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Capítulo II

El pelinegro de gafas miraba el cielo desde la segunda torre más alta de Hogwarts, con un cigarro que le había robado a su mejor amigo en la mano, aunque aún ni siquiera lo había prendido.

James esbozó una sonrisa cansada e irónica mientras recordaba las palabras de Sirius, quien las había escupido con un tono amargo e incrédulo: ‹‹¡Deberías de dejar de actuar de esa forma con Quejicus!››. ¿Qué había hecho él de malo? ¿Darse cuenta de que no era bueno molestar a un chico sin razón alguna? ¿Dejar de darle un apodo hiriente? ¿Dejar de odiar a Snape? Venga ya, eso era estúpido. Sirius debería saberlo.

Él, desde el encuentro con ambos Slytherin —Severus y Regulus—, había empezado a tratar mejor a Snape. Los insultos y sobrenombres dejaron de aparecer cuando se encontraban, y las bromas pesadas disminuyeron en intensidad, gravedad y frecuencia, al menos de su parte. Y, cada vez que Sirius o Peter sugerían hacerle una broma al de pelo grasiento, James parecía molesto al respecto.

En su opinión, solo se había dado cuenta de que lo que hacían estaba mal. Que no tenían motivos para molestar a aquel Slytherin. Pero parecía que la gente difería con respecto a aquello.

Soltó un largo suspiro y siguió observando las estrellas, sentado en el frío suelo de la torre.

En un momento, mientras no pensaba en ninguna cosa en específico, solo observando los puntos titilantes en la profundidad del cielo, su mente empezó a encajar piezas de un puzzle que nunca antes había pensado…

Primero, recordó cuando se nominó a si mismo como "bisexual" cuando un chico un año menor que él, de Hufflepuff, le preguntó tímidamente sobre su orientación sexual.

Entonces, pensó en su "desamor" por Evans. Tan repentino, tan sin sentido… tan todo.

Luego, empezó a pensar que directamente después de dejar de sentir ese cariño y capricho por la chica de pelo rojo fuego sus acciones por Quejicus empezaron a cambiar drásticamente. Como si de la nada, sin razón, se hubiese dado cuenta de que todo estaba mal.

Recordó las miradas que se dirigían discretamente en los pasillos —que hacían que Sirius le diese un codazo— y las sonrisitas tímidas cuando pensaba en Snape.

Todo parecía tener sentido de repente.

Se levantó del piso de la torre, asustado consigo mismo.

—No, no, no, no…—repitió una y otra vez, murmurándolo en un siseo lleno de incredulidad.

‹‹No puedes estar enamorado de Severus, idiota››, se dijo.

El cigarro cayó al piso sin hacer ningún sonido y James no hizo más que bajar y dirigirse a la sala común, con un único pensamiento persiguiéndolo duramente, como una pesadilla persistente y dura: Estoy enamorado de Snape. Estoy enamorado de…

— ¡No! —se dijo a sí mismo, para luego morderse el labio fuertemente. Sintió como, al no medir la fuerza con lo que lo hacía, gotitas de sangre manchaban unos de sus dientes. Se pasó la lengua por ellos sin pensárselo dos veces y tragó. Sabía raro, pero le daba prácticamente igual.

—Esa no es la clave, jovencito —respondió la Dama Gorda escuetamente y James respondió farfullando la contraseña, haciendo que el retrato de la mujer le dejase pasar.

Sirius lo miró como diciendo "¿Dónde está mi cigarro?" y "¿Qué pasó?" a la vez. Remus, en cambio, parecía hundido en un libro. Peter no estaba por ningún lado, por lo que el pelinegro suponía que ya se había ido a dormir.

James ni siquiera se detuvo a responder las preguntas silenciosas de su mejor amigo y simplemente subió a intentar dormir, aunque los supuestos sentimientos hacia Snape estaban más que claros en su cabeza y parecía que no iban a desaparecer de inmediato.

Cuando ya tenía puesto su pijama, se acurrucó en las sábanas y cerró los ojos. Cuando no vio más que absoluta e inquietante oscuridad, se susurró de forma inaudible:

—Tú odias a Snape. Tú odias a Snape.

Ojalá pudiera creérselo.

Ojalá pudiese negar sus sentimientos efectivamente.

Ojalá no estuviese enamorado de ese tipo.

Porque no es que le molestase quien era, era que suponía que, si lo hablaba con el Slytherin, no había oportunidad alguna de que empezasen una relación.

Porque James sabía perfectamente que por seis años no había hecho más que amargarle la vida a Severus Snape.