Hitsugi PDV

Creí estar en el cielo.

Creí con todas mis fuerzas haber muerto aquella gélida y fatídica noche, a merced del viento y del clima, creí haber sentido como mi alma se desprendía de mi cuerpo y abandonaba el mundo que nunca había llegado a conocer. Creí que aquel montón de escombros que nos escondían eran las nubes, y que aquella hermosa mujer era mi ángel de la guarda. Sin a penas entender nada, cuando abrí los ojos, sentí felicidad. Aún creyendo no pertenecer al mundo de los vivos, era feliz.

Un rato después de procesar con la mirada mi alrededor pude descubir mi anterior y gran equivocación, pues podía sentir con las manos, sentir el realmente cómodo calor que desprendía aquella mujer. No sabía cómo, pero la llama que era mi vida aún seguía encendida.

Miré a la bella mujer, queriendo aprendérmela de memoria.

Una de las cosas más llamativas que se podían percibir era su pelo, una corta melena rojiza y alborotada que brillaba con los destellos del sol que la golpeaba. También sus ojos, de color carmín, muy profundos, como el fuego; ellos mismos transmitían una especie de calor interior que hacía arder mis venas. Las facciones de su cara parecían esculpidas por los Dioses; tan perfectamente desaliñadas, siguiendo un modelo diseñado para dejaar en evidencia a todas las demás criaturas del planeta. Su piel tan agradable al tacto estaba escondida por una vieja camisa de manga larga algo estropeada, y sus manos, estaban cubiertas por unas vendas. Sólo sus dedos quedaban al descubierto, los cuales con ternura me acariciaban la espalda y el cabello.

Cuando me atreví a hablar, pude descubrir gracias a sus respuestas que en efecto, ella era mi salvadora, la que había mantenido mi llama avivada hasta el momento en el que me desperté.

Su dulce y sensual voz despertaba todos mis sentidos hasta entonces entumecidos.

Su nombre era Namatame Chitaru, y parecía darle al mundo ese toque que necesitaba. Parecía alegrar los grises cielos, y calmar los intensos climas, simplemente con esbozar una medio sonrisa.

La acababa de conocer, sólo sabía su nombre, pero ya me gustaba.

Estuvimos un rato considerablemente largo en la misma postura: ella sentada apoyada contra los escombros de la pared, y yo sobre ella, abrazada a su protrector y atractivo cuerpo.

"¿Cómo te encuentras, Kirigaya?"

Pronunció mi apellido con su tierna voz. Acto seguido, me derretí por dentro.

"Hmm... bien, creo... aunque llevo mucho tiempo sin comer ni beber nada..."

La verdad es que no quería darle más problemas de los que ya le había dado, al contrario, quería agradecerle de alguna manera haber sido tan sumamente amable conmigo. Me miró frunciendo el ceño al principio, y luego, sonrió.

"Entonces será mejor que vayamos a buscar algo con lo que llenar nuestros estómagos."

Seguidamente me agarró de la cintura para levantarme. Nunca lo hubiese admitido, pero deseé que sus manos siguiesen ancladas ahí por más tiempo. Buscando un hueco entre los restos del edificio, salió al exterior, y yo, la seguí.

Chitaru-san miró hacia atrás procurando no perderme de vista, se acercó y me cogió de la mano. Me agarró delicada pero firmemente, sin intención alguna de soltarme. Sus manos cálidas inundaban mi cuerpo con un estremecimiento desconocido para mí hasta el momento. La miré a los ojos, y sonreí.

"Si nunca antes has estado aquí, ¿eso quiere decir que nunca has cazado?"

"...¿cazar?" Con una expresión muy confusa intenté hacerme una idea de como debía de haber vivido hasta entonces Chitaru-san, ella sola, sin ninguna compañía. No iba a permitir que se quedase sola nunca más.

"Sí, cazar, para comer. ¿Cómo se supone que te alimentas tú?"

"Yo... pues... en el comedor de nuestra academia nos suelen dar comida ya preparada."

Me miró con los ojos posados justo encima de los míos, parecía no haber entendido ni una sola palabra de lo que le acababa de decir.

"Pues aquí para comer, hay que ganárselo. Sólo tenemos que buscar algún animal o si tenemos suerte, un árbol frutero."

Todo lo que salía de sus labios sonaba interesante, todo, absolutamente todo. Tras eso, nos pasamos algo así como una hora caminando en busca de alguna señal de vida animal. Durante ese transcurso de tiempo, hablamos. Conversamos sobre las similtudes de nuestros dos mundos, ambos tan distintos, tan especiales, tan cerca y a la vez, tan lejos. Hablamos de como eran nuestros día a día, y de cómo eran las noches en la cúpula. Ella me contó lo hermosas y mágicas que eran en el exterior, o al menos, cuando no estabas a punto de morirte de hipotermia, claro. Me prometió enseñármela ese mismo día, al oscurecer. Seguimos conversando por un rato, hasta que Chitaru-san distinguió un pequeño bosque en la lejanía. Me cogió fuertemente de la mano y empezó a correr en esa misma dirección, riendo, desprendiendo alegría y esperanza por donde pisaba.

Cuando llegamos a su vera, paramos para retomar el aliento y observarlo con deseo y respeto. Los árboles, de alguna manera misteriosa, eran enormes y todos con un follaje muy abundante. Al adentrarnos en él, parecíamos haber interceptado en otra dimensión completamente diferente.

Chitaru-san se apoyó sobre la punta de sus pies, y gracias a su gran altura, pudo coger un par de manzanas. Una para ella, y otra para mí. Tenían un color verde potente al que era difícil resistirse, así que sin distraerme más, le dí un mordisco. Estaba realmente deliciosa, mucho mejor que ninguna de las que había probado antes en lo que llamaba mi "hogar".

"¡Están muy sabrosas, Chitaru-san!"

Me miró con una enorme y preciosa sonrisa en su rostro, al tiempo que masticaba un mordisco que le había dado a su manzana. Comimos de aquel árbol hasta quedarnos llenas, y luego, a fuerza de caminar por el bosque, encontramos un muy pequeño pero agradecido lago. Estaba escondido entre los grandes abetos que crecían en esa zona, y el sol, en casi todo su esplendor, realzaba la claridad de sus aguas.

Chitaru-san observaba el agua como si nunca antes la hubiese visto, como si fuese un regalo, como si en ello le fuese la vida. La verdad es que vivir en ese mundo parecía muy complicado, y sin su ayuda, yo no hubiese durado más de una noche. No sabía su edad, pero calculé que llevaba soportando todas esas dificultades sobre unos veinte años.

Cabe decir que su cara, sus ropas y la poca piel que mostraba no estaban muy higiénicos debido a...bueno, debido a todo en realidad.

"Chitaru-san, ¿por qué no te pegas un baño?"

"...¿un... qué?"

Qué estúpida pregunta... si ni si quiera a vivido nunca bajo un techo ni sabe lo que es cocinar, ¿cómo va a saber lo que es un baño? Me ruboricé levemente al pensar en unas imágenes que atravesaron mi mente de una manera fugaz.

"Bueno... estás un poco sucia, lo mejor debería ser limpiar esa ropa aprovechando este maravilloso lago... ¿no crees?"

Me miró fijamente y pude notar como sus mejilla se tornaban de un suave rojo similar al de su cabello.

"Probablmente estemos solas sobre la faz del mundo exterior, nadie más nos va a ver ni juzgar... no creo que importe muc-"

"¡Yo sí te voy a ver! Y no puedo permitir que andes por el mundo con esas pintas, ¡ven aquí!"

Sus mejillas se ruborizaron mucho más, y con la cabeza gacha, se acercó a mí. No estaba muy segura de qué hacer, pero opté por pedirle que se quitara la ropa para lavársela a mano aunque sólo fuese con el agua del lago. Durante unos breves instantes pensé en lo descabellada y estúpida que era aquella idea, a penas nos conocíamos, pero sentía una muy fuerte conexión hacia ella, que lograba que me olvidase de todo, dejando en mi mente únicamente su nombre.

Se quitó la vieja camisa, e intenté mirar a otro lado. Bien, lo admito, tuve que mirar. Luego se quitó los pantalones, me los dio, y se quedó totalmente desnuda.

El más que agradable calor del sol producía una estancia muy cómoda incluso sin ropa alguna, hasta el agua estaba templada. Las curvas perfectas de su cuerpo reflejaban un tipo de sentimiento extraño que nunca antes había sentido. Levanté la vista para ver sus mejillas ruborizadas estudiar su propio cuerpo.

Estábamos solas, nada podía salir mal. Porque ella estaba conmigo, y eso me daba seguridad.

Rápidamente empapé sus prendas en el agua y las froté eliminando las manchas, luego, las colgué de las ramas del abeto más cercano para que secaran. Me acerqué a ella, y con suavidad, la cogí del antebrazo, indicándole que se metiese en la orilla del lago.

Me metí con ella, para ayudar a dejarla bien limpia y radiante, como debía estar, a corde con su hermosa sonrisa y su sedosa melena. Ver su cuerpo desnudo y húmedo me causaba una sensación extraña, pero que no me disgustaba en absoluto. Decidí ser justa con ella, aunque sólo fuese un poco.

"Tu frotas por el frente para quitar toda la suciedad, yo froto por detrás, por dónde tu no alcanzas a ver, ¿vale?" añadí una más que dulce sonrisa a mis palabras. Ella me miró aún ruborizada, y asintió.

Lavé su espalda, frotando fuertemente y apreciando (y deseando) aquellos músuclos tan desarrollados que tenía en ella. También su cintura, y sus piernas. Cuando ambas acabamos, le pedí que diese una vuelta sobre sí misma, y como era de esperar, estaba todavía más preciosa que antes; algo complicado, pero cierto.

Me giré para ir a buscar su ropa cuando ella me agarró del brazo, impidiendo mi ida.

"Em... muchas gracias, Kirigaya." y luego, me regaló una grata sonrisa.

Ver su rostro mojado junto con aquellos gestos tan dulces y tiernos hacía que mi corazón latiese a mil por hora.

"De nada, Chitaru-san." respondí, con otra sonrisa.

"Ah, por cierto, tienes una mancha aquí..."

"¿Dón-"

No fui capaz de terminar la pregunta, ya que antes de eso, Chitaru-san se había avalanzado sobre mí undiéndonos a ambas en la poca profundidad del lago. Bajo aquel agua cristalina, se podía ver el sol, tan lejano, y aportando tanto de todas formas.

Fue fugaz, pero pude sentir como me dio un beso en la mejilla.

Al incorporarnos nuevamente, me reí, y sonreí, salí corriendo divertida a por su ropa, incapaz de esconder mi exagerada euforia. Se la cedí, y tras ponérsela, nos recostamos bajo la sombra de uno de los tantos abetos.

Estuvimos conversando durante horas en nuestro pequeño paraíso, horas en las que no pude quitar la tonta sonrisa de mi cara. Sin darnos cuenta, la noche llegó, y cubrió el cielo de oscuridad. Pero era una oscuridad distinta, era brillante, y no había ninguna nube, a diferencia de la anterior fatídica noche.

"¿No nos moriremos si nos quedamos aquí a fuera...?"

"Hoy no es una noche gélida; esta vez es veraniega, y además, los árboles cortan el poco aire que debe haber."

Los insospechados contrastes que causaron los centenares de guerras en el medioambiente eran tan ilógicos como certeros.

"Mira, Kirigaya, mira al cielo."

Levanté la vista apoyando parte de mi cuerpo sobre el suyo, y me quedé realmente fascinada.

Miles de estrellas brillantes acompañaban a la Luna, y no sólo ellas, también planetas de distinos tamaños y colores, todo ello en un cielo amoratado que además de reflejarse en el lago, daba un ambiente acogedor, cómodo y romántico. Estuvimos mucho tiempo apreciando el mágico cielo nocturno, hasta que, quizás por casualidad, o quizás por el destino, una estrella fugaz surcó el paisaje.

"Creo que tienes que pedir un deseo..."

La miré a los ojos por lo que acababa de decir, y ella me sonrió, como solía hacer. Suave y tiernamente acaricié su cuello y su cara, girándola hacia mi, y depositando sobre su piel con olor a rosas silvestres unos pocos besos. M volví a recostar sobre ella, y no tardamos mucho en quedarnos dormidas.


Deseo que al igual que nos encontramos, nunca nos separemos. Que las fuerzas del cielo y de los océanos que aún desconozco nos unan, y que en nuestra historia, nunca se escriba un final.


¿Qué clase de sentimientos experimenta Hitsugi? ¿Se hará realidad su deseo?

¡Como siempre muchísimas gracias por vuestros comentarios, son tan maravillosos como vosotros! Espero reviews nuevos con vuestras opiniones, dudas y sugerencias, ¡y mil gracias de nuevo! ¡Hasta el próximo capítulo!