Tres por uno

Por: Wendy Grandchester

Capítulo 21


Ese mismo día, Candy tomó un vuelo de regreso a Nueva York. Regresaba con las manos tan vacías como cuando se fue. Llevaba el alma rota, sin duda, ese sería el invierno más cruel para ella, para su triste corazón. Llevaba en su ser algo de contento, lo había visto, lo tuvo de frente, aunque haya sido en esas circunstancias, tuvo la dicha de verlo y ese ligero beso que le dejó aún le quemaba los labios. Se prometió no llorar más, debía dejar el agua correr. Tenía que ser fuerte por sus hijos, sobre todo por la pequeña que crecía en su interior.

—¿Quién es? ¿Quién está ahí?

—Tranquila, Annie, soy yo.— Entró Candy al apartamento, ya muy entrada la noche.

—¿Candy? Pero...

—No me preguntes, Annie, no me hagas preguntas.— Besó la mejilla de su hermana y cargó a la pequeña que estaba muy despierta a esas horas.

—Bien, no haré preguntas...

—¿Me extrañaste, hermosa? ¿Me estabas esperando?— Candice le devolvió una sonrisa desdentada y amplia, la más pura que Candy había recibido en mucho tiempo.

—¿Los niños están bien?

—Sí... Taylor ha preguntado por ti todo el día, al parecer, le ha afectado tu ausencia, mucho más que su orgullo.

—Me pregunto si... si algún día podré recuperar...— Luchó por no llorar hasta conseguirlo.

—Asumo que sí, tarde o temprano tendrán que aceptarlo y según crezcan, comprenderán lo imperfectos que somos los humanos y todos los errores que nos toca cometer.

—¿Fueron a su terapia hoy?

—Sí... la psicóloga dijo que Camila se muestra mucho más flexible ante las situaciones, pero que eso también puede afectarla, dijo algo así como que... contiene muchas veces lo que de verdad siente y que en algún momento podría explotar y perder el control... y de Taylor... pues él es más abierto a expresar lo que siente, de hecho actúa guiado por lo que siente al momento y... está lleno de ira y resentimiento, dice que se aferra a las personas, es hipersensible y no tolera muy bien los cambios drásticos...

—Y todo es mi culpa.

—Candy...

—De ahora en adelante, sólo seré su madre, me dedicaré sólo a ellos.— Le entregó la niña a Annie y se dirigió a su habitación, pero antes, entró al cuarto de su hija.

Encontró a Camila en un sueño profundo, abrazaba un oso gigante que Terry le había regalado en su último cumpleaños. Candy se sentó a su lado un momento y le acarició el pelo con ternura.

—Me pregunto si tu hermana será tan hermosa como tú... ¿crees que tenga este terrible pelo de nosotras? Tal vez herede el pelo suave de Terry...

Salió de la habitación de su hija y fue hacia la de Taylor. Se había quedado dormido con el televisor prendido, a mitad de un juego en su Xbox.

—Ojalá pudieras perdonarme algún día, mi amor. No soy perfecta, pero te amo con locura.— Le besó la frente y el niño hizo un gesto con la cara, pero no se despertó.

...

Una semana después

—¡Eliza!

—¡Candy! Estás... ¡wow!

—Sí, lo sé... a penas camino.

—¿No serán gemelos otra vez?

—No, tonta. Es una niña. Ven, siéntate. ¿Se te antoja algo?

—Se me antoja todo, el vuelo desde Los Ángeles fue tedioso.

Candy estaba feliz de ver a su amiga, se había casado hacía un año y se mudó a California, a penas se veían. Sirvió un pedazo de tarta de manzana para ambas y jugo.

—¿Cómo te va todo?—Eliza se entristeció un momento.

—Bien... más o menos.

—¿Más o menos?— Candy enarcó una ceja.

—Es que... no sé por qué no logro embarazarme...

—Oh... bueno, pero no te desesperes, aún tienen mucho tiempo para...

—No lo entiendo...

—¿Han visto a un especialista?

—Sí...

—¿Y?

—Dice que no tenemos ningún problema, que simplemente no se ha dado...

—Ves, no tienes de qué preocuparte entonces. Tarde o tempranos te unirás al club.

—Sí, supongo... ¿y tú cómo estás?

—Bien, no me quejo...

—Candy...— Eliza torció los labios para indicarle que no la engañaba para nada.

—Lo intento. Tengo que estar bien por los niños.

—Pero... ¿Terry qué dice? ¿No se quiere hacer cargo de su hija?

—Por supuesto que sí, Terry es un hombre íntegro y responsable, es de mí de quien no quiere saber.

—Está despechado. Además... recién se enteró... pero lo raro es que... te dejó ir así... tan fácil...

—No exactamente.

—Explícate.

—Quería que nos casáramos a toda costa, por la niña.

—¡Vaya! ¿Y qué le contestaste?

—Que no.

—Candy...

—Eliza, quería casarse por la niña, no por nosotros o porque me ama.

—De plano... ¿ya no te ama?— Eliza puso los ojos en blanco, como incrédula.

—No. De hecho, ya comenzó una relación.

—¿Cómo?

—Era de esperarse... ¿qué mujer en su sano juicio lo pasaría por alto?

—Bueno, sí... pero, ¿cómo sabes que no te ama?

—No me dijo en ningún momento que me amaba, cuando me habló de casarnos, dejó claro que sólo lo hacía por la bebé y además, ya estaba con otra mujer...

—¿No te lo dijo? ¡Ja! ¿Y quién quita que lo que está es de orgulloso y que la mujercita esa no sea más que... su desquite, por despecho?

—No lo creo...

—Candy... ustedes tenían dos años juntos, ese hombre estaba loco por ti, ¿crees que te ha olvidado en unos meses?

—Ya ves que sí. Encontró un reemplazo rápido.

—Candy... Terry es un hombre, apasionado, guapo, demasiado para tu desgracia, está herido, sólo está apagando la calentura con esa fulana porque no te puede tener a ti.

—¿No me puede tener? ¿A caso no fui hasta Londres a suplicarle que me perdone?

—Bueno... digamos que es testarudo. Tal vez no te quiere a medias. Él quiere casarse, quiere una vida de familia, hijos, compromiso y si tú no le vas a dar todo eso, prefiere no tenerte, es un hombre que todo lo blanco o negro.

—¿Y yo debo esperarlo hasta que se canse?

—No... bueno... Candy, me tengo que ir, tengo que visitar a mamá y hacer varias paradas...

—Está bien, ve tranquila.

Candy volvió a sus labores, tratando de mantener una sonrisa radiante para sus fieles clientes. No quería que el mundo supiera que su vida se estaba cayendo a pedazos. Trabajó y trabajó para no pensar en las tristezas.

—Buenas tardes, Candy.

—Buenas, Stear.— Saludó ella, pero ni siquiera alzó la vista para mirarlo, siguió acomodando unos dulces en la vitrina.

—¿Qué se te ofre...?— El enorme arreglo floral la dejó sin palabras.

—Sólo vine a vistarte un momento y a... a traerte estas flores...

—Stear... no puedo aceptarlas...

—¿Por qué no, Candy?— Ella dio un largo suspiro.

—Ven aquí. A mi oficina.

Lo arrastró hasta allí y su semblante era de pocos amigos.

—Stear, sé muy bien lo que estás haciendo y no va a funcionar.

—Candy...

—No estoy disponible, Stear, no quiero que me regales flores, ni que me invites a salir, no quiero que tengas esas atenciones.

—Pero Candy, yo sólo...

—Estoy embarazada, soy una madre soltera y de por sí ya la gente ha hablado bastante, no quiero dar pie a más especulaciones, no quiero que mis hijos sigan pasando vergüenza, así que por favor, ya no insistas...— Stear asintió y se marchó, dejando las flores sobre el escritorio de Candy.

No fue un día fácil, Candy ya estaba cerca de su séptimo mes, estaba totalmente agotada. Sus pies estaban hinchados, se sentía explotada. Todo lo que quería era llegar a su casa, darse un buen baño y dormir, si era que podía.

—Ya llegué.— Se anunció, pero no hubo respuesta. Todo estaba a oscuras. Encendió la luz y se topó con regalos por todas partes. Regalos para bebés, ropita, juguetes, peluches, canastas y toda clase de cosas.

—¿Annie?— Se imaginó que Eliza y Annie habían intentado sorprenderla con un baby shower sorpresa.

Siguió recorriendo el resto del apartamento, habían más regalos, todos preciosos, todos de niña.

—¿Niños?— Nadie respondía. Ella levantó del sofá del salón un vestidito precioso, de hilo, acarició el lazo a juego y unos guantecitos, se quedó contemplando las zapatillitas también tejidas.

—¿Te gusta?

Casi se desmaya cuando escuchó su voz, se volteó y ahí estaba él. Hasta el corazón se le detuvo.

—Terry...— Sus ojos se abrieron y ella se acercó a tocarlo. Con desesperación, tenía miedo que fuera otro juego de su mente, de su desesperación tan grande porque regresara.

—¡Candy! ¿Se te hará costumbre desmayarte ahora?

—Terry... ¿estás aquí de verdad?

—Claro que estoy aquí.

—No sé... no creo estar despierta... no sé si de verdad te estoy escuchando o ya me volví loca...— dijo llorando.

—Estoy aquí, Candy.

No resistió las ganas enorme de estrecharla en sus brazos y besarla. La besó con cada gramo de su ausencia en todos esos meses, palpando su rostro, besándola por todas partes.

—Candy... te amo. Te necesito.

—Yo también te amo. Te extrañé tanto... y... espera. ¿Qué hay con la mujercita esa?— Se despegó de él abruptamente.

—Emma... eso se acabó, Candy. No era nada serio. Fue sólo...

—¿Me lo juras? ¿No la tendrás escondida por ahí y...?— Terry se tuvo que echar a reir.

—No, Candy. Vine por ti, por... por las dos... bueno, por todos...

—¿Es en serio? ¿Estoy perdonada? ¿No me estarás convenciendo para...?

—¡Candy!

—Lo siento.— Volvió a iniciar el beso que se había quedado a medias.

—Perdóname por dejarte sola, por no haber estado ahí... me he perdido de mucho...— Se arodilló para besarle la panza, haciéndola llorar.

—No tengo nada que perdonarte. Yo fui la que te alejé de mí...

—Yo tenía que aceptarte como eras, aceptar todo lo que tú me dabas, que ha sido mucho más de lo que he tenido... lo que quiero es estar contigo, por siempre, quiero ser parte de tu vida, de tus hijos, quiero recuperar todo eso. Si no te quieres casar, no te obligaré, tenías razón, lo que teníamos era perfecto...

—Terry...

—No insistiré más con eso...

—Te equivocas.

—¿Eh?

—Sí me quiero casar.— Dijo con firmeza y él levantó la vista, luego se puso de pie.

—¿Lo dices de verdad?— Le tomó el rostro para que lo mirara a los ojos.

—Sí. Pero quiero una boda grande, linda. Quiero... quiero todo como debió haber sido, quiero desfilar con un traje de novia, quiero una boda de verdad... ¿entiendes?

—Entiendo. Será como tú digas... será entonces después que nazca la niña, ¿no?

—Sí. Te prometo que eligiré una fecha y planificaré todo, pero lo hago porque te amo, no porque vamos a tener un hijo.

Se volvieron a besar intensamente. Con tanta necesidad del otro, se palpaban con el miedo a que estuvieran viviendo un sueño.

—Te ves cansada... ¿qué le pasa a tus pies?

—Están hinchados, paso mucho tiempo de pie en la repostería y...

La cargó hasta la habitación que había sido de los dos.

—¿Quieres que te dé un masaje?— Le ofreció cuando le quitó los zapatos.

—Me encantaría, pero primero quisiera tomar un baño...

—Bien...

La desnudó poco a poco y ella vibró, hacía tiempo que no sentía sus manos, sus caricias.

—Te ves tan hermosa... mucho más de lo que imaginé.— Se quedó absorto, mirando su vientre, no pudiendo creer que ahí se encontraba su hija.

—¿En serio? ¿No crees que me veo gorda?

—Bueno... sí...

—¡Terry!

—Ya, Candy, te ves hermosa, te ves... ¿qué le pasa a tu barriga?

—Creo que ya va a nacer...

—¿En serio? ¿Ahora?— preguntó alarmado y ella soltó una carcajada.

—No, tonto. Es tu hija moviéndose.

—Ah...

—¿Quieres tocarla?

—Sí.— Apresurado puso sus manos en la barriga.

—¿La sientes?

—No se siente nada.

—¿Cómo que no?

—Espera... ahora sí. ¡Se está moviendo!— Se rió de un modo casi infantil.

La llevó al baño y él mismo la aseó.

—¡Oye! Eso no se vale.— Se quejó cuando le apretó las nalgas mientras la enjabonaba.

—¿Por qué no?

—Porque... no sé.— Se encogió de hombros.

—¿No sabes?— Le frotó los pechos bastante llenos debido al embarazo.

—¡Terry!

—Te amo.— Así enjabonada, la atrajo hacia él y le dio otro beso.

La sacó de la ducha y ella se abrigó bien, ese año el invierno no tenía piedad.

—Ahora, tu masaje, ¿tienes una crema?

—Sí... ahí sobre el buró...

Candy sintió la gloria cuando las fuertes manos de Terry masajeaban sus doloridos pies.

—¡Oh! Esto es divino. Yo que pensé que el sexo contigo era lo mejor.

—¿Disculpa?— Ella se echó a reir.

—Bueno... no sé qué se siente mejor... ¡oh! ¿Podrías hacer esto siempre?

...

Dos meses después

—¡Candy! Traté de llegar tan rápido como pude, pero...

—Shh... está dormida.— Candy le extendió a la bebé que tenía menos de una hora de haber nacido.

—Es... es preciosa.

—Se parece a ti. En todo.

—No... no creo, esa naricita respingona no es mía.

—Espera a que abra los ojos.

Ivy era bellísima, rubia, lacia y de ojos azules, se parecía a Terry, no había duda.

—¿Y tú cómo estás?

—Feliz.— En ese momento, Ivy comenzó a llorar, con exigencia, era hija de Terry.

—Toma... toma... ¿qué le pasa?— Vuelto un ocho, le estaba devolviendo la niña a Candy.

—Nada, es una tragona.

—Pues... aliméntala...

—¿Yo? Usted es el recién estrenado padre, hazlo tú.— Le pasó una de las botellitas de leche que proveía el hospital.

—Pero... no sé cómo...

—Siéntate aquí, acomódala bien y le pones su biberón en la boca, ¿ves?

La niña chupaba con tanta desesperación que Terry se quedaba perplejo. Abrió sus ojitos desorientados y Terry casi llora cuando esos zafiros se posaron fijamente en él.

—¡Oh Dios! Esto ha sido lo más hermoso que he visto en toda mi vida.— Llegó Eleanor con flores y globos, pero se quedó paralizada ante la hermosísima imagen de su hijo alimentando a su nieta.

—Ya terminó... ¿qué hago ahora?— Candy y Eleanor soltaron las risas.

—Ven. Yo te enseñaré a sacarle los gases...

...

Ocho meses después

Candy obtuvo finalmente la boda de sus sueños. Se realizó la ceremonia en una catedral preciosa. Todo se hizo con el tiempo suficiente para que quedara perfecta. Habían tantas flores preciosas adornando los bancos, el altar. Tenía una corte completa de damas, compuesta por Annie, Karen, y Patty, Eliza era la madrina y Albert el padrino, todas con vestidos color rojo vino. Sus hijas, Camila y Ivy estaban preciosas, también enfundadas en sus vestidos de gala. Terry estaba muerto de nervios junto a Albert.

—Lleva media hora atrazada.

—No te preocupes, hermano, las novias siempre se atrazan.

—Y si... ¿y si se arrepintió otra vez?

—No lo creo, Terry... ¿Escuchas esa música?

—Sí...

—Pues es la marcha nupcial y ahí, viene tu novia.— Terry volteó y lloró, lloró literalmente al ver a su preciosa novia, Candy desfilaba del brazo de su hijo, el único hombre que tenía el derecho y el honor de entregarla al hombre que amaba. Ella también caminaba luchando con las lágrimas.

—Amarte no sólo me compromete a casarme y honrarte por el resto de mis días, contigo, me he comprometido a amar todo lo que tú amas, lo que es tuyo. Hago este compromiso no sólo contigo, sino con tus hijos, nuestros hijos. Taylor, Camila, Ivy, delante de Dios, juro velar siempre por su bienestar y por el de su madre, ustedes siempre estarán primero en mi vida, después de Dios y los amaré incansablemente hasta que la muerte nos separe.

Los votos de Terry no sólo arrazaron con las lágrimas que Candy venía conteniendo, sino con la de todos los presentes, incluyendo los padres de Candy y amistades cercanas de la pareja.

—Te acepto como esposo, porque no hay en este mundo un hombre más digno de mi amor y mi devoción que tú, por haberme amado junto con todo lo que soy y lo que tengo, por ser un gran compañero, guardián y el mejor padre que pude encontrar para mis hijos, porque contigo he descubierto el amor más digno y puro y ante Dios juro amarte todos los días de mi vida, hasta que la muerte nos separe.

...

—Ya puedes abrir los ojos...— Le indicó Candy, mordiéndose los labios titubeante.

—Candy...

—Sé que en la noche de bodas se espera una lencería específica, pero yo quería demostrarte que ya no tengo complejos... que los he superado y por eso... quise mostrarme así...

Ella se mostró totalmente desnuda, sin ninguna lencería, sólo unos altos tacones de aguja, la melena suelta y un labial rojo intenso, Terry le había expresado alguna vez que tenía esa fantasía, pues ella se la estaba cumpliendo.

—Candy... me estoy volviendo loco...— Le confesó. Se quitó el traje en seguida y la atrajo hacia él, súper excitado, demasiado excitado.

—¿Te gustó?

—Como no tienes idea.

La envolvió con sus besos, besos fuertes, violentos, lujuriosos, de pie, la cargó, se la colgó a la cintura y ella, tan excitada como él, lo acorraló con sus piernas, sintiendo pronto que había entrado en su interior, jamás en la vida había disfrutado tanto de una penetración tan pronta, sin juegos de calentamiento de por medio. Era una mujer primitiva que disfrutaba de ser poseída por su hombre.

—¡Ahh!— No se estaba cohibiendo de gritar, de expresar lo que sentía. Le apretó el pelo a Terry, seguía gritando prendida de él, fue el orgasmo más rápido que había tenido en toda su vida.

—Te amo, Candy...

Él aún no terminaba, pero ella estaba tan debilitada con su reciente orgasmo que a penas podía sostenerse, él llevó a la cama, se arodilló entre sus piernas y se las subió hasta sus hombros. Ahí la siguió penetrando sin piedad, sin poderser saciar de ella y Candy no podía hacer otra cosa más que dejarse llevar, gemir como loca, como una mujer que disfrutaba plenamente de su sexualidad con el hombre que amaba.

No se cansaba de ella, acarició cada centímetro de su cuerpo perfecto, como antes, a penas quedaba el rastro de haber dado a luz, pero sus pechos se quedaron llenos, llenos y apetecibles a morir. Disfrutó de ellos, de su prominente trasero, esa mujer tenía los atributos suficientes para enloquecerlo.

—Terry, te amo...

—¿Me amas?

—Más que a mi vida.

—¿Tan poco?

—Bueno...

—¿Ahora me amas un poco más?— Hundió la boca en el paraíso que tenía entre las piernas, era demasiado, cuando el placer era tanto, podía volverse casi insoportable.

—Sí... sí te amo más, pero... ya terminé... no más... por favor...— Suplicó retorciénde aún de su segundo orgasmo.

...

Luego de tres días de exquisita luna de miel, regresaron al mundo real, un mundo que de hecho, ya extrañaban.

—Hola, princesa. ¿Me extrañaste?— Candy cargó a Ivy con muchas ganas, la niña sonrió, estaba alegre de ver a su mamá, la había añorado mucho.

—¿Para papá no hay nada?

—Pa-pa-pa...— Se impulsó hasta los brazos de Terry.

—Pero... ¿cómo es posible? Se ha negado a decir mamá y... ha dicho papá primero...

—¿Celos?— Se burló Terry.

—De hecho, sí. No es justo.

—Lo siento tanto... pero es lógico que me quiera más a mí, verdad, mi amor.— Ivy sonreía, ingratamente.

...

4 años después

—¿Cuándo fue que creció?— Con orgullo y añoranza, Terry vio a Camila bailar con el amor de su niñez, Archie Cornwell, bailaba un vals en sus dulces dieciseis.

—Recuerdo como si fuera ayer cuando... cuando andaba corriendo por ahí, así como Ivy...

—Mami, ¿cuándo podemos comer pastel?

—Eso es al final de la fiesta, cariño.— Ivy ya tenía cinco años, seguía igual de hermosa.

—Ivy, ven aquí...— La llamó Taylor a escondidas.

—¿Qué?— Murmuró la niña.

—Pastel...

—Mmm...— Con travesura, Ivy se comenzó a comer un pedazo del pastel de contrabando que su hermano había conseguido para ella.

—No le digas a mamá.

—Vale.— Dijo, pero salió corriendo con la boquita llena de nata hacia sus padres, delatándolo sin querer.

—Si algún día tenemos una hija, espero que la consientas igual.— Le dijo su novia, la hija mayor de Albert.

—Para eso falta mucho...

—Taylor...

—Dime...

—La casa está vacía.— Catherine se mordió el labio.

—Sí, porque tenemos fiesta... ¡Oh!— Sigilosos, con las hormonas revueltas, se escabulleron.

—Edward tiene talento.— Candy señaló a su hijo más pequeño, de dos años, bailando con Camila.

—Por supuesto, es mi hijo.— Le tocó poner los ojos en blanco otra vez, mientras que Terry sonreía con la misma burla.

La fiesta terminó y volvieron a casa. La vida parecía un sueño, un sueño hermoso, finalmente.

—Candy... ¿era esto lo que querías? ¿Eres feliz?

—Como nunca, Terry. Gracias por todo.

—Te amo.

FIN


Bueno, hasta aquí hemos llegado. Espero que les haya gustado, y no, no habrá epílogo, no le hace falta, pienso que fue un final bastante completo. Espero que la hayan disfrutado en todos sus matices.

Gracias por comentar: Veronica M, Dali, Diana, Josie, maripili, Odette. e. arriagada, Iris Adriana, lucy luz, luz rico, zucastillo, Dulce Lu, Guest, Mayuel, normangelica. zamoramartinez, skarllet northman, maria1972, Luisa, bettysuazo, NaThouDeLiDouX, AngieArdley, cerezza0977, corner, vero LizCarter, jhali baeza, Erika L, Maquig, norma Rodriguez, Mckf, Dylan Andry, Ana, Xiomy, Dali, Claus Mart, neoyorquina, amo a terry, lola231, gatita, Becky70, Maride de Grand, Zafiro Azul Cielo, arely andley, Dyta Dragon, Silvia E, elisablue85

En fin, gracias a todas, no porque les haya gustado o no, sino por el simple hecho de sacar el espacio en su preciado tiempo para leerme, pues me han dado algo que no van a recuperar, su valioso tiempo.

Nos vemos en la próxima historia

Wendy Grandcheter