Disclaimer: Los personajes de Magi: The Labirynth of Magic no nos pertenecen, son de su autor respectivo.

Parejas principales: Sinbad x Alibaba (SinAli) / Judal x Aladdin (JuAla).

Advertencia: Relación chico x chico. Si el tema no es de tu agrado, no lo leas. Lemon.


Capítulo II

No sabía cuánto tiempo había estado esperando, pero era suficiente como para considerar que su aburrimiento era tal, que el simple hecho de hasta mirar las partículas de polvo flotar en el aire producto del sol del atardecer se le hacía divertido. La habitación se ceñía de un matiz dorado, los rayos de ese astro en el cielo eran curiosos, y por sobre todo, cegadores para sus ojos. Suspiró hondo por esa espera que casi se le hacía eterna. Las decoraciones vistosas y ostentosas rodeaban a Alibaba, quien por largo rato había estado ahí, observándolas sin nada mejor que hacer.

No esperaba menos de todos esos objetos peculiares y hasta sofisticados para su gusto, sin embargo, no era algo de lo cual podía cuestionar demasiado en su posición. No era un chico para nada apto para ello, ¿quién era él para hacerlo? Hablar de una cama lujosa y que apostaba era de telas finas y selectas, o de la alfombra de terciopelo que reposaba bajo sus pies, y ni hablar del tamaño de la habitación, la cual se le hacía el triple de enorme que una sola casa del pueblo; no, por supuesto que todo aquello era algo de lo cual estaba fuera del alcance para un muchacho como él, sobre todo cuando tenía que llevar a cuestas a otro niño en sus mismas condiciones.

Tuvo que darse un momento, durante esa eterna espera, para recordarse por qué volvía a hacer esto. Entonces a su mente retornaba aquel pequeño bajo su cuidado. Aladdin era la única razón por lo que había aceptado esa propuesta, sólo por él y nadie más. Su intención era protegerlo y que nada le volviera a faltar nunca. Aún era muy pequeño, un niño que rondaba casi los catorce años y, por más que siguiera creciendo, Alibaba lo seguiría viendo chico. Al aceptar este trabajo, él podría ganar lo suficiente como para mantenerse ambos y sin la necesidad de que el niño volviera a realizar trabajos de ninguna índole. Eso era lo que más le agradaba. Aladdin no tendría que bailar en la calle o exponerse a trabajos que le hicieran peligrar, podría mantenerlo seguro de esta forma, aunque tuviera que ser él quien hiciera la parte difícil.

Oyó pasos al otro lado de la puerta. Al parecer, la hora había llegado. Suspiró, buscando calma. Sólo sería un trabajo simple y todo pasaría pronto. Seguramente ahora vendría alguien a llevarlo para que se pusiera a trabajar. Permaneció de pie, con la postura recta y el semblante calmo, esperando aquel indeseado inicio.

Durante todo ese rato transcurrido, se había estado preguntando qué hacía ahí. Si sería llevado a algún otro sitio o algo por el estilo. La propuesta consistía en simplemente bailar, sin embargo, ¿dónde estaban los invitados? Él se imaginaba que tendría que volver a bailar para un grupo de personas. Pero hasta el momento no había oído nada, o visto alguna fiesta por ahí cerca, incluso el horario para eso le era bastante más temprano de lo habitual. Aunque no era quien para preguntarse eso si nunca en su vida había asistido a alguna clase de celebración en el palacio real, salvo en aquella oportunidad cuando tuvo que bailar junto a Aladdin. ¿Qué pasaría ahora? No lo sabía. Estaba algo tenso y nervioso, ya que esta vez las cosas tendría que hacerlo solo. Ya no estaba su pequeño amigo para que lo acompañara, por un lado le relajaba el hecho de saber que no tendría que verse envuelto en esta situación, pero por el otro, no estaba para darle el aliento que necesitaba para no sentirse tan ansioso. Aunque ya no le servía de nada arrepentirse, era demasiado tarde para eso.

La puerta se abrió, y mantuvo la compostura para recibir las órdenes que se le fueran a dar, sin embargo, su semblante cambió cuando la persona que vio entrar era la que menos esperaba.

—¿Usted? —No pudo evitar espetar al verlo. La impresión del momento le había hecho hablar sin pensar y quizás era una forma algo impropia de dirigirse a un rey.

Era él, ése mismo que le había contratado la noche de la fiesta. El rey de Sindria, Sinbad. Quedó helado al verlo ahí, parado frente a él. ¿Qué hacía ahí? No era como si no esperara verlo en el transcurso del día, sino que le sorprendía verlo justo ahí en la habitación. ¿Acaso él venía a guiarlo hasta el lugar donde debía trabajar? ¿Por qué un rey se molestaría en algo así?

—Qué recibimiento —dijo aquel hombre, quien parecía más divertido que molesto por su modo—. ¿Siempre eres así de cortés?

Alibaba apretó los labios y sacudió la cabeza.

—Lo siento —Se disculpó sin saber muy bien qué decir o cómo dirigirse a él—. No quise ofenderlo.

—Ah, no te preocupes por eso —contestó, acercándose un poco más—. ¿Ya estás listo?

—¿Listo? —Se confundió por esa pregunta—. ¿No me llevará a otro lugar? ¿No bailaré para más personas?

El rey arqueó una ceja por esas preguntas y miró hacia sus alrededores, como si buscara algo. Aquel gesto le dio mala espina a Alibaba.

—No hay nadie más aquí —le dijo, dirigiendo la mirada a él nuevamente—. ¿Así que te parece si comenzamos?

El muchacho pareció entrar en un trance por unos segundos. ¿Estar listo? ¿Comenzar? ¿Qué significaba todo eso? ¿Acaso tendría que bailar a solas para ese hombre? Aquella idea le daba algo de escalofríos. No lo entendía, había pensado que tendría que dar otro de esos espectáculos que acostumbraba hacer, pero luego llegaba y se daba cuenta que tendría que hacer un baile privado y lo peor de todo es que ya no podía retractarse. Había estudiado los alrededores lo suficiente como para darse cuenta que no había nadie más que ellos dos ahí.

¿Qué debía hacer? No se sentía listo para nada, era como si hubiese sido engañado. Si se hubiese tratado de un sujeto ordinario, le habría dado la espalda y se habría marchado tirándole las monedas en la cara, pero de quien se trataba en esta ocasión era del rey de Sindria y debía que ser cuidadoso, por más que odiase tener que hacerlo. Estaba en una posición demasiado complicada para él, se preguntaba ¿por qué ese rey le habría llamado para tener que hacerle un baile de esa índole? ¿Buscaba algo más de él? ¿O acaso era sólo era uno de los otros caprichos de un rey como él? Se sentía deplorable, como una sucia marioneta. Pero ya no podía echarse para atrás, él tenía un objetivo que cumplir. Velar por el bienestar de su amigo Aladdin era su prioridad y seguiría siendo así tuviera lo que tuviese que hacer. Además, sólo tendría que bailar, ¿no?

Aun con la duda dándole vueltas, inspiró hondo y soltó el aire con calma, intentando relajarse.

—Sí, señor —acató sin más. Odiaba el tener que hacerlo, pero no tenía más opción. Sólo así podría él y Aladdin librarse de las lamentables condiciones en las que vivían; no pasar más hambre y miseria, eso era todo lo que quería.

Sinbad le guió hacia una habitación contigua, una pequeña sala de estar. Un cuarto alfombrado, con muebles bien adornados y almohadas que parecían extremamente suaves. Sin embargo, los lujos no eran algo que estuviera mirando con mucha atención. No podía dejar de observar a aquel sujeto, mirando cada uno de sus movimientos, tratando de adivinar qué pasaría a continuación. Alibaba no era tonto, por lo tanto no pensaba bajar la guardia, ni siquiera en presencia de ese rey. Aunque ahora se veía más normal que la noche anterior, había dejado sus ropas y joyas caras atrás, llevando encima de su cuerpo unas simples y cómodas túnicas. Incluso parecía un sujeto cualquiera, pero sabía a la perfección que no lo era.

Detuvo sus pasos cuando el otro hombre también lo hizo, éste le miró y se sentó en un gran sillón de esa lujosa sala. Sinbad apoyó el codo en el brazo del sillón, dejando descansar la cara en su mano, sin dejar de observarlo y sonreír levemente. Fue gesto muy delicado y suave, para un hombre que se veía tan grande y recio. En ese momento, la idea de que se veía encantador se presentó en su cabeza. Qué extraño rey.

—Puedes comenzar —las palabras de aquel hombre lo trajeron nuevamente a ese momento y sintió cómo su cuerpo se tensaba aún más. Era momento de trabajar.

Sí, comenzar. Qué fácil sonaba eso, pero no lo era para nada. Estaba sumergido bajo una gran presión sobre sus hombros. Pero por ningún motivo se lo haría saber a ese rey. Si había algo que había aprendido, era que los nervios sólo podría notarlos Alibaba, pero no el otro; reduciría su ansiedad y lo haría bien, con esa convicción se presentaría. No sabía cuáles eran las intenciones de ese sujeto, pero no se pondría a cuestionarlo más. Pasara lo que pasara, no se rendiría sin antes siquiera intentarlo.

Relajó sus músculos tras un largo respiro y cerró sus ojos, concentrándose todo lo posible. No había música, por lo que tendría que coreografiar algo mediante su instinto. Le era algo complicado, nunca había efectuado algún paso rítmico en su vida sin una canción de por medio, acostumbraba a regirse por la melodía de la flauta de Aladdin, pero ese no era el caso, él no estaba ahí para guiarlo. Aunque, una idea surcó en su mente. Eso era, el sonido de la flauta de Aladdin. Tal vez él no estaba ahí en ese momento, pero podía imaginar que sí. Se puso a pensar en la canción que comúnmente tocaba su amigo para dirigirlo. Una muy serena, como un susurro. Eso también de algún modo le ayudaba a calmarse mentalmente, ahí pudo darse cuenta cuán importante el apoyo de Aladdin para él, y lo agradecía.

Entonces comenzó. Sus pasos eran suaves, así como el movimiento de sus brazos. Poco a poco se entregó a esa música imaginaria y dejó que su cuerpo hiciera lo suyo. Ondeó sus brazos lentamente imitando el compás del viento, mientras sus prendas tintinaban en un sonido casi imperceptible; el sol se desplazaba en lo alto de las montañas, pero aún dejaba entrever ese halo dorado en sus ojos y cabello, los cuales resplandecían en matices más fuertes que el mismo oro.

Desplazó sus piernas con suavidad, sintiendo el piso alfombrado rozar contra sus pies descalzos. Las puntas de sus dedos tocaban con gran delicadeza el piso, como si les molestase pasar mucho tiempo en el mismo lugar. Alibaba se movió guiado por la música de su imaginación y por el instinto. Se obligó a olvidar a aquel hombre, quien lo observaba. Concentró su atención en sus pasos y los movimientos de su cuerpo, olvidando aquel que no dejaba de mirarle. Ignoró esos ojos fulgurantes y atentos, que escudriñaban cada uno de sus pasos. Uno y otro más. Hasta que acabó esa danza y, antes de comenzar otra, ese rey le interrumpió.

—Lo haces bien —comentó Sinbad y Alibaba dirigió los ojos a él por inercia—, pero creo que deberías mirar más a los ojos a tu espectador. Al fin y al cabo, es un baile para provocar, ¿no es así?

No se detuvo por ningún motivo al oír sus palabras, el corazón le latió y pensó que tambalearía en cualquier minuto; le molestó incluso por cuestionar su forma de bailar, pero continuó su danza, por el orgullo y su dignidad.

—¿No le agrada mi manera de bailar? —preguntó, sin importarle sonar atrevido o no.

—Yo no he dicho eso. Si no me agradara no estaría aquí, sólo era una sugerencia —El rey siguió observando cada movimiento de aquel joven y su rostro cambió a una mueca indescifrable—. ¿No te agrada bailar para mí?

—Este es mi trabajo ahora, quiera o no —respondió francamente, sin dejar de desplazarse—. Tampoco creo que mi respuesta sea algo que le importe demasiado, que yo sepa en ningún momento me preguntó si me agradaría su propuesta, simplemente me lo pidió.

—Te lo pregunto ahora —Sinbad se levantó de su lugar y se paró frente aquel muchacho. Alibaba paró un momento su baile y miró perplejo al rey, quien agregó—: ¿No quieres bailar para mí?

—¿A qué viene esa pregunta ahora? ¿Por qué a alguien como usted le importaría? —Fue reacio ante su petición, estaba comenzando a molestarse. ¿Por qué era tan necesario responder a esa pregunta? No lo entendía.

—Me importa mucho. No quiero pensar que te estoy obligando a hacer algo que no quieres —contestó ese hombre, aún con su gesto tranquilo y relajado—. Si realmente no estás cómodo con esto, puedes irte.

Alibaba se vio envuelto en un abismo. ¿Por qué ese repentino cambio de actitud? Primero le pedía que le bailara para él y luego lo invitaba a irse si no quería seguir bailando. ¿A qué demonios había venido entonces? No tenía sentido. Por supuesto que quería irse y no regresar más a ese lugar, pero por otro lado, también estaba por la razón por la cual estaba ahí. No podía irse con las manos vacías, él tenía que hacer lo posible por prometer un buen futuro junto a su amigo, costara lo que costara, y ese ideal no cambiaría por nada. La oportunidad de dar la vuelta y largarse la tenía frente a sus narices, pero no la tomaría.

Además, el hecho de que el rey Sinbad le diera la libertad de elegir, le hizo creer, aunque sea un poco, que él no era un tan mal sujeto después de todo. O eso quiso pensar.

—No, me quedaré —indicó con certeza—. No puedo permitir dejar mi trabajo a medias, señor. Me ofende el hecho de que me lo sugiera, eso me hace pensar que no lo estoy haciendo bien y no lo satisfago lo suficiente. Si es eso, usted puede ser sincero conmigo, pero yo accedí por mí cuenta a estar a su completa disposición, y eso no cambiará —Se inclinó ante él, en símbolo de respeto y sumisión. Esta era una de las pocas oportunidades que tendría de zafarse de la miseria en la que vivían y no la desperdiciaría por sus inseguridades.

—Me complace tu respuesta y ver lo comprometido que eres —dijo el rey—, pero no te confundas. Sólo no quisiera estar incomodándote, disculpa por haberte ofendido. Además —Sinbad colocó su mano sobre el hombro del joven y sonrió—, estoy más que encantado con tu trabajo. Tienes mucho talento, Alibaba. ¿Te parece si retomamos desde el principio?

—Encantado, señor —Fue más elocuente esta vez, lo más tranquilo posible. Internamente estaba un poco abatido por lo sucedido, pero no quería mostrar ese lado suyo frente a una persona tan importante. Se relajó lo más que pudo e intentó partir otra vez.

Tomó en cuenta las palabras del rey, mirar a los ojos directamente al espectador para conseguir una mayor atención por parte de éste. Como si pudiera ver dentro de él, escrutando en lo más profundo sus pensamientos. Una magia propia de esos bailes, una que Alibaba aún no lograba realizar, pero que en este caso se vería obligado a intentarlo.

Empezó con un movimiento pausado, imaginó nuevamente la melodía de la flauta de Aladdin y expresó esa música con su cuerpo. El sol estaba comenzando a ocultarse, pero el brillo de los ojos de Alibaba no se extinguía por nada en el mundo; parecían relucir mucho más a medida que los rayos desaparecían. Se desplazó por la suavidad de la alfombra y un cosquilleo sintió en sus pies, el ritmo de su música mental volvía a surgir, al mismo tiempo que un fuego interior crecía en su pecho.

—Tal vez usted tenía razón —habló mientras se desplazaba—. Este baile es único por su forma tan llamativa de atraer la atención de una persona. Mirar y provocar; encandilar al público con el hechizo de los ojos y el movimiento del cuerpo, y todo eso sin siquiera tener la necesidad de tocar. Algo bastante curioso, ¿no lo cree? —Se acercó lo suficiente a Sinbad para hacer esa pregunta, dejó atrás su miedo y se concentró plenamente en hacer bien su trabajo.

—Es como una representación de lo que deseamos los humanos —contestó el rey, sin moverse un centímetro o dejar de mirar a ese muchacho bailando—. Las personas siempre queremos lo que no podemos tener. El baile tienta al espectador, hasta el punto de querer hacerse partícipe, pero eso no es posible.

Las palabras de Sinbad salían como una ligera brisa y se perdían en la inmensidad de la habitación, suave y sosegadas. Aquel hombre volvía a vislumbrarlo con esplendor, pero ya no le importó en absoluto. Los ojos de Sinbad se entrecerraron, clavándose en los suyos. Fue casi como si tuvieran un duelo, viendo quién sería el primero en perder, ¿pero perder ante qué? ¿En bajar la mirada, en la conversación o en aquella tentación de la que hablaban? Quizás el momento se le estaba saliendo de control, pero no prestó atención a eso.

La tensión que presentaba comenzó a disminuir y su baile fluyó de una forma más natural. La mirada de Sinbad sobre sus movimientos era casi como una caricia suave e imperceptible para su piel. Qué ridículo. ¿Cómo podía sentirse en confianza con alguien que ni siquiera conocía? Aquel tipo tenía un aire distinto, y eso no era difícil de percibir, pero dejarse llevar por eso era algo insólito. Además, había mencionado algo que su baile tentaba al espectador a hacerse partícipe, ¿sería que ese sujeto pretendía algo así? Aunque, a decir verdad, no le parecía extraño que las cosas acabaran de esa forma. Lo había citado a bailar por mucho dinero, pero, luego de ver que actuaría para él nada más, ese "sólo bailar" ya no le sonaba convincente. Habría problemas si al final resultaba ser así.

Pero ya no había tiempo para ponerse a divagar sobre esas cosas, su espectáculo tenía que continuar fuese para una o varias personas. No podía apresurarse a sacar conclusiones por unas simples palabras, pero tampoco bajaría la guardia por nada. Mientras las cosas siguieran como estaban, no había nada más de qué preocuparse.

Sin embargo, conforme los minutos pasaban, aquel enfrentamiento de intensas miradas no cesaba, y Alibaba no estaba dispuesto a perder ante ese juego irracional. Su cuerpo estaba completamente entregado a su baile, y cada vez más, se movía con mayor destreza. El sol se había ocultado tras las montañas, la oscuridad se hacía presente, pero la luz de la luna tomaba el lugar de ese astro dorado, sacando a relucir su brillo nocturno que se colaba a través de los grandes ventanales. No sabía cuánto duraría su baile, pero sabía que eso no era lo único que podía hacer, tenía que ser más creativo o fácilmente perdería el interés del rey.

Con su paso vivaz y acompasado, se acercó aún más al otro. Sinbad había vuelto a acomodarse en ese sillón para observarlo y parecía analizar cada detalle de sus movimientos. Creyó que lo estaba disfrutando, o al menos esa fue la impresión de Alibaba, ya que aquel rey sonreía levemente sin dejar de mirarlo. Apenas la punta pie tocó el suelo y alzó un lado de su cadera, mientras pasaba las manos por su torso. Le habían dado una ropa parecida a la que usó en su anterior baile en ese palacio, otra de las razones que le hicieron creer que bailaría en algo similar, pero eso ya no era de gran importancia. El calor del ambiente comenzó a subir, tanto que su cuerpo transpiró levemente y sintió cómo una leve capa brillosa cubría si piel cuando pasó los dedos por su vientre.

Antes de siquiera pensar en cómo seguir la danza, el rey se levantó y, debido a la proximidad que compartían, el rostro de Sinbad había quedado no más de un palmo de distancia. Se sorprendió por esto, tanto que tuvo que parar el baile.

—Es suficiente —dijo aquel hombre—. Por hoy terminamos.

Quedó estático en su sitio, sin decir una sola palabra. No comprendió a qué se debió esa intervención, pero decidió no preguntar. Si esas eran las órdenes del rey, que así fuera. Se alivió al haberse detenido, no sabía para qué rumbo se estaba dirigiendo esa danza; sin embargo, era consciente que algo raro había sentido por un instante. Un calor extraño inundaba su cuerpo, ajeno a su cansancio por el baile. Respiraba un tanto abatido y asintió con la cabeza, haciendo una reverencia, dando fin a su rutina. ¿Qué había pasado en ese lapsus? No lo sabía, pero tampoco quería pensarlo demasiado.

—Alguien te acompañará ahora y te darán el dinero que te prometí —Sinbad volvió a colocar una mano sobre su hombro. ¿Por qué tanta informalidad? ¿Acaso era normal que los reyes se comportaran así con un empleado? No se atrevió a preguntar. Alibaba sólo permaneció quieto, con los ojos clavados en los de ese hombre—. Me gustaría saber si quieres volver a hacerlo.

Se sintió incapaz de responder de inmediato, esa petición lo había tomado desprevenido. ¿Volver a hacerlo? ¿Le estaba pidiendo que regresara? No era como si tuviera unas ganas palpitantes de tener que repetir esto, ¿pero qué perdía con intentarlo? Absolutamente nada. No había ocurrido algo significativo como para poder negarse, simplemente había sido un baile, tal y como el rey se lo había solicitado. ¿Por qué decir que no entonces? No quería ser descortés con el rey, además, ¿cuándo en su vida se le presentaría otra oportunidad con el rey de Sindria? De esta manera, él y Aladdin vivirían bien y con las ganancias que obtendría tal vez no tendría que volver a preocuparse por sus necesidades económicas durante un muy largo tiempo. Con una sonrisa destinada a Sinbad, señaló:

—Sus deseos son órdenes, señor. Estaré siempre dispuesto a cumplirlos.

Su mueca fue correspondida por el rey y compartieron una última mirada antes de que éste abandonase la habitación. Al encontrarse sólo, Alibaba se permitió suspirar y sintió al fin que podía relajarse. Allí fue cuando se dio el segundo para meditar lo que acababa de hacer. Había aceptado un trabajo, bailando para el rey de Sindria, quien, a primera vista, no le había parecido una mala persona, pero era sólo por ahora. Seguiría trabajando para él para cumplir sus objetivos. No había sido tan difícil y, a este paso, podría obtener una mejor situación económica. Todo parecía demasiado perfecto. En ese instante se preguntó si esto tendría consecuencias negativas, pero no pudo sacar una conclusión porque había llegado el momento de volver a su casa.

(…)

Alibaba regresó finalmente a su casa, cuando ya el día se había extinguido y los rayos de sol no eran más que un mero recuerdo. Al llegar a su casa se encontró con su joven amigo y Aladdin lo miró con mucha ansia. Todo el día había estado solo y aburrido, Alibaba se había ido por varias horas y él no tenía mucho para hacer. Comieron y hablaron un poco, pero cuando Aladdin mencionó cómo estuvo su día el semblante de Alibaba se tensó. Aquello extrañó al pequeño niño y quiso indagar más, pero el otro enseguida le sonrió, contestándole que había tenido mucho trabajo y que tuvo que cargar muchas cosas para alguien importante. Por más que tuviera unas cuantas dudas en su mente, Aladdin asintió con la cabeza y aceptó las palabras de su amigo. No tenía motivos para desconfiar de él, Alibaba jamás le ocultaría algo, ¿además, por qué habría de hacerlo? Ellos dos eran amigos y se sentía el uno al otro en el mundo, no se ocultarían nada. Sin embargo, Aladdin no podía dejar de sentir que algo no andaba bien. Él era capaz de saber perfectamente si Alibaba le mentía algo, pero prefirió seguir así y confiar en él. ¿Por qué dudaba, de todas formas? Quizá porque el otro no le dejaba acompañarlo a su trabajo, porque era en un horario casi donde no había luz de día, porque no sabía dónde era o tal vez fuera porque el gesto de Alibaba siempre cambiaba súbitamente cuando decía algo al respecto.

Más allá de lo que Aladdin pensase, el otro siguió yendo. Varios días pasaron en los que Alibaba se iba y por varias horas no regresaba. Quizá ya se había cumplido una semana desde que comenzó con ese "trabajo" y Aladdin se sentía completamente aburrido. Estaba demasiado tiempo solo. Lo único que hacía era leer los pocos libros que tenía, salir a comprar alguna cosa si les hacía falta o dar un paseo.

—Ya no tienes por qué bailar o trabajar, con lo que ganaré tendremos más que suficiente —le dijo Alibaba hacía un tiempo—. No quiero que bailes más, Aladdin. Nunca, y menos ahora que yo tendré que trabajar algunas horas.

Esas palabras, en cierta manera, lo habían condenado a una pesadez monótona e insoportable. Todos los días era lo mismo. No es como si le encantara tener que trabajar o bailar en la calle, pero era mucho más divertido que su actual situación, sobre todo porque podía hacerlo con Alibaba. Antes, al menos, podían estar los dos juntos. Ahora estaba solo. No conocía muchas personas y, por donde ellos vivían, casi no había niños para que pudiera tener otros amigos. Aunque Alibaba le había pedido que, además de que no bailara, tampoco saliera más de lo necesario. Sabía que su amigo buscaba protegerlo, pero quizá exageraba. Él tampoco era débil como para no saber cuidarse, pero eso el otro no lo comprendía del todo.

Aladdin suspiró mientras miraba alrededor de su casa y enseguida miró una cesta donde solían guardar fruta. Había como cuatro manzanas ahí adentro y eso era muy poco, ¿cierto? Debería ir a comprar más. Quizás Alibaba viniera muerto de hambre y con ganas de comer muchas manzanas. Sí, definitivamente tendría que salir y comprar algunas cosas, aunque más bien lo hacía porque ya no soportaba más estar encerrado.

Así fue cómo terminó en el mercado cercano a su casa. Era entretenido ir ahí, con todos esos puestos, gente comprando, vendiendo, regateando. Había tantas cosas. Siempre se entretenía mirando ya que, además de comida, también había libros, muebles, chucherías y muchas cosas extrañas.

No faltaba tampoco el barullo de voces que rondaban por doquier, de los vendedores, compradores, amigos, conocidos, todo tipo de personas de aquí para allá. La energía del día era bastante notoria. Aún con gente a su alrededor, se sentía completamente solo. La necesidad de entablar una conversación con alguien le latía por dentro, hacía días que no intercambiaba palabras con alguien. Alibaba era un compañero importante en su vida y su ausencia le daba cierta tristeza. Las únicas veces donde podía hablar era cuando llegaba y apenas, debido a que llegaba demasiado cansado como para mantenerse despierto mucho tiempo. Sin embargo, sabía que era por su propio bien y debía respetar lo su amigo decidiera hacer.

Se acercó a un puesto de duraznos, aparte de manzanas, también sería bueno comprar otro tipo de frutas. El dinero era más que suficiente y no dudó en comprar unos cuantos. Quizá no era conveniente comprar tantos y demasiado maduros, como Alibaba pasaba poco tiempo en casa, probablemente la fruta se pudriría antes de poder alcanzar a comerlas todas. Estaba bastante distraído, sumido en sus pensamientos como para percatarse de otra presencia junto a él.

—¿Qué pasa chibi, hoy no bailas? —Aquel comentario tomó desprevenido a Aladdin, quien por la sorpresa, botó un par de duraznos de sus manos.

El extraño hombre a su lado, recogió una fruta y la mordió.

—¡Puaj, esta mierda está verde! —Se quejó, escupiendo el durazno al acto.

El pequeño miró al sujeto, lo reconocía de algún lado. Esa mirada penetrante y esos ojos rojos ya los había visto antes.

—A usted lo conozco de alguna parte.

—No me trates de usted, qué desagradable —gruñó—. Tampoco soy viejo como ese rey idiota.

Aladdin no entendió la mitad de las palabras de ese hombre, pero tampoco eso le interesó. Su mente estuvo ocupada buscando quién era, hasta que sus recuerdos le otorgaron una respuesta. Él era ese tipo que había visto en el palacio, ese mismo que le había regalado una fruta. Qué casualidad que se encontraran justo al lado de un puesto con duraznos. Aunque algo le pareció raro, ¿qué hacía ahí él? Un tipo que había visto en el palacio real en el medio de un mercado como éste, pero prefirió no juzgar. Después de todo, él también era pobre y había estado esa noche en aquella fiesta, pero por trabajo.

—¿Dejaste el baile para convertirte en ama de casa, enano? —Las palabras de ese hombre le trajeron de nuevo a la realidad. No pudo evitar mirarlo confundido, sobre todo por aquella impertinencia y descaro al hablar.

—No —contestó simplemente—. Ya no lo hago más.

—¿No? —Ahora, el confundido era aquel sujeto—. ¿Por qué? ¿En casa no te dejan?

—No creo que tenga que estar hablando esto con usted.

"Ni esto ni nada" se dijo Aladdin. Puede ser que estuviera con ganas de conversar con alguien, pero algo le decía que esa persona no era la indicada. No podía evitar sentir cómo desplegaba cierta energía turbulenta, la cual lo hacía sentirse raro e incómodo, esa persona le daba una mala sensación; pero también debía admitir que era intrigante. Tenía el pelo muy largo, esos ojos flameantes y la piel de ánima; era la persona más rara que jamás había visto, pero eso le hacía aún más llamativa.

Estuvo dispuesto a irse en aquel momento, tomó las pocas cosas que había conseguido y comenzó a caminar, pero al instante sintió cómo aquel tipo lo seguía.

—Disculpe, ¿quiere algo de mí? —preguntó, no muy seguro de querer saber la respuesta.

—Ya te dije que no me trates de usted.

—Si busca algo, puede decírmelo y no es necesario que me persiga.

Más allá de la insistencia, esa persona no le dijo una palabra e incluso parecía estar ignorándolo. ¿Pero qué estaba ocurriendo? Primero le seguía y luego se hacía el desentendido. Ahora, aún más, Aladdin se sentía desconfiado e incluso le generaba cierto temor debido a que, en ese momento, no sabía qué esperar de aquel desconocido.

Se dio cuenta que, en la corta caminata, habían llegado a un puesto de libros. Aquel hombre se había puesto a hojear uno sin mucho interés y, por más que Aladdin deseara también ponerse a mirar más cosas, creyó que era mejor irse.

—¿No extrañas bailar, Chibi?

Esa pregunta repentina hizo que detuviera sus acciones. ¿Qué había dicho?

—No tengo permitido volver a hacerlo, pero no es como si me quejara. Tampoco es algo que le concierna mucho —sentenció, dispuesto a darse la vuelta y seguir con su camino, dirigiéndose a un puesto de pescados. Sin embargo, el otro nuevamente lo siguió. ¿Por qué se molestaba tanto en seguirlo?

—¿No lo tienes permitido? —preguntó, siguiendo los pasos de Aladdin a unos centímetros más atrás—. ¿No querrás decir que tu amiguito rubio ese es el que no te deja? Ja, qué gracioso. Me huele a que siempre haces lo que ese muchacho te dice.

¿Qué decía? Su comentario le molestó un poco. ¿Qué se creía ese sujeto de hablar así de Alibaba?

—Sí, porque él es quien siempre me ha cuidado desde que tengo memoria. Lo mínimo es obedecerle para no causarle problemas.

El durazno fue mordido otra vez por el sujeto, aun sabiendo que la fruta no estaba muy buena, eso dejó de importarle al dejarse llevar por aquella conversación.

—Nunca quisiste hacer algo por ti mismo.

¿De qué hablaba ese tipo? ¿Por qué hablaba de él como si lo conociera de toda la vida? No lo entendía, ¿acaso había aparecido de la nada sólo para hacerlo pasar un mal rato? ¿Por qué una figura tan importante del palacio real se molestaría en hacer algo así?

—Alibaba siempre se ha preocupado por darme todo —se defendió—, y para mí eso es más que suficiente; mientras él esté bien, yo también.

—Sí, qué buena vida, por acá, con olor a mierda y comprando pescado, qué lindo —Volvió a mordisquear el durazno.

Aladdin no sabía qué más decirle o cómo alejarse de él. Había pensado en salir corriendo o algo similar, pero no tenía razones para hacerlo tampoco si después de todo estaban simplemente teniendo una conversación; una muy extraña, por cierto. Optó por ignorarlo, tal vez así ese hombre se aburriría y lo dejaría en paz, sin embargo, eso tampoco pareció surgir algún efecto ya que el otro continuó siguiéndole.

—Deberías volver a bailar. Parecía que en verdad te divertía.

¿Otra vez esa sugerencia?

—Puede ser, el baile es una pasión que he llevado conmigo toda mi vida —intentó responder mientras pensaba en una manera de alejarse de él. Tal vez sería dejar las compras por hoy y regresar a casa—. Es difícil dejarlo.

—¿Y si te apasiona por qué lo dejas?

—Supongo que es porque a veces tenemos que sacrificar ciertas cosas por el bien otros.

—Me parece que ese tal Alibaba no es tan bueno si te hace hacer lo que no te gusta.

Aladdin frunció el ceño, no le gustaba para nada como ese tipo se refería así de su amigo.

—Te pido que no hables así de él. Él es todo lo que tengo ahora.

El otro pareció no prestarle demasiada atención y se acercó a otro puesto de libros frente a ellos. De alguna forma inconsciente, no le agradaba cuando ese muchacho hablaba de cosas aburridas como su amigo ese. El otro le quedó mirando por un rato, pensando en tomar esa oportunidad para irse de ahí y dejarlo solo, pero antes de poder dar siquiera un solo paso, escuchó:

—Deberías bailar para mí, chibi.

El rostro colmado de extrañeza en Aladdin no tardó en hacerse notar. Por acto de inercia, tomó uno de los libros sobre la mesa y comenzó a hojearlo, sin tener idea de qué responder.

—Ese libro es una mierda —La voz de ese hombre le retumbó en los oídos de nuevo. Ni siquiera se había fijado qué agarró, por su cabeza sólo pasaba lo antes dicho por ese tipo.

¿Le había dicho que bailara para él? Al menos eso pareció escuchar. Sin saber por qué, se sintió nervioso repentinamente. La conversación no le estaba gustando, aquel sujeto raro tampoco le estaba gustando. ¿Por eso era que lo seguía y le insistía tanto? No, no podía ser. Además, Alibaba le había dicho que no podía bailar y así se quedaría.

No oyó ninguna otra palabra al respecto de ese hombre. ¿Será que oyó mal? No sabía. En ese momento, creía que cualquier cosa podría pasar, la situación era demasiado anormal. Suspiró en silencio mientras agarraba otro libro. Su sorpresa fue muy grande al descubrir el título que decía claramente la palabra "Rukh" en su título y otras leyendas más. Eso le trajo muchos recuerdos a su mente y sonrió sin darse cuenta. ¿Cuánto hace que no oía nada sobre el rukh? Quizá desde que se había quedado completamente solo.

—¿Te gusta esa cosa? —La pregunta desdeñosa lo trajo de nuevo a la realidad. Por poco se olvidaba de aquel sujeto, quien parecía no querer irse.

—Me encantan los libros de mitología, mi papá solía leérmelos cuando era muy pequeño —explicó e hizo una pausa, volviendo a dejar el libro en su lugar—. Supongo que no podré comprarlo, es demasiado caro.

—Ah —oyó la voz del otro, la cual parecía aún desinteresada—, espera aquí.

¿Qué dijo? ¿Esperara por qué? Aladdin quiso preguntar o decir que ya se tenía que ir, pero aquel hombre lo ignoró. Lo vio hablando con otra persona, aunque no escuchaba qué estaban diciendo, pero Aladdin decidió esperarlo. La curiosidad por saber lo que ocurría fue lo que lo retuvo ahí. Al instante, el otro volvió con el libro que estaba viendo antes entre las manos. Le estaba tendiendo el libro, pero Aladdin sólo podía mirarlo confundido. ¿Qué estaba pasando?

—Que lo tomes —dijo ese hombre.

—¿Para mí? —No pudo evitar preguntar. ¿Esa persona, a quien no conocía y parecía tan rara, le había comprado un libro?

—No, para el vecino. Tómalo idiota —El otro tiró el libro contra su pecho y Aladdin lo agarró por inercia.

No pudo evitar sentir conmoción al recibir ese libro. Por unos momentos, una nostalgia profunda lo invadió y lo dejó sumergido en un sinfín de recuerdos. Sonrió, ensimismado en sus memorias y pronunció un certero "gracias" a ese extraño hombre junto a él. Pero su semblante cambió al instante cuando lo vio muy cerca de él y sintió la mano del otro sobre su hombro.

—Piensa lo de bailar para mí —le susurró en su oído, estremeciendo irremediablemente a Aladdin por el descaro de sus palabras.

No supo qué decir, o más bien, no pudo. El otro tipo ya había desaparecido de su vista cuando apenas logró articular palabra alguna. ¿Qué había sido eso? Aquella escalofriante frase continuó repiqueteando en su cabeza durante unos minutos más, preguntándose qué rayos había pasado. Esa voz había sonado demasiado sugerente y profunda, desconcertando al pequeño muchacho como si un viento helado le hubiese soplado en la nuca. Sacudió su cabeza y decidió regresar a casa, tratando de olvidar ese extraño suceso, pero que sin duda, muy en su interior estaba seguro se volvería a repetir.


Muchas gracias por leer esta segunda parte. Comentarios son bien recibidos.

El próximo capítulo será publicado prontamente.

Saludos.