Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, yo solo juego con ellos como mi cabeza me da a entender.
Capítulo beteado por Pulpi Mortensen, Beta EFF.
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Año Nuevo en el Empire State.
Algunas personas miran la Noche Vieja con nostalgia, regresan la vista atrás y se dan cuenta de las cosas que no hicieron o que pudieron hacer mejor. Yo sólo pienso «¿qué importa?». El pasado ya no vuelve, de nada nos sirve pensar "yo pude haber realizado esto", "ese era uno de mis propósitos". Al final, la vida es demasiado corta como para planearla, lo mejor que podemos hacer es dejarnos llevar por la corriente, permitir que el destino se escriba por sí solo.
¿Mi recomendación para la Noche Vieja? ¡Divertirse! Quienes vayan a estar presentes en Times Square y no tengan a nadie a quien besar, miren a sus costados y simplemente BESEN, no importa donde, con quien, lo importante es dejarse llevar. ¿Quién sabe? Quizás esa persona a la que besaron pueda ser el amor de sus vidas y ustedes no lo sepan. Actúen, porque el destino siempre nos tiene sorpresas preparadas.
27 de diciembre de 2011.
Isabella cerró la revista y la dejó sobre su mesa de café. Una nueva columna que resultó ser un completo éxito. La Salvación de C-I-T-Y, así la llamaba su jefa. Las columnas que la castaña escribía siempre resultaban ser el éxito de la revista, cada edición se vendía como pan caliente gracias a las palabras de Izzy, pero a ella no le gustaba pensar de esa manera de sí misma, sólo escribía sobre lo que le apasionaba o sobre alguna época del año, que tanta gente se identificara con sus columnas era solo un plus.
—¡A brindar! —grió Tanya, una de las tres mejores amigas de Isabella, saliendo de la cocina con una botella de vino y cuatro copas de vidrio.
—¿Y ahora por qué? —preguntó Bella socarrona.
—Por el exitazo que fue tu nueva columna.
—No, ya en serio. ¿Por qué? —inquirió Victoria.
—¡Osh! Ustedes siempre lo arruinan todo —gritó la rubia a lo que las otras tres amigas rieron.
—Sabes que te queremos, Tany —le dijo Bree.
Isabella, Tanya, Victoria y Bree se conocían desde niñas cuando jugaban a hacer pasteles de lodo en Central Park. Siempre estuvieron juntas, se apoyaban incondicionalmente y celebraban sus triunfos como si se tratara de un premio de Estado. Por eso, cada mes que salía una nueva columna de Isabella, salían a bailar y quizás coquetear con alguien.
Y esa noche no era la excepción. Las cuatro amigas se arreglaron en la habitación de Isabella, usaron pequeños vestidos que se ceñían a sus figuras y altos tacones que hacían ver sus piernas largas, casi kilométricas. Se maquillaban llevando la atención a sus ojos o sus labios, así se convertían en el éxito de la noche. Salieron del edificio de la Quinta Avenida y detuvieron a un taxi que pasaba por ahí, el cual las llevó al bar de moda del mes. Las chicas bajaron emocionadas del vehículo amarillo y atravesaron corriendo la calle hasta llegar a la puerta del club, ahí el cadenero las dejó pasar sin miramientos.
Un grupo de chicas jóvenes y guapas no debía esperar, ellas entraban sin obstáculos. El bar, de altos y coloridos techos con hielo seco volando por todo el lugar, era sólo una de las paradas obligatorias en esas fechas decembrinas. Faltando sólo 72 horas para Noche Vieja, no era de sorprender que el establecimiento estuviera lleno. El espíritu festivo no se iba después de Navidad, vivía hasta San Valentín de ser posible.
Las amigas encontraron rápidamente una mesa vacía y casi de inmediato ordenaron un Cosmo para cada una. Su mesa estaba en el centro, a la vista de todos, captando la atención de más de un hombre que se sintió atraído por la obvia belleza de las chicas.
Pero un hombre en especial no podía apartar sus ojos de Isabella. La encontró adorablemente hermosa con sus mejillas arreboladas por el calor que hacía dentro del bar, mientras ella reía con sus amigas. El hombre se descubría completamente hechizado por esa pequeña mujer pálida de cabello castaño y labios rellenos pintados de un vivido rojo.
—Creo que no son sólo las palabras de Isabella Swan lo que hechiza, también es ella misma. ¿Verdad, Edward? —murmuró Alec, su mejor amigo.
—¿Qué? —preguntó Edward.
—No me engañas, hermano. Te has perdido por ella.
—¿Quién es? Parece que la conoces muy bien.
—No tan bien como quisiera, pero sí. Es la columnista de la revista que nos está destronando.
Edward Cullen, el columnista de la revista de Deportes que vivía en una cansada competencia con C-I-T-Y. Ambas revistas pertenecían a la misma editorial, ambas ediciones eran las más exitosas lo que convertía a sus empleados en eternos rivales. Algunos pensaban que odiar a C-I-T-Y o a SPORT LIFE y a sus trabajadores era un requisito indispensable para conseguir el empleo en alguna de las dos revistas. Claro que no jugaba a su favor el que trabajaran mujeres u hombres en su totalidad, la atracción era inevitable.
—¿Ella es Izzy?
—Lo sé. No parece una bruja como tanto han dicho.
—La bruja en esa revista es Angela —masculló Riley.
—¡Salud por eso, hermano!
Edward esbozó una pequeña sonrisa mirando a sus amigos, sin embargo, no pudo evitar que sus ojos se dirigieran hacia Isabella quien ya le regresaba la mirada. La castaña le sonrió coqueta y bajó la mirada hacia su coctel pareciendo tímida de repente, Edward frunció el ceño, pero como si se tratara de un imán, se vio de pronto caminando hacia la mesa de Bella y sus amigas. No estaban lejos, pero el camino se le hizo largo al escritor y para cuando llegó, el aire le faltaba.
—Hola —saludó con voz firme detrás de Isabella. La chica lo miró—. ¿Quieres bailar?
—Seguro —respondió ella con una sonrisa. Se bajó del banco en el que estaba sentada y tomó la mano que Edward le tendía. Ambos caminaron a la pista. Edward la tomó de la cintura con ambas manos y Bella apoyó la suyas sobre los hombros de él.
—¿Cuál es tu nombre? —le preguntó él por sobre el sonido de la música mientras bailaban. Isabella lo miró con ironía.
—¿Por qué preguntas si ya lo sabes? —preguntó en respuesta. Desde que lo descubrió mirándola se dio cuenta de quién era y que él ya la había reconocido; por supuesto, no eran completos extraños, se veían diariamente en la entrada de la editorial, incluso, cuando Isabella era interna le tiró el café encima al entonces asistente del columnista en el elevador cuando la chica lidiaba con dos charolas con cuatro vasos cada una.
Pero Isabella no iba a festejar como iba a trabajar. Los minúsculos vestidos que colgaba en lo más escondido de su armario se empolvaban mientras las sobrias faldas a la rodilla, las camisas, blusas, pantalones y sacos salían a respirar aire fresco. Jamás se lo diría a nadie, pero en realidad, ella solo aceptaba esas salidas por sus amigas, siempre fue la chica antisocial que no salía por escribir o hablar con sus ciber amigos; por esa razón, ahora que parecía que tenía amigas de verdad, estaba decidida a no ser la aburrida Isabella de siempre. Salir, divertirse, ligarse a alguien y en el mero sentido de irresponsabilidad, acostarse con ese alguien.
Edward rio ante la respuesta.
—Entonces no tiene caso que te diga mi nombre.
—Soy la chica del café, ¿lo recuerdas?
El chico la miró con los ojos abiertos.
—¿Eres tú? ¡Vaya! Aún tengo la factura de la tintorería...
—Cuando quieras, guapo —respondió con tono seductor.
—Por ahora creo que sólo bailaremos. Parece que estoy fraternizando con el enemigo.
Isabella miró a todos lados encontrándose con las miradas especuladores de sus amigas y de los amigos de Edward.
—Cierto... Somos enemigos mortales. ¿Deberíamos blandir nuestras espadas?
—¿No llamaríamos la atención?
—¡No hablaba en serio, Edward! —exclamó.
—Ya lo sé, preciosa.
Bella lo miró aflojando su agarre en sus hombros.
—¿Te parece que lo soy? —le preguntó con voz tímida.
Edward no pudo evitar fruncir el ceño. Con su largo cabello castaño, sus mejillas sonrojadas, sus achocolatados ojos y esas infinitas piernas, Isabella no tenía nada que pedirle a las top models de Victoria's Secret. Lo que él no sabía es que Bella no era anti social por decisión propia, la verdad era que las circunstancias la obligaron prácticamente a esconderse de los demás. De pequeña no fue la octava maravilla, era flacucha, sin curvas, ni trasero, y de sus pechos no quería hablar; los hombres rehuían como si se tratara de una colmena de abejas, y las mujeres la hacían a un lado durante el almuerzo o la hora de Deportes. La chica, además, era muy descoordinada en su adolescencia. A veces sentía que una hormiga la agarraba de la punta del pie y la tiraba porque era la única explicación que se le ocurría a sus muy frecuentes tropiezos.
No. Isabella jamás se ha visto bonita, aun así se ponga encima todo el maquillaje del mundo y use los vestidos más provocativos, ella nunca se sentirá preciosa.
—Lo eres, y mucho —le dijo Edward. La canción que estaban bailando terminó, pero ellos no se movieron de la pista—. ¿Te gustaría buscar una mesa?
—Me encantaría. Pero no creo que a ellos les agrade mucho la idea.
—Isabella, todos en la editorial sabemos que la rivalidad entre C-I-T-Y y SPORT LIFE es una estupidez, y no necesito pasar esto para que nos diéramos cuenta.
—Tienes que aceptar que es divertido.
—Lo es —respondió él entre risas—. Entonces, ¿me acompañas?
—Por supuesto.
No tuvieron que mirar hacia sus anteriores mesas para darse cuenta que ambos grupos de amigos estaban realmente indignados. La rivalidad entre revistas era por algo y no iba a terminar jamás.
Encontraron una mesa en el rincón más apartado del bar, donde nadie los vería y podrían hablar con comodidad. Y lo hicieron. Hablaron de todo y nada a la vez. De sus gustos, sus hobbies, las mascotas que tuvieron de pequeños, sus infancias, sus salvajes días en la universidad y todas las veces que se metieron en problemas en la preparatoria. Descubrieron que tenían más cosas en común de las que pensaban y estaban decididos a pasar más tiempo juntos.
Sin avisar a sus amigos, ambos salieron del bar, se subieron al auto de él y se quedaron en silencio por unos minutos, mirando fijamente hacia el frente.
—¿Tu casa o la mía? —le preguntó Edward en un murmullo, y aun así, la chica dio un respingo por la sorpresa.
—Mi casa. Está más cerca —respondió. Edward asintió y encendió el auto. La tensión entre ellos ahora en verdad era palpable, como si en vez de estar en el auto estuvieran en el lobby de la editorial. Pronto llegaron al edificio de la Quinta Avenida, ambos bajaron del coche y se tomaron de la mano para entrar al edificio—. Piso seis —le dijo cuando subieron al elevador. Edward asintió y presionó el botón con el número seis.
El departamento de Isabella era el último del pasillo. Edward no se sorprendió en absoluto al ver la puerta blanca ornamentada que sobresalía del resto hechas de simple y predecible madera oscura. Bella se adelantó sacando las llaves de su bolso, el chico sonrió al ver su llavero: era un pequeño abanico de oro estilo vintage con listones de organza dorados. Isabella abrió la puerta y en ese mismo instante un pequeño perro blanco, negro y café de raza Beagle corrió hacia ella, se acuclilló y lo acarició con cariño.
—Vamos —lo animó ella mirándolo desde su posición, seguían fuera de la casa pues ella no podía moverse—. No muerde. Es el perrito más tierno de todo el mundo.
Edward sonrió y se acuclilló a lado de la castaña. El cachorro lo miró con ojos tiernos y de pronto Edward ya se encontraba con su mano sobre la pequeña cabecita del perro.
—¿Cómo se llama?
—Hunter —respondió—. Me lo regalaron mis padres en mi último cumpleaños. Es mi pequeño bebé.
—Te creo —le dijo. El pequeño Hunter se separó de los mimos de Edward y corrió hacia su plato de comida. Ambos jóvenes se levantaron, Isabella entró y miró interrogante a Edward.
—¿Quieres pasar?
—Claro —contestó con una sonrisa. Entró a la propiedad y miró alrededor. En realidad no supo por qué pero le encantó encontrar el departamento hecho un desorden y ver a Bella correr por toda la propiedad recogiendo las cosas.
—Disculpa el desorden —dijo—. Mis amigas estuvieron aquí y siempre destruyen todo a su paso —rió—. ¿Por qué no te sientas? ¿Quieres algo de tomar?
—Agua —respondió él mirando toda la sala mientras caminaba al sillón más grande. Bella lo miró con ironía—. ¿Qué?
—¿En serio quieres agua? Tomaste un Martini en el bar.
—Estoy en una casa desconocida, no estoy realmente seguro de que no seas una criminal.
—¿Y a mí que me asegura que no lo eres tú?
Edward sonrió ladino.
—Whiskey.
—Whiskey será.
—Pero déjame prepararlo yo —pidió—. Por favor. Algo me dice que lo más fuerte que has tomado es el Cosmo de hace rato.
—¡Hey! No me subestimes. Trabajé en un bar durante la universidad —explicó caminando a su pequeña cantina blanca.
—¿En serio?
Bella asintió tomando un vaso de Whiskey y un caballito de tequila.
—De alguna manera tenía que pagar todos mis gastos.
—¿Y tus padres?
—Me ayudaron un poco, al menos los primeros semestres, pero quería sentirme independiente y les pedí que no lo hicieran. Gracias a eso, ahora tienen otra casa en Toscana además de su residencia en Volterra y el pent-house en la Octava Avenida.
—¿Eres de aquí?
Ella asintió dándole el vaso de whiskey.
—Nacida y criada aquí. Pero amo Italia.
—Eso quiere decir que has viajado para allá.
Ambos se sentaron en el inmaculado sillón blanco más grande. Bella se quitó los zapatos y recogió sus piernas sentándose sobre ellas, Edward colocó su pierna izquierda sobre su rodilla derecha para estar más cómodo.
—Mi mamá es italiana y mi papá holandés. Prácticamente cada año durante mi infancia me pasaba viajando por toda Europa en estas fechas. Era divertido aunque cansado. No tienes idea de lo genial que se siente estar asentada en un solo lugar después de tantos años de viajar horas y horas.
—Te entiendo. Mi padre es inglés y siempre nos llevaba hacia allá en Navidad. Diez horas de viaje sin escalas. ¿Qué crees que hacía un mocoso de siete años en un avión durante diez horas?
—¿Ver caricaturas? ¿Golpear el asiento de adelante?
—¿Eso hacías tu?
Ella lanzó unas risitas tímidas sirviéndose más tequila.
—Fui la pesadilla de las aerolíneas. Mis padres estuvieron a punto de comprar un jet privado sólo para que yo no molestara a los pasajeros. Creo que esa fue una de las razones por las que se detuvieron los viajes.
Edward rió a carcajadas y Bella terminó siguiéndolo.
Ninguno de los dos se había sentido tan cómodo y en confianza con un desconocido como entre ellos. Las palabras fluían libremente en la conversación, en ningún momento se quedaron sin tema aunque si hubo silencios que les daban la oportunidad de pensar en lo que estaba pasando. Se estaban abriendo al otro, su archienemigo laboral, y no se sentían ni un poquito culpables o temerosos; a ambos les gustó esa sensación. Era algo fantástico hablar con alguien que no los juzgara o propusiera una visita a un bar para tomar hasta desfallecer y terminar con un desconocido y desconocida respectivamente en la cama.
—Esa es la primera solución que encuentran mis amigos —se quejó Edward acariciando a Hunter quien había terminado dormido en su regazo... Por alguna razón que desconoce—. No importa que pase, lo único que hacemos es tomar el auto y manejar a un bar.
—Me pasa lo mismo —le dijo ella—. Cada mes, después de leer mi columna en la revista, mis amigas y yo salimos a un bar "para celebrar" y, obviamente, terminar con alguien en la cama. No es algo que me satisfaga, a mí me gusta quedarme en mi casa a leer, escribir, ver televisión; ellas dicen que así no vale la pena vivir y yo pienso que me importa un carajo.
Edward la miró embelesado. Cada minuto que pasaba lo sorprendía aun más, nada que ella hacía era común y le gustaba encontrar eso en Nueva York, para variar, donde las mujeres eran tan parecidas que hasta parecían haber salido de la misma mano.
—Eres diferente, Bella.
—¿Diferente bueno o diferente malo?
—Diferente excelente. Quiero decir, no haces lo mismo que las demás, y eso es algo asombroso.
—Igual tú, Edward —le dijo—. En la revista nos acostumbran a pensar lo peor de todos ustedes pero ahora que te conozco bien, me doy cuenta que entre nosotros sólo alimentamos más y más la rivalidad. Aunque no hay punto de comparación. Tu revista es dirigida a los hombres y la mía a las mujeres, sigo sin entender por qué tanto odio.
—Yo siempre he pensado que es como en el preescolar. ¿Recuerdas cuando nos separábamos por niños y niñas por que el otro "era asqueroso"?
—O quizás simplemente se trata de Aro que quiere un poco de drama en su edificio para que las horas de trabajo sean más interesantes.
—Estoy de acuerdo con esa idea. Aro utilizándonos para no caer en la monotonía.
—¡Por Aro y sus planes maquiavélicos! —exclamó Isabella alzando su caballito de tequila.
—Por Aro —le siguió Edward chocando su vaso de whiskey con el caballito. En ese preciso momento algo sorprendió al pequeño Hunter quien se alzó repentinamente y olfateó antes de bajarse del regazo de Edward con brusquedad, desestabilizándolo y haciendo que tirara el vaso sobre el sillón blanco y que todo el líquido dorado se esparciera por la inmaculada tela—. Diablos —murmuró él mientras Isabella corría a la cocina por un trapo para limpiar.
—No te preocupes —le dijo ella regresando con una pequeña toalla rosa—. Esto pasa todo el tiempo —explicó palpando el sillón con la toallita—. Una vez me tiró una copa de vino; por fortuna ya no era mucho así que apenas si manchó el sillón. Te aseguro que el que lava los sillones será el más afortunado.
—Deja que te ayude.
—¿Puedes llevar todo eso a la cocina? Odio verlo aquí.
—Por supuesto.
Edward tomó los dos vasos y se preparó para llevarlos hacia la cocina, pero al momento de alzarse, chocó contra Isabella quien ya había secado casi por completo su ya no completamente blanco sillón. Bella se desestabilizó un poco pero Edward la sostuvo de la cintura y evitó que se cayera. Se miraron a los ojos respirando frenéticamente por la rapidez del movimiento.
—Tienes unos ojos preciosos —le dijo Bella—. Como diamantes.
—Y los tuyos son los más hermosos que he visto.
No lo pudieron evitar, simplemente sus labios se impactaron compartiendo un beso lleno de deseo, pasión y algo más que no pudieron identificar. Edward soltó los vasos al mismo tiempo que Bella lo hacía con la toalla; él la tomo del trasero y la hizo subir sus piernas para enredarlas en la cintura de él, ella se apoyó en los hombros de él mientras cumplía con la silenciosa petición. Edward comenzó a caminar para salir de la sala, Bella le indicó a dónde ir mientras él besaba su níveo cuello.
La puerta no estaba cerrada, sólo entreabierta. De una patada ligera, la pieza de madera se abrió revelando una habitación muy bonita, pero él no tuvo tiempo de mirarla porque su vista fue directo a la cama de mantas rosas. Dejó a Isabella ahí. La chica respiraba con dificultad mirándolo desparramada en la cama con su largo y precioso cabello castaño esparcido a su alrededor; Edward se maravilló por esa vista, las mejillas de Bella estaban de un vívido rojo carmesí, sus ojos tenían un brillo pícaro en ellos y su pecho subía y bajaba haciendo ver a sus senos muy sugerentes. Él se inclinó sobre ella y la volvió a besar, esta vez con más calma. Rodaron en la cama quedando ella sentada a horcajadas sobre él.
Sus manos fueron al cierre de su vestido, el cual comenzó a bajar con lentitud dándole todo un espectáculo a Edward.
—Déjame hacerlo yo —le pidió tomando el ruedo del vestido. Isabella alzó los brazos y dejó que Edward le sacara el vestido de lentejuelas por la cabeza, descubriendo un cuerpo aún en brassiere y ligeros negros—. Dios. Eres demasiado hermosa.
—¿Por qué tienes que estar tan vestido? —renegó ella como niña chiquita—. Es completamente injusto.
—Creo que puedes arreglarlo, cariño.
—Por supuesto que puedo —respondió con voz seductora. Y mientras le quitaba la camisa, le besó los pectorales velludos que la estaban poniendo a mil. Edward le acarició la espalda y la cintura acercándose peligrosamente al seguro del brassiere. Rodaron de nuevo en la cama, Isabella cayó en las almohadas riendo sonoramente.
—¿Ya te dije que tu risa es maravillosa?
—No —contestó ella con una sonrisa.
—Pues lo es. Es el sonido más maravilloso que he escuchado.
La sonrisa de Isabella se hizo aun más grande. Tomó a Edward de la nuca y lo atrajo hacia ella para besarlo. Sus lenguas se enredaron, haciéndose un lio dentro de sus bocas, ella llevó sus manos a su espalda para zafar el seguro de su brassiere que liberó sus encarcelados pechos; Edward sintió el movimiento y sin dudarlo llevó su boca a ese lugar que envió espasmos de placer a todo el cuerpo de la chica.
—Edward —jadeó Isabella con los ojos cerrados y arqueándose para sentir más el toque del cobrizo—. Oh, por Dios —murmuró cuando él apresó uno de sus rozados pezones con sus dientes.
—Eres absolutamente perfecta, Bella —le dijo Edward entre besos.
—Si me... —jadeó— Si me lo sigues diciendo... Te voy a creer.
—Pues hazlo —le pidió—. Hazlo, por favor.
Los besos se volvieron más fogosos y las caricias más atrevidas. Ambos se besaron y acariciaron con ternura pero con premura al mismo tiempo. Las ropas restantes desaparecieron en un santiamén y Edward rápidamente entró en Isabella robándole un jadeo a la castaña.
—Oh sí... —jadeó ella girando sus caderas. Sus piernas se enredaron en las caderas de él haciendo que entrara aún más profundamente provocando un gemido bastante sexual en Edward.
—Dios, nena. Eres perfecta —le dijo tocando su clítoris con la punta de su miembro. Isabella jadeó empuñando las colchas en sus manos.
—Bésame —le pidió. Edward no lo dudó y se inclinó a besar los ya rojos e hinchados labios de Isabella. La chica comenzó a sentir un cosquilleo diferente y supo que su orgasmo ya estaba cerca, Edward lo percibió también, apresuró sus movimientos acariciándole los pechos a la chica y tomándola del trasero empujándola contra él—. Ya...
—Lo sé —respondió Edward. Con algunas embestidas más, las paredes de Isabella se cerraban en torno a Edward—. Vamos, mi preciosa Bella, hazlo —murmuró en el oído de la chica. En ese instante, Bella sintió como poco a poco se despegaba del mundo terrenal y volaba por las nubes en el orgasmo más fuerte y largo que había tenido en su vida.
—¡OH, DIO MIO! —gritó Isabella en su fluido italiano—. ¡Ahhhh!
Edward entró y salió del interior de Isabella alargando el orgasmo de ella hasta que llegó el suyo. Él regreso cayendo sobre la cama y llevándose a Bella con él.
Les tomó cerca de media hora recuperarse y mientras eso pasaba, Edward acariciaba la espalda desnuda de Isabella y ella el pecho de él; se dieron pequeños besos que los convenció que ellos no podían ser sólo amigos, no después de lo que acababa de pasar. Ninguno era de los que solía tener sexo de solo una noche. Sí, lo habían hecho en un par de ocasiones, pocas para su fortuna, y estaban convencidos que eso no era lo que querían. Además, se encantaban.
—Tengo que aclararte que no vine a tu casa para esto.
—Y yo no te traje a mi casa para que hiciéramos esto.
—Eso es genial.
Lo hicieron unas veces más durante la noche y todas ellas definitivamente fueron maravillosas. No fue sexo, de eso estaban seguros. Al final, se quedaron dormidos abrazados, Isabella apoyaba su espalda en el pecho de él y Edward la abrazaba por la cintura con su aliento dando de lleno a la nuca de ella.
Unos pequeñitos lametazos en la nariz de Isabella la despertaron. Comenzó a lanzar unas risitas hasta que se percató que Edward aún seguía abrazándola.
—Hola, precioso —saludó a su cachorro. El pequeño Hunter ladró sobresaltando a Bella e incomodando a Edward—. No hagas ruido, bonito, dejemos dormir a Edward —le dijo acariciándole la cabeza. El perrito se dejó mimar por unos minutos hasta que se bajó de la cama y salió de la habitación. Bella sonrió y miró la hora. Se les hacía tarde para ir a la editorial, pero lo dejaría dormir más porque, bueno, era adorable; le besó la nariz y se separó lentamente de su abrazo. Caminó por toda la habitación poniéndose la lencería y cuando ya iba a su armario encontró la camisa de Edward; no lo dudó y se la colocó sobre el cuerpo sin abotonarla. Salió de la habitación y fue a la cocina para preparar el desayuno.
Edward se despertó al poco tiempo gracias también a Hunter, quien olisqueaba cerca de su rostro con su húmeda nariz. El cobrizo rió al ver al pequeño cachorro de Isabella y le acarició el lomo.
—Buenos días a ti también, amiguito —le dijo. Sabía que ya no iba a poder dormir más por lo que se levantó y buscó sus ropas por la habitación, sin encontrar, por supuesto, su camisa. Sonrió al imaginar quien la tenía y salió del cuarto con los pantalones desabotonados, se dejó guiar por el olor de café recién hecho y terminó en la cocina donde Isabella revoloteaba sacando y metiendo cosas en los anaqueles, tarareando según parecía. Se acercó a ella y la abrazó por la cintura sobresaltándola—. No sabía que cocinaras.
—¿No te lo dije? Soy mitad italiana, recuérdalo.
—No, no me lo dijiste. Pero hay tantas cosas que no hablamos.
—Aunque hicimos algunas otras —le dijo con voz seductora.
—Vaya que sí. —La giró y la miró de pies a cabeza. Se excitó cuando vio que la camisa estaba desabotonada dejándolo ver la pequeña lencería de encaje que usaba la chica—. Eso te queda condenadamente bien.
—¿Ah, sí? —le preguntó coqueta.
—Totalmente —murmuró inclinando su cabeza para besarla. Bella sonrió y apoyó sus manos en los hombros de él. Y lo que pasó después, los retrasó durante todo su día.
Hola de nuevo. Este es un two shot que escribí para el concurso de Año Nuevo del grupo Elite's Fanfiction. Espero que les guste :)