No entiendo cómo he podido dejar que pasara casi un mes desde mi última actualización. Lo siento, espero que no vuelva a ocurrir.
11: El lado bueno de las cosas
Rivaille estaba sentado tomando su té negro. Delante de él estaba un rostro conocido sonriendo con incomodidad. Era Erwin. Y eran las dos del mediodía. Afortunadamente, Rivaille solía comer temprano, a eso de las doce, y las intenciones del rubio no eran las de comer con él. Así que estaban ambos sentados, en silencio, uno delante de otro, en la mesa.
Erwin había pasado por unos años de meditación después de lo ocurrido. No era como si toda la culpa fuera suya —Rivaille siempre había sido difícil de tratar—, pero sí gran parte de ella. Así que el primer paso que tenía que dar era reconciliarse con aquellos a los que había herido en el pasado.
—El octavo paso— dijo Erwin de la nada—; reparar el daño causado en el pasado, pedir disculpas por ello.
Silencio. Rivaille dio buena cuenta de la taza de té y se levantó para servirse otra. Mientras, Erwin paseó sus dedos por el borde de la suya, sin probarlo aún, y esperó a que su amigo dijera algo.
—Realmente has progresado— elogió Rivaille.— Pero lo que hiciste no es algo que haya sido insignificante, precisamente.
—Lo sé. Por eso estoy aquí.
Cuando la segunda taza de té estuvo lista, el pelinegro se reclinó sobre la encimera de la cocina y suspiró. Aquello estaba siendo terriblemente incómodo, pero creía llevarlo bien.
—En ese caso, ¿qué tienes pensado? ¿Pedir disculpas, rogar por mi perdón?
Erwin negó con la cabeza y confesó que en realidad no sabía lo que buscaba. En el pasado no se había comportado, y había sucumbido como un estúpido a la bebida. Eso había sido problemático. Le contó a Rivaille todo su recorrido, desde el momento en que lo abandonó hasta ahora, y bebió de su taza de té. Ya estaba fría.
—Sé que lo que hice no tiene perdón, y sé que ni siquiera me lo merezco— continuó—, pero necesitaba que supieras que decidí dar el paso para arreglar mis problemas, que no continué siendo sumiso ante mis deseos, y que tengo plena conciencia de mis actos pasados.
—Eso es bueno— dijo Rivaille.
—Entonces, ¿puedo atreverme a pedir tu perdón?
El pelinegro bebió un trago de su té negro y cerró los ojos pensativo. Lo que había sucedido con Erwin lo había marcado con mucha fuerza, no era algo sencillo de perdonar e incluso en aquellos momentos condicionaba su trato hacia las personas.
Pero había hecho lo correcto y trataba de enmendar su error con mucha nobleza. Y él tampoco era un maldito rencoroso.
—Adelante.
Erwin sonrió.
—¿Me perdonas por los actos tan crueles que hice?
—Sí.
El rubio, que hasta entonces había mantenido una postura severa y seria, ahora dejó caer los hombros y permitió que unas lágrimas traicioneras salieran de sus ojos. De repente, rejuveneció cinco años.
—Oh, venga ya, no te pongas a llorar— recriminó Rivaille con fastidio.
—Significa mucho para mi...
En ese momento el timbre sonó con mucha fuerza e insistencia. Rivaille chasqueó la lengua y dejó su taza en la encimera. Se dirigió con tranquilidad al interfono y lo descolgó con pereza.
—¿Profesor Rivaille?
Se quedó helado. Era Eren.
—¿Qué coño haces aquí a estas horas?
—No es tarde.
—Deberías estar comiendo, o durmiendo la siesta. No venir a molestarme. Lárgate.
Eren, en la puerta del edificio, se mostraba nervioso. Creía que su tan querido profesor estaba con Erwin y, aunque no se equibocaba, él todavía no lo tenía confirmado. Había cogido el primer bus que salía de Trost hacia Shiganshina, y tuvo suerte porque en pocos segundos lo habría perdido.
—He venido a hablar con usted. Por fabor, ábrame.
Rivaille hizo una mueca disconforme. Erwin la vió y sonrió con algo de ternura. Obviamente, no sabía lo que estaba pasando, ni con quién, pero le parecía muy tierno que alguien fuera capaz de insistirle a Rivaille para hablar cara a cara. Recordaba que la gente solía insistir para lo contrario.
—Je veux passer l'après-midi avec vous, mon amour.
Otra vez, una maldita frase adorable dicha en francés. La primera vez funcionó —y vaya que lo hizo, Rivaille la recordaba muy bien—, pero no permitiría que se convirtiera en costumbre el uso de frases en francés solo para hacer que cediera.
—¿Qué coño me has llamado, imbécil? ¡No vuelvas a decir esas cosas o te parto el cuello!
—¿Por qué está tan de mal humor, profesor Rivaille?
—No me llames así.
—Lo lamento, Rivaille. ¿Por qué está tan de mal humor?
—Por algo que no tiene nada qué ver contigo— soltó, evidentemente enfadado.
Eren no comprendía qué era lo que pasaba. Sabía y entendía que Rivaille era un tipo difícil y que seguramente le había sentado mal la última noche que se vieron, pero estaba actuando realmente como si hablara con una molestia. Y Eren, aunque lo fuera a veces, no creía que mereciera ese trato. Así que llegó a la conclusión de que Rivaille estaba triste y necesitaba que le apoyara.
«Qué oportuno» pensó, «justo ahora que venía a visitarle».
—¿Sabe? No voy a dejar de insistir en todo el día para que me abra y me deje estar con usted. Además, he traído una película. Y té. Té negro, el que le gusta.
Rivaille colgó el interfono y dirigió una mirada a Erwin. El rubio sonrió enternecido ante la escena y se encogió de hombros. Se terminó su té, dejó la taza en remojo en la fregadera y se dirigió con calma hasta la puerta. Sonrió.
—No he venido a recuperarte, tranquilo. Sé que sería imposible, y a lo largo de los años he conseguido olvidar lo que sentía por ti. Así que disfruta.
Erwin abrió la puerta y pulsó el botón del ascensor. Cuando subió hasta arriba y se disponía a entrar, Rivaille lo llamó. El rubio se giró, con el rostro amable, pero no dijo nada. Se sonrieron, y con eso ambos ya se sentían satisfechos.
Rivaille entró de nuevo en casa y le abrió la puerta a Eren. El destino quiso que el muchacho subiera corriendo por las escaleras y que no se cruzara con Erwin. O que Erwin no se cruzara con Eren, mejor dicho, porque el rubio no sabía que el muchacho de la tienda de informática era el mismo que estaba tratando de conquistar a su amigo.
—He traído té y una película— dijo el castaño, jadeando, cuando llegó al último piso y vio que Rivaille lo esperaba en la puerta con una expresión seria. Enseguida notó que el pelinegro no había estado solo, pero no estaba enfadado. No tenía derecho a estarlo.— ¿Ha estado Erwin aquí?
Rivaille cerró la puerta cuando Eren entró y se dirigió hacia la fregadera para vaciar de agua la taza del rubio y dejarla a un lado, para fregarla después. Estaba nervioso. Él jamás se ponía nervioso, y mucho menos con un mocoso que jamás cesaba en su parloteo utópico y en sus miradas inquisitivas. Aunque, esto lo admitía ya, tenía unos ojos verdes preciosos, como dos grandes esmeraldas.
—No tienes de qué preocuparte, no tengo nada con ese idiota.
Eren se acercó calmado y dejó una distancia prudente, para no intimidarle.
—Pero me siento celoso, ¿sabe? Estoy convencido de que tiene una relación muy cercana con Erwin, y que le ha sonreído, y yo quiero verle sonreír para mi.
Aquello había sido adorable, se dijo Rivaille. Pero no sonrió. Cerró los ojos y se dirigió al sofá. Se acomodó tranquilamente, a sabiendas que Eren se sentaría a su lado invadiendo su espacio personal.
—Dices que has traído una película— dijo.—Anda, ponla.
El muchacho sonrió ampliamente y se acercó a toda velocidad hacia el televisor, sacando de la bolsa de plástico con el té una película.
Cuando Rivaille la vio, alzó una ceja con incredulidad. Pero no hizo ningún comentario. Cerró los ojos y simplemente esperó hasta que, efectivamente, Eren se sentara a su lado invadiendo su espacio vital. Tampoco lo comentó, porque de hecho le gustaba sentir su calor tan cerca.
Mientras la historia acontecía, la mente de Rivaille trazaba una trama sinsentido de pensamientos entrelazados y relacionados con Eren y su cercanía física. Recordaba, casi a la perfección, la maldita frase en francés que le soltó aquella noche de año nuevo tan marcada.
Y entonces la parrafada sobre su vida que le contó el castaño. Que era virgen. Que estaba enamorado de él. Que siempre lo estuvo y que su primer beso fue...
—Es patético— murmuró abstraído.
Eren se giró.
—¿Por qué? Él no lo sabía.
Rivaille volvió a la realidad y contempló la pantalla unos segundos. Claro, la maldita película.
—No sé qué vas a pensar de lo que voy a decirte a continuación, mi querido Rivai...
—Ni se te ocurra volver a llamarme de ese modo, loca con gafas— contestó él.
Hanji se rió con alegría.
—Por supuesto. ¿Sabes? No creo que Erwin quiera causar problemas. En serio, habla con él. Han pasado varios años, y aunque lo que te hizo es imperdonable, bueno... él lo sabe. Y yo no te diría que hablaras con él si hubiera riesgo alguno de... bueno, ya sabes.
Rivaille chasqueó la lengua con evidente molestia. No quería hablar con Erwin. No sólo porque fuera a ser algo terriblemente incómodo, sino porque además había luchado toda su vida para olvidar ese asco de noche. Y ahora que parecía que las cosas fueran a cambiar un poco con ese imbécil —sí, pensaba en Eren—, aparecía Erwin para estropearlo.
—No va a estropear nada— dijo Hanji, leyendo sus pensamientos.— No intentará nada contigo, sólo quiere disculparse.
—Tsch.
—Él sabe que alguien te está robando el corazón pasito a pasito— dijo con diversión.
Rivaille palideció un momento y luego su rostro se volvió un poco rojo. Fingió que era de fúria.
—¿Se lo dijiste?
—Se lo mencioné, sí. Para que supiera que no tiene nada qué hacer. Pero, hablando en serio, si tanto te gusta, ¿por qué lo evitas?
Rivaille calló. Escupió algunos insultos y se marchó. ¿Que por qué evitaba a Eren? Por Erwin. Era una maldita espina clavada en su interior.
—Eren— lo llamó.
—¿Si?— El castaño se giró y sonrió como un ángel. Rivaille tuvo que admitir que sí tenía sus límites y que, para bien o para mal, los había sobrepasado.
Los labios de Rivaille chocaron al instante contra los de Eren. Fue rápido, y eficaz. El mayor tumbó al chico y se puso encima de él, besándolo con pasión y con ganas. El castaño supo enseguida que aquel beso era absolutamente distinto al que le dio la primera vez. Éste beso tenía más significados que el simple choque de labios y lenguas. La de Rivaille pronto se abrió paso y se enrolló con la suya, jugando, como un combate, como una lucha... con deseo.
Cuando se separaron, un finíssimo hilo de saliva los unía. Se rompió casi al instante.
Rivaille se limpió la saliva con la manga de la camisa, y Eren hizo lo mismo, rojo como nunca antes lo había estado. Sin querer, estaba teniendo una erección.
Al notarlo, el mayor sonrió con ironía —no era el tipo de sonrisa que Eren buscaba provocar, pero era muy sensual— y se acercó al oído del castaño. Lo mordió.
—Voy a hacerte el amor— susurró.
Eren sintió arder todo su cuerpo. Podría haber dicho «te voy a follar», «perderás tu maldita virginidad», «voy a clavarte...»... podría haber dicho un montón de cosas bruscas, pero había escogido la manera más suave.
Al notar esa reacción en Eren, Rivaille se sintió arder también.
Había desactivado todos los mecanismos mentales que, a lo largo de los años, se había esmerado en trazar y construir para evitar volver a enamorarse otra vez.
Era lamentable, pero ahora lo estaba.
—Siempre puedes decir que no si no quieres— dijo con sarcasmo. A continuación, empezó a besar y a morder el cuello de Eren.
Pues claro que no diría que no.
Continuará...