Los personajes pertenecen a Meyer. La historia es producto de mi imaginación.

Secuela de The Turns Of Life.

Beteado por Valeria Arosemena.


Decirle a Edward que tendríamos que regresar a Boston por una causa desconocida... no fue simple. Él, al comienzo, estaba completamente en actitud de negación y no aceptaba la idea de dejar nuestras mini-vacaciones.

— ¿Sigues enojado conmigo? — le pregunté, acomodándome en la butaca del avión.

—Bella, te amo. Pero... no quería regresar aún. — bufó teatral.

—Yo tampoco, pero Alice me dijo que era importante. — le hice una mueca de tristeza. — Voy a compensarte. — le dije con picardía.

—No con sexo. Quiero que pronto volvamos a tener unas vacaciones juntos. — propuso y sonreí.

—Claro que sí, acepto. — bromeé, tomando su mano.

—Eso no significa que... no quiera sexo. — rió.

—No tendremos sexo, lindo. — me acerqué a su rostro. — Haremos el amor. — lo besé.

—Eso me gusta aún más. — deslizó su mano por mi pierna y yo coloqué la mía en su pecho.

Desabotoné su camisa, acaricié su pecho y me di cuenta de que no era buena idea. Terminaríamos haciéndolo en el jodido avión, como unos adictos. No me consideraba ninfómana ni mucho menos, pero me gustaba hacerlo con Edward. Duro, en cualquier lugar. Bueno, no en cualquier sitio, pero donde se pudiese.

—Bella, esto me pone demasiado. — susurró en mi lóbulo.

—Voy al baño, sígueme. — le guiñé el ojo, acomodando mi blusa y levantándome.

—Traviesa. — me dijo, palmeando mi trasero.

Por suerte la gente no vio eso. Me metí al baño que por cierto... era pequeñísimo. A penas entraríamos él y yo. Dejé mi torso desnudo, vistiendo sólo un sostén. Desabroché los botones de mi pantalón y lo esperé por unos segundos. Cuando entró no lo dejé ni hablar. Lo tomé de la camisa, lo apoyé contra el débil muro y comencé a besarlo desenfrenadamente. La puerta ya estaba cerrada y con traba, por supuesto.

Los jadeos resonaban en el cubículo y era jodidamente excitante. Él me recorría con su mano y pellizcaba mis pezones por encima del corpiño. Yo lo tocaba por encima de su pantalón. Podía sentir su miembro erecto, a pesar de la tela.

—Voy a hacértelo, duro, como a ti te gusta. — me dijo con un tono vil, que me mojó completamente.

—Sí, sí. — gemí, sintiéndome acalorada.

Se bajó el pantalón, bajó el mío y antes de hacer lo suyo, me sentó en el lavabo. Me quitó toda la ropa para hacerlo más cómodo. Me penetró y gemí, aferrándome a su amplia espalda. Me embistió con fuerza y lamió mis pezones. De la excitación que tenía, marqué todo su cuello.

—Sígueme follando así. — le dije en su oreja, apretando mis dientes.

—Háblame sucio. — jadeó en mi barbilla.

— ¿Vas a enterrar tu polla en mi mojada vagina? — le pregunté, moviendo un poco mis caderas. — Voy a chupártelo todo.

—Bella, demonios. — me susurró lascivamente.

Manoseó mi clítoris y no pude evitar gritar a causa de tanto placer. Él... estaba haciéndolo como un Dios del olimpo. Dejándome sin palabras, sin aire, llenándome de él. Me penetraba con fuerza y jadeaba mi nombre, en mi cuello. Podía sentir como estaba de tenso, ya se venía.

—Voy a acabar. — jadeó, en mis labios.

—Vamos, dámelo todo. — gemí, cuando me llenó con su esencia.

Un polvo fugaz, rápido, en un cubículo. Extremada y jodidamente excitante. Estaba muy mojada. Lo que me daba quizás un poco de vergüenza era si nos habrían escuchado o no.

—Bella, qué traviesa eres. — me dijo, subiéndose el pantalón.

—Tú no te quedas atrás. — le sonreí.

Nos vestimos y el problema en ese momento era qué pasaría cuando nos viesen salir juntos. Salí muy nerviosa, y me sentí asesinada cuando todos, absolutamente todos, los pasajeros me clavaron la mirada. Yo los miré como... vamos, ¿no tienen sexo?

Él me siguió por detrás, lo peor era que el muy pícaro sonreía. ¿Acaso no sentía vergüenza? Oh claro que no, era Edward.

—Todos nos quedaron mirando. — murmuré, sentándome.

—No sé qué es lo raro. — me respondió.

El vuelo fue bastante largo y agotador. Pero al aterrizar, sabíamos que las cosas no iban a ser como antes. Ahora estábamos juntos, debíamos estarlo. ¿Viviríamos juntos? ¿En su casa? Aún no me animaba a hacerle ese tipo de preguntas.

Alice — 12.43

Todos estamos esperándolos. No aguanto para ver la cara que ponen al verte. ;)

Bella — 12.44

Estamos recogiendo las maletas, ya casi estamos.

Temblaba, estaba sumamente nerviosa y ansiosa. Temía que no me viesen con buena cara después de todo lo que había pasado.

—Relájate, una vez que hayamos atravesado esa puerta... todo habrá cambiado para ellos. Tú y yo ahora somos una sola persona. — tomó mi mano y sonreí.

No sé qué fue peor. Si pensar en que ellos no me recibirían con los brazos abiertos o que se quedasen boquiabiertos al verme. Esme me clavó la mirada y esbozó una media sonrisa sincera. Al igual que Carlisle, quien se acercó antes que todos y me abrazó.

—Estoy sorprendido pero muy contento. — me abrazó y mis ojos comenzaban a humedecerse.

—Sé que es raro pero... — Murmuré.

—Vuelves a formar parte de nuestra familia. — me sonrió y asentí.

—No me lo puedo creer. — bromeó Emmett, alzándome. — En pocas palabras, eres el sostén de mi hermano. — me dijo en el oído.

—Y estoy dispuesta a serlo por mucho tiempo más. — le respondí, y me guiñó el ojo.

—Por fin te dignas a aparecer. — Rosalie besó mi mejilla. — Todos te extrañamos, a pesar de todo.

—Yo también. — le contesté en voz baja.

El detalle de todo era que Edward estaba feliz, se le notaba. Me miraba y yo, con una mirada cómplice, le decía que, al igual que él... era feliz. Todo era absolutamente perfecto en mi vida en ese preciso instante. Edward hacía que todo fuese así.

—Hola Bella. — Esme se acercó a mí, pero sólo me saludó. Lo que me pareció distante y frío.

—Hola. — le respondí.

—Ven aquí. — me sonrió y abrió sus brazos. — Te extrañamos. — me abrazó.

—Yo también. — le dije y me palmeó la espalda.

—Mi hijo te necesita, y nosotros también. — me dijo eso y puedo jurar que sentí cómo mi corazón se ablandó.

—Yo los necesito a ustedes, no sólo ahora. Siempre lo hice.

Jasper no estaba allí, pero Alice sí. Derramó algunas lágrimas y me dijo lo mucho que me quería y lo demasiado que me había extrañado. También me dijo que estaba contenta de que Edward estuviese a mi lado. Y que a pesar de todo lo malo, habíamos superado las pruebas que la vida nos había puesto. Juntos, claramente.

—Una rica cena nos espera en casa. — animó Esme, cargando mi maleta. — Creo que nos tienen que contar algunas cosas. — bromeó con Edward.

—No entiendo cómo es que te fuiste sólo y regresaste con Bella. — dijo Rosalie.

—Llegué justo a tiempo. — reí.

—Y no sé qué hubiese sido de mí si no llegabas. — me abrazó por la cintura y seguimos caminando.

—Tenemos mucho tiempo para hablar. — festejó Emmett y todos reímos.

Al llegar a la casa de los Cullen, me sentí envuelta en un entorno familiar y acogedor. Me sentía en casa, aunque no lo estuviese. Estaba segura de una cosa, ellos estarían siempre para mí. A pesar de todas las caídas, ellos... me seguían queriendo y apoyando, como la primera vez en que llegué a esa casa. Y Edward... El hombre que me salvó, el que me dio las alas que necesitaba para salir de la realidad. Yo no conocía otra cosa más que problemas y dramas, pero cuando él llego... todo cambió. Me mostró otra forma de ver las cosas, desde ese día tuve otra perspectiva de la vida.

—Te extrañé ardillita. — abracé a Alice cuando íbamos de salida.

—Yo también, amiga. — me sonrió.

— ¿Qué es eso tan importante por lo que me hiciste regresar?

—Prometo contarte, pero cuando lleguemos a la casa. — me contestó.

Nos acomodamos como pudimos en la camioneta. Esme, Carlisle, Emmett, Rosalie, y yo. Edward se fue con Alice en su auto. No iba incómoda, pero realmente quería estar cerca de Edward.

—Entonces... ¿fueron como unas vacaciones? — me preguntó Carlisle, conduciendo.

—Sí. Fue bueno tomarnos ese... receso. — le respondí.

—Lo habrán hecho como conejos. — bromeó Emmett.

— ¿Tú qué crees? — le retruqué y todos rieron.

— ¡Qué atrevida! — exclamó Esme y reí.

—No deberían estirarme la lengua. — sonreí.

—De eso se encargó mi hermano. — volvió a decirme Emmett.

—Ya basta, esta conversación tomó un rumbo equivocado. — bromeé.

—Lo bueno es que estás nuevamente con nosotros y que ahora tienes que recuperar el tiempo perdido. Pero con nosotros. — Rosalie me palmeó.

—Gracias, por todo. — les dije de corazón.

—Siempre tuvimos la esperanza de que regresarías. Siempre creímos en ti. No podías olvidar a Edward. — murmuró Esme y toqué su hombro desde la parte trasera.

— ¿Cómo iba a olvidarme de él y de ustedes? No me permitiría eso, jamás. — y nuevamente, mis ojos se empañaban.

—Espero que todo salga bien entre ustedes y que los problemas se vayan a volar. — dijo Carlisle.

—Eso espero. — asentí.

De llegada, pude ver a Sharon esperando a su tío en la puerta. Él bajó antes que yo y la abrazó. Qué imagen más hermosa.

—Ella lo ama. — me dijo Esme, por detrás. Ya habíamos bajado del vehículo pero nos ocultábamos tras la puerta que estaba abierta.

—Eso se nota. — le respondí, dejándome ver.

No puedo explicar la cara que Sharon puso al verme. Dio un brinco de felicidad y corrió hacia mí. Me abrazó tan fuerte, con tantas ganas, que me dejó sin aire. Acaricié su cabello y oí cómo sollozaba en mi hombro.

—No vuelvas a irte. — murmuró y miré hacia arriba, para no dejar que las lágrimas se escapasen.

—Claro que no preciosa. — besé su mejilla.

—No quiero que estemos lejos la una de la otra. — sollozó.

—Nada va a separarnos, nunca. — le respondí.

—Dejen de lloriquear, entremos. — nos dijo Emmett y reímos.

Una vez dentro, Edward se acercó a mí por detrás y murmuró algo tierno en mi oreja.

—Te amo. — le respondí, dándome la vuelta y tomándolo por el cuello.

—Demonios. — bufó alejándose y lo miré con temor. — Estoy tan enamorado de ti. — me besó.

—Tonto, me asustaste. — Sonreí.

—Eres la única persona en el mundo con la que quiero estar, te amo, ¿entiendes eso?

—Lo entiendo, ya que siento lo mismo por ti. Eres mi todo. — acaricié su mejilla.

—Van a volverse diabéticos con tanta dulzura. — bromeó Rosalie, palmeando a Edward y reímos.

—Como tú y mi hermano. — le respondió él.

—Bueno... — murmuró ella. — Cierra la boca, ya está la cena.

—Te cerré el pico. — rió Edward.

Nuevamente, después de tanto tiempo, me encontraba sentada junto a ellos. Las personas que me importaban, que me hicieran bien, que quería en mi vida. Y el hombre que valía la pena, el que yo había elegido, el que elegiría una y mil veces más. Porque lo amaba y le tenía un aprecio inexplicable. Porque hablar de él y de todo lo que nos había pasado... me daban ganas de llorar.

—Bella, quiero proponer un brindis por ti, porque te tenemos aquí... otra vez. — Carlisle se puso de pie y alzó su copa.

—Gracias. — hice lo mismo, al igual que el resto de la mesa.

—Eres la persona que siempre esperé para Edward. — me sonrió Esme y lo miré.

—Nos hacemos felices mutuamente. — esbocé una media sonrisa y él me guiñó el ojo. — Ustedes... — miré a cada uno de ellos. — Ustedes son mi familia ahora.

—Siempre lo seremos, en las buenas y en las malas. — asintió Carlisle.

—Son lo único que tengo. — miré hacia otro lado para evitar que las lágrimas saliesen. Traté de no recordar a mis padres, pero fue imposible. — Gracias, y lo siento. — dejé la copa y me fui, llorando.

Subí las escaleras, sintiéndome en casa. Quizá fue un atrevimiento desubicado, pero no sabía hacia dónde ir, no sabía en qué lugar podría descargarme.

Entré a la antigua habitación de Emmett y me senté en su cama. No pasó ni siquiera un minuto que alguien golpeó la puerta. Sólo volteé y respondí.

—Necesito... estar sola.

—Voy a entrar de todas formas. — me contestó Emmett y blanqueé mis ojos.

Abrió la puerta y se sentó a mi lado.

—No llores. — me abrazó y sollocé en su hombro.

—Estoy bien. — le respondí.

—No lo estás. ¿Por qué estás llorando?

—Extraño a mis padres. — Murmuré. — Sé que soy grande y que ellos fueron una mierda conmigo, pero... son mis padres.

—Quizás y algún día te reencuentres con ellos, hasta es posible que todo se solucione.

—Emmett, déjame sola. — le dije tajante y frunció el ceño.

—Una vez estuviste para mí, fue en esta misma habitación, ¿lo recuerdas? Insististe y no me dejaste solo. Lo mismo haré yo, no te dejaré sola.

—Entiéndeme, realmente lo necesito. — tomé su mano en modo de agradecimiento.

—Te entiendo. — me sonrió con sinceridad y se fue.

Me recosté y recordé que no tenía a nadie. Una madre que seguramente no quería ni verme, un padre que... bueno, no sabía lo que Charlie podía sentir. Rechazo, odio, intolerancia, por su propia hija, su única hija.

—Bella. — Edward entró a la habitación y se acercó hasta mí.

—Sólo... — quise decirle, pero rompí en llanto. Me puse de pie y lo abracé, muy, muy, muy fuerte.

—Preciosa, no puedo verte así. — murmuró en mi hombro.

—Te amo, te amo. — sollocé. — ¿Estarás siempre para mí? — le pregunté, tomando su rostro entre mis manos.

—Siempre, para todo. — besó castamente mi frente y sonreí.

—Eres lo único que tengo y que me queda, no me dejes caer. — le dije en sus labios.

—Bella, ni se te ocurra pensar en que voy a soltarte. — me abrazó y sollocé en su pecho.

¿Por qué estando rodeada de personas que me hacían bien... me sentía destrozada? ¿Por qué no podía sólo ignorar lo malo? Porque era sensible y todo lo que pensaba, todo lo que se cruzaba por mi atareada mente... me hacía mal. Pero eso no era lo peor. Me castigaba yo misma, sintiendo que la equivocada y la que había hecho algo mal era yo. Cuando era todo lo contrario y ni siquiera era la culpable.

Al cabo de unos minutos logré tranquilizarme. Bajé nuevamente las escaleras y me sorprendí al no ver a nadie en la sala, todo estaba tranquilo y en silencio.

— ¿Dónde están todos? — le pregunté a Edward.

—Mis padres ya se fueron a descansar, los demás están afuera, en la piscina. — me tomó de la mano y salimos.

Pasamos un rato agradable, bebimos vino espumante. Cuando la madrugada caía, cada uno se fue a su casa. Edward y yo llevamos a Alice a su casa, o más bien... la casa de Jasper. De todas formas vivían juntos, fuera extraño o no.

—Bella, ¿puedes bajar un segundo? — me preguntó la ardilla cuando aparcamos frente a su casa.

—Claro. — bajé y la seguí hasta el porche.

—Eso tan importante que tenía para decirte es que... amiga, no sé cómo decírtelo. — tomó mis manos y me impacienté.

—Alice, dímelo de una vez. — reí.

—Una amiga mía tuvo una entrevista con la empresa de viajes y turismos 'Bon Voyage'.

—Qué buena suerte, ¿cómo le fue? — pregunté intrigada. Esa empresa era la mejor de Boston y sus alrededores.

—Le fue mal, realmente mal. Pero esa, es una parte de la genial noticia... — fruncí el ceño. — Mañana mismo es tu día de ir a probar suerte.

— ¿¡Estás de broma!? — pegué un salto y la abracé.

—No. ¡Es genial! — saltó conmigo.

—Dios mío, no puedo creerlo. ¿Qué ropa usaré? ¿A qué hora iré? — todas esas preguntas daban vueltas en mi cabeza y Al debía respondérmelas.

—A primera hora, algo con lo que te sientas cómoda. Di tus datos, te llamarán por tu apellido. — asintió.

—Alice, ésta es la mejor noticia que podrías darme, estoy tan feliz. — sonreí emocionada.

Nos despedimos muy alegres y subí nuevamente al coche. Edward me observaba impasible sin entender un pepino.

—Vamos, suéltalo. — me dijo intrigado y reí.

—Mañana mismo tengo una entrevista en Bon Voyage. — le sonreí, abrazándolo.

—Bella, qué bueno. — acarició mi cabello. — Eso es realmente bueno.

—Sí, lo sé. Estoy feliz. Debo descansar lo antes posible, mañana a primera hora me presentaré.

—Ya mismo nos vamos a casa, la señorita conseguirá ese puesto sin dudas. — me besó en la frente y condujo.

Fue una noche tranquila y sin sexo, Edward quería que estuviese atenta en la mañana, con mis emociones en lo alto.

Por eso mismo preparó el desayuno bien temprano y me sirvió de despertador. Edward siempre tan atento y encantador, el hombre de mis sueños.

—Nena, te ves hermosa. Ese pantalón resalta tu redondo y firme trasero. — me tomó por la cintura y me ruboricé.

—Gracias. — lo besé.

—Será mejor que nos apresuremos, no vaya a ser cosa que llegues después de hora a tu primer entrevista. — acomodó mi cabello y salimos.

No hace falta decir que los nervios me carcomían de pies a cabeza. Las piernas se me tensaban, temblaban, puta madre. Edward se apresuraba y yo que no quería llegar. En parte sí, estaba entusiasmada y ansiosa, pero por otro lado no daba más con los nervios.

—Te deseo mucha suerte nena. En estos casos lo mejor es que te muestres confiada, segura de cada palabra que vayas a decir. — tomó mi mano.

—Un segundo, ¿qué palabra? — le pregunté sin entender.

—Dime que preparaste un discurso. Bella... — se echó a reír y yo sin entender.

— ¿Se supone que debo hablar?

—Cariño, tenías que preparar un discurso del por qué quieres este puesto y demás. — rió.

—Demonios, qué torpe soy. — cubrí mi rostro con ambas manos y observé el gran edificio con temor desde el coche.

—Te amo tanto. — volvió a sonreírme y noté que estaba tentado.

—Edward, pudiste habérmelo recordado ayer en la noche. — le dije con mala cara y volteó hacia otro lado. — ¡No te rías de mí!

—Eres hermosa. — me abrazó y rió en mi hombro.

—Lo sé, y tú eres un tonto. — nos besamos unos segundos y bajé.

Bien Bella, puedes hacerlo. Entré al alto edificio y me presenté en el amplio mostrador. Esa pelirroja con curvas de novela, me intimidó de tal manera que no pueden imaginar. Lo peor no fue eso, sino que todo el tiempo que tuve que esperar, cada persona que entraba, me miraba de arriba hacia bajo.

—Isabella Swan. — oh dios mío. La alta pelirroja me nombró y moví rápidamente mi trasero. — John la espera en su oficina, la puerta azul.

—Gracias. — asentí con timidez y me dirigí hacia la puerta indicada.

Respiré hondo y apreté mis muslos. Me mostraría segura, tal y como Edward me había aconsejado. Un tal John me esperaba al otro lado, me imaginaba un tipo viejo, con bigote y vestido formal, quizás un poco panzón, y de baja estatura. Pero dejaría de hacer suposiciones y movería mi trasero a esa oficina.

Abrí la puerta y lo único que vi, fue a un hombre de espaldas, sentado en su silla de terciopelo color crema. Al oír la puerta cerrándose, volteó y clavó sus ojos en los míos.

—Señorita Swan, ¿verdad? — me preguntó, cruzándose de brazos.

—Sí. — le respondí estática.

—Puede sentarse. — me indicó observando la silla frente a él, al otro lado del amplio y ordenado escritorio.

—Gracias. — avancé y me senté, crucé mis largas piernas.

—Mi nombre es John Henson, bienvenida a mi oficina. ¿Desea beber algo?

—Agua, por favor. — le contesté sintiendo mi garganta seca.

Se levantó y mis expectativas de un hombre viejo y panzón ya no eran más que basura. Él era joven, de unos treinta años de edad aproximadamente, según mis conjeturas. Alto, un poco delgado pero no tanto, se notaba que tenía un físico de infarto. Ojos marrones y hasta un poco grises, si les daba el sol. Cabello castaño oscuro y peinado hacia atrás, a dos aguas.

Mientras él servía el agua, aproveché para observar la habitación entera. Tenía una amplia estantería con varias cámaras de fotos, algunas parecían antiguas y otras muy modernas. Había medallas colgadas en las paredes y cuadros con imágenes increíbles, muy buenas de verdad. Paisajes y pinturas excelentes. ¿La fotografía sería su musa?

—Aquí tiene, señorita... Isabella, ¿verdad? — me tendió la copa y se sentó.

—Ese es mi nombre. — le respondí, dando un largo sorbo.

—No voy a hacerle las típicas preguntas aburridas como, ¿por qué motivo quiere el puesto? Así que lo haremos de la manera simple. — me sonríe y me quedo sorprendida al verla. Una sonrisa realmente bonita. — ¿Se cree capaz de dirigir a una cantidad de, aproximadamente, cien personas? — me preguntó.

—Sí, soy muy carismática, ese no sería un problema.

—Según sus datos, es muy buena en lo que hace. No cualquiera se anima a ser guía turística. ¿Ha salido antes del país?

—Fui de vacaciones a Canadá con mis padres cuando era pequeña...

—Supongamos que hoy mismo tiene el puesto. ¿Viajaría mañana mismo a España?

—Trabajo es trabajo, y si hay que viajar pues... hay que viajar.

—Me gusta su iniciativa. Eso quiere decir que no tiene familia por la cual preocuparse, en caso de que saliera del país. — me dijo y lo pensé.

— ¿Serían viajes muy largos? Porque tengo familia, mi novio es el que más me preocupa en ese caso. — le digo con timidez.

—Lo máximo que estaría fuera del país, sería un mes. ¿Está dispuesta?

— ¿Está ofreciéndome el puesto?

—Sí, señorita Swan.

—Bueno, sí, acepto. — le respondí sin pensarlo. Era un buen trabajo y no debía dudarlo ni un segundo.

—Entonces el próximo viaje será en un par de días, espero que esté preparada. — me tiende la mano y la cojo.

— ¿Cómo es el asunto de los traslados?

—Es bueno que sepa que viajará conmigo.

— ¿Puedo saber por qué? No quiero sonar grosera pero quisiera saberlo.

—Soy fotógrafo profesional, debí mencionarlo antes. Tú serás la guía y yo tomaré fotos en cada uno de los recorridos. Viajaremos juntos en mi avión privado. No me gusta viajar con ningún tipo de aerolínea. — Fotógrafo, ¡lo sabía! La idea de viajar sola con él en su avión privado no me convencía del todo. Y al que no le gustaría la idea sería a Edward, podía imaginármelo.

— ¿Por qué motivo están buscando a otra guía? — le pregunto analizando ahora sí, seriamente, la situación.

—La muchacha a la cual yo acompañaba, tuvo un problema familiar, prefirió renunciar y recibir una paga favorable para ella y para nuestra empresa. — la tipa a la que ÉL acompañaba. Él era sólo el acompañante, la estrella por así decirlo sería... yo.

—Entiendo. — murmuré.

—Nuestro próximo destino será México, me parece que será mejor irnos un poco cerca, por si se arrepiente o algo de eso. También voy a darle mi número de celular. Me gusta estar comunicado con las guías, me gusta mantenerlas al tanto de lo que haremos.

—Sí, bueno... prefiero los mensajes de texto. — le respondí.

—Lo sé, novio celoso. Veré que puedo hacer, trabajo es trabajo.

—Quiero darle las gracias por esto, es muy importante para mí. — le agradecí y me tendió su tarjeta personal.

—Espero que nos llevemos muy bien. Puedes llamarme John, y si prefieres puedo decirte Bella. — me dijo y asentí. — ¿Te parece inapropiado de mi parte que te invite a cenar esta noche? — me preguntó.

—Sí, bueno, no lo sé. Mi novio... — murmuré.

—Puedes asistir con él, no tengo problema con eso. — me sonrió.

—Te avisaré.

—Como prefieras. Tengo una reunión ahora, más tarde te llamaré para planear el vuelo y demás. Debes pedirle a mi secretaria que te dé el listado del viaje. Espero verte pronto y suerte. — me dijo y me puse de pie.

—Está bien, muchas gracias. — le sonreí, y salí.

Pedí ese listado y lo guardé en el bolsillo trasero de mi pantalón. Llamé a Edward para que me buscase y llegó al cabo de unos minutos. Estaba muy intrigado y por algo no me sentía con ganas de contarle todo... todo lo que John me había propuesto. Algo en mí sabía que algunos puntos no le gustarían a Edward.

—Hermosa, estuve pensando en ti toda la mañana. — subí al coche y me besó. — ¿Vamos al café o prefieres contarme ahora?

—Vayamos al café. — le respondí. Alargar el hecho de tener que contarle todo a Edward, no me serviría de mucho pero bueno… Si él confiaba en mí, me apoyaría. Esa era la realidad y sería una prueba para ambos.

Pidió café dulce para cada uno de nosotros y un pastel de vainilla delicioso.

—Estoy muy ansioso. Antes que nada, ¿será jefe o jefa? — me preguntó divertido y reí nerviosa.

—Jefe...

—Bien, ¿lo tienes?

—Sí, tengo el puesto.

— ¡Esa es mi chica! — se puso de pie y me abrazó. — ¿No estás contenta? — volvió a sentarse y me miró incrédulo.

—Sí, estoy muy contenta. Es sólo que...

— ¿Qué sucede preciosa?

—Tú entiendes que mi trabajo consiste en viajar y estar días fuera del país, ¿verdad?

—Sí, Bella.

—Puedo llegar a estar fuera un mes. — susurré y alzó su ceja.

—Eso es... mucho tiempo.

—No viajaré sola... lo haré con John. Que además de ser mi jefe es fotógrafo, él me acompañará en cada uno de los viajes.

—Creí que lo harías sola...

—Yo también creí eso, pero no. Nos trasladaremos en su avión privado...

—Vaya, qué moderno. — apartó la mirada de mis ojos y toqué su mano.

—Lo que menos quiero es que esto interfiera en nuestra relación. Jamás, Edward, jamás pondré mis ojos en otra persona.

—Bella, lo sé, te conozco. — murmuró y recordé que sí había puesto mis ojos en Ryan, cretino.

—Si tú me dices ahora mismo que no quieres ese empleo para mí... haré lo que tú me digas y lo que prefieras para ambos. Sólo quiero que me lo digas. — le pedí.

—Bella, yo...

El futuro de mi carrera estaba en sus manos, y no sólo eso, mi vida también estaba en sus manos. La decisión no sólo era mía, sino de nosotros.


Este es el regreso de Edward y Bella. La continuación de una historia difícil para ambos.

Espero que les haya gustado. Y como siempre, tú opinión es importante para mí.

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Gracias por leerme.