Bienvenidos, los personajes de twilight no me pertenecen, tampoco la historia, la cual es de Tatyperry, solo traduzco con su autorización.

Recomiendo que escuchen la canción que está señalada en medio del capítulo, es hermosa y ambienta la lectura ;)

¡DISFRÚTENLO!


Seis años después.

Edward's POV

Pasé las casi 10 horas de vuelo de Connecticut hasta Londres repasando la charla que cambió completamente mi vida

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¿Me mandó a llamar? ―pregunté, después de haber golpeado la imponente puerta de madera y oído la señal para que entrara.

¡Ah, Edward! Si, muchacho. Entra ―mi jefa, Carmen Denali, ordenó, sin alzar la cabeza de lo que sea que estaba leyendo en ese momento―. Siéntate. En un momento hablo contigo

Carmen era bajita, no debía medir más de 1.60 de estatura, y siempre estaba impecablemente vestida y maquillada, y con un collar de perlas en el cuello. Ella había pasado a administrar el bufete de Linklaters Advocacy en New Haven después de la muerte de su marido, Eleazar. Y, a pesar de cómo hayan pasado las cosas, tenía el respeto de todo el equipo, debido a su gran competencia en el área de Litigios y Arbitraje.

Eleazar murió cerca de un mes después de que yo comenzara mis prácticas en el bufet, y Carmen prácticamente me adoptó ahí dentro. Ella estaba presente, acompañándome en los casos que estaba llevando, y siempre estaba dispuesta a incentivarme o me daba consejos cuando los necesitaba. Creo que extrañaba su época como profesora en Yale, y a través de mí ya no lo hacía tanto.

Tanto, que no fue ninguna sorpresa para nadie que me contrataran un día después de mi graduación. No podía estar más feliz con el rumbo que mi carrera parecía estar tomando y, lo más importante, mi familia estaba orgullosa de mí.

Con un suspiro audible, Carmen abrió una gaveta de su mesa, sacó una carpeta, colocó los papeles que estaba analizando y, después de guardarlos nuevamente y cerrar el cajón, se giró hacia mí, mirándome por sobre sus lentes.

¿Sabes? Recuerdo cuando Eleazar hablaba de que tú serías una gran adquisición para nuestra firma. A pesar de lo enfermo y apartado que haya estado del trabajo, mi marido sabía reconocer un talento desde lejos.

Gracias ―dije, sintiéndome un poco avergonzado con aquellos elogios.

Durante los últimos tres años he venido acompañándote de cerca, Edward, y pude confirmar cuán acertado estaba él. Realmente tienes la abogacía en la sangre y en el alma; tienes amor por lo que haces. Es emocionante verte hablando en el tribunal, explicándote ante el jurado. Hablas con el alma, con una convicción apabullante. Y eso, hijo, es fundamentalmente nuestra profesión.

Solo asentí con la cabeza tomando un trago del vaso con agua que estaba frente a mí, intentando enmascarar mis nervios. Hace semanas, se venía comentando por los pasillos que había sido abierto un puesto en el bufete de Londres, y que Carmen estaba encargándose personalmente de escoger al abogado que ocuparía el cargo en el que fue el primero ―y considerado el más importante― bufete de Linklaters. ¿Será posible que ella estuviera pensando en mí?

Bien, Edward, no soy una mujer que se va con rodeos, y lo sabes; entonces iré directo al punto. Uno de nuestros abogados más antiguos de la sede en Londres está jubilándose y necesitamos a alguien competente para asumir el cargo. E inmediatamente pensé en ti. ¿Qué me dices? ―preguntó, observándome cautelosamente, pero con una sonrisa en el rostro.

Estaba bromeando conmigo ¿verdad?; en cualquier momento alguien entraría por la puerta o aparecería de debajo de la mesa diciendo que era el día de las burlas o alguna broma de pésimo gusto, porque no podía ser. Tenía un poco más de un año de graduado, debía haber otras personas que ella pudiese enviar; a Ben, por ejemplo, o a Peter… pero, por otro lado, ¿por qué no? Era realmente bueno en lo que hacía. Incluso antes de graduarme, ayudaba al bufete a ganar algunos casos, actuando efectivamente, dando sugerencias que eran excelentes opciones. Además, no tenía esposa, hijos, nada que complicara la mudanza a otro continente. Me haría falta mi familia, pero tanto ellos como yo podríamos visitarnos de vez en cuando. Y mi madre siempre me decía que, por más que fuese horrible admitirlo, los padres criaban a los hijos para darlos al mundo. Y, sobre todo, era mi oportunidad de estar en Londres.

¿Ella aún estaría ahí? ¿Habrá logrado alcanzar su sueño?

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Aún ahora, mientras caminaba por Silk Street para mi primer día de trabajo, estaba un tanto nervioso por la nueva etapa que se iniciaría apenas colocara los pies en aquel lugar. Pero también estaba nervioso por la posibilidad de toparme con cierta morena con los ojos más expresivos que vi jamás, y que, aún sin querer, tenía el poder de decepcionar. En dos ocasiones tuve la impresión de haberla visto, pero al correr para estar más cerca constaté, en las dos veces, que eran solo mis ojos los que me estaban jugando una broma. ―Recuerda, Edward. Estás en Londres, una de las mayores ciudades del mundo, y no en un huevo de codorniz llamado Forks.

Llegué al bufete a las 9 en punto y me apresuré a buscar al responsable de la sede, el señor Aro Vulturi, uno de los nombres más respetados cuando se trataba de Propiedad Intelectual. Carmen ya se había puesto en contacto con él, que me esperaba para presentarme a los otros abogados y asegurarse de que quedara instalado perfectamente.

Aro tenía la piel muy blanca, que contrastaba con su cabello bastante negro y los ojos almendrados del mismo color. Su nariz fina y la quijada angulosa le daban un aire de imponencia, confirmado por el agarre fuerte de mano que me dio apenas entré en su oficina.

―Sé muy bienvenido a la sede de Londres, Edward. Si Carmen te escogió entonces estoy seguro que vas a favorecer mucho a nuestro bufete ―dijo, con una sonrisa genuina en su rostro. Y después dicen que los ingleses son personas frías.

―Gracias, Aro. Espero ser merecedor de toda esa confianza.

La hora siguiente pasó con él poniéndome al tanto del funcionamiento de la sede, que no era muy diferente a la forma de trabajo en New Haven, y presentándome a los otros miembros del equipo.

Compartiría el sector civil y criminal de la empresa en el decimoséptimo piso con otros tres abogados: Jasper Whitlock, James Johnson y Rosalie Hale, además de nuestra secretaria, Claire White. Todos parecían amables cuando Aro nos presentó, pero lo que más llamó mi atención fue la vista que tenía desde mi sala. La gran ventana de vidrio daba hacia un parque repleto de árboles y un gran lago en el centro, desde donde podía ver a algunas personas caminando y, a lo lejos, era imposible no reconocer la Big eye, la rueda gigante que atraía a millones de turistas todos los días.

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La primera semana pasó sin grandes novedades. Rápidamente traté de adecuarme y ya comencé a trabajar junto con Jasper en un complicado caso que envolvía el asesinato de un joven en una estación del metro de la capital. Un crimen nada común y que conmocionó a la población local, más que a mí, que viniendo de los Estados Unidos, no era tan novedoso.

Pasaban poco más de las cuatro de la tarde cuando Alice entró en mi despacho sin ser anunciada, con una sonrisa arrogante en el rostro, como si estuviese planeando algo, lo que siempre me dejaba incómodo.

Había aprovechado sus vacaciones para venir conmigo, para ayudarme a organizar la casa en la que viviría en el barrio Kensigton, y hacerme compañía en este comienzo. Por lo menos era lo que ella decía, pero sabía muy bien que quería aprovechar para hacer innumerables compras en Oxford Street y en Nothing Hill.

―¿Qué haces aquí, Alice? ―pregunté sin darme el trabajo de quitar los ojos del documento que estaba leyendo, mientras ella se sentaba en la silla frente a mí y comenzaba a cambiar de lugar los objetos sobre la mesa.

―Te vine a avisar que esta noche vamos al Royal Albert Hall y que, por lo tanto, te quiero en casa máximo a las siete de la noche. El traje estará esperándote encima de tu cama.

―Pero ya estoy de traje, Alice ―dije, conteniéndome para no reír al oírla bufar, llevando las manos hacia el cielo.

―¡Mírame, Edward! Estoy hablando del Royal Albert Hall, y no del pub de la esquina. Nadie va allá con la misma ropa que pasó el día entero trabajando. Además, nadie va con ropa usada. Es noche para estrenar, hermanito, ¿sabes cuánto tuve que desembolsar para conseguir esas entradas?

―No lo sé y, por favor, no pierdas tu tiempo en decírmelo.

La vi rolar los ojos antes de colocarse nuevamente en pié y encaminarse a la puerta.

―¿Alice? ―llamé antes de que alcanzara el pomo―. ¿Qué es lo que vamos a hacer?

―Es secreto, hermanito. Pero algo me dice que te va a gustar. No llegues tarde.

Y diciendo eso salió, sin ni al menos despedirse. Dejándome nuevamente en mis pensamientos.

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Alice's POV

Edward raramente hablaba de las vacaciones que pasamos en Forks seis años atrás, cuando nuestra abuela murió. Todos evitábamos esos recuerdos dolorosos, pero sabía que mi hermano tenía un motivo más para evitarlas: la tal chica que bailaba en el ballet. Él no se perdonaba por haber fallado a la promesa que le hizo, sea cual sea la que haya sido. Era eso lo que repetía mientras lloraba en mis hombros horas antes de su partida a Yale.

En los años siguientes, Edward se enfrascó en su carrera y en el trabajo que consiguió en Linklaters Advocacy. Mientras Emmett y yo no nos perdíamos una sola fiesta que organizaban en la facultad, Edward se metía cada vez más en los estudios y en la carrera prometedora que tenía frente a él, viviendo solo para los estudios. Pero lo conocía demasiado bien y sabía que, la verdad, esa era su manera de no pensar y remorderse por lo errado que haya hecho.

La foto de dos jóvenes sonriendo, abrazados encima de un monopatín como fondo de pantalla de su Iphone, aún tantos años después, era la prueba de eso.

Por eso regresé a Forks hace dos años.

Como quien no quiere la cosa, fui hasta el estudio donde sabía que Edward había ido todas las tardes durante aquellas vacaciones. Fingiendo querer información sobre las clases me quedé observando a las decenas de fotos en la pared hasta encontrar la única que me interesaba. Valiéndome de engaños a la muchachita que trabajaba de secretaria, logré descubrir que el nombre de la bailarina en la foto era Isabella Swan y que estudió ahí toda su vida hasta que la aprobaron en el Royal Academy of Dance, y se mudó a Londres, donde se convirtió en una de las principales bailarinas del instituto.

Según Emmett, tenía que convencerme de que no había nada que yo pudiera hacer, no mientras Edward siguiera en New Haven y ella en Londres. Pero por supuesto, el destino decidió darme un empujoncito. Al menos fue la única explicación a la que llegué cuando, al parar para tomar un café en Nothing Hill, me topé con unos carteles anunciando el estreno de Don Quijote, en el Royal Albert Hall, protagonizada por Isabella Swan como Quitería.

Definitivamente era el momento de que Alice Cullen actuara.

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Edward's POV

* Magic ― Colbie Caillat

Alice parecía más animada que nunca mientras íbamos rumbo al Royal Albert Hall, contándome los más mínimos detalles de cómo tuvo que usar sus dotes artísticos para convencer a una pareja de paquistanís de vender sus entradas por el triple del precio que pagaron. Alegando que esa era la pieza de ballet preferida de su mamá enferma y que su padre quería mucho llevarla en el aniversario número 45 de matrimonio; mi hermana derritió el corazón de la esposa del paquistaní, quien no tuvo más alternativa que aceptar la propuesta de Alice. Realmente no podía entender por qué tanto esfuerzo en el gasto por un espectáculo cualquiera; pero cuando opiné, ella solo me fusiló con la mirada, sin decir una sola palabra.

El espectáculo había acabado de empezar y ya me arrepentía amargamente de no haber leído el programa que me entregaron en la entrada. Pero estaba tan ocupado molestando a Alice por haberme llevado a ver Don Quijote ―nunca podía pasar del primer capítulo del libro, imagina solo cómo sería el ballet―, que no me preocupé con más nada que refunfuñar, actuando como un niño berrinchudo mientras mi hermana reía bajito a mi lado.

Si hubiese actuado como un adulto y no como un niño, tal vez me hubiera preparado para la visión de la bella morena en el escenario, simplemente deslumbrante, con un vestido rojo y justo, y una flor agarrada en su cabello. Aún desde la segunda fila era capaz de ver con exactitud que el tiempo solo le hizo bien, que continuaba simplemente hermosa y bailando espectacularmente.

Podía sentir los ojos de Alice sobre mí, y solo eso bastaba para que me diera cuenta que, de alguna manera, ella sabía quién era aquella en el escenario, y que nuestra presencia esa noche en ese teatro no era mera coincidencia. Pero por más que quería preguntar como eso pasó, no podía quitar mis ojos de la morena en el escenario, como si quisiera memorizar cada uno de sus movimientos, los más mínimos detalles.

Fue la pieza de ballet más intensa que vi alguna vez ―no que hubiese asistido a muchos en mi vida―. Era como si sintiera el dolor de Quitería al ser obligada a casarse con otro y nunca más ver a Basilio, para después tener la alegría al ser casada con su amor, permitido y bendecido por su padre. Yo también viví el dolor de nunca más verla, y ahora el instante de felicidad al tenerla ahí, hermosa, ante mis ojos.

El telón ya había caído y buena parte del público se dirigía a la salida y yo aún permanecía sentado en el mismo lugar, con los ojos fijos en el escenario. Era como si al moverme fuese a descubrir que todo no pasaba de un simple sueño. Ni yo mismo me di cuenta que Alice había desaparecido de mi lado.

―Ahora es tu turno, Edward ―dijo, entregándome un vaso con una orquídea púrpura―. Aún tienes mucho tiempo para agradecerme. Ahora ve a decirle que la amas.

―Pero… yo… cómo…

―Después, Edward. Tienes una entrada a los camerinos ―dijo, apuntando hacia una puerta en el lateral del escenario―. ¡Nos vemos más tarde en casa! ―y diciendo eso, me dio un beso y se fue.

Nunca fui bueno en hacer cosas a escondidas o prohibidas, pero sabía que si no hablaba con ella ahora, tal vez nunca volviera a tener otra oportunidad. Con eso en mente me encaminé hacia la puerta y caminé por el largo corredor, todo iluminado y con diversas puertas en ambos lados. Algunas personas pasaban a mi lado, pero estaban todos tan eufóricos y corriendo tanto que no se detuvieron a prestar atención a nada.

Pude ver algunos nombres en las puertas, y caminé hasta encontrar la única que me interesaba, donde en la placa se podía leer: Miss Swan. Respirando profundo golpee, oyendo un suave "entre", viniendo del interior. Con las manos temblando y sintiéndome más nervioso de lo que jamás estuve antes, abrí la pesada puerta de madera.

La primera cosa que noté fue que el camerino estaba repleto de arreglos florales. En seguida, oí una melodía suave que venía de unos parlantes puestos en la pared, y después me di cuenta que la iluminación del escenario no me engañaba. Ella continuaba bellísima, sentada ante el espejo, con los ojos cerrados, quitándose el maquillaje.

―Impresionante, continuas bailando hermoso ―finalmente tomé el valor de hablar, haciéndome notar por primera vez.

Por el espejo, pude sentir que se ponía rígida, y entonces respiró profundamente antes de abrir los ojos lentamente, atrapándolos en los míos.

―¿Qué haces aquí, Edward? ―no pude dejar de notar que su voz no contenía alegría, rabia o quizá se notaba herida, nada de eso; solo…. Indiferencia.

―¿Aquí en el Royal Albert Hall, en Londres o en tu camerino? ―pregunté, intentando aliviar el ambiente tenso que se podía sentir en el aire. En respuesta, Bella solo alzó una ceja, aún sin girarse para mirarme.

―Ahora estoy trabajando en Londres, y esta noche mi hermana me arrastró hacia acá para asistir al estreno, pero no imaginaba que eras tú la bailarina principal. Y ahora estoy aquí, en tu camerino, para entregarte esta flor con un pedido de disculpas ―solté de una única vez, con un suspiro derrotado.

―Gracias ―dijo, volviendo a quitar su maquillaje―. Puedes dejarla junto con las otras. Y si era solo eso, ya cumpliste con tu deber. Puedes irte.

―Bella, por favor, escúchame. Yo... yo... mierda, Bella. Pasé seis años sin lograr sacarte de mi cabeza, culpándome por el dolor que sabía una vez más te había causado.

―No te quiero escuchar, Edward, por favor. Vete. Una cosa fue herirme cuando éramos niños, pero esa vez fue diferente. Sabías lo importante que ese día era para mí ―dijo, por primera vez girándose, permitiéndome ver las lágrimas acumulándose en sus ojos.

―Pero Bella… ¡Fu atrás de ti! Solo que tu presentación ya había acabado. Mi a…

―¿Está todo bien, Bella? ―un tipo que reconocí como su compañero interrumpió, colando la cabeza dentro de la puerta, mirándome para luego ver a Bella con desconfianza.

―Sí, Jacob. Solo es un viejo conocido que ya se va.

Miré de ella hacia la puerta, sintiendo un dolor inmenso. Debía escucharme, al menos dejar que le explicara lo que había pasado

―Bella, deja que solo te invite a un café para intentar explicarte lo que pasó ese día después de que nos separamos por última vez ―prácticamente imploré, acercándome y tomando su mano.

Mantuvo los ojos cerrados en una expresión impasible y ni un solo sonido salió de su boca. Sabiendo que no había nada más que pudiera hacer, la solté y dejé el vaso sobre el buró antes de encaminarme hacia la puerta.

―En media hora en el Café Consort ―fue la última cosa que escuché antes de que la puerta se cerrara.

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Estábamos hace cinco minutos sentados, el uno frente al otro, sin que ninguna palabra se dijera. El ambiente parecía tan tenso que sería posible partirlo con un cuchillo. Intentaba pensar en la mejor manera de comenzar a explicarme, pero no sabía cómo hacer para que ella me escuchara hasta el final. Cuando pensé en empezar, el mesero se acercó trayendo nuestros pedidos; un Latte para ella y un Macchiato para mí. La observé dar un pequeño trago a su bebida antes de respirar profundo y, observando las líneas de la mesa, empezó a hablar.

―Esperé hasta el último minuto a que llegaras, pero cuando la verdad de que no irías se vino contra mí, pedí ser la primera en bailar y canalicé todo el dolor que sentía en mis movimientos. Según mi profesora, nunca en tantos años de ballet, bailé con tanta intensidad y con tantos sentimientos aflorando de mí. Por lo que supe después, fue por la intensidad de esas emociones transmitidas a través del baile que garanticé mi beca. Entonces, tal vez en el fondo, debí haberte agradecido cuando entraste en mi camerino, y no haberte echado ―dijo, mirándome por primera vez desde que llegó al café.

―¿Tienes idea, Edward, de cómo me sentí cuando no apareciste? Sabías cuán importante era esa prueba para mí. Sabías cuánto significaba, y aun así, una vez más, no cumpliste con tu palabra. Entonces me vine para acá, dispuesta a olvidarme de todo eso y realizar mi sueño. Y de cierta manera lo logré, pero cada vez que elogiaban la intensidad con la que realizaba mis coreografías, era tu rostro el que venía a mi mente, porque solo yo sabía lo que causaba todo ese dolor, esa sensación de ser tan insignificante y fácilmente olvidad y apartada… no solo una, sino dos veces.

―Bella, yo… ―sabía que la había lastimado mucho con no aparecer esa mañana seis años atrás, pero nunca pude imaginar que sería de esa manera.

―Si vas a inventar una disculpa cualquier detente, Edward. Realmente no necesito ni quiero oír cosas de ese tipo ―dijo, girando su mirada.

―En esa última tarde que nos vimos, cuando llegué a casa, me di cuenta que estaba algo mal. Apenas llegué al cuarto de mi abuela, ella miró en dirección a la puerta, en mi dirección, abrió la mayor sonrisa que le vi dar en los últimos tiempos y entonces murió.

―¿Qué? ―gritó Bella, mirándome, pareciendo horrorizada con lo que le acababa de decir―. Yo…

―Pasamos la madrugada entera envueltos con todo lo que eso generaba, y entonces a la mañana siguiente fuimos al entierro ―continué, ajeno a su expresión de shock―. Estaba dividido… quería estar contigo, darte todo el apoyo que sabía estabas esperando de mí, pero al mismo tiempo no podía abandonar a mi familia en un momento como ese. Mi hermana Alice fue la única que se dio cuenta de mi estado, y cuando le conté lo que estaba pasando ella me mandó a ir tras de ti, porque lo que pude haber hecho por mi abuela, lo hice cuando estaba viva. Pero cuando llegué al estudio de ballet ya había terminado tu presentación y te habías ido. Aun así corrí hasta el parque y algunos de los lugares por donde caminamos y conversamos en esas semanas, pero no estabas por ningún lado.

―Me fui hasta La Push para nadar. Tirarme en acantilados siempre me relajó ―dijo mientras yo apretaba su mano sobre la mesa, feliz de que no se apartara―. Me siento tan idiota por haberte dicho todo eso, haberte acusado de esa manera. No tenía idea… la verdad, era lógico pensar en eso después de todo lo que me contaste en esas semanas, pero en ese momento solo podía pensar en que una vez más habías roto tu promesa. Realmente lo siento mucho.

―No tenías como saberlo, Bella; y además, mi historial estaba en mi contra. Casi enloquezco ese día y creo que mi familia nunca me vio llorar tanto. Fueron los peores seis años de mi vida, porque la primera vez no sabía lo que te había hecho, pero esa vez, sabía que te había herido y no había nada que pudiera hacer para cambiar eso

―Lo acepto ―dijo, colando sus ojos en los míos y sonriendo por primera vez, aunque sus ojos continuaban húmedos.

―¿Qué aceptas? ―pregunté, confundido con su cambio repentino de postura.

―Tu pedido de disculpas.

Me hizo contar todo lo que hice en el tiempo que nos dejamos de ver, cómo llegué a Londres y más exactamente allí, a esa noche, a verla bailar. Después fue su turno de contarme sobre los ensayos en el Royal Academy of Dance, la primera vez que subió a un escenario delante de un lugar completamente lleno, y la emoción de bailar Giselle, su pieza preferida, en el mismo escenario de esa noche; los escalones que fue subiendo hasta ser considerada una de las principales bailarinas de la nueva generación de la academia; el cómo extrañaba a su padre y de la pequeña Forks…

―¿Bells? ―llamé mientras caminábamos por la calle, en dirección a nuestros carros.

―¿Hmm?

―¿Crees que el destino nos está dando otra oportunidad?

―No lo sé, Edward… eso solo el tiempo lo dirá.

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Diez años después.

Finalmente el viernes había llegado y tenía el fin de semana entero para descansar. Eso era todo en lo que podía pensar al detener el carro en el garaje de la casa, después de una semana pasada prácticamente en el tribunal. Ni siquiera tuve tiempo de bajar del carro cuando casi me voy al suelo con el impacto de Enzo tirándose contra mí.

―¡Papá, lo prometiste! ―dijo, mirando hacia arriba, con la cara más seria que podía hacer a sus cinco años.

―Hola para ti también, campeón ―dije, desordenando su cabello, prácticamente la única parte que heredó de mí.

―No intentes engañarme, papá. Dijiste que iríamos en el monopatín al parque cuando llegaras.

No pude contener la carcajada. Él me hacía acordar de mí mismo cuando descubrí las maravillas de estar sobre la tabla, con el viento golpeándome en el rostro.

―No lo he olvidado, Enzo ―dije, sonriéndole―. Solo voy a cambiarme de ropa y vamos.

No termine de hablar y él ya corrió en dirección al cuarto donde el monopatín, bicicletas y otros juegos estaban guardados, dejándome riendo solo mientras subía las escaleras del balcón donde Victoria observaba atentamente a su hermano, que intentaba enseñarle al pobre perro a andar en monopatín.

―¡Hola, princesa! ―dije cargándola, colocándola sobre el balcón, arrancando una carcajada fuerte de ella.

―¡Papá! ―gritó antes de depositar un beso en mi mejilla.

Si Enzo era una copia de su mamá, con excepción del cabello, Victoria era una verdadera copia mía: la piel blanca, los ojos verdes y el cabello cobre; pero felizmente formando rizos que caían por toda su espalda.

―¿Dónde está mamá? ―pregunté, colocándola en el suelo.

―Abajo ―dijo antes de correr para juntarse con su hermano en el patio, y con Jully, nuestra labrador, que los acompañaba desde su nacimiento y que, aún con su edad, tenía ánimo de seguirlos a donde fuera que vayan.

Me detuve en la puerta, observando la imagen que se desenvolvía dentro. Bella estaba en mitad del cuarto, con los ojos cerrados mientras sus movimientos seguían el ritmo de la música clásica que sonaba.

Mandé a construir ese estudio, para ella, en nuestra casa, algunos años después de nuestro matrimonio ―que pasó poco tiempo después de que descubrimos que estaba embarazada por primera vez―, para que pudiese continuar bailando como lo hizo toda su vida. Ese era su lugar, donde se relajaba y se perdía en medio de los recuerdos y su baile.

Podía continuar ahí, parado, mirándola bailar por el resto de mi vida. Aún después de dos embarazos y de los años pasados, continuaba bailado hermosamente, por los menos para mí.

La música llegó a su fin y abrió los ojos, sonriendo cuando nuestras miradas se encontraron a través del espejo.

―¿Volviendo a vivir el tiempo en que me mirabas bailar desde lejos?

―Algunas costumbres de la gente no se pierden ―dije, rodeando su cintura.

Bella colocó su frente en la mía, nuestros ojos fijos uno en el otro antes de que nuestros labios se juntara en un beso apasionado.

―¡Vamos pronto, papá! ―el grito de Enzo nos interrumpió y nos separamos, riendo del entusiasmo de nuestro hijo mayor.

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Dimos unas tres vueltas alrededor del lago y Enzo seguía insistiendo en que ya era grande y que podía ir solo, pero no iba a correr el riesgo de que terminara herido. Cuando digo que era una copia de su madre, quiero decir una copia exacta, inclusive en la habilidad de tropezarse con sus propios pies.

Estaba preparado para convencerlo de que regresáramos a casa cuando Bella y Victoria se acercaron con Charlie, que se había mudado a Londres para estar más cerca de su hija y nietos.

―¿Será que puedo dar una vueltita? ―preguntó, acercándose a nosotros, con sus ojos fijos en los míos.

Dicen que las segundas oportunidades son raras, y desperdicié las mías. Pero por alguna razón desconocida el destino y Bella me dieron una tercera oportunidad… y esa, con seguridad, no la dejaría pasar por nada del mundo.

FIN


Hasta aquí llega, ¿Qué tal? ¿No fue una linda historia?

Muchas gracias por sus comentarios, favoritos y alertas, son muy especiales para mí, un pago genial :3

La siguiente traducción en la lista es: El Mago. Es un OS. Les dejo el summary.

"Bella, una chica extremadamente religiosa, se encuentra en una etapa de crecimiento personal y auto aceptación cuando conoce a un auto proclamado mago."

Invito cordialmente a que se unan al grupo que tengo en Facebook (link en mi perfil) ahí subo adelantos, portadas, y las próximas traducciones, porque la lista sigue, :D

Beijos

Merce