Sinopsis: Gracias a una pequeña noche en el bar de Calvera, producto de una conspiración a manos de los dolores de cabeza del patriarca, Albafica y Dégel deberán soltarse de sus cadenas y dejarse conducir por la locura; pagando sus consecuencias en el camino, por supuesto. [Doble trama]
Pareja principal: [Manigoldo x Albafica]
Pareja secundaria: [Kardia x Dégel]
Notas: Historia creada sin fines lucros, sólo por diversión y ciertamente sin sentido. Al principio sólo era una historia de tres capítulos, comedia especialmente, sin embargo por cuestiones de inspiración la extendí.
Noche de tragos.
Capítulo 1.
Un poco de locura.
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Siglo XVIII
Santuario de Athena
Llegando finalmente al monte de las doce casas, después de cumplir con una tediosa misión encomendada por el mismo patriarca, en su rostro no había rastro de una señal que no fuera desgano. Alzó la vista a las empinadas escaleras, mostrando en un ascenso al cielo a los guardianes que protegían las faldas de la divina prominencia Athena.
Inició su ascenso por las escalinatas dejando atrás el primer templo que daba la bienvenida a los Santos, el templo de Aries. Su protector no parecía estar en casa, lo cual le restó importancia al segundo siguiente cuando fue a la segunda parada.
Mientras sus pies escalaban peldaño a peldaño el ascenso, empezó a sentir la misma clase de agotamiento similar cuando culminaba tareas que requerían meses de expedición en el terreno enemigo; teniendo los mismos efectos de ser agobiante y debilitante. Era como sanguijuela que vertía todas sus energías con el paso de los días. Convirtiendo lo extraño en rutina, al no poseer ningún atributo coherente o "normal". Enfrentar a los espectros, entrenar a los futuros santos, cumplir con su tarea o, morir en el intento, todo era el botiquín que traía consigo las armaduras doradas.
Respiró hondo, dejando salir sus penas en ese suspiro. Deteniendo sus pasos tan sólo unos segundos, se permitió saborear el dulce aroma de la primavera; aquella que ya había preparado su partida y se encontraba en la puerta despidiéndose con dulces aromas tropicales y fuertes ráfagas de viento que sacudían los templos cuan más alto se encontraran. El olor a tierra húmeda se le impregnó en los pulmones, dejando una dulce fragancia que era la misma que alimentaba a las flores del jardín.
Él era considerado como una rosa y, ese olor literalmente, le alimentaba, le recargaba los ánimos. Su capa se ondeó a sus espaldas junto con sus celestes cabellos mientras los pétalos de flores, hojas o simplemente polvo, eran azotados por el viento. Era relajante, y ya los segundos de tensión que habían sucumbido sobre él, fueron expulsados de su cuerpo como las hojas que sobrevolaban sobre su cabeza. Sus ojos cobalto se elevaron al cielo estrellado, y se dio un pequeño lapso de tiempo para disfrutar de esa sensación.
A pesar de ser partidario en ataques florales y convivir con ellas diariamente, el fin de la primavera le era reconfortante. Ya quizás faltaban una semana o dos como máximo para un cambio de estación, y contar los días le parecía hasta divertido en su momento de aburrimiento. La rutina con el tiempo pasaba a ser molesto, inquietante y hasta podía llegar a convertirse en un instrumento de tortura; eso era en su caso, cabía mencionar. Que el fin de esa estación culminara y le diera la bienvenida a la siguiente era el cambio a su rutina, lo cuál le motivaba en ciertos aspectos.
Ya las tardes eran envueltas por la penumbra, como si los dioses dudaran sobre sustituir la humedad de la primavera por el verano. Sin darse cuenta, ya había retomado su ruta a la cámara del patriarca para notificar las mejoras y deficiencias en la expedición con los santos de bronce.
Su mente maquinó nuevamente, aunque realmente lo hiciera constantemente, moviendo los engranajes de su cerebro a un paso lento para tomar notas y subrayar los hechos del día anterior. Ya era una costumbre inveterada, un hábito adquirido con el paso perspicaz del tiempo. La mera práctica de crear monólogos internos al recapitular el fin del día que iniciaba una vez que sus pies pisaban el primer escalón en el templo de Aries.
Había mucho que pensar, mucho que recordar, mucho que lamentar para cuando llegara a su templo o a la recámara del patriarca, era indiferente en realidad. La distancia entre ambos era sólo un par de zancadas. Un pequeño cansancio empezó a tomarle los sentidos, y recurrió a la opción de reportarse en la mañana a primeras horas del día. No había prisa.
Finalmente dejó atrás el templo de Acuario reconociendo a lo lejos el símbolo de Piscis que estaba impresa en la lápida, que se elevaba por todo lo alto. La detalló, cada curva, cada borde tallado de ese símbolo. Era como si le recibiera, era como si le dijera «Bienvenido a casa, Albafica»
Esbozó una pequeña sonrisa entrecerrando los párpados, expresión que desapareció al sentir dos cosmos alborotados en las afueras de su templo. Ya no era su honorable escudo quien le daba la bienvenida. Con sólo sentir esos cosmos no tenía necesidad de adivinar quienes eran, y sus planes de tumbarse en la cama hasta el amanecer, se vinieron abajo.
«Será una larga noche», pensó. Era consciente que lidiar con ese par, nunca iba a ser tarea sencilla.
—Bienvenido, Alba-chan. —Con las manos puestas a ambos lados de su cadera y una sonrisa constante que expresaba más burla que alegría, le recibió el santo.
—¿Qué cuentas Albita? ¿Todo bien? —añadió el segundo caballero postrado en los últimos escalones que daban entrada al interior del templo.
—Buenas noches, Manigoldo, Kardia —respondió sutilmente, ocultado su pequeña molestia por esos diminutivos a su nombre, exceptuando el hecho que no le agradaba en lo más mínimo tener a dos hombres infantiles a las afueras de su casa. Su instinto le gritaba que huyera si quería dormir al menos ocho horas—. Sí, todo bien.
Kardia con una manzana en su mano derecha le miraba sonriente.
—Nos alegra.
Albafica detuvo sus pasos una vez que estuvo frente de los cinco escalones que daban vía a su casa, se pasó una mano detrás de su cuello ladeando un poco la cabeza.
—Vayamos al grano, ¿desean algo? ¿O simplemente no tienen a otra persona que molestar?
—¡Menudo malagradecido! —Manigoldo realizó un movimiento frecuente con su mano, como si estuviera espantando moscas o esa era la impresión que daba—. Y nosotros que nos tomamos la molestia de venir a recibirte.
Mostrando una sonrisa audaz, con un levantamiento de ceja, el caballero de Piscis reveló sin palabras como no les creía en lo más mínimo.
—Agradezco su hospitalidad, es tan condescendiente viniendo de ustedes —Volvió a sonreír, dejando a relucir el pequeño sarcasmo—. Es tan reconfortante.
Kardia soltó una risa extrayendo de su cavidad la fruta que ya había sido devorada casi por completo, y el núcleo ya se veía por algunos de sus ángulos.
—Albafica, ya nos picaste. Basta de falsos preámbulos —Sus palmas tocaron sus rodillas tomando un impulso para erguirse completamente—. Hemos venido a buscarte.
—¿Buscarme? —Los segundos que transcurrieron después de su incógnita sirvieron para resolver las obvias intensiones. Soltó un bufido—. Lo interesante de éstas conversaciones es que siempre terminan con los mismos diálogos todo el tiempo: No voy a ir con ustedes, por obvias razones que ustedes mismos saben.
—¡Albafica, debes aprender a relajarte! ¡A tomar todo con más calma! —soltó Manigoldo con las cejas alzadas, recostándose en uno de los pilares cruzándose de brazos. Al percatarse de como su tono de voz había asustado al silencio, prefirió bajar el volumen y proseguir—: Debes entender que sólo se vive una maldita vez. Y no nos iremos de aquí sin ti, sólo para que sepas.
Albafica meditó la respuesta en silencio.
—Mira, Albafica —Kardia bajó los peldaños para frenarse en un escalón por encima de él, observándolo con una seriedad, de por sí infantil, al detallar las comisuras ampliadas. Lo cual llevó a una encrucijada al protector de la última morada, preguntándose cuál sonrisa era peor, esa o la burlona de Manigoldo—. Siendo todos santos de oros, ¿qué nos pronostica el futuro?
Dejando que el silencio respondiera por él, Albafica se mantuvo observándolos. Que ellos notaran el muro que habían entre ellos y que tristemente intentaban escalar.
—No hay que ser videntes ni practicar magia negra para saberlo, Alba-chan. —respondió Manigoldo por él, cuando notó que sus preguntas iban a un oído que no produciría respuestas—. Bien sabes que el día de mañana puedes terminar en una linda cama de rosas con las manos entrelazadas al pecho, enterrado seis metros bajo tierra y con una encantadora lápida con tu nombre —finalizó hilarante con esas salpicaduras juguetonas, al tiempo que se encorvaba de hombros.
—Todos tenemos una cruz que llevar. Deja tu exilio y vamos a divertirnos —El tono de Kardia pasó de ser severo, para luego recuperar sus atibes de infantilidad—. ¡La vida tiene un límite desde que empieza! Para todos es así, tú no eres el único que lleva una enfermedad en sus venas. No tiene sentido estar pendientes del mañana, vive para el maldito hoy, Albafica.
Manigoldo se despegó del umbral del pilar y caminó hasta su compañero, que bien que era su "hermano de armas", "compañero de misión", y que para el hombre que tenía en frente, al principio eso había sido una aberración. Al ver la cercanía a la cual se estaba exponiendo, el guardián del templo por inercia retrocedió.
—Ríe, bebe, sonríe, sácale el culo a esa maldita sangre. Así es la vida, hombre. ¡Si la vida te da limones has limonada con esa mierda! —Alzó la voz, ya también pareciendo perder las pocas cuerdas que unían los lazos de su paciencia. Ya para cuando estuvo frente a su compañero, mostró esa sonrisa retozona, dándole una palmada en el hombro con una brusquedad que le hizo moverse de su lugar unos pasos más al protector de la casa doce—. Vamos, será divertido. Serán unos cuantos tragos y nos regresamos antes de que cante el gallo —Señaló con el pulgar a Kardia que se encontraba detrás de él, sonriendo del mismo modo—. Éste tipo también convenció a Dégel de ir.
—Hablamos con el Patriarca y nos dio la autorización de salir esta noche, ¡¿cómo vamos a dejar pasar esa oportunidad?! —añadió el Escorpio, ya para cuando el semblante de Albafica parecía dar signos de resignación. Se dio unos momentos para maquinar en su mente todo lo dicho, decirle que no a ese par no era una buena elección. Eran capaces de cualquier cosa si estaban decididos, y si habían preparado un discurso como plan A, no quería saber lo que vendría si llegaba al plan B o incluso el C.
Soltó un suspiro y volvió a levantar la mirada, dejando que de sus cuerdas vocales, el sonido finalmente saliera.
—No me haré responsable de las consecuencias —accedió a pesar de contener un matiz de recelo mordaz que ese combito pareció ignorar—. Nos vemos en Aires.
Empezó a adentrarse en su templo, dejando a los caballeros de Escorpio y Cáncer atrás.
—Tienes quince minutos —informó Kardia saliendo de su terreno, bajando todos los escalones ya dándole la espalda completamente.
Antes de partir también, Manigoldo le dio una última mirada, y en ella parecían escapársele las travesuras que se le engavetaban en el iris.
—Si no estás listo en quince minutos, te vendré a buscar y si es de iniciar una guerra de mil días aquí mismo; lo haré, porque te arrastraré tal cual estés, Alba-chan. —Sonrió con picardía—. Así que prepara tu rosa piraña hasta entonces.
—¿Amenazas? —Giró la cabeza en su dirección mostrando una mirada feroz, como la de al menos tres bestias mitológicas.
—Quién sabe. —Dejó salir una risa entre dientes, dándose media vuelta—. Somos compañeros, ¿lo olvidas?
Albafica soltó un bufido.
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Saliendo de su templo con el mismo ánimo que podía hacer retroceder el de cualquier alebrestado hombre que saldría de su casa con esas ansias de festejo hasta que su cuerpo aguantase, bastando sólo mirarle que se diera media vuelta y se fuera a dormir.
Su chaqueta de gabardina hacia juego con la penumbra de la noche, ese azabache que se asemejaba con la oscuridad de los rincones que albergaban en el santuario. Sustituyó el pañuelo de seda blanco por una bufanda del mismo color, subrayando en su mente que en esa noche el frío pareció ansioso de su pronta partida, dejando como residuos; escalofríos penetrante, que se escabullían por las pequeñas aberturas del tejido de la ropa adentrándose por los poros haciéndole temblar.
En el templo de Acuario esperaban tres entidades vestidas de un estilo similar al de él, alternando los pañuelos por bufandas o simplemente tener la chaqueta abierta completamente con el pañuelo como Manigoldo o con la bufanda como Kardia. Era la primera vez que le veía vistiendo una chaqueta de gabardina y admitió que realmente le hacía relucir decente.
Se unieron finalmente y Dégel tenía una expresión similar al suyo, sonrió en sus adentros. Era inevitable, ese par… eran el dolor de cabeza hasta para el mismo Patriarca.
—¡Vamos! —Kardia apuntó las escaleras—. Conozco un bar que tuvo nuevas remodelaciones y se inaugura hoy. Recibí la invitación de asistir.
—¿Conoces al dueño? —preguntó Dégel con cierta neutralidad.
—Dueña. —corrigió.
—¡Hey, Kardia! ¡Maldito! —Manigoldo le pasó una mano por el cuello del Escorpión mientras descendían—. Haces de las tuyas, ¿y no invitas?
Kardia arrancó a reírse en una fuerte carcajada, llevando en su mano su segunda acompañante que reducía al cómodo tamaño de su puño; su manzana.
—¡En absoluto! Al principio creí que era una mujer insolente e insoportable. —Le dio un gran mordisco a su fruta, y aún con la boca llena, continuó hablando—: Tenía ganas de perforarla con mi uña.
Albafica les miraba solamente, y considerando todas las barajas que jugaban esos hombres, en su rostro se percibió el velo de una pequeña sonrisa.
—Pensé que ibas a estar toda la noche así, Albafica —Dégel estaba a su lado en rezagado igual que él, llevando el mismo ritmo sosegado y sin prisa. Mientras los otros dos parecían correr escaleras abajo, entre risas e insultos.
—No soy de convivir mucho con las personas por mi sangre —Urgió las manos en sus bolsillos—. Pero esos dos son un peligro para Grecia en estado de ebriedad, incluso más que yo. Manigoldo es mi compañero de misión y me temo que si le pasa algo, tendría que dar muchas explicaciones al Patriarca.
—Estamos contra la misma pared. —consideró Dégel, esbozando una tenue sonrisa—. Como sabes Kardia no es una joyita que debería salir solo. Su actitud infantil casi lo lleva a la muerte la última vez que se escapó con la señorita Athena. El Patriarca me dijo que no era mi deber ser su niñera, pero que para evitar esos escenarios, estaban creadas las parejas.
El santo asintió ligeramente, él había tomado esa invitación más que todo como una misión. Era molesto, y a pesar de ello, no iba a flaquear en su trabajo por muy obsceno o grotesco que fuese, de igual forma que Dégel, habían sido entrenados para llevar en sus espaldas cualquier carga. Incluyendo a ese par de caballeros, que los dioses se ostentaron a unir.
Después de caminar por casi una hora llegaron finalmente a las puertas del bar. El primero en entrar fue Kardia seguido de Manigoldo y, sin otra opción a la cual huir, los otros dos no les quedo de otra seguirlos.
Una mujer corpulenta, de busto y caderas anchas les vio entrar por el umbral de la puerta mientras servía unos tragos a unos comerciantes, que ya muchos sabían que era la dueña del bar.
—¡Kardia! —gritó la mujer, extendiendo su mano saludándole con su brillante esplendor.
—Hola, Calvera —Le saludó con la mano.
Calvera caminó hasta ellos deteniéndose a unos cuantos pasos.
—Pensé que no ibas a venir a la inauguración —Sonrió de una manera afable—. Considerando que tú fuiste unos de los causantes en la destrucción de mi bar.
«Lo sabía…», pensaron Albafica y Dégel.
—¡Oye! Después que te salvé la vida, ¡¿así es como me agradeces?! —se enfureció el escorpio. Típico de su actitud infantil.
—¿Salvarme? ¡Fue la pequeña Sasha quien nos salvó el culo mientras tú estabas inconsciente!
Calvera y Kardia, después de arrojarse insultos de ambas partes, juntaron sus frentes sin saber que al discutir lo que ocurrió ese día, pusieron en fase con la situación a los restantes caballeros. Eso explicaba muchas cosas, había pensado Dégel.
Manigoldo rió por debajo haciendo denotar su presencia ante Calvera, que ya al dejar a un lado el pasado asunto, miró sobre el hombro de Kardia, advirtiendo el público VIP que no los perdían de vista.
—Trajiste a unos invitados… —murmuró ya cambiando su agresiva postura a una más dócil, para darles la bienvenida—. Sean bienvenidos, soy Calvera la dueña de este bar.
—Por un momento creí que habías dicho Calavera… —atestiguó Cáncer riéndose.
—¡¿Te das cuenta, Calvera?! ¡No fui el único que pensó eso!
La dueña del bar prensó los dientes e intentó mantener la sonrisa, no quería sacar un cuchillo de su bolsillo delantero y apuñalarlos a ambos. No en público, al menos.
—Eso es porque ustedes dos, son unos idiotas. —expresó Albafica abriendo la boca después de un largo tiempo.
—Concuerdo con Albafica —secundó Dégel, con una ceja alzada.
—¡Ustedes! —Ambos caballeros se voltearon señalando con dedos acusadores, a los que se suponían que eran "sus compañeros de misión", "hermanos de armas", "Supuestos soportes"—. ¡Traidores!
Pasándoles por un lado de los insolentes caballeros e ignorándolos descaradamente, Calvera se dirigió directamente a los calmados caballeros de las constelaciones de Piscis y Acuario.
—Es un placer, chicos —saludó cordialmente—. ¿Puedo saber sus nombres?
—Albafica de Piscis.
—Dégel de Acuario.
—¿Ustedes también son santos dorados?
—Sí, señorita —respondió Dégel mostrando una sonrisa.
—¿Incluyendo a ese otro crío? —Señaló a Manigoldo con hastío.
—Desgraciadamente —contestó Albafica.
—¡¿Oye a quién le dices crío, Calavera?! —protestó Manigoldo, siendo ignorado nuevamente, cuando una nueva cacofonía de gritos daba su inicio cuan más eran dejados a un lado. Se escuchaba gritar a Kardia diciendo que dejara de ignorarlos, pero Calvera volvió a hacer caso omiso.
—Kardia, ¿podrías darnos el gusto y placer de calmarte? —El entrecejo de Dégel se frunció. Teniendo como reacción que el caballero de Escorpio hiciera una mueca y, por su bien, prefirió guardar silencio.
Manigoldo empezó a rechistar y burlarse de la actitud sumisa de su compañero ante el sermón de Dégel, claro, no por mucho tiempo cuando una segunda voz se elevó al aire.
—Manigoldo. —le llamó Piscis con tono severo, teniendo añadida una mirada ensombrecida y al notar ese repentino cambio en el cosmos de su "compañero", tuvo que tener que retroceder también.
—¡Che! —Giró el rostro con brusquedad—. Ya... no te esponjes, Alba.
Después del silencio cauteloso que se dio entre todos, una fuerte carcajada rompió las barreras y se dejó mostrar con todos los hierros. No tuvieron que adivinar quién era, para cuando todos dirigieron su vista a la mujer corpulenta que se limpiaba el párpado por su exuberante gracia.
—Parece ser…—otorgó una mirada a los silenciados santos con pucheros poco discretos—, que ustedes, son las correas de estos dos.
—¿Podría indicarnos una mesa? —preguntó Dégel, con la compostura digna de un francés, que le colgaba del distinguido acento.
—Por supuesto —Inclinó la cabeza la dueña—. Síganme, por favor.
—Aún quiero perforarla —Kardia le habló al oído a Manigoldo, mientras Dégel y Albafica se adelantaban—. ¿Me apoyas?
—Ya veo tus motivos. Vamos a enviarla al inframundo —apremió su cómplice creando una tregua rápida—. Esperemos a que se descuide y usare mi Sekaii…
—Te estoy escuchando, Manigoldo. —se escuchó detrás de los caballeros, que rápidamente dieron la vuelta y notaron como Acuario y Piscis les advertían con la mirada.
—¡Pareces mi madre Albafica! —espetó, y al tener como respuesta una ceja alzada, agregó—: Y... y me encanta que sea así…
—¿Y dices que yo soy el sumiso? —Le señaló Kardia, ya enfrentándose al italiano—. ¡Deberías mirarte, maldito cangrejo!
—¡Cállate, perra barata!
—¡Haz que me calle!
—Basta, ustedes dos —ordenó Dégel, llegando hasta la mesa que había sido preparada para ellos.
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Ya eran las diez de la noche para cuando los caballeros llevaban media botella de Vino tinto del siglo XVII sabor a frambuesa. Dégel no terminaba de bajar su copa y Albafica sólo había bebido un par de sorbos, dándose el tiempo para que esa botella se la acabaran sus compañeros y no ellos.
Percibiendo que ya era hora de iniciar con el "segundo paso del plan", Kardia se levantó de la silla guiñándole el ojo a Manigoldo, y éste entendió la señal fingiendo que se veía el barro que tenía adherido a las botas.
Dégel y Albafica, seguían platicando trivialidades completamente aburridas y complejas para el otro par, que en su retrospectiva, les favoreció perfectamente para que no se percataran de lo que se traían entre manos.
—¿A dónde vas, Kardia? —investigó Dégel, al notar que su compañero se había levantado, contorneando el borde de la copa con el índice.
—Al baño, me cago. —resumió.
—Los detalles eran innecesarios, Kardia. —enfatizó Albafica con los ojos cerrados, ya dejando recargar su espalda en la silla. El cansancio que lo acarreó desde la misión anterior, estaba empezando a hacerse notar en su semblante.
Manigoldo rió con fuerza con la unión de los dos comentarios, y volviendo la atención al Escorpio, añadió otro comentario "indecente".
—Que no te trague el inodoro.
—Y como dijo Albafica; Detalles innecesarios —remarcó el Acuario, bebiendo un sorbo de su copa—. No te demores, nos iremos en un rato.
—¡Ya sé! —claudicó, ya girando en sus talones molesto en dirección al baño.
Calvera que estaba a lo lejos, le vio levantarse y más que la acción de hacer, advirtió las señas que le enviaba Kardia para que le siguiera.
Despidiéndose de la mesa con cordialidad, la mujer le siguió los pasos hasta el baño, cruzando a la derecha para adentrarse en un pasillo para poder llegar a él. Kardia ya le esperaba en el inicio del pasillo, recostado a la pared y los brazos pegados al pecho.
—¿Qué ocurre? —inquirió, descansando su bandeja de plata bajo su brazo.
Mostrando primeramente una sonrisa con los ojos entrecerrados, el Escorpiano le miró divertido.
—Calvera, necesito un favor que sólo tú puedes hacer —expresó al fin, haciendo énfasis en el pronombre.
—No me gusta cómo suena eso viniendo de ti, pero a ver…
Guardándose la curva en sus labios, Kardia le habló entre susurros, cuidando que los oídos de las paredes no se percataran del choque de sus palabras.
—¡¿Qué?! —objetó la dueña del bar, como primera enmienda—. ¡¿Kardia, te has vuelto loco?!
—¡Já! Sólo un poco. —Le guiñó el ojo, manteniendo ese semblante decidido—. Verás, esos dos son muy recatados, formales y aburridos los muy desgraciados. No han conocido lo que es la verdadera demencia o quizás perder los escrúpulos por un día ya que siempre están regidos a las jodidas las reglas. Albafica vive en un exilio total y casi nunca comparte con nosotros. Es un milagro que esté aquí ahora, disfruta de su presencia que será la primera y única vez que verás, si no nos ayudas. Tuvimos que sonsacarlos y decir que el Patriarca nos había dado permiso para que se dignaran a venir, cosa que por obviedad, es mentira. Somos santos de oros y la muerte nos saluda al final de la esquina con rosas y chocolates. Manigoldo y yo queríamos al menos regalarles un momento, donde ellos dejen esa patética fachada y puedan reírse libremente. —Tomando aire después de ese discurso y al ver la expresión de la mujer que parecía pensarlo, concluyó—. ¿Qué dices? ¿Nos echarás al pozo o nos rescatarás?
Pensando seriamente esas palabras, Calvera dejó que toda su cabeza repitiera toda la situación planteada, sosteniendo con fuerza la bandeja entre sus manos.
—Veré que puedo hacer. —concedió sin total convicción—. ¿Cuántas dosis tienes en mente?
—Las que sean necesarias.
—Sólo por esta vez… haré lo que me pides.
Kardia esbozó la sonrisa más extensa en toda lo que llevaba la noche.
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"Somos santos de oros y la muerte nos saluda al final de la esquina con rosas y chocolates", repitiéndose todas esas oraciones, Calvera consideró que en cierta parte ese caballero tenía razón. En ocasiones, era bueno probar un sorbo de libertad, si estabas muy regido a las políticas. Por esa vez, apremió esa travesura, y se dispuso a llevar a cabo su parte del plan.
Preparó una botella de vino de uva con una dosis extra de alcohol puro, aumentando el grado de rigidez al menos un setenta y cinco por ciento. Añadió otras bebidas de fragancia llamativas para aligerar el fuerte olor del alcohol, bañándolo en un dulce aroma, ocultando el mal bajo la frescura del jugo de naranja. Agregó pequeños trozos de frutas para incitar a los caballeros a probarlo, y ciertos detalles que no eran más que simple presentación.
Lo que tenía de experiencia en sus años de mesera, era que un buen cliente se compraba con la buena presentación de la bebida. Segundo, el olor; ni muy fuerte ni muy liviano y, por último, el color. El ser humano por mucho que lo negara, siempre estaría atado a ser guiados por las apariencias y la fragancia. Eran el arma para seducir, atrapar y finalmente embriagar, ¿y qué mejor para esa tarea eran las bebidas afrodisíacas?
Preparó dos copas y dos vasos con un trozo de limón en borde acompañado de una cereza incrustada con un palillo. Cubrió los contornos de las copas con azúcar, para luego envolverla con una cinta de color rojo, atada en su centro para formar un lazo.
La otra botella estaba similar pero la dosis extra estaba eliminada. El motivo era crucial, que ninguno de los caballeros no sospechara nada. Tomó las copas y las colocó cuidadosamente en la bandeja junto a las dos botellas. Una estaba marcada y la otra no. No estaba de más ser precavidos, no quería darle la botella equivocada a Kardia y al otro crío. Eso sería malas noticias para su nuevo bar.
Ajustándose el delantal, se puso en marcha pensando seriamente en sus acciones. Llegó a la mesa de sus invitados principales, escuchando como charlaban sobre los pechos planos de unas reclutas de la orden de la diosa a la que ellos servían. Se percató que lo que dijo Kardia era cierto, ya que Dégel tenía una mirada incrédula y Albafica estaba callado como tumba, creyó hasta verlo bostezar. Las únicas risas que se escuchaban, sólo venían de la garganta de los críos malparidos.
—Buenas noches, señores. —Se hizo notar, posando la bandeja en la mesa, tomando en sus manos la botella de Vino y la colocó frente a Dégel y Albafica. Donde uno se mostró sorprendido y el otro no tanto—. Un obsequio de la casa para mis caballeros, espero que lo disfruten.
Les guiñó el ojo con una sonrisa y giró la cabeza para los dos conspiradores mirándolos con desagrado.
—Y aquí está la de ustedes. —añadió. Depositando frente a ellos, la otra botella virgen de toda suciedad pero que era fundamental en ese plan. Una anécdota bastante irónica, de como una botella con mayor insipidez sea la más inocente que la otra que albergaba en su exterior una apariencia llamativa y vigorizante. La belleza podía llegar a ser los inicios de la propia destrucción. Y aunque no lo supiera, Albafica era el mejor ejemplo para ello.
—¡Hey! ¿Por qué la de ellos tiene frutas? —Manigoldo señaló la botella malhumorado.
—¿Por qué la de ellos tiene azúcar en el contorno de copa? —congregó Kardia a la queja, con la misma soberbia—. No, ¡¿por qué ellos tienen copas y nosotros vasos?!
Simples preguntas, que eso era sólo el anzuelo para que pescaran esos dos. Habían durado todo un día pensando sólo en "la primera fase" de ese plan. No eran tan listos como sus compañeros después de todo.
—Porqué a ustedes los odio —respondió Calvera haciendo un puchero y volvió a su posición erguida—. Por favor, Albafica, Dégel, son libres de servirse. Preparé ésta botella sólo para ustedes, como compensación de tener que soportar a estos mocosos.
—No podemos aceptarla, señorita Calvera —dijo Dégel con cierto recelo. Resultándole curiosa en esa repentina hospitalidad.
Eran inteligentes, eso lo notó a simple vista, pensó la dueña del bar.
—Sería abusar de su hospitalidad —adjudicó Albafica, dejando en la mesa el vaso casi lleno del otro vino.
—¿Van a despreciar la bebida hecha especialmente para ustedes de ésta inocente dama que sólo desea acoger su estadía? —fingió inocencia. A lo que segundos más tardes se sintió un poco culpable al engañar a esos príncipes de ensueño. Eran como la seducción de la carne, la representación de la perfección hecha en dos hombres—. Eso sería ilícito en este bar.
«Si así es el pecado… ¡Iré descalza al infierno!»
Albafica intercambiando una mirada con Dégel que parecía estar en la misma encrucijada, sintieron un pinchazo en el pecho, quizás estaban siendo descortés o muy analíticos ante la hospitalidad de Calvera, que sólo estaba siendo la menta para pasar el mal trago de esa noche y ellos estaba despreciando ese obsequio. Antes de que alguno pudiera abrir la boca y las palabras de aceptación surgieran, la voz de Kardia irrumpió en el silencio que había sucumbido sobre ellos.
—¿Qué es ilícito? Estás peor que Dégel, usando ese tipo de palabras complicadas y difíciles de entender.
—Búscalo en un diccionario —refutó la mujer petulante.
—Nah, para eso tengo a Dégel. —Hizo un ademán con la mano, teniendo un cambio brusco de dirección; desde la apatía dirigida a Calvera hasta la habitual erosión de vivacidad o emoción acelerada dirigida al Acuario—. ¿Qué significa, Dégel?
Le miró comparándose con un niño que le pregunta a su padre sobre la diferencia entre el azúcar y la sal, cuando su color era el mismo. Dégel encontró esa escena bastante sugestiva, cambió su postura en la silla acercando su cuerpo a la mesa para que su mentón descansara en el dorso de su mano izquierda.
—Para que entiendas, es como decir que está prohibido o es ilegal despreciar el obsequio de la señorita Calvera.
Hubo una pequeña sincronización a la hora de mostrar risas en unísono en el pequeño círculo de los santos de oros, siendo los primeros en iniciarla; Kardia y Manigoldo. Uno diciéndole que era un inculto de mierda, y el otro que ese no era su maldito asunto.
—En fin. Vamos, mis príncipes, ¿aceptarán mi obsequio o se jactarán de despreciar otro ruego de otra mujer? —Regresó al tema Calvera, con unas palabras que transmitían seguridad y cierta manipulación en la entonación para poder lograr su objetivo.
Dégel compartiendo el sentimiento anterior de Albafica, entonó su garganta para dirigirse a la dueña del bar.
—Sólo por esta vez. —se anticipó el santo de Piscis. Rindiéndose a los supuestos ruegos de Calvera. Tomó en sus manos la botella y llenó la copa decorada frente a él con esa llamativa bebida.
—Por favor Albafica, sírveme a mí también. —pidió el Acuario, también accediendo.
Albafica asintió, y también llenó la copa de Dégel hasta que la solución tocara el contorno del limón.
—Es una linda presentación señora Calvera —halagó Albafica—. Es un lindo gesto de su parte.
—Realmente sorprendente. Tiene usted talento, señorita —Dégel mostró una sonrisa, haciendo que la pobre dueña sintiera el corazón arrodillarse ante esos santos.
—¡Cayeron! ¡Cayeron! —le habló Kardia a su compinche por cosmos, intentando disimular su vehemencia.
—¡Que alguien nos bese los huevos! —respondió Manigoldo—. Somos los putos dioses. Es hora de quejarnos como unos malditos críos. Mira esto:
—¡Qué injusticia, mierda! —dijo ya en voz alta.
Sonriendo ante la extraña actitud que, ya de antemano le resultaba exagerada, Albafica tomó en sus manos la copa para llevársela a las comisuras de sus labios. El olor le pareció excesivamente dulce, podía percibir como el glasear azucarado se mezclaba con la uva, y el incierto de un olor extraño ocultarse detrás del vestigio del jugo de naranja. Sin embargo, creyendo que sólo estaba estipulando, reconociendo que Calvera había llevado a la fermentación alcohólica a otro nivel, se deleitó al dar el primer sorbo, despertando sus gustos palpítales y regocijándose en su paladar.
—Vaya… —dijo finalmente sorprendido—. Está delicioso.
El siguiente en probar ese manjar hecha solución fue Dégel que al dar el primer trago, el vino bailó en su cavidad, impregnando su olor en sus fosas nasales viajando hasta su garganta. Se percató que al final de toda la azúcar que bajaba por su tráquea, había un toque agrío que era equilibrado gracias al sabor de las frutas. Albafica tenía razón, esa bebida le dejó sin palabras.
—Sacrebleu.
—¡Oh, no! —se alarmó Kardia sonriendo delante su futura broma—. Nada de hablar en francés. No hay que mencionar que Dégel es un maniático de la lengua clásica española. No quiero aprender idiomas esta noche.
—Si habló en francés con sólo una probada, no me quiero imaginar con una copa completa. —dijo Manigoldo sonriendo, hasta que recibió una patada en la espinilla producto de la desaprobación física de su compañerito de misión—. ¡Coño, Albafica! ¡Esa mierda duele! —Le miró con un frío desdén frotando su recién golpe. Más Albafica le ignoró regresando la copa a sus labios
Obviamente Dégel tampoco se quedó atrás después de dejar a un lado su título de aristócrata y estampar la cabeza de Kardia contra la mesa, y éste le insultara al derecho y al revés. En griego y en una lengua mezclada que no logró reconocer.
—Me alegra que les guste, disfruten ese vino, mis niños. —Se retiró Calvera satisfecha, el ágil tiburón mordió el anzuelo de un pequeño crustáceo.
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La última campanada sonó en el recinto de un reloj de pared de color caoba con manillas doradas, situado en la entrada del bar anunciando la media noche.
Kardia y Manigoldo se reían constantemente, Dégel dejaba escapar risillas y Albafica mostraba ligeras sonrisas agregando comentarios de vez en cuando. Ya para cuando llegó la una de la madrugada y la botella había llegado a la mitad, las cadenas que apresaban a sus compañeros; estaban finalmente absueltas.
«Hora de jugar», pensó Manigoldo.
Dégel empezó a dialogar más sin limitarse, y sonreía a todo lo que decía Kardia. Había comentado estupideces que por criterio de su compañero fue lo más divertido en toda su jodida existencia. Le había visto sonreír repetidas veces, pero verle carcajear… le hacía muy feliz a él. Aunque para lograr eso tuvo que emborracharlo. No tiene nada de mano, ¿no?
Albafica reía esporádicamente, y Manigoldo creyó que si era encantador con su cara de amargado, su risa sería el gancho para terminar de enamorar a una mujer. Era cálida, suave, risueña, donde aún en estado de ebriedad era recatada y elegante.
—¡Bien, hora de jugar! —anunció Kardia después de beber fondo blanco de su vaso, volteando la silla de modo contrario que el espaldar de la silla tocó la mesa.
—¿Jugar? ¿A qué? —Ladeó la cabeza Dégel, quien sólo captó la llamarada de ese juego, ya que Manigoldo estaba riéndose de Albafica que, sin querer derramó la copa casi vacía en la mesa y se había salpicado un poco.
Al ver que sus compañeros aún no captaban la nueva situación que estaba a punto de iniciar, le sostuvo el hombro de Albafica y le mencionó lo que había dicho Kardia.
—¿Qué juego? —preguntó.
—¡Verdades vergonzosas! —reveló Kardia golpeando la mesa con la palma y una mirada severa, como si trataran un asunto de vida o muerte.
—Ya con el nombre dices mucho desgraciado —indicó Manigoldo bebiendo otro trago guiñando un ojo.
—¿Aceptan o se rajaran como maricas?
—Acepto. —afirmó Dégel.
—No voy a retroceder. —añadió Albafica.
—A ti no te voy a preguntar porque sé que aceptaras, Manigoldo. —se rió el santo de Escorpio observando a su compañero burlón.
—¡Desgraciado!
—Explica el juego, Kardia. —incitó su compañero intrigado.
—Sencillo. El juego consiste en como dice el nombre responder a la pregunta que te realicen. Sino respondes la pregunta, tienes dos opciones la primera opción es bastante estúpida pero la otra es más interesante...
—Habla de una maldita vez y deja el rodeo —Se exasperó el santo de Cáncer con una mano sobre la mesa, bastante cercana a la mano de Albafica, quien extrañamente no se molestó en apartarla.
—Quién no responda, deberá besar a quién le hizo la pregunta.
—¡Wuau! —Una onomatopeya con su acento italiano salió de los labios de Manigoldo.
Pensándolo unos segundos, Albafica se mantuvo en silencio; ¿besar?, parecía exagerado y sobre todo… No había más deducciones, su mente ya estaba lo suficientemente nublada y terminó accediendo al igual que Dégel.
—Yo le pregunto a Manigoldo, Manigoldo le pregunta a Albafica, Albafica le pregunta a Dégel y Dégel me pregunta a mí. No se puede repetir la pregunta a la misma persona dos veces, a menos que quieras añadir algo o sea relacionado, mas no lo mismo —Señaló el recorrido con el dedo, siguiendo las agujas del reloj—. Como yo sugerí el juego ¡Yo empiezo! —Fijó su vista en Manigoldo—. ¡Prepárate!
Manigoldo no flaqueó y le miró con otra mirada motivada. Donde Albafica tuvo el repentino pensamiento que lucía algo atractivo viendo ese ángulo de él.
—¡Adelante, carnal! —gritó, bebiendo todo el contenido de su vaso de un tirón.
—¿Te has masturbado por alguien alguna vez?
Moviendo la copa en círculos, Albafica arqueó las cejas, mientras que Dégel dejó salir un sonido gutural.
—Sí, por una persona del santuario, pero como no especificaste si debo decir nombre, no lo diré. —contestó, empezando a reírse y Kardia chasqueó la lengua. Marcando su derrota a manos de su propio compadre.
—Maldito. Sigues tú.
—¡Bien! —Se quitó la corbata del cuello y lo puso sobre la mesa. Albafica cayó en tensión—. Alba-chan, ¿alguna vez has deseado follarte a alguien?
—¿Desearla carnalmente?
—Sí, me entendiste.
Todos miraban atentos, haciendo que el caballero se desajustara un poco la bufanda para responder. Ya estaba ahí, ¿qué más podía hacer? Eran hombres, y hablar técnicamente de sus... instintos no era nada de lo que debiera avergonzarse. Con un carraspeo, decidió decir la verdad.
—Claro, soy hombre. —respondió al fin—. Más sólo ha sido eso —Reveló una sonrisa ligera, sirviéndose otra copa de vino, haciendo que el Acuario sonriera, eso se tornaba divertido.
Kardia empezó a reír alocadamente golpeando la mesa, y Manigoldo aprobó satisfecho la respuesta, otorgándole un guiño a su compañero que éste intentó que no hiciera estragos en su rostro con un incómodo rubor que no sabía porque de repente eludía.
—¡Tu turno, Albafica! —avisó el Escorpio.
Girándose en su propia silla para mirar de frente a Dégel quien estaba a su lado, Albafica se lo pensó unos minutos. Y después de encontrar la pregunta perfecta, la dejó salir:
—¿Te ha excitado algún gesto de alguna persona en el santuario? Debes decirme nombre, y qué expresión.
Oh dios, Piscis sí que fue explícito. No esperaba ni siquiera la pregunta de él. Dégel se quedó pasmado unos instantes, pensando en todas las embarazosas respuestas que burbujearon de su mente, más ninguna iba a dejar que saliera a flote.
—Supongo que sí… —carraspeó—. Pero no revelaré su expresión ni mucho menos su nombre.
—¡Conoces el castigo, Dégel! —testificó Manigoldo.
Y accediendo al castigo, siendo los primeros en ser penalizados, Dégel bebió un gran sorbo de su copa y se acercó a Albafica. Éste también se acercó aún con la copa en su mano, haciendo que sus labios se acercaran y después de vacilar un poco, se besaron. Dégel se adentró en los labios de Albafica, y él le recibió acariciando su lengua con la de él. El verde y el celeste se mezclaron en hileras prácticamente creando trenzas. Y la ternura de sus rostros se reflejaba mientras compartían ese beso, que no fue precisamente sencillo.
—¡Por Zeus! —gritó Manigoldo tapándose la boca, eso le estaba excitando. Esos dos muñecos de porcelanas ¡¿besándose?!—. ¡¿Qué clase de tortura es esta?!
—¡Mierda! ¡Mierda! —Kardia se alebrestó gritando escandalosamente.
Riéndose en medio del beso, los caballeros se separaron con el sonido suave del vino de sus labios. Sonriendo sutilmente, Albafica se llevó uno de sus mechones detrás de su oreja.
—Esperemos que mañana no mueras por mi culpa.
—No te preocupes por eso —Sonrió el Acuariano, ajustándose un mechón verdoso detrás de la oreja.
—¡Esto se pone cada vez mejor! —Manigoldo sin duda se estaba emocionando. Y no era el único cabe recalcar, todos al parecer estaban disfrutando ese juego—. ¡Tu turno, Dégel!
Oh, estaba esperando eso.
—Kardia… —Sonrió sorpresivamente, entrecerrando sus ojos, mientras desabotonaba un poco su gabardina.
—En efecto…, esto no será bonito —tartamudeó.
—Recuerdas aquella vez… —En su tono había cierta malicia, se mordió el labio inferior recordando la escena exacta, el momento preciso y la pregunta concisa que con tanto deseo quería realizar—, en nuestra última misión en Paris, cuando te perdiste por unas horas con la hija del comisionado, ¿en verdad se perdieron? o ¿te acostaste con ella? Me pareció demasiado delatadora tu actitud después de encontrarlos.
Teniendo un tic en el ojo, Kardia consideró que tener a Dégel de interrogador no iba a ser agradable. Y más si éste quería sacarle las verdades que se tenía guardadas, aunque dejar caer el reto también sería obvio de sus intenciones, ¿qué carajos iba a hacer?
—Me acosté con ella. —se jactó de su acto, pero se removió en la silla mostrando incomodidad.
Dégel sonrió satisfactoriamente.
—Lo sabía.
—Pero eso no significa que me haya gustado —retribuyó—. Estaba pensando en ti, todo el tiempo. Y cuando terminamos, me arrepentí de desperdiciar mi tiempo con esa mujer en vez de compartirlo contigo.
Manigoldo rió y Albafica abrió los ojos en par, para luego mostrar una sonrisa con cierto atibes de diversión. Dégel no dijo más nada y esa fue la banderilla de victoria para Kardia y prosiguió el juego.
—¡Seguimos! Ya que confesé eso y me siento jodidamente avergonzado y quizás en unos momentos Dégel me lance su ataque de Ejecución de Aurora… te preguntaré, cangrejo de pacotilla —Se le acercó intimidante, de tal forma que Manigoldo echó un poco la silla para atrás—. ¿Has deseado a Albafica en algún momento?
—¿Disculpa? —Albafica alzó una ceja con la repentina mención de su nombre en todo ese lío.
—Mierda —balbuceó el italiano, dejando una coma mientras se reía nerviosamente, pensando en las muchas que ocultaba esa simple risa. Mientras las miradas de Albafica y Dégel cayeron como estacas de hielo—. ¿A quién engaño? Es difícil no desearlo, ¿a quién Albafica no hace dudar de mi propia sexualidad? —Kardia se empezó a reír cuando él dijo eso—. Supongo que me gusta forma en que se preocupa por nosotros. Esa parte me atrae aunque me saque los huevos, su apariencia me vale mierda.
Después de haberlo esquivado por media noche, el rubor estalló irremediablemente en el rostro de Albafica haciendo que el trago de vino se le atorara en la garganta. Dégel mostró una sonrisa socarrona con el mentón descansando en el dorso de su mano, dándole palmaditas en la espalda a su compañero. Mientras Kardia no se limitó a reírse nuevamente y Manigoldo esquivaba no ocultó en su carcajada; el rubor resaltando en todo su esplendor. Era como "Mira, aquí estoy".
—Ahora viene la parte más incómoda… ¡Tu turno Manigoldo!
Tragando saliva, toda lo que podía, inspiró despacio, resollando, llenándose los pulmones del tan gratuito oxígeno, ordenando sus palabras y sus ideas para poder hablar:
—¿Has sentido alguna atracción hacia mí, Albafica?
Silencio. Albafica aclaró su garganta, tratando de pensar con claridad, cosa que ya le parecía imposible. Ya tenía las mejillas coloradas y él era ignorante de ese hecho. Si estuviese en otra situación lejana al licor en su organismo respondería automáticamente "Por supuesto que no, ¿por quién me tomas?" pero ya estaba sedado por el alcohol y lo que había tenido atorado en sus cuerdas vocales, por tanto tiempo deseaba salir como chorros de agua. Se re-acomodó en la silla, empezando a delinear el contorno de la copa con el dedo, para luego dejarse sonreír maliciosamente.
—No sé si responder a tu pregunta o dejar caer el reto de besarnos. No sé qué te responde eso.
Todos los que estaban en la mesa se impactaron: Kardia casi se cae de la silla, Dégel abrió los ojos en par, y Manigoldo... éste casi tiene un paro cardíaco, respiratorio, un ACB y un derrame cerebral justamente allí. Si estaba vivo era gracias al licor que lo mantenía despabilado. Esbozó una sonrisa cínica y, levantándose de la silla, caminó hasta él quien parecía que iba a decir algo, para cuando su boca fue hurtada por su compañero.
La boca traviesa de Manigoldo se estrelló a la suya, le besó con pasión, deleitándose en sus comisuras relamiéndolas con dulzor. Llegando al punto de ebullición, donde la misma olla estalló, y los verdaderos sentimientos salieron a la luz. El arconte de Cáncer le rozó la mejilla con el pulgar, transformando lo sencillo en estrambótico, el beso se tornó más apasionado de lo que imaginaron, a pesar que sus mentes le gritaban que debían separarse por estar en un sitio público. O bueno, más que todo la de su compañero.
Se alejó a regañadientes, dejando un pequeño céfiro entre sus labios hasta que se alejaron. Regresando a su lugar en la mesa nuevamente con una felicidad interna, que parecía estallar las venas de su sangre, el italiano se sentó mientras un silencio cayó en el entorno. A sabiendas que en los adentros de una pareja recién nacida, gritaba por dentro. El escorpio con un sonrojo leve, tosió entonando sus cuerdas vocales.
—Albafica, tu turno.
Ajeno a la vergüenza, o timidez, el mencionado se sentía arder y esbozando una sonrisa, volvió a pensar minuciosamente. Él no podía ser el único con secretos a bandera ondeante.
—Bien —Humedeció sus labios con el borde azucarado de la copa con el dedo índice, provocando a Manigoldo que ya se retorcía en la silla. Observó el contenido de la copa y ladeando su cabeza en dirección a su interrogado, sonrió—: Dégel… ¿has tenido algún impulso de querer besar a Kardia?
Dégel hizo un movimiento circular con la copa, mezclando más el vino con la fruta, esa vez no le sorprendió la abrupta entrada de esa pregunta. Observó como un pequeño vórtice se creó, mientras que Kardia cayó en la plena duda.
—He tenido varios. Pero recordar cosas como: El extravío de la hija del comisionado, me hacen sustituir el deseo por ansias de querer enterrarlo bajo un ataúd de hielo, en uno de los intensos mares de Siberia.
Albafica sonrió en tanto bebía otro trago de su copa y le daba la señal al "juez", que estaba satisfecho con la respuesta.
—Tu turno, Dégel. —finalizó Albafica. Pero antes de que Dégel pudiera abrir la boca, Kardia ya se había de la silla y estaba corriendo en dirección a él.
—Al diablo la pregunta… —Le tomó del mentón con cuidado, a pesar de tener las ansias de violárselo encima de la mesa. Aproximó sus labios con rectitud y seguridad—. Yo quiero que me beses…
—Kardia… —Esas letras fueron pronunciadas con suavidad, siendo tragadas por la boca del otro. Dégel creyó que por la brusquedad en la que Kardia se levantó, el beso iba a ser igual. Más su sorpresa fue mayor cuando su compañero saboreó sus labios con sutileza, cuidado, enérgicos al chocarse.
Se distanció despacio sonriendo con placer, con victoria, porque sabía que Dégel había correspondido y habían compartido el mismo sabor que los había unido esa noche.
—¡Noche de perras! —espetó Manigoldo alzando su trago con una sonrisa bastante exagerada, posó su mano sobre la de Albafica haciéndole que éste transmitiera su atención a él—. ¿Vas a perder contra Dégel, Alba-chan?
Considerando esa pregunta, Piscis le dio una ojeada al Acuario, que estaba ya de pie junto a él, y ambos volvieron a sonreír.
—Comprometedor —admitió Dégel—. Si gano vas a limpiar mi biblioteca durante una semana.
Albafica tuvo una mirada certera y decidida, su orgullo le había encendido la mirada y también levantándose de la silla siendo ayudado por compañero de armas, se acercó al trío.
—Y en caso contrario, serás el jardinero de la casa de Piscis.
Teniendo un enfrentamiento de miradas, un rayo de rivalidad los atravesó y, por un momento Manigoldo y Kardia sintieron el aura más tensa, pensando en que las cosas no debían ir precisamente por ese rumbo.
—Muy bien, Piscis. Veamos quién se convierte en el esclavo del otro. Estaré bastante satisfecho teniéndote como cenicienta.
—No tanto como yo, Acuario.
—Oye Dégel, no hay necesidad de ponerse tan serios —intentó intervenir Kardia.
—¡Déjalos que se diviertan, Kardia! —Manoteó su cómplice con su extendida sonrisa y luego volteo la mirada a los otros—. ¡Oigan! ¡Ustedes! ¡Dejen de mirarse como si quisieran matarse y vamos a besarnos! ¡Quiero besar!
Ambos santos ladearon la cabeza con miradas felinas, una fría como el hielo y la otra peligrosa como el veneno.
—No demos más prolongación a esto. —Sonrió Dégel, no estaban tomando el asunto realmente a pecho. La situación se tornaba bastante divertida, si había algo de rivalidad de por medio. No eran tan estúpidos como para degradar el orgullo del otro, incluso estando ebrios. Sólo se divertían su manera.
—Esperaba que dijeras eso —Tiró de su cabellera celeste para atrás con altivez—. Manigoldo, ven aquí.
—Como digas, Alba-chan —jugueteó el italiano como un niño, si es que en su interior no lo era. Dégel dirigió su mirada a su compañero, y éste reaccionó al momento también.
—Que sea apasionado, Dégel —advirtió Kardia, abarrotando sus ánimos cuan más cerca estaba del rostro de su compañero.
Manigoldo tomó las caderas de Albafica y las atrajo con brusquedad teniendo un encuentro fortuito con sus labios, no el suficiente para besarse, pero si el necesario para que sus sonrisas les delataran. La mano de Piscis se posó en el cuello de él manteniendo la cercanía, diciéndole sin palabras que podía empezar cuando quisiera. Mientras que en el otro lado, Dégel y Kardia se miraban con los deseos hablando por ellos, donde el primero en iniciar fue obviamente el Escorpiano quien aminoró el paso una vez más y no dio tiempo a la espera cuando robó el glacial de los labios de su compañero de armas, y éste respondió enredando sus brazos entorno a su cuello.
No había duda que la situación se había salido de control, el licor fue un gran propulsor y los dos santos traviesos los mejores pilotos. Porque, ahora en su aventura, ambos disfrutaban de haber arrimado el vuelo con sus compañeros, donde en el viaje consiguieron besarse con el santo que más anhelaban.
Cáncer subió a lo más alto de la montaña teniendo como recompensa a su Piscis, y Escorpio se quedó un paso atrás, pero obtuvo a su Acuario.
Ya los cuatros caballeros tenía un contacto entre sus bocas, que subía los niveles de una ebullición tempranera a sus centígrados. Olvidando simplemente la apuesta y rendirse al apetito por devorarse, sus alientos se evaporaban en sus pieles, convirtiendo lo que fue un no, a lo que verdaderamente era un sí.
El oxígeno se vació en su última reserva alertando a los desvariantes pulmones que ya habían sido drenados. Nadie supo quién se separó primero y quien después. Respirando jadeantes cerca de la boca de otro, aún manteniendo sus posiciones iniciales.
—Nadie… advirtió que había comenzado la competencia —Dégel fue el primero en ordenar sus pensamientos. Aún con sus brazos enrollados en el cuello de Kardia.
—Entonces, debemos repetirlo —comentó Kardia sonriéndole, casi al punto de robarle otro beso—. Ya saben, por la apuesta.
Ocultando el leve rubor, el Acuario dejó que su sonrisa delatase sus intenciones. No había más que decir. Hasta que se escuchó un chasquido de lengua y una maldición mascullada entre dientes.
—Qué maldita suerte. Kardia, debemos parar por hoy —Suspiró Manigoldo con atrevimiento, luego de que Albafica le besara la mejilla.
—¡¿Qué?! —Kardia le miró como si le abofeteara con lo que había dicho.
—Mira la hora, bicho de mierda —Señaló con la cabeza el reloj de pared, y su compañero atendiendo a la orden, giró su cabeza noventa grados para con esfuerzo pudo reconocer la hora, frunció el entrecejo chasqueando la lengua.
—¡Mierda!
—¿Qué pasa con la hora? —preguntó Albafica bebiendo el último trago de su copa que había tomado de la mesa y no lo soltó hasta que la última gota se perdiera en su garganta. Manigoldo aún seguía de espaldas de la mesa, sentado ligeramente en el borde con su compañero en sus brazos.
—¿Hablas tú, o hablo yo Kardia? —dijo Manigoldo con una sonrisa cínica, estaba con sus tragos encima pero no al punto de no estar consciente de lo que hacía. Él tenía obvia resistencia al vino y más si éste no tenía el suficiente licor. No sabía si maldecir a Calvera por darle prácticamente un jugo con sabor a vino, o agradecerle por dejarle conservar en su memoria ese episodio.
Claro, muy diferente de sus refinados compañeros que, a pesar de estar ebrios, seguían manteniendo la altivez y la magnificencia. Sin embargo, no todo lo que brillaba era oro, y sus acciones delataban la falta de sentido común, dejando atrás las cadenas del protocolo estricto que habían prolongado hasta ahora. Siendo evidente que esos signos mostraban el alto nivel de licor en sus venas, teniendo ligeros cambios en la tonalidad de sus voces. Era como el faro de luz que identificaba a un hombre bajo los efectos del alcohol por las calles, o esas extrañas danzas cuando caminaban que se balanceaban de un lugar a otro.
Kardia carraspeó un poco y desvió la mirada cuando sintió que la atmosfera aumentaba.
—¿Qué quieren decir? —Dégel enarcó una ceja.
—Que… Bueno, seré franco —inició nervioso—. Verán, eh, la verdad es que…
—Estamos aquí sin permiso del Patriarca —concluyó Manigoldo y Albafica escupió la bebida salpicándole el rostro.
Gracias a la cercanía que tenía con Kardia, Dégel le tomó por el cuello de la camisa y le amenazó con la mirada.
—¡¿Qué?!
—¡No te enojes, Dégel! —se rió intentando quitarle seriedad al asunto. Pero el rostro del Acuario seguía ecuánime, listo para atacar. Casi nunca había lo había visto tan enojado, y la furia que podía ver crecer en sus ojos no le daban buenas señales de llegar vivo al amanecer.
No obstante, y un gran punto a favor, cabe subrayar, los efectos extras que Calvera había añadido al rojo vivo hicieron finalmente su jugarreta en el organismo de Dégel, que sólo había estado procesando en sus sentidos tan sólo un poco. Su cuerpo no había digerido toda la rigidez, hasta que estuvo de pie besándose con Kardia. No tardó en sentirse mareado, como si el bar empezara a girar sin control. Perdiendo trágicamente el equilibrio y por impulso instintivo se fue de boca cayendo en el pecho de Kardia quien le sostuvo, pero bueno, dos hombres ebrios buscando equilibrio... ¿qué resultados se obtendrán? Un resultado que la física no necesita probar. Ambos cayeron al suelo.
Levantándose aturdido, sin dar pie a nada, Dégel decidió que ya era suficiente de esa estupidez, e iba a regresar al santuario.
—¡Albafica! ¡Vámonos! —vociferó enfurecido, y cuando giró su vista al aludido, se dio cuenta que estaba besándose con Manigoldo—. ¿Qué...?
Albafica le dedicó la mirada mientras aún mantenía el beso, parecía no darle mucha importancia al asunto como creyó. O sea, ¿él era el único molesto?
—Lo hecho, hecho está, Dégel. Sólo nosotros creemos lo que dicen éstos dos. —expresó cuando Manigoldo se alejó y se había ido en busca de su cuello—. Estoy mareado al igual que tú, es como si mi cuerpo se revelara a mis pensamientos, ¿o tú no?
—Sí, pero, ¿qué pasa con tu sangre?
Dejando la pregunta de Dégel en pausa, el Pisciano volvió a besarse con el Canceriano, para cuando éste cumplió su cometido de dejarle un pequeño toque en la clavícula. Se distanciaron despacio dejando un pequeño residuo de aquel vino tinto en el mentón de Albafica que, Manigoldo con éxtasis, se dignó a limpiar con el pulgar.
—Hoy no me importa. —respondió finalmente a la pregunta de Dégel—. Ya mañana quizás y, estará de más decir que Manigoldo perecerá las consecuencias. Y te recuerdo que tú también corres el mismo peligro —Esbozó una sonrisa y su compañero de misión la acompañó—. Yo sinceramente, en este momento no coordino lo suficiente para preocuparme.
—¡Puta madre! ¡Estaré encantado! —gritó Manigoldo mirando fijamente los ojos cobalto, y acercándose nuevamente, le besó la mejilla a su nueva "pareja"—. Encantado, sin duda.
Soltando un suspiro sosteniendo el puente de su nariz, Dégel se apoyó de la silla, pensando en como sentía que esa ira se iba por el caño, realmente no tenía ganas de pelear. Sólo quería… acostarse. Kardia quien se había mantenido al margen, se le acercó con cautela por detrás, tocando su hombro.
—¿Y qué harás?
—Debemos volver… —Le miró casi con disculpa sobre el hombro, mientras tenía sus mejillas ruborizadas, sus ojos estaban cristalizados y su voz había perdido cierta entonación. Albafica estaba igual.
—¿Si? —le susurró cada letra a su oído—. ¿Quieres hacerlo ahora? ¿O esperamos un poco más?
Lentamente giró el rostro de Dégel en su dirección dejando un beso suave, un toque a penas. Casi como un "¿puedo pasar?", teniendo la entrada aceptada cuando el Acuario deseó lo mismo que había hecho Albafica, y decidió prolongar el beso unos segundos más. Sintió sus labios arder en la suavidad del contacto del Escorpio, y una vez más fue en contra de sus ideales. Regresaron a besarse en unísono, rompiendo una vez más sus reglas y dejarse llevar por su propia locura. Una que no había sido despertada, sino liberada.
—¿Te arrepientes, Dégel? —suspiró Kardia en sus labios.
—No lo sé… —admitió, fijó su vista en su vecino de templo y le hizo la misma pregunta—. ¿Te arrepientes, Albafica?
—Quizás mañana.
—Tienes razón, quizás mañana.
Continuará.
Dedicación:
Julieta, Sari,Vinnie y Brian. Gracias por su apoyo incondicional.
Notas finales: Espero que les haya gustado este capítulo, queridos lectores.
–En el gaiden de Manigoldo, se ve como Albafica no tiene problemas en caminar junto a su compañero. Así que supongo que debe ser lo mismo con Dégel cuando iban rumbo al bar. Y también se observa como Alba-chan regaña a Manigoldo por robar. Así que Dégel no es el único que sermonea a su compañero. Y en el gaiden de Kardia, Calvera habla de restaurar su bar con nuevas mejoras, así que aproveché esa situación.
–Muchos dirán, ¿por qué Albafica fue tan ooc? Así que diré un par de cosas: Albafica ha sido pintado muchas veces como inmune al licor, pero yo no lo puse así porque quise darle algo de humanidad. Y si sus preguntas fueron comprometedoras, nadie sabe lo que es capaz de hacer cuando está bajo los efectos del alcohol jaja.
–Otra cosa que mencionar, es que el siguiente capítulo será lo que ocurrió esa noche entre Dégel y Kardia y en el capítulo siguiente (que vendría siendo el tres) sería lo que ocurrió entre Albafica y Manigoldo.
¡Hasta la próxima actualización!