Primer acto: Refugio.
Will y Jem consiguen el cadáver de Emma en el callejón.
"—¿Crees que mañana será demasiado pronto para empezar a investigar?
Jem suspiró resignado.
—Haz lo que quieras, Will. Siempre lo haces"
—x—
Ya en el instituto, después de encontrar a esa pobre niña siendo tragada por las inmundicias de ese callejón, James se encontró sentado sobre en el borde de la cama con sus intensas perlas plateadas incrustada en la hoja sin filo del cuchillo.
Willian estaba frente a él, con los brazos cruzados en el pecho y su mirada fruncida hacia la ventana. Su silencio era claro, pesado, amargado en la acidez de sus pensamientos. Sólo un motivo podía llevarlo a ese otro aislamiento y era cuando la vida de un mundano era arrebatada por el submundo. Su parabatai podía ser arrogante, un ente que sólo se preocupa por sí mismo, ganados el título mal hablado que llevaba con honor, sin embargo, también tenía otro lado.
Una parte que él sólo en fracciones de segundos había presenciado, y había incentivado su razón que Will tenía un buen corazón detrás de su reja de humor negro. Podía ver como valoraba la vida humana, y como cazador de sombras su deber era protegerla. Su descuido había costado una pobre vida inocente, un angelito desamparado en un callejón a esperas que de alguien, que aun siendo tarde, consiguieran su cuerpo maltrecho.
Jem giró la hoja escudriñando el escudo de las serpientes autodestruyéndose por la cola, conocía perfectamente el significado y para su preocupación su parabatai también.
Seguían sumidos en el silencio y se preguntaba cuando Will iba a dignarse en irse a su habitación. Ya el cansancio le pesaba y deseaba dormir un poco, fueron horas de mucha tensión en el día. Alzó la vista hacia la ventana, y para su sorpresa su amigo ya no estaba allí. Iba a girar la cabeza, buscarlo con la mirada, para cuando sintió un lento beso posarse en su nuca haciéndole cerrar los ojos en un largo suspiro.
No, ellos no podían consolarse de esa manera. Pensamiento que fue desechado cuando los ágiles dedos de Will tomaron su mejilla y le hicieron girar la cabeza en encuentro de un beso. Una vez más estaban juntos en una habitación, sentado a un lado del otro, besándose como si no fuera un acto de sumo delito.
—Will, no. No puedo ser… eso para ti —Alcanzó a decir en la pequeña distancia que se entreabrió entre sus bocas, cuando tomaron un poco de aire y fueron en busca (o al menos William) de otro beso.
Él le sonrió maliciosamente, levantándose para hundirlo bajo su propio peso, encerrándolo entre su cuerpo y el colchón.
—Eres más que eso, James. —Se relamió los labios—. Muchas mujeres darían todo, por estar donde tú estás ahora.
—¿Y quién dijo que quisiera estar en esta posición?
Las rodillas le fueron levantadas sutilmente, creando más fricción cuando Will se situó entre ellas.
—El que no te resistas, me da mucho que pensar.
Jem le miró con una ceja alzada, provocando que la máscara de innumerabilidad en el rostro de su amigo se quebrara en pedazos.
—Es broma, Jem —Se abrazó con fuerza a su cuello. Teniendo el cambio de voz súbito, de la exaltación a la resignación—. Si no quieres, está bien.
Un suspiro cansado abandonó los labios del pobre Carstairs, levantando su mano para acariciar esa melena azabache, como el color que los vestía de día y de noche. Conocía los suficientes lados de su parabatai, como para reconocer esas expresiones y esas reacciones; era como un libro donde conocía las líneas, párrafo, capítulo, pero a veces desconocía el mensaje que quería ocultar.
—Will, mañana investigarás ese asesinato. —intentó reconfortar—. No seas impaciente.
Esas palabras hicieron que se le despegara del cuello y esos intensos luceros azules le apuñalaron.
—Entonces, déjame hacerlo.
Jem cerró los ojos resignado.
—Haz lo que quieras, Will. Siempre lo haces. —Alzó su mano llevándose con el pulgar una de las lágrimas del rostro de su amigo—. Esto no es muy usual… —Sonrió con tristeza.
—Era una niña, James.
—Lo sé —respondió, alzando la cabeza para besarle la humedad—. Y por eso mañana vas a salir, desobedeciendo órdenes, irte contra las reglas del instituto para averiguar eso.
No hubo respuestas. Sólo hubo una inclinación, dos segundos más tarde, los perfilados labios acariciaron los suyos en una imploración. Las lívidas manos de Jem surcaron su espalda, correspondiendo el pequeño beso, que casi era tan escurridizo como el perfume bajo su lecho de latón. Will le abrazaba con mucha firmeza, como siempre lo hacía, cuando buscaba un refugio de sus demonios internos. Diciéndole cada vez que podía que sus brazos eran su lugar favorito en todo el mundo.
—Jem. —le llamó, alejándose después de vaciarle los pulmones y desgastarle los labios—. Tu… ya sabes, ¿tu cuerpo…?
James sonrió entrecerrando los ojos. Se incorporó con ayuda de sus antebrazos, viéndose a sí mismo como si fuera un espejo en esos cristales marinos, mientras Will se ahogaba en sus perlas plateadas.
—Está perfectamente. —Pasó su mano detrás del cuello, y juntó sus frentes cerrando sus ojos—. Te preocupas demasiado…
—Eres lo único que me importa. —acentuó, dejándose caer bajo su propio peso sobre su amigo—. Si te perdiera, Jem, yo no sabría…
Éste le cubrió los labios con el índice.
—No tienes necesidad de pensarlo cada vez que me ves, William Herondale.
—James Carstairs, eso es como que me órdenes, que no me diga que no soy encantador cada vez que me veo en el espejo.
—¿Imposible?
—Inevitable.
Volvieron a besarse compartiendo una caricia, abrazándose mutuamente y tomarse de las manos. Tal y como cuando eran niños.
—¿Puedo dormir esta noche contigo, Jem? Ya sabes, para cuidarte.
—Ya ni Charlotte te cree ese cuento.
—Mentir es uno de los grandes atributos que poseo —Se recostó en la cama, atrayéndolo entre sus brazos.
Cerrando los ojos, Jem dejó caer su cabeza en el hombro de Will.
—Que no sabes utilizar, cuando estás conmigo.