Desaparecida

Capítulo 10

No faltaba mucho. Cuando vuelvo a casa, la semana siguiente, después de una jornada especialmente dura, no tanto en el Ministerio como en mi segundo empleo, con el regalo que más me ha pedido, la encuentro sentada en el sofá, con las piernas cruzadas y un montón de libros a su alrededor; los mismos que, me doy cuenta con un solo vistazo, llevaban cuatro día pululando arriba y abajo por la habitación y el comedor, sin sitio ni orden fijo. Son unas veinte novelas, las últimas que le he traído, y, como ya no cogen en la estantería, parece no encontrar dónde ponerlas. Ahora mismo están en pilas de dos o tres, mientras ella alza los ojos y sonríe alegremente nada más descubrirme en la puerta. Su expresión, antes pensativa y distraída mientras buscaba un inexistente motivo intrínseco para la posición de los libros, se ilumina, tan brillantemente enamorada y encantada de verme que, aunque vengo destrozado y con el alma a parches, no puedo evitar sonreírle también, mientras me acerco, y concederme unos minutos, sólo unos minutos, para disfrutar de la calidez envolvente de su cuerpo, que, ansioso, se extiende para tocarme en cuanto me ve a su alcance.

- Sirius - me suspira, al oído, mientras se cuelga de mi cuello, estirándome hacia abajo para que me ponga a su lado en el atestado sofá. - ¡Hola, vida, vida mía...!

Habla flojito, en susurros apresurados, me besa y me acaricia a ratos, en rápida sucesión, como si, conozco la sensación, no supiera muy bien qué quiere hacer más, de lo mucho que me ha echado de menos. Cierro los ojos contra su mejilla y me escondo, cobardemente, quizás, en su pelo. Noto sus manos en la espalda, moviéndose de arriba a abajo, como calmándome, y sus labios, rozándome tan sólo el mentón, hacen que, durante un mareante momento, todo me parezca etéreo y fugaz. Abrazo fuerte el momento, apretándola a ella entre mis brazos por extensión, y mi cara, sin quererlo yo, se tensa, aprehensivo.

- Te quiero - le digo, con los dientes encajados.

- Yo también te quiero - me repite, separándose un poco de mí para verme la expresión. Veo en sus ojos, un poco más abiertos de lo normal, que ya intuye, sólo por mi voz o por lo poco que se me ha escapado del lenguaje corporal, que me pasa algo. - ¿Estás bien? - musita, mirándome intensamente, cuando estamos cara a cara.

- Sí - suspiro, sin convicción. - Ha sido un día largo - me justifico.

- Vamos, cariño - me dice rápidamente, haciendo ademán de levantarse. - ¿Has cenado?

Asiento, aunque no es cierto. El día no sólo ha sido interminable sino que, por si hubiera sido poco, encima ha estado lleno de emociones, la mayoría muy desagradables. No he tenido tiempo para cenar, pero es que tampoco tengo hambre.

- ¿Y tú? - pregunto, mientras ella ha conseguido ponerse de pie.

- Sí, hace un rato. Como no venías... - explica, con una mueca triste. - Vamos a la cama, anda.

Sacudo la cabeza y alargo una mano hacia ella.

- No tengo sueño - protesto débilmente.

- Bueno - acepta ella - pues te tumbas y te relajas mientras yo te distraigo con el relato de las apasionantes aventuras de mi atrafagado día, ¿vale?

Sonrío suavemente pero niego de nuevo.

- Aún no - le pido. - Siéntate, preciosa. Quiero que hablemos.

No necesita más para entender a la perfección lo que me pasa, y veo como, sólo con ese ruego mío, sin más, se queda paralizada, su mirada se desvía y, cabizbaja, se sienta de nuevo, a mi lado, con expresión abstraída.

Contagiado de su súbita meditación, me quedo mirándola unos segundos, con la mente en blanco y, a la vez, demasiado consciente de lo que, como un gran alud informe, se nos aproxima, hasta que el silencio, que empieza a volverse más y más pesado entre los dos, me resulta insoportable.

- ¿Estás bien? - le pregunto, retrasando el momento de mi confesión.

- Sí - dice ella, sin fuerzas. - Y... ¿y tú?

- También - asiento y la miro un instante más antes de bajar la vista e inspirar profundamente, obligándome a hacer de tripas corazón y soltarlo ya, antes de que el suspense nos mate a los dos.

Por suerte, ella se me adelanta, interrumpiendo mi esfuerzo de cohesión.

- Has tenido reunión - afirma mientras me acaricia la mano con las yemas de los dedos.

Asiento levemente.

- Por eso llego tarde - me disculpo.

- No pasa nada. Y... - hace una pausa - ¿todo bien?

Vuelvo a asentir, aunque no las tengo todas conmigo.

- Muy bien - añado.

- O sea - concluye ella - que... ya.

- Ya - repito. - Si tú quieres.

Me mira por primera vez, con el ceño fruncido pero, a la vez, curiosidad en los ojos.

- ¿Ya...? - insiste.

Me limito a hacer un ruido afirmativo y, como corroboración a mis palabras, saco de mi bolsillo su varita, que por fin me he decidido a sacar de su escondite, y se la tiendo. La veo dudar un momento antes de alargar la mano y aceptarla.

- Vamos a la habitación - digo, ahora sí. - Te devolveré la magia.

Me mira con extrañeza pero, cuando me levanto, por fin, del sofá, me sigue dócilmente, sin que tenga que esperarla en ningún momento. Un par de libros caen cuando el sofá cambia de forma al levantarnos nosotros, pero, aunque me giro para asegurarme de que el ruido lo hayan hecho ellos cayendo, no le damos más importancia y, demasiado concentrados en otras cosas, ni nos molestamos en recogerlos. En cambio, caminamos lentamente hacia la puerta de la habitación, sin intercambiar palabra y, sospecho, los dos igual de reacios a entrar en ella.

- Sirius - me llama, una vez ya hemos entrado. Me paro en seco y me giro para mirarla antes de que haya acabado de decir mi nombre. Pero no dice nada más, sino sólo me mira, con una expresión de miedo que llevaba mucho sin ver y que me duele más de lo que creía.

- Todo irá bien - le aseguro, nada seguro, por cierto, de lo que digo, y la abrazo y la escondo en mi hombro. - Es seguro, créeme.

Su cabeza se mueve afirmativamente, pero la oigo sollozar suavemente.

- Te quiero - me dice, sin voz, entre dos inspiraciones seguidas. - Lo siento. No... no creía que pasaría.

Sacudo la cabeza y la beso en el pelo.

- Es lo que estábamos esperando - le recuerdo, para tranquilizarla. - No te preocupes. Estaré a tu lado, te protegeremos y te cuidaremos. No te pasará nada.

Asiente levemente, pero se separa y me hace una mueca de incredulidad que, no lo puedo evitar, le respondo con un beso que intenta ser esperanzador.

- Anda, va - me interrumpe, separándose, y me sonríe poco sinceramente. - Acabemos con esto. ¿Qué tengo que hacer?

La estiro hacia la cama hasta que se sienta.

- Bébete esto - le ordeno, pasándole un frasquito de poción complementaria a la que un día puse en su comida. - Te encontrarás bastante mal, así que casi mejor que te tumbes...

Ella, claro, ya estaba tumbada y preparada; para algo es doctora. Sacude la cabeza para colocarse bien el pelo debajo del cogote y me mira mordiéndose los labios.

- Estaré bien - me asegura justo antes de cerrar los ojos, destapar el frasco y bebérselo de un solo trago.

Hace una mueca de asco, suspira y, tan pronto como la última gota de poción desaparece tras sus labios, empieza a respirar rápidamente. Consciente de que en sólo un minuto estará inconsciente, aprovecho para besarla en la mejilla y susurrarle que la quiero y que no se preocupe por nada, que estaré a su lado. Durante un instante parece que quiere decir algo más, pero no le da tiempo más que de otra cara de asco, esta vez más exagerada, antes de que su respiración se calme y caiga rendida.

Yo, por mi parte, me quito la ropa sin dejar de observarla de reojo y acabo por sentarme en un sillón a su lado. Ha sido un día largo, sí, pero sé que más larga será la noche. Mar parece dormir tranquilamente ahora, pero sé que sólo es una fase y que pronto, aunque seguirá inconsciente, empezará a inquietarse y, conforme el mareo vaya creciendo, se irá encontrando peor y peor, incluso en sueños. Que te devuelvan la magia es doloroso. En cierto nivel, imagino, debe de ser como volver a la vida: una parte de ti lo hace, al menos. Las pociones implicadas no son triviales, además, y nuestro cuerpo, por muy mágico que sea, no siempre reacciona bien a ellas. Es probable que Mar hasta vomite, y sólo ruego porque no sea antes de que la poción haga parte de efecto. Si no estuviera dormida, probablemente a estas horas ya estaría desmayada, de hecho, y sólo se añade a la poción el hacer que pierda el conocimiento quien la toma para evitar empeorar los síntomas. Nah, hoy no podré dormir. Me quedaré en vela a su lado y controlaré cómo evoluciona con máximo cuidado. Por la mañana ya me tomaré algo que me borre las ojeras y me haga sentir como si hubiera dormido toda la noche a pierna suelta, por la mañana nos enfrentaremos al mundo, varita en mano, y ganaremos, pero esta noche sólo me aseguraré de que ella esté bien, de que recupere su magia y de que descanse, por poco que pueda.

Mientras ella esté bien, pienso, mientras se remueve y gime, todo lo demás estará bien, por mucho que yo no pueda dejar de culparme por todo lo que tiene que pasar por culpa mía.

Tener una doctora en casa es de lo mejor que te puede pasar el día después de una noche horrible de, como había pronosticado, vómitos y, encima, fiebre alérgica. Llego a la mañana con un dolor de cabeza horroroso, con la energía por los suelos y sin ánimo para nada. Y ella, que no se despierta mucho mejor que yo, sólo tiene que coger la varita de su cinturón para hacer de un infierno un día brillante y maravilloso.

Tenía que haberla descubierto, la verdad, seis años antes.

Con un golpe de varita me encuentro como nuevo: ni cansancio ni dolor de cabeza ni tirones musculares por la mala postura en que he pasado la noche. Y, con un golpe de varita anterior, ella se levanta de la cama como si hubiera estado inmersa en un sueño reparador y no en una tortura para su organismo. Se viste con esmero mientras yo me preocupo innecesariamente, sin acabarme de creer que ya está bien, y luego, mientras me visto yo, ella prepara el desayuno sin ensuciar, por una vez, ni un cacharro.

Lo único que se le nota, tengo que admitirlo mientras nos preparamos para cruzar por última vez todas las barreras de seguridad, es una cierta tirantez. Está tensa y su mano se crispa alrededor del mango de su varita, dándole vueltas dentro de su funda de vez en cuando. Alargo la mano hacia ella y le acaricio el codo muy suavemente, preparándome una sonrisa reanimadora para cuando se gire hacia mí pero, por desgracia, no llega a hacerlo. En cambio, cierra los ojos un segundo y vuelve a dar una vuelta a la varita sobre su eje longitudinal.

- ¿Preparada? - susurro, intentando de nuevo llamar su atención en lo que, probablemente, será nuestro último contacto aquí dentro.

- Sí - me responde, frustrando otra vez mis intentos con la vista fija en el frente.

Por un momento, considero acercarme y abrazarla, sólo para aprovechar una última oportunidad y para conseguir encontrarme con sus ojos de nuevo. Un extraño sentido del deber, en cambio, hace que sacuda imperceptiblemente la cabeza y me resigne a marcharnos ya, antes de que se nos haga tarde.

- Vamos allá, preciosa - concluyo y luego, para intentar que se sienta algo más tranquila, añado: - Te quiero, ¿lo sabes?

- Lo sé - me responde. - Vamos.

Lo dice con la mandíbula cerrada, el ceño fruncido, rígida. Lo dice y no me mira, no me sonríe, no intenta acercarse para nada a mí. Y no es que sea egocéntrico y piense que si no me quiere dar la mano es que se acerca el fin del mundo pero, conociéndola como la conozco y con lo juntitos que hemos estado estos días, sólo el hecho de que me rehuya la mirada es casi como un rótulo luminoso con las palabras nervios y preocupación, de dos pies de altura y brillantemente naranjas y rojas, brillando sobre ella. O eso, o tendría que entender que está increíblemente enfadada conmigo, tanto que no me quiere ni mirar. Y podría serlo, sí, añado mentalmente mientras trago saliva con dificultad, pero, como los nervios están perfectamente justificados y el enfado no, y como estamos a punto de dar un gran paso en nuestras vidas, acercándonos más al peligro, y eso es como para preocupar a cualquiera, me dejo creer, espero que no erróneamente, que no me odia. Vuelvo a sonreírle, otra vez sin éxito, y me preparo, también con la mirada al frente, para salir.

Y allá vamos. Cruzar toda la protección, de salida y con la varita en la mano, no es muy complicado. Después de todo, tenía que hacer imposible que los intrusos entraran, no que salieran, por mucho que Moody haya sostenido siempre, a pesar de nuestra falta de atención cada vez que saca el tema, que una estrategia que los deje atascados adentro sin comunicación y sin manera de salir, una vez ha fallado la que impedía la entrada, es mejor que ninguna en absoluto. Por hacerle callar, supongo, hay algún control de salida, simétrico a los de entrada pero con claves diferentes, pero, como conozco tanto las unas como las otras, podemos atravesarlos sin ningún contratiempo. En unos pocos minutos salimos, a través de una puerta falsa, al comedor de mi casa, que ella observa distraídamente sin hacer más comentarios y que yo, completamente inmerso en mi papel de auror responsable, obvio explicar. A través de otra puerta, encantada tal que es invisible para todos excepto para mí, la hago pasar a una pequeña habitación para invitados, desde donde pasaremos al punto de reunión con Moody, vía traslador. Por si no hubiéramos tenido suficiente cuidado con las medidas de seguridad, encima, el espejito de mano que nos servirá como vehículo está bien escondido, a la vista pero entre un montón de objetos similares, todos muy bien ambientados en un tocador, con el aspecto de haber sido dejados ahí por el uso y no voluntariamente. Sin dudar (cosa que, gracias a mi queridísimo Moody, por cierto, sería mortal), alargo la mano y cojo el mango del espejo, lo levanto del tocador y se lo acerco a Mar quien lo coge sin necesidad de explicarle nada. Durante un instante, nos miramos, los dos sujetando fuerte el objeto, pero, antes de que pueda decir nada, el traslador se activa y, con un tirón fuerte en mi cintura, noto cómo el mundo se desvanece a mi alrededor.

Aparecemos casi enseguida en una casa tétrica, oscura y que huele a dulzor floral, que reconozco, sin ni siquiera cuestionármelo, como la guarida súper secreta de Moody. Y, a sólo dos pasos de donde hemos aparecido, esperándonos, el mismo, dando vueltas a su ojo mágico como un loco.

- Hum - gruñe, antes de que me dé tiempo a presentarnos. Mar, a mi lado, da un pequeño salto, asustada por el ruido. - Señorita...

Avanzo un brazo hacia ella para acariciarle el hombro tranquilizadoramente mientras abro la boca para saludar debidamente a mi superior, pero ella se me adelanta, se gira hacia él, fuera de mi alcance, mira a Moody de arriba a abajo insolentemente y bufa.

- Ah - suspira, disgustada - eres tú.

No puedo evitar sonreír lacónicamente al auror que nos esperaba, divertido por la insolencia tan atípica. Moody, por su parte, ríe suavemente, sin fijarse en mi sonrisa, con voz ronca y áspera y sacude la cabeza.

- ¿A quién esperabas, pequeña? - le pregunta, dando un paso hacia ella, de manera que se quedan a un metro de distancia. - No creerías que dejaría esto en manos de pipiolos, ¿verdad?

Yo también me pregunto a quién esperaba Mar pero, en una inconsciente lucha de jurisprudencias que, si la reflexionara, sería controvertida, avanzo también hacia Mar, queriéndola protegerla de una posible intrusión de Moody en su espacio personal. Ella, que estaba mirando a Moody, se gira al ver mi movimiento y, para mi ofensa, me mira un segundo, las cejas alzadas pero una mirada irónica, y luego se gira significativamente hacia Moody cambiando a una expresión burlona donde la burla, claramente, va dirigida a mí. Sin necesidad de que diga nada entiendo, igual que Moody, que considera que sí la hemos dejado en manos de un pipiolo y que ese pipiolo, me quedo mirándola, aturdido por el insulto, soy yo. Moody vuelve a hablar y me saca del ensimismamiento.

- Oh, no seas así - la riñe, mientras yo la observo en silencio, sorprendido y algo dolido. - No creo que tengas queja alguna de él; es de lo más competente.

Que Moody piense eso de ti cuando tu chica te ha dejado a la altura del betún es mucho menos que confortador, de verdad. Estoy tentado de musitar un gracias insincero.

- Sin duda alguna - replica ella, con voz fina y elegante, mirándonos alternativamente, aún burlona. Luego, hace una pausa, mira la habitación alrededor nuestro y suspira. - ¿Qué haces aquí?

Marca tanto el 'tú' que no puede referirse a otra cosa que la identidad de Moody. Sorprendido, puesto que yo no dudo que sea Moody quién tengo delante, le dirijo una mirada curiosa, que él me responde con una leve sacudida de cabeza, como asegurándome que lo que hablan no tiene importancia. No puede ser que no sea Moody, ¿verdad? Toda la seguridad, todo lo que hemos preparado, todos los planes alternativos dentro de planes alternativos dentro de planes alternativos... Cualquier otra cosa, pasa, ¡pero la paranoia de Moody es infalsificable! ¿Qué quiere decir, entonces, el él de Mar? ¿Es en cualquier caso posible que este Moody no sea Moody? ¿Y entonces quién es? ¿...Malfoy?

¡Venga ya!

- Él no ha podido venir - explica pacientemente quien sea que sea, mientras yo considero las posibilidades de sustitución que haya podido dejar nuestro plan, asustado por una sombra de duda. - Él... Verás, no aceptaba nuestros métodos...

¿Qué él? ¿El Moody de verdad? ¿Y si sí...?

- Por una razón - interviene ella, por encima de las palabras de él.

¿Qué métodos, encerrarla? Eso es tan típico de Moody que no veo cómo no podía no aceptarlos. Seguro que no puede ser que no sea él. No tiene sentido.

- ... y tuvimos - sigue, impertérrito, Alastor - que dejarlo aparte.

Moody me vuelve a mirar mientras habla, esta vez intensa y enfadadamente y niega un poco más fuerte con la cabeza, como diciéndome que lo deje y que esté por lo que tengo que estar. Dado que es lo mismo que me estaba diciendo una vocecita en mi cabeza, aconsejándome alertar mis sentidos al máximo pero dejando la confusión para resolverla después, le hago caso y abro bien los ojos para observarlos con atención, aunque tenso a la vez todos los músculos, preparado para saltar, con la varita en la mano, a la menor sospecha de que Moody no es quien parece ser.

- Si le ha pasado lo más mínimo - amenaza, seria, a mi jefe - tendrás que darme unas cuantas explicaciones, Alastor.

- Está bien - asegura, mirándome fijamente a mí con el ojo bueno. - Te está esperando en casa. Siento decepcionarte, Marianne.

Mar bufa de nuevo, me mira, mira a Moody y niega lentamente. Aunque tiene el ceño fruncido y aparenta enfado, veo durante un instante en sus ojos que está algo decepcionada. Es como un fogonazo, porque antes de que me dé tiempo de hacerle cualquier gesto de comprensión, cambia su actitud por una aún más irreverente. Con un paso hacia mí, cuelga una mano de mi codo.

- Para nada - canturrea, con una sonrisa falsa que me recuerda con un escalofrío a la verdadera señora de Malfoy.

Y me mira, con la misma sonrisa, pero con casi afecto en la mirada. Su mano se cierra sobre mi antebrazo un segundo, acariciándome, y yo acierto a alzar las cejas y devolverle la sonrisa, un poco tranquilizado porque veo que quiere llegar a algún sitio y que, por su expresión, cuenta conmigo para hacerlo, pero igualmente sorprendido por cómo de lejos estoy de entender la situación.

Mar se gira otra vez, al cabo de unos instantes, hacia mi superior.

- ¿Lo planeaste tú solo, Alastor? - pregunta, como casualmente.

Moody chasquea la lengua, me mira con interés y sacude la cabeza.

- Yo solo no - explica. - Tu queridísimo tío, aunque se mostró en contra desde el principio, me ayudó bastante a delinear la estrategia. Con éxito, creo.

Me apunto lo de su tío, del que no sé nada y que, la verdad, no sé qué pinta en esta conversación, pero me obligo a dejarlo para después, concentrándome ahora en observarlos, para ver si entiendo lo que les pasa. Ella se lleva un dedo a los labios, se da un par de golpecitos, pensativa, y luego, inclinándose abstraída, se acerca más a mí. Moody inclina la cabeza y, cuando alzo los ojos para mirarlo, nos mira alternativamente, con las cejas alzadas y una expresión penetrante. Estamos tan cerca que cuando doy un asustado medio paso atrás, consciente por primera vez de lo que está notando Moody entre nosotros dos, de lo que no tenía ni idea pero que, gracias a la caricia y a la proximidad de Mar, seguro que ha notado a estas alturas, la arrastro conmigo, sorprendiéndola y haciendo que me mire.

- Un éxito - repite por fin, con los ojos fijos en mí.

- Sí - dice Moody, con las cejas alzadas. - ¿No lo crees?

Mar ríe flojito, irónicamente, y me mira con una expresión de lástima. Es tan sincera que me desarma por completo y me deja paralizado, mucho más herido ahora que cuando me ha llamado indirectamente pipiolo. ¿Le doy lástima? ¿No ha sido un éxito? ¡¿Qué pasa?!

- No del todo - rectifica, al final, altiva.

Aturdido, siento como si hubiera menospreciado toda mi vida.

- No del todo - repite Moody, y me doy cuenta de que también me mira, sólo que interrogativo.

- ¿No del todo? - pregunto, intentando no sonar desesperado.

- Oh, no - repite Mar. Por fin, se gira hacia Alastor, bloqueándolo de mi campo de visión. - ¿Sabes?, no lo has hecho bien.

Moody alza las cejas exageradamente, mientras yo me hundo.

- Oh - exclama. - No lo he hecho bien.

- No lo escogiste bien - añade Mar, señalándome con la cabeza.

La miro, enfadado, aunque ella ignora mi movimiento. ¿No me escogió bien? Yo llevo semanas convencido que lo mejor que me ha pasado en la vida es haber sido escogido para esa misión y ahora ella va y dice que no era el adecuado. ¡¿Por qué?! ¿Porque me enamoré de ella? ¡Es el único error que se me ocurre y, Merlín, volvería a cometerlo una y otra vez!

Claro que, ahora mismo, me siento tan mal que casi desearía no haberlo cometido jamás.

- ¿No te gusta nuestro pequeño Sirius? - me defiende Alastor, a destiempo. - ¡Pero si es de lo más prometedor!

Débil piropo de la persona menos adecuada.

- Oh, sí me gusta - se burla Mar, y yo no creo gustarle ya en absoluto. - Y tanto que me gusta. Me encanta. Ahí te has equivocado, ¿ves? Un error que mi tío nunca hubiera cometido.

Otra vez su tío. Pero hay más... Mi cuerpo se tensa mientras entiendo lo que Mar está dándole a entender a Moody: que estamos juntos. Que ahí la ha cagado, que, efectivamente, ése era mi error. Intenta que Moody lo entienda para... ¡¿qué?! Estamos juntos, sí, cierto como el sol, vale, pero no puedo dejar de preguntarme frenéticamente si sabe dónde me está metiendo. Yo pensaba decírselo a Moody, no tenía más remedio, y lo hubiera hecho pronto, enseguida, pero ¡¿tenía que ser así?!

Y Moody, que es quien es por algo, no deja que se le escape el comentario. Al contrario, sonríe como un gato que caza un ratón y se inclina hacia un lado para mirarme, apartando a Mar de entre nosotros.

Enrojezco furiosamente y me debato entre seguir enfadado con ella o gritar lo que siento y defender mi derecho a quererla.

- Mi error - me llama el jefe, flojito.

Sólo la indecisión me impide saludar con una sonrisa. Por el contrario, todo mi cuerpo parece de piedra y, en medio, lo más pesado de todo, mi corazón.

- ¿Esa parte del plan también era del tío? - sigue Mar.

Bah. Ya ni me importa quién sea su tío.

- Oh, no - responde rápidamente Moody. - Esa parte no.

Mar suspira, se separa de mí y se gira hasta que encuentra un sillón, donde se sienta. Tarde, los dos la seguimos. Aún no entiendo cómo se ha hecho con el control de la situación tan rápidamente. Ni entiendo un carajo de lo que está pasando aquí ahora mismo. Ni, la verdad, me importa.

Moody sabe que estoy con Mar y me va a caer un rapapolvos, Mar piensa que soy un error y que no me deberían haber cogido para la misión y, para acabar de completar el cuadro, soy un cero a la izquierda entre ellos dos y ni me explican de qué hablan. ¡Esto no se parece en nada a lo que yo creía que sería el día de hoy!

Además, ¿qué quiere decir que Mar encuentre un error el que me enamorara de ella, que sólo fingía, todo este tiempo? ¿Es posible que todo fuera una mentira para... torearme? ¿Para conseguir lo que quería de mí, para mantenerme contento, para salir de allí? ¡Pero yo la consolé, yo la mimé, yo estuve allí cuando lloraba; si no, no estaríamos juntos! ¡No puede ser un montaje!

Mar me mira, desde su asiento, alzando la cara, con la mandíbula apretada, e inspira lentamente.

- Es un error - repite, muy flojito, mientras sus facciones se suavizan muy poco a poco - porque, planearas lo que planearas, no lo pienso soltar - amenaza. Y, girándose para mirar furiosamente al auror mayor, añade, mientras me coge la mano: - Le quiero.

No lo puedo evitar: inspiro entrecortadamente, fuerte, una sola vez. Empiezo a entender de qué va todo esto y me horrorizo. Lo que planeaba Moody... asociado con ella y yo. Reprimo un escalofrío mientras me concentro en lo otro que ha dicho. No me piensa soltar. ¿A mí, verdad? ¿¿Se refería a mí, no?? Y acaba de decir públicamente que... me quiere, ¿a que sí? O... o ¡¿qué?!

Moody se recupera del impacto, si es que lo ha sentido, muchísimo antes.

- Soltarlo - reflexiona, en voz alta. - Bueno, olvidas - apunta, mirándome expresivamente - que también depende de él.

Depende de mí ¿que sigamos juntos? No me piensa soltar y cree que todo lo nuestro es un montaje. Por lo que he entendido hasta ahora, Mar piensa que me acerqué a ella sólo como parte de la protección que teníamos montada a su alrededor, para protegerla, para, imagino que piensa, hacerla más fuerte frente a la amenaza de Lucius. Y, si es así, ha estado todo este tiempo creyendo que vivía una farsa y que no sentía nada por ella. Con lo que, por simetría, es de esperar que ella tampoco sintiera nada por mí. Por lógica. Pero, y aquí es dónde estamos ahora mismo, fue un error escogerme a mí porque, en lugar de seguir con la farsa que debíamos mantener, conseguí que me quisiera y ahora no me quiere soltar.

Me siento tan aliviado y feliz de entender eso al fin que planto una enorme sonrisa en mi cara, sin importarme que me duelan las mejillas de lo grande que es. Y, encima, Moody me recuerda que depende de mí y, si es de mí de quién depende, Mar puede ir diciendo adiós a su soledad, porque no me pienso separar jamás de ella; ¡nunca más!

Abro la boca para anunciar que dejo los aurores y explicar las doscientas cosas que me pasan por la cabeza ahora mismo, pero Mar se me adelanta, me mira un instante, aparta rápidamente la vista y baja la cabeza antes de que pueda decirle nada.

- Depende de él - repite ella, tras un silencio breve, y se levanta. - Ya. Bueno. Moody - susurra, mucho menos virulenta que hasta ahora - me... me voy a casa. Tengo ganas de volver a dormir en mi cama. Y quiero estar sola. Cualquier cosa... ya sabes, por el canal habitual. Y - añade, con una sonrisa débil - no vuelvas a jugármela así. O verás.

Moody sacude la cabeza y le da la mano a Mar con algo parecido a una reverencia, mientras yo la observo, temiendo que se quiera ir sin mí.

- No esperas que se decida - le recuerda, antes de que ella se prepare para desaparecer.

Mar me mira a los ojos un momento y sacude la cabeza mientras sonríe tristemente.

- No hará falta - musita. - Sirius es un auror; hará lo que tú, después de todo, le digas.

Alzo las cejas, sorprendido, y niego rápidamente.

- Eso no es cierto - digo, ofendido. - Hago lo que me dice, pero... - comienzo.

- Déjalo, Black - me interrumpe Moody, con una sonrisa juguetona. - Ya lo sabe todo, no tienes que fingir más. Así será más fácil, ¿no crees?

Me quedo parado un instante, sin entender qué dice, hasta que entiendo que es la confirmación que Mar necesitaba para irse sin tener esperanzas conmigo. ¿Y por qué? Seguro que algo persigue. Seguro que está pensando algo. Pero, sin importarme qué, odio a Moody. Odio a Moody. Odio a Moody por decir lo peor en el peor momento. Odio a Moody porque veo, en la mirada dolida de Mar, mi Mar, que se lo ha tragado hasta el nudo.

Alicaída, nos mira alternativamente y se vuelve a preparar para marcharse. Sin dudar un instante, camino hasta ella, le toco el pelo y apoyo mi frente contra la suya.

- No seas tonta - le suplico. - No creerás de verdad que era un plan, ¿verdad? No seas tonta. ¡No te vayas...!

Ella me mira con sorpresa pero no parece creerme.

- Estaré en casa - me dice, con una mirada casi afectuosa. - Ya sabes adónde está - bromea a desgana. - Ven a verme cuando tengas un rato... si quieres.

Lo dice con un tono tan indiferente que siento que la sangre me hierve sólo con la posibilidad de perderla. La cojo por los hombros y me encojo un poco para quedar frente a frente.

- Te quiero - digo, mucho más alto. - Mar, ¡no le creas! Él no tuvo nada qué ver. Me enamoré de ti y te quiero y quiero estar contigo. No le creas, diga lo que diga, ¡no tuvo nada qué ver!

Moody aprovecha la alusión para interrumpir.

- De hecho sí - apunta, sonriente, y los dos nos giramos para mirarle, yo, por lo menos, con cara de pocos amigos. - No como tú crees, Mar - aclara, casi divertido. - Mi niña - la llama, sacudiendo la cabeza - debes de creerte tan poca cosa...

Mar se envara entre mis brazos y yo me apresuro a interponerme entre ella y Moody y me inclino para besarla, mientras intento ponerme pongo en su situación por un momento para ver alguna manera de convencerla. Aparte de dolorosamente traicionado por la diferencia de lo que los dos creíamos, me encuentro sintiéndome conmovido por cómo lo está pasando ella ahora. Ridículo, sin duda alguna, creer que el plan es tanto más complicado de lo que es en realidad, pero, a la vez, turbador. Y me encuentro repitiendo interiormente lo que ha dicho Moody: ¡debe de creerse tan poca cosa, para pensar que la única manera en que podía haber empezado todo aquello era ésa! ¡Para creer que sólo la quiero como parte de un plan! Por eso se envara, por eso intenta asegurarse de que estoy de su lado antes de que tenga oportunidad de descubrir si la quiero o no, por eso ahora se rinde y se quiere ir a casa antes de dejarme decidir a mí, convencida de que le diré que no o que, en el peor de los casos, diré que la quiero sólo por pena.

- Te quiero - repito, con desesperación, ignorando deliberadamente a Moody, que ha tocado hueso con el último (y acertado) comentario sobre lo poquito que debe confiar en sí misma. - Va en serio, Mar. ¡¿Crees que te estaba mintiendo todos estos días?!

Ella duda y acaba por encogerse de hombros. He avanzado algo: por lo menos ya no está tan segura de que no siento nada por ella.

- No había ningún plan - repito, mirándola fijamente a los ojos. - ¡¡Que te lo diga él!!

- No había ningún plan - acude Moody, por una vez, en mi ayuda. - Lo habíamos considerado y creíamos, como tú, creo, Marianne, que hubiera sido muy... provechoso. Pero Sirius no sabía nada.

Ofendido, suelto a Mar y me giro para mirar a Alastor.

- ¡¿Habíais considerado cómo sería que me enamorara de ella?! - pregunto, bastante alto.

- Tenemos que considerarlo todo - corrige él. - Vamos, Sirius, no seas ridículo: ¡era de esperar que pasara!

Sonrío incrédulamente. ¡¿Soy tan fácil de predecir?!

Pero parece que alguna cosa positiva se saca del hecho de que lo predijeran: Mar me está mirando con interés creciente y han desaparecido las arrugas de tristeza de su frente.

- ¿No había ningún plan? - considera, en un murmullo, mirándome interrogativamente.

- No que yo supiera - gruño, con una sonrisa que se me escapa al ver que estamos llegando a algo.

A ella se le contagia mi sonrisa, pero frunce el ceño y se gira hacia Moody.

- ¿No sabías nada? - le pregunta , visiblemente sorprendida.

- ¿De vosotros? - se asegura el viejo auror. - Ni palabra - se queja. - La verdad, ni siquiera lo sospechaba. Que habías impresionado a Sirius, sí, pero hacía bastante que lo veía igual. Y, la verdad, pensaba que era por la injusticia que cometía secuestrándote y no por nada entre vosotros.

Mar se echa hacia atrás y niega lentamente, mirándonos incrédula.

- No sabías nada - repite, considerándolo, como si hubiera sido impensable hasta ahora. - ¿En serio? - insiste.

- En serio - repite Moody.

No me hace falta más para entender que ahora lo que está en duda es mi confianza como auror, y chasqueo, molesto, la lengua.

- Lo sé, lo sé - digo, entre dientes. - Soy un auror nefasto que infringe las normas más allá de todo movimiento inteligente y que encima lo oculta. Sé que estuvo mal enamorarme de ella. Sé que fue una estupidez que atentaba en contra de todas las normas del código de comportamiento. Sé que eso me convierte en un irresponsable, y todo eso. Lo sé.

Pero Mar me está mirando con la sonrisa más sinceramente alegre y enamorada que le he visto desde antes de salir del refugio, y mi vergüenza por ser un desastre de auror se desvanece. Le devuelvo la sonrisa, encantado de ver que ahora me cree, y la beso en la mejilla.

- Lo siento - se disculpa al cabo de un instante, abochornada. - ¡Entonces no había plan! ¡Qué... qué tonta!

Sacudo la cabeza y la calmo con más besos suaves.

- No pasa nada - le aseguro. - Todo es culpa mía.

- No - se queja Mar. - He hecho el ridículo. ¡Estaba tan... convencida...!

Moody da un educado paso atrás para dejarnos fingir que tenemos intimidad y yo pongo las dos manos, planas, en las mejillas de Mar.

- Te quiero - repito, mirándola fijamente. - ¡Si depende de mí, preciosa, ya se pueden ir olvidando de mí los aurores!

Ríe suavemente, halagada, y me derrito, lleno de empatía, sintiéndome tan mal como se debe de haber sentido ella todos estos días.

- Estás tonta - la riño, muy afectuosamente. - ¡¿Pero tú te crees que yo jugaría así contigo?!

Se encoge de hombros y saca la lengua, en un gesto tímido que intenta quitarle hierro al asunto.

- Bueno - suspira. - No entendía cómo Alastor podía permitir que estuviéramos juntos. No podía ser que lo supiera y nos dejara seguir, así que pensé que todo debía de ser idea suya y que todo era... un plan.

Él ríe suavemente a mi espalda.

- Sirius te dirá que me sobreestimabas - bromea, a media voz, y no puedo evitar sonreír.

- O que me sobreestimabas a mí - corrijo yo, con una ceja bajada - creyendo que era lo suficientemente buen auror como para informar de todo. O como para hacer sólo lo que me decían, y no hacer lo que estaba prohibido.

Moody suspira exageradamente, casi quejoso, pero ríe entre dientes.

- De lo más competente - concluye.

- Supongo - digo, dándole la espalda y mirando fijamente a Mar - que aceptarás mi renuncia.

Mar alza las cejas y se inclina para ver a Moody que, antes de que yo tenga tiempo de reaccionar, está a mi lado, mirándome a la vez con los dos ojos. Un espectáculo poco común, por cierto.

- ¿Tu renuncia? - murmura, acercándose mucho a mí.

Asiento y miro a Mar, intentando aparentar menos impresionado de lo que estoy por la proximidad de Moody.

- Ya no quiero ser auror - digo, ahogadamente.

- No digas tonterías - se queja Moody, sacude una mano cerca de mi cara y se aparta un par de pasos de mí, cuestión zanjada.

- Alastor - le llamo, recuperando la compostura, - va en serio. Depende de mí, ¿no?

Mar sacude la cabeza y me aprieta una mano.

- No digas tonterías - repite, entre dientes. - Tienes que ser auror.

La miro, ofendido, porque estoy convencido de dejarlo, pero su mirada juguetona y su sonrisa me dicen que está tramando algo. Y, tan rápido como Alastor se ha acercado antes a mí, veo que ella se endereza y camina hacia el viejo auror, con una mirada determinada.

- Alastor - llama, autoritaria.

- ¿Señorita? - responde él, mientras refunfuña entre dientes.

- Creo que estamos de acuerdo en que no puede dejar el cuerpo - dice, señalándome con un movimiento de cabeza.

Mi superior gruñe su asentimiento.

- Pero también estaremos de acuerdo que lo que ha hecho es irregular - prosigue Mar, y yo doy un par de pasos hacia ella, deseando entender lo que persigue. - No es demasiado de fiar...

La miro intrigado. ¿Conseguirá así que me suelten?

Alastor sonríe lobunamente, enseñando los dientes, y asiente.

- Y tú, por otra parte - prosigue él - has demostrado correr peligro, ¿no es así?

¿O lo que persigue es que no me suelte sino que me castiguen a una sola tarea en concreto? El estómago se me hace mariposas ante la expectativa.

Mar le devuelve la sonrisa y asiente.

- Veo que nos entendemos - suspira, alarga una mano hacia mí y sacude la otra como despedida. - ¿Quedamos así, entonces?

Moody asiente y yo miro a Mar interrogativamente, pero ella sólo me guiña un ojo. Me doy cuenta, no por primera vez, de que Moody y ella se conocen bien y de que se han pasado media vida negociando, ya que, sólo a partir de un par de frases, son capaces de extrapolar toda una conversación y entienden mucho más sólo por cómo conocen al otro que por lo que dicen. En el fondo, hasta entiendo, en parte, que Mar supusiera que había un plan destinado a juntarnos: ¡conociendo a Moody, lo raro es que no lo intuyera yo!

- Vamos a casa, Sirius - me sugiere, cuando ve que dudo, y se le escapa una sonrisa eufórica. - Has quedado designado como mi auror personal durante, al menos, tanto tiempo como tú quieras.

Y, al ver mis sospechas confirmadas, siento una oleada de alegría recorrer mi pecho. ¡Su auror en exclusiva! No dejo el cuerpo pero eso me permite, por lo menos, llevar una vida normal, con una familia, con mis amigos, sin dobles trabajos, sin noches en vela persiguiendo caballeros. ¡Justo lo que quiero! Sonrío, paso un brazo alrededor de los hombros de Mar y saludo formalmente a Moody, con la mano extendida sobre el punto exacto donde, de llevar el uniforme de auror, estaría la Alpha del pecho, un poco por encima de la clavícula. Él me devuelve el saludo, con el ceño fruncido, pero acaba por sacudir la cabeza con una sonrisa resignada.

- Ya hablaremos - me dice, con los labios.

Asiento rápidamente.

- Será un placer - le digo, igual de silenciosamente, y, feliz, sigo a Mar en su desaparición hacia su casa.