Disclaimer: Ni Los Juegos del Hambre ni sus personajes me pertenecen, son propiedad de Suzanne Collins. Este fic participa en el foro El Diente de León en el reto Pidiendo teselas. Reto propuesto por JSLaws.


Secretos

Capítulo uno: Extraños

Abro los ojos sobresaltada al escuchar ruido de pasos. Me incorporo tan bruscamente que la manta color marrón con la que estaba cubriendo mi cuerpo cae al suelo, y se mezcla con la basura que yace allí. En otro momento me preocuparía porque el suelo de mi sala de estar comienza a parecerse al de la casa de Haymitch, pero me parece más importante descubrir quienes son mis visitantes.

Frente a mí se encuentra Sae la Grasienta, acompañada de su pequeña nieta. Las miro confundida, sinceramente pensé que ya no vendrían. Reconozco que no tuve mucho tacto al momento de decirles que su presencia no era bienvenida, aunque lo cierto es que ninguna presencia es bienvenida en mi casa ahora. Sin embargo la anciana y su pequeña nieta me ignoran olímpicamente y continúan su camino dejándome estancada en lo que alguna vez fue una hogareña y limpia sala de estar.

La mecedora cruje un poco cuando vuelvo a sentarme, se balancea ligeramente y al cabo de unos segundos vuelve a su posición habitual: quieta. Me cubro con la manta en un vano intento de calmar los escalofríos producto del final del invierno, dejando solamente mi cabeza destapada. Regreso la vista a la chimenea, donde el fuego se extinguió y ya solo quedan cenizas. El fuego solo deja cenizas, pienso amargada, es el único rastro de que alguna vez existió.

En este caso yo soy las cenizas. Alguna vez se dijo que fui el fuego que dio inicio a la revolución, que arrasó con todo Panem dejando a su paso desolación, destrucción. Ahora soy esto, una chica que ni siquiera siente fuerzas suficientes para levantarse, que come por inercia, que vive de recuerdos. Supongo que algún castigo tenía que tener toda la destrucción que causé. Morir hubiese sido una bendición, vivir y cargar con ello es mi purgatorio.

Me siento un poco culpable cuando Sae me toma de la mano y me guía hacia la mesa de la cocina, como si nada hubiese pasado. Una parte de mi quiere disculparse por haberla tratado mal, a ella y a su nieta, pero no encuentro la voz para hacerlo. Las lágrimas se agolpan en mis ojos, sin embargo no las dejo salir. Dejo que mi vista vague hasta la mesa, en donde me espera un estofado y un par de hogazas de pan. Mi mente inmediatamente vuela hacía él.

Lo primero que hago al sentarme es tomar el pan, aunque nada más hacerlo me doy cuenta que no es de él. No me pregunten cómo lo sé, pero lo sé. Lo regreso a la mesa sintiéndome un tanto decepcionada, y las lágrimas regresan a mis ojos. Dudo que sea capaz de comer con el nudo en la garganta que siento. Dejo de intentarlo cuando el tenedor se me cae por tercera vez de tanto que me tiemblan las manos.

Cuando me agacho para tomarlo, una mera excusa para limpiar las lágrimas que pugnan por salir de mis ojos, una mano pequeña se posa sobre la mía. Observo fijamente el contraste entre mi mano llena de parches de piel, uñas destrozadas y piel arrancada y la pequeña mano blanca que se apoya en el centro, extendiendo los dedos esperando poder cubrir toda la extensión.

Debo quedarme hipnotizada, maravillada por el pequeño contacto, porque es la voz de la nieta de Sae la que me devuelve a la realidad.

— Lo siento — Expresa con dificultad. — Se te ha caído.

No me pasa desapercibido el tono de alarma con que se expresa, seguramente temiendo alguna mala reacción de mi parte, algo similar a cuando las eché. Levanto la mirada y sin darme cuenta siquiera le regalo a la pequeña nieta de Sae la primera sonrisa desde que regresé al Doce.

Sonreír no es nada más complicado que levantar las comisuras de los labios hacia arriba, pero a mí siempre me ha resultado muy costoso. La vida no me ha dado demasiados motivos para hacerlo, usualmente la única que lo lograba era Prim.

La sonrisa se resquebraja apenas aparece y siento una punzada en medio del pecho. Por un segundo estaba viendo a mi pequeña hermana y todo parecía como antes, cuando ella me arrancaba sonrisas con la misma facilidad con la que yo cazaba.

— Muchas gracias por la comida. — Susurro y salgo corriendo de vuelta al refugio de mi mecedora. De lejos escucho a Sae regañando a su nieta por haberme asustado.

Cierro los ojos y es como si ella estuviera de nuevo en frente mío, sonriendo, irradiando calor en todo mi ser. No estoy segura de en qué punto logré dormirme, pero si sé que estoy teniendo el primer sueño sin pesadillas en mucho tiempo. La veo bailar en la pradera, moverse de un lado a otro con una sonrisa en el rostro, extendiendo su mano hacia mí. Intento tomarla, pero cada vez que lo hago ella suelta una risita y corre un poco más en la dirección contraria.

— ¡Prim! — La llamo entre risas melodiosas, unas que no reconozco en mi voz. — Espera por favor.

Ella no me escucha y sigue corriendo entre risas, con sus dos trenzas balanceándose de un lado a otro bajo el cielo azul. La observo con atención y veo como sigue formándose una colita de pato en su camisa, en el uniforme de los médicos del trece…

— ¡No! — El grito que escapa de mi boca es desgarrador, aunque no hace que ella se detenga. — ¡Prim no! ¡No!

Consigo abrir los ojos en el momento en que el fuego comienza a aparecer. Estoy sudando, jadeando en busca de aire y mis ojos se mueven de un lado al otro intentando reconocer la habitación. Busco con la mirada a Prim por todos lados hasta que consigo darme cuenta de que estoy en mi casa, en la Aldea de los vencedores, en el distrito doce. Y que Prim está muerta. Me encuentro sola.

.

Pasan varias semanas. Finalmente llega la primavera y trae consigo de regreso a Peeta. El shock inicial que tuve al verlo plantando prímulas finalmente se disipa y poco a poco empiezo a moverme, a recuperar los días que pasé sentada en mi mecedora.

El cambio es gradual. Salir de caza ya no es tan fácil como antes, así que al darme cuenta que no soy capaz de hacerlo decido empezar por cosas más pequeñas. Camino hasta la pradera, regreso. Camino hasta la alambrada, regreso. Entro en el bosque, regreso. Desde el primer día no he sido capaz de regresar a la roca donde Gale y yo solíamos reunirnos y sinceramente dudo que regrese algún día allí. Sin embargo sí me gustaría ir al lago.

No vuelvo a ver a Peeta desde las prímulas, pero mi inconsciente sabe que está aquí y se siente un poco más tranquilo por ello. El apetito regresa a mí cuando Sae viene a alimentarme y trae consigo algunos bollos de queso. Me doy cuenta que quiero verlo, saber cómo está. Intento preguntárselo vagamente a Sae primero, pero no da muchos resultados.

— Umm Sae… ¿Has visto a Peeta? — Ella me mira y al instante noto la sonrisa burlona que intenta ocultar.

— Claro que lo he visto. No somos muchos en el distrito y ahora volvemos a tener pan decente. — Resopla. — Quizás deberías ir a verlo niña, no vives tan lejos ¿sabes?

Asiento y bajo el rostro, avergonzada, de vuelta al pan de queso que sostengo entre mis manos. No vuelvo a tocar el tema en toda la comida, y afortunadamente Sae es lo suficientemente discreta para no hacerlo tampoco. De hecho no hablamos de nada, ni siquiera me atrevo a preguntarle dónde está su nieta; es raro no verlas juntas.

Al terminar me ofrezco a lavar los platos, agradeciéndole por haber venido nuevamente. Ella se queda detrás de mí hasta que termino la labor, quizás todavía temiendo que cometa alguna imprudencia, o que me desmaye, o algo. Casi me siento orgullosa cuando termino de hacerlo en tiempo récord.

— Creo que con eso terminan mis visitas niña. — Me anuncia. — Volveré a mi puesto en el Nuevo Quemador, puedes pasarte de vez en cuando. Si traes carne fresca será mejor. Adiós.

Se va rengueando, he notado que los años han comenzado a pasarle factura desde hace un tiempo. Una parte de mí se siente aliviada al saber que ya no necesito ninguna niñera, aunque otra, quizás la más racional, se pregunta cómo voy a hacer para encargarme de la casa yo sola. A duras penas logro levantarme cada mañana…

.

Al día siguiente decido comenzar con mi nueva rutina. Me levanto al amanecer, temblando por una nueva pesadilla pero intento hacer caso omiso de ello y me preparo para ir al bosque. Voy despacio, midiendo mis emociones todo el tiempo, temiendo colapsar en cualquier momento. Me siento orgullosa cuando regreso trayendo un par de ardillas y un conejo, las manos apenas me temblaron cuando sujeté el arco. Poco a poco lo voy logrando.

Hay apenas unas nubes surcando el cielo, la primavera se huele en todas partes. Me siento de tan buen humor que hasta se siente extraño; mi cuerpo se siente deseoso de más actividad. Supongo que habrán sido los meses perdidos, pasados sentada en la mecedora.

Al llegar a casa noto que las prímulas han florecido. El costado de mi casa está inundado de amarillo, tan brillante como el sol. Dejo la bolsa de caza en el suelo y me arrodillo frente a ellas, con una mano las acaricio vacilando, temiendo romperlas con un movimiento en falso. La hilera de flores amarillas parece interminable, tanto que no me da miedo cortar unas cuantas para ponerlas dentro de la casa.

Empiezo a cortarlas despacio, eligiendo capullos que apenas han empezado a florecer, intentando no dejar huegos grandes, lugares sin amarillo. No sé exactamente en qué momento empiezo a cantar. Las palabras simplemente vienen, igual que cuando estaba a punto de morir esperando mi sentencia luego de matar a Coin. Cantar nunca fue más fácil.

El ruido de pasos me saca de mi mundo repleto de prímulas. Él nunca ha logrado ser silencioso, mucho menos después de haber perdido una pierna. Intento que los tristes recuerdos de otras épocas no me invadan, pienso que es la primera vez que lo veo después de mucho tiempo.

Me giro y lo observo fijamente. No parece el Peeta que me regaló el pan, ni el Peeta que fue conmigo a los juegos en dos ocasiones, ni el Peeta secuestrado, ni el Peeta que intentaba recuperarse en el distrito trece. Siento que no lo conozco, de la misma forma que él seguramente siente lo mismo acerca de mí.

— Lo siento. — Me dice. — No quería asustarte, simplemente escuché una canción y decidí seguir la voz.

— No pasa nada. — Respondo sintiéndome repentinamente avergonzada. — Estaba cortando unas flores para ponerlas en casa, ¿quieres algunas?

— Claro.

Se agacha junto a mí y sus manos rebuscan en los matorrales, quitando flores de aquí y de allí. Se siente extraño estar juntos después de tanto tiempo, sin ningún otro fin más que buscar flores, sin nada macabro rondándonos. La sensación es agradable, tanto que termino sobresaltándome cada vez que sus manos se mueven cerca de las mías, aunque no lo entiendo del todo bien. ¿Es qué temo que me ataque como antes? Al cabo de unos minutos me siento lo suficientemente avergonzada para toda una vida y decido entrar a mi casa. Sin embargo me detengo después de unos pocos pasos y sin mirarlo, con una voz que no parece del todo mía, le digo:

— Mañana haré estofado de ardilla, si quieres puedes venir a comer.

Salgo corriendo de regreso a mi casa con la bolsa de caza fuertemente aferrada sin entender del todo lo que acabo de hacer y sin entender por qué mi corazón late desbocado, como si fuera a salirse de mi cuerpo. Quizás ambos seamos extraños para el otro, pero nuestros cuerpos recuerdan que no siempre lo fuimos.


Hola! Hace mucho que no aparezco con una historia que no sea algún one shot perdido por mi imaginación, pero para su suerte (o la mía xD) este van a ser tres capítulos, ni muy largo ni muy corto.

El fic está inspirado en la canción Secrets de One Republic (yo no la conocía, pero me encantó), de ahí el título. Quizás en este capítulo no se note demasiado, pero en los otros dos saldrá a la luz (? De hecho, en la parte que Katniss canta en mi original canta la primera estrofa de esa canción, pero como ff no permite los songfics no pude ponerlo.

JSLaws, espero que cumpla con tus expectativas, a mi no me termina de convencer, pero usualmente nada de lo que escribo me termina de convencer xD Espero subir el capítulo dos el miércoles a más tardar, ya tengo la mitad escrita :)

Acepto opiniones :)

Saludos!